Antología de Fantaciencia
Por Droids y Druids
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Antología de Fantaciencia - Droids y Druids
Antología de Fantaciencia
Droids & Druids
Antología de Fantaciencia
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)
© Aitor Aráez Pérez, Juan Cuquejo Mira, Esther González, Talita Isla, Héctor Kaparos Serrano, Cándido Pérez-Segrado, Alejandro Rodríguez Tárraga, Laura R. Rodríguez, Noelia Rodríguez, Jordi Sempere, Arien Vega, Héctor Vielva (2022)
© Bunker Books S.L.
Cardenal Cisneros, 39 — 2º
15007 A Coruña
info@malasarteseditorial.com
www. malasarteseditorial.com
ISBN 978-84-19579-97-3
Depósito legal: CO 537-2022
Selección de textos: Droids & Druids
Diseño de cubierta: © Distrito93
Ilustración de cubierta: © Coté
Ilustración de interior: © Vanessa Cornago
Diseño y maquetación: Distrito93
Prólogo
Estamos muy emocionadas de compartir esta antología con vosotres. En este proyecto se han volcado los excelentes trabajos de doce autores y de todo el equipo de la revista y del podcast.
Desde los inicios concebimos Droids & Druids como un lugar donde la ciencia y la fantasía se unen, por lo que la Fantaciencia nos parecía el tema ideal para nuestra primera antología. La Fantaciencia (ciencia ficción fantástica) es el género híbrido que combina la ciencia ficción con la fantasía: mundos fantásticos con tecnología avanzada. Los primeros relatos fantacientíficos se publicaron en las pioneras revistas pulp norteamericanas como Amazing Stories o Weird Tales. Para ejemplos del género más cercanos a nosotros tenemos Star Wars o Arcane entre muchos otros.
Concebimos esta Antología especial para celebrar el primer aniversario desde la publicación del primer número de la revista porque sabíamos que a muchos de nuestros autores, y por qué no decirlo, a nosotros mismos, nos hacía mucha ilusión ver las obras en papel. Convocamos la recepción de manuscritos y recibimos muchas más obras de las esperadas. Fue un pequeño gran éxito. A quienes se animaron, queremos daros las gracias. Ojalá poder contar con todos y cada uno.
Finalmente, todo el equipo de la revista y parte del podcast se puso manos a la obra para seleccionar las doce obras: tres poemas y nueve relatos. También queremos agradecerles, a Elena, Amanda, Silvia, Genís, Toni y Vanessa, el esfuerzo y la ilusión que pusieron en cada lectura, puntuación y comentario. Y no podíamos dejar de mencionar a la ilustradora de la revista Droids & Druids, Coté, que ha diseñado las magníficas portada y contraportada para la antología.
No fue fácil, pero estamos muy satisfechas con esta selección de Fantaciencia. Os esperan obras maravillosas que merecen ser compartidas y leídas:
Una preciosa ilustración de Vanessa Cornago, redactora de la revista, abre puerta a los maravillosos mundos fantacientíficos que han creado les autores. Empezando con De la conversación entre un hada y un androide, poema sobre las diferencias y similitudes entre fantasía y ciencia ficción con hada y robot como protagonistas. Continuamos con las criaturas y los mundos de Las Mantis de Cristal, pasando a una historia íntima y costumbrista con Al alcance de la mano y completando un cuarteto inicial con la singularidad del relato Cuestión de Tiempo. El poema nostálgico Estrellas de Salitre abre nuestro segundo bloque, seguido de un relato de acción: La Obsoletadora. Volvemos a un sentimiento de añoranza con El espécimen de la laguna y a encontrarnos con brujas en Ordalía lunar. El toque de amor de Los cerezos nunca florecen, la píldora fantacientífica en forma de poema de Allí donde delinquen los faunos y un relato que nos recuerda a los clásicos con Derechos Elementales, para cerrar con el bonus track humorístico El Ganso, La Oca y el Pato.
Gracias a Héctor Vielva, Talita Isla, Noelia Rodríguez, Héctor Kaparos Serrano, Arien Vega, Alejandro Rodríguez Tárraga, Laura R. Rodríguez, Aitor Aráez Pérez, Juan Cuquejo Mira, Esther González, Jordi Sempere y Cándido Pérez-Segurado por dar forma a esta antología con vuestras obras.
Deseando que os adentréis en nuestro mundo de Fantaciencia,
Mariado e Inés, desde el equipo Droids & Druids.
De la conversación entre un hada y un androide
Por Héctor Vielva
Hada
«¿Qué es fantasía?», me preguntas
de ser creado a ser creado.
Fantasía, querido androide,
es entrar en el Reino Peligroso
del que no todos salen;
es crear un mundo
dentro de otro mundo
donde cualquier cosa cabe;
es maravilla hecha palabra,
entre lo posible y lo deseable.
Droide
Hablas con pasión y firmeza
sobre Faërie, querida hada,
y me pregunto si fantasía
ocurre acaso en el pasado,
o en el presente o en el futuro,
¿o tal vez en un ningún tiempo dado?
Hada
Ni antes, ni ahora, ni después;
mi respuesta es «Érase una vez».
¿»Érase» en una era
anterior a la nuestra?
¿O «érase» en esta era,
pero en una mente
distinta a la nuestra?
Droide
Entiendo, érase una vez,
ni antes, ni ahora, ni después.
Hada
Ahora me toca a mí
preguntar en qué consiste
la ciencia ficticia
de la que formas parte.
Droide
La ficción que es a la vez ciencia
es mirar hacia adelante
con la mirada en el presente puesta,
es el futuro que ha de ser
si soñamos con él de veras,
el pasado que nunca fue
porque tomamos otra senda.
Son historias de tecnoprimates
que recorren matemáticas sendas,
pero también sueños de la razón
que orbitan en lejanos planetas.
Hada
¿Y cuál es la diferencia entonces
entre nuestras dos artes y ciencias?
Se me antoja que no difieren tanto
en esencia, pese a la apariencia.
Droide
Ni siquiera nuestros creadores
han hallado esa respuesta,
pues pareciera que fantasía es mirar atrás
mientras que mirar adelante es ciencia,
mas no siempre es así
y las historias lo demuestran.
Hada
Tal vez la única diferencia sea
que la fantasía nunca puede ocurrir
y la ciencia ficticia, en cambio,
puede un día acontecer de veras.
Droide
Dime entonces, hada,
¿nunca habrá magia y dragones
sobre la faz de la tierra?
No me atrevería a decir tanto;
las vueltas del orbe son incompletas.
Hada
La fantasía no puede ocurrir
porque ni así lo quiere ni desea.
No necesita ser «real»
para ser coherente y verdadera.
La pregunta no es: «¿es o no real?»
sino: «¿hay o no hay verdad?».
Será irreal, pero verdadera
porque renueva nuestra visión
cuando regresamos a la tierra;
es al contemplar al Pegaso
cuando apreciamos de nuevo
la belleza y el milagro
del ordinario caballo.
Droide
Me parece que ahora comprendo
tus palabras con mayor presteza.
Mas me temo que esta cuestión
por mucho nos supera.
Sólo somos la creación
de mentes más inquietas.
Dejémosles a ellas
descifrar esta materia.
Héctor Vielva
Héctor Vielva ha escrito algunos relatos (en Visiones 2021, The Mythic Circle, Antología La Ciudad es Nuestra…) que se perderán como lágrimas en la lluvia. Comparte sandeces y ocurrencias en Twitter como @mitopoetico.
Las Mantis de Cristal:
una historia del Vacío
Por Talita Isla
Subí a bordo del Roedor con un melocotón mecánico en el bolsillo de la cazadora. Pasé todo el viaje sentada en la proa, lanzando el melocotón hacia arriba y viéndolo caer sobre la palma de mi mano. Era ligero, y eso que tenía un temporizador orgánico dentro. La pelusa de la piel se le erizaba cuando alcanzaba el punto más alto, hasta rozar esa dimensión del aire que iba a dejar atrás una milésima de segundo después. De tanto mirarlo, terminé teniendo la misma sensación que uno experimenta cuando repite muchas veces una palabra, hasta olvidarse de qué significa. Cuando eso ocurre, logras ver con ojos nuevos las cosas que siempre han estado ahí. Parece que te miren ellas a ti, como seres extraños al mundo, y no tú a ellas. Yo habría deseado que eso me sucediera con el mar y con el viento (sobre todo con el mar: desde que Mundo I se inundó, es poco habitual avistar tierra durante un viaje largo). Pero solo me sucedió con el melocotón mecánico y, en particular, hasta que Griñón se giró hacia mí desde el timón con cara de hambre.
—¿Vas a comértelo? —preguntó poco después, mientras consultaba en el cuadro de mandos del Roedor cuánto quedaba para llegar a nuestro destino.
La Marina había programado la ruta y, según las previsiones de las corrientes, había muy pocas posibilidades de que un cambio en las mareas nos obligara a alterar el rumbo. Pero Griñón llevaba al timón mucho más tiempo que los funcionarios que decidían por dónde debían navegar los barcos que cruzaban el océano a través de los canales de Agua Dominada de Mundo I. Aunque sus cálculos sobre las corrientes eran muy precisos —y eso había hecho posible mantener abiertos canales de comunicación y comercio después de la inundación—, Griñón siempre recelaba. Nunca le pregunté por qué. Supongo que tenía miedo de descubrir que las misiones de la Marina podían ser más peligrosas de lo que yo creía.
—No, no tengo hambre —respondí, acariciando por última vez la pelusa de la fruta—. Puedes comértelo, si quieres.
Le lancé el melocotón mecánico a Griñón, que lo cogió al vuelo. Rondaba los 70 años, y aun así, estaba en plena forma.
Miré al horizonte: nada más que millas y millas de agua. No había sido siempre así. Antes en Mundo I había continentes, países, montañas y valles. Por suerte para la humanidad, Mundo II fue descubierto un poco antes de la inundación que terminó con todo. Al principio, los accesos a Mundo II no podían ser localizados sin detectores de antimateria y complejísimos aparatos solo al alcance de las grandes potencias. En esa época, los puntos en los que ambos mundos se solapaban únicamente podían encontrarse de esa forma.
Mi generación fue la primera en nacer con la capacidad natural de abrir portales entre los mundos. Dijeron que fue la evolución natural: desarrollamos un sexto sentido inexplicable, según las leyes de la física y la biología, para vivir en el único mundo en el que la vida continuaba siendo posible, tal y como la entendíamos los humanos. A veces, las personas mayores nos miraban como si fuéramos de otra especie, sobre todo las que decidieron quedarse a vivir en los pueblos inundados de Mundo I en lugar de mudarse a las Nuevas Ciudades de Mundo II.
Griñón hacía eso mismo, pero con los objetos. Se quedó observando el melocotón mecánico, pese a que incluso yo llevaba un rato escuchando el rumor de sus tripas. Lo recorrió con el dedo índice, se aseguró de que no tenía ningún agujero ni mella. Luego lo abrió, y ahí estaba: al lado del hueso del melocotón brillaban unas agujas (comestibles) dentro de unas ruedecillas hechas con la misma carne de la fruta. El temporizador orgánico. El centro de toda sustancia biológica cultivada en Mundo II, donde la materia tenía una estrecha relación con el tiempo. En Mundo II no se podía sembrar, ni se podían cultivar campos con árboles, cereales, hortalizas y legumbres. Todo se hacía en laboratorios, a través de relojes biológicos programados para regular el nacimiento, desarrollo y putrefacción de los elementos orgánicos.
Sembrar, segar, cosechar. Eso sí había sido posible en Mundo I, hasta que en apenas dos siglos las personas que habían vivido en la Tierra lo estropearon todo. La temperatura subió, y nadie hizo nada. El nivel del mar subió, y nadie hizo nada. Luego vino la inundación. ¿Qué hubiera sido de nosotros si no hubiéramos encontrado Mundo II, oculto en una dimensión física y temporal de la Tierra hasta entonces desconocida? Algunos decían que nos hubiéramos extinguido. Otros, que nos hubieran nacido branquias primero y luego aletas, y que nos habríamos terminado convirtiendo en una ‘versión inteligente’ de los mamíferos marinos (a eso yo debo añadirle comillas: al fin y al cabo, la destrucción había sido culpa nuestra, y la primera muestra de inteligencia en una especie es la capacidad de no arrasar con su ecosistema). En cualquier caso, habríamos aprendido a cantar bajo el agua, y construido catedrales debajo del mar.
En las Nuevas Ciudades de Mundo II no había catedrales. Nadie había considerado conveniente construirlas para una civilización en la que apenas unas pocas personas eran creyentes. Los que sí lo eran iban a rezar a Mundo I. Había autobuses de voluntarios jóvenes que se encargaban de abrir portales y cerrarlos para que pudieran viajar allí y luego regresar a Mundo II. Los más religiosos peregrinaban de vez en cuando a la Isla de las Siete Torres, un trozo de tierra en medio del mar que había sobrevivido a la inundación y que era objeto de devoción entre algunos grupos. El islote albergaba siete edificios medio en ruinas, algunos de unos cinco metros de alto (llamarlas torres era, a mi juicio, una exageración que ciertamente requería de un acto de fe). En sus alrededores, en islas de basura y asentamientos temporales sobre pasarelas de madera, se habían formado comunidades en las que predicadores y fanáticos aseguraban que la inundación había sido un designio divino.
Nuestra misión a bordo del Roedor consistía, precisamente, en visitar una comunidad de devotos escindida que habitaba en un hueco muy profundo de Mundo II, apenas comunicado con ningún