El reverso de las palabras
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El reverso de las palabras - Fabiana Mercedes Torres
Piedra libre
Día a día nos cruzamos con personas que bien pudieran estar diciéndonos algo más y, aun así, no lo sabemos interpretar. Pareciera que basta la riqueza de los momentos compartidos y que eso fuera todo. Sin embargo, nuevas coordenadas en el tiempo nos lo dicen más claro.
Nos conocimos con Ana Y. (Anita) en el 2013 en las montañas de un pueblo de Córdoba, Argentina, que paradójicamente se llama Pueblo Escondido, cabalgamos varios kilómetros juntas, ella viajaba sola y yo con una amiga. Fueron horas, el tiempo suficiente para que supiéramos que a mí me gustaba correr, la aventura, la montaña y a ella viajar, el arte, la naturaleza, la escritura. Una cálida despedida e intercambio de contactos.
Pasaron unos 10 años sin saber una de la otra, yo había emprendido mi camino, había recorrido muchos miles de kilómetros y de pronto la quietud que inquieta, tanto que inicié un viaje en bicicleta por España y Marruecos.
Y en viaje, con un celular como instrumento válido, comencé a escribir. Fue la manera que encontré de canalizar vivencias y emociones que se convertían en relatos.
Ella me había enviado un texto con fotos de aquel día compartido en Pueblo Escondido. Fue como una señal. Recurrí a su ayuda y me animó a darle forma de libro a mis escritos y en ellos a descubrir mi frágil envoltura en el reverso de las palabras.
Gracias infinitas por creer en mí, tomar mis palabras con respeto y hacerme sentir que puedo. Y por sobre todo acompañarme en el maravilloso arte de hilvanar palabras como escriba de la vida.
Fabi
El primer respiro
Hay un primer día en nuestra vida que marca una diferencia para siempre. Rescatarlo, revivirlo a través de las palabras, es mi conjuro contra el olvido de saber que puedo.
Dicen que el gusano muere dentro de su capullo cuando se queda sin las energías suficientes para completar el proceso de su metamorfosis. Yo no quería que algo así me sucediera. Un ACV isquémico en el año 2011 me dejó un aprendizaje que recién comprendí mucho después. Al calzarme las zapatillas mis días comenzarían a medirse en kilómetros.
Comencé a correr el 12 de marzo de 2017, el día de mi cumpleaños número 47. Fueron 4 km 750 metros, Luego vinieron carreras de 6 km, 10 km, 13 km, 21 km, 40 km de montaña y así hasta llegar a 165 km.
Los kilómetros me estaban llevando a un profundo planteo: si podía subir montañas en carrera cómo no iba a enfrentar las pérdidas, miedos y dolores que me atravesaban. La primera prueba fue la muerte de mi hijo mayor, luego el ACV e inmersa en una relación de pareja que caducaba, había pedido el divorcio, me sentía disociada en pedacitos.
Cercenaba sueños por el deber de lo cotidiano, aunque lo reconozco, eran sueños que tenían mucho de escapismo. Quería huir de los mandatos familiares con sus voces en mi voz diciéndome que había fracasado. Comencé con un paso, estrujando lágrimas, respirando aires nuevos para aliviar ahogos viejos. Cada kilómetro fortalecía mi Ser. Me fui integrando de a poco, siempre con el amor de mis hijos Agustín y Julián, hoy convertidos en unos hombres. Me debía este viaje y lo he vivido como un gran aprendizaje. Encontré el coraje para sanar lo que debía. Ahora puedo decirlo.
¿Y cuál era tu sueño?
Sanar a la niña que me habita y así a la mujer que soy ahora, mediante una cura rara.
¿Qué tan rara?
Haciendo realidad aquellos sueños de la infancia que alimentaba con una preciosa revista: Descubrir el mundo. Siempre mi mamá encontraba la moneda para comprarla, bendita sea. Yo ansiaba lograrlo de una manera poco convencional ¡en bicicleta! De dónde salió esta receta para mi alma, no lo sé, era lo que quería, lo sentía así. La niña dibujó el camino, me perdí muchas veces hasta que de adulta, lastimada aún me animé, comencé a pedalear y decidida, fui por el puente.
¿Un puente?
Sí, Anita, en el camino me tocó transitar lugares, situaciones, emociones, desafíos al fin, que quería evitar. Era imposible. La única manera de avanzar, llegar a la otra orilla de mis miedos, lo sospechaba, era si me atrevía a cruzarlos. Y cuando me animé, pedaleando los miedos se disipaban y sentía que las cargas, ¡mis propias cargas! se volvían más livianas.
Un proceso transformador, maravilloso: surgían oportunidades que nunca había imaginado.
Como dice la Rozalén en su canción "dibujé una puerta violeta en la pared y al entrar me liberé".
Hoy, desde una orilla nueva, miro hacia atrás, respiro profundo, me abrazo y digo ¡gracias! Salía en bicicleta, a recorrer el mundo. Sin tener en cuenta las variables del destino en los sueños. Comencé a investigar y preguntar qué era cicloviajar
.
El proceso necesario
Transcurría diciembre del año 2019. Silvia Perez, compañera de entrenamiento de ciclismo, me presenta a Andrés Peters que vive en mi ciudad. Él venía de tener una gran experiencia como cicloviajero por África y América Latina, sería el mejor Maestro.
Mis conocimientos eran básicos y Andrés fue muy generoso, me dio las clases de mecánica necesarias para conocer a fondo una bicicleta y resolver lo que fuera: corte y arreglo de cadena, cambiar rayos, cambio de pastillas de freno, de cubiertas, cámaras y más. Salía al mundo y sola, en bicicleta, sí o sí tenía que aprender.
Los sábados a la tardecita me iba a su taller hasta altas horas y mientras la gente salía a cenar o a bailar, yo con las manos y hasta la nariz engrasada, entre las herramientas me preparaba.
A cicloviajar se debe aprender y la planificación es fundamental: saber regular los portaequipajes, poner las alforjas, desmontarlas, la carga de aire en las cubiertas, el lavado, cuidado y lubricación de la cadena que dura tres mil kilómetros. Fue un curso acelerado en pleno enero ya que me iba en febrero.
Él y Favio M. Giorgio, otro importante amigo, me enseñaron todo lo que pudieron, (lo demás lo aprendería andando). Fue mucho más que mecánica: primeros auxilios, armar recorridos por carreteras secundarias, gestionar la alimentación, hidratación, la importancia del mapa de papel más allá de los digitales para marcar dónde hay campings, llevar una libreta con mi nombre, país de procedencia, contacto de mi familia por si me pasaba algo. Todo junto era demasiado, no imposible. Administrar el dinero también sería un desafío: presupuesto diario para comprar alimentos y agua, alquilar una parcela en los campings, extras y demás. Me enamoré del proceso a medida que lo fui conociendo, me daba seguridad. Y la verdad, también salía con muchas limitaciones que daban para no hacer el viaje, lo fundamental que debía saber lo había aprendido con esmero y pasión.
Luego vino el examen final, lo realizamos juntos yendo a unos 60 km de mi ciudad.
Andrés quería ver cómo me comportaba en una carretera peligrosa y con lomadas. La teoría la tenía aprobada, faltaba la práctica en la bici, entre camiones y autos con la misma carga que llevaría en el viaje. Nunca me dio miedo aquel caos, iba atenta a los sonidos, cuando se aproximaba un camión, bajaba a la banquina y seguía por allí. Aprobada.
Acampamos y al verme armar mi carpa, se dio cuenta que no tenía idea de cómo hacerlo a pesar de haber practicado, siempre me sobraba algún fierrito de la estructura, y por lógica coraje. Algo más a practicar. Recuerdo que paró la policía rural y nos preguntó qué hacíamos acampando en un camino vecinal, y yo con desparpajo les digo, él llegó de África y yo me estoy yendo para allá, estamos haciendo unas prácticas de viaje. No sé si me creyeron, patrullaron toda la noche ya que es zona de cazadores furtivos. Nos cuidaron. Me gusta pensarlo así.
Casi a oscuras, con bichitos en el aire por la luz, y la luna que aportó lo suyo, hice una pizza casera con mi marmita y el chiche de su cocinilla, parte del equipamiento que yo compraría en España para la autonomía en ruta. Él preparó café en su pequeña cafetera, muy bonita.
Mucho después en Bab Berred, Marruecos, me regalaron una igual para mi viaje, es muy común en África. ¡Qué alegría! Tenía mi propia cafetera Moka
.
Al volver, un año después, nos juntamos con Andrés. Bastó mirarnos para saber que ya no éramos los mismos, los viajes transforman y nos encaminan hacia algo nuevo. Y eso lo sabíamos.
España
Me permito soñar
Iba por mi sueño dispuesta a construirlo día a día, y allá estaba, en el Aeropuerto de Barajas, Madrid, bien pintadita.
¡Y llegamos! Mi bici y yo.
Cuando realicé Aduana no me pidieron nada más que mi pasaporte y después muchas preguntas sobre mi viaje por semejante caja, (la caja con la bici), mostré un pasaje con destino insólito: Albania, lo más económico que encontré en ese momento, para salir del espacio Schengen. 90 días son los permitidos para estar en Europa si no eres ciudadano de la Comunidad Económica Europea. Mi fecha de regreso era un interrogante en ese momento, un trámite más.
Me esperaba en el aeropuerto un aventurero de Neuquén, Argentina, que iba a Kenia. Un veterinario que entrelaza su vida profesional con viajes de voluntariado por el mundo.
Nos encontramos un momento para saludarnos, él embarcó rumbo a su misión y yo a mi aventura. Nuestro contacto había sido por Instagram. Es lindo saber que alguien te espera. José Massabo ¡gracias!
Primer escollo a la vista: el ascensor. Metí como pude la