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El amor verdadero sí se puede encontrar en internet
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Libro electrónico188 páginas2 horas

El amor verdadero sí se puede encontrar en internet

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¿Amor sublime o demencia?

Una ventana virtual que se dispone a conectar dos mundos, la lucecita en verde retándola a seguir. Un seductor espejismo capaz de dominarla hasta alienarle los sentidos y exacerbar las más oscuras pasiones. Una bomba de tiempo al interior de su mente. Un hombre obsesionado por fundirla en un mundo rosa, donde las espinas atravesarán feroz pero sigilosamente la pantalla para desgarrarle el alma.
Basado en hechos reales.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 may 2024
ISBN9788410685505
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    El amor verdadero sí se puede encontrar en internet - Luz Dary Velasco Ramírez

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Luz Dary Velasco Ramírez

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de cubierta: Rubén García

    Imagen de portada: Gustavo Corredor Ortiz

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1068-550-5

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Este libro está dedicado a la niña que fui:

    cachetona, tímida, llorona, chupa dedo…

    ¡HERMOSA!

    Agradecimientos

    …A mi familia por el aguante y su infinito amor.

    …A Natalia Ñustez, por obligarme a escribir.

    …A Juan Ardila, por ser mi cómplice y estar presente siempre en todo este proceso.

    …A Esmeralda Acosta, por la visceralidad en su lectura. Impulso decisivo para seguir.

    …A mis amigas y amigos, por las vivencias compartidas.

    Y a ti, Gustavo, por alentarme a parir.

    .

    «Como culpar al viento del desorden hecho, si fui yo quien dejó la ventana abierta».

    Mario Benedetti.

    .

    Los hechos descritos en esta novela, aunque se inspiran en una historia real, incluyen elementos producto de la fantasía de su autora. Por tanto, cualquier coincidencia en nombres de personas o entidades es pura casualidad y no implica responsabilidad alguna por parte de la escritora, los editores o distribuidores de la obra.

    EL AMOR VERDADERO SÍ SE PUEDE ENCONTRAR EN INTERNET

    Solo procura que no te cueste la vida

    Clínica Psiquiátrica Nuestra Señora de La Paz - Bogotá (Colombia), abril de 2010. LUZ HELENA RÍOS, 30 años de edad, soltera, sin hijos, empleada como profesional social en el sector salud. Presenta comportamientos psicóticos e ideas suicidas. Diagnóstico: «Adicta a la internet».

    ¿Habrase visto algo más estúpido? En pleno siglo XXI una psiquiatra que a todas luces está más loca que yo, cree que soy adicta a internet porque paso más de 12 horas al día conectada, eso sin mencionar en mi nefasto cuadro patológico, que sostengo una relación imaginaria desde hace ya mucho tiempo. Pero, y entonces, los que mueven sus vidas a través de un teléfono celular, ¿qué son según ella y su ridículo criterio medico? ¿enfermos terminales que deberían ser desahuciados?, hace cuánto no se asomará esta señora por un centro comercial en donde a pesar de ir acompañadas, las personas no despegan los ojos de sus aparatos electrónicos, ¿será que nunca le han contado de los cientos de relaciones nacidas en la red que han terminado en matrimonio y vivieron felices?... mmm bueno ¡sí! también hay las que han terminado en terribles decepciones, extorciones, secuestros y hasta asesinatos, pero obviamente este no es mi caso, Franco nunca me haría daño, es un hombre excepcional y el único que realmente me ha amado en toda mi vida. Además, dice mi locuaz doctora que una relación por internet no puede ser posible porque no es «real». Según esto, ¿cómo le diríamos a los empresarios cuyas transacciones se realizan estrictamente a través de la red? ¿Business squizoide? Entonces podríamos demandar a cualquier cantidad de empresas por convertirnos en «adictos a internet» pues lo primero que hacen es asegurarse de que tengas conexión las 24 horas, de manera que seas mucho más productivo para ellas. Pero bueno, en fin, me estoy saliendo del tema. La cuestión es que me encuentro de vacaciones en una hermosísima y muy cómoda suite psiquiátrica, colmada de habitaciones tan cálidas como una plancha de acero quirúrgico en la Antártida, lúgubres y tenebrosos pasillos recubiertos en baldosín blanco, bañado en una estricta mezcla de agua con hipoclorito. Ya saben bajo qué diagnóstico y con el ánimo de recuperarme de esa penosa relación «irreal» (según los médicos), consecuencia de mi adicción. Una relación que he sostenido durante los últimos 4 años, que me ha regalado los mejores momentos de mi vida, que me ha hecho darle valor a cada uno de mis días y que está a punto de hacerse «realidad» para poder callarle la boca a toda la partida de imbéciles que no tiene una idea de lo que es el amor y se contenta con sus lánguidas historias rutinarias de besito de despedida que ya no sabe a nada, de cuentas compartidas, de reclamos cotidianos sin sentido, de cama por obligación y sin deseo... Ouch, cómo me aburren los matrimonios, sobre todo los de mis examantes que aparentan ser perfectos en las fotos de Facebook y que yo puedo dar fe que son un fiasco en la cama, pobres esposas, pasan sus vidas sonriéndole a la cámara abrazadas de sus ejemplares maridos y soñando con que llegue pronto la cita con el ginecólogo a ver si por lo menos el espéculo las hace sentir deliciosamente vivas al penetrarlas una vez por año.

    Yo la verdad no estoy del todo en desacuerdo con mi psiquiatra, a veces hasta le aprecio, ella piensa que estoy loca y yo creería que tiene la razón. De hecho, en este momento pienso que la locura es el estado natural de los seres humanos, cada vez me convenzo más de que solo amando locamente lo que sea, es posible sentirse vivo. Yo decidí apostarle a Franco y estoy a nada de perder totalmente la cabeza por él. Y sí, lo acepto, muchas veces me siento tan aterrada como puede sentirse una mosca insignificante y minúscula que lucha en vano con todas sus fuerzas, se retuerce y jadea intentando escapar de los diminutos hilos transparentes como cadenas de hierro imperceptibles, anudadas desde su cabeza hasta su corazón, que atan e inmovilizan su cuerpo, sus extremidades, cada una de sus células y cada vez la envuelven más y más, paralizándola ante la mirada asesina del terrible monstruo gigantesco que se aproxima voraz, hambriento, implacable, pero... ¿y si no es así? las personas son envidiosas, más aún si perdieron la tan anhelada cita anual con el ginecólogo y hacen todo para que yo me sienta insegura, cuando mi corazón sabe que no es cierto, que Franco es real y un día no muy lejano estará aquí para verle la jeta a todos los incrédulos y burlarnos de la estupidez de mi psiquiatra.

    Todo es tan incierto... el corazón me dice que no abandone, que todo sacrificio, que cada lágrima habrá valido la pena cuando él finalmente esté aquí, pero tengo tanto miedo, no sé dónde voy a terminar... quizá mañana me esté riendo de todos los que dudaron, mientras me paseo por Bogotá de la mano de mi príncipe azul, o quizá esté viendo con deseo una caja de pastillas que me permita salir de la penosa situación de enfrentar a la gente que se me acerca con su sonrisa macabra, y su dedo inquisidor diciendo «Te lo advertimos, no era real, solo era tu imaginación». ¿Y si la psiquiatra no está tan loca como yo creo? ¿y si realmente soy adicta a internet? ahhhhh puta, qué estoy diciendo, ¡claro que está loca! Franco es lo más real que he vivido, lo más bonito… y no, no es una araña asesina, ¿o sí?

    ¡Ah, Mierda!

    I

    Empezaré por contar que corría el año 2006, era el mes de mayo, 5 de mayo para ser exactos... 2 p. m. aproximadamente, aún recuerdo como si fuera ayer esa tarde. Yo trabajaba para un proyecto de vivienda rural, un empleo en el cual no era más que una persona con tarjeta profesional que podía firmar reportes en los que se constataba la participación activa de la comunidad y por tanto se tenían en cuenta sus necesidades —¡Ja! nada más lejos de la realidad— pero de esta manera la administración municipal podía aparentar su gran interés social. Claramente mi trabajo me producía asco, pero lamentablemente en ese preciso momento la situación laboral en mi país se complicaba cada vez más, los contratos laborales no pasaban de 4 meses, no era posible pensar siquiera en suscribirse a un plan de celular a un año, no me explico cómo podían existir insensatos —«dementes» en términos de mi querida psiquiatra— que se atrevieran a comprometerse en una relación y conformar una familia.

    Mi vida se hacía muy tediosa, no encontraba una mínima razón para querer seguir aquí, ojalá me cayera por un hoyo negro, encontrara una pastilla que me encogiera, otra que me hiciera crecer mucho y luego apareciera un conejo blanco con un reloj en su mano al cual perseguir por un mundo lleno de color, de sobresaltos, de carcajadas (que suerte tuvo Alicia, pensaba). Me costaba mucho creer que este gran milagro llamado vida se redujera a trabajar hasta el cansancio para subsistir, como por años lo habían hecho mis padres. Décadas de esfuerzo en trabajos rutinarios que no les generaban satisfacción diferente a recibir sus quincenas para poder entregarlas en su orden, al dueño de la casa en que vivían, a las empresas de servicios públicos, a Don Joaco el del supermercado, y el día 16 estar nuevamente pensando en cómo lograr conseguir el dinero suficiente, para las 14 jornadas restantes y esperar pacientemente el fin de mes para volver a sentir que la felicidad existe, y se puede retirar por cajero electrónico. Me parecía trágico, injusto, agotador y muy poco seductor.

    Por muchos años, como buena estudiante de ciencias humanas de universidad pública, di todo de mí y puse todo mi empeño en apostarle a causas sociales. De hecho, esto era lo único que le daba satisfacción a mis días, me gustaba mucho trabajar con campesinos, era paradójico, pero convivir con las personas de menos recursos económicos, las más azotadas por las nefastas consecuencias que la guerra nos ha dejado, comer en platos desportillados, dormir en estera, caminar por trocha, beber chicha y saborear el café recién tostado de mi tierra hermosa, era lo único que me hacía creer en la felicidad y en la riqueza. Sin embargo, me golpeaba cada vez más fuerte ver cómo mi trabajo, lejos de aportarle algo a estas personas y a mi país, se convertía en simples paños de agua tibia que aumentaban las cifras y la credibilidad del maquiavélico y cada vez más indignante gobierno de la época. Mis ojos cada día se alejaban más y más del optimismo que los había caracterizado y se sumían en una inmensa desolación y una insalvable impotencia que solo me permitía resignarme a firmar reportes con un número de tarjeta como profesional social.

    Mi familia era una familia promedio, mi padre empleado público, mi ejemplo a seguir y mi superhéroe hasta el día de hoy. Más de la mitad de su vida la había dedicado a trabajar incansablemente por darnos de comer a mi madre, a mis hermanos y a mí, siempre cumplidor de su responsabilidad, siempre poniendo a su familia por encima de cualquier cosa, su más grande logro fue poder darnos un techo, una casa que estaba ubicada en un barrio marginal cuyas calles no contaban con alumbrado público ni pavimento, pero aun así para él y para mi madre era su palacio, y cómo no sentirlo así después de años de pagar alquiler y soportar innumerables humillaciones. La verdad es que sí era un palacio, sobre todo porque cuanto en esa mesa se servía era un banquete, aunque fuera un agua de panela con pan y el comedor fuera una mesa de madera roída y vieja, sencillamente porque estaba preparado con amor, porque una vez dentro de casa el calorcito del hogar nos permitía sentirnos protegidos y resguardados. Para mis hermanos sí que fue cierto que resultaba ser el paraíso, pues tenían una terraza enorme en la que practicaban toda suerte de juegos de roles, lejos de los videojuegos ellos interpretaban y encarnaban sus propios personajes. Pero para mí era diferente, yo era una mujer de 26 años que quería comerse el mundo a mordiscos, que soñaba con viajar y conocer otras culturas, con especializarse, vivir en un mejor sector de la ciudad, vestir a la moda, visitar buenos lugares, etc. —Qué buen trabajo hace la publicidad convirtiendo el consumo en necesidades vitales—. Para mí esa casa lo único que lograba era recordarme día a día lo urgente que resultaba salir de ahí y llevarme conmigo a mi familia, no creo que fuera una desagradecida… solo estaba embebida en la idea de «salir adelante» de «mejorar», como lo dictan las leyes de nuestra sociedad occidental. Esa idea no me permitió ver en la mirada de mi padre su inmensa frustración y sus años de dolor, una tarde en la que con lágrimas en los ojos, después de una terrible descarga de reclamos de mi parte por no vivir en un mejor lugar, me pidió perdón al no haber podido ofrecerme el castillo que según él, yo me merecía. ¡Dios! solo tú sabes lo mucho que a ese hombre yo le agradezco cada uno de sus días de trabajo, cada uno de sus esfuerzos, cada palabra dicha y cada lágrima… ese hombre ha dado su vida por mí y solo ahora que estoy escribiendo estas letras puedo comprenderlo.

    Yo solo pensaba en que quería mejorar mi calidad de vida y la de mi familia, en mi cabeza no cabía que todo fuera sufrimiento y cohibiciones como hasta ahora, yo quería que mis viejos vivieran más tranquilos, que mis hermanos pudieran tener lo necesario en su colegio y luego estudiaran la carrera que quisieran seguir, cargaba sobre mis hombros una inmensa responsabilidad que yo misma me impuse, y que cada día, y sin darme cuenta, lo único que lograba era hacerme sentir más y más frustrada. Mi vida se tornaba gris, no lograba conseguir dinero para poder cumplir mis sueños, por el contrario mi trabajo se volvía infinitamente rutinario, ya no le encontraba sentido a nada, incluso el país lo percibía cuesta abajo, sin posibilidades de empleo, con problemas sociales cada vez más graves, huelgas, violencia, pobreza. Por mi cabeza se paseaba como una abeja que ronda un bizcochuelo de miel, la idea de no existir razón alguna para continuar viviendo, no porque no encontrara solución a un problema específico, sino porque ni siquiera eso, ni siquiera problemas serios había en mi vida; la sentía plana, aburrida, y profesaba que con el tiempo este sentimiento se iba a terminar arraigando, hasta convertirse en una insalvable resignación como la que según yo vivían mis padres y un gran porcentaje de las personas que conocía.

    En la casa teníamos un cuarto de estudio muy amplio, allí estaban colgados todos nuestros diplomas desde el de preescolar en adelante, como haciendo honor a esa vieja creencia de mis ancestros que rezaba, «la mejor herencia que se puede dejar a los hijos es la educación». Una hermosa biblioteca en madera de pared a pared

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