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Jorge Peña Hen (1928-1973): Músico, maestro y humanista mártir
Jorge Peña Hen (1928-1973): Músico, maestro y humanista mártir
Jorge Peña Hen (1928-1973): Músico, maestro y humanista mártir
Libro electrónico303 páginas5 horas

Jorge Peña Hen (1928-1973): Músico, maestro y humanista mártir

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En el contexto del bullente movimiento musical que vivió Chile hacia 1940, un joven provinciano ingresa al Conservatorio Nacional, y con 18 años de edad comienza a dar muestras de la multifacética vocación artística que marcaría su vida: como instrumentista, en el piano, el violín y el cello; como compositor; como director de orquesta y de coros; como organizador de conjuntos musicales y de presentación de obras; como pedagogo lleno de mística. A los 45 años de edad, la vida y la fecunda obra de ese hombre fueron segadas. El 16 de septiembre de 1973, sin ningún tipo de juicio, el maestro, el músico, caía fusilado junto a otros catorce prisioneros en la primera jornada de la Caravana de la Muerte, misión criminal que iba a dejar una estela de horror y que acabaría con la vida de más de setenta personas en el norte del país. Ese hombre joven, músico y militante de la vida era Jorge Peña Hen. Ésta es su historia.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento21 mar 2017
ISBN9789560005953
Jorge Peña Hen (1928-1973): Músico, maestro y humanista mártir

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    Jorge Peña Hen (1928-1973) - Miguel Castillo Didier

    Miguel Castillo Didier

    Jorge Peña Hen (1928-1973)

    Músico, maestro y humanista mártir

    LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL

    © LOM Ediciones

    Primera edición, 2016

    ISBN Impreso: 978-956-00-0595-3

    ISBN Digital: 978-956-00-0917-3

    Diseño, Composición y Diagramación

    LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago

    Fono: (56-2) 688 52 73 • Fax: (56-2) 696 63 88

    www.lom.cl

    lom@lom.cl

    «Llevar la belleza a todos, llevar la música a todos

    y a todas partes, y hacer a través del arte más hermosa

    y plena la vida y mejor y más fraterno al ser humano:

    por esto vivió y murió Jorge Peña Hen».

    Caín, ¿qué has hecho? La sangre de tu hermano

    clama a Mí desde la tierra.

    En La Serena fue el crimen:

    ¡en su ciudad!

    Todo libro se escribe con trabajo y amor.

    Este libro se ha escrito además con lágrimas.

    El autor dedica su trabajo a la memoria de los 72 mártires del Norte, de octubre de 1973, en los nombres del artista Jorge Peña Hen, de los abogados Carlos Berger Guralnik y Roberto Guzmán Santa Cruz, del doctor Jorge Jordán Domic, del profesor Mario Ramírez Sepúlveda, de José Saavedra, colegial de 17 años; y al recuerdo de todos los mártires de Chile en la persona de Carlos Fariña, niño de 13 años, cuya vida segaron seis balas que le dispararon por la espalda.

    Y a las madres, padres, esposas, hijos y hermanos de los mártires, mártires también ellos, en la persona de la doctora Dora Guralnik de Berger, cuya vida aniquilaron quince años de buscar los restos de su hijo.

    El autor expresa sus agradecimientos a Nella Camarda, viuda de Jorge Peña Hen, sin cuya colaboración este libro no habría sido posible; a María Fedora y Juan Cristián Peña Camarda, Silvia Peña Hen, Agustín Cullell, Gustavo Becerra, Raúl Pizarro, que contribuyeron generosamente a este trabajo; a Elizabeth Cortés, que recopiló importante documentación para su memoria universitaria sobre la vida y obra del Maestro.

    Presentación

    Historiar una vida siempre es difícil. Tratar de describir con palabras lo que fue acción, pasión, sentimiento, anhelos, inquietudes, alegrías, tristezas, esfuerzos, logros, fracasos, trabajos, lucha, no puede ser sino arduo. Y mucho más ardua resulta la tarea cuando se trata de una vida tan singular como fue la de Jorge Peña Hen; vida para la cual los calificativos quedan siempre descoloridos. Extraordinaria, excepcional, ejemplar, pero paradojalmente «inimitable». Inimitable en el sentido de que resulta casi imposible que se dé una persona capaz de desarrollar en el lapso de veintitrés años las actividades que cumplió este artista. Cuando se trata de seguir la trayectoria vital de Jorge Peña Hen, en las impresiones que se tienen se mezclan la admiración y el asombro. Sin duda que fue una personalidad de las que muy de tarde en tarde se dan en el país y en el mundo. De una amplia concepción universal y humanista; con privilegiadas dotes como artista; de una generosidad increíble para darse a la noble pasión de enseñar; de una tenacidad sin límites para hacer realidad empresas artísticas casi imposibles; con una extraordinaria capacidad para organizar y aunar voluntades y esfuerzos para y por el arte; intérprete de varios instrumentos musicales; compositor de alta inspiración; hombre para quien eran fundamentales los valores de la paz, la tolerancia, la justicia, la fraternidad, traducidos en un compromiso nunca desmentido con el ideal de una sociedad más justa y fraterna.

    Su obra, en una vida segada a los 45 años, asombra. El formidable movimiento musical del Norte, con sus repercusiones en la vida musical del país y aún de varias naciones hermanas, fue fruto de sus anhelos y sus esfuerzos: la Sociedad Juan Sebastián Bach, la primera y segunda Orquesta de Cámara Bach, la Orquesta Filarmónica de La Serena, el Coro Polifónico de aquella institución, el Conservatorio Regional de La Serena, la Escuela Experimental de Música, la primera Orquesta Sinfónica Infantil de Chile y del continente, la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Chile en La Serena, la renovación de la enseñanza musical, la formación de centenares de músicos, los centenares de conciertos realizados en los más distintos lugares del Norte. Llevar la música a todas partes y a todos y hacer a través del arte más hermosa y plena la vida y mejor al ser humano. Por esto vivió y murió Jorge Peña Hen, músico, maestro y humanista mártir.

    Miguel Castillo Didier

    Diciembre de 1999

    I

    La música en Chile en la década del cuarenta

    Los comienzos del siglo xx marcan una época de inquietudes renovadoras en el panorama musical de Chile. En la segunda década, se crean organismos como la Sociedad Orquestal de Chile y la Sociedad Musical Santa Cecilia, instituciones de vida breve pero activa; y surge el grupo de Los Diez, «el primer núcleo de avanzada de la cultura chilena, en la síntesis fraterna que acometieron de poesía, música y artes plásticas»¹. Entre Los Diez, los primeros Diez, estuvieron los músicos Alfonso Leng (1884-1974), Acario Cotapos (1889-1969) y Alberto García Guerrero (1886 –1959).

    En 1917 nació la Sociedad Bach, en la forma de un coro de jóvenes estudiantes, animados por el deseo de ampliar la limitada vida musical chilena, con la voluntad de cantar y difundir principalmente obras vocales de las épocas de la polifonía y del barroco. Las inquietudes de ese grupo, liderado por Domingo Santa Cruz Wilson (1899-1987)², se canalizaron a partir de 1924, al tomar la Sociedad Bach el carácter de una organización pública. Los jóvenes salieron a la palestra de la acción con objetivos ambiciosos: «Fiscalizar el movimiento musical de Chile y auspiciar la formación de un cuarteto, una orquesta y la creación de una revista musical». Se imponían la tarea de «dar a conocer el pasado musical para comprender el arte del presente». Para ello proclamaban que harían «obra apostólica» [...] «creando los organismos musicales sinfónicos, corales, de música de cámara y auspiciando todos aquellos medios que harán que no nos sea necesario salir del país ni esperar la casual venida de artistas extranjeros para poseer una completa y equilibrada cultura musical»³. Una parte importante de la acción de la Sociedad Bach se centró en el tema de la modernización de la enseñanza musical, para lo cual postuló la transformación del Conservatorio Nacional en una Escuela Superior de Música y la renovación total de sus métodos y planes de estudios. El Conservatorio Bach, creado por la Sociedad en 1926, quiso ser un modelo en este sentido.

    Sabido es que la disolución de la Sociedad Bach en 1932 fue la natural consecuencia del cumplimiento de algunas de sus principales metas, como la reforma del Conservatorio, en 1928; la creación en 1929 de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, a la cual se integró aquél; y la fundación, en 1931, de la Asociación Nacional de Conciertos Sinfónicos, que formó, con apoyo gubernamental, una orquesta estable (que sería antecedente directo de la futura Orquesta Sinfónica de Chile).

    La Sociedad Bach al disolverse había contribuido al nacimiento del movimiento coral chileno, a la renovación de la enseñanza musical especializada, y había abierto el camino hacia la creación, en la década del cuarenta, de instituciones nacionales dedicadas al quehacer musical y de conjuntos musicales estables sostenidos con apoyo estatal⁴.

    En realidad, no hay duda de que 1940 marca también el inicio de una serie de hechos que cambiarían la «fisonomía institucional» de la música en el país. Ese año, en octubre, la promulgación de la ley 6696, que creó el Instituto de Extensión Musical, abrió paso al nacimiento de varios organismos y conjuntos musicales estables, fundamentales para el desarrollo de la vida musical de Chile. La Revista Musical Chilena, al hacer el recuento de la labor del Instituto de Extensión Musical hasta 1950, lo caracterizaba calificándolo como «una de las iniciativas más novedosas y originales que se hayan fundado en país alguno para fomentar y sostener la vida de la música»⁵.

    Dos años después de su creación, el Instituto se integró a la Universidad de Chile y en 1962 quedó bajo la dependencia de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales.

    La década del cuarenta fue la que vio nacer instituciones y conjuntos fundamentales, dependientes o ligados al Instituto de Extensión Musical: la Orquesta Sinfónica de Chile, en 1941; el Instituto de Investigaciones Folklóricas en 1943; el Coro de la Universidad de Chile⁶, del que fuera creador y alma Mario Baeza Gajardo (1916-1998), en 1945; la Revista Musical Chilena y el Ballet Nacional, también en 1945; el Instituto de Investigaciones Musicales en 1947. En 1948 nace la Facultad de Ciencias y Artes Musicales, al dividirse la antigua Facultad de Artes de la Universidad de Chile. Ese mismo año se inicia la serie de los Festivales de Música Chilena.

    La creación de estos organismos, el inicio de sus actividades, así como de otras instituciones públicas y privadas, tuvieron una gran importancia. Entre los organismos privados, hay que mencionar la Escuela Moderna de Música, creada en 1940 por Juan Orrego-Salas, Alfonso Letelier, René Amengual, Elena Waiss y Zoltan Fischer, todos ellos profesores del Conservatorio Nacional. Es de destacar en todo este proceso la labor de la Universidad de Chile. Samuel Claro (1934-1994) la resumía con estas palabras:

    La acción de la Universidad de Chile en el desarrollo de la música nacional ha sido determinante, con el concurso de sus organismos especializados, tales como el Instituto de Extensión Musical, el Conservatorio Nacional de Música y el Instituto de Investigaciones Musicales, incorporando así la extensión musical, la docencia y la investigación al quehacer artístico y cultural del país. Ésta y la labor de otras universidades, de organismos privados y de personas [...] han dado a nuestro país un sitio destacado entre las naciones del continente⁷.

    Veremos más adelante que estudiantes de la Universidad de Chile, como Alfonso Castagneto y Jorge Peña, encabezaron el movimiento que habría de complementar en el Norte la obra gruesa que se estaba creando en el centro del país. Como Presidente del Centro de Alumnos del Conservatorio Nacional, Jorge Peña reconocerá en 1949 el valor fundamental de las tareas hasta entonces cumplidas, pero, a la vez, señalará las falencias principales: todo lo realizado beneficiaba esencialmente a la capital y la región central y a sectores sociales acomodados y medios. Faltaba mucho por hacer para que la música llegara a las regiones y a los vastos sectores populares. En una entrevista publicada en Valparaíso, en 1962, Jorge Peña respondió así a la pregunta «¿Qué opina del movimiento musical chileno?»:

    Vive un momento interesantísimo. De 1925 a 1930 hubo lo que se llamó el movimiento depurador. Quiso renovar la enseñanza musical y crear una tradición de música sinfónica, de cámara, todo lo cual implicaba dar a conocer la música que en Chile no se conocía por estar el ambiente impregnado de la ópera italiana. Este movimiento llegó en 1940 a grandes realizaciones. Entre ellas se cuenta en primer lugar la creación del Instituto de Extensión Musical. Éste realizó una importante labor en la década del cuarenta al cincuenta; en ese momento comenzó un insospechado florecimiento de iniciativas musicales, no sólo en Santiago, sino en provincias. Así nos encontramos con la creación de orquestas en diversas partes de Chile y con la aparición de conjuntos corales en todas partes. Todo esto [en provincias] se desarrolla en base del empuje privado y con la carencia de elementos técnicos, instrumentistas y directores⁸.

    Y una vez que aquellos jóvenes, secundados por un grupo de personas idealistas y abnegadas, iniciaran en La Serena un pujante movimiento artístico, sería también la Universidad de Chile la que captaría el significado de dicha iniciativa y la que iba a prestar su patrocinio institucional.

    Es de justicia señalar que los avances logrados en la década del cuarenta tuvieron antecedentes en anteriores esfuerzos de músicos, profesionales y aficionados, y de personas amantes de la música. Hemos visto lo que significó la acción de la Sociedad Bach en la década del veinte y de la Asociación Nacional de Conciertos Sinfónicos en la del treinta. También, aún ya desde el siglo pasado, hubo en diversas ciudades organizaciones privadas que surgieron con el noble afán de hacer música y difundirla. Entre esas instituciones se mencionan el Club Musical de Santiago, creado en 1871; la Sociedad de Música Clásica, nacida en 1879; la Sociedad Cuarteto, fundada en 1885⁹; la Sociedad Italiana Musical de Copiapó, en 1877; la Sociedad Filarmónica de Copiapó, fundada hacia 1883 por Isidora Zegers (1803-1889); el Club de la Unión de Valdivia, creado en 1879; la Sociedad Musical Reformada de Valparaíso, en 1881. Éstas y otras organizaciones tuvieron por lo general una vida más bien breve, pero aun así desempeñaron un papel importante. En nuestra centuria, también se crearon asociaciones de ese tipo, como la Sociedad Orquestal de Chile, en Santiago, en 1921; el Grupo Musical Palestrina de Temuco, en 1933. En La Serena se menciona una orquesta, creada por Alfredo Berndt, en 1927. En la misma década del cuarenta, paralelamente a las nuevas instituciones que surgían en el centro de Chile, nacieron organismos privados para el cultivo y difusión de la música en provincias: en 1943 la Sociedad Musical de Osorno; en 1946 la Sociedad Santa Cecilia de Chillán y la Sociedad Musical de Puerto Montt. Y precisamente en el filo de las décadas del cuarenta y del 50, nacerá en La Serena la Sociedad Juan Sebastián Bach. Tres años después, en 1953, surgirá la Sociedad Musical de Ovalle «Dr. Antonio Tirado Lamas». Más al norte funcionará la Sociedad Musical de Antofagasta.

    Es precisamente en la década del cuarenta, en una época tan importante para el desarrollo de la música en el país, cuando estudiará en las aulas de la Universidad de Chile, en el Conservatorio Nacional, un adolescente Jorge Washington Peña Hen, al tiempo que el joven músico Mario Baeza Gajardo iniciará su labor con el Coro de la Universidad. Cincuenta y tres años después, el maestro Fernando Rosas diría que ellos «son los hombres más relevantes de la vida musical chilena en la segunda mitad del siglo XX»¹⁰.

    1 Samuel Claro Valdés, «La música en el siglo

    xx

    », en S. Claro Valdés y J. Urrutia Blondel, Historia de la música en Chile (Santiago: Editorial Orbe, 1973), 123. Sobre la música en las primeras décadas de la centuria, pueden verse los capítulos «El pasado inmediato y el ambiente a comienzos de siglo», «Actividades y agrupaciones musicales en la década de 1910-1920» y «La obra de la Sociedad Bach», en Vicente Salas Viu, La creación musical en Chile (Santiago: Ediciones de la Universidad de Chile, 1952), 19-26, 26-36 y 36-46, respectivamente.

    2 Luis Merino Montero, Centenario del Natalicio de don Domingo Santa Cruz Wilson 1899-1999. Santiago: Facultad de Artes, Universidad de Chile, 1999. El autor caracteriza a Santa Cruz como «el organizador de la música chilena», y a este aspecto de la obra del músico dedica la primera parte de su estudio.

    3 S. Claro Valdés, Panorama de la música contemporánea en Chile (Instituto de Investigaciones Musicales, Colección de Ensayos N° 16, Santiago 1969), 10-11.

    4 S. Claro Valdés, «La música en el siglo

    xx

    », en Historia de la música..., 124. Entre las grandes obras que la Sociedad Bach logró presentar, hay que recordar el Oratorio de Navidad, cuya primera audición en Chile se realizó el 12 de diciembre de 1925; y la ejecución completa del Clavecín bien temperado por Claudio Arrau, en conciertos efectuados del 18 al 29 de julio de 1924.

    5 «El Instituto de Extensión Musical, su Origen, Fisonomía y Objeto», Revista Musical Chilena VI/40 (verano 1950-1951).

    6 El Coro se organizó el 30 de junio de 1945 y ofreció su primer concierto en el Teatro Municipal el 4 de noviembre de ese año.

    7 Claro Valdés, Panorama..., 130. Sobre el papel desempeñado por la Universidad de Chile, pueden verse los capítulos «La Universidad de Chile y la música» y «El Instituto de Extensión Musical», en Vicente Salas Viu, op. cit., pp. 46-56 y 56-76

    8 Entrevista publicada en el diario La Estrella de Valparaíso, 14. X. 1962.

    9 Ver Eugenio Pereira Salas, Historia de la Música en Chile, 1850-1900 (Santiago: Publicaciones de la Universidad de Chile, 1957), 132-135, 187-192, 200-211.

    10 Fernando Rosas, «Jorge Peña Hen. A los 25 años de su muerte», Periódico Tiempo, Coquimbo, 17-23.X.1998.

    Ii

    infancia y primeros estudios

    No tenemos bastante información acerca de la familia de Jorge Peña Hen. La hermana del músico, la señora Silvia Peña Hen, cree que el apellido de su madre es de origen inglés. Las primeras noticias que tiene acerca de la familia se remontan a su abuelo, don Daniel Hen. Era músico y ciego. Vivía en Ovalle y era bien conocido por su arte. Tocaba el violín, afinaba y arreglaba pianos y otros instrumentos. Murió joven, en 1902. En un álbum, Silvia Peña conserva un recorte de diario con un aviso fechado el 12 de julio de 1898, en La Serena, en que ofrece sus servicios como «afinador y compositor de pianos» y dice recibir órdenes en «la Librería América i Nacional». También declara dar «clases de violín». Existe asimismo una tarjeta suya, en la que figura su nombre y la mención «Afinador de pianos i órganos . Calle de Colón Nº 71».

    La esposa de Daniel Hen, Irene Muñoz, tocaba el piano, así como también una hermana de ésta, Anita, quien daba clases de ese instrumento.

    Hija del matrimonio Hen-Muñoz fue Vitalia Ester, quien nació el año en que murió su padre, 1902. Nella Camarda la recuerda como una «distinguida y hermosa dama» a la que «caracterizaba una manera de ser suave y controlada, que infundía respeto y cariño». Como su madre y su tía, tocaba el piano. El año 1927 contrajo matrimonio con el médico don Tomás Washington Peña Fernández, quien había nacido en 1899. La pareja se instaló en Coquimbo, pero el primer hijo, Jorge Washington, nació en Santiago, el 16 de enero de 1928¹, pues Vitalia quiso venir a recibir al primogénito a casa de su madre². Después, en 1929, nacería Rubén, y algunos años más tarde, Silvia.

    En Coquimbo, Jorge recibió algunas lecciones de piano, pero al parecer los métodos empleados no eran los más apropiados para un niño pequeño; de manera que pronto dejó el instrumento.

    A los 10 años le tocó vivir, junto a sus hermanos, una experiencia importante. Don Tomás Peña viajó con su familia a Francia para seguir un curso en la Clínica Baudelocque de París, establecimiento especializado en ginecología y obstetricia. Los Peña vivieron en el Barrio Latino. Ya a esa edad, Jorge mostraba espíritu de iniciativa y mucha independencia. Pronto estableció comunicación con el medio. Su hermana recuerda que salía solo a hacer compras para la casa. De ese viaje y estadía, además de algunas fotografías de toda la familia en el Bois de Boulogne, se conserva una nota con un pensamiento escrito por el niño Jorge en su libreta de apuntes. La idea de la paz, que será una constante en su vida, aparece aquí expresada: «Soy soldado, pero no amo la guerra. Me gusta la paz»³.

    Al regresar a Chile, la familia se instaló en Santiago. Jorge ingresó al Instituto Nacional en 1939 y allí continuaría sus estudios hasta 1944. Por esos años, doña Vitalia quiso que Silvia estudiara piano y tomó como profesora a una jovencita, Olga Cifuentes, alumna muy destacada del profesor Alberto Spikin (1898-1958), quien había estudiado con Tobías Matthay, al igual que nuestro gran pianista Arnaldo Tapia Caballero, y había ingresado al Conservatorio como docente en 1928, luego de la reforma de ese año⁴. Cuando su hermana comenzó sus estudios de piano «a Jorge le vino la locura por la música». Quería tocar el piano y hacerle las tareas de teoría a Silvia. Hubo que acceder a que Olga Cifuentes le diera también clases. Así pues, con la adolescencia se despertó en Jorge la vocación por lo que sería la razón y pasión de su vida: la música.

    La profesora comenzó enseguida a presentar al muchacho al Conservatorio Nacional, como alumno particular. En 1942 dio exámenes de Teoría y Solfeo de 1er, 2º, 3er y 4º años. En 1943 aprobó los exámenes del 1er y 2º curso de piano del ciclo elemental. Desde un principio, se manifestó en el adolescente un gran afán por componer, por crear música, además de interpretarla. Realizó algunos ensayos que el maestro Pedro Humberto Allende (1885-1959) revisó. Bondadosamente, el destacado compositor aceptó recibirlo como alumno. Pero sólo por breve lapso pudo el muchacho recibir las sabias lecciones de Allende. De sus primeras composiciones se conservan algunos trozos: diecinueve páginas de una pieza sinfónica en mi bemol, cuyo comienzo falta, terminada el 10 de junio de 1945; el primer movimiento de una Sinfonía Nº 1 en do menor, «Allegro Molto Moderato», terminado el 15 de febrero de 1946, en Coquimbo (450 compases); y parte inconclusa de un segundo movimiento «Andante Maestoso». El 30 de septiembre de 1946 está fechada una Ave María, a cuatro voces, a cappella.

    Pero esta primera etapa de estudios musicales fue interrumpida por el traslado de la familia a Coquimbo, por motivos de trabajo del doctor Peña. Esto significó, sin duda, un gran contratiempo para el joven escolar de 16 años, pues en ese tiempo parecía claro que sólo en Santiago se podía aspirar a recibir una buena y completa formación musical. Con todo, el muchacho debió someterse a la autoridad familiar.

    Debía terminar sus humanidades en el Liceo de Hombres «Gregorio Cordovez» de La Serena. Allí cursaría quinto y sexto años. Y sería allá, en La Serena, ciudad a la que viajaría cada día, y en Coquimbo, que podía ser considerado su ciudad natal, donde comenzaría a manifestarse y concretarse su generoso afán por difundir la música; por no encerrarse en el placer espiritual personal que el arte le proporcionaba, sino por darlo también a los demás, por proyectarlo hacia sus compañeros de colegio e incluso más allá, hacia la sociedad. También empezarán a hacerse manifiestas sus dotes de organizador, sus cualidades de líder, su facilidad para el trabajo en grupo. Tomará enseguida contacto con algunas personas que en La Serena se ocupaban de la música y mantenían alguna actividad artística y cultural, pública o semipública.

    Ya desde las primeras noticias conservadas sobre actividades musicales del liceano Jorge Peña Hen, vemos que éstas están ligadas a la ciudad de La Serena. Así, en 1944, mientras cursa el quinto año de humanidades, participa como solista en piano, interpretando la Fantasía en re menor de Mozart, en el homenaje organizado por el Ateneo de La Serena al Cuarto Centenario de la fundación de la ciudad, en el mes de junio. La solemne sesión se realizó precisamente en el salón de conferencias del Liceo de Hombres. Antes, seguramente, había participado en otros actos o veladas en el liceo y debe haber mostrado preferencias por tocar obras de Chopin, pues precisamente ése fue el apodo cariñoso con que pronto lo distinguieron sus compañeros de colegio.

    El 1º de diciembre del mismo año, el Ateneo presentó en el Teatro Nacional al Coro Polifónico de la institución, en cuya creación había tenido entusiasta participación Jorge Peña. Dirigieron el coro el profesor Gustavo Galleguillos y el joven estudiante. Además de dirigir a los coristas, el muchacho canta como tenor y, como pianista, toma parte en la presentación de la Quinta Sinfonía de Beethoven, transcrita para dos pianos, a ocho manos. Tocan Margarita Cora, María Plaza, Gustavo Galleguillos y Jorge Peña. La posibilidad de formar una orquesta en la ciudad parecía en aquella época simplemente remotísima. Pero había que tratar de difundir la música sinfónica, aunque fuera en transcripciones. A propósito de estas actuaciones, un comentarista, que firma como Argos, escribe el 11 de diciembre: «Dirigieron los coros el doctor Galleguillos y el joven Jorge Peña, alumno del Liceo, uno de nuestros valores musicales que en

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