El almirante Wilhelm Canaris no parecía el tipo de persona que se dejaría seducir por Hitler y el nazismo. Era un hombre cosmopolita (hablaba seis idiomas y había recorrido varios países de Europa y Sudamérica), admirador de la marina británica y la cultura mediterránea, devoto cristiano, no antisemita (como demostrará posteriormente salvando a varios judíos), de pequeña estatura y tez más morena de lo que marcaba el ideal ario (su familia era originaria de Italia, los Canarisi) y padre de una hija con discapacidad intelectual, una niña con una “vida indigna de ser vivida”, según la retórica eugenésica nazi. ¿Por qué, entonces, abrazó el nazismo hasta el punto de convertirse en uno de los hombres más prominentes del régimen?
Al igual que ocurrió con millones de alemanes, Canaris se sintió atraído por las promesas de orden social, fortalecimiento nacional y liderazgo carismático que ofrecía el nazismo. El almirante tenía más de cuarenta años cuando el partido nazi irrumpió con fuerza en la escena política alemana. Era un militar de la vieja escuela, un oficial instruido en los valores conservadores, patrióticos y monárquicos de la Marina Imperial alemana que vio cómo su mundo desaparecía tras la derrota en la Primera Guerra Mundial. Un mundo que el nazismo le dio esperanzas de poder recuperar.
Canaris coincidía con Hitler en señalar a los bolcheviques como los culpables de la agitación social que se vivía en el país, a los políticos de la República de Weimar como los responsables de la inestabilidad económica y a las cláusulas del Tratado de Versalles como las cadenas que impedían el crecimiento y la expansión de Alemania. Como