Del hecho al dicho: Martín Garatuza y el manejo de la historia en la novela de Vicente Riva Palacio
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Del hecho al dicho - Luis Alberto Martos López
Introducción
———•———
Este trabajo pretende aproximarse al personaje conocido como Martín Garatuza, que fue aprovechado por don Vicente Riva Palacio en sus obras Monja y casada, virgen y mártir y Martín Garatuza, ambas publicadas en 1868 como novelas de folletín. Durante el siglo xix el folletín fue un medio eficaz para la publicación, en periódicos, de textos en prosa, muchas veces extensos, como novelas, artículos de crítica literaria, crónicas históricas, etc. Por lo general, estos trabajos ocupaban la parte inferior de las páginas del diario, separados de las demás secciones por medio de una larga línea horizontal. Otra variante del folletín fue su publicación en un fascículo independiente que se incluía con el periódico. En el caso de las novelas y otros textos extensos, la historia se fragmentaba en capítulos o episodios, y se publicaba en entregas
, es decir, en varias ediciones sucesivas, lo que ayudaba a mantener el interés de los lectores (Jiménez Arango, 1991).
En las dos novelas, Riva Palacio procuró recrear la vida durante los tiempos de la Colonia, específicamente a mediados del siglo xvii. Tejió una trama de aventuras e intrigas que suceden en un periodo histórico entonces poco conocido y en el que los personajes ficticios se relacionan e interactúan con personas que en realidad vivieron en esa época.
Tanto el relato de sucesos históricos como la descripción de lugares y de la forma de vida durante la Colonia ubican esos textos dentro del género literario de la novela histórica mexicana, que, por supuesto, se desarrolló a partir de la misma corriente española, aunque con ciertos elementos del romanticismo.
En efecto, a principios del siglo xix, los poetas mexicanos dirigieron su gusto hacia el romanticismo, escuela nueva, brillante, sentimental, de moda ya en las literaturas europeas
(Jiménez Rueda, 1957, p. 215).
Al perseguir los ideales de evasión y búsqueda de lugares exóticos, los autores románticos mexicanos encontraron una notable y rica veta en la historia: El romanticismo pudo existir, y de hecho existió en su forma de reconstrucción histórica y legendaria, en los dramas de Ignacio Rodríguez Galván, primero, y don José Peón Contreras, después; en las novelas de [Manuel] Payno y de [Vicente] Riva Palacio, en las leyendas de don Juan de Dios Peza
(Jiménez Rueda, 1957, p. 220).
La novela histórica se inició en México en el siglo xix, pues no existe ninguna obra que pueda considerarse como tal durante la Colonia. Es cierto que ya en 1620 Francisco Bramón había escrito Los sirgueros de la Virgen sin original pecado, que actualmente se reconoce como la primera novela novohispana; algunos plantean que Los infortunios de Alonso Ramírez, escrita en 1690 por el erudito don Carlos de Sigüenza y Góngora, es una novela histórica. Sin embargo, en el primer caso se trata de una novela de corte pastoril (Barrera, 2014) y, en el segundo, de una crónica novelada que el escritor realizó a partir del testimonio del propio Alonso Ramírez (Sigüenza y Góngora, 1954). De esta forma, la novela histórica, como un género extendido entre los escritores, no apareció en México sino hasta el siglo xix, cuando se publicaron algunas obras que, si bien no son de gran calidad, al menos tienen el mérito de considerarse novelas y de pretender entretener al lector recreando la forma de vida en tiempos pasados.
La novela histórica en España nació en el siglo xix, con la idea de utilizar el recurso literario como medio de aproximación a hechos y situaciones históricas importantes para el desarrollo de la península. El género incluyó, además, un interés por la descripción detallada de la vida cotidiana, las costumbres, los refranes populares y, en general, el reflejo de la forma de hablar de los diversos actores sociales.
Uno de los más importantes exponentes del género en España fue Benito Pérez Galdós, quien en su más célebre obra, los Episodios nacionales, supo combinar con precisión la ficción literaria con hechos históricos y estampas de la vida cotidiana española. Los personajes ficticios de Pérez Galdós interactúan con hombres de carne y hueso de una manera verosímil y, mediante críticas incisivas, recrean el pensar y el sentir de la gente de esa época.
La primera novela histórica americana escrita en español fue Jicoténcatl, de autor anónimo y publicada en Filadelfia en 1826; su tema central es la conquista de México. Sin embargo, se trató más de una novela discursiva que descriptiva, sin características románticas o realistas (Anderson Imbert, 1954, pp. 221-222).
En México la corriente pronto fue acogida por importantes literatos. Antonio Castro Leal ha señalado que el mayor desarrollo del género en México se alcanzó entre 1866 y 1872, con las obras de Eligio Ancona, Pascual Almazán, Juan A. Mateos y Vicente Riva Palacio. Viene después un periodo de decline con Enrique de Olavarría y Ferrari, Juan A. Mateos, Ireneo Paz y Heriberto Frías. Tuvo un efímero resurgimiento a principios del siglo xx con Victoriano Salado Álvarez (Castro Leal, en Riva Palacio, 1993a, p. viii), en quien es muy clara la influencia de Galdós. Salado Álvarez hizo su propia versión de los Episodios nacionales —que ahora son mexicanos—, en la que tejió sus historias en el marco de la Guerra de Reforma, la Intervención francesa y el Segundo Imperio. Pero, sin lugar a dudas, Vicente Riva Palacio tiene reservado uno de los principales sitios como impulsor de este género en México.
En términos generales, en la novela histórica mexicana hay un interés especial por el costumbrismo, pues los escritores trataron de pintar la forma de vida y las costumbres del campo y de las ciudades. Por supuesto, al igual que pasó en España, la novela romántica en México recibió fuerte influencia de Walter Scott y, más tarde, de Víctor Hugo y Alejandro Dumas (Jiménez Rueda, 1957, pp. 246-247).
Don Vicente Riva Palacio buscó en el pasado colonial los temas centrales de sus obras. Aunque, como ya han señalado algunos autores y sin pretender juzgar al autor decimonónico o demeritar sus novelas, habría que aceptar que ni profundizó en el aspecto histórico ni entretejió historias muy complicadas ni ofreció un estilo literario depurado y cuidado. Pero también es cierto que la premura con que escribió las obras y los tiempos vertiginosos que vivió quizá hayan sido la causa de ello, lo que le confiere un mérito aún mayor:
Poseedor de un interesante archivo de documentos, especialmente coloniales, procuró extraer de ellos asuntos para sus novelas. No logró la reconstrucción artística del pasado colonial, no llegó siquiera a aprovechar las fuentes de que disponía con la destreza necesaria para elevar a sus novelas de la simple categoría de folletín […] pasa solamente por ser un narrador ameno y truculento de sucesos que la fantasía pudo haber decorado con un sutil manto de ensueño […] De no haber tenido vida tan agitada, los frutos que brindó al arte habrían sido, indudablemente, mejor logrados.
Efectivamente, Riva Palacio tuvo en su propia casa una buena parte del acervo del archivo de la Inquisición. El diseño del personaje de Martín Garatuza está basado en una persona real: Martín de Salazar y Villavicencio, pícaro, embaucador y ladrón, quien fue apresado y juzgado por la Inquisición en 1642 [Jiménez Rueda, 1957, pp. 254-255].
La problemática de este trabajo se centra en un análisis comparativo del personaje histórico con el ficticio. A partir de la contrastación quizá se pueda inferir el nivel de veracidad que pretendía incluir Riva Palacio en sus recreaciones de la vida colonial, o si quería reflejar una situación distinta durante el virreinato, más caótica, oscura y arbitraria, en contraste con la época liberal de su propio tiempo.
Respecto a los trabajos que existen sobre este tema podemos mencionar los de José Alejandro Ortiz Monasterio. En La obra historiográfica de Vicente Riva Palacio (1999) trata precisamente este particular aspecto de la obra de Riva Palacio. Además, propone un análisis del componente histórico y el ficticio en su Historia y ficción (1993). Otro trabajo que versa sobre el tema de la construcción de la novela de ambiente colonial es el de Guadalupe García Barragán (2006), quien hace una apología de Riva Palacio ante las críticas de varios autores.
Julio Jiménez Rueda ha trabajado el aspecto picaresco de varios personajes históricos, incluyendo, por supuesto, a Garatuza. Maiella Itzé Hernández (2012) ve en Monja y casada la intención del autor de transmitir al pueblo ignorante un mensaje pedagógico por medio de las letras, por lo que exalta el contenido histórico y otros aspectos de la cultura popular como la brujería y el curanderismo tratados en la obra.
Otro trabajo interesante es el de Raffaele Moro (2010), quien no sólo aborda el aspecto pícaro del personaje, sino que lo estudia como un icono y lo considera un elemento de identidad para el desarrollo del criollismo durante el siglo xvii.
La relación entre ficción e historia también ha sido trabajada por Yunsook Kim (2008) en su disertación para obtener el grado en lenguas y literaturas hispánicas.
Por su parte, Verónica Hernández (2014), en un profundo análisis, estudió la representación y el manejo del pasado en la novela de Monja y casada y detectó varios problemas, como el anacronismo, la falta de motivación de los personajes y el continuo juicio del narrador desde la perspectiva de la República Restaurada.
En esta investigación pretendo realizar un análisis histórico-literario de las novelas Monja y casada y Martín Garatuza, especialmente de la figura del personaje homónimo, en cuanto personaje ficticio e histórico. Para ello me basaré en los análisis de su papel en ambas novelas y del documento original del proceso inquisitorial en su contra que existe en el Archivo General de la Nación y que, por ende, es información histórica de primera mano.
La idea es hacer un estudio comparativo del Garatuza personaje y el Garatuza histórico, con la hipótesis de que el astuto héroe protagonista de las novelas, aunque evidentemente está inspirado en el sujeto juzgado por el Santo Oficio, tiene más de ficción que de realidad tanto en su perfil, características y cualidades como en las acciones que realiza; es decir, el personaje de Riva Palacio es un constructo adecuado a los fines de la novela.
Otro aspecto por destacar es el análisis de acontecimientos históricos y descripciones costumbristas que fueron plasmados en la novela por el autor, con la finalidad de presentar un panorama específico de la historia colonial que se ofrece en la obra.
Al respecto, Ortiz Monasterio analizó dos discursos de Riva Palacio pronunciados en ceremonias por el aniversario de la Independencia, y en los que, precisamente, se evoca la Colonia como un periodo oscuro:
El otro aspecto que resalta el orador es el de la ignorancia en la que vivía la Nueva España, sumida en la superstición y bajo la presencia ominosa del Santo Oficio. Fue postura común entre los escritores del partido liberal avanzado restarle méritos a la dominación española, y aquí Riva Palacio parece querer impresionar a su auditorio con un cuadro sombrío pasando de la exageración a la franca mentira [2008, p. 62].
El mismo autor concluye de lo anterior que el propósito de las novelas históricas de Riva Palacio fue ciertamente mostrar los horrores de la Inquisición como botón de muestra de las supuestas ‘bondades’ del antiguo régimen, todo para apuntalar las ideas liberales del día
(2008, p. 62).
En el presente trabajo uno de los aspectos que pretendo abordar es el de la identidad, que se puede leer entre líneas en ambas novelas y que se vincula con el concepto epos propuesto por la doctora Mercedes Fernández Durán (2008), para quien toda reflexión sobre identidad —y toda política identitaria— implica procesos de búsqueda e identificación: memoria, filosofía del ser nacional, valores
(2008, p. 31).
Se entiende por epos un conjunto de relatos en el que se establecen los valores fundacionales de una comunidad. En consecuencia, el epos es el lugar donde cristalizan, por una parte, la sublimación de la lengua como instrumento estético, no sólo como instrumento de comunicación, y, por la otra, los ideales políticos, éticos y religiosos de una nación (Fernández Durán, 2008, pp. 31-32).
Considero, al igual que otros autores, que si bien don Vicente Riva Palacio buscaba entretener al público con sus novelas, también pretendía comunicar información histórica y social sobre el pasado colonial, para señalar vicios y defectos y reducir el papel e importancia de esa época en el desarrollo del país. En cambio, exaltó y enalteció los símbolos y valores de la nueva nación republicana en aras de la construcción de una identidad. Es decir, hizo una reinterpretación del pasado y una resimbolización del epos mexicano.
Para concluir con esta introducción sólo resta mencionar que este trabajo está estructurado en seis capítulos: en el primero se ofrece una breve reseña biográfica del autor y su obra; el segundo presenta un análisis de las dos novelas, considerando la estructura, el fondo, la forma, el tema y los personajes; el tercer capítulo contiene un análisis de los aspectos romántico e histórico presentes en la obra; el cuarto consiste en un análisis de Martín Garatuza como personaje de ficción, mientras que el análisis del personaje histórico a partir del expediente de la Inquisición se presenta en el quinto capítulo. El último capítulo constituye una recapitulación de la información, así como su análisis desde las perspectivas de la identidad y del epos, para llegar a conclusiones generales.
Además, el estudio se complementa con tres apéndices que consisten en breves reseñas de las novelas Monja y casada, virgen y mártir y Martín Garatuza, con numerosas citas textuales para que el lector pueda conocer el estilo del autor, la dinámica y el tono de la historia. El tercer apéndice es un fragmento del proceso inquisitorial en el que Garatuza denuncia a un viejo conocido suyo llamado Francisco Luis.
No puedo concluir esta introducción sin agradecer a todos aquellos que de una u otra forma me ayudaron en la preparación de este trabajo: a la maestra Ana Isabel Tsutsumi, por el invaluable apoyo, por toda la ayuda y por la acertada dirección; al doctor Federico Augusto Guzmán, por su entusiasmo y orientación en la revisión y preparación final del texto; a la doctora Aurora González, cuyos acertados e interesantes comentarios e ideas cristalizaron en un mejor trabajo; al maestro Galdino Morán por sus alentadores comentarios y por haber sido siempre un ejemplo a seguir. De igual forma mi más sincero agradecimiento a la maestra María de Lourdes Penella, por el total apoyo y por la gran motivación que siempre significó por medio de sus espléndidos seminarios. Sin el apoyo y la orientación de todos ellos este trabajo jamás se habría realizado.
I. el autor y su obra
———•———
Don Vicente Riva Palacio y Guerrero nació en la Ciudad de México el 16 de octubre de 1832; fue hijo de don Mariano Riva Palacio, prominente abogado,¹ y de doña Dolores Guerrero, hija del general Vicente Guerrero.
En 1845 ingresó en el colegio de San Gregorio, donde se graduó como abogado en 1854. Dos años después, el 1 de agosto de 1856, contrajo matrimonio con doña María Josefina Bros Villaseñor, a quien amó entrañablemente y con quien tuvo a su único hijo, Federico Vicente, quien nació en 1857.
Fue diputado del Congreso Constituyente en 1856; tomó las armas liberales durante la Guerra de Reforma —entre 1857 y 1860— y obtuvo el grado de coronel. Después del periodo armado dejó la milicia para abrir un bufete de abogados.
En 1861 volvió a asumir una diputación, pero un año después retomó el camino de las armas para enfrentar a los franceses y participar en el sitio de Puebla en 1863.
Siguió a Juárez en su peregrinar a San Luis Potosí, donde se estableció y fundó El Monarca. Periódico soberano y de origen divino, con el que se encargó de promover el patriotismo y la defensa del país (Orozco, 2013, p. 39).
Juárez lo nombró gobernador del Estado de México. Debido a que el territorio estaba ocupado por los franceses, tuvo que trasladar su gobierno a un campamento emplazado en las afueras de Zitácuaro. Al principio sólo contaba con siete soldados, pero con el tiempo logró reunir una tropa importante y se hizo de algunos recursos; la paga de salarios de sus efectivos corrió de su propio bolsillo y él mismo se organizó para fabricar parque y elaborar los uniformes.
A pesar de todo, Riva Palacio hostigó a los franceses por medio de la guerrilla, hasta que finalmente, en 1864, logró tomar Zitácuaro, lo que le valió ser ascendido a general de brigada, y luego recibió el nombramiento de gobernador de Michoacán.
A la muerte de José María Arteaga, Riva Palacio tomó provisionalmente el mando del Ejército del Centro; poco después Juárez lo retiró del mando y lo asignó a Nicolás de Régules. Riva Palacio se marchó a vivir al rancho Las Nonas, donde se dedicó a publicar el periódico liberal El Pito Real.
En 1866 volvió al Estado de México y logró tomar Toluca en febrero de 1867; luego marchó a Querétaro para la toma de la ciudad. Tras la derrota de Maximiliano se unió al sitio de la Ciudad de México que llevó a cabo Porfirio Díaz, con quien entró triunfalmente el 21 de junio de 1867.
Terminada la guerra, Riva Palacio renunció a sus cargos de gobernador del Estado de México y de Michoacán, pero tuvo cuidado de aclarar sus razones: Cuando hubo peligro di cuanto pude; en esta hora de reparto de canonjías, mi sitio es mi casa
(Riva Palacio, citado en Serrano, 1934, p. 31). Fundó entonces el periódico La Orquesta, en el que propuso la candidatura de Porfirio Díaz como presidente.
En 1870, luego de una enfermedad, emprendió un viaje a Europa para restablecerse y volvió a México para reabrir su bufete y escribir colaboraciones para varios periódicos. Poco después, sus amigos lo candidatearon para presidente de la Suprema Corte de Justicia, en oposición a José María Iglesias, quien era el candidato oficial (Orozco, 2013, p. 42); sin embargo, Lerdo de Tejada impidió el triunfo de Riva Palacio. Perdida la elección, éste se dedicó a escribir varias de sus novelas, como Calvario y Tabor, Monja y casada y Martín Garatuza.
A la muerte de Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada subió a la presidencia de la República, pero no respondió a las expectativas liberales, por lo cual Riva Palacio lo criticó mediante incisivos artículos y caricaturas que publicó en El Ahuizote. Poco después se adhirió al Plan de Tuxtepec, que encabezaba Porfirio Díaz.
Con la victoria de Díaz y su ascenso a la presidencia en 1876, Riva Palacio fue invitado para encargarse del Ministerio de Fomento, Colonización e Industria. Su buena gestión lo perfiló como posible candidato a la presidencia; para impedirlo, Porfirio Díaz lo comisionó para organizar la candidatura de Manuel González, y lo persuadió de que podría ser candidato en el siguiente cuatrienio. Riva Palacio aceptó con entusiasmo y logró que González saliera electo en 1880.
Aunque Riva Palacio esperaba algún ministerio, no se le comisionó ningún cargo importante, pero aún guardaba la esperanza de ser candidato para el siguiente periodo. En 1883, en un discurso en la Cámara, se manifestó en contra del gobierno y en favor del pueblo; tras los consiguientes disturbios públicos, Riva Palacio fue acusado de promoverlos y enviado a la prisión de Tlatelolco. Sin darle a conocer los cargos, se le mantuvo confinado, y luego fue liberado sin mayor explicación, por supuesto, sólo después de consumada la reelección de Díaz (Orozco, 2013, p. 44).
Riva Palacio volvió a su bufete y organizó la edición de la monumental obra histórica México a través de los siglos; también publicó artículos en el folletín quincenal El Parnaso Mexicano.
Aún mantenía la idea de lanzarse como candidato a la presidencia en las siguientes elecciones, pero Porfirio Díaz no lo quería de competencia y volvió a adelantarse: lo nombró embajador plenipotenciario de México en España y Portugal, cargo que Riva Palacio asumió en noviembre de 1886.
En 1893 escribió algunos cuentos que se publicaron en la revista La Ilustración Española y Americana y preparó su último libro, Los cuentos del general.
Como consecuencia de una infección provocada por una espina de pescado que se le atoró en el esófago, murió en Madrid el 22 de noviembre de 1896.
La obra de don Vicente Riva Palacio es muy vasta, pues abarca sátira crítica, oratoria, periodismo, poesía, dramaturgia y novela. Sus críticas son tan finas como mordaces, logradas ya con textos, ya con caricaturas; fueron publicadas principalmente en los periódicos El Ahuizote y La Orquesta, de los que fue fundador. También en Los Ceros ofreció al lector toda una galería en la que caricaturizó a numerosos personajes de su época, señalando sus defectos, vicios y pretensiones.
Como poeta, escribió una obra pulcra y discreta bajo el seudónimo de Rosa Espino; son especialmente notables tres de sus sonetos: El Escorial, El viento y La vejez. Sus versos fueron muy celebrados durante la guerra contra el Imperio; algunos incluso se convirtieron en canciones populares del ejército republicano, la más famosa de las cuales fue Adiós, mamá Carlota.
Como dramaturgo, Riva Palacio escribió numerosas obras de teatro, pero las más célebres son las que realizó con Juan A. Mateos y que se publicaron en Las liras hermanas.
Un campo que le apasionaba era el de la historia y por ello escribió numerosos trabajos. Sin duda, el más notable es México a través de los siglos, obra que no sólo coordinó, sino de la que redactó personalmente el segundo tomo, dedicado a la historia virreinal: "Don Vicente Riva Palacio dirige la publicación de México a través de los siglos (1884-1889), obra en la que colaboran don Alfredo Chavero, don Julio Zárate, don Enrique de Olavarría y Ferrari, don Juan de Dios Arias y don José María Vigil" (Jiménez Rueda, 1957, p. 317).
Sin llegar al nivel de la obra anterior, también son importantes sus Ensayos históricos y las Tradiciones y leyendas mexicanas, estas últimas recopiladas y escritas con Juan de Dios Peza.
Entre 1868 y 1872 escribió sus novelas históricas Calvario y Tabor; Monja y casada, virgen y mártir; Martín Garatuza; Las dos emparedadas; Los piratas del Golfo; La vuelta de los muertos; Memorias de un impostor, y Don Guillén de Lampart, rey de México:
El tema principal de Calvario y Tabor es la lucha por la independencia y contra la Intervención Francesa en Michoacán; en Monja y casada lo es el tumulto de 1624 y la caída del virrey como antecedente del potencial revolucionario del pueblo; en Martín Garatuza, la