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Bartleby el escribiente: Una historia de Wall Street
Bartleby el escribiente: Una historia de Wall Street
Bartleby el escribiente: Una historia de Wall Street
Libro electrónico97 páginas1 hora

Bartleby el escribiente: Una historia de Wall Street

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"Es lunes, aunque no importa –podría ser cualquier otro día laborable–. El abogado y propietario de la oficina, por el bien de todos, designa a cada uno de sus subalternos las tareas que hay que resolver. Tres sencillas palabras, pronunciadas por el último empleado contratado, harán que, desde esos despachos, el mundo comience a tambalearse.

Con su «preferiría no hacerlo», Bartleby deja perplejo a todo aquel incapaz de ver más allá de su entorno cotidiano. La apatía e inactividad del escribiente cuestiona lo que somos, empujándonos y sacándonos de nuestras vidas, y nos inunda de una extraña sensación entre lo cómico y lo temible. Así, el escribiente supone la negación ante la inercia del sistema, inaugurando una vía de escape para todos aquellos que estamos condenados a seguir siendo del modo en que somos y perpetuar una realidad asfixiante. ¿Seremos capaces de preferir no hacer infinitas copias de lo mismo?

Bartleby el escribiente, obra maestra de Herman Melville, fue publicada por primera vez de forma anónima y en dos partes en los números de noviembre y diciembre de 1853 de la revista Putnam's Magazine. Con esta novela corta, el autor inaugura la narrativa contemporánea, cuyo testigo recogerán desde Franz Kafka hasta Samuel Beckett."
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 dic 2023
ISBN9788446054382
Bartleby el escribiente: Una historia de Wall Street
Autor

Herman Melville

Herman Melville (1819-1891) was an American novelist, poet, and short story writer. Following a period of financial trouble, the Melville family moved from New York City to Albany, where Allan, Herman’s father, entered the fur business. When Allan died in 1832, the family struggled to make ends meet, and Herman and his brothers were forced to leave school in order to work. A small inheritance enabled Herman to enroll in school from 1835 to 1837, during which time he studied Latin and Shakespeare. The Panic of 1837 initiated another period of financial struggle for the Melvilles, who were forced to leave Albany. After publishing several essays in 1838, Melville went to sea on a merchant ship in 1839 before enlisting on a whaling voyage in 1840. In July 1842, Melville and a friend jumped ship at the Marquesas Islands, an experience the author would fictionalize in his first novel, Typee (1845). He returned home in 1844 to embark on a career as a writer, finding success as a novelist with the semi-autobiographical novels Typee and Omoo (1847), befriending and earning the admiration of Nathaniel Hawthorne and Oliver Wendell Holmes, and publishing his masterpiece Moby-Dick in 1851. Despite his early success as a novelist and writer of such short stories as “Bartleby, the Scrivener” and “Benito Cereno,” Melville struggled from the 1850s onward, turning to public lecturing and eventually settling into a career as a customs inspector in New York City. Towards the end of his life, Melville’s reputation as a writer had faded immensely, and most of his work remained out of print until critical reappraisal in the early twentieth century recognized him as one of America’s finest writers.

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    Bartleby el escribiente - Herman Melville

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    Akal / Básica de Bolsillo / 368

    Herman Melville

    BARTLEBY, EL ESCRIBIENTE

    Una historia de Wall Street

    Es lunes, aunque no importa –podría ser cualquier otro día laborable–. El abogado y propietario de la oficina, por el bien de todos, designa a cada uno de sus empleados las tareas que hay que resolver. Tres sencillas palabras, pronunciadas por el último empleado contratado, harán que, desde esos despachos, el mundo comience a tambalearse.

    Con su «preferiría no hacerlo», Bartleby deja perplejo a todo aquel incapaz de ver más allá de su entorno cotidiano. La apatía e inactividad del escribiente cuestionan lo que somos, empujándonos y sacándonos de nuestras vidas, y nos inunda una extraña sensación entre lo cómico, lo absurdo y lo temible. Así, la actitud del escribiente supone la negación ante la inercia del sistema, inaugurando una vía de escape para todos aquellos que estamos condenados a seguir siendo del modo en que somos y a perpetuar una realidad asfixiante. ¿Seremos capaces de preferir no hacer infinitas copias de lo mismo?

    Diseño de cubierta

    RAG

    Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

    Nota editorial:

    Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

    Nota a la edición digital:

    Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

    Primera edición, 1983

    Segunda edición, 1998

    Tercera edición, 2007

    Cuarta edición, 2012

    Quinta edición, 2023

    Título original: Bartleby the Scrivener: A Story of Wall Street

    © Ediciones Akal, S. A., 1983

    Sector Foresta, 1

    28760 Tres Cantos

    Madrid - España

    Tel.: 918 061 996

    Fax: 918 044 028

    www.akal.com

    ISBN: 978-84-460-5438-2

    «Melville es un vikingo cargado de años y de memorias,

    y de una especie de desesperación rayana en la locura.

    Es un vikingo que al hacerse a la mar, en realidad se dirige a su morada. No puede aceptar la humanidad.

    No puede pertenecer a la humanidad. No puede».

    David H. Lawrence, Studies in Classic American Literature

    «Por todas partes busqué a este tritón, que todavía

    vive en algún lugar de Nueva York. Nadie parecía saber

    nada del gran escritor, capaz de medirse con Whitman

    en ese continente».

    Robert Buchanan, 1885, en el Academy de Londres

    «En la semana en curso ha fallecido a edad muy avanzada,

    y ha sido enterrado en esta ciudad, un hombre tan poco

    conocido, incluso de nombre, de la generación qu

    actualmente está en la flor de la vida, que únicamente

    un periódico publicó en su obituario una nota de

    cuatro o cinco líneas».

    New York Times, octubre de 1891

    Prólogo

    I

    No es de suponer que sea objeto propio de la literatura resolver la realidad, ni siquiera explicarla; para eso existen las ciencias que entienden de las cuestiones al respecto, con el éxito, el fracaso, el crédito y el descrédito que todos conocemos y concedemos. Más bien parece ser objeto de la literatura aquello que la realidad coloca entre paréntesis y que, precisamente por eso, es necesario abordar de una manera oblicua, reelaborándolo y recomponiéndolo con nuestra atención creadora para que, a su vez, genere nuevas inquietudes e interrogantes (elementos que forman una parte nada desdeñable de lo que llamamos esparcimiento o deleite) cada vez que sea objeto de renovada atención contemplativa. Desde ese punto de vista, que no agota el tema, la literatura tiene no poco que ver con el mito y este, bastante con el misterio. Y la índole del misterio de que participa el mito es ambivalente. Por un lado, proporciona al mito su carácter de ejemplar, por cuanto hace de él definición y génesis de lo que el mundo es; y, por otro, cela el significado de ese movimiento a los ojos profanos, que solo aciertan a desconcertarse ante el enigma que el mito propone y que, sin embargo, encierra el más profundo y real sentido de lo que los hombres y las cosas han venido a ser sobre la faz de la tierra. Por eso, jamás se llega a ver del todo claro el significado de los mitos (como no sea por la vía del conocimiento onírico o iniciático) ni, por ende, el de las literaturas.

    Bartleby, el escribiente es un buen ejemplo de lo que las líneas anteriores manifiestan, y para una primera aproximación a lo que pudiera ser su sentido quizá convenga partir de las circunstancias personales de Herman Melville al escribirlo.

    Hacia 1853, Melville parece tener ya una idea bastante clara de lo que ha de ser su carrera, es decir, tiene una idea hasta cierto punto nítida del fracaso que representan sus escritos. Está claro que el mundo no va a mudar la impasibilidad con que atiende al empecinamiento del escritor quien, ante esa certeza y ese enemigo tan torpe como omnipotente, decide escoger el desdén y la introversión, atravesando en el campo la máscara de su enigmática y melancólica indiferencia. No olvidemos que nos encontramos ante un hombre que, poco después, iniciará un periodo de silencio como narrador que se prolongará hasta su muerte, treinta y cuatro años más tarde. Bartleby el escribiente viene a ser el emblema programático de ese silencio, mantenido con una dignidad de la que muy pocos han tomado ejemplo. En esta novela corta se encuentra la más precisa y desolada imagen de la de­rrota; de la derrota en un empeño de nadie sabe qué procedencia y que atenderá cualquier mirada interrogante con el índice sobre los labios, celando con el silencio todo rastro de historia previa.

    Hace unos cuantos cientos de años, Flavio Josefo escribió una frase tan certera como impresionante: «No hay dolo como el que se calla». Y Melville, en Pierre o las ambigüedades, observa: «Los hombres constituyen personajes imponentes en sus reservas, jamás en sus manifestaciones». Ambas proposiciones, que revelan una aterradora entereza de carácter, encierran una concepción del mundo tan estoica como olímpica y, lo que es más, la encarnada decisión de no abandonarla. Bartle­by es el signo de esa actitud.

    Pero a mí, no acaba de satisfacerme tal aproximación, abonada por unos cuantos críticos, quizá por lo que tiene de obvia. No estará de más, por eso, atender otras vías, como la que ofrece el cotejo con otro personaje singular de Melville: el capitán Ahab, perseguidor impenitente de Moby-Dick, la Ballena Blanca.

    Al comenzar el relato, la presentación de los personajes secundarios –casi el coro– constituye la descripción de un verdadero microcosmos, tan abigarrado en su pequeñez como la tripulación del Pequod en su carácter horripilante. Frente a esa sucinta galería de amanuenses medio lunáticos, Bartleby es la morigeración, la paz, el sosiego. Y, sin embargo, la resonancia de sus

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