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Canciones de nuestros ancestros inmortales: Música yánesha y la antigua religión del Perú central
Canciones de nuestros ancestros inmortales: Música yánesha y la antigua religión del Perú central
Canciones de nuestros ancestros inmortales: Música yánesha y la antigua religión del Perú central
Libro electrónico532 páginas7 horas

Canciones de nuestros ancestros inmortales: Música yánesha y la antigua religión del Perú central

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El libro muestra cómo, en su rol de historia oral, esta categoría de música-danza ritualizada es una parte de un esquema integral de «textos orales» que también incluyen: decenas de narrativas épicas, con cientos de capítulos y personajes con nombres específicos y rango ancestral; y una memoria colectiva extraordinaria de miles de elementos geográficos, todos vinculados íntimamente con las canciones y narrativas épicas sagradas, además de ubicados de manera dispersa a través de un enorme paisaje natural y cultural que forma un corredor transandino. Así, este libro examina, con mucho más detalle, parte de la evidencia que sugiere que los yánesha y su cultura oral compleja y extensiva descienden de la casta de sacerdotes que en el pasado fueron el centro de poder religioso y secular en la civilización que ocupaba los valles de Chillón, Rímac y Lurín.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 may 2024
ISBN9786123179441
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    Canciones de nuestros ancestros inmortales - Richard Chase Smith

    Portada.jpg

    Richard Chase Smith es doctor en Antropología y Lingüística por la Universidad de Cornell y es uno de los fundadores del Instituto del Bien Común (1998), del que fue su director ejecutivo hasta 2019. Hace más de cincuenta años reside en el Perú, veinticinco de los cuales ha vivido entre el pueblo indígena yánesha, investigando su música, historia oral y etnohistoria, así como la antigua religión transandina practicada entre la costa de Pachacamac y la Selva Central.

    Colección Estudios Amazónicos 6

    Dirección

    Emanuele Fabiano

    Coordinador académico

    Oscar Espinosa de Rivero

    Comité editorial PUCP

    Ana Molina Campodónico

    Deborah Delgado Pugley

    Fernando Roca Alcázar

    Jorge Lossio Chávez

    Roberto Zariquiey Biondi

    Pedro Favaron Peyón

    Comité científico

    Alexandre Surrallés, École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS)

    Carla Jaimes Betancourt, Universität Bonn

    Carlos Eduardo Franky Calvo, Universidad Nacional de Colombia, Sede Amazonía

    Gilton Mendes dos Santos, Universidade Federal do Amazonas (UFAM)

    Marcio Ferreira da Silva, Universidade de São Paulo (USP)

    Patricia Vieira, Centro de Estudos Sociais (CES), Universidade de Coimbra

    Pilar Valenzuela Bismarck, Chapman University

    Jean-Pierre Chaumeil, Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS)

    Núria Sala i Vila, Universitat de Girona

    Dany Mahecha Rubio, Universidad Nacional de Colombia, Sede Amazonía

    Philippe Erikson, Université Paris Nanterre

    Luisa Elvira Belaunde Olschewski, Universidad Nacional Mayor de San Marcos

    (UNMSM)

    Ivette Vallejo Real, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO-Ecuador)

    Richard Chase Smith

    Canciones de nuestros ancestros inmortales

    Música yánesha y la antigua religión del Perú central

    Canciones de nuestros ancestros inmortales

    Música yánesha y la antigua religión del Perú central

    © Richard Chase Smith, 2024

    De esta edición:

    © Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2024

    Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú

    feditor@pucp.edu.pe

    www.fondoeditorial.pucp.edu.pe

    Foto de portada: Celebración con canciones de nuestros ancestros inmortales alrededor de la huanca de Nuestro Padre Ethetar, dibujo de Anselmo Cruz, de la comunidad nativa yánesha Loma Linda, 2005.

    Diseño, diagramación, corrección de estilo y cuidado de la edición: Fondo Editorial PUCP

    Primera edición digital: abril de 2024

    Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.

    Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2024-02979

    e-ISBN: 978-612-317-944-1

    Índice

    Dedicatoria

    Agradecimientos

    Periodo 1966-1981

    Periodo 1982-2018

    Prefacio

    Capítulo I

    .

    El reto de una antropología a profundidad

    Parte uno. Una vida de investigación con los yánesha

    Parte dos. Manteniendo el pasado presente: la importancia crítica de la historia oral

    Parte tres. Los Yánesha: ¿remanentes de un substrato arawak de una religión andino-amazónica?

    Capítulo II

    .

    Historia y contexto: una introducción al amplio mundo de los yánesha

    Parte uno. El pueblo Yánesha hoy

    Parte dos. Una breve historia de los Yánesha y el mundo alrededor de ellos

    Capítulo III

    .

    Dentro del mundo yánesha: una mirada desde la etnología

    Parte uno. La disposición física y social del asentamiento de Wakesho (1973-1981)

    Parte dos. Orden social dentro del mundo yánesha

    Parte tres. Jerarquía e igualdad entre los yánesha

    Parte cuatro. La economía yánesha y el mercado

    Capítulo IV

    .

    Un mundo de ancestros poderosos impulsando la necesidad de mantener el pasado presente

    Parte uno. Nuestra familia ancestral: una jerarquía de tres niveles

    Parte dos. La animación del tiempo, espacio, luz y oscuridad

    Parte tres. La fe yánesha en el retorno de los ancestros: historia, teología e inmortalidad

    Capítulo V

    .

    Música que celebra a los ancestros inmortales: clasificación y estructura

    Parte uno. Pensando y clasificando la música yánesha

    Parte dos. Música privada: canciones para curar, abundancia y entretenimiento

    Parte tres. Música pública: música que celebra a los ancestros inmortales

    Capítulo VI

    .

    La etiología y el poder de la música que celebra a los ancestros

    Parte uno. Explicaciones sobre el origen de la música y celebración de antara y de mujeres

    Parte dos. Explicaciones sobre los orígenes de la música y baile de tambor y cadena

    Parte tres. Explicaciones sobre los orígenes de las canciones individuales

    Parte cuatro. Cómo una canción nace en el corazón de uno

    Parte cinco. El poder inherente de la música que celebra a los ancestros

    Capítulo VII

    .

    Los fundamentos de la continuidad: manteniendo vivos a los ancestros y sus canciones

    Parte uno. Conocimiento y custodia de las canciones ancestrales

    Parte dos. Transmitiendo el conocimiento y la custodia de canciones

    Parte tres. Las canciones ancestrales como camino hacia la continuidad personal y social

    Capítulo VIII

    .

    Un concierto de convergencia: la celebración que regocija a los ancestros en casa

    Parte uno. Las ocasiones para celebrar en casa

    Parte dos. Organizando una celebración doméstica: la cerveza, la comida y las invitaciones

    Parte tres. Compartiendo la alegría, la cerveza y la música ancestral

    Capítulo IX

    .

    Una sinfonía de símbolos: la celebración que regocija a los ancestros como rito devocional en el templo

    Parte uno. La celebración que regocija a los ancestros como la atestiguaron foráneos durante los siglos XIX y XX

    Parte dos. La celebración que regocija a los ancestros en el templo como la atestiguaron los yánesha

    Parte tres. Adoración ceremonial y devocional en la alta Amazonía

    Capítulo X

    .

    Música y ritos de celebración y devoción para los ancestros: manteniendo el pasado presente

    Parte uno. La música que celebra a los ancestros (koshamhñats) como historia oral

    Parte dos. La música que celebra a los ancestros (koshamhñats) como ritual socioreligioso

    Parte tres. Koshamhñats: manteniendo el pasado presente

    Anexos

    Anexo 1.

    Lista de canciones que celebran a los ancestros de las cuatro subcategorías

    Anexo 2.

    Los origines de la celebración de los ancestros (koshamhñats)

    Anexo 3.

    Canciones traídas desde la tierra de los sanerr

    A) Canciones de hombres (con antara)

    B) Canciones de mujer (vocal)

    Anexo 4.

    Testimonios sobre los orígenes y la importancia de seis canciones que celebran a los ancestros (koshamhñats)

    Anexo 5.

    La celebración con koshamhñats en el hogar

    Anexo 6.

    Oración recitada antes de la interpretación de la canción amayesrexh

    Anexo 7.

    Testimonios sobre los ritos religiosos en el templo, incluyendo la interpretación de canciones que celebran a los ancestros

    Anexo 8.

    Transcripción y traducción de la letra de tres canciones koshamhñats

    Anexo 9.

    La historia del sacerdote Wankashpeñ y su templo

    Glosario

    Bibliografía

    Dedicatoria

    A la memoria y honor de Victorianoñ López.

    A los que lo amaban y admiraban su conocimiento de música e historia oral, era conocido como «Poellesheñ», nombre tomado de un pequeño pez que no tiene ojos. Ciego desde nacimiento, dedicó su larga vida a escuchar pacientemente a los mayores mientras relataban las épicas narrativas y cantaban sus canciones sagradas. Así iba acumulando en su memoria un increíble conocimiento y comprensión de la historia y cultura oral yánesha. Siempre fue muy solicitado entre la gente y lo llevaron de comunidad a comunidad, como un archivo vivo y ambulante, para relatar, con gran capacidad teatral, las narrativas y cantar con una voz casi perfecta tanto las canciones de los hombres como las de las mujeres. Durante los cuatro años que trabajamos y vivimos juntos, él se convenció de la necesidad de tomar acción urgente para preservar su conocimiento y para promover su visión de la importancia del patrimonio cultural de su propio pueblo. Él empezó a grabar las canciones y las historias orales archivadas en su memoria hacia principios de 1973. Pasó muchos días y noches en mi casita rústica, en la comunidad de Wakesho, en el valle del río Cacazú. Luego vivió casi un año en mi segunda casa, en la comunidad de Tsachopen, entre 1975 y 1976.

    Su fallecimiento repentino en la comunidad de Cacazú, en agosto de 1976, mientras yo terminaba de escribir mi tesis doctoral en Ithaca, Nueva York, puso un triste fin a nuestra amistad y nuestros planes de colaboración. Su partida representó para mí una pérdida personal, ya que lo quería mucho y desarrollamos una confianza de familia. Pero también fue una gran pérdida para los yánesha, quienes valoraban mucho su conocimiento y sus visitas a sus comunidades. Yo sé que él aún me acompaña y protege desde que nos dejó, ya que siempre se me presenta con sus palabras de sabiduría cuando practico la meditación profunda o cuando participo en una u otra sesión con ayahuasca.

    ¡Que Yato Yos, Yompor Ror Partsesha’ y todos los ancestros poderosos le sigan compadeciendo y que sus descendientes lo levanten cantando sus canciones!

    Grabando una canción de Victorianoñ Miguel en mi casa en Waksho (CN Unión de la Selva Cacazú). Foto de Richard Chase Smith (1973).

    Agradecimientos

    Quiero reconocer y agradecer la contribución de las siguientes personas e instituciones en el desarrollo de la disertación original y de este libro basado en la misma.

    Periodo 1966-1981

    A los yánesha, por su aceptación, hospitalidad y por permitirme la oportunidad de conocerles a ellos como familia y a la vez conocer a mí mismo con mayor profundidad; a mis muchos amigos, amigas, hermanos y hermanas, así como a los que me compartieron su conocimiento sobre su pueblo como sociedad, como cultura y como religión.

    A los que me acompañaron como asistentes en mi casa y en la Casa Cultural Yánesha: Jesús, Pablo, Ñinco, Pedro, Rosa, Juan, Agusto y Pancho, por su interés, entusiasmo y ayuda.

    A los de la comunidad académica que me guiaron en los campos de antropología y lingüística, John V. Murra (asesor principal para el PhD), Donald F. Solá y Bernd Lambert (miembros del comité académico), Donald Lathrap, Tom Zuidema, Bruno Nettl, Ken Kensinger, Stefano Varese y otros.

    A la Comisión Fulbright-Hayes, el Programa de Estudios Latinoamericanos y el Programa HSS, estos últimos de la Universidad de Cornell, por el apoyo para mis estudios e investigación de campo.

    A todos mis amigos y amigas de diferentes países y culturas por compartir conmigo sus casas, recursos, vidas, amor y energía. Un agradecimiento especial a Constance Talbot, quien me acompañó durante casi una década entre los yánesha, preparando masato para las visitas y compartiendo los momentos de alegría y frustración durante nuestra exploración y convivencia con un mundo no-occidental.

    Periodo 1982-2018

    A un gran número de mayores yánesha, entre ellos Gaspar López, Juan Francisco, Martín Ortiz, Llollo Teresa Ballesteros, Llollo Tho’señ, Llollo Kamwewa, Amador Quinchuya, Santiago López, entre muchos otros, quienes me acompañaron y confiaron durante las últimas cinco décadas de aprendizaje.

    A David Maybury-Lewis de la Universidad de Harvard, Ted MacDonald del Cultural Survival y la Fundación Interamericana por la oportunidad y tiempo que me dieron para recuperar mi salud, meterme entre libros y textos históricos, reflexionar y escribir.

    A Oxfam America, la Fundación Ford, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola, Nouvelle Planete/Instituto Marion y el Instituto del Bien Común, entre otras, por el financiamiento, tiempo y espacio; asimismo, a los colegas que me ayudaron a llevar a cabo la investigación y mapeo del espacio histórico-cultural yánesha, la documentación y conservación de varias colecciones de grabaciones y testimonios, la realización de cuatro películas innovadoras y el establecimiento en el Internet del Archivo Digital de la Memoria Yánesha (www.yanesha.com), todo entre los años 1999 y 2015.

    A André Narro, antropólogo peruano, por su paciencia, cuidado y habilidad en la traducción al español de la versión original en inglés.

    Por último, a Espíritu Bautista Pascual, un historiador-investigador yánesha muy dedicado, quien trabajó conmigo entre 1977 y 1980, luego entre 1999 y 2015. Nacido en Yoncollmas, lo educó en casa de manera tradicional su padre hasta los trece años, cuando lo enviaron a la comunidad de Wakesho para aprender a leer y escribir. Él siguió los pasos de Victorianoñ en cuanto a su conocimiento profundo de la historia oral y su deseo de aprender más, de investigar más y de mapear el pasado profundo de su pueblo. Aprendió a usar la computadora, a interpretar y ubicarse con mapas, a manejar bases de datos y apreciar el valor de la investigación guiada por principios científicos, todo como herramientas para complementar y enriquecer la historia oral de su pueblo. Su fallecimiento prematuro, en abril de 2015, una vez más dejó a mí y a su pueblo en luto por la pérdida de una gran persona, un archivo vivo y ambulante de la cultura e historia yánesha.

    Prefacio

    El pueblo Yánesha tiene una historia muy antigua de indagar y honrar a lo sagrado, manteniendo vivos los resultados de sus experiencias mediante una transmisión oral muy disciplinada de lo aprendido y visto; pero también mediante la celebración y rendición de honores a los ancestros poderosos, quienes fueron actores centrales en estas búsquedas y quienes son, hasta hoy, sus guardianes y protectores.

    Las canciones de la categoría koshamhñats del amplio repertorio de música yánesha (llamado en este libro «música/baile que celebra a los ancestros») han sido, durante tal vez los últimos dos o tres milenios, una manera transcendental a través de la cual los miembros de este pueblo andino-amazónico recuerdan y honran a sus ancestros poderosos. Estos mismos ancestros dejaron sus canciones a los yánesha, lamentablemente ahora mortales, como obsequios tangibles del pasado. Son recuerdos de una época sagrada cuando no existía barrera entre los yánesha y los inmortales, cuando podían conversar directamente con el gran animador del universo ubicado en la Isla de San Pedro, frente al gran templo de Pachacamac, o con el Sol, conocido por los nombres «Flor» y «El Poderoso», y su hermana, la Luna, o con muchos otros ancestros que luego se convirtieron en importantes cultivos o notables elementos geográficos en el mundo actual yánesha, o que ascendieron al cielo con el Sol. Además, esta música tan antigua es un recordatorio concreto de la existencia, en el pasado, de un tiempo/espacio bendito, de que su mundo volverá a ser así otra vez, de que los ancestros inmortales volverán a ser visibles de nuevo y de que los yánesha ya no sufrirían la muerte como seres mortales.

    Este libro introduce a los yánesha tal como yo los conocí durante la década y media transcurrida entre 1966 y 1981; pero, a la vez, busca colocarlos dentro de un contexto etnohistórico, lingüístico, arqueológico, etnológico y geográfico mucho más amplio que aquel que pude imaginar en ese tiempo. Por eso, el libro también presenta evidencia sobre su relación íntima e histórica con un paisaje andino-amazónico, desde el océano Pacífico hasta el río Ucayali, que se aclaró para mí con más profundidad durante las últimas cuatro décadas de investigación.

    Aquí me enfoco en la categoría de música y celebración yánesha de regocijo ancestral que era tan importante para los mayores, tanto hombres como mujeres, que conocí durante mi primera década de convivencia con los yánesha. Si bien es cierto que esta categoría es una forma muy importante de ritual colectivo, es también una de las tres formas de historia oral sagrada, las cuales, mediante su interacción, mantienen presente el pasado. A través de estos diez capítulos, mostraré cómo, en su rol de historia oral, esta categoría de música-danza ritualizada es una parte de un esquema integral de «textos orales» que también incluyen: decenas de narrativas épicas, con cientos de capítulos y personajes con nombres específicos y rango ancestral; y una memoria colectiva extraordinaria de miles de elementos geográficos, todos vinculados íntimamente con las canciones y narrativas épicas sagradas, además de ubicados de manera dispersa a través de un enorme paisaje natural y cultural que forma un corredor transandino. Así, este libro examina, con mucho más detalle, parte de la evidencia que sugiere que los yánesha y su cultura oral compleja y extensiva descienden de la casta de sacerdotes que en el pasado fueron el centro de poder religioso y secular en la civilización que ocupaba los valles de Chillón, Rímac y Lurín.

    El texto de este libro se basa en mi tesis doctoral, aceptada en 1976 por la Facultad de Antropología de la Universidad de Cornell, bajo la asesoría del etnohistoriador del mundo andino John V. Murra y con aportes importantes del lingüista especializado en el idioma quechua Donald Solá, el arqueólogo de la Amazonía alta Donald Lathrap y el etnomusicólogo Bruno Nettl. El primer capítulo es completamente nuevo y se basa en mi trabajo subsecuente, tanto documentario en el sistema de bibliotecas y archivos de la Universidad de Harvard y del Perú, como en el campo con varias decenas de ancianos yánesha, mediante un gran proyecto de mapeo de su espacio histórico-cultural entre 1999 y 2015. Los capítulos 2 y 3 son una combinación de textos actualizados de la tesis y textos nuevos escritos durante las últimas décadas. Los capítulos 4 al 9, que considero los centrales del libro, son versiones actualizadas y en algunos casos expandidas de los capítulos 3 al 8 de la tesis original. El capítulo 10 es una nueva síntesis de lo original y lo nuevo que intenta desarrollar conclusiones y preparar al lector para el próximo tomo, que se enfocará en las narrativas épicas y su relación con los paisajes costeños, andinos y amazónicos dentro de los cuales estos acontecimientos ancestrales se llevaron a cabo.

    Capítulo I

    .

    El reto de una antropología a profundidad

    Parte uno. Una vida de investigación con los yánesha

    A) Los primeros años (1966-1981)

    Mi primer contacto con el pueblo indígena Yánesha fue en octubre de 1966, poco después de mudarme al pueblo peruano de Oxapampa como voluntario del Cuerpo de Paz de Estados Unidos de América. Junto con la trabajadora social peruana Mercedes Sancho-Dávila, pasé los siguientes tres años trabajando con los yánesha; al principio, solo con unos pocos asentamientos alrededor de Oxapampa y expandiendo gradualmente esa base hacia los otros asentamientos yánesha y algunos asháninka.

    Dirigí un esfuerzo mayor, durante esos años, a dos objetivos. El primero fue asegurar un reconocimiento, por parte del gobierno central, de los derechos a la tierra de las familias indígenas, así como los títulos reales sobre áreas de tamaño suficiente para mantener a la población. El segundo fue crear organizaciones viables a nivel de comunidad y grupo étnico que promoverían su sentido de identidad como pueblo indígena, tomando ventaja de esta para confrontar colectivamente algunas de las raíces y agentes del cambio que se estaba dando (Chirif, 1974; Sancho Dávila y Smith, 1969; Smith, 1969 y 1974). En ambos casos, fuimos razonablemente exitosos.

    Durante aquel tiempo, descubrí tanto el concepto y la realidad de una cultura, una que era a la vez completa y distinta a la mía, que, hasta ese entonces, había eludido mi campo de experiencia. Durante esos tres años, recogí información de todos los aspectos de la cultura yánesha; luego, regresé a los Estados Unidos en 1969 para iniciar estudios de posgrado con manojos de genealogías, planos de distribución de aldeas, terminologías de parentesco, canciones e historia oral grabadas y un conocimiento rudimentario de la lengua yánesha.

    Retorné con los yánesha por tres meses durante el verano de 1970, con fondos del Programa de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Cornell, para grabar historia oral con ancianos yánesha de diferentes asentamientos. En un caso, durante ese verano, un amigo organizó para mí una sesión de grabación con su abuelo, quien vivía en Gramazú, y colaboró aún más conmigo traduciendo mis preguntas y alentando al anciano a hablar. Sin embargo, para mi decepción, este pasó casi toda la entrevista tocando su antara¹. Caí en cuenta, meses después, que él me estaba enseñando algo: grabar y preservar sus canciones era mucho más importante que las memorias de su niñez. Estas canciones parecían expresar todo lo que era importante para él. Hacia el final del verano, entendí que, por alguna razón, ciertas categorías de canciones eran muy importantes para los yánesha.

    Decidí que era importante que mi proyecto de investigación de tesis sea guiado en todo momento por las pistas que los yánesha mismos ofrecían. El supuesto era que, mirando en detalle todas aquellas áreas que la gente misma enfatizaba, yo podría entender más fácilmente las cuestiones importantes de su cultura. Después de revisar la información que tenía sobre los yánesha, establecí una hipótesis de trabajo muy general: ellos reflejan, a través de sus canciones, el vasto y complicado sistema de asociaciones que conecta y unifica sus conceptos de sociedad y cosmos (Smith, 1977 y 1982). Koshamñats o «música que celebra² a los ancestros» (como postulo) ofrecía no solo una interesante área de investigación en sí misma, sino también un prometedor punto de entrada para investigar y entender su mundo de personajes, historias y mensajes ancestrales que parecían tan importantes para ellos.

    Además, mis observaciones iniciales me llevaron a concluir que lo que había llamado una celebración para los ancestros, la ocasión principal para la interpretación de esta categoría de música, era más que una simple reunión social, como otros antropólogos sugirieron para otros grupos en el área de la alta Amazonía (Steward, 1948; Lyon, 1967; Weiss, 1969, 1973 y 1974). Me parecía ser un importante ritual que expresaba simbólicamente, a través de estas canciones, importantes temas religiosos y sociales. Como no había, en aquel tiempo, descripciones adecuadas de estas celebraciones para ningún grupo de la alta Amazonía, parecía una tarea importante de mi investigación el describir en detalle todos sus componentes y sus significados.

    Comencé mi trabajo de campo formal en enero de 1973, con el apoyo de Fullbright-Hays Dissertation Fellowship, recibiendo después fondos adicionales del Programa de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Cornell. Permanecí en el campo hasta mayo de 1976. Luego de un periodo de seis meses en Estados Unidos, regresé a Perú para vivir, trabajar e investigar entre los yánesha hasta julio de 1981.

    Decidí establecer dos sitios para llevar mi investigación: un campamento base permanente y un sitio para cortos periodos de estudios de campo intensivos. Establecí el campamento base en el sector de Miraflores de la comunidad de Tsachopen, ubicado a ocho kilómetros del pueblo de Oxapampa. Aunque esta comunidad había sufrido un considerable cambio cultural, ofrecía la ventaja de fácil accesibilidad. No obstante, enfrenté una serie de problemas al elegir el segundo lugar.

    Como muestro con mayor detalle en los capítulos 2 y 3, durante la época de mi trabajo de campo inicial, la situación de contacto entre los yánesha y la sociedad nacional variaba enormemente de un área a la otra. Foráneos habían invadido algunas regiones causando serias dislocaciones de la población nativa; mientras, en otras que todavía no habían sido abiertas por medio de carreteras a la colonización, la población nativa aún habitaba sus tierras ancestrales (Smith, 1974). Por aquel tiempo, misioneros cristianos sometieron muchas comunidades a sus enseñanzas y presiones: los misioneros franciscanos de la Iglesia católica, por más de doscientos años; los misioneros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, por cincuenta años; y los misioneros evangélicos, a través del Instituto Lingüístico de Verano, por veinticinco años (Smith, 1975 y 1981). A la vez, una sección transversal de grupos diferente se había vuelto dependiente de la economía de mercado para su sustento, mientras otros permanecían prácticamente independientes de ella.

    Debido a que mi investigación se centraba en la celebración ritual de la música, la elección de lugares tenía que basarse en la vitalidad relativa de la tradición musical. Solo por esta razón, pude eliminar la mayoría salvo seis asentamientos, ya que la celebración había prácticamente desaparecido en los demás. Limité la decisión a dos áreas y las visité por alrededor de una semana cada una para discutir mis planes e intereses con los miembros de la comunidad. Por último, elegí el asentamiento localizado en el valle del río Cacazú, cerca de día y medio de viaje desde Miraflores. La decisión se basó en cuatro consideraciones: la tradición musical era relativamente fuerte aún; el área inaccesible por carretera, razón por la cual no había sufrido los resultados de amplias invasiones de tierra por parte de colonos; que era un pequeño asentamiento (veintiuna familias), compuesto por un núcleo de personas nativas del área; y la influencia de los misioneros evangélicos aparentaba ser menor.

    Me mudé al asentamiento de Wakesho a finales de marzo de 1973, cargando en la mochila decenas de kilos de equipo sobre un sendero muy difícil y lodoso que bajaba por un estrecho valle. Aquí encontré a cada familia nuclear viviendo en casas separadas, localizadas a considerable distancia unas de otras. Durante los primeros cuatro meses, compartí una gran casa con una familia yánesha. Desafortunadamente, estaba al costado del campo de fútbol, en el camino principal que atravesaba el valle. La casa no tenía paredes. Como muchos antropólogos, me vi forzado a reexaminar mi concepto y necesidad de privacidad. Mi vida estaba por completo expuesta al escrutinio público, incluida toda la gente que viajaba por el valle hacia arriba o abajo, además de todos los futbolistas y espectadores.

    Por agosto de ese año, los yánesha construyeron una pequeña casa para mí, hecha de materiales nativos, algo alejada del camino principal, lo que me permitió recuperar algo de mi privacidad y, al mismo tiempo, observar las idas y venidas del asentamiento. Pasé nueve meses en este asentamiento el primer año. En enero de 1974, regresé al campamento base para pasar los meses de la época de lluvias trabajando con tres asistentes yánesha. Cuando la temporada seca retornó, una vez más me aventuré hacia las zonas más aisladas, pasando tres meses entre otros dos asentamientos y luego dos más en el sitio original de Wakesho. Una enfermedad me forzó a descansar por unos pocos meses, después de los cuales trabajé principalmente en el campamento base con interlocutores nativos de diferentes asentamientos. Continué utilizando mi casa en Wakesho, con algunas mejoras, hasta 1981.

    Durante el primer año en Wakesho, empleé varios métodos de campo tradicionales. A través de extensas entrevistas formales e informales, recogí una amplia variedad de data sobre parentesco y organización social, incluyendo genealogías, patrones de vida, terminología y sistema de parentesco. Participé en gran diversidad de actividades diarias, que incluía la limpieza y plantación de jardines, construcción de casas, expediciones de pesca y recolección de fruta y materiales. Acompañé pequeños grupos en viajes de visita a asentamientos vecinos y atendí numerosas celebraciones, ritos de cura, ceremonias de iniciación y funerales. A lo largo de este periodo, conservé un diario de observaciones.

    Por dos horas diarias, trabajé con un asistente pagado, un joven, en el análisis y aprendizaje de la lengua. Mantuvimos este itinerario por más de seis meses, tiempo durante el cual recolecté listas de palabras de todo tipo. Lo interrogué sobre terminología de parentesco y relaciones; en general, recogí sus ideas sobre cualquier tema interesante que se presentase. Por último, con su ayuda, grabé más de cien horas de canciones e historia oral intentando obtener tanto versiones completas como aquellas señaladas como precisas por consenso de la aldea. Este trabajo no se dio sin un gran número de problemas y frustraciones, muchos de los cuales provenían de las presiones desintegrativas ejercidas sobre los yánesha por el mundo exterior. Encontré que los efectos de esta situación eran en especial profundos en los campos de la religión, el ritual y la música. Estuve extremadamente perturbado al descubrir que, incluso en Wakesho, la celebración con la categoría de música que me interesaba estaba peligrosamente cerca de desaparecer; canciones siéndose estaban perdiendo y olvidando; además, las celebraciones se realizaban con menos frecuencia cada año. Este problema y mis sentimientos acerca del mismo son claros en la siguiente entrada realizada en mi diario el 16 de octubre de 1973:

    Parece que cada vez que acudo a una celebración que dura toda la noche, soy invadido por un sentimiento de tristeza y frustración. Inevitablemente, los cambios y nuevos valores a los que los yánesha están sujetos influencian estas ocasiones sagradas y paralizan la realización de la música y danza. La celebración de anoche no fue una excepción. Muy pocas personas quisieron tocar sus canciones y, cuando lo hicieron, eran afortunados si alguna otra los acompañaba.

    Alrededor de las nueve en punto, alguien sacó un tocadiscos portátil y todos los jóvenes se entregaron al monótono ritmo de la popular cumbia. Cuando cada disco iniciaba, había una ráfaga de acción mientras los jóvenes se precipitaban a coger una chica para bailar. Muchos de los mayores se quejaban silenciosamente acerca del tocadiscos, pero continuaban con su música tradicional, a pesar de su competencia. Hacia la medianoche el koshamñats se quedó sin energía; los hombres y mujeres mayores se retiraron al calor del fuego. El tocadiscos y la cumbia habían ganado. Me fui a dormir.

    Traté de comprender lo que estaba pasando en un esfuerzo por evitar que la tristeza me trague. La celebración tradicional, la reunión para beber cerveza de mandioca y tocar la música que celebra a los ancestros, había sido secularizada; su plenitud trascendental había sido perdida. Ya no era mantenida para hacer felices a los ancestros; no era más una celebración de relaciones cósmicas, de relaciones sociales y de relaciones ecológicas, todas las cuales son relaciones sagradas. Está perdiendo su raison d’être. Se está convirtiendo en solo otra forma de entretenimiento, folklore para el hombre blanco.

    ¿Por qué está sucediendo esto? Hay muchas razones: misioneros, escuelas, la abrumadora presión de la cultura del hombre blanco. Los misioneros, especialmente los evangelistas y los adventistas, inculcan un código moral que condena aquellas celebraciones como pecado: la cerveza de mandioca, la coca, la música y, por supuesto, las oraciones rituales y ofrendas son calificadas de obras de Satanás. Los misioneros han manipulado los símbolos religiosos yánesha para despojarlos de su significado tradicional. Están desgarrando el corazón de estas celebraciones sagradas; y eventualmente desgarrarán el alma del ser yánesha. El vacío que crean es fácilmente llenado por otros aspectos del mundo del hombre blanco: la radio, el alcohol, consumismo e incluso evangelismo. Y, fiel a las formas, los yánesha se convierten en instrumentos pasivos de estas fuerzas —sus relaciones con su mundo externo ya no están basadas en la creación y re-creación.

    Se hizo claro para mí que no era solo información acerca de la celebración para los ancestros y el sentido de orden cósmico lo que se perdía, sino que la comprensión individual y colectiva de estos dos campos y la relación entre ellos estaban erosionando rápidamente. Para algunas pocas personas ya bastante ancianas, toda la figura compleja era clara y todavía tenía sentido; para muchos de mediana edad, algunas partes eran conocidas y hacían sentido; pero para la mayoría de los jóvenes, muy poco era conocido o entendido.

    Consecuentemente, estuve obligado a usar una amplia variedad de interlocutores, cada uno aportando un poco de información o conocimiento. He recogido información de algunos aspectos de esta investigación de más de cien personas, muchos de los cuales trabajaron conmigo en una situación estructurada, ya sea grabando, siendo entrevistados o traduciendo. De este número, más de treinta grabaron voluntariamente una canción completa³.

    Algunos eran capaces de ofrecerme una riqueza de información, así como gran número de canciones y narrativas. Mi interlocutor masculino principal tenía más de 65 años y era ciego desde el nacimiento. Había nacido en Wakesho, pero pasaba la mayor parte de su tiempo viajando de aldea en aldea, donde aprendía canciones e historia oral mientras se trasladaba. Era ampliamente conocido, respetado y querido entre los yánesha por su vasto conocimiento de estos temas.

    Lo conocí durante mi primer año en Wakesho y usualmente se quedaba en mi pequeña casa por días enteros escuchando mi grabadora. Pronto estuvo convencido de la idea de grabar sus propias canciones y narrativas para mantenerlas seguras. Luego me acompañó a mi campamento base y se quedó por seis meses grabando música y tradición oral, sirviendo como interlocutor y, en una ocasión, curándome de un caso de brujería, con lo que demostró su estatus como chamán. Él grabó un total de trece canciones completas y varias docenas de narrativas.

    Mi principal interlocutor femenina también había nacido en el valle de Cacazú y no tuvo contacto con la sociedad nacional hasta los dieciséis años. Hoy en día ella tiene treinta años. Se casó con un hombre yánesha del área de Oxapampa y se mudó allí para criar a su familia. Después de más de diez años en el sector de Miraflores, dejó su vestimenta nativa y aprendió a hablar español fluido. Su conocimiento de canciones, tradición oral y otros aspectos de la vida tradicional eran formidables, al igual que su voluntad de que sean grabadas, interpretadas y preservadas para futuras generaciones de yáneshas. Ella y su esposo más tarde se convirtieron en Adventistas del Séptimo Día y se mudaron a la comunidad de Loma Linda. Ella ya no está dispuesta a cantar y narrar las historias orales.

    Para analizar los materiales grabados, trabajé con tres asistentes pagados, quienes transcribieron los textos y, junto a mí, los tradujeron e interpretaron. Ellos tomaron gran interés en el trabajo y regresaron a sus asentamientos con gran deseo de hacer sus propias investigaciones. También trabajé con unos pocos interlocutores seleccionados, quienes me ayudaron en la interpretación de textos y a clarificar los significados de ciertos términos difíciles. Este trabajo, como toda mi interacción con los yánesha, se llevó a cabo tanto en lengua nativa como en español.

    Reuní materiales orales en español y en yánesha. Testimonios solicitados a menudo se grabaron en cinta; además, se registraron declaraciones no solicitadas, con mayor frecuencia, por escritura en forma muy abreviada. Los testimonios grabados probaron ser fuentes de información extremadamente valiosas, ya que podían ser luego transcritas, traducidas e interpretadas por otros interlocutores. Además, al comparar diferentes versiones grabadas de la misma narrativa, fui capaz de obtener mayor detalle y conocimientos adicionales.

    En muchos aspectos, esta serie de investigaciones fueron un trabajo de historia, ya que se ocupan de muchos fenómenos culturales —la «música que celebra a los ancestros», el complejo templo-sacerdote, la búsqueda de canciones, ancestros poderosos y ritos religiosos centrados en una figura solar—, los cuales, como víctimas de la expansión del mundo occidental, son ahora, en 2023, en gran medida, reliquias del pasado. He dicho antes que la «música que celebra a los ancestros» era regularmente tocada en solo 14 de 47 asentamientos, que el último templo fue abandonado con la muerte del sacerdote en 1974, que la búsqueda de poder a través de la acumulación de dinero ya estaba reemplazando la búsqueda de poder por medio de canciones y que un cristianismo fundamentalista estaba ganando rápido la batalla contra una religión basada en una extensa gama de poderosos ancestros.

    Desafortunadamente, ninguno de los foráneos que participaron en ese proceso u observaron a los yánesha durante tiempos anteriores se tomó la molestia de registrar su mundo tradicional. Misioneros franciscanos de los siglos XVII y XVIII prefirieron contar cabezas de conversos, libros de biblioteca y mártires anónimos entre sus cálculos en vez de describir lo que observaban entre los yánesha. Los franciscanos de los siglos XIX y XX dejaron cortos testimonios de sus observaciones, pero su sesgo y falta de detalle y comprensión los hacía prácticamente inútiles para mis propósitos. Los más recientes misioneros-lingüistas del Instituto Lingüístico de Verano dejaron algunos análisis lingüísticos y descripciones importantes, pero casi ninguna información u observación publicada sobre el pensamiento o la práctica tradicional. Las únicas excepciones posibles son la publicación de P. Fast (1953) del segmento de una versión de una narrativa épica sobre el inca y la publicación del Diccionario yánesha de Martha Duff-Tripp, el cual contiene importantes definiciones de términos complejos y poco usados relacionados con pensamiento y conceptos religiosos (Duff-Tripp, 1998; Fast, 1953; Smith, 1981)⁴. Asimismo, la misión adventista, cuyo trabajo desde su base original en Ucayali y luego desde Metraro (Perené), a partir de 1920, la cual tuvo una profunda influencia en un sector de los yánesha que viven en las comunidades de Loma Linda y Tsachopen; sin embargo, esta misión cristiana no dejó documentación de la cultura yánesha o del pensamiento religioso tradicional. Así,

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