El holocausto nazi
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El holocausto nazi - Florencio Jiménez Burillo
INTRODUCCIÓN
Cuenta Wiesenthal –un superviviente del holocausto– en sus memorias que, en septiembre de 1944, un cabo de las SS le dijo:
«[...] imagínese que llega a Nueva York y le preguntan: ¿cómo le fue en el campo de concentración alemán? Usted sabe lo que ocurrió
–continuó el nazi– y quiere decirles la verdad. Pero ellos no lo creerán. Dirán que usted está loco e incluso podrían enviarle a un manicomio.»
En efecto, después de haber leído los estudios y testimonios imprescindibles sobre el nazismo y el holocausto –como después de haber visto esas películas sobre el genocidio que luego recordaremos–, la más inmediata respuesta, antes incluso que la indignación, es la de la incredulidad. Como escribe Agamben (2002), lo que sucedió durante el régimen nazi parece superar nuestra capacidad de comprensión, de modo que, si logramos sacudirnos el estupor, no sin esfuerzo, lo más que podemos hacer es «un comentario perpetuo sobre el testimonio». Un comentario que, en nuestro caso, utilizará el lenguaje de las ciencias sociales con el propósito de intentar alguna explicación de aquel auténtico infierno, y, si es posible, extraer algunas enseñanzas para que semejante horror nunca más vuelva a ocurrir.
El genocidio nazi plantea muy grandes desafíos al análisis científico-social. Desde un punto de vista teórico, es extraordinariamente fácil –y luego veremos algunos ejemplos– incurrir en explicaciones reduccionistas monocausales que, en sí y por sí msimas, son incapaces de dar cuenta cabal de un evento tan complejo como el que tratamos. Y desde una perspectiva metodológico-técnica, la investigación del holocausto arroja nuevas dudas sobre la capacidad explicativa de los modelos científico-sociales positivistas al uso. Si, como se ha repetido tantas veces, la ética more Auschwitz demonstrata ha derrumbado los venerables principios éticos de nuestra tradición cultural, no menos razón tienen Kren y Rappoport al afirmar que, tras el genocidio, hay que reconceptualizar la epistemología sociopsicológica y su ingenua, cuando no otra cosa peor, pretensión «avalorista».
Cuando se escribe sobre el horror nazi, es sumamente difícil observar el majestuoso e impersonal precepto spinoziano de tratar los asuntos humanos como si fueran cuestión de líneas, cuerpos y superficies. En relación con esto, es posible que a lo largo de estas páginas aparezcan a veces calificativos no habituales en los trabajos académicos. Ciertamente, nunca como ante este crimen se cumple aquel dicho lacaniano de que la palabra siempre mata a la cosa. En verdad y aunque se nos aparezcan como insuficientes los epítetos adecuados para el comportamiento de los nazis, una postura epistemológica mínimamente realista obliga a utilizar ciertas palabras –criminal, asesino, genocida, bestia, espanto, etc.– como las verdaderamente cabales para describir lo que pasó en aquel tiempo.
Capítulo I
LA REPÚBLICA DE WEIMAR
En su espléndida obra El Tercer Reich publicada en 2002, Burleigh ha descrito magistralmente el contexto histórico anterior a la subida de Hitler al poder, así como las circunstancias que la propiciaron: en el verano de 1914 estalla la Primera Guerra Mundial concluída con la derrota de Alemania; el precio: más de seis mil muertos diarios durante cuatro años y medio. El káiser Guillermo abdica en noviembre de 1918 en tanto el Gobierno se rinde a los aliados.
El fin de la guerra supuso para Alemania la aceptación de unas durísimas cláusulas que inmediatamente fueron ejecutadas:
Pérdida de todas las colonias.
Separación de Austria.
Desaparición de las academias militares y prácticamente de todo el ejercito.
Elevadísimas indemnizaciones.
Los alemanes deberían además asumir su exclusiva «culpabilidad» por la contienda y liberar a los criminales de guerra. Así, se firmó el tratado de Versalles recibido por la nación alemana como una colosal humillación.
Por cierto, que las consecuencias negativas futuras de tal imposición ya fueron sagazmente pronosticadas por J. M. Keynes, el gran economista británico, presente en las conversaciones de paz.
En enero de 1919 se funda en Alemania la República de Weimar, atacada desde ese mismo momento por diversos partidos de derecha e izquierda. Sobrevino entonces un período de gran inestabilidad social con varios asesinatos políticos, entre ellos el del ministro de Asuntos Exteriores, un judío llamado Walter Rathenau, al que la prensa de la derecha llamaba la maldita judía. Ese mismo año se funda el NSDAP, el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán –al que más tarde se afilió Hitler– siendo aprobado al año siguiente su programa oficial. Sube vertiginosamente la inflación, aumenta el desempleo, hay hambre y abundantes suicidios. El nueve de noviembre de 1923, Hitler –jefe máximo ya del partido nazi– y un antiguo general, encabezan en Munich una manifestación de unos dos mil extremistas disuelta violentamente por la policía. Hitler resulta levemente herido. Como consecuencia de este intento de golpe de Estado, el futuro genocida es juzgado y condenado a cinco años de cárcel de los que sólo cumplió nueve meses. Es entonces, en 1924, cuando escribe Mi