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LA FORJA
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Libro electrónico398 páginas6 horas

LA FORJA

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Los rayos de luz, al filtrarse en el ramaje de la selva virgen, reflejaba la cabaña cual el compendio de un sueño. A la sombra de un cedro avejentado, mientras tanto, las cuerdas de una guitarra y una voz vibrante arrullaban el alba en su tímido despertar. El rugir de las fieras desapareció de súbito, y el guardabarranca guardó sus instrumentos, avergonzado ante aquel rústico concierto, sí, pero tan melodioso que al revotar en los peñascos desprendía lágrimas de sus entrañas petrificadas… Era mi padre que, enajenado, creyó haber viajado a las estrellas, en donde celebraba el final de su proyecto… Su obra maestra había quedado terminada.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento5 sept 2023
ISBN9781506551302
LA FORJA
Autor

Arturo Vásquez-Vásquez

Arturo Vásquez-Vásquez es un guatemalteco estadounidense aficionado a la literatura. Nació en la jurisdicción de El Progreso, Guatemala, en 1951 y se trasladó a vivir a los Estados Unidos de América en su mejor etapa productiva, donde se hizo ciudadano y ha vivido más de la mitad de su vida. En su nuevo país, ha trabajado en puestos de dirección con la iniciativa privada y con el Estado de California. Estudio en la Facultad de Humanidades de la tricentenaria Universidad de San Carlos de Guatemala, donde se graduó de Profesor en Lengua y Literatura, y en el colegio de la comunidad, “Cuesta Collage”, en San Luis Obispo California, Estados Unidos. Ha escrito varios libros y publicado algunos: “Historias del campo guatemalteco” y “Los Marginados”, en Guatemala en 2013. “Odisea de un Gringo”, Rebeldía Montañés” y “La Ciénaga de la Muerte” en los Estados Unidos en 2015 y 2016 respectivamente. Y ahora nos ofrece “La Forja”, con su estilo característico… Y el arraigo a la cultura guatemalteca. Como parte de su dinamismo ha viajado a casi todo América, y visitado varios países y regiones de Europa, como: Grecia, Turquía, las islas griegas, Israel, España, Inglaterra, Francia, Alemania, Italia y Suiza. Actualmente disfruta de su retiro en el condado de San Luis Obispo, California, dedicado a escribir y a la lectura.

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    LA FORJA - Arturo Vásquez-Vásquez

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    LA FORJA

    ARTURO VÁSQUEZ-VÁSQUEZ

    Copyright © 2023 por Arturo Vásquez-Vásquez.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.

    Email: vasquezvasquezarturo6@gmail.com

    Fecha de revisión: 30/08/2023

    Palibrio

    1663 Liberty Drive, Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    855338

    ÍNDICE

    La Forja Primera Parte

    Homenaje

    Agradecimiento

    Prólogo

    Presentación

    Preámbulo

    La partida

    El arribo

    Construcción I

    Reflexión

    Maquila Bajo Las Sombras De La Noche

    La Cascada

    Construcción II

    El adiós a la jungla y el último banquete

    El regreso

    Vértigo

    Hacia a la escuela

    Crimen Atroz

    Segunda Parte

    El Hombre Que No Debió Nacer

    Glosario

    LA FORJA PRIMERA PARTE

    HOMENAJE

    Homenaje a mi padre por haberme dado la vida y por guiarme hasta ya en sus años postreros. Y homenaje a todos los padres del mundo que se consagran como tal en la formación de sus hijos, mediante el ejemplo, respeto a su libertad, y el reconocimiento a sus obras realizadas por insignificantes que parezcan…

    AGRADECIMIENTO

    Agradecimiento a mi maestro y amigo Lic. Wilfredo García Chavarría, docente de la Facultad de Humanidades, Universidad de San Carlos de Guatemala, por su paciencia de escucharme y sugerencia en el sentido de dar a conocer estos relatos.

    Agradecimiento al Bachiller René Vásquez por su irrestricto apoyo en muchas facetas de este intento literario, entre las que se destacan la revisión preliminar del texto, y opiniones de estilo y organización de los relatos para su publicación.

    Agradecimiento al artista guatemalteco Maugdo V. López por su bellísimo trabajo en el diseño y pintura de la portada de este libro. Especial reconocimiento por la acertada interpretación del texto, consolidado con sus pinceles para dar vida a su obra Y con ello a La Forja, que espera ser del agrado de los lectores.

    PRÓLOGO

    Existen antecedentes relacionados con la publicación tardía de un libro. Uno de los ejemplos más convincente en nuestra lengua se encuentra en Juan Rulfo, quien ejerció el oficio de escribir por muchos años y, todavía así, su obra no había alcanzado la perfección que esperaba. Para Arturo Vásquez-Vásquez, autor de estos relatos, ocurrió un episodio similar, publicando su primer libro cuando las actividades de los hombres comienzan un rumbo descendiente.

    Desde joven dedicó buena parte de su tiempo a la aventura y las incontables experiencias que le permiten ser calificado de viajero y ciudadano del mundo. Escribió, pero resolvió postergar sus publicaciones a la vista de posibles lectores. En alguna de nuestras conversaciones fue generoso en argumentar que su vocación de escritor se consolidó a partir de un viaje a Grecia, tal ligada a Homero. No hay que olvidar que el concepto de Odisea fue utilizado por el maestro Vásquez para título y desarrollo de su segunda obra publicada: Odisea de un Gringo.

    El primer relato que presenta en esta ocasión, alude a sus primeros años de vida, en los cerros de nororiente del país, Guatemala Centroamérica; como él ha nombrado. Se desplaza por los departamentos de El Progreso y Baja Verapaz, concretamente en la Sierra de las Minas, casi desconocidos por la literatura. De su narración surgen dos planteamientos: 1) Fue un niño muy avanzado en el conocimiento de sus oficios, incluyendo la caza. 2) En general los jóvenes de su época era mucho más vivaces y determinados.

    En el joven narrador, niño de las montañas, se encuentran las destrezas del cálculo, conoce las medidas y describe los detalles con la precisión de un matemático.

    En la literatura se han descubierto grandes historias en las que la amistad aparece ligada a dos personajes masculinos: Don Quijo y Sancho, Fierro y Cruz, Kim y el lama; en la obra del maestro Vásquez se encuentra al pequeño niño en busca de una armoniosa relación con su padre. Se aproxima a la perfección de los oficios para conquistar el favor, a cambio, el padre intenta consolidarlo como hombre, resguardando el elogio para procurarle humildad; típico de la dinámica familiar de la época. Juntos han cumplido con los dos extremos: una vida de acción y contemplativa, y como no carecen de alguna han solventado su necesidad de equilibrio en sí mismos, ocupándose fielmente en sus responsabilidades. El niño es una prolongación del padre. Ambos valientes, ambos poetas, ambos sensatos.

    Hay detalles propios de una región poco habituada en las narraciones actuales, la enriquecida aventura en las montañas durante la segunda mitad del siglo XX, donde se encuentra la relación de la naturaleza y sus habitantes. No han tenido temor a las fieras del campo, puesto que en palabras del autor, han sobrevivido a los hombres.

    En las interacciones discusivas, el niño que es el autor, el autor que es un hombre, ha cuidado cada palabra, no ha permitido a sus personajes la libertad de las expresiones costumbristas; cada uno ha pasado por el tamiz de la elegancia y el uso formal del lenguaje. En el texto se encuentran expresiones vertidas con la grata sensibilidad que al autor estimuló el entorno, la suficiente para expresar: abierto por el sable del clima.

    En Crimen Atroz, la técnica es distinta. El narrador observa los hechos desde afuera. Ve, escucha con atención y hace acotaciones. Ha limitado su participación; disfruta su paso inadvertido entre los comensales de la boda. Es exhaustivo y dedicado: transcribe los diálogos con la paciencia de un artesano.

    Los personajes son arquetipos de dos familias de enamorados. Desigual a lo descrito en otros relatos, el maestro Vásquez, ha priorizado los acontecimientos de los familiares, no de la pareja. Donde otros han visto figura, él ha escogido el fondo.

    El crimen ha sido salvaje, Atroz, en sus propias palabras. Las armas han sido afiladas y el plan se ha perpetrado a la perfección. Estos hechos han sido borrados de las mentes de los habitantes del pueblo, permanecerán en la mente del narrador y en la mente de los verdugos.

    En el último relato, titulado: El Hombre que no Debió Nacer, el narrador nos cuenta una historia con un dejo de apatía. La acción corre. Nos da la impresión de que los hechos cambian a un ritmo insuperable. Todo el tiempo está sucediendo algo en la obra. Y el niño que es el protagonista deja de serlo con centenares de inclemencias, tan auténtico como los anteriores, el relato puede hacernos creer que todo esto es un artificio, una quimera, pocos o nadie alcanza una vida llena de tantos bemoles en 60 o 70 años. De su natal Guatemala, lugar donde se ha derramado hasta vaciarse, llega a los Estados Unidos de América, lugar donde alcanza un cierto remanso. En la obra se remarcan acontecimientos que nos recuerdan la idea constante del autor sobre las peripecias de Odiseo. Ningún personaje de literatura lo representa tan bien como el habitante de la Ítaca.

    En este, como en sus anteriores relatos, la relación del título y su obra queda pospuesta al lector hasta sus párrafos ulteriores, no así la prontitud con la que describe la realidad apegada a la posición de los años de un abnegado trato de su autor con el papel y la pluma.

    Oscar E. Romero

    Psicólogo y académico Guatemalteco

    PRESENTACIÓN

    Esta narración consta de dos partes; ambas basadas en hechos de la vida real. En la primera parte, hombre, selva, fieras y grandes ciudades se conjugan para dar vida a dos personajes controversiales en su esencia, pero que por el vínculo que los une resultan siendo uno la copia del ótro. El relato se inicia con la participación de un individuo que, valiéndose de su ingenio, pone en práctica sus legendarias experiencias para forjar los más primitivos instrumentos que serán utilizados en la ejecución de un proyecto, cuya perfección, cuando queda terminado, resulta ser una verdadera obra de arte no obstante las circunstancias y el tiempo en que se lleva a cabo. Paralelamente un niño, con la idea de ser grande, prematuramente, se enfrenta a innumerables peligros, desarrollando actividades que no son de su edad en su afán de estar cerca del padre, con quien comparte un compañerismo ejempla, no obstante la aparente indiferencia de su progenitor.

    El plan del padre del niño venía de un tiempo atrás, a raíz de haber sido contratado para construir una cabaña en las entrañas mismas de la jungla, lo que no tenía nada de especial de no ser que se trataba de una obra monumental, en un lugar remoto y sin tener las herramientas necesarias para su realización. Pero allí, a la intemperie y proclive a la garra del gigante depredador, experiencia y rebeldía, en temeraria alianza, se fusionan para convertir en realidad el deseo aventurero o mezquino interés expansionista del propietario, quien había ordenado la edificación de la vivienda. Al constructor, indiferente al interés de su patrón, lo movían únicamente las irrestrictas exigencias del deber; y al niño, en su aparente ingenuidad, la inquietud precoz de convertirse en hombre.

    El objetivo principal del padre era cumplir a cabalidad lo que se le había encomendado; y el del pequeño, mantenerse al lado suyo a cualquier precio Ambos tenían atribuciones definidas: el mayor, fraguar el equipo y llevar a cabo la construcción sin importarle las vicisitudes que se pudiesen presentar; y el menor, la cocina, recolección y caza, y auxiliar a su padre en lo que la obra demandase de él. Llegado el momento, de todos modos, se unirían como un solo engranaje para allanar lo imprevisto… Aunque esto último, con mucha discreción para mantener intacto los sagrados parámetros de su ego…

    Durante toda la narración se desarrollan escenas de amor paterno, enmascaradas de despotismo, a la par de la temprana madurez del niño que en ningún momento cuestiona las decisiones de su progenitor, mostrándole respeto y cariño imperecedero. Resaltan, además, gestos emotivos, producto de la contradicción entre lo sublime y la barbarie, que revelan el verdadero vínculo que une al hombre con la naturaleza. Y algo que se impone hasta cierto punto contradictorio, dentro de aquel universo feroz, es la rebeldía del chiquillo, quien no obstante la firmeza de su padre y lo tenso de las circunstancias, sueña, se inspira, desafía la bravura de la selva indómita, y reflexiona sobre sus procederes…

    Intercalados, siempre en la primera parte de este ejercicio narrativo, se desarrollan otras aventuras, donde los personajes principales comparecen algunas veces juntos y otras separados, pero manteniendo cierta afinidad de padre a hijo y viceversa para conservar intacto el hilo que hilvana a todos los relatos; ya que, si bien cada uno tiene su autonomía, también son parte del tema central.

    En la segunda y última parte de esta narración, se desarrolla una aventura un poco inusual, protagonizada por dos personajes que pudieran ser los mismos de la primera, en diferente tiempo y circunstancias un tanto complicadas. Se lleva a cabo en ámbitos geográficos variados, incuso internacionales, con un final un poco desagradable pero real, donde el hombre que no debió nacer, termina pagando el precio de sus actos desorientados, sin que aquello alcance un final trágico, pero sí inesperado por uno de los protagonistas que sobrevive hasta el final del relato.

    PREÁMBULO

    Era aquella una mañana por demás sombría. Las montañas, a la distancia, apenas se distinguían no solo por el claro oscuro del amanecer, sino por una llovizna tenue que les daba un color plomizo; contrario a los días regulares, cuya belleza era fácil confundir con los avellanados ojos de una gitana, pero que sin embargo era una región insólita por lo que se sabía de ellas… No solo por estar tan alejada de la civilización y de todo tipo de progreso, sino por las fieras y más peligros que al conjugarse, hacía de aquella selva un área casi impenetrable. Para alcanzar la cima era necesario, además de la larga caminata, atravesar otras montañas que, aunque en menor grado, no estaban exentas al constante riesgo por la inmensidad de riscos y cavernas, tormentas y repentinas crecientes de ríos permanentes y algunos de temporada…

    Yo sabía bien que no estaba obligado a ir, mas cómo eludirme de aquella aventura, acaso única, que además de permitirme seguir disfrutando las enseñanzas de mi padre, representaba la primera oportunidad para aplicar lo aprendido también de él, en aquel mundo en el que las palabras se esfumaban para dar paso a la verdad, una verdad que se mediría con hechos frente a frente con la naturaleza.

    –Hacia aquellos últimos es a donde iremos –dijo mi padre antes de partir, refiriéndose a los picos más altos de la sierra–. Nos llevará un par de días alcanzar la cumbre y posiblemente habrá que enfrentarse a lo imprevisto, por lo que aún estás a tiempo de arrepentirte –acentuó él, dándome la oportunidad de desistir.

    –El equipo está casi listo –dije yo como respuesta a su sabia explicación, pero tratando de ignorar su advertencia.

    Yo ya había tomado aquella decisión, independientemente al resultado y al estar allá me di cuenta que mis percepciones, basadas en lo que se decía de la zona, se habían quedado cortas aún consolidadas dentro de mi mundo de ficción, donde lo oído, visto y hasta expresado se hacía sensible a la idealización. Los bosques nebulosos, saturados de plantas parásitas, entre las que desfilaban las más bellas orquídeas, eran amenizados, durante la aurora y el crepúsculo, por los dulces trinos del pájaro cantor; llegada la noche, sin embargo, el rugir de las fieras en acecho, hacía de las tinieblas la perfecta coyuntura para rehuir al compromiso de cualquier empresa. Por doquier había que enfrentarse a nuevos retos para lo que no siempre se estaba preparado; pasado el tiempo, sin embargo, la naturaleza misma terminaba por moldear a sus vicisitudes a quien osase penetrar en sus entrañas, y hasta hacerlo apto y útil dentro de aquel laberinto donde era necesario estar alerta para sobrevivir; sin que, obviamente, representase un obstáculo para quien andase en busca de su realización…

    Era un mundo único. Los pavos silvestres, entre otras aves, deambulaban en parvadas, libres de la mano destructora del hombre; los venados y más animales comestibles, en armónico masticar, se alimentaban de las riquezas silvestres, ocultándose entre los arbustos o al amparo de gigantescos acantilados cuyas aristas cortaban a perfección la claridad del día prematuramente. El peligro, sin embargo, era evidente para todos, no obstante estar protegidos por la sombra del abeto, del ciprés y otros árboles milenarios, que también se unían a los escarpados peñascos, en aquel gesto solidario, haciendo de las hondonadas el medio propicio para el camuflaje, ya que era necesario pasar desapercibido ante la insigne amenaza en aquel bosque hercúleo, donde la noche empezaba cuando la luz del sol aún brillaba en las colinas, creando el medio propicio para que las fieras nocturnas se ocupasen del acecho y más tarde de la matanza como una ley natural de su entorno.

    Aquella jungla tenía sus particularidades ya que además de los traslapes ambientales estaba bien definida su población diurna y nocturna: durante el día, por ejemplo, la mayor parte de elementos vivos se fusionaban para hacer de aquello una verdadera fiesta; mientras que cuando el Sol era tragado por el mar, aparecían entre las sombras, el tigrillo, el jaguar y otros depredadores cuyo gruñir hacían de las tinieblas el perfecto escenario del terror. La noche, pues, pertenecía a las fieras y quedaba claro con el gemir de sus presas indefensas, al momento del degüello o desmiembre en su último aliento por escapar de su triste realidad, como elemento vulnerable de aquella cadena donde ganaba el más cruel. Minutos después todo volvía a su normalidad, quedando entre los riscos únicamente el eco de los gritos de pavor de las víctimas que al juntarse con la estridencia del grillo y desentonada sinfonía emergida de las ciénagas, donde la rana era el primer actor, hacían de la noche, de por sí insólita, la coyuntura perfecta para reflexionar sobre el sacrificio del débil para que el reino pudiese continuar.

    La espesura forestal, casi impenetrable a la audacia del hombre, no era un lugar turístico cual algunos suelen serlo, sino un desafío para quien quisiese descubrir, realmente, si a su llegada a este mundo no se hubiesen confundido al declarar su especie… Mi padre así lo entendía y cuando lo relacionaba conmigo hasta lo condimentaba: allá arriba es donde vamos a ver si naciste hombre, hijo, pues no está tu madre para que escuche tus lamentos. Esto me lo dijo el día que salimos y debió haber sido algo simbólico o con dedicatoria a alguien más, ya que él bien sabía que eso no encajaba dentro de mi rusticidad de niño campesino tallado con el cincel mismo de la naturaleza. De cualquier manera, yo ya había evaluado la aventura que íbamos a emprender y, desde luego, comprendía que no sería fácil… No obstante, me sentía seguro de lo que iba a hacer… Además, estaría al lado de mi padre quien siempre me protegía, y como yo lo admiraba no solo por sus enseñanzas, sino por otras cualidades de las que muy pocas se destacan en este trabajo, mi estancia a su lado además de ser un deleite, producía en mí absoluta seguridad. Y algo que me daba confianza era que estaba entrenado para enfrentarme a eso o peligros de mayor intensidad… Al menos eso era lo que yo pensaba antes de salir; faltaba ver cómo se ponían las cosas cuando estuviésemos allá arriba.

    Todo empezó un día que mi padre llegó con la noticia de que había sido contratado para construir una cabaña, que más tarde supe que se trataba de un palacio si se tomase en cuenta con el poco equipo que se contaba y el lugar que el dueño había escogido para su edificación. Yo me enteré de aquello no necesariamente porque la plática fuese conmigo, pero como cualquier niño quería informarme de cuanto sucediese o fuere a suceder a mi derredor.

    –Mañana salgo de madrugada –dijo él con cierto tono que por venir de sus labios, yo pude darme cuenta que se trataba de una decisión inexorable.

    –Yo me voy con usted –dije igualmente determinado, pero no fue fácil convencerlo. Aunque él conocía, de antemano, mi firmeza y que por lo tanto era una decisión tomada.

    –Esto no es un juego de niños –dijo mi padre mientras miraba a mi madre, quien se veía un poco preocupada ante mi intransigencia–; Además, para sobrevivir en esas montañas hay que estar realmente preparado –fue su sabia conclusión, mientras hacía un recuento de las herramientas con que contaba para edificar la cabaña. Su última observación resultó del todo inconsistente, toda vez que yo estaba adiestrado para desenvolverme en medios hostiles, pues desde antes de aprender a caminar, mi padre me había empezado a instruir en los secretos de la selva, a los que en el mayor de los casos no se puede acceder, al menos que se tenga verdadera vocación para comprender su grandeza, y tenerle el debido respeto a su razón de ser y al parecer todo estuvo bien, pues seis meses después aquella aventura había terminado, con suficiente experiencia para mí y eminente satisfacción para él, dejando el campo libre para muchas ótras, incluyendo la última en la que las características varían un poco.

    LA PARTIDA

    Otro día muy temprano salimos los tres: mi padre, la mula cargada con algunas herramientas y ciertos alimentos, y yo que, eufórico, tomé la delantera dispuesto a dar lo mejor en aquella oportunidad que se me presentaba. Él había condicionado mi participación en el proyecto, siendo mi principal obligación cocinar, lo que implicaba suministrar los alimentos en aquel medio donde, según decires, había de todo, pero habría que arrancárselo a la naturaleza, algunas veces en circunstancias riesgosas, por lo que había que estar decidido a enfrentarse a lo que se presentase…

    Estaba yo muy chico cuando todo aquello pasó; tanto que no logro precisar mi edad, excepto que aún no empezaba mi formación escolar mas no porque aquello tuviese que ver con los años cumplidos, sino con ciertas particularidades del proceso enseñanza-aprendizaje de la región. Aquella aventura, curiosamente, no era la primera para mí, pues desde que tuve noción de mi entorno, paradójicamente, renuncié a la protección del hogar, especialmente a los mimos de mi madre por considerarlos, quizá, que no me serían de mucha utilidad en el ambiente de barbarie donde, según yo, habría de desplazarme por el resto de mi vida. Esto, cual resulta obvio, me había llevado a permanecer la mayor parte del tiempo en el campo, donde la familia contaba con ciertas propiedades dotadas de lo necesario para sobrevivir, y, sobre todo, de las condiciones adecuadas para desplazarse con absoluta libertad que era lo que yo anhelaba, porque, aquí entre nos, siempre fui un poco reacio a seguir reglas.

    El relato, sin embargo, no pretende describir penalidades de mi niñez, sino todo lo contrario Pues de mi óptica prematura aquel panorama legendario constituía el más bello paraíso para hacerse hombre, pero no un hombre para destruir y lastimar a mis semejantes, sino con la convicción y sensibilidad suficiente para comprender el dolor de mi pueblo… Curiosamente, a mis años, yo así lo veía; seguramente lo había aprendido de mi padre y no mediante palabras que arrastra el vendaval, sino con ejemplos que, aún hoy, siguen guiando mis cansados pasos, mientras trato de pisar sobre las huellas que él dejara durante su larga trayectoria en este mundo desigual.

    Como se insinúa en párrafos anteriores, el lugar a donde nos dirigíamos, indiscutiblemente, era peligroso por estar saturado de animales salvajes y expuesto a innumerables incidentes naturales por ser una zona inexplorada; aspecto que yo no dimensionaba por mi edad. Cuando estemos allá arriba, dijo mi padre, hay que estar alerta porque la montaña no perdona. Aquello llevaba implícito no solo cuidar la vida, sino buscar la manera de sobrevivir con lo que la naturaleza nos pudiese proporcionar, desde el lado opuesto de su barbarie. La percepción de mi padre respecto a la selva virgen a donde nos dirigíamos, era comprensible ya que quienes la habitasen, sobrada razón tenían para protegerla; de modo que nada de extraño había en que quisiesen expulsar a intrusos de lo que consideraban suyo, pero especialmente al hombre por su manía de destruir. Nuestra presencia, por supuesto, no estaría encaminada a pisotear aquel derecho, y mucho menos intentar cambiar la naturaleza de su entorno, de no ser derribar algunos árboles y aprovecharnos de ciertos animales y plantas para alimentarnos mientras durase nuestra estancia. Lo impredecible, sin embargo, era cómo lo fuesen a concebir ellos…

    Empezando a oscurecer arribamos a una vivienda que, a decir de mi padre se trataba de gente conocida. Era una familia numerosa: los padres, ya acercándose a la ancianidad; varios hijos, algunas nueras y un yerno, y un gajo de muchachitos descamisados. El ambiente se tornaba alegre por el griterío de los niños más grandes, corriendo entre rancho y rancho, mientras los recién nacidos yacían aún sobre petates orinados, a donde acudían las madres con la chiche a reventar… A primera vista todo daba a entender que se trataba de una familia muy unida, agradable y hospitalaria. De esto último nos dimos cuenta desde nuestra llegada, ya que todos se movilizaron para acogernos; gesto, indiscutiblemente, oportuno ya que necesitábamos descansar para luego continuar el viaje hacia nuestro objetivo.

    Todos, con excepción de las mujeres, estaban descubiertos de la cintura hacia arriba, incluyendo a los niños. El vestuario de los varones consistía únicamente en calzones blancos hechos de costales de manta que, en algunos casos, conservaban los letreros de los ingenios o bodegas de procedencia. Era gente sencilla y noble. Desde que nos vieron se volcaron a ayudarnos, como ya quedó dicho en el párrafo anterior, y con cierta consideración hacia mí, trataron de persuadir a mi padre a que desistiese de llevarme con él a lo alto de aquella sierra, a donde ni ellos habiendo nacido donde empezaba el último ascenso, osaban hacerlo por lo que decían de ella Cada uno contaba una historia diferente de los peligros que había que afrontar tan solo con intentar penetrar en aquellas montañas saturadas de animales salvajes; hasta las señoras, que quizá nunca habían salido de la cocina, tenían una versión macabra de aquel bosque, por demás agreste pero que ellas no habían visto más que en sus sueños. Para mí, en cambio, aquello no era más que un simple universo sin explorar; de ahí que, lo que se decía tenían que ser simples conjeturas, producto del temor y desconocimiento de la región, por lo que lejos de asustarme me entusiasmaba más y más. Curiosidad de niño creo yo.

    Ya rodeado por toda la familia, mi padre les contó a lo que íbamos y del tiempo que él pensaba que nos iba a llevar el proyecto. El jefe de la casa, experto en lo que le rodeaba, no presentó ninguna objeción pero le dio todas las recomendaciones de prevención mientras tardase nuestra estancia en la montaña, y se puso a las órdenes para lo que se pudiese necesitar: aquí somos varios hombres de la familia, expuso con alguna jactancia, lo único que tiene que hacer es llamarnos. Era un gesto sincero y solidario que yo estaba seguro que él tomaría muy en cuenta, especialmente para desarrollar faenas paralelas a la construcción de la cabaña. Bueno, esa fue mi cándida percepción por conocer las reacciones de mi padre.

    Otro día a primera hora yo estaba listo para continuar el viaje, pero al darme cuenta que se había entablado otra conversación igual que la de nuestra llegada, esta vez entre la señora de la casa y mi padre, se me ocurrió dar una vuelta por la vivienda de la familia que cortésmente nos había alojado. Del patio del complejo de viviendas se podía ver, a la distancia, la aldea de nuestra partida lo que me dio una idea de lo que habíamos recorrido… Ya no se alcanzaba a distinguir las casas, sino una mancha café claro a punto de confundirse con las tonalidades de los milperíos ya listos para tapiscar y la hoja seca de los cañaverales recién cortados. Mientras husmeaba pude darme cuenta que la humilde villa que compartía aquella familia, se componía de varios ranchos techados de paja y circulados con cierto tipo de envarillado que de alguna manera les daba protección, y donde dormían los niños las paredes estaban reforzadas con barro lo que les daba mayor seguridad. Todos decían que el tigre estaba al acecho día y noche, y estaban tan seguros que a la hora de dormir, la noche que pasamos con ellos, intentaron dejarme con los niños de pecho para protegerme. Yo, un poco falto de cortesía, preferí quedarme donde estaba resguardada la mulita, quien cerró los ojos desde que se sintió libre del cargamento, y del bullicio del muchachalito que aunque bien comidos por la abundancia de alimentos que se podía percibir en aquella numerosa familia, lucían barrigones y enfermizamente cachetones.

    Llegado el momento mi padre intentó despedirse para seguir nuestro camino, pero fue atajado por la señorona quien parecía dirigir aquel pintoresco clan, que por cierto estaba muy bien organizado a pesar de sus limitaciones. Limitaciones, claro estaba, en cuanto a desarrollo por lo alejado que vivían de la civilización, ya que en otros aspectos seguramente superaban a otros conglomerados.

    – ¡Oh, no, ustedes no se van hasta que almuercen! –Ordenó la matriarca de la familia, y digo eso porque era la única que hablaba, y por lo que podía verse controlaba la opinión hasta de su marido–. En la cocina mis muchachas ya están pelando las gallinas y el viejo madrugó a la hortaliza pa’ traer la mejor verdura p’al caldo. Además –agregó y eso tenía relación conmigo–, quiero revisar lo que llevan en la mula para estar segura que no les falte nada de comer mientras se acomodan allá arriba.

    Definitivamente eso iba a dar algo de qué hablar o, en todo caso, pensar, porque si bien mi madre nos había preparado algunos alimentos para llevar, sin lugar a dudas no contó con la intervención de la señorona. De haberlo sabido, pienso yo, hubiese preferido que muriésemos de hambre, pues la cacique, contraria a mi mamá, estaba acostumbrada a echarle bastimento a toda la prole, ya porque se fuesen a trabajar o porque se ocupasen en la cacería; desde su marido, hasta el yerno pasando por la retahíla de hijos ya mayores. Después del grito de tía Tancho, que así la llamaban todos, mi padre me hizo bajar la tilichera de la mulita que ya estaba nerviosa por las carreras de los ischocos e inquieta por partir. La señora le dio una mirada ligera a lo que llevábamos para comer y por respeto no dijo nada, pero movió la cabeza y sin preguntar a nadie procedió a agregarle más carga a la mulita. Ésta, que también por respeto, creo yo, no la quiso patear, la miraba de reojo y daba la impresión que susurraba algo cuando la veía venir de la cocina, cargada de algunos alimentos ya cocinados para que no nos faltase nada, en lo que nos instalábamos en la montaña.

    Tía Tancho era una mujer de recia personalidad: madre de doce hijos, una sola mujer; suegra de cinco nueras, y un yerno condenado a portarse bien por la ringlera de cuñados, y el hombrecito que, a exigencia de su mujer, había sobrevivido fingiendo ser el jefe del hogar. A cada miembro del grupo le tenía designada una tarea específica, entre los que contaban, hijos, nueras y el yerno, y hasta al que fungía de su marido, que alguna vez hubo de serle útil a juzgar por la docena de descendientes. Eso sí, a pesar del caciquismo de la señora, llevaban una vida comunitaria y muy armónica. Yo pude darme cuenta ese día cuando el equipo de trabajo preparaba el almuerzo. Sí, cada uno desempeñaba una actividad distinta, pero orientados hacia al mismo objetivo… Y es que yo, accidentalmente, resulté en la cocina aquella mañana sin que nadie me invitase o me tomase en cuenta, al menos, como parte de los engranajes que solían fusionarse para fines culinarios. La señora, pues, era quien dirigía el hogar; todos los demás, se concretaban a cumplir sus tareas designadas. Aquello daba la impresión de ser el producto de un verdadero plan, aunque después supe que para ellos solo era su vida cotidiana. Según mi padre, siempre habían sido así. Eran humildes hasta lo indecible, pero en su mundo rudimentario disfrutaban de lo que la tierra les proveía.

    En aquella cocina reinaba la abundancia esa mañana: en una mesa rústica de gran tamaño se podían ver varias gallinas desplumadas y ya huérfanas de vísceras, variadas verduras y especias cosechadas en la madrugada, y una fila de recipientes hechos de barro, a guisa de platos hondos, que ellos llamaban cajetes. Cada cajete contenía una especie de paleta de madera que, ligeramente ahondada en uno de los extremos y labrada cuidadosamente, ejercía la función de cuchara para llevarse los alimentos a la boca. Aquello, pues, auguraba un importante acontecer Y algo digno de mencionar, por tener que ver con la salud del grupo familiar, era la impecable limpieza y delicadeza que no solo se constituía en una valiosa enseñanza higiénica, sino que infundía gran confianza en quien fuese a consumir los alimentos; obviamente, como cualquier familia campesina, no estaban exentos de contraer las enfermedades que afectan a los poblados carentes de vacunación y otras medidas sanitarias que generalmente no llegan a lugares remotos como ese.

    Mi padre, mientras tía Tancho se ocupaba en agregarle carga la pobre mula que de por sí ya estaba malhumorada, se entretenía platicando con el señor, quien se había logrado escapar de la cocina, después de haber quebrantado el maíz para las tortillas en el pequeño molino atornillado en una de las esquinas del molendero. Una hora después, sin romper el laberinto allá adentro, se sirvió el almuerzo que, dicho de paso, fue un verdadero deleite.

    Después de los cumplidos, por parte de mi padre, con relación a la acogida que nos diera tan hospitalaria familia, partimos, con la tripa llena, y

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