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De una fuga y otros desastres
De una fuga y otros desastres
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Libro electrónico550 páginas14 horas

De una fuga y otros desastres

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COLARSE A UNA FIESTA DE DISFRACES PARECE EL MEJOR PLAN... HASTA QUE TODO TERMINA EN UNA FUGA Y MUCHOS DESASTRES

Cuando Isa y Elías deciden divertirse un poco e ir a una fiesta disfrazados de crayón y cuaderno, creen que solo lo pasarán bien, comerán y se irán sin que nadie los note; sin embargo, los ojos de un príncipe y una diabla se posan sobre ellos y amenazan con exponerlos, entonces Isa entra en
pánico y, tras unas canciones y conversaciones incómodas, arrastra a su amigo para que escape con ella… por una ventana.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 sept 2022
ISBN9786287642621
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    De una fuga y otros desastres - Thyfhanhy Jullyhanha

    CAPÍTULO 1

    ISABEL

    Para mí, llegar a la fiesta fue como una penitencia que se paga antes de cometer el crimen. Los nervios de que nos atraparan, el miedo de pasar la vergüenza de que en la entrada nos dijeran estafadores o algo peor y mi expediente mental, hasta el momento limpio de cosas graves, eran básicamente el tema de conversación mientras íbamos de camino con Elías.

    Todo empeoró cuando encontramos la dirección y la casa, que poseía una elegancia que no nos rozaba a nosotros ni de lejitos, resultó ser más grande que mi vecindario. Llegamos en taxi, pero todo lo que veíamos alrededor de la casa, aparte de globos y decoración halloweenesca, eran autos elegantes y brillantes.

    —Debemos irnos —dije con apremio y con ganas de salir a correr detrás del taxi que acababa de dejarnos para que nos recogiera de nuevo—. Esto es una tontería, vámonos.

    Elías me tomó del brazo y negó.

    —¿Estás demente? Ya estamos aquí, no nos iremos para quedar vestidos y alborotados. Además, mira este lugar. Esta puede ser nuestra única oportunidad de codearnos con la parte millonaria de la ciudad.

    Observé de nuevo la imponente casa y aunque el deseo natural de entrar me invadía, los nervios eran más y me halaban hacia el deseo de correr en la dirección opuesta hasta que la noche acabara.

    —¿Y qué se supone que diremos cuando alguien nos pregunte cómo conocemos a Martina? ¡¿Y si nos cruzamos a la misma Martina y no lo sabemos?!

    Calmación —me pidió—, nada de eso va a pasar. Vamos a entrar con la invitación y procuraremos no hablar con nadie. Si alguien nos pregunta algo, nos hacemos los borrachos y nos mantenemos alejados de la chica a la que todos felicitan. Comeremos lo que sea que den, nos tomaremos un par de fotos y luego nos salimos sin que nadie lo sepa, sencillo. Luego, dentro de diez años, cuando estés yendo a mi boda o yo a la tuya, pondremos las fotos en la pantalla gigante y hablaremos de esta anécdota frente al mundo entero. Todo va a salir bien.

    Asentí sin verme capaz de decir algo en voz alta y empezamos a caminar hacia la puerta. Elías pensó que sería conveniente entrar como pareja, así que nos tomamos de la mano y yo intenté aparentar toda la calma del mundo. Nos ubicamos en la fila que había, pues dos hombres grandotes verificaban primero las invitaciones. Me consoló un poco tener la nuestra en el bolsillo.

    Cuando llegó nuestro turno me mentalicé para quedarme callada, no meter la pata y dejar que Elías se encargara de todo. Cuando él mostró la invitación, los dos guardias se miraron entre ellos y me sentí palidecer. Después nos observaron de pies a cabeza y enarcaron una ceja con actitud burlona.

    Entré en pánico al sentir que se aproximaba el grito de alguno de los dos guardias, insultos, humillaciones, la policía, la mancha permanente en mi expediente… Todos nos mirarían, nos tomarían fotos y las subirían a internet con el título de «miserables buscan colarse en una fiesta privada». El contenido se haría viral, el mundo entero sabría quiénes éramos y eso nos marcaría por siempre. Mi madre lo vería, mi padre… Dios, había jodido mi vida entera…

    Pero no, nada pasó.

    —Adelante —nos dijo uno de los guardias conteniendo la risa. Buscó en una mesa que tenía detrás dos antifaces del color más cercano a nuestros disfraces y nos los tendió—. Son de uso obligatorio para todos los invitados hasta que se diga que se los pueden quitar. Disfruten.

    Me había quedado helada y Elías tuvo que aferrarme más fuerte la mano y halarme para poder cruzar el umbral. Suspiré al estar a cinco metros de los guardias.

    —Tengo el corazón en la garganta —le confesé a Elías, quien sí tenía una sonrisa de lo más triunfante—. Por un momento pensé que nos pillarían.

    —Nos miraron extraño, ¿verdad? —concedió—. Igual no importa, ya estamos acá.

    Caminamos otro poco hasta llegar al salón principal, en donde ya había música, luces de colores y mucha gente bailando en la semi penumbra. Nunca he sido una persona paranoica, pero juro que sentía cada mirada encima de nosotros a medida que avanzábamos. Era como si pudiera sentir el letrero neón de «colada» en la frente y supiera que todos lo leían al verme.

    Estaba oscuro, yo me encontraba algo asustada y tardé más de lo normal en notar por qué todos nos miraban y por qué los guardias se habían reído… por nuestros disfraces.

    Mi princesa favorita siempre fue Cenicienta… bueno, no ella misma porque su único talento era tener el pie pequeño, la zapatilla mágica y una familia disfuncional que abusaba de su bondad, pero eso va aparte. No, lo que me gustaba de ella era, más bien, su atuendo: ese traje azul pomposo de princesa brillante, la tiara y el calzado transparente. ¿Qué hay más mágico que eso?

    Desde pequeña me quise disfrazar de ella, pero mi mamá, quien siempre estaba en contra de idealizar a las mujeres que solo son felices al encontrar un príncipe, abogó más por disfraces de animales. Eventualmente estuve muy mayor para esas cosas; sin embargo, en ese momento estaba ahí la Cenicienta, en la fiesta de la desconocida Martina, con el despampanante vestido y brillo al caminar.

    Y no era yo, por supuesto. Yo iba disfrazada de crayón.

    Pero no era solo un crayón: era un crayón amarillo con un antifaz amarillo de plumas.

    —Te odio —le dije a Elías cuando fui consciente de que éramos el ridículo de toda la fiesta—. Te odio con cada fibra de mi ser, Elías.

    Detallé lo que pude a pesar de la poca luz y noté que casi el cien por ciento de los asistentes tenían disfraces coloridos, bonitos y… bueno, un poco ¿sexis? Había príncipes, caballeros y superhéroes que con el antifaz y su elegancia lucían apuestos. Las mujeres, en general, vestían con tutús, camisetillas o tops de un color determinado y escarchado, medias altas y una variedad de alas, coronas, orejas y colas de distintos animales y zapatos de tacón.

    ¡Y yo era un estúpido crayón!

    Me quedaban de consuelo dos puntos. Uno, que el tonto de mi amigo iba disfrazado de cuaderno, ¡de cuaderno! Y, dos, que gracias al antifaz de uso obligatorio, solo se me veían la boca y las manos.

    —¿Ahora qué te hice? Ya entramos.

    Seguíamos tomados de las manos y, presa de la vergüenza, busqué con la mirada un lugar en donde pudiera meterme y esconderme, pero solo hallé un espacio cerca de las escaleras del salón —larguísimas y divinas, por cierto— hacia donde llevé a Elías. Allí lo solté y, sin quitarme el antifaz, arrugué la frente.

    —¿No ves que somos lo más ridículo de la fiesta? Todos usan disfraces lindos y nosotros somos útiles escolares. ¡Útiles escolares, Elías!

    Miró a mis espaldas, como intentando comprobarlo, y cuando vio que era cierto asintió con seriedad… para luego romper en una carcajada.

    —Nadie nos conoce, tranquila. —Elías rio tanto que terminé imitándolo—. Nadie sabe quiénes somos y ni siquiera nos ven la cara.

    —Pero nuestro plan era pasar desapercibidos y así todos se están fijando en nosotros.

    —Busquemos la mesa de la comida —propuso con tranquilidad— y tratemos de no llamar más la atención. No vamos a bailar ni hablar con nadie, recuérdalo.

    Desandamos solo un par de metros, pero cuando sentí que todos reían a nuestro paso, confirmé que nada sería tan sencillo como Elías lo decía.

    CAPÍTULO 2

    ANDY

    Amaba a mi hermana con todo mi ser, pero eso no era suficiente como para estar animado en su fiesta de cumpleaños.

    Nunca había sido fan de las fiestas en general, menos de las de disfraces y mucho menos las que se hicieran en mi casa. Sin embargo, por Martina incluso bailaría en medio de la pista… no animado, pero lo haría. Además, ese era mi deber cada año desde que cumplió los trece y empezó a hacer sus propias fiestas, así que estaba acostumbrado.

    Las escaleras de la sala se dividían en dos tramos y, en medio de las dos alas, había un pequeño pasillo que dejaba la vista libre hacia abajo como si fuera un balcón. En ese lugar esperaba con James y Alicia la gran entrada de Martina. Mi gesto debía ser muy brusco, pues Alicia me dio un golpe fuerte en el hombro a modo de regañina.

    —Quita esa cara de gruñón —exigió—. Es la fiesta de tu hermana menor, no seas así.

    —No quiero estar acá —repetí por milésima vez—. Haré buena cara y fingiré cuando Martina esté a mi lado, pero no lo haré con ustedes.

    —Esta es tu oportunidad de enredarte con Maddie —murmuró James con ironía. Él no estaba realmente de un humor de fiesta, pero no tenía una cara tan mala como la mía—. Ha venido de Cenicienta y tú de príncipe, ¡es el destino! —Tras decir eso, soltó un bufido, ya que sabía que Maddie había elegido ese disfraz a propósito cuando se enteró de cuál sería el mío.

    Bajé la mirada a la pista de baile, en donde Maddison era la que más destacaba con su gran, brillante y pomposo vestido. No era un secreto que ella era divina, pero yo tenía un serio conflicto al respecto: me parecía hermosa por fuera, pero su personalidad me chocaba. Era posible desarrollar fácilmente una atracción física hacia ella; sin embargo, una vez que la conocías por un par de horas, todo deseo se disipaba.

    Y a veces me sentía mal por eso porque tampoco era un secreto que ella sentía atracción hacia mí. No era muy sutil demostrando su gusto y tuve que frenar varias veces sus avances.

    —Es tan hermosa por fuera —murmuré con algo de desdén—, pero tan fea por dentro. Solo mírala, se trajo el vestido más llamativo para el cumpleaños de una supuesta amiga. ¿Quién hace eso?

    —Una estúpida que busca de atención —concedió Alicia con molestia y menos decencia—. No te conviene acercarte mucho.

    —Pero hoy es Cenicienta —siguió James—. Puedes buscarle rollo y decir que se rompió el hechizo a la medianoche.

    —Y que no me interesan las Cenicientas con personalidad de hermanastra —completé, riendo—. No, gracias. Algo me dice que Maddie es demasiado complicada y que enrollarme con ella no quedará en algo de solo una noche. La imagino como un chicle, siempre pegada a mí o haciéndole pucheros a su padre mientras le da quejas. Es una nena consentida.

    —Pues la pegajosa no ha dejado de mirarte desde que estamos acá, debe estar esperando que bailes con ella —comentó Alicia con desdén—. Podrías tener mejores gustos, Andy.

    —Tengo mejores gustos, por eso ni me he acercado. Ni siquiera entiendo para qué la invitó Martina.

    —Porque Maddie es popular y debía ser invitada. —Alicia puso los ojos en blanco—. Martina solo quiere encajar en ese círculo estúpido y admira a la Barbie esa. Maddison es mala, antipática y no entiende negativas, así que apuesto a que en un par de horas buscará la manera de meterte la lengua en la garganta.

    —Tendrá que encontrarme inconsciente para que eso pase.

    Tal vez si Maddison hubiera llevado otro disfraz, algo hubiera pasado entre nosotros y le habría echado la culpa al alcohol —pese a que en ese momento no había bebido ni agua—, pero me enojó tanto verla tan llamativa en la fiesta de mi hermanita que no quise tocarla ni con un palo.

    Primero estaba Martina, luego nuestro orgullo y después mi deseo físico por ella, así que no podía dejarlo todo de lado para enrollarme con la Cenicienta grosera. No, nada de eso.

    Al contrario, lo único que deseaba en ese momento de Maddison era que se cayera en la pista, que alguien le echara ponche en el disfraz o que le sucediera cualquier cosa que la avergonzara lo suficiente como para que no tuviera ganas de opacar nunca más a una cumpleañera. Estoy seguro de que, de ser el caso contrario, ella misma derramaría todo encima de cualquiera que pretendiese brillar más que ella.

    Escuché una carcajada de James y, cuando me volteé a mirarlo, él me señaló el centro de la sala y pista de baile.

    Una pareja iba entrando, pero lo llamativo eran sus disfraces, los cuales, lejos de ser bellos o sensuales como los del resto, eran absurdos y patéticos. Un crayón amarillo y un cuaderno café iban tomados de la mano, atrayendo la atención de todos, pero, a diferencia de la atención que reclamaba Maddie, la que caía sobre ellos daba para burlas y no para admiración.

    —¿Quiénes son ellos? —preguntó Alicia antes de soltar una risotada que solo nosotros escuchamos, pues estábamos lejos de la multitud.

    —No tengo idea —dije—. Deben ser amigos de Martina.

    —Qué disfraces tan estúpidos —comentó James.

    Los miré mientras se adentraban en la pista y, curiosamente, no saludaban a nadie. Esperé a que quizás hallaran a algún conocido, pues todos los amigos de Martina eran del colegio o de las clases de baile y música, así que los grupos eran grandes y se conocían entre ellos. Cuando estuve seguro de que no saludarían a nadie, que nadie se acercaba a ellos y teniendo en cuenta que sus disfraces no iban acorde a la temática, deduje que se habían colado.

    —¿Serán colados? —pregunté en voz alta—. Parece que no conocen a nadie.

    —No dejan entrar sin invitación.

    —Siempre hay maneras de colarse en las fiestas.

    —A Maddie no le causa gracia, sino ira —musitó Alicia con un tinte alegre en la voz. La busqué y, en efecto, los miraba con recelo, posiblemente porque de momento llamaban más la atención que ella—. No sé quiénes sean, pero me agradan.

    —Imagínate si Andy le pide al crayón que bailen —se burló James—, a Cenicienta le dará un ataque cardíaco y se le acabará el cuento.

    Alicia y él soltaron una carcajada, pero mi lado malvado lo tomó en serio porque solo quería fastidiar a Maddie. Me vi sonriendo por primera vez en la velada y me sentí emocionado por tener música, una pista de baile y un objetivo de pareja. Miré el reloj. Eran las siete y cuarenta y la entrada de Martina sería a las ocho, así que tendría algo menos de media hora para divertirme por mi cuenta.

    —¡Andy lo hará! —chilló Alicia sin que yo le dijera nada—. Se le ve en la mirada. ¡Bailará con el crayón!

    —¿El crayón será una chica? Es difícil saberlo con ese cilindro que tiene alrededor.

    —Es 2019, ¿qué importa si es chico o chica? —reflexionó Alicia.

    —El crayón viene con el novio… bueno, se le ve algo de barba, así que asumo que es un hombre —objetó James—. Al menos vienen tomados de las manos.

    Alicia dio un paso al frente y se acomodó dramáticamente el escote frente a nosotros con la misma sonrisa traviesa de siempre.

    —Esta diabla tomará al cuaderno —sentenció—. Solo es un baile, no les pediremos matrimonio. Colados o no, valdrá la pena por ver a Maddie echando humo por las orejas.

    Alicia subió solo una de las cejas, sonrió de lado y su rostro tomó un aire de diablura muy acorde con su disfraz rojo y revelador. Luego me miró con intención y asentí. Sí que lo haríamos. Nos fijamos en la pista, pero el crayón y el cuaderno ya no estaban en la mitad, sino en una esquina al final de las escaleras. Le di el brazo a Alicia para que bajara conmigo. Ella se puso su antifaz rojo y sonrió. Yo no tenía máscara por ser el hermano de la cumpleañera, pero no importaba, pues todos sabían quién era yo.

    —Esperen un momento —intervino James—, le diré al DJ que ponga una canción romanticona y luego lo grabaré todo desde acá.

    —Enfoca la cara de la pegajosa —le pidió Alicia.

    James asintió, bajó por la escalera, llegó a la esquina más alejada, que era en donde estaba la pequeña tarima del DJ, y le habló por varios segundos. Luego nos buscó con la mirada y nos levantó los dos pulgares.

    —¿Dónde están? —preguntó Alicia—. Ah, ya los vi, están en la mesa de dulces. Vamos.

    En el momento en el que tocamos el primer escalón, la música cambió y la luz subió un poco, cortándoles los pasos a todos los presentes, quienes, por reflejo, miraron en todas direcciones. Cuando nos ubicaron, se quedaron observándonos en la cima de las escaleras. Un par de parejas se acoplaron al ritmo lento y siguieron bailando, pero la mayoría se dispersaron, dejando en medio un gran círculo casi vacío.

    Todos nos conocían, pues éramos el hermano mayor de la cumpleañera y su mejor amiga, así que de algún modo nos respetaban como los dueños de la fiesta. En su mayoría los asistentes eran chicos de dieciséis a veinte años, de manera que no eran difíciles de impresionar… Y, a decir verdad, nuestros disfraces eran muy llamativos. No tanto como el de la Cenicienta tonta, pero nos veíamos atractivos.

    Cuando terminamos con los escalones, Alicia se soltó de mi brazo y nos encaminamos hacia la mesa de dulces. Para nuestra fortuna, Maddie estaba en ese camino y le sonreí cuando la vi. Estuve seguro de que pensó que la sacaría a bailar, pues se acomodó el vestido y dio medio paso hacia adelante. Cuando estuve junto a ella me detuve, la miré a los ojos y abrí la boca para hablar. Maddie ya tenía la mano elevada, dispuesta a dármela, pero solo dije:

    —Con permiso.

    Se le enrojeció el rostro y quienes estaban alrededor se sorprendieron e hicieron muecas de burla. Ella entonces bajó la mano con toda la dignidad del mundo y se movió a un lado para que Alicia y yo pasáramos.

    El crayón y el cuaderno estaban de espaldas y les tocamos los hombros al tiempo. Ambos se giraron, cada uno con algo diferente llenándole la boca. De cerca corroboramos que eran un chico y una chica. Se veía poco de sus rostros, pero era suficiente como para determinar aquello.

    —¿Bailas? —le pregunté con amabilidad, extendiendo mi mano.

    El crayón se quedó helado y con algo haciéndole un bulto en la mejilla, quizás un bombón de chocolate o un malvavisco. Cuando vi el miedo en sus ojos supe que sí eran colados.

    Alicia le tendió la mano al cuaderno.

    —Qué lindo disfraz —murmuró con su tono de ángel—. Siempre he querido bailar con un cuaderno.

    Alicia y sus líneas coquetas…

    El chico también se quedó helado en su lugar, con una mancha de chocolate blanco en la comisura de la boca y un antifaz marrón cubriéndole el resto de la cara. Como sincronizados, ambos negaron suavemente con la cabeza, mirando aterrados nuestras manos extendidas.

    Eran colados, definitivamente, y no sabían quiénes éramos nosotros, así que usé eso a mi favor.

    —Es de mala educación negarles un baile a los dueños de la fiesta. —Le ofrecí de nuevo mi mano al crayón, que ya había tragado y tenía la boca vacía—. Solo un baile.

    —Por Martina —añadió Alicia en el mismo tono que yo—. Estoy segura de que ella está feliz de tenerlos acá y quiere que se diviertan.

    El cuaderno finalmente salió de su estupor y supo disimular la vergüenza y el miedo, pero el crayón siguió aterrado y congelado hasta que su novio le dio un amable empujón.

    —Claro, un baile, no hay problema.

    Él tomó la mano de Alicia y el crayón me dio la suya, que era pequeña, estaba fría, casi helada, y temblaba. Me dispuse a caminar con ella hacia la pista y vi con agrado, cuando pasé a su lado, que Maddie tenía la mandíbula apretada.

    Nos ubicamos en toda la mitad y, al ponerme frente a ella, le aferré la mano al crayón, pero mi otra mano quedó flotando, pues el disfraz era un cilindro enorme que la envolvía desde las rodillas hasta la coronilla, con una punta sobre la cabeza, y no le veía forma a la chica, así que no supe dónde colocarla.

    —No quiero sonar grosero, pero ¿dónde está tu cintura? No quiero tocar nada indebido.

    El crayón cambió su gesto por primera vez y sonrió ampliamente durante medio segundo de forma involuntaria. Con la mano que no me sostenía aún, tomó la mía, la llevó hasta su costado y la apretujó un poco para aplastar el vacío del disfraz y que pudiera llegar a su cuerpo. Luego posó su mano en mi hombro.

    —Ahí —murmuró.

    La canción era la más lenta, larga y empalagosa del mundo, pero al menos el crayón sabía mover los pies. La punta de su disfraz la hacía más alta que yo y, para ser honesto, por un momento me sentí estúpido por estar bailando con un crayón, considerando que mi disfraz era de príncipe.

    Con cada vaivén nos movíamos un poco de lugar porque había mucho espacio. En un punto quedamos en la mitad, justo debajo de una bola de disco, la cual le daba más claridad a la pista de baile. El crayón levantó la mirada un momento y pude ver con nitidez el color de sus ojos.

    Eran verdes.

    Eran preciosos.

    Después de todo, sí terminé animado y bailando en la mitad de la pista.

    CAPÍTULO 3

    ISABEL

    Un paso a la izquierda, uno a la derecha. No mirar a los ojos al príncipe. Disimular el temblor de las manos y las ganas de llorar de vergüenza. Rogar internamente que la música terminara o que cayera un meteorito. Eso era todo lo que pensaba mientras estaba en la mitad de la pista.

    En un momento estaba disfrutando del chocolate más sabroso que había probado jamás y, en el siguiente, el dueño de la fiesta me pedía que bailara con él. ¿Por qué me pedía que bailara con él? ¡Yo era un tonto crayón! Seguro que sabía que era colada y solo quería delatarme en frente de todos. El asunto era: ¿en qué momento? Porque ya iban dos minutos de baile y no había ni meteorito ni humillación.

    Éramos pocas parejas en la pista, por lo que muchos ojos estaban sobre nosotros. Yo solo quería tomar un par de chocolates y luego irme corriendo de esa casa. Miré de reojo a Elías, quien al parecer bailaba más plácidamente con la diabla de cabello rojo —que posiblemente llevaba una peluca—. Debo admitir que la imagen era graciosa: el disfraz de cuaderno era un rectángulo gigante con apliques en el lomo y la diabla había posado su mano sobre la M de Math. Sí, era un cuaderno de matemáticas. La mano que se sostenían estaba elevada y noté que él también procuraba no mirarla a la cara, quizás, como yo, para evitar el inicio de una conversación.

    —¿Cómo te llamas? —me preguntó el príncipe de repente y me vi obligada a levantar la mirada, aunque no tanto como para crear contacto visual.

    Entré en pánico por instinto y ni siquiera tuve las neuronas suficientes como para inventar un nombre o decir el mío, así que respondí:

    —Crayón.

    Afortunadamente el disfraz y la máscara me cubrían lo suficiente como para que no viera el sonrojo salvaje que delataba mi mentira.

    —¿Crayón?

    —Crayón Amarillo —confirmé—. ¿Y el tuyo?

    —Príncipe —dijo con una sonrisa ladeada.

    —¿Príncipe?

    —Príncipe Azul. —Quise soltar una carcajada, pero los nervios solo me dieron para una risa entre dientes—. ¿Cuál es tu nombre?

    —Hoy soy Crayón y ya.

    Dentro de mí, pensaba que decirle mi nombre iba a desatar la humillación y que quizás él estaba esperando saber quién era yo para acusarme con la policía por infiltrarme en fiestas privadas, así que por eso me negaba a dárselo.

    Él no sería capaz de poner una denuncia a nombre de «Crayón Amarillo»… o eso esperaba.

    —Tienes unos ojos muy bonitos, Crayón.

    Por primera vez en la noche me atreví a mirarlo directamente a los ojos.

    Lo primero que pensé fue que no era justo que él no llevara antifaz como el resto y, lo segundo, que era atractivo. Tenía los ojos negros y el traje de color azul noche con apliques dorados le sentaba de maravilla; era un verdadero príncipe azul. Me sentí genuinamente halagada por el cumplido pese a que recibía ese mismo comentario muy seguido. Los ojos verdes, herencia de mi madre, eran lo que más llamaba la atención de mí y, considerando que iba con antifaz y encrayonada, aquel rasgo era el único que destacaba en ese instante.

    —Gracias, príncipe. —La canción finalmente se detuvo y me solté con apremio de su mano—. Fue un gusto, con permiso.

    Cuando di la vuelta para alejarme de ahí, me choqué sin querer con la preciosa Cenicienta rubia, quien no creía que llevara peluca, que había visto al entrar. Le susurré una disculpa, pero alcancé a notar que me fulminó con la mirada. Caminé lo suficiente como para salir de la pista y entonces el príncipe se me atravesó.

    —No huyas, eso es trabajo de la Cenicienta.

    Reí, aunque por dentro quería gritar. Busqué con la mirada a mi cuaderno, pero el idiota se había quedado bailando una canción más con la diabla. Tonto Elías.

    —También es su trabajo bailar con el príncipe, deberías ir con ella. —La miré y noté que nos observaba—. ¿Ves? Está sola y creo que te busca.

    —Me gusta cambiar los cuentos. ¿Y qué mejor giro que el príncipe bailando con un crayón? Ni en los más absurdos fanfics aparece esa versión.

    Quise preguntarle si la sonrisa que me daba venía con el disfraz, pues le combinaba muy bien con todo el aire de la realeza, pero me pareció un poco inapropiado. Además, en mi mente, admirarlo estaba en segundo lugar. En el primero estaba la certeza de que yo no debería estar ahí.

    —Quizás es porque es antinatural. —Miré una vez más detrás de mí—. Cenicienta no deja de vernos, te busca. No me gusta su mirada.

    —Es que ella en realidad es la hermanastra disfrazada, de ahí su mala leche.

    —Si la invitas a bailar mejorará su humor —aventuré.

    —¿Por qué insistes con que la saque a bailar?

    Porque quiero huir de acá, pensé.

    Usé una de mis tres maneras de evadir una conversación: volverla incómoda.

    —Es que tengo que ir al baño urgente. Problemas de crayones.

    —Ve. —Señaló un pasillo a sus espaldas—. El baño queda dos puertas adentro de ese pasillo. Acá te espero.

    Usé mi segunda manera de evadir una conversación: voltear los papeles.

    —¿Y por qué insistes en hablar con un crayón?

    —Porque quiero crear confianza para que suceda una de estas dos cosas: que me digas tu nombre o que te quites el antifaz.

    ¡Para exhibirme como la infiltrada!, grité en mi interior.

    —Me llamo Crayón Amarillo y la máscara es obligatoria, me lo dijo el guardia.

    —Soy el dueño de la fiesta, así que puedo decir que no es obligatoria cuando yo quiera.

    Usé mi última manera de evadir una conversación: ser directa.

    —Me tengo que ir, perdón. Ya se me hizo tarde.

    —¿No tienes hasta medianoche?

    —Cenicienta hasta las doce, los crayones hasta las ocho. Lo dice en el cuento.

    Di un paso hacia la pista de baile, dispuesta a tomar a Elías a las malas y obligarlo a irnos. Me conocía y sabía que mi mentira no me iba a durar muchísimo más. El príncipe me tomó de la tela del crayón a la altura del hombro y se me aceleró el corazón con más y más miedo. Casi pude ver las esposas en mis muñecas forradas de tela amarilla.

    El príncipe me dio un gesto exagerado de realeza, irguiendo su postura, tornando seria su mirada y haciendo un ademán firme con la mano, tal como el que imaginé que usaría de estar en una obra de teatro o si de verdad fuera un príncipe… un príncipe tirano. Luego, con un tono muy formal, dijo:

    —Señorita Amarillo, me temo que tendrá que decirme su nombre para darle sus saludos y buenos deseos a Martina.

    Y ahí la cagué.

    —¿Martina? —pregunté, hundiéndome en una laguna de culpa.

    —Sí, la cumpleañera. —Levanté la mirada y vi que en la suya había maldad. En mi campo de visión alcanzaba a notar los contornos del antifaz y todo alrededor se me hizo más pequeño. Todo empeoró cuando, tras esa pausa dramática, comentó—: A menos que seas una colada que no tiene ni idea de quién es Martina.

    Me vi incapaz de mentirle más. Imaginé que si le suplicaba lo suficiente sentiría lástima de mi pérdida de dignidad y no llamaría a la policía. Me quedé sin aire y las palabras me salieron en balbuceos absurdos:

    —Lo siento mucho, muchísimo. Cuaderno dijo que sería fácil… yo solo quería comer… Hmm… perdón. No llames… no… no llames a la policía… yo soy un crayón bueno… perdón.

    Alguien tomó el hombro del príncipe y él se giró, quitándome su mirada de encima. El joven que estaba ahí, alto y ancho, le dijo algo y el príncipe me soltó. Estuve tentada a echar a correr ahí mismo, pero creí que era mejor suplicar otro poco por perdón y salir por las buenas.

    —Bien, ya voy —dijo el príncipe y el otro se alejó. Me observó de nuevo, pero ya no había malicia, sino solo diversión, en sus ojos—. Volveré. Y ni pienses en irte, Crayón, les diré a los guardias que no te dejen cruzar esa puerta.

    Con el corazón en la punta de la lengua, pregunté:

    —¿Estoy en problemas?

    Solo me sonrió de lado y se alejó para subir por las escaleras, llevándose de paso a la diabla, quien no se había despegado del cuaderno. Elías llegó a mí, sonriente y feliz, y lo odié por eso.

    —¿Qué sucede?

    —Debemos huir por una ventana —aseguré.

    Elías rio, creyendo que era una broma, pero nunca hablé tan en serio en mi vida como cuando dije eso.

    CAPÍTULO 4

    ANDY

    —Estás preciosa.

    Martina me sonrió con la emoción propia de ser la celebrada en una fiesta. Su vestido era azul oscuro, hacía juego con mi traje gracias a mamá y se suponía que era de hada, pero en realidad era un atuendo muy elegante y quizás demasiado descubierto para mi hermanita, con unas alas de tela transparente y tacones con borlas en las puntas.

    —¡Lo sé! Este color es bellísimo.

    Le toqué la mejilla y luego la abracé.

    —Te maquillaste mucho. No te ves de diecisiete años.

    —Hoy soy la que más debe brillar, ya me desmaquillaré al acostarme y no volveré a hacerlo. Es incómodo, pero para una vez es genial.

    —Están hermosos —nos halagó mamá con una cámara en la mano—. Andy, abrázala, les tomaré una foto.

    Hice lo que me pidió y luego de tres o cuatro flashes mi papá se asomó por la puerta.

    —Es hora de bajar.

    —Menos mal que no eres feo, pues eres mi acompañante —dijo cuando estuvimos a unos pasos de la escalera, en donde todos la verían—. Y el papel de príncipe te queda muy bien.

    Alicia y James estaban en el pasillo, así que le dieron un abrazo a Martina en cuanto la vieron.

    —Todos te esperan, cariño —le dijo Alicia.

    —Estás muy bonita. —James le sonrió con afecto—. Flecharás muchos corazones hoy.

    —No flechará ninguno, es una niña —intervine.

    —Tiene diecisiete. —Alicia resopló—. Yo a esa edad ya había tenido dos novios.

    —Tu precocidad amorosa no es mi problema.

    —Tú tuviste la primera novia a los catorce —se defendió de nuevo.

    —Yo no soy Martina.

    —Suficiente. —Mi hermana dio un paso al frente—. No hablen de mi vida amorosa.

    La música afuera se detuvo y supimos que era el momento de entrar. La voz del DJ sonó clara y grave:

    —¡Denle la bienvenida a Martina!

    Ella se colgó de mi brazo y salimos. Los asistentes estaban congregados abajo en una pequeña multitud. Unos aplaudieron, algunos chiflaron y noté que la Cenicienta solo sonreía con hipocresía. Mis padres llegaron a nosotros desde el otro lado de las escaleras y los cuatro nos quedamos unos segundos ahí, en silencio, mientras los demás miraban y vitoreaban.

    Busqué con la mirada al crayón, pero no lo vi por ningún lado, aunque dudaba que quisiera irse luego de lo que le dije. Mi plan no era intimidarla realmente, pero se negó a darme su nombre y vi en su mirada una expresión que me causó gracia, así que opté por decirle que sabía que se había colado. Tuve mi momento de culpa por hacerla sentir mal, pero de verdad quería saber quién era, de dónde había salido, cómo se había colado, quién era el cuaderno y por qué se habían disfrazado de esa manera tan rara.

    Encontré en ese crayón el ánimo que no tenía al iniciar la fiesta y por eso quería saber más de ella… Además, había molestado a Maddie y tenía que agradecerle por ello.

    Mi padre tenía el micrófono en la mano y desde la mitad de las escaleras empezó con su discurso, el cual era igual cada año, aunque con ligeras variantes:

    —Muchas gracias a todos por estar acá para celebrar a mi princesa Martina. Cuando ella nació…

    Me desconecté para buscar al crayón. Desde mi posición aventajada la vi caminando con el cuaderno sutilmente por detrás de la multitud, que estaba concentrada en nosotros. Bueno, tan sutilmente como dos útiles escolares gigantes podían ser. Era imposible que pasaran desapercibidos, considerando que sus trajes enormes los convertían en personajes de casi dos metros vestidos de colores llamativos.

    Yo en realidad no les había dicho nada a los de seguridad, así que no les pondrían problemas si querían salir. Tuve el impulso de ir tras ellos para evitar que siquiera lo intentaran, quizás para decirles que no había lío y que se quedaran en la fiesta hasta el final, pero no podía hacerlo porque era el momento de Martina.

    Se escuchó un «awww» por algo que dijo mi papá y después él le pasó el micrófono a mi mamá, quien empezó con el nudo ya en la garganta. El DJ había bajado de la tarima para quedarse cerca de nosotros y recibir el micrófono cuando fuera necesario. Justo encima del escenario, vacío en ese momento, había una ventana. Cuando vi a los útiles escolares caminando hacía allí quise soltar una carcajada, pues adiviné su plan, pero me dieron el micrófono muy pronto porque el emotivo discurso de mi mamá duró diez segundos antes de que se le salieran las lágrimas y tuve que moderarme.

    Me tomó dos segundos centrar mi atención en la multitud, que, al estar de espaldas a la tarima, no se enteraba de nada. Los pocos que se percataban de algo peculiar sencillamente lo ignoraban.

    —Martina no solo es la princesa de nuestro padre, sino también la mía —empecé, mirando de vez en cuando la tarima del DJ. El cuaderno estaba doblando sus extremos para poder caber por el marco y el crayón lo ayudaba, haciéndole escalerilla con las manos. Vamos, una imagen digna de fotografiar—. Cumple diecisiete, pero para mí siempre será una niña y eso implica que seré sobreprotector con sus posibles pretendientes. —Una risa comunal afloró y vi cómo el crayón bajaba un computador de la mesita para poder usarla como escalera—. Agradezco a todos los que le tienen cariño a mi hermana y espero que se diviertan hoy en esta celebración. —El crayón me miraba cada tanto, pues sabía que yo la observaba, pero al parecer solo quería escapar y quería aprovechar mi discurso para hacerlo. Se impulsó y la mitad de su cuerpo quedó fuera de la ventana, colgando como una sábana en una cuerda. Imaginé que el cuaderno la estaba esperando al otro lado—. Es muy importante para nuestra familia contar con los corazones de todos ustedes y… —El crayón hizo fuerza y cayó de sopetón por la ventana, la cual, a pesar de que no tenía más de dos metros de altura, podía hacer que se lastimara—. ¡Dios! —Me sonrojé y me aclaré la garganta. Martina me miró extrañada, al igual que todos, pero seguí—: Y la compañía de Dios, por supuesto, muchas gracias.

    Esperé solo dos segundos de aplausos medio incómodos por mi mal final de discurso y bajé las escaleras restantes intentando aparentar calma mientras Martina se rodeaba de sonrisas y abrazos. Esperaba que mis padres no hubieran visto la escena de la ventana. Cuando me perdí en la multitud, apuré más el paso hacia la salida y, una vez afuera, rodeé la casa para llegar a la ventana por la que habían huido.

    Los dos útiles estaban aún ahí. Ella se sobaba el tobillo y el antifaz de ambos se encontraba en el suelo, pero el crayón me daba la espalda, por lo que no le pude ver la cara. En cuanto al cuaderno, ni siquiera le presté atención a su imagen.

    —¡Ey! —grité.

    Giraron a mirarme dos segundos, no lo suficiente como para que detallara sus rostros, y entonces echaron a correr. Ella cojeaba de manera evidente y se apoyaba en el brazo del cuaderno. Mi casa era esquinera, por lo que salieron fácilmente a la calle. Los seguí por unos metros, pero me detuve al pensar que ella querría ir más rápido si la seguía. Sabía que se había lastimado el tobillo y no quería ser cruel al hacerla esforzarse de más.

    Observé la calle por la que iban corriendo hasta que los perdí de vista y entonces sentí la presencia de Alicia a mi lado.

    —¿Ese par de útiles de verdad se salieron por la ventana?

    —¿Los viste?

    —Claro que sí. —Alicia soltó una risa—. Tus padres también los vieron, pero ya les dije que son amigos tuyos y que estaban un poco ebrios. ¿Por qué se fueron así?

    Terminé riendo y negando.

    —Le dije al crayón que les había ordenado a los guardias que no los dejaran salir por la puerta porque sabía que eran colados.

    —Eres malo. —Alicia se carcajeó—. A mí me agradó el cuaderno, quería bailar más con él.

    Caminé de vuelta, llegué a la ventana, me agaché y tomé los dos antifaces. El de él era marrón claro y el de ella era amarillo. Le tendí el marrón a Alicia.

    —Ahí tienes tu recuerdo del cuaderno.

    —No me dijo ni su nombre. —Mi mejor amiga suspiró dramáticamente—. Me siento como en un cuento de hadas patético.

    —El crayón tampoco me dijo el suyo.

    Pensé en sus ojos verdes, que eran lo único que había guardado de ella en mi recuerdo… Eso y la escena de la caída de la ventana. Me asusté un poco, pero al menos me quedaba la certeza de que no había muerto.

    CAPÍTULO 5

    ISABEL

    —¡No seas animal! —le gruñí una vez más a Elías, quien intentaba masajearme con brusquedad el tobillo—. ¡Esto es lo que sacamos de tus planes!

    —Ya te ofrecí llevarte a urgencias y no quieres.

    —Ir a urgencias implica ir a un hospital. Ir al hospital implica que le avisen a mis padres porque somos menores de edad. Que llamen a mis padres implica que vendrán preguntas y que tendré que contarles de nuestro delito.

    Elías soltó una carcajada y le habría dado un golpe de no ser porque estaba más concentrada en el dolor de mi tobillo.

    —No cometimos ningún delito, Isa, deja tu maldito drama.

    Las calles estaban llenas porque era la noche de Halloween, pero el parque de niños estaba vacío, pues ya era tarde para ellos. Por eso Elías y yo nos detuvimos allí luego de huir por unas cinco calles. Seguíamos en un vecindario desconocido y de mejor estrato que el nuestro, pero al menos la fiesta y el príncipe acusador ya estaban lejos.

    Nos habíamos sentado en el arenero y me había quitado el zapato para poder mirarme el tobillo, el cual lucía un poco inflamado. La caída desde la ventana no era alta, pero aterricé en un mal ángulo sobre mi pobre pie, así que sí me dolió un montón. No fue tan grave como para partirme algo, pero sí como para quedarme sentada un buen rato quejándome.

    —Si no hubiéramos salido por esa ventana, quizás estaríamos en una patrulla

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