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Campo General
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Libro electrónico163 páginas2 horas

Campo General

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Campo general es más que el retrato fascinante de la indómita región del gran sertón brasileño; Guimarães Rosa también ofrece en esta novela un paisaje literario profundo que nos permite comprender la relación entre las pasiones humanas y la naturaleza. Por las andanzas cotidianas de Miguelín y su familia en el Mutún, nos adentramos en la experiencia de un niño que construye su identidad, que vive entre la esperanza de conocer nuevas tierras y el sufrimiento que provoca enfrentarse a un ambiente adverso. Este relato es considerado un clásico de la literatura brasileña del siglo XX, y forma parte del libro Campo General y otros relatos, traducido y publicado por el FCE en 2001.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 dic 2023
ISBN9786071680723
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    Campo General - João Guimarães Rosa

    portada

    COLECCIÓN POPULAR

    891

    CAMPO GENERAL

    JOÃO GUIMARÃES ROSA

    CAMPO GENERAL

    Traducción de

    VALQUIRIA WEY

    Prólogo de

    CARLOS LÓPEZ MÁRQUEZ

    Fondo de Cultura Económica

    Primera edición, 2022

    Primera reimpresión, 2023

    [Primera edición en libro electrónico, 2023]

    Distribución mundial

    D. R. © 2022, Maria de Lourdes Guimarães Rosa Ellis do Amaral, João Emílio Ribeiro Neto, Laura Beatriz Guimarães Rosa Ribeiro Lustosa y Nonada Cultural

    Por acuerdo con Literarische Agentur Mertin Inh. Nicole Witt E. K., Fráncfort, Alemania

    D. R. © 2022, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14110 Ciudad de México

    www.fondodeculturaeconomica.com

    Comentarios: editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel.: 55-5227-4672

    Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.

    ISBN 978-607-16-7772-3 (rústica)

    ISBN 978-607-16-8072-3 (epub)

    ISBN 978-607-16-8092-1 (mobi)

    Impreso en México • Printed in Mexico

    ÉRASE UNA VEZ CUALQUIERA

    Él, que no sabía su nombre, lo adivina y dice que se llama Perceval el Galés, y no sabe si dice la verdad o no, y dice la verdad sin saberlo.

    CHRÉTIEN DE TROYES

    João Guimarães Rosa (1908-1967) nace en Cordisburgo, Minas Gerais, Brasil. En ese estado pasó su infancia y juventud y se formó como médico. Al comenzar a ejercer su profesión se trasladó a la localidad de Itaguara, donde entró en contacto con el sertón brasileño, territorio que se convertirá en inspiración para su labor literaria.¹ En términos temáticos ha sido adscrito a la literatura regionalista; sin embargo, esta denominación puede provocar confusión, ya que abarca un largo periodo que va de finales del siglo XIX hasta mediados del XX. Durval Muniz² menciona que los orígenes de esta corriente pueden dividirse en dos grandes etapas:

    1. La de finales del siglo XIX que se caracteriza por la forma artificial e idealista con la que se abordan los motivos folclóricos, espaciales y humanos. Se trata de una mirada que tiene como objetivo marcar la diferencia respecto del sur moderno: Rio de Janeiro y la creciente São Paulo.

    2. La que sucede a comienzos del siglo XX con influencia del realismo, del naturalismo y con un fuerte influjo marxista. En este momento existe la misión de presentar el fuerte vínculo que se da entre el ser humano, las fuerzas de la naturaleza y la necesidad de sobrevivencia; de allí su importante componente de crítica social.

    António Cândido comenta que el hecho de que exista en América Latina, específicamente en Brasil, una constante presencia de la región en la producción literaria se debe a las consecuencias económicas del subdesarrollo, lo cual ha provocado que se mantenga como referente para la comprensión y construcción de la identidad de sus habitantes, aun cuando el crecimiento de las urbes, a partir de 1940, las haya convertido en un elemento con mayor presencia en la escritura de ficción.

    No obstante, afirma que esta corriente, a partir de dicha década, debería recibir la denominación de literatura suprarregionalista (en consonancia con el término surrealista), ya que corresponde a la necesidad de hablar de la conciencia desgarrada del tercer mundo y a la intención de hacerlo a través de la experimentación estética y lingüística.³ Los escritores de esta tercera etapa intentan ir más allá de la materia regional, al fundirla con los medios técnicos heredados por las vanguardias con el afán de alcanzar una escritura original y que esté a la par de la producida en el resto del mundo; al respecto, el propio Guimarães afirmaba que si describes el mundo tal cual es, no habrá en tus palabras sino muchas mentiras y ninguna verdad.⁴

    Justo por realizar este desvío de la realidad, la prosa de Guimarães Rosa ha sido juzgada de intraducible y de difícil comprensión, su complejidad no se detiene en la riqueza del vocabulario (que extrae de diversas regiones de Brasil, no sólo del sertón) y en la construcción de las oraciones (que tiene influencia del habla popular y también un importante componente barroco), sino que alcanza la estructura de los géneros que practicó: relato, cuento y novela, como es el caso del texto que ahora nos ocupa, Campo General.

    Publicada originalmente dentro de Corpo de Baile (1956) y, después, en Manuelzão e Miguilim, forma parte de un proyecto en el que el autor intenta transformar el campo general en un escenario en el que desfilan (bailan) una serie de personajes representativos de esta zona geográfica. Los textos que lo integran forman una unidad y, sin embargo, son independientes y pueden leerse de manera separada; ¿qué son?, ¿cuentos o novelas breves? Sin lugar a dudas sería mejor no engancharnos en esa cuestión y retomar el término usado por el propio Guimarães para designarlos: estória, que puede ser entendida como [una] fantasiosa reconstrucción o invención de hechos.⁵ Con esto, la propuesta del autor es realizar una historia sobre las pequeñas cosas, sobre el mundo cotidiano y su violencia, que, aunque en principio sean indignos de tratarse en forma de Historia (así, con mayúscula), son elevados a ese rango; de esta forma, la anécdota se hace universal, tal como asevera António Cândido.

    Así, aunque el lector pueda tener la sensación de enfrentarse a una prosa difícil, debe confiar en las intenciones del propio autor y saber que tiene delante un texto que habla sobre la travesía humana y sobre prestar oídos (más que ojos) a lo que le será contado, tal como sucedía (sucede) en los primeros tiempos de la humanidad y en las llamadas sociedades primigenias. A través del fragmento de una vida, Guimarães quiere mostrarnos su versión del sertón, inventarlo como ya lo hicieron sus predecesores y buscar una vía que vaya más allá de la idealización y de la crítica, ¿qué visión será la que pretende mostrarnos?, ya desde el inicio tenemos pistas sobre ello: Había un Miguelín que vivía con su madre, su padre y sus hermanos, lejos, lejos de aquí, pasando la vereda del Pollo de Agua y otras veredas sin nombre o poco conocidas, en un lugar remoto, en el Mutún.

    El lector debe percibir de inmediato un aire familiar en esas líneas: un espacio indeterminado, un tiempo lejano y un personaje que, pese a tener nombre, podría ser cualquiera; se trata del tradicional comienzo del relato maravilloso, de los cuentos de hadas. El autor nos ubica in illo tempore, es decir, en un momento sin fecha exacta y que, por eso, podría situar la acción tanto en un pasado remoto y primigenio como en un instante muy cercano a nosotros; aunado a ello nos ubica en un lugar que, si bien tiene nombre, se vuelve de difícil localización al estar rodeado de caminos desconocidos y sin denominación. Es un mundo inaccesible, distante de todo lo que nos pueda resultar cotidiano y familiar; tal como podría suceder con el bosque de Blancanieves, el de la Bella Durmiente o el de Hansel y Gretel (historia que, por otro lado, es conocida por el protagonista de esta historia), de hecho, es también un lugar arbolado que tanto puede servir de refugio como representar un peligro; pero ya volveremos a ello.

    En este espacio retirado, de naturaleza exuberante, vive una familia: Padre, Madre e hijos. Claro que los dos primeros tienen nombre, pero Miguelín decide siempre llamarlos así y siempre se consignan en el texto con mayúscula; esto los lleva de ser dos personas concretas a seres abstractos que representan valores no sólo relacionados con el entorno en el que sucede la acción, sino también roles sociales con los cuales cualquiera ha convivido en algún momento. Padre es el proveedor, trabaja en el campo y cría ganado; pero también es quien imparte justicia, siempre por medio de castigos físicos. Madre, en contraste, es el cariño y el amparo, en quien se busca información sobre el mundo y validación emocional.

    Si bien todos los hijos, en mayor o menor medida, son vehículo para que los padres desempeñen su papel, es en Miguelín en quien mejor lo vemos representado; pero, momento, no es Miguelín, sino un Miguelín, ¿por qué? A lo largo del texto se nos muestra la importancia del nombre (incluso la ausencia del mismo, como en el caso de los progenitores, ya lo vuelve relevante), la acción arranca cuando el protagonista ha sido llevado para ser confirmado por el obispo que pasaba cerca de la comunidad. Ser confirmado implica ratificar la fe profesada y, también, la propia identidad. A la vuelta de haber sido administrado el sacramento, una de las hermanas se jacta de su nombre completo y hace burla del menor al decirle que él sólo es Miguelín bobo: —¡Bobo! Yo me llamo María Andrelina Cessin Caz. ¡Papá se llama Bernardo Caz! María Francisca Cessin Caz, Expedito José Cessin Caz, Tomás de Jesús Cessin Caz… Tú eres Miguelín Bobo.

    Lo excluye de la familia, le quita individualidad y, encima, menoscaba su capacidad intelectual; lo vuelve uno como tantos pueden existir, lo convierte en un cualquiera, en cualquiera de nosotros.

    Guimarães busca, a través de la indefinición espacio-temporal y humana, que podamos sentirnos altamente identificados con la historia que está presentándonos; procedimiento que, por lo demás, también existe en los cuentos de hadas; pero las similitudes con el género no paran allí. Comentábamos que la historia comienza con un viaje que Miguelín realiza, con su Tío Terez, para ser confirmado; se trata, pues, de un viaje por partida doble (físico y espiritual). En él, aparte de reafirmar su identidad como persona, como cristiano, conoce otros entornos que lo llevan a reflexionar sobre si su hogar es bonito o feo; algo que nunca se había preguntado, que por sí mismo no puede responder y que trata de contrastar con la opinión de los adultos: el alegre Tío Terez, quien dice que claro que es bello —entre otras razones, porque ellos son de allí—, y Madre, quien lo niega porque vive con la mirada puesta en lo que habrá más allá de las montañas que los rodean y esto la sume en una profunda melancolía que es compartida por el protagonista: … Miguelín padeció tanta nostalgia, de todo y de todos, que a veces ni podía llorar y se sofocaba.

    Miguelín y Madre son muy parecidos, ambos tienen el pelo negro, ambos son profundamente tristes, ambos añoran un lugar lejano; ella, el sitio detrás de los montes donde probablemente ocurran otras cosas; a su vez, él extrañó el Mutún cuando debió viajar fuera, pero también echa en falta un lugar del que no tiene la menor noción: Madre, ¿qué es el mar […] Entonces, Madre, ¿mar es de lo que uno siente nostalgia? Este rasgo los une y, sin lugar a dudas, los distingue del resto de la familia; sobre todo en un aspecto básico: el ejercicio de la violencia por parte de Padre; no es que el resto de los hermanos no lo sufra, pero ellos dos parecen ser el blanco preferido. A juicio de éste, Miguelín es siempre un malagradecido, siempre se ha sentido superior a los demás y esas razones son suficientes para infligirle una variedad de castigos: aislamiento físico y social, golpes, obligarlo a ayudar en la labores del campo y con el ganado; cada uno de éstos irá provocando un cambio gradual en el carácter del niño y su alejamiento de los miembros de la familia, excepto de Madre y de Dito… y aquí volvemos a encontrar una similitud con los relatos maravillosos: el héroe que debe ayudar al desvalido.

    La madre, aparte de estar sumida en la tristeza, era linda, con el cabello negro y largo; no resulta complicado encontrar en esta descripción una reminiscencia de las princesas, tal vez en este caso el ejemplo más evidente sea Rapunzel, pero aquí valdría la pena remitirnos a uno de los orígenes de este tipo de relatos que escuchamos o vimos cuando éramos niños: la literatura medieval de caballerías. Ésta se encuentra llena de doncellas cautivas en lugares remotos —de los que nadie regresa— por caballeros violentos, por demonios, otras veces por monstruos como dragones o gigantes. Ya avanzada la historia, Miguelín dice del padre que "es un hombre malo como un yagunzo",⁶ esto es, un hombre no sólo violento, sino fuera del orden y, por ello, el enemigo a vencer.

    Ahora, aunque Padre sea quien ejecute la violencia de forma evidente, cabría pensar si ésta no es producto de un entorno que ya de por sí lo es: por el calor de la lluvia que se viene, [es] que todos traen el cuerpo enojado, en pie de guerra… Son constantes las muestras que Guimarães nos proporciona de la forma en que la naturaleza impacta en los personajes, pocas ocasiones de forma positiva (como en la noche en que, ante la ausencia del padre y de la abuela, deciden divertirse a luz de la luna llena), la mayoría de manera negativa: ya sea por la lluvia, por el calor o por los depredadores que los obligan a estar en constante estado de alerta. Miguelín encarna ese conflicto y

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