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Mis huellas... Mis cicatrices
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Libro electrónico219 páginas3 horas

Mis huellas... Mis cicatrices

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Al nacer me subí al tren de la vida y emprendí un viaje lleno de embarques y desembarques, estaciones, pasajeros y equipajes. Me apropié de los mandos como un maquinista y he tenido un viaje lleno de aventuras, con caminos difíciles, con pasajeros que han quedado en el camino y me dejaron con la nostalgia de los amores perdidos; otros se subieron para quedarse llenándome de sueños, fantasías, desafíos, esperas y despedidas sin regresos. Todos han tocado mi vida, en cada pasajero he buscado el amor; de todos he aprendido, haciendo de mi vida un impetuoso manantial de vivencias.
Mi estadía en el tren ha valido la pena, aferrada a la esperanza llegaré a la estación final y tendré la emoción de pensar que hice todo para que mi equipaje me hiciera valiosa. Buscaré la luz y la inmensidad del mar, ese océano tan grande como alguna vez fue mi desdicha y dejaré atrás los recuerdos de un pasado cargado de desesperanza.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 ene 2024
ISBN9788411819848
Mis huellas... Mis cicatrices

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    Mis huellas... Mis cicatrices - Alba Rocío Sánchez Toro

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Alba Rocío Sánchez Toro

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1181-984-8

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    -

    También para ti, señor Rau,

    por al amor que trajiste a mi vida

    al final de la escalera.

    .

    Me preparé con inteligencia para vivir sin temores a nada, ni a nadie; sin nostalgias, sin reclamos familiares, sin lloros, sin odios. Me preparé para ser fuerte, para vencer las impetuosas oleadas de la vida, para vencer mi destino. Me preparé para amar cada día, para conservar mis raíces intactas y poder volver a florecer; prepararse para todo esto requiere coraje porque son una parte de nosotros que jamás volverá.

    DEDICATORIA

    Dedicado a la vida, a los aprendizajes que ella nos tiene preparados, a los triunfos, al valor para enfrentar tantos retos; al amor que cuando tenemos la fortuna de encontrarlo nos aporta esa impresión de estar completos y nos da la seguridad para transitar por nuestro viaje existencial acompañados. Hay circunstancias en el amor que contribuyen a hacernos mejores, hay personas que aparecen en nuestra vida para dejar una huella profunda y valiosa en nuestra alma y nos permiten dormir con una sonrisa en los labios.

    Dedicado con todo mi cariño a mis sobrinas y sobrinos a quienes amo con el alma y fueron promotores de esta idea, me animaron tanto a escribir, entonces… ¡Ahí les dejo mis amores! Busqué las palabras que en conjunto fueran capaces de expresar más allá de ellas, palabras con cierto vestigio de nostalgia y alguna gota de tristeza mojando la hoja, pero ninguna discordante desafinando el mensaje. Quiero hacer como los buenos escritores, que hacen lo que pueden para mantener los hilos lógicos y descartan lo contradictorio; supongo que también hubo un sentimiento de soledad que me impulsó a escribir cuando inicié estas memorias. Le di vida a circunstancias que habían perdido su encanto, he recreado mi historia después de que enfurecidos vientos soplaron mi vida y con todo lo vivido encontré un significado en los desastres.

    No arrancaré ni una sola página del libro de mi vida, porque cada página está llena de lecciones; mi vida parece basarse en el dolor, la pérdida, el amor y la memoria, donde el dolor y la pérdida fueron los maestros que me hicieron crecer, el amor fue una ola que nunca pude esquivar y mi memoria es la materia prima de estos escritos, es una vida hecha de contrastes donde aprendí a ver los dos lados de la moneda y donde a pesar de tantas tragedias mi corazón seguía siendo sincero.

    Tal vez no sea justo, pero hay una persona destinada a estar en la última página del libro, así que no dejen de leer porque pueden estar ahí. No sé cómo terminaré la historia, pero sí sé que nunca leerán que me di por vencida, que ningún viento me hizo cambiar la dirección, que con cada amor volví a nacer, con cada amor que terminó se me abrió una herida, que cuidé mi rareza como una flor, que realicé muchos sueños de mis ancestros y que cuando termine mi libro estaré llena de orgullosas cicatrices.

    PRÓLOGO

    Tu historia está al final de la escalera.

    He pasado por tiempos complicados persiguiendo mis sueños, he caminado sola caminos difíciles y tristes, pero nunca he estado abandonada porque siempre me he tenido a mí misma como compañera y cómplice a lo largo del camino, dándome oportunidades para lograrlos. Vivo muy orgullosa de mis vivencias, ellas han forjado un bonito horizonte porque la resistencia ante las adversidades me ha sido útil, las destrezas que poseo las he ido adquiriendo con las experiencias, he alcanzado una madurez en paz, tranquila y dispuesta a ser feliz en lo que me resta de existencia, porque la vida ya es corta a mi edad.

    Tomé todo lo bueno de cada situación, dejé a la deriva las nostalgias de amores perdidos porque esos ya no hacen parte de mi vida. Lo desconocido jamás me asustó porque me hice fuerte e invulnerable, mis pasos siempre fueron hacia adelante con mi estilo de vida, un paso más cada día, con tropiezos y caídas, pero las caídas fueron lecciones de las que aprendí y me levanté con mayor fuerza.

    Me he adaptado a infinidad de situaciones, con algunas no me he identificado, pero he aprovechado cada experiencia y cada una de ellas me ha dejado enseñanzas. Como una montaña rusa, he tenido subidas y bajadas pero siempre he tenido el control de mi vida, he tomado muchas decisiones, he otorgado permisos a personas para llegar a formar parte de ella y ha sido mi decisión permitirles amarme o lastimarme teniendo presente que el amor es mi brújula.

    Al nacer nos subimos al tren de la vida y desde muy joven me apropié de los mandos como un maquinista, mi viaje ha estado repleto de embarques y desembarques. Ciertos pasajeros quedaron en el camino y pasaron tan desapercibidos que ni siquiera supe cuándo desocuparon el asiento. Otros quedaron en el olvido porque simplemente subieron a dar un paseo. Otros bajaron y me dejaron huérfana de su amistad y compañía. Otros quisieron sentarse a mi lado, pero había otra persona ocupando el asiento. Otros viven en mi memoria porque llegaron a mi vida y me acompañaron en algún recorrido. Otros llegaron para quedarse, me llenaron de sueños, fantasías, desafíos, esperas y despedidas sin regresos. En cada uno busqué lo mejor, de todos aprendí algo y valoro los momentos gratos con esas personas que tocaron mi vida, el gran misterio era que no sabía en qué estación bajarían.

    He tenido pérdidas irreparables pero inevitables y necesarias para continuar mi aventura. Jamás he perdido la mira y siempre he sabido dónde es el norte, tengo memoria de los caminos que he andado, sé de dónde vengo, quién soy y a dónde me dirijo todavía, porque aunque existe siempre un pasado, este jamás me ha condicionado, pero sí me ha servido de impulso para seguir adelante.

    A lo largo de este transitar viví grandes soledades donde establecí vínculos poco exigentes, conservé mi independencia e individualidad, potencié mi libertad, enfrenté miedos como única manera de vencerlos y con los años todos esos miedos desaparecieron. Hoy no le temo a nada, soy dueña de mi historia, me siento orgullosa de ser quien soy, de creer en mí, de saber que sola he podido con todo y he llegado a donde estoy ahora. Aferrada a la esperanza llegaré a la estación final y tendré la emoción de pensar que hice todo para que mi equipaje me hiciera valiosa, dejando atrás los recuerdos de un pasado cargado de desesperanza. Conozco mi proceso, la niña rebelde, la joven que fui, la mujer que soy y la anciana que seré, son etapas de un impetuoso manantial de vivencias donde nunca fabriqué vínculos indestructibles con nadie.

    Estoy preparada para disfrutar de nuevas emociones, para seguir dando pasos, para transitar por este viaje existencial acompañada de mis experiencias y madurez, de mi crecimiento espiritual, mis conocimientos y lo mejor, con mi mejor amiga, que soy yo misma. No llevo exceso de equipaje porque para avanzar hay que dejar maletas atrás y me faltan algunos trenes para subir y estaciones para bajar; por eso, solo llevo mis promesas de vivir la vida siendo feliz con los días que vivo ahora y los que están por venir. El grueso de mi equipaje son los aprendizajes que me han permitido ir por el mundo sin molestar a nadie. Estoy aquí, lo que significa que estoy viva y que mi camino continúa, que me quedan puertas por abrir, viajes por hacer, personas por conocer, libros por leer, muchas aventuras por vivir, y por supuesto, habrá errores por cometer.

    Soy el eje de esta historia con sus comas, puntos suspensivos, signos de exclamación e interrogación. No soy perfecta, sigo en evolución, soy menos esclava de mis pasiones, no pierdo energía en situaciones con personas que es mejor dejar marchar y claro… llegaré al punto final.

    Hoy después que el tiempo ha pasado, les agradezco a todos porque estuvieron en los momentos correctos. Gracias porque sus aportes me han hecho grande, porque en alguna medida me dieron felicidad y adopté la actitud con la que he caminado por la vida. Saboreo cada instante y tengo la edad en la que acaricio los sueños con mis dedos y en la que he encontrado la plenitud; estoy viviendo mi sueño muy cerca del cielo que me he forjado porque nunca perdí mi dirección.

    Mi estadía en el tren ha valido la pena, no tendré nostalgias al dejarlo porque llegaré con un equipaje que no tenía cuando lo abordé, y cuando aparezca el momento de bajar mi asiento vacío dejará añoranzas y lindos recuerdos a los que continúen el viaje.

    He dejado huellas y me han marcado con ellas, de la misma manera tengo cicatrices porque atesoro una historia.

    Con todo mi amor.

    .

    PRIMERA PARTE

    Mis huellas…

    Mis cicatrices…

    -1-

    INFANCIA

    Villamaría

    Mi madre, sumida en los dolores de un parto, con su cuerpo extenuado, hizo sus mejores esfuerzos por dar a luz. Me deslicé de sus entrañas con la misma rebeldía que me caracterizó siempre, y me encontré en un mundo salpicado con tintes de dulzura y hostilidad, con un sol que irradiaba calor en los días primaverales y vientos que soplaban benevolentes las plantas de los jardines y el follaje de los árboles, fenómenos que acompañaron toda esa parte de mi vida que pasé lejos del mar, ese poderoso mundo acuático que se convirtió con el pasar de los años en un anhelo y que tengo hoy ante mis ojos en toda su majestuosidad, con su infinita belleza y su profundo misterio.

    Una noche de marzo, cuando los relojes daban las nueve y quince de la noche, llegué a este mundo completa, con todas mis características vitales y con mi esencia íntegra, por lo que hoy no necesito que nadie me defina.

    La vida me ha dado la oportunidad de escribir, corregir y mejorar todos los días mi historia. Creo tener recuerdos desde temprana edad, y siempre en lo sucesivo, he agradecido a Dios por cada instante de felicidad, por haber hecho de mi existencia una obra de arte abstracto, porque cada año mis amigos más ausentes me llaman a saludar y a expresarme lo importante que soy para ellos, porque cada uno caminó a mi lado en un trayecto, porque el mañana era inseguro y el futuro con todos ellos tendía a desdibujarse. Mi familia siempre ha estado ahí, y en los años de infancia, juventud y ahora, cada año decoran el jardín de mi vida con sus palabras y su amor. Cada vuelta al astro rey celebro mis experiencias acumuladas, festejo los cálidos días de sol y los cubiertos por lluvia inclemente o nieve, y recuerdo algunos momentos cuando mi mejor protección eran las palabras «trágame tierra» porque ni siquiera mi sombrilla y mi sonrisa eran suficientes. Cada año doy gracias a Dios por dejarme vivir en mi maravilloso mundo interior, porque ¿qué mejor regalo para mis cumpleaños que mi propia vida?

    Pasaron los primeros siete años de vida en los que era una niña tímida, dulce y discreta, pero guardaba en el fondo una creciente rebeldía; la que a la postre ha servido para conquistar el cielo que hoy disfruto. Crecí en una familia compuesta por cuatro hermanas mayores y un hermano menor, a los que me referiré a lo largo de estos episodios porque cada uno merece mención honorífica por lo que han significado en mi vida.

    Mi rebeldía era marcada y estaba motivada por la incapacidad de niña de controlar los impulsos; no sabía canalizar correctamente los enfados, esbozando de esta manera mi personalidad desde temprana edad. Manifestaba autonomía e imponía mis propias normas, pues estaba convencida de que lo que quería debía otorgárseme y así desafiaba la autoridad de mis padres. Tuve límites, ante todo mi madre de recio carácter trataba de imponer sus normas y ante mi rebeldía no ofrecía diálogo ni incentivos para un cambio; era de la convicción de que con amenazas y castigos funcionarían mejor las cosas. Acontecieron colisiones de personalidades y estallidos de discordia. Pienso que ninguna ganó nada con esa actitud, transitamos por una cruzada lastimera en donde yo crecí rebelde y con resentimientos, y ella quedó enfrascada en remordimientos por su poco afecto y su manera de reprender. Con todo esto, establecí mi propia identidad con gran claridad y me fijé ideales que fui cumpliendo a través de los años.

    Recuerdo con transparencia algunos castigos que quedaron sellados en mi memoria, como verme atada a una baranda que circundaba un largo corredor de la casa. Insistía con ahínco para que mi madre me liberara, pero tanta súplica sin respuesta positiva ocasionaba peor rudeza en mi actitud, y terminaba por orinarme, tras lo cual, seguía con mis ojos los tibios ríos amarillos que corrían libremente por el inmaculado y brillante piso de madera a lo largo de varios metros. Sin embargo, tras ese voluntario escurrir corporal no obtenía la liberación y eso acrecentaba aún más mi insolencia. Mi interior hervía y una ira ciega ofuscaba mi razón. Cuando por algún motivo mi madre se acercaba, la tomaba por la ropa y comenzaba una guerra campal, en la que ella tironeaba con ímpetu, moviendo su cuerpo para todos lados y forcejeaba contra esas pequeñas manos que la sujetaban, mientras yo aplicaba toda la fuerza que tenía mi infantil cuerpo y no la soltaba hasta desgarrar su vestido. Por supuesto, la reacción de mi madre empeoraba y me castigaba duramente.

    En otra ocasión, mi madre fue presa de un gran enojo por mi rebeldía y, con su razón ofuscada, me agarró con fuerza levantándome del suelo y se dirigió al lavadero, sitio en donde había un gran tanque de cemento lleno de agua muy fría para mi calenturiento cuerpo preso del enojo, a pesar de mis forcejeos por evitarlo, terminó por arrojarme de cabeza y me zambulló por completo, mientras mi respiración se cortaba y sentía como si mil agujas lastimaran mi piel. Constantemente y hasta pasados muchos años, se ufanaba por haberlo hecho. Fue una experiencia horrible, en ese momento entendí qué pedía mi madre, recapacité y accedí a sus peticiones, pero deseé no haber nacido; hubiera querido hacer un agujero y escaparme como una lagartija. Sin duda alguna, teníamos juntas una mala actitud, era una relación llena de desencuentros, con dolor y malos recuerdos latiendo a flor de piel. Ahora sé que todo eso ayudó a que mi independencia se diera cuando apenas tenía dieciocho años y entiendo por qué quise tomar clases de natación avanzadas y complementarlas con un curso de salvamento acuático luego de marcharme de casa.

    En medio de todo esto, tengo mis añoranzas de esa época; destaco ese contexto de mi madre que no aprecié lo suficiente, nos cuidó sin recibir nada a cambio, pasó malos momentos de forma injusta por mis estúpidos errores infantiles, luchó al lado de papá por sacarnos adelante y por mantenernos a la altura que ella sabía que merecíamos. Mientras mi padre trabajaba, mamá estaba en casa cuidándonos, desde allí le colaboraba económicamente a papá, tenía alrededor de treinta gallinas y gallos, los cuidaba con esmero y recibía algún dinero por

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