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China conquista Taiwán: Los Agentes Rusos, #8
China conquista Taiwán: Los Agentes Rusos, #8
China conquista Taiwán: Los Agentes Rusos, #8
Libro electrónico383 páginas4 horas

China conquista Taiwán: Los Agentes Rusos, #8

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Si China utiliza su arsenal para arrollar las defensas de Taiwán, ¿valdrá la pena apoderarse de lo que quede?
El líder de China ha decidido que la respuesta es: sí.
En una guerra a tal escala, ¿podrán los agentes rusos marcar la diferencia?
Sus órdenes son hacerlo o morir en el intento.
Los presidentes estadounidenses han dicho desde 2022 que defenderían a Taiwán si fuera atacado por la República Popular China. Pero ¿hasta dónde llegará Estados Unidos para cumplir esa promesa?
¿A la guerra nuclear?
¿Ayudará Japón a defender Taiwán? ¿Y los otros aliados de Estados Unidos en la región, como Australia y Corea del Sur?
Independientemente de cómo termine la guerra, será el mayor conflicto armado desde la Segunda Guerra Mundial.
Y podría desencadenar la Tercera.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento19 abr 2024
ISBN9781667469195
China conquista Taiwán: Los Agentes Rusos, #8

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    China conquista Taiwán - Ted Halstead

    China conquista Taiwán

    Copyright © 2023 por Ted Halstead

    Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación del autor o se utilizan de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o con acontecimientos reales es pura coincidencia.

    Este libro se encuentra ambientado en un futuro cercano ficticio en el que Vladimir Putin ya no es el presidente ruso. Algunos eventos descritos en estos libros sucedieron en el mundo real y otros no.

    A mi esposa Saadia, por su amor y apoyo durante más de treinta años.

    A mi hijo Adam, por su amor y el mayor cumplido que un autor puede recibir: «¿Tú escribiste esto?»

    A mi hija Mariam, por su continuo amor y aliento.

    A mi padre Frank, por su amor y por incitarme repetidamente a terminar mi primer libro.

    A mi madre Shirley, por su amor y apoyo.

    A mi nieta Fiona, por hacerme sonreír.

    Todos los personajes están enumerados en orden alfabético por nacionalidad en las últimas páginas, porque creo que ahí es donde es más fácil encontrar la lista para una referencia rápida.

    Capítulo Uno

    Edificio 1 de agosto

    Pekín, China

    El comandante del ejército, Shi, había llegado temprano a la sala de conferencias segura para altos mandos.  Como estaba previsto, había precedido a los otros dos comandantes que discutirían hoy la invasión de Taiwán.

    Shi anticipaba muchos problemas con los planes de invasión que tenía ante sí.  Quería unos minutos más para repasarlos antes de discutirlos con sus colegas.

    La Comisión Militar Central (CMC) tenía su sede en el recinto del Ministerio de Defensa Nacional, al que todos llamaban edificio 1 de agosto.  La fecha hacía referencia a la fundación del Ejército Popular de Liberación durante la insurrección de Nanchang de 1927.

    El edificio era el equivalente chino al Pentágono estadounidense.

    Shi era uno de los pocos soldados que había ascendido de rango hasta convertirse en oficial.  Como resultado, era uno de los generales más ancianos de China.

    Y el más bajito.  Cuando se alistó en el ejército como tripulante de tanque su altura había sido ventajosa.  En aquellos primeros tanques no había mucho espacio.

    «China ha avanzado mucho desde entonces», pensó. 

    El comandante de la Fuerza Aérea, Zhao, entró, lo saludó y se sentó sin decir una palabra más. 

    Con sus dos metros, Zhao destacaba en casi todas las reuniones.

    Zhao también era uno de los generales más jóvenes de China.  A Shi le parecía demasiado confiado hasta el punto de la arrogancia.

    Probablemente porque los días de abrumadora dependencia de China de los equipos rusos, o de las copias chinas, eran solo un recuerdo para Zhao.

    Shi ni siquiera se admitía que envidiaba su estatura.  Además, no era un mérito adquirido.  La China de la generación de Zhao había sido mucho más próspera que la de Shi, por lo que su dieta había sido mejor.  Tan sencillo como eso.

    De todos modos, el programa de hoy le correspondía al almirante Bai, un oficial de la generación de Shi.  Si la Armada no lograba transportar la fuerza invasora a Taiwán, la guerra terminaría antes de comenzar.

    Como invocado por esos pensamientos, Bai entró en la sala de conferencias y cerró la puerta detrás de él, a lo que Shi asintió.

    Sí.  Esta no era cualquier discusión.

    Ignorando a Shi y a Zhao, Bai se acercó al mapa a gran escala de Taiwán que dominaba el frente de la sala.  Lo miró fijamente.

    Luego, se giró para mirar a Shi y Zhao y señaló el mapa.

    —Hemos pensado en la reunificación con Taiwán desde antes de que me enrolara en la Marina.  Es decir, hace muchísimos años —dijo con una sonrisa irónica.

    Shi y Zhao se rieron.  Era cierto.  Taiwán había sido independiente desde 1949.  Nadie que sirviera en el ejército chino había estado vivo entonces, y mucho menos en servicio activo.

    —Los planes de invasión que tenéis ante vosotros han sido revisados y pulidos durante muchos años.  Pero no importa con qué frecuencia puláis un mojón, su hedor es el mismo.  Solo hay una manera de solucionarlo —aseveró.

    Entonces, cogió su copia que resumía el plan de invasión, la levantó y la despedazó.

    —Este es el plan que nuestro enemigo espera.  No el que usaremos —proclamó con los ojos brillantes.

    —¿Qué vas a cambiar? —preguntó Shi.

    —Íbamos a empezar con un bloqueo.  Las ventajas parecían evidentes.  Taiwán es una isla que depende de las importaciones marítimas para todo, desde alimentos hasta suministro de energía.  Pero hay un corolario que debió ser obvio —afirmó Bai.

    Miró expectante tanto a Shi como a Zhao.

    Ambos se miraban, igualmente confundidos.

    Bai negó con la cabeza. 

    —Nos encontramos rodeados de países antagónicos, como Vietnam y Filipinas, o abiertamente hostiles, como India.  O aliados con los estadounidenses, como Japón y Australia.  Todos estarían dispuestos a cooperar con un bloqueo a China liderado por Estados Unidos si intentáramos imponer uno a Taiwán.

    —Un escenario demasiado pesimista —reconoció Zhao con el ceño fruncido—. ¿Se atreverían los estadounidenses a hundir nuestros barcos mercantes para imponer tal bloqueo?

    —No necesitarían hacerlo, y esa es una de las muchas lecciones que aprendimos de la estúpida decisión rusa de invadir Ucrania.  Cuatro días después de la invasión, Turquía anunció que solo se permitiría transitar por las aguas de su país a los barcos rusos que ya estuvieran en un puerto del Mar Negro.  Eso significó que las flotas rusas del Báltico y del Pacífico quedaron fuera de la guerra.  No se necesitó un solo tiro para producir ese resultado —continuó Bai.

    Zhao no estaba convencido. 

    —Pero solo hay una manera de entrar y salir del Mar Negro.  ¡Ningún país podría bloquearnos sin usar la fuerza!

    —Sería fácil.  Lo único que los estadounidenses tendrían que decir es que no pueden «garantizar la seguridad de ningún barco mercante» dentro de, digamos, quinientos kilómetros de lo que llamarían el «conflicto de Taiwán». Las compañías de seguros entonces cancelarían la cobertura de cualquier barco que vaya o venga de China.  Nuestros volúmenes de exportación se desplomarían y los costos de transporte se dispararían.  Cualquier país que importe productos chinos buscaría alternativas.  Muchos países con costos más bajos en el sudeste asiático y el subcontinente indio están listos para proporcionarlos —argumentó.

    —Bien —dijo Zhao—. Ahora veo el problema.  ¿Es ese el único cambio?

    Bai negó con la cabeza. 

    —Solo el primero.  Habíamos planeado comenzar capturando las islas Matsu y Penghu mientras ofrecíamos al régimen de Taiwán la oportunidad de negociar los términos de la rendición.  Una vez más, el conflicto de Ucrania nos enseñó que eso sería un error.

    Ahora, Shi era el disgustado. 

    —¿Dejaremos esas islas en nuestra retaguardia?  ¿No es eso peligroso para nuestras fuerzas?  ¿Y por qué no negociar?  ¿No ganaríamos la simpatía, al menos, de nuestros amigos en el extranjero, si permitiéramos que Taiwán evitara víctimas entre su población civil?

    —No podemos preocuparnos por la opinión mundial.  De todos modos, la mayoría de los países nos condenarán, tal como condenaron a los rusos por invadir Ucrania.  Pero pocos de ellos moverán un dedo para ayudar a Taiwán, sin importar lo que hagamos.  ¡Y mirad cuánto tiempo continuaron los combates en Ucrania mientras los rusos mordisqueaban sus bordes sur y este!  Todo el mundo sabía que mientras los rusos no consiguieran apoderarse de Kiev, la guerra se prolongaría.

    Zhao abrió los ojos como platos. 

    —¡Planeas apuntar a Taipéi!

    —Bueno, eso está bien en teoría, pero Taipéi no es un puerto —intervino Shi, señalando el mapa—. ¿Cómo desembarcarás mis tropas y mi equipo?  Si lo haces en una playa, tardarás muchísimo.  Vale, el ejército de Taiwán no será rival para mis fuerzas una vez que las lleve a tierra.  Pero ciertamente es capaz de asestar un duro golpe contra fuerzas que desembarquen poco a poco.  Y preveo que tendrán una gran fuerza para proteger su capital.

    Bai sonrió. 

    —El enemigo ha cometido un error.  Uno que les costará.

    Luego, con su dedo, señaló un punto en el mapa de la costa sur de Taiwán. 

    —Este es Kaohsiung, con diferencia, el puerto más grande de Taiwán.  Y se encuentra en el lado opuesto de la capital.  Pero Taiwán ha estado construyendo otro puerto durante más de una década.  Y ese está aquí —señaló.

    Esta vez, Bai usó un marcador negro para dibujar una gran X en un punto del mapa.

    Shi y Zhao pudieron ver de inmediato que el punto estaba cerca de Taipéi.

    —Este es el puerto de Taipéi, también conocido como Taipéi Harbor —explicó Bai con satisfacción—. Solo una décima parte del volumen de carga de Kaohsiung.  Pero capaz de recibir barcos de cualquier tamaño de nuestra flota.  Y cuenta con una carretera que llevará nuestras fuerzas al centro de Taipéi en menos de una hora.

    —Y sin duda tan bien defendido como el propio Taipéi —gruñó Shi.

    Zhao parecía pensativo. 

    —Tenemos nuevos misiles hipersónicos que podrían atacar a esos defensores y evadir las defensas antimisiles gracias a su velocidad y a la capacidad de variar su rumbo en vuelo.  Ahora dispongo de suficientes J-20 para borrar del cielo a los F-16 de Taiwán y luego llevar a cabo ataques terrestres.

    Shi aún parecía escéptico. 

    —Pero los taiwaneses ¿no tienen suficientes misiles antiaéreos?  ¿Cómo vas a encargarte de ellos?

    —Tengo un plan —sonrió Zhao—. Pero debo obtener la aprobación del presidente para implementarlo.  Tendré que reunirme con él. 

    —¿Un plan que no compartirás con nosotros? —refunfuñó Shi.

    —No —confirmó Zhao—. Confío en ti y en el almirante Bai.  Pero ninguno de ustedes juega un papel en la implementación de mi plan.  Si falla, vuestros barcos, tropas y vehículos no podrán avanzar hacia Taiwán.  Pero solo fracasará si el enemigo se entera de ello con antelación.  No importa cuán cuidadosos puedan ser, cada persona adicional a la que se lo cuente hace que sea más probable que fracase.

    Shi y Bai intercambiaron miradas y luego, asintieron.

    Ahora fue el turno de Bai de parecer irritado.  Se volvió hacia Zhao.

    —Tienes razón al preocuparte tanto por la seguridad operativa.  Los estadounidenses harán todo lo posible para perforarla.  Por ejemplo, persisten en realizar misiones de vigilancia frente a nuestra costa, dentro del llamado «espacio aéreo internacional». ¿Qué harás al respecto?

    —Los derribaré —respondió Zhao sin inmutarse.

    Una sonrisita se les escapó tanto a Shi como a Bai.

    —¿Te atreverás? —preguntó Bai—. ¿Y qué dirá el presidente al respecto?

    —El presidente ya lo aprobó —se regodeó Zhao.

    Un gran silencio llenó la habitación mientras Shi y Bai se miraban, incapaces de encontrar las palabras adecuadas para expresar su profunda preocupación.

    Zhao se encogió de hombros y agregó:

    —Por supuesto, negaremos toda responsabilidad por la desaparición del avión de reconocimiento estadounidense.  Esos aviones no llevan escolta.  Los estadounidenses no podrán demostrar que hicimos algo.  Almirante Bai, estoy seguro de que tu nuevo y audaz plan para poner fin a la guerra de un plumazo al apoderarte de Taipéi tiene una manera de neutralizar las defensas navales de Taiwán.

    Bai asintió. 

    —Sí.  En primer lugar, nuestra flota de submarinos atacará antes de que el enemigo se dé cuenta de que la flota invasora ha abandonado el puerto...

    Capítulo Dos

    RC-135U de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos

    Espacio aéreo internacional

    Frente a la costa china

    El capitán Mark Ross observaba las pantallas de la cabina, reflexivo.  Con especial atención a la que le indicaba la ubicación precisa de su RC-135U de la Fuerza Aérea.

    Sí, el RC-135U se encontraba en el espacio aéreo internacional.  Por al menos cincuenta y cinco kilómetros.  Y normalmente, se podría confiar en que el piloto automático mantendría sus aviones de reconocimiento precisamente a esa distancia de la República Popular China.

    Pero bastaba un error para darles a los chinos la excusa que necesitaban para enviar a Ross y su tripulación a una tumba de agua.

    La misión de hoy llevaba a bordo una tripulación mayor de lo habitual.  Los dos pilotos, un navegante y dos ingenieros de sistemas aerotransportados eran estándar.  Pero hoy había doce oficiales de guerra electrónica y ocho especialistas en el sector de misión en lugar de los diez y los seis habituales.

    Había más personal debido al aumento de las tareas.  Después de repetidos incidentes, los vuelos del RC-135U estuvieron suspendidos durante meses.  Pero el insaciable apetito del Comando del Pacífico por información sobre las capacidades chinas no había hecho más que crecer durante ese tiempo.

    Así que aquí estaban.  Tan indefensos como lo habían estado los RC-135U desde su primera misión en 1964.

    ¿Podrían haber sido escoltados por los F-22 o F-35?  En teoría, sí.  Ambos tenían ahora su base en Kadena AFB en Okinawa, al lado de los dos RC-135U que eran lo único que la Fuerza Aérea de los Estados Unidos tenía ahora en su inventario.  Y muchos camiones cisterna podrían haber repostado a los cazas mientras el RC-135U llevaba a cabo su misión.

    Pero había dos razones por las que el RC-135U volaba sin escolta.

    Primero, el costo.  Para que una escolta fuera efectiva, se requerían al menos dos cazas.  La necesidad de repostar obligaba a llevar cuatro.

    Y luego estaba el costo de operar el camión cisterna.  Además de si el petrolero debía tener su propia escolta de cazas, lo que volvería a aumentar los costes.

    Sin embargo, era más importante que los chinos considerarían que los cazas que volaban frente a sus costas eran una escalada.  Ya consideraban provocativo un vuelo de reconocimiento desarmado.  ¿Cazas que pudieran transportar no solo misiles aire-aire, sino también aire-tierra?  ¿Misiles con alcance para destruir objetivos terrestres dentro de China?

    Además, desde hacía mucho tiempo, China era capaz de derribar cazas frente a sus costas sin siquiera enviar los suyos.  Por ejemplo, el misil tierra-aire (SAM) HQ-9B tenía un alcance de más de doscientos kilómetros y una velocidad superior a Mach 4.  Sumado a eso, una ojiva de ciento ochenta kilogramos, por lo que incluso un disparo desviado destruiría su objetivo.

    Y China tenía muchos más misiles que aviones Estados Unidos.

    Así que, Ross volaba sin escolta.

    El teniente Bob Vinson se dejó caer pesadamente en el asiento del copiloto y negó con la cabeza.

    —¿Problemas para encontrar los aseos? —preguntó Ross sin interés.

    Esa era la razón que Vinson había dado para abandonar los controles del avión, pero Ross sabía que solo había sido una parte.  Era el primer vuelo del RC-135U para Vinson y difícilmente se le podía culpar por cierto grado de curiosidad.

    —No, señor.  También eché un vistazo —confesó Vinson.

    —Miraste, no hablaste ¿verdad? —preguntó Ross, entrecerrando los ojos.

    —Sí, señor —dijo Vinson asintiendo enfáticamente—. Sé que todos están ocupados y mantuve la boca cerrada.

    —Bien —se tranquilizó Ross—. ¿Aprendiste algo?

    —Bueno, señor, sabía que uno de los trabajos de los Ravens es estar atentos a las amenazas a este avión.  Sin embargo, con solo echar un vistazo a sus pantallas me quedó claro que están hasta arriba de trabajo —respondió.

    «Ravens» había sido el término de la Fuerza Aérea para designar a los oficiales de guerra electrónica desde la creación del puesto hace décadas.

    Ross pulsó una de las pantallas, que actualmente estaba oscura.

    —Hemos sido monitoreados por el radar chino desde antes de que empezáramos a recopilar datos sobre sus señales electrónicas.  Esta pantalla no se iluminará a menos que suceda una de dos cosas:  O un radar terrestre conectado a un sitio SAM nos apunte, o un avión de combate se acerque.  Como sabes por la sesión informativa previa al vuelo, nuestras opciones serían limitadas en ambos casos.

    —Sí, señor.  Lástima que la tripulación y el equipo que llevamos no quepan en un Blackbird ¿verdad, señor? —dijo Vinson con una sonrisa.

    Ross se rio al imaginarlo.  El SR-71 Blackbird poseía solo una pequeña fracción del espacio disponible en el RC-135U para equipos de monitoreo de señales electrónicas.  Por otra parte, su capacidad para volar a más de veinticuatro kilómetros de altura y a una velocidad superior a Mach 3 lo había mantenido a salvo incluso en el espacio aéreo más hostil.

    El RC-135U volaba a unos ochocientos kilómetros por hora a unos diez mil metros, más o menos lo mismo que un avión comercial.  Cualquier caza chino o cualquier SAM, podría perseguirlos fácilmente.

    De hecho, el RC-135U solo tenía una defensa.  Que no estaba haciendo nada malo.

    El Blackbird había sobrevolado impunemente la antigua URSS.  El RC-135U se apegaba a lo que todos, incluida la ONU, coincidían en que era espacio aéreo internacional.

    Es decir, todos, excepto los chinos.

    —¿Cuáles cree que son las posibilidades de que los chinos nos permitan llevar a cabo nuestra misión sin interrupción? —preguntó Vinson.

    —Cercanas a cero —admitió Ross—. Estoy seguro de que nuestra presencia ya ha sido reportada en la cadena de mando.  Aún no hemos visto una respuesta porque las órdenes de arriba deben redactarse o confirmarse y luego enviarse a nivel operativo.  No creo que eso lleve mucho tiempo.

    Vinson asintió. 

    —¿Qué cree que harán, señor?

    —Probablemente lo que se nos dijo en la sesión informativa —dijo Ross encogiéndose de hombros—. Enviarán cazas para acosarnos como lo hicieron en 2022, y entonces tendremos que elegir:  Ignorarlos hasta que se vayan o regresar a la base.

    —¿Cree que serán agresivos, señor?

    —Es muy probable que repitan lo que nos han hecho.  Volar demasiado cerca a riesgo de colisionar.  O podrían dar un paso más como lo hicieron con los australianos en 2022.  Lanzarnos señuelos radar y bengalas.  Tendremos que esperar.

    —Sí, señor —contestó Vinson reflexivo—. Por un lado, los australianos se encontraban en una patrulla de reconocimiento sobre el Mar de China Meridional, mucho más lejos de China continental de lo que estamos ahora.  Por el otro, volaban un P-8.  Puede transportar armamento contra objetivos terrestres y marítimos, aunque no tiene capacidad de autodefensa contra ataques aéreos.  Me pregunto si eso fue lo que envalentonó a los chinos.

    —¿Quién sabe? —respondió Ross distraídamente, la mayor parte de su atención se encontraba en las pantallas que tenía delante—. Dudo que hubiera armas a bordo del P-8.  Tal vez los chinos hayan decidido no permitir que nadie vea lo que están haciendo, como prepararse para lanzar un ataque contra Taiwán. 

    Vinson asintió. 

    —Hablando de ver lo que estamos haciendo, ¿sabemos si nuestro enlace con un dron RQ-180 y luego con un AWACS japonés está funcionando?

    —El Raven a cargo de esa conexión me dijo que los datos están fluyendo.  También me informó que no sabremos como de bien está funcionando hasta que puedan revisar los datos después de la transferencia.  Dijo que probablemente tomaría semanas.

    —Sí, señor.  Parece una gran cantidad de problemas y gastos solo para obtener una copia de seguridad de los datos que podría funcionar o no —comentó Vinson.

    Ross se encogió de hombros. 

    —Quizá tengas razón.  Esta es la primera vez que se intenta.  Eso nos muestra lo valiosos que Comando considera estos datos.  Además, existen varios escenarios en los que esos datos podrían estar en riesgo.  Falla en el equipo.  Ser obligados a aterrizar como ese EP-3E en 2001 y tener que destruir todo el equipo nosotros mismos.

    Vinson asintió en silencio.  Estaba al tanto del incidente de la isla de Hainan en 2001.  Los chinos habían obligado a aterrizar un avión de reconocimiento EP-3E después de que maniobras inseguras de un caza chino J-8 provocaran una colisión, lo que le costó la vida al piloto chino y dañó el EP-3E.

    Pasaron diez días antes de que los chinos liberaran a la tripulación de 24 hombres.  El EP-3E fue devuelto meses después en cajas.

    Vinson sabía tan bien como Ross que los chinos podían derribarlos cuando quisieran.  Aunque ninguno de los dos lo expresaría.

    Apenas lo había pensado cuando escuchó a Ross maldecir en voz baja.  No tuvo problemas para adivinar el motivo.

    La pantalla de amenazas que Ross había señalado antes ya no estaba oscura.  Y Vinson tenía una idéntica ante él, por lo que pudo ver de inmediato qué había causado su reacción.

    Dos J-16 chinos en curso de intercepción.

    Los J-16 estaban lejos de ser los mejores aviones que tenían los chinos.  Cuarta generación y basados en el J-11, que había sido desarrollado a partir del ruso Su-27.

    Pero el J-16 podía alcanzar Mach 2 y tenía un alcance de tres mil kilómetros.

    «Contra el RC-135U, ni siquiera tendría que desperdiciar un misil», pensó Ross con amargura.  Su cañón de 30 mm sería suficiente.

    La pantalla mostraba cuánto tiempo les tomaría a los J-16 interceptar el RC-135U de Ross a su velocidad actual.

    No mucho.

    Pero unos minutos más tarde, ambas pantallas dejaron de mostrar a los dos J-16.  En vez de eso, no había nada más que una variedad aleatoria de puntos.

    De inmediato, Ross y Vinson pudieron escuchar una serie de órdenes dadas en el compartimiento ubicado detrás de ellos.  Pero no con la suficiente claridad como para distinguirlas.

    —Señor ¿qué sucede? —preguntó Vinson.

    Ross pulsó su pantalla y dijo:

    —Hemos confirmado que los chinos han lanzado el modelo J-16D.  Posee equipo de interferencia, así como contenedores de guerra electrónica.  Ha existido desde al menos 2015, pero esta es la primera vez que lo vemos en acción.

    Vinson asintió. 

    —Así que los Ravens están trabajando para registrar las capacidades del modelo D.

    —Eso es así —confirmó Ross—. También hacen todo lo posible para superar la interferencia china y restablecer nuestro enlace con ese dron RQ-180.

    —Sí, señor.  ¿Es para asegurarse de que se realice una copia de seguridad de los datos?

    Ross asintió. 

    —Esa es una razón.  La otra es que, a menos que los Ravens puedan superar la interferencia china, esos cazas podrían derribarnos y nadie podría probar lo que pasó.

    Capítulo Tres

    Fuerza de Autodefensa Japonesa AWACS

    Espacio aéreo internacional

    A 9.150 metros sobre el mar de China Oriental

    Haruto Takahashi estaba molesto.

    No con el desempeño del equipo o tripulación que supervisaba.  Ambos estaban haciendo todo lo requerido por las órdenes de su misión.

    Sino porque, como siempre, Haruto quería exceder esas órdenes.  Hasta ahora, no estaba funcionando.

    Haruto era pionero en el concepto de integrar datos de múltiples fuentes en una única plataforma aérea.  Normalmente, un Sistema de Control y Alerta Aerotransportado (AWACS) dependería exclusivamente de su enorme radar giratorio para detectar posibles amenazas.

    Sin embargo, Haruto había sido el primero en las Fuerzas de Autodefensa de Japón (JSDF) en detectar la oportunidad que brindaba su fuselaje Boeing 767.  Ofrecía más espacio que el antiguo modelo Boeing 707 utilizado por los estadounidenses hasta 2027.  Fue entonces cuando comenzaron a recibir el nuevo E-7 AWACS, basado en la estructura del Boeing 737.

    Pero esa conversión seguía en marcha.

    Haruto sonrió.  A veces valía la pena llegar tarde a la fiesta.

    En 2023, Japón había comenzado a implementar la actualización informática de misión AWACS, o MCU, más reciente.  La MCU proporcionó software y ordenadores a bordo muy actualizados para procesar los datos recopilados por la cúpula del radar del AWACS.  Una vez completada, la MCU le había costado a Japón casi mil millones de dólares estadounidenses.

    Los módulos adicionales de ordenador y comunicaciones diseñados por Haruto y un tripulante adicional proporcionaron capacidades aún más avanzadas.  En misiones anteriores, había integrado datos de otros aviones y drones de la JSDF en un solo paquete.

    Haruto había pasado los últimos años aprovechando este logro.  En particular, mejoró la estabilidad de la interfaz que conectaba las diferentes plataformas.  Eso significaba que cada fuente de datos, como la imagen visual de un dron o la intercepción de radio captada por un avión de reconocimiento

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