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Canopus. La luz de los héroes
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Libro electrónico155 páginas2 horas

Canopus. La luz de los héroes

Por Garci

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Información de este libro electrónico

La saga continúa. Después de proclamarse la protectora de Chicago, Corsé Negro ha adoptado una personalidad mucho más tétrica a causa de su rutina que le hará actuar de una manera mucho más implacable.
La aparición de un nuevo personaje, que requerirá de su ayuda para enfrentarse a su pasado, le obligará a sobreponerse a enemigos con poderes inimaginables. Juntos unirán fuerzas para superar las adversidades de una ciudad convertida en un campo de batalla.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 dic 2023
ISBN9788411818476
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    Canopus. La luz de los héroes - Garci

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Garci

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1181-847-6

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Metanoia: término griego que implica un proceso de transformación que cambia la forma de pensar, de ser y de vivir del individuo.

    .

    No siento la necesidad de vengarme. Empecé odiando este lugar, lo veía como el infierno, como un agujero de ira, desolación y desesperación. Gritos y lamentos se siguen escuchando por los pasillos y las habitaciones, que me parecían celdas.

    Pero con el tiempo me he adaptado a este desangelado y lóbrego entorno. Alguien que consideraba mi mayor enemigo me ha hecho compañía durante estos meses, y tanto en la locura de cada uno, hemos descubierto la persona real que hay detrás de una mente falsa y cuerda. Nos hemos ganado la confianza de nuestros compañeros, personas que en la mayoría de los casos han sido olvidadas aquí injustamente.

    Sin embargo aún nos quedan enemigos, los demonios que gobiernan con tiranía nuestro hogar. Nos tratan como los deshechos de la sociedad que creen que somos. Pero todavía no saben lo que unidos seríamos capaces de hacer. Antes tenía miedo de ellos, después tuve fe, y ahora son mis hermanos. Vi el respeto con el que se tratan entre ellos y con el que ahora se dirigen a mí. En la locura he podido encontrar la familia que una vez la locura me arrebató.

    Pero para poder darle un nuevo sentido a mi vida tengo que ser algo más que un hermano para ellos. Debo ser su padre, o incluso algo más: su líder. Desde fuera tienen la imagen que yo tuve en un principio, pero tras reflexionar durante días, lo que era una tortura y que acabó siendo un entretenimiento, vi en ellos mi reflejo. Me creía superior en cuanto a rasgos que realmente nos unen. Crueldad, vileza, el no tener escrúpulos ni piedad, sino el único propósito de complacerme a mí mismo.

    Todos debieron empezar como yo, sintiéndose aislados y temiendo no volver a ver la luz del sol. Pero eso ya no nos importa. En el rostro de mis hermanos veo luz, una sonrisa que a los tiranos le resulta macabra, es en realidad una muestra de nuestro ser auténtico que aquellos que viven fuera nunca se atreverán a mostrar. Una risa ensordecedora y descontrolada es la única música que deseo escuchar.

    CAPÍTULO LXI

    INOCENCIA

    Sé que soy un chico poco común que los demás me miran raro. No se trata de mi aspecto, ojalá fuera algo tan simple como eso, sino de algo que ni siquiera está en mis manos controlar. Soy solo un niño que no ha sufrido ningún accidente y con unos padres que me quieren. Pero sé que hay algo mal en mí.

    A veces es algo físico, otras veces son mis pensamientos lo que me hace estar intranquilo. Siento hormigueos por todo el cuerpo cada cierto tiempo, cada día me cuesta un poco más caminar y me tiemblan las manos sin motivo. Son cosas que cuando me pasaban cada mucho tiempo no les daba importancia, pero se repiten con más frecuencia y eso es lo que me quita el sueño.

    Antes a mis amigos también les daba igual, pero ahora han comenzado a burlarse de mí, de mis problemas. Pero no me ofenden, porque yo tampoco sé lo que me pasa. A los que sí les preocupa de verdad es a mis padres. Ambos son científicos, mi madre es la mejor bióloga de la universidad de Milwaukee, mientras que mi padre, un apasionado de las estrellas y el espacio, es astrofísico. El primer regalo que me hizo fue un telescopio cuando yo tenía tres años. Desde entonces, cada noche él y yo subimos al tejado y nos pasamos horas y horas observando planetas, cometas y miles de estrellas.

    Ellos son los únicos que se preocupan por mí, no tengo más familia. Sé que tengo abuelos, pero no los conozco, ni siquiera sé dónde viven. No tengo hermanos, ni primos, ni tíos…, solo mis padres y mis cada día menos amigos.

    Esta noche, cuando ya he terminado de cenar, oigo a mis padres hablar en la cocina, y me asomo para escuchar mejor lo que dicen.

    —¿Crees que puede ser eso? —pregunta mi padre.

    —Espero que no. Cualquier cosa menos eso —responde mi madre.

    —Tú podrías curarlo. Solo tú puedes hacerlo.

    —¿Yo? Es mi hijo, no me atrevería a hacerle nada. Si cometo algún error no me lo perdonaría —responde mi madre con tono apenado.

    —Pero sabes que esto puede ser culpa tuya. Puede que ya sea tarde para lamentarse —dice mi padre.

    —No te atrevas a decir eso. A mí no me pasa nada. —Mi madre se enfada.

    Me alejo de la cocina. Sé que hablan de mí, como cada día y cada diez minutos. Ya sé que me ocurre algo y no me ayuda que mis padres, las únicas personas que quiero, me lo recuerden indirecta y constantemente. Tampoco intento sentirme bien, quiero decir, si no sé qué es lo que tengo, ¿cómo sé qué es lo que tengo que hacer? Ni siquiera mis padres lo saben. Mi padre sale de la cocina y subimos al tejado, como cada noche.

    —¿Ves alguna estrella nueva? —me pregunta mientras yo miro por el telescopio.

    —No, nada. Vega, Altair… las de siempre —le respondo.

    —Ya llevamos meses sin ver nada. Igual deberíamos centrarnos más en los cometas, que también son muy bonitos y difíciles de encontrar —trata de consolarme.

    — No, papá. A mí me gustan las estrellas y quiero encontrar una que no haya visto —le insisto. Él se queda en silencio unos segundos.

    —¿Y si vienes a mi laboratorio mañana? Al trabajo con papá —me propone. Despego mi cara del telescopio.

    —¿En serio? —le pregunto ilusionado.

    —¡Claro! Es algo distinto, pero verás estrellas que no conocías, te lo aseguro —me explica.

    Le doy un abrazo fuerte. Por fin siento algo de alegría. Ya me lo estoy imaginando, cientos de estrellas nuevas por descubrir. El día no puede acabar mejor, y además mañana será mejor todavía.

    Al día siguiente.

    La universidad de papá es enorme. Son cientos, puede que miles de salas inmensas conectadas por eternos pasillos por los que circulan científicos y profesores conversando entre ellos, soltando palabrejas que me cuestan entender.

    —Ven, es por aquí —me dice papá, guiándome por los pasillos.

    Subimos tres pisos de escaleras hasta que llegamos a una zona donde había mucha menos gente y también menos habitaciones. Papá abre la puerta de una de ellas con la tarjeta que lleva colgada al cuello, su identificación. Cuando entro y enciende las luces, me quedo fascinado.

    Un montón de pantallas, botones e interruptores en las paredes y una gran mesa en el centro de la sala. Papá se acerca a una de las pantallas y la enciende.

    —Acércate —me pide, sentado enfrente del monitor—. Puede que tarde unos minutos, pero mira esto. —Me enseña unas fotografías mientras estoy sentado en su regazo—. ¿Sabes lo que son?

    —Estrellas —digo con dificultad. Son estrellas vistas desde cerca, desde muy cerca—. ¿Cómo las has conseguido?

    —Son imágenes que conseguimos gracias al telescopio con el que trabajamos —me explica.

    —¿Y dónde está? —le pregunto ilusionado. Se toma unos segundos.

    —En Hawái —me responde poniendo cara de saber que me iba a decepcionar—. Es un telescopio muy grande, hijo. Es incluso más grande que este edificio.

    —Entonces, ¿cómo vamos a ver las estrellas? —le pregunto con tono triste.

    —Pues así —me contesta mirando la pantalla.

    Yo también la miro, pero no entiendo lo que veo. Son un montón de números y de símbolos verdes. Pero después de que mi padre pulse unos botones más parece verse una especie de imagen. Un cúmulo de puntos blancos sobre un fondo verdoso. Papá, mediante los botones a la derecha de la pantalla, hace que la imagen se enfoque en uno de los puntos, haciendo que se vea más grande.

    —¿Cuál es esa, papá?

    —Canopus. La estrella con la que hemos empezado a trabajar hace poco.

    —¿A trabajar? ¿Cómo? —le pregunto interesado.

    —Bueno, poco a poco vamos descubriendo más cosas sobre ella. Qué clase de estrella es, cuál es su composición, tamaño, a qué distancia está… —Estoy maravillado.

    —¿Y a qué distancia está? —pregunto.

    —A cientos de años luz —me responde orgulloso. Yo sigo boquiabierto. Nos quedamos en silencio mirando la imagen de esta particular estrella, hasta que…

    CAPÍTULO LXII

    EIGENGRAU

    —¡Michael, despierta! Hijo, ¡¿puedes oírme?! ¡Dime algo, por favor! —Escucho la voz de papá, pero no le veo. No veo nada. Todo está oscuro. No puedo levantarme, ni siquiera sé si me he caído. De repente todo se ha desvanecido. No siento mis piernas, ni mis brazos, ni mi cabeza, soy solo una voz en un fondo negro, escuchando los gritos desesperados de mi padre.

    No sé si están pasando minutos, horas, días, meses o años. Solo sé que no sé lo que está pasando más allá de mi mente, más allá de lo que puedo controlar, que es nada. Soy un niño, un niño lo suficientemente adulto como para comprender que tengo fallos que no están en mi mano remediar, pero lo suficientemente pequeño para necesitar aún el cariño de unos padres que a pesar de mis defectos no me han fallado, todavía.

    ¿Y qué si ellos no pueden arreglarme? No soy una máquina, no pueden deshacerse de mí. Pero entiendo que dejen de quererme, de hacerse cargo de mí. Un chico torpe que se va tropezando por las esquinas, haciéndose heridas, al que cada día le cuesta más vocalizar o mantener los ojos abiertos.

    Quizá esté bien no ver nada, no sentir nada. Ser solo una voz que no corresponde a nadie y que nadie puede oír, que tampoco se sabe dónde está. Puede que de este trance no logre recuperarme, pero por algún motivo no me importa. Siendo solo un niño, he sido feliz el tiempo suficiente para poder sentirme satisfecho, para no poder quejarme si algo me pasara.

    He tenido unos padres que en todo momento me han demostrado que me necesitaban a su lado, y que aún más importante, me han sido fieles. Nunca me han decepcionado, siempre han estado conmigo, a pesar de sus trabajos y de sus discusiones, de las que yo era el asunto principal, ahí estaban.

    Y ahora, aquí estoy. No sé dónde, pero estoy. Sin

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