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El zarco/Los bandidos de Río Frío: El zarco/Los bandidos de Río Frío
El zarco/Los bandidos de Río Frío: El zarco/Los bandidos de Río Frío
El zarco/Los bandidos de Río Frío: El zarco/Los bandidos de Río Frío
Libro electrónico398 páginas10 horas

El zarco/Los bandidos de Río Frío: El zarco/Los bandidos de Río Frío

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Dos novelas clásicas de enorme vigencia, que retratan la zozobra de la sociedad mexicana en el siglo XIX y que comparten un mismo tema: el bandidaje. La primera trata sobre los Plateados, bandidos que atemorizan Yautepec y sus alrededores. El pueblo intenta protegerse de ellos, sin sospechar que Manuela, una joven muy apreciada por la comunidad, ma
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 ene 2022
ISBN9786076219188
El zarco/Los bandidos de Río Frío: El zarco/Los bandidos de Río Frío
Autor

Ignacio Manuel Altamirano

Ignacio M. Altamirano (Tixtla, Guerrero, 1834-1893) fue escritor y político. Abogó por la educación obligatoria, laica y gratuita, y fue procurador y cónsul de México en Barcelona y París. Manuel Payno (Ciudad de México, 1810-1894) fue un escritor, político y diplomático que contribuyó a la consolidación cultural de México.

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    El zarco/Los bandidos de Río Frío - Ignacio Manuel Altamirano

    Couverture : IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO, MANUEL PAYNO, El Zarco (Los bandidos de Río Frío Selección de diez capítulos), CastilloPage de titre : IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO, MANUEL PAYNO, El Zarco (Los bandidos de Río Frío Selección de diez capítulos), Castillo

    DIRECCIÓN EDITORIAL: Cristina Arasa

    COORDINACIÓN DE LA COLECCIÓN: Mariana Mendía

    CUIDADO DE LA EDICIÓN: Mario Carrasco Teja y Ariadne Ortega González

    DISEÑO DE PORTADA: Javier Morales Soto

    FORMACIÓN: Mario Carrasco Teja

    ILUSTRACIÓN DE PORTADA: Isidro Antonio Reyes Esquivel

    ICONOGRAFÍA: Darío Zárate Figueroa

    CONTENIDOS DE SECCIONES DIDÁCTICAS: Carlos Tejada

    TEXTOS: Ignacio Manuel Altamirano (El Zarco) / Manuel Payno (Los bandidos de Río Frío)

    El Zarco / Los bandidos de Río Frío

    PRIMERA EDICIÓN DIGITAL: septiembre de 2017

    D.R. © 2017, Ediciones Castillo, S.A. de C.V.

    Castillo ® es una marca registrada.

    Insurgentes Sur 1886 Col. Florida.

    Del. Álvaro Obregón.

    C.P. 01030, México, D.F.

    Ediciones Castillo forma parte del Grupo Macmillan.

    www.grupomacmillan.com

    www.edicionescastillo.com

    infocastillo@grupomacmillan.com

    Lada sin costo: 01 800 536 1777

    Miembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana.

    Registro núm. 3304

    ISBN Digital: 978-607-621-918-8

    Prohibida la reproducción o transmisión parcial o total de esta obra por cualquier medio o método, o en cualquier forma electrónica o mecánica, incluso fotocopia o sistema para recuperar la información, sin permiso escrito del editor.

    La transformación a libro digital de este título fue realizada por Nord Compo.

    PUERTAS DE ACCESO

    Senderos encontrados

    El Zarco y Los bandidos de Río Frío, las dos novelas incluidas en este libro, no sólo coinciden en que tratan sobre salteadores de caminos, crímenes, corrupción y enredos pasionales, sino también en que primero se publicaron en España y después en México, además de que sus autores las escribieron hacia el final de sus vidas.

    Tanto Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893), que escribió la primera, como Manuel Payno (1810-1894), autor de la segunda, fueron dos literatos que en su época se desempeñaron como políticos, diplomáticos y periodistas que ocuparon numerosos cargos públicos y tuvieron un papel relevante en la historia nacional.

    Aunque ahora sus novelas más importantes se reúnen en este volumen, cabe destacar que ambos escritores se confrontaron en el ámbito político, al grado que en 1861 Altamirano pronunció varios discursos ante el pleno legislativo para condenar la participación de Payno —entre otros cargos por traición— en el golpe de Estado de 1857, con el que se pretendía desconocer la Constitución promulgada ese año, así como disolver el Congreso de la Unión.

    Por ejemplo, el 10 de julio de 1861 Altamirano recriminaba: Se está absolviendo en nuestra presencia a muchos criminales, y no alzamos la voz. Aún viven Isidro Díaz, Casanova, Payno y todos esos miserables; su causa lleva trazas de no acabarse nunca; la justicia nacional reclama su castigo. ¹ Y unos días más tarde:

    Payno ayuda al tirano de diciembre [Ignacio Comonfort] a consumar su obra; coloca a este hombre ingrato y débil en una pendiente resbaladiza y le empuja y ríe de su caída, sin importarle nada la desgracia nacional. Después adula a Zuloaga, después no se avergüenza de ir a ofrecer sus sonrisas y sus servicios a Miramón […] Payno es más hábil que Comonfort y se quedó, en efecto, en esta capital, para pedir a los reaccionarios lo que piden todos los traidores, una recompensa. Ellos le dieron de puntapiés, pero esto no puede servirle de disculpa. Si le hubieran ahorcado… se nos ahorraría hoy la vergüenza de absolverlo, porque yo temo que será absuelto. ²

    Payno fue encarcelado durante un breve periodo y liberado en noviembre de ese mismo año. En su defensa, en septiembre de 1860 él había publicado una memoria sobre las acciones por las que se le juzgaba, donde aseveraba:

    Generalmente se ha dicho que el señor Comonfort y yo hicimos una traición, y así algunas veces se expresa, no sólo en los periódicos, sino en los documentos oficiales del gobierno de Veracruz. Por mi parte, yo he aceptado desde un principio, y en este mismo momento vuelvo a aceptar de nuevo, toda la responsabilidad, no del acontecimiento, que fue motivado por otros antecedentes, y bien distante de mi influjo y voluntad, sino de la parte que en él tuve; pero nunca aceptaré el cargo de traición. ³

    Tras este conflicto Altamirano y Payno siguieron sus propios caminos hasta el final de sus días, más de treinta años después, tras vivir en carne propia otros sucesos históricos como la segunda Intervención Francesa (1862-1867).

    Dos rutas para ser bandido

    El Zarco y Los bandidos de Río Frío son dos obras fundamentales en las que es posible reencontrarse con el México decimonónico, un periodo clave en la historia de nuestro país durante el cual se forjó y consolidó la independencia nacional.

    Para muchos estudiosos la novela de Payno es la mejor escrita en México en el siglo XIX, publicada entre 1888 y 1891 como "un producto tardío de la novela de folletín, que principia gloriosamente en 1848 con La hija del judío de Justo Sierra O’Reilly". ⁴ Al respecto, Castro Leal precisa:

    Esta clase de novelas se vendían en México por entregas, a una cuartilla de real, es decir, a tres centavos cada una y fueron el último desarrollo de la novela de folletín, que apareció originalmente en los periódicos diarios al finalizar la primera mitad del siglo XIX.

    Por su parte, Altamirano invirtió casi tres lustros en la redacción de El Zarco, la cual debió esperar ocho años después de su muerte para salir a la luz, en 1901. Manuel Sol señala que en 1889 apareció una nota anónima en el periódico El Tiempo, en la que se anunciaba que la Revista Nacional de Letras y Ciencias publicaría una novela de Altamirano titulada Los Plateados —nombre que reciben los bandidos en la obra—, y plantea que algún discípulo del escritor habría propuesto incluirla allí por entregas, tal vez con el propósito de presionar a Santiago Ballescá, el editor en España, para que apresurara la aparición del libro.

    A la postre, Ballescá incluyó una nota preliminar en esa primera edición para justificar el retraso:

    El original […] me fue cedido por el señor Altamirano desde el año de 1888, y acompañándome en mis viajes, fue a Europa y volvió a México más de una vez, sin que, por causas diversas y siempre contrarias a mi voluntad, se me lograse el deseo vivísimo de darlo a la imprenta […] Debía esta explicación a los amigos y admiradores del insigne autor de este precioso libro, que yo era el primero en desear ver impreso.

    Una novela microcósmica

    A diferencia de Los bandidos de Río Frío, donde la historia transcurre a lo largo del territorio nacional y con una serie de protagonistas que ocupan cada uno de los estratos sociales de la época, El Zarco se desarrolla en un solo sitio, Yautepec, que por entonces no formaba parte del estado de Morelos, sino de México. La narración se enfoca en el conflicto amoroso de cuatro personajes: Nicolás, Manuela, Pilar y el Zarco, del que se desprende el título.

    Asimismo, mientras que Payno describió al México del siglo XIX mediante un mosaico de personajes de varias esferas sociales y zonas del país, Altamirano centró su atención en dos parejas de personalidades contrastantes: por un lado Nicolás es un indígena trabajador, muy modesto y sincero, al contrario del Zarco, cabecilla de un grupo de bandidos que asuela la región; por el otro está Manuela, mujer de tez blanca, ambiciosa y pedante, a diferencia de su amiga Pilar, de tez morena, humilde y sencilla hasta el extremo. A fin de comprender este recurso para construir la trama de la novela se debe tomar en cuenta que el autor concebía el género novelístico como un medio para formar a los lectores, elevar el nivel educativo de los mexicanos, así como para reivindicar la naturaleza y bonhomía de los indígenas y los pueblos mestizos.

    Altamirano atribuye a la novela una importante función social, como órgano a propósito para la difusión de ideas nuevas y el adecuado para dar a un público numeroso y poco favorecido con los privilegios de la instrucción, el conocimiento de la historia, que es la base de la conciencia nacional […] El Zarco es la novela de la plena madurez del autor. Un espejo muy fiel de lo que fue México en un momento dado, con su respectivo marco histórico.

    Al poner en juego a personajes opuestos entre sí, Altamirano dejó de manifiesto su opinión sobre los valores que consideraba esenciales en el ser humano. Como explica Manuel Sol:

    Lo que realmente quería novelar Altamirano era la vida diaria de los ciudadanos pacíficos que vivían en medio de la zozobra, de la inseguridad y del terror de que eran objeto por parte de los bandidos, cuando no del abuso, de la leva y del robo, tanto de los caudillos conservadores como liberales, que se adueñaban también de sus armas, de sus caballos y de sus cosechas, dejándolos inermes ante los bandidos y en la más completa miseria.

    El Zarco es una novela que se retrae en sí misma y no admite más que la presencia de esos cuatro personajes. Sin embargo, gracias a esta limitación funciona más allá de los objetivos didácticos del escritor, pues en esa contención yace al mismo tiempo su contundencia, máxime que Altamirano consideraba que las obras literarias sólo se clasifican en la buena y la mala. A la primera pertenecen todas las obras que conmueven, cualesquiera que sean su asunto y su forma literaria. ¹⁰

    Se trata asimismo de una novela donde el autor se sirvió de las parejas para reflexionar sobre la naturaleza y las implicaciones del sentimiento amoroso: por un lado Nicolás y Pilar, modelo del amor puro, y por el otro el Zarco y Manuela, que ejemplifican el amor interesado. Gracias a este tratamiento El Zarco alcanza momentos de profundidad filosófica en los que se desvelan los claroscuros de aquella pasión: Altamirano halló esta puerta como recurso literario, con un tratamiento gradual mediante el que los protagonistas evolucionan en la medida que lo exigen sus conflictos.

    Una novela macrocósmica

    Los bandidos de Río Frío se publicó por entregas en España con el seudónimo de Un ingenio de la corte, cuando su autor se desempeñaba como cónsul general de México en aquella nación durante el régimen de Porfirio Díaz.

    Como el propio Manuel Payno expresó, su objetivo al escribir la que se convertiría en su última y mejor obra no era otro que el de interesar y divertir, como se aprecia en el subtítulo que llevaba la primera edición: Novela naturalista, humorística, de costumbres, de crímenes y de horrores.

    Acaso por eso se adereza con un sinfín de anécdotas y personajes de todo tipo, en las que se mezclan de manera alternativa pasajes cómicos y dramáticos en extremos aparentes que se funden en una sola situación. En el prólogo el escritor anotó:

    Hace años, y de intento no se señala cuál, hubo en México una causa célebre […] Algunos de los magistrados tuvieron una muerte prematura y muy lejos de ser natural. Personas con categoría y de buena posición social estaban complicadas, y se hicieron, por este y otros motivos, poderosos esfuerzos para echarle tierra, como se dice comúnmente; pero fue imposible. El escándalo había sido grande, la sociedad de la capital y aun de los estados había fijado su atención, y se necesitaba un castigo ejemplar para contener desmanes que tomaban grandes proporciones […] De los recuerdos de esta triste historia y de diversos datos incompletos, se ha formado el fondo de esta novela.

    Compuesta por ciento diecisiete capítulos distribuidos en dos partes —de los que en este volumen se ofrece una breve selección de diez capítulos—, la novela inicia con una nota periodística:

    En un rancho situado detrás de la cuesta de Barrientos […] vive una familia de raza indígena […] Las gentes de Tlalnepantla dicen que esa familia es descendiente del gran emperador Moctezuma II y que tiene otras muchas tierras que se ha cogido el gobierno, así como la herencia […] La mujer, que se llama doña Pascuala, hará justamente trece meses el día de san Pascual Bailón que salió grávida, no se sabe si de un niño o una niña, porque hasta ahora no ha podido dar a luz nada.

    Acto seguido aparece otra noticia, fechada ocho días después, en la que el gobierno desmiente haber tomado de manera ilegal esas posesiones. En ambos casos se sienta el trasfondo de Los bandidos de Río Frío no sólo como una novela de costumbres, sino también como un mosaico del México del siglo XIX y una muy larga transición de medio siglo a partir de una sociedad colonial hasta una republicana, periodo que representó para el país una guerra de Independencia, otra de Reforma y una serie de intervenciones extranjeras por parte de potencias como Francia y Estados Unidos de América. Para algunos analistas esa gravidez de más de trece meses es un símbolo con el que Payno expresó aquella transformación:

    Es ese embarazo la representación misma de la nación que se ha tardado en nacer o que se resiste a consolidarse. Asimismo, es la nación que se enfrenta, como la panza de Pascuala, al desafío de una encrucijada: a los diagnósticos e interpretaciones de los doctores representantes de la ciencia nueva, pero también a las brujas o las creencias populares. ¹¹

    ¿En qué consiste esa encrucijada? Para curarse de su prolongado embarazo doña Pascuala recibe en primer lugar la ayuda del doctor Codorniú, que no consigue sanarla, hasta que dos brujas encuentran la solución: para que su hijo nazca, será necesario matar a otro infante. Con esto se aprecia el enfrentamiento entre un sistema de creencias antiguo y otro moderno, que en México se resolvió mediante un sincretismo que dio pie al complejo entramado de costumbres indígenas, mestizas y criollas.

    Las andanzas de éstos y muchos otros personajes irán construyendo la compleja trama de la novela: Evaristo, Casilda, Tules, Relumbrón, los licenciados Lamparilla y Bedolla, entre otros que recorren el país entero mientras ascienden por los estratos sociales de la época y desempeñan numerosos oficios: desde criminales, ayudantes de artesanos y hacendados hasta jueces y oficiales del ejército.

    Aunque Payno no se inmiscuyó a fondo en el ámbito psicológico de los protagonistas, a los que sólo retrató en su primera aparición para luego confirmar esa descripción con base en sus acciones, gracias a este recorrido, casi a la manera de un antropólogo, supo captar la vida cotidiana de México desde todos los puntos de vista y todos sus rincones, tanto entre las clases más pobres como entre las más adineradas. En palabras de Margo Glantz, las peripecias de los personajes

    nos permiten explorar uno a uno los lugares más importantes de la ciudad de México y pasar revista a todas las clases sociales e instituciones nacionales, entender el destino de las antiguas castas y de los indios, visitar las iglesias y las casas más acaudaladas, bajar hasta los basureros, circular por los mercados, los canales, las acequias, las guaridas de malhechores, las madrigueras habitadas principalmente por los indígenas, cenar en fondas deleznables o en las mansiones acaudaladas, frecuentar los teatros y escuchar embelesados a los cantantes de ópera, jugar al tresillo en las garitas o en los salones, bailar en las mansiones más aristocráticas de la capital, malvivir y malcomer en un orfanatorio, ir a los entierros, entrar a las pulquerías, las cárceles, los juzgados, participar y mercar en las ferias, leer libelos, asistir a juicios espurios, ser miembro de un ejército precario, promover pronunciamientos, morir súbitamente en una epidemia de peste bubónica, presenciar asesinatos y robos a mano armada en las carreteras más frecuentadas del país. ¹²

    Para resaltar la naturaleza macrocósmica de Los bandidos de Río Frío en contraste con la microcósmica de El Zarco, vale la pena mencionar la estructura intrincada de la obra. Payno se tomó el tiempo para desarrollar las historias de casi todas las personas que entran en contacto en este largo periplo narrativo, por lo cual es posible decir que se trata de una novela compuesta de muchas novelas, donde los personajes intercambian el turno como protagonistas principales en la medida que se avanza en la lectura.

    En suma, la reunión en un volumen de El Zarco y esta selección de diez capítulos de Los bandidos de Río Frío no sólo ofrece una aproximación a dos de las novelas más importantes de la literatura mexicana decimonónica, sino también un retrato cabal de los orígenes de México como nación independiente y Estado moderno: se trata de diferentes estilos literarios y métodos de composición, los cuales permiten concluir que el mismo sujeto o tema resultan muy distintos de acuerdo con la perspectiva desde la que se aborden.

    1. Ignacio Manuel Altamirano, Contra la amnistía, en Discursos sobre la libertad, México, Consejo Editorial-Cámara de Diputados-LXI Legislatura (Biblioteca del Pensamiento Legislativo y Político Mexicano), 2012, pp. 19-20. Véase también Margo Glantz, "Los bandidos de Río Frío de Manuel Payno: la utopía del robo", Estudios, vol. 15, núm. 29, enero-junio de 2007, pp. 73-93.

    2. Ignacio Manuel Altamirano, Discurso pronunciado por el señor diputado Altamirano el día 22 de julio de 1861 en el Congreso erigido en gran jurado para juzgar al señor don Manuel Payno, en Benito Juárez, Documentos, discursos y correspondencia, México, Secretaría del Patrimonio Nacional, 1964.

    3. Manuel Payno, Memoria sobre la revolución de diciembre de 1857 y enero de 1858, México, Imprenta de I. Cumplido, 1860, p. 66.

    4. Antonio Castro Leal, Prólogo, en Manuel Payno, Los bandidos de Río Frío, México, Porrúa (Sepan cuantos…, 3), 1959, p. X.

    5. Ibidem, p. VII.

    6. Manuel Sol, Introducción, en Ignacio Manuel Altamirano, El Zarco, México, Universidad Veracruzana (Clásicos, 6), 2000, p. 15. El investigador considera que la idea de publicarla en esa revista pudo provenir de Justo Sierra, Francisco Sosa o Manuel Gutiérrez Nájera, pues los tres formaban parte de su comité editorial.

    7. Apud ibidem, p. 13.

    8. María del Carmen Millán, Introducción, en Ignacio Manuel Altamirano, El Zarco y La Navidad en las montañas, México, Porrúa (Sepan cuantos…, 61), 2010, pp. X, XXII.

    9. Manuel Sol, op. cit., pp. 41-42.

    10. Apud ibidem, p. 44.

    11. Pablo Mora, Manuel Payno: del cartógrafo literario al hacedor de la novela como nación, Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, México, Unam, vol. 11, núms. 1-2, 2006, p. 52.

    12. Margo Glantz, op. cit., p. 81.

    LAS OBRAS

    IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO

    El Zarco

    Episodios de la vida mexicana en 1861-1863

    Esta novela fue vendida en $200 al señor don Santiago Ballescá —en febrero de 1887, aunque no estaba escrita más que la mitad de ella, esto es: trece capítulos que fueron leídos en las sesiones públicas y privadas del Liceo Hidalgo en 1886—. El editor se propone publicarla en Barcelona, ilustrada con grabados, sobre dibujos hechos por don Ramón Cantó. ¹

    1. *Nota incluida en el manuscrito original de la obra (cfr. Ignacio Manuel Altamirano, El Zarco, versión manuscrita, México, Unam, 1995).

    I. Yautepec

    Yautepec es una población de la tierra caliente, ¹ cuyo caserío se esconde en un bosque de verdura.

    De lejos, ora se llegue de Cuernavaca por el camino quebrado de las Tetillas, que serpentea en medio ² de dos colinas rocallosas cuya forma les ha dado nombre, ora se descienda de la fría y empinada sierra de Tepoztlán por el lado norte, o que se descubra por el sendero llano que viene del valle de Amilpas por el oriente, atravesando las ricas y hermosas haciendas de caña de Cocoyoc, Calderón, Casasano y San Carlos, siempre se contempla a Yautepec como un inmenso bosque por el que sobresalen apenas las torrecillas de su iglesia parroquial.

    De cerca, Yautepec presenta un aspecto original y pintoresco. Es un pueblo mitad oriental y mitad americano. Oriental porque los árboles que forman ese bosque de que hemos hablado son naranjos y limoneros, grandes, frondosos, cargados siempre de frutos y de azahares que embalsaman la atmósfera con sus aromas embriagadores. Naranjos y limoneros por dondequiera con extraordinaria profusión. Diríase que allí estos árboles son el producto espontáneo ³ de la tierra; tal es la exuberancia con que se dan, agrupándose, estorbándose, formando ásperas y sombrías bóvedas en las huertas grandes o pequeñas que cultivan todos los vecinos, y rozando ⁴ con sus ramajes ⁵ de un verde brillante y oscuro y cargados de pomas de oro los aleros de teja o de bálago de las casas. Mignon no extrañaría su patria en Yautepec, donde los naranjos y limoneros florecen en todas las estaciones.

    Verdad es que este conjunto oriental se modifica en parte por la mezcla de otras plantas americanas, pues los bananos suelen mostrar allí sus esbeltos troncos y sus anchas hojas, y los mameyes y otras sapotáceas ⁶ elevan sus enhiestas hojas sobre los bosquecillos, pero los naranjos y limoneros dominan por su abundancia. En 1854, perteneciendo todavía Yautepec al Estado de México, se hizo un recuento de estos árboles en esa población y se encontró que había más de quinientos mil. Hoy, después de veinte años, es natural que se hayan duplicado o triplicado. Los vecinos viven casi exclusivamente del producto de estos preciosos frutales y antes de que existiera el ferrocarril de Veracruz ellos surtían únicamente de naranjas y limones a la ciudad de México.

    Por lo demás, el aspecto del pueblo es semejante al de todos los de las tierras calientes de la República. Algunas casas de azotea pintadas de colores chillantes, las más de tejados oscuros y salpicados con las manchas cobrizas de la humedad, muchísimas de paja o de palmeras de la tierra fría, todas amplias, cercadas de paredes de adobe, de árboles o de piedras; alegres, surtidas abundantemente de agua, nadando en flores y cómodas, aunque sin ningún refinamiento moderno.

    Un río apacible, de linfas transparentes y serenas que no es impetuoso más que en las crecientes del tiempo de lluvias, divide el pueblo y el bosque, atravesando la plaza, lamiendo dulcemente aquellos cármenes y dejándose robar sus aguas por numerosos apantles que las dispersan en todas direcciones. Ese río es verdaderamente el dios fecundador de la comarca y el padre de los dulces frutos que nos refrescan durante los calores del estío y que alegran las fiestas populares en México en todo el año.

    La población es buena, tranquila, laboriosa, amante de la paz, franca, sencilla y hospitalaria. Rodeada de magníficas haciendas de caña de azúcar, mantiene un activo tráfico con ellas, así como con Cuernavaca y Morelos; es el centro de numerosos pueblecillos de indígenas, situados en la falda meridional de la cordillera que divide la tierra caliente del valle de México, y con la metrópoli de la República, a causa de los productos de sus inmensas huertas de que hemos hablado.

    En lo político y administrativo, Yautepec, desde que pertenecía al Estado de México, fue elevándose de un rango subalterno y dependiente de Cuernavaca hasta ser cabecera de distrito, carácter que conserva todavía. No ha tomado parte activa en las guerras civiles y ha sido las más veces víctima de ellas, aunque ha sabido reponerse de sus desastres merced a sus inagotables recursos y a su laboriosidad. El río y los árboles frutales son su tesoro; así es que los facciosos, los partidarios y los bandidos han podido arrebatarles frecuentemente sus rentas, pero no han logrado mermar ni destruir su capital.

    La población toda habla español, pues se compone de razas mestizas. Los indios puros han desaparecido de allí completamente.

    1. Tierra-caliente en el manuscrito original. A lo largo del texto se señalan las variaciones entre el lenguaje de finales del siglo XIX empleado por Altamirano y el uso actual (de manera primordial entre las grafías g y j).

    2. Enmedio en el original.

    3. Expontáneo en el original.

    4. Rosando en el original.

    5. Ramages en el original.

    6. Zapotáceas en el original.

    II. El terror

    Apenas acababa de ponerse el sol, un día de agosto ¹ de 1861, y ya el pueblo de Yautepec parecía estar envuelto en las sombras de la noche. Tal era el silencio que reinaba en él. Los vecinos, que regularmente en estas bellas horas de la tarde, después de concluir sus tareas diarias, acostumbraban siempre salir a respirar el ambiente fresco de las calles o a tomar un baño en las pozas y remansos del río o a discurrir por la plaza o por las huertas en busca de solaz, hoy no se atrevían a traspasar los dinteles de su casa y, por el contrario, antes de que sonara en el campanario de la parroquia el toque de oración, hacían sus provisiones deprisa ² y se encerraban en sus casas, como si hubiese epidemia, palpitando de terror a cada ruido que oían.

    Y es que a esas horas, en aquel tiempo calamitoso, comenzaba para los pueblos en que no había una fuerte guarnición el peligro de un asalto de bandidos, con los horrores consiguientes de matanza, de raptos, de incendio y de exterminio. Los bandidos de la tierra caliente eran sobre todo crueles. Por horrenda e innecesaria que fuera una crueldad, la cometían por instinto, por brutalidad, por el solo deseo de aumentar el terror entre las gentes y divertirse con él.

    El carácter de aquellos plateados (tal era el nombre que se daba a los bandidos de esa época) fue una cosa extraordinaria y excepcional, una explosión de vicio, de crueldad y de infamia que no se había visto jamás en México.

    Así pues, el vecindario de Yautepec, como el de todas las poblaciones de la tierra caliente, vivía en esos tiempos siempre medroso, tomando durante el día la precaución de colocar vigías en las torres de sus iglesias para que diesen aviso oportuno de la llegada de alguna partida de bandoleros, a fin de defenderse en la plaza en alguna altura o de parapetarse en sus casas. Pero durante la noche esa precaución era inútil, como lo era el apostar escuchas o avanzadas en las afueras de la población, pues se habría necesitado ocupar para ello a numerosos vecinos inermes que aparte del riesgo que corrían de ser sorprendidos, eran insuficientes para vigilar los muchos caminos y veredas que conducían al poblado y que los bandidos conocían perfectamente. Además, hay que advertir que los plateados contaban siempre con muchos cómplices y emisarios dentro de las poblaciones y de las haciendas y que las pobres autoridades, acobardadas por falta de elementos de defensa, se veían obligadas cuando llegaba la ocasión a entrar en transacciones con ellos, contentándose con ocultarse o con huir para salvar la vida.

    Los bandidos, envalentonados en esta situación, fiados en la dificultad que tenía el gobierno para perseguirlos, ocupado como estaba en combatir la guerra civil, se habían organizado en grandes partidas de cien, doscientos y hasta quinientos hombres y así recorrían impunemente toda la comarca viviendo sobre el país, imponiendo fuertes contribuciones a las haciendas y a los pueblos, estableciendo por su cuenta peajes ³ en los caminos y poniendo en práctica todos los días el plagio, es decir el secuestro de personas, a quienes no soltaban sino mediante un fuerte rescate. Este crimen, que más de una vez ha sembrado el terror en México, fue introducido en nuestro país por el español Cobos, jefe ⁴ clerical de espantosa nombradía y que pagó al fin sus fechorías en el suplicio.

    A veces los plateados establecían un centro de operaciones, una especie de cuartel general desde donde uno o varios jefes ordenaban los asaltos y los plagios y dirigían cartas a los hacendados y a los vecinos acomodados pidiendo dinero, cartas que era preciso obsequiar so pena de perder la vida sin remedio. Allí también solían tener los escondites en que encerraban a los plagiados, sometiéndolos a los más crueles tratamientos.

    Por el tiempo de que estamos hablando, ese cuartel general de bandido se hallaba en Xochimancas, hacienda antigua y arruinada, no lejos de Yautepec y situada a propósito para evitar una sorpresa. Semejante vecindad hacía que los pueblos y haciendas del distrito de Yautepec se encontrasen por aquella época bajo la presión de un terror constante.

    De manera que así se explica el silencio lúgubre que reinaba en Yautepec en esa tarde de un día de agosto y cuando todo incitaba al movimiento y a la sociabilidad, no habiendo llovido, como sucedía con frecuencia en este tiempo de aguas, ni presentado el cielo aspecto alguno amenazador. Al contrario, la atmósfera estaba limpia y serena; allá en los picos de la sierra de Tepoztlán se agrupaban algunas nubes teñidas todavía con algunos reflejos violáceos; de oriente, más allá de los extensos campos de caña que comenzaban a oscurecerse y de la sombrías masas de verdura y de piedra que señalaban las haciendas, sobre las lejanas ondulaciones de las montañas, comenzaba a aparecer tenue y vaga la luz de la luna, que estaba en su llena.

    1. Con mayúscula inicial en el original (al igual que otras referencias tanto a meses del año y rumbos como a nombres comunes de cargos, instituciones y edificios públicos, hoy empleados en forma mayoritaria con minúscula).

    2. De priesa en el original (en otro pasajes a priesa, a gran priesa y priesa).

    3. Peages en el original.

    4. Gefe en el original.

    III. Las dos amigas

    En el patio interior de una casita de pobre pero graciosa apariencia, que estaba situada en las orillas de la población y en los bordes del río, con su respectiva huerta de naranjos, limoneros y platanares, se hallaba tomando el fresco una familia compuesta de una señora de edad y de dos jóvenes muy hermosas, aunque de diversa fisonomía.

    La una como de veinte años, blanca, con esa blancura un poco pálida de las tierras calientes, de ojos oscuros y vivaces y de boca encarnada y risueña, tenía algo de soberbio y desdeñoso que le venía con seguridad del corte ligeramente aguileño de su nariz, del movimiento frecuente de sus cejas aterciopeladas, de lo erguido de su cuello robusto y bellísimo o de su sonrisa más bien burlona que benévola. Estaba sentada en un banco rústico y muy entretenida en bordar en las negras y sedosas madejas de sus cabellos una guirnalda de rosas blancas y de caléndulas rojas.

    Diríase que era una aristócrata disfrazada y oculta en aquel huerto de la tierra caliente. Marta o Nancy

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