Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

MOBY DICK
MOBY DICK
MOBY DICK
Libro electrónico881 páginas13 horas

MOBY DICK

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Obra cumbre de las letras universales, Moby Dick es una de las mayores obras escritas en lengua inglesa. La novela narra la aventura épica de la caza del gran cachalote blanco que emprenden los marineros del Pequod, comandados por el legendario Ahab, un obstinado y tiránico capitán de Nantuket, puerto célebre de la caza ballenera, quien, empecinado en tomar venganza del monstruo que lo mutiló años atrás, conduce a toda su tripulación a un viaje sin retorno del que solo Ismael, el narrador de la novela, logra escapar para contarnos la historia del naufragio. La presente edición es una traducción integral del texto original, la primera y única realizada en Colombia.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 jul 2023
ISBN9789583067303
Autor

Herman Melville

Herman Melville (1819-1891) was an American novelist, poet, and short story writer. Following a period of financial trouble, the Melville family moved from New York City to Albany, where Allan, Herman’s father, entered the fur business. When Allan died in 1832, the family struggled to make ends meet, and Herman and his brothers were forced to leave school in order to work. A small inheritance enabled Herman to enroll in school from 1835 to 1837, during which time he studied Latin and Shakespeare. The Panic of 1837 initiated another period of financial struggle for the Melvilles, who were forced to leave Albany. After publishing several essays in 1838, Melville went to sea on a merchant ship in 1839 before enlisting on a whaling voyage in 1840. In July 1842, Melville and a friend jumped ship at the Marquesas Islands, an experience the author would fictionalize in his first novel, Typee (1845). He returned home in 1844 to embark on a career as a writer, finding success as a novelist with the semi-autobiographical novels Typee and Omoo (1847), befriending and earning the admiration of Nathaniel Hawthorne and Oliver Wendell Holmes, and publishing his masterpiece Moby-Dick in 1851. Despite his early success as a novelist and writer of such short stories as “Bartleby, the Scrivener” and “Benito Cereno,” Melville struggled from the 1850s onward, turning to public lecturing and eventually settling into a career as a customs inspector in New York City. Towards the end of his life, Melville’s reputation as a writer had faded immensely, and most of his work remained out of print until critical reappraisal in the early twentieth century recognized him as one of America’s finest writers.

Relacionado con MOBY DICK

Libros electrónicos relacionados

Arte para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para MOBY DICK

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    MOBY DICK - Herman Melville

    Créditos

    Primera Edición Digital, junio de 2023

    En Panamericana Editorial Ltda.,

    Título original: Moby Dick.

    © Panamericana Editorial Ltda.

    © del prólogo, Alejandro Alba García

    Calle 12 No. 34-30. Tel.: (57 1) 3649000

    www.panamericanaeditorial.com.co

    Tienda virtual: www.panamericana.com.co

    Bogotá, D. C., Colombia

    Editor

    Panamericana Editorial Ltda.

    Traducción del inglés

    Santiago Ochoa Cadavid

    Diagramación

    Once Creativo S.A.S.

    Ilustración de cubierta

    Andrés Rodríguez Moreno

    Diseño de cubierta

    Jairo Toro

    ISBN DIGITAL: 978-958-30-6730-3

    ISBN IMPRESO: 978-958-30-6218-6

    Prohibida su reproducción total o parcial

    por cualquier medio sin permiso del Editor.

    Hecho en Colombia - Made in Colombia

    Créditos

    EL MONSTRUO, EL PROFETA Y EL MAR

    Etimología

    Extractos

    Capítulo i

    Capítulo ii

    Capítulo iii

    Capítulo iv

    Capítulo v

    Capítulo vi

    Capítulo vii

    Capítulo viii

    Capítulo ix

    Capítulo x

    Capítulo XI

    Capítulo xii

    Capítulo xiii

    Capítulo xiv

    Capítulo xv

    Capítulo xvi

    Capítulo xvii

    Capítulo xviii

    Capítulo xix

    Capítulo xx

    Capítulo xxi

    Capítulo xxii

    Capítulo xxiii

    Capítulo xxiv

    Capítulo xxv

    Capítulo xxvi

    Capítulo xxvii

    Capítulo xxviii

    Capítulo xxix

    Capítulo xxx

    Capítulo xxxi

    Capítulo xxxii

    Capítulo xxxiii

    Capítulo xxxiv

    Capítulo xxxv

    Capítulo xxxvi

    Capítulo xxxvii

    Capítulo xxxviii

    Capítulo xxxix

    Capítulo xl

    Capítulo xli

    Capítulo xlii

    Capítulo xliii

    Capítulo xliv

    Capítulo xlv

    Capítulo xlvi

    Capítulo xlvii

    Capítulo xlviii

    Capítulo xlix

    Capítulo l

    Capítulo li

    Capítulo lii

    Capítulo liii

    Capítulo liv

    Capítulo lv

    Capítulo lvi

    Capítulo lvii

    Capítulo lviii

    Capítulo lix

    Capítulo lx

    Capítulo lxi

    Capítulo lxii

    Capítulo lxiii

    Capítulo lxiv

    Capítulo lxv

    Capítulo lxvi

    Capítulo lxvii

    Capítulo lxviii

    Capítulo lxix

    Capítulo lxx

    Capítulo lxxi

    Capítulo lxxii

    Capítulo lxxiii

    Capítulo lxxiv

    Capítulo lxxv

    Capítulo lxxvi

    Capítulo lxxvii

    Capítulo lxxviii

    Capítulo lxxix

    Capítulo lxxx

    Capítulo lxxxi

    Capítulo lxxxii

    Capítulo lxxxiii

    Capítulo lxxxiv

    Capítulo lxxxv

    Capítulo lxxxvi

    Capítulo lxxxvii

    Capítulo lxxxviii

    Capítulo lxxxix

    Capítulo xc

    Capítulo xci

    Capítulo xcii

    Capítulo xciii

    Capítulo xciv

    Capítulo xcv

    Capítulo xcvi

    Capítulo xcvii

    Capítulo xcviii

    Capítulo xcix

    Capítulo c

    Capítulo ci

    Capítulo cii

    Capítulo ciii

    Capítulo civ

    Capítulo cv

    Capítulo cvi

    Capítulo cvii

    Capítulo cviii

    Capítulo cix

    Capítulo cx

    Capítulo cxi

    Capítulo cxii

    Capítulo cxiii

    Capítulo cxiv

    Capítulo cxv

    Capítulo cxvi

    Capítulo cxvii

    Capítulo cxviii

    Capítulo cxix

    Capítulo cxx

    Capítulo cxxi

    Capítulo cxxii

    Capítulo cxxiii

    Capítulo cxxiv

    Capítulo cxxv

    Capítulo cxxvi

    Capítulo cxxvii

    Capítulo cxxviii

    Capítulo cxxix

    Capítulo cxxx

    Capítulo cxxxi

    Capítulo cxxxii

    Capítulo cxxxiii

    Capítulo cxxxiv

    Capítulo cxxxv

    Epílogo

    EL MONSTRUO, EL PROFETA Y EL MAR

    En el principio fue el Monstruo, y el Monstruo estaba con Melville, y el Monstruo era Melville. Todas las cosas por Él fueron creadas y sin Melville nada de lo que ha sido hecho hubiera existido. En Melville estaba la vida y la vida era luz a los hombres.

    Herman Melville (Nueva York, 1819-1891) publicó en 1851, con apenas 32 años, quizás la máxima obra de la literatura norteamericana y una de las mayores en lengua inglesa: Moby Dick. Este monstruo —fruto de la aventura marítima temprana (que después plasmaría en su Benito Cereno de 1855) y de la portentosa capacidad literaria del joven Melville— fue, es y seguirá siendo singular, acaso porque es precisamente esta condición la que hace que una criatura se considere monstruosa: no porque pertenezca a una especie única, sino porque dicha criatura es toda su especie, ella la inaugura y la culmina: principio y fin, alfa y omega. El lector tiene en sus manos una variación también singular sobre misma aria monstruosa: la primera y única traducción integral al español de Moby Dick que se ha hecho en Colombia, realizada por el maestro Santiago Ochoa Cadavid, otro apasionado navegante del Pequod melvilliano que, a la manera de Ismael, nos permite acceder a la visión total de la ballena blanca.

    1. El monstruo*

    Esta novela-monstruo surgió de las profundidades para digerirlo todo, incluido el tiempo. Entre las fauces leviatánicas de Moby Dick entra todo lo pasado y lo futuro del océano de la modernidad literaria: como summa, es decir, como artefacto contingente de las tradiciones previas, la novela de Melville es puerto y faro —como lo fue el Quijote para la tradición española—: el punto de llegada del camino que se agotó (lo pasado) y la torre que indica el rumbo a seguir (lo futuro). Vemos anegarse en su bocanada todo tipo de universos creados: ahí va la King James Version de la Biblia y junto a ella los Escritos morales de Plutarco; aquí cae arremolinado el drama occidental de Dante y, luego, un Hamlet que muta en Rey Lear. Entre los círculos del agua se ve sumergirse la Ilustración inglesa de Locke y la alemana de Kant. Ahí van, mírenlos, desplazándose en esa corriente portentosa, Montaigne y Rabelais, Goethe y Coleridge, y un sinfín de cosmovisiones, de tradiciones, de formas del arte y de la Historia. Es el tiempo digerido por el gran Leviatán melvilliano.

    Y sí, puede ser verdad que todo final inaugure un inicio renovado, un verbo que dé vida y luz a los hombres, pero ¡peligro!, en el caso de Moby Dick, la ruta la despejó un monstruo, así que augura, con esa apertura, el final del camino. Como individuo único en su especie, no tardará en extinguirse, y, entonces, ¿cómo avanzar cuando la luz se sumerja en las tinieblas? Pues bien, probablemente lo más asombroso de Moby Dick no es todo aquello que devoró el monstruo, sino todo lo que profetizó su artífice. Melville vio los caminos agotados de la literatura occidental y ante ese panorama aventuró los que podrían recorrerse. Sin él nada de lo que ha sido hecho hubiera existido.

    2. El profeta

    Y lo que ha sido hecho en la literatura posterior a Melville, que ya estaba hecho en Moby Dick, es también de proporciones descomunales, como las del cetáceo marmóreo. En la novela de Melville, por ejemplo, encontramos a Whitman antes de Whitman. Siempre he visto en el capítulo «La sinfonía» (cxxxii) —específicamente en el sobrecogedor diálogo que tienen Starbuck y el capitán Ahab hacia el final— un antecedente (u origen apócrifo) del célebre «Oh, captain! My captain!» presente en Hojas de hierba (1856) de Whitman, publicado apenas cuatro años después de Moby Dick.

    Pero no solo el gran réquiem de Whitman está en Moby Dick, sino también la semilla de toda una tradición que nace con el relato Bartleby, el escribiente (publicado el mismo año que Hojas de hierba). Esa genial nouvelle de Melville inauguró lo que sería, décadas después, la novela existencialista (Rilke, Sartre, Camus, etc.) y, por supuesto, como acertadamente anotó Borges, también prefiguró a Kafka. Si nos apuramos por esta senda, podríamos decir que también Melville prefiguró a Macedonio Fernández y, con él, a Borges:

    Apurémonos por esa senda, sí: una de las mayores obras literarias de la literatura latinoamericana, el Museo de la Novela de la Eterna, de Macedonio Fernandez, es una recreación magistral de la obra que existe sin existir, como el 4'33'' de Jhon Cage. El Museo es una novela compuesta nada más que de prólogos sobre una novela que nunca llega, que nunca vemos o leemos, sobre una novela inexistente. En esta creación experimental de Macedonio no se nos permite ver el objeto sobre el que trata la narración, no sabemos nada de aquella novela anunciada más que lo que dicen de ella los 56 prólogos que componen el museo. El gesto se parece a los más de 80 epígrafes con que abre Moby Dick, pero más allá de esto, como ocurre con el mítico cachalote blanco, es su radical ocultamiento lo que convierte el Museo en mito. En Moby Dick, el mito se transfigura en la obsesión de odio del capitán Ahab y en la razón de ser de toda la mole narrativa sobre el cachalote que, como verá el lector, aparece y desaparece en un parpadeo. La ballena blanca prácticamente no existe en toda la novela, solo su leyenda se enfatiza con cada capítulo que leemos: ¡ahora la vemos, ahora no la vemos! Truco del prestidigitador Melville, milagro del profeta Melville, que renueva la gran tradición de la llamada narración digresiva, recuperada en la segunda mitad del siglo xx y usada hasta hoy en la narrativa actual (Fernando Vallejo, Amélie Nothomb, Rodrigo Fresán y un largo etcétera) y en el cine del xxi (Denis Villeneuve o Christopher Nolan. Las series Legion y Dark son dos buenos ejemplos también de narración digresiva).

    Pero, sobre todo, el milagro de Melville alimenta la vena de la novela conceptual: el Monsieur Teste, de Valéry o el Museo de la Novela de Macedonio. Borges lleva ese procedimiento macedoniano a su máxima expresión en su maravilloso cuento conceptual «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius», donde un mundo inexistente, en el momento en que este se describe en una fantástica enciclopedia, empieza a permear la realidad y termina por consumir el mundo real. El Tlön de Borges y el monstruo blanco de Melville son dos caras de una misma moneda: o, mejor, dos universos que, casi sin existir, se expanden hasta el infinito: marmóreos fenómenos sondean el abismo, lo iluminan de terror.

    3. El mar

    A propósito de esto, no es gratuito que Roberto Bolaño afirmara categórico que Kafka y Borges son toda la literatura del siglo xx. Y fue también Bolaño quien habló de la importancia de Moby Dick en la obra de otros autores capitales de dicho siglo, como Georges Perec. Sus elaboraciones narrativas beben de la fuente sanguinolenta y deífica del relato melvilliano, puesto que Ismael —el narrador de Moby Dick— se convirtió en el paradigma de la tradición contemporánea del tan mentado narrador-testigo, el tipo de narrador que convirtió a Perec en un Maestro Hechicero.

    Pero la inmensa fuerza gravitacional de Melville y de su Moby Dick no solo alcanzó a los mayores vanguardistas del siglo xx, como hemos visto hasta aquí, sino que se expande como un inmenso agujero negro que atrae hacia sí un sinnúmero de materia literaria, y que la pone en órbita a su alrededor, hasta hoy. A continuación, otras últimas e inequívocas señales de su gravitación.

    Enrique Vila-Matas captó el agotamiento de la experiencia narrativa de mediados del siglo xx, plagada de autores epigonales y falsas o pretenciosas neovanguardias. Ante ese panorama de ruinas del arte literario, extendido hasta fines del siglo xx, el gran escritor español aventuró una posibilidad, un atisbo de esperanza: su «Laberinto del No». Agotada la novela como forma durante el siglo xix, agotada la experiencia de la vanguardia en las primeras décadas del xx, la escritura del porvenir, para Vila-Matas, tendrá que nacer de una negación radical de estas experiencias pasadas del arte. Esta escritura debe ser tan radical que incluso renunciará a la experiencia misma; tan radical que, al recorrer ese «Laberinto del No», devenga la paradoja: que nazca de esta negación la vida y la obra (suponiendo que una cosa sea distinta de la otra).

    Ese «Laberinto del No» es el eje narrativo del libro Bartleby y compañía (2002), postscriptum y reelaboración con que Vila-Matas retoma el personaje de Bartleby, el escribiente, cuyas pinceladas iniciales (como ya se dijo) las había puesto Melville en Ismael, narrador de Moby Dick. El memorable Bartleby recordémoslo, es aquel amanuense neoyorquino que un buen día renuncia definitivamente a la escritura y que, a partir de ese momento, se niega a hacer cualquier cosa, de hecho jamás vuelve a hacer nada, nada en absoluto, hasta morir por inanición. Ese personaje inspira el rastreo que hace Vila-Matas de otros muchos Bartlebys en la literatura: autores que un buen día deciden dejar de escribir. Entre ellos enlista, por ejemplo, a Rimbaud, a Salinger, a Rulfo y a muchos otros artistas cuya obra incluye, precisamente, no tener una o haber renunciado a ella.

    Así, la alternativa para la nueva literatura en el presente siglo tendrá que reformular el hecho de narrar la imposibilidad de narrar, que enfrentar el vacío y aceptarlo, reírse de él —como propuso alguna vez Harold Bloom al leer a Beckett—. La posibilidad será narrar para callar (como escribió bellamente Marguerite Duras), optar por visitar de nuevo a aquel amanuense melvilliano que renuncia a la escritura y a todo acto, y luego, paradójicamente, descubrir allí las posibilidades de escribir, de escribir que se escribe, de jugar el juego que nos regaló Salvador Elizondo en El grafógrafo. Aunque es posible —discúlpeme usted, señor Vila-Matas— que su Laberinto conduza a un paraje más cercano a Ismael que al propio Bartleby. Pienso que esa «alta pared de ladrillo, ennegrecida por los años y por la sombra» (traducción de Borges), ese muro infranqueable ante el cual germina la inacción del amanuense, tuvo para Ismael la forma del agua. «La parte acuática del mundo», dice, fue su «sucedáneo de la pistola y la bala». O, acaso, tuvo la forma de la sangre, al ser bautizado, como el arpón de Ahab, no en el nombre del Padre, sino en el nombre del Diablo.

    Tomaría muchas páginas seguir enunciando la inmensa cantidad de escrituras del siglo xx y xxi cuya semilla estuvo presente ya en Moby Dick. Me limito, para finalizar, a recordar a Rodrigo Fresán, que equiparó esta obra magna de Melville con el White Album, de The Beatles. Dice el argentino que ese álbum incluye una canción a la manera de Bowie antes de Bowie, una a lo Nirvana antes de Nirvana, una a lo Dylan antes de Dylan. Lo mismo con otros tantos a quienes agrego —con el permiso de Fresán— (y de nuevo paradojicamente) a Moby, el genial Richard Melville, bisnieto-sobrino de Herman Melville, cuando pienso en una canción a lo Moby antes de Moby como «Across the Universe», también incluida en el White Album. El mismo Fresán en su ópera prima, Historia Argentina (1999), tiene su propia fórmula mobydickiana de cuento-cetáceo de la destrucción, un país que naufraga, una épica bufa de la catástrofe. Así, Melville, como The Beatles, fundó el futuro y sus variaciones.

    Moby Dick seguirá siendo un sistema que parece inagotable, una máquina creadora singular, surgida en el inmenso mar de la modernidad literaria, nacido para crear y recrear ese océano que habita. Y no se sumerge en él sino que lo acecha, su presencia no solo es mítica en el abismo marítimo, sino que constituye un abismo en sí misma. Pero un abismo habitable y del que solo Melville escapó, como los trágicos testigos de Job, para darnos la noticia.

    ALEJANDRO ALBA GARCÍA

    Editor - Magíster en Literatura

    Universidad Nacional de Colombia

    Bogotá, noviembre de 2020

    * Mención especial a Cesar Aira y su ensayo «Dos notas sobre Moby Dick».

    MOBY DICK

    Como muestra de mi admiración por su genio,

    este libro está dedicado a Nathaniel Hawthorne

    Etimología

    Suministrada por el difunto asistente tísico de una escuela secundaria.

    El pálido asistente, raído de abrigo, corazón, cuerpo y cerebro, aún lo veo. Se la pasaba desempolvando sus viejos diccionarios y gramáticas con un pañuelo extravagante, adornado, como en señal de burla, con las banderas alegres de todas las naciones conocidas del mundo. Le encantaba desempolvar sus viejas gramáticas; de alguna manera, esto le recordaba sutilmente su mortalidad.

    Cuando resuelven ustedes instruir a los demás y enseñarles con qué nombre se llama, en nuestra lengua, un whale-fish [ballena], transmiten ustedes una información errónea si, por ignorancia, olvidan la letra, en la cual está casi toda la significación de la palabra.

    Hackluyt

    Whale... en sueco y en danés hvalt. Este animal recibe su nombre a causa de su redondez o curvatura, porque en danés, hvalt significa arqueado o abovedado.

    Diccionario Webster

    Whale... Proviene más directamente del holandés y del alemán wallen; del anglosajón walwian, rolar, revolcarse.

    Diccionario Richardson

    Extractos

    Suministrados por un sub-sub-bibliotecario.

    Se verá que este pobre diablo, un sub-sub gusano escarbador, apocado y meticuloso que parece haber recorrido los extensos vaticanos y puestos callejeros de libros de la Tierra, recopilando cualquier referencia fortuita a las ballenas que pudiera encontrar de algún modo en cualquier libro, ya sea sagrado o profano. Por tanto, no debes, al menos en todos los casos, tomar las afirmaciones contenidas en estos extractos sobre las balle- nas, por muy auténticas que sean, como un verdadero evangelio de la cetología. Al contrario. Respecto a los escritores antiguos en general, así como a los poetas que aparecen aquí, estos extractos son valiosos o interesantes únicamente por el hecho de ofrecer una visión, a vuelo de pájaro, de lo que ha sido dicho, pensado, imaginado y cantado indiscriminadamente acerca del Leviatán, por muchas naciones y generaciones, incluida la nuestra.

    Que te vaya bien, pobre diablo de sub-sub, cuyo comentarista soy yo. Perteneces a esa tribu desesperada y pálida a la que ningún vino de este mundo calentará jamás, y para la cual ni siquiera el jerez más suave e incoloro sería demasiado rosado y fuerte, pero con el que a uno le agrada sentarse a veces y sentirse como un pobre diablo también, volverse jovial hasta las lágrimas y decirles sin rodeos, con los ojos llenos y los vasos vacíos, y con una tristeza no del todo desagradable: ¡desistan, sub-subs! Porque cuanto más se esfuercen por agradar al mundo, tanto más ingratos serán para siempre. Ojalá pudiera vaciar Hampton Court y las Tullerías para dárselos a ustedes, pero tráguense sus lágrimas y eleven sus corazones hasta el palo mayor, porque sus amigos que partieron antes están evacuando el cielo con sus siete círculos y expulsando a Gabriel, Miguel y a Rafael, por tanto tiempo mimados. Aquí, ustedes brindan apenas con corazones destrozados, pero allá lo harán con copas que nada ni nadie puede romper.

    Y Dios creó grandes ballenas.

    Génesis

    Leviatán hace una senda tras de sí;

    se diría que el profundo mar es cano.

    Job

    Pero Jehová tenía preparado un gran pez que tragase a Jonás.

    Jonás

    Allí andan navíos; allí está el Leviatán que hiciste

    para que jugase en ella.

    Salmos

    En aquel día, el Señor, con su espada grande y fuerte,

    castigará a Leviatán, la serpiente penetrante, a Leviatán,

    la serpiente torcida, y matará al dragón que está en el mar.

    Isaías

    Y cualquier otra cosa que entre en el caos

    de la boca de este monstruo, ya sea bestia, bote o piedra,

    baja incontinentemente su asquerosa y gran engullida,

    y perece en el abismo sin fondo de su barriga.

    Escritos morales de Plutarco (Holland)

    El mar Índico cría la mayoría de los peces más grandes

    entre los cuales están las ballenas y los torbellinos también

    llamados Balaene que , ocupan tanto en longitud como

    cuatro acres o arcenes de tierra.

    Plinio (Holland)

    Apenas llevábamos dos días en el mar, cuando al

    amanecer aparecieron una gran cantidad de ballenas y otros

    monstruos del mar. Entre las primeras, una era de un tamaño

    monstruoso… Vino hacia nosotros, con la boca abierta,

    levantando las olas por todos lados, y golpeando el mar

    delante de ella hasta volverlo espuma.

    Luciano: La verdadera historia (Tooke)

    Visitó este país también con el fin de capturar morsas,

    que tenían huesos de gran valor por sus dientes, de los cuales

    le trajo algunos al rey. Las mejores ballenas fueron capturadas

    en su propio país, de las cuales algunas tenían cuarenta y ocho

    yardas de largo, y otras hasta cincuenta. Dijo él que era uno

    de los seis que habían matado sesenta en dos días.

    Relato verbal de Other u Octher, transcrito de sus labios

    por el rey Alfred. 890 d.C.

    Y mientras que todas las demás cosas,

    ya sean bestias o embarcaciones, que entran

    en el terrible golfo de la boca de este monstruo

    (la ballena), se pierden inmediatamente y son tragadas,

    el gobio marino se retira a él con gran seguridad, y allí duerme.

    Apología de Raimond Sebond (Montaigne)

    ¡Volemos, volemos! Que el diablo me lleve si no es

    el Leviatán descrito por el noble profeta Moisés

    en la vida del paciente Job.

    (Rabelais)

    El hígado de esta ballena llenaba dos carretadas.

    Anales (Stowe)

    El gran Leviatán que hervía los mares

    como una vasija sometida al fuego.

    Versión de los Salmos (Lord Bacon)

    Respecto al volumen monstruoso

    de la ballena u orca no hemos recibido nada

    que sea confiable. Tienen enormes cantidades de grasa,

    de manera que de una ballena se extraerá

    una cantidad increíble de aceite.

    Ibid, Historia de la vida y la muerte

    Muy semejante a una ballena.

    Hamlet

    Para protegerlo, ninguna habilidad del arte médica le serviría,

    sino regresar adonde quien, con dardo vil, le dio en el pecho, provocándole un dolor incesante, así como la ballena

    herida huye por el mar hacia la playa.

    La reina de las hadas

    Inmensos como las ballenas, cuyo movimiento de sus vastos

    cuerpos puede, durante una calma apacible, perturbar el

    océano hasta hacerlo hervir.

    Prefacio de Gondibert (Sir William Davenant)

    Los hombres tienen mucha razón en dudar acerca

    de la esencia del esperma, pues el erudito Hosmannus, luego de

    investigar treinta años, dice claramente, Nescio quid sit.

    Del Sperma Cetiy la ballena Sperma Ceti. Véase su V. E. (Sir T. Browne)

    Como el Talus de Spencer con su moderno mayal amenaza

    de muerte con su inmensa cola… en el flanco trae sus jabalinas,

    y en su lomo se ve una arboleda de picas.

    La batalla de las islas de verano (Waller)

    Con artificio se crea ese gran Leviatán, llamado Mancomunidad o

    Estado (en latín Civitas) que no es más que un hombre artificial.

    Frase inicial del Leviatán (Hobbes)

    El tonto Mansoul se lo tragó sin masticar, como si fuera

    una sardina en la boca de una ballena.

    El viaje del peregrino

    Esa bestia marina, el Leviatán,

    que entre todas las obras de Dios es la más grande

    que nada en la corriente del océano.

    El paraíso perdido

    … Allá el Leviatán,

    la más grande de las criaturas vivientes,

    duerme o nada en las profundidades estirado como

    un promontorio, y parece una tierra en movimiento;

    y en sus agallas recoge, y al aspirar arroja un mar.

    Ibid

    Las poderosas ballenas que nadan en un mar de agua,

    y tienen un mar de aceite nadando en ellas.

    El Estado sagrado y profano (Fuller)

    Tan cerca detrás de un promontorio yacen

    los enormes Leviatanes para aguardar a sus presas,

    y no cazan, sino que tragan los peces,

    que extraviados caen en sus bocas.

    Annus Mirabilis (Dryden)

    Mientras la ballena flota en la popa del barco,

    le cortan la cabeza y la remolcan con una lancha tan

    cercana a la orilla como es posible, pero quedará

    encallada en doce o trece pies de agua.

    Diez viajes a Spitzbergen, en Purchass (Thomas Edge)

    Vieron en su travesía a muchas ballenas jugar en el océano,

    y en medio del juego, lanzar agua a través de sus surtidores y

    respiraderos, que la naturaleza ha puesto sobre sus lomos.

    Viajes de Sir T. Herbert por Asia y África (Harris Coll)

    Al ver allí una manada tan grande de ballenas, se vieron

    obligados a proceder con mucha precaución por temor

    a que su barco se estrellara contra ellas.

    Sexta circunvalación (Schouten)

    Zarpamos desde el Elba, con viento NE,

    en el barco llamado Jonás en la ballena.

    Algunos dicen que la ballena no puede abrir la boca,

    pero no es cierto. Con frecuencia suben a los mástiles

    para avistar una ballena, pues el primero en hacerlo recibe

    un ducado por sus esfuerzos. Me contaron de una

    ballena capturada cerca de Shetland, que tenía más de

    un barril de arenques en el vientre. Uno de nuestros arponeros

    me dijo que unavez capturó una ballena completamente

    blanca en Spitzbergen.

    Viaje a Groenlandia, 1671 d.C.

    Varias ballenas han llegado a esta costa (Fife). En el año 1652,

    vino una ballena de ochenta pies de longitud, la cual,

    según me informaron, además de una gran cantidad de aceite,

    suministró 500 pesas de barbas. Sus mandíbulas sirven ahora

    de puertas en el jardín de Pitferren.

    Fife y Kinross (Sibbald)

    He decidido intentar si puedo dominar y matar a esta ballena

    Sperma Ceti, ya que nunca he oído decir que haya sido matada

    por ningún hombre, de tan feroz y rápida que es.

    Carta desde las Bermudas (Richard Strafford)

    Phil. Trans. 1668 d.C.

    Las ballenas en el mar obedecen la voz de Dios.

    N. E. Primer

    Vimos también abundancia de grandes ballenas, y hasta donde

    puedo decir, en aquellos mares del sur hay más que las que tenemos

    al norte de nosotros, en una proporción de cien a uno.

    Viaje alrededor del globo, 1729 d.C. (capitán Cowley)

    …y el aliento de la ballena suele ir acompañado por un olor

    tan insoportable, que provoca un trastorno cerebral.

    Sudamérica (Ulloa)

    A cinco sílfides elegidas de especial importancia,

    confiamos el encargo importante, la enagua.

    A menudo hemos sabido que esa defensa séptuple fallaba,

    aunque estaba rellena de aros y armada con costillas de ballena.

    El hurto del rizo

    Si comparamos los animales terrestres respecto a la magnitud,

    con aquellos que se instalan en las profundidades, veremos que

    parecerán despreciables en comparación. La ballena es sin duda

    el animal más grande de la creación.

    Historia natural (Goldsmith)

    Si debieras escribir una fábula para los pequeños peces,

    los harías hablar como grandes ballenas.

    Goldsmith a Johnson.

    Por la tarde vimos lo que supuestamente era una roca,

    pero encontramos una ballena muerta a manos de algunos

    asiáticos, que la remolcaban a la costa. Parecían ocultarse detrás

    de la ballena para que no los viéramos.

    Viajes (Cook)

    Muy pocas veces se atreven a atacar a las ballenas más grandes.

    Sienten un terror tan grande por algunas de ellas, que cuando

    están en el mar tienen miedo de mencionar incluso sus

    nombres, y llevan estiércol, piedra caliza, madera de enebro

    y otros artículos de la misma naturaleza en sus lanchas

    para aterrorizarlas y evitar que se acerquen demasiado.

    Cartas de Uno Von Troil sobre el viaje de Banks y

    Solander a Islandia en 1772

    El cachalote encontrado por los de Nantucket

    es un animal activo y feroz, y requiere una gran destreza

    y audacia de los pescadores.

    Memorial ballenero de Thomas Jefferson

    al ministro francés en 1778

    Y le ruego, señor, ¿qué puede igualársele en el mundo?

    Alusión de Edmund Burke a la caza de ballenas

    de Nantucket ante el Parlamento

    España: una gran ballena varada en las playas de Europa.

    Edmund Burke (en algún pasaje)

    Una décima parte de las rentas ordinarias del rey,

    basada en consideración de su vigilancia y protección

    de los mares contra los piratas y ladrones, es el derecho

    a los peces reales, que son la ballena y el esturión.

    Y estos, cuando son arrojados a la orilla o capturados

    cerca de la costa, son propiedad del rey.

    Blackstone

    Van las tripulaciones al juego de la muerte:

    Rodmond, infalible, sobre su cabeza suspende el arpón

    de acero y espera su suerte.

    El naufragio (Falconer)

    Brillaban los tejados, las cúpulas, los capiteles,

    y los cohetes volaban impulsados por sí mismos,

    para dejar su fuego momentáneo colgado en torno a la bóveda

    celeste. Así pues, comparando el fuego con el agua,

    el océano resulta bastante útil, es un chorro expulsado por

    una ballena, para expresar una alegría incontenible.

    Cowper, con ocasión de la visita de la reina a Londres

    Diez o quince galones de sangre son arrojados

    del corazón de un golpe, a una gran velocidad.

    Informe de la disección de una ballena (pequeña) (John Hunter)

    La aorta de una ballena es más grande en su diámetro interior

    que la tubería principal del puente de Londres, y el agua que corre

    por esa tubería es inferior en ímpetu y velocidad a la sangre

    que brota del corazón de la ballena.

    Teología (Paley)

    La ballena es un animal mamífero sin extremidades posteriores.

    (Barón Cuvier)

    A los 40 grados latitud sur, vimos cachalotes, pero no capturamos

    ninguno hasta el 1 de mayo, cuando el mar se cubrió de ellos.

    Viaje con el propósito de extender la caza de ballenas (Colnett)

    En el libre elemento debajo de mí, nadaban, jugando,

    cazando y peleando peces de todos los colores, formas y especies;

    no hay lenguaje que pueda describirlos ni el marinero los

    vio jamás desde el temible Leviatán hasta millones de insectos

    que poblaban cada ola: reunidos en cardúmenes inmensos,

    como islas flotantes, guiados por misteriosos instintos a través

    de esa región desierta y desolada pedregal, aunque desde

    todas partes acechados por enemigos voraces, ballenas,

    tiburones y monstruos armados, en la cabeza o en la boca,

    con espadas, sierras, cuernos en espiral, o garras retorcidas.

    El mundo antes del Diluvio (Montgomery)

    ¡Oh! ¡Peán! ¡Oh! Canta al rey del pueblo

    con aletas. No hay ballena más poderosa que esta en

    el vasto Atlántico; no hay pez más grande que ella,

    nadando alrededor del mar polar.

    El triunfo de la ballena (Charles Lamb)

    En el año 1690 algunas personas estaban en una

    alta colina observando los chorros y juegos de las ballenas,

    cuando alguien observó: Allá —señalando el mar—

    hay un pasto verde donde los nietos de nuestros hijos

    irán a buscar pan.

    Historia de Nantucket (Obed Macy)

    Construí una cabaña para Susan y yo; hice también

    una puerta en forma de arco gótico colocando los huesos

    de la mandíbula de una ballena.

    Cuentos contados dos veces (Hawthorne)

    Vino a adornar un monumento a su primer amor,

    asesinado por una ballena en el océano Pacífico

    no menos de cuarenta años atrás.

    Ibid

    No, señor, es una ballena franca, respondió Tom;

    vi su chorro; lanzó dos arcoiris tan hermosos como

    cualquier cristiano desearía ver. Un verdadero barril de aceite.

    El piloto (Cooper)

    Los papeles fueron traídos, y vimos en la Gaceta de Berlín

    que allí las ballenas habían sido introducidas en escena.

    Conversaciones con Goethe (Eckermann)

    ¡Dios mío!, ¿qué pasa, señor Chace? Respondí:

    Una ballena nos ha desfondado.

    Relato del naufragio de la ballenera Essex de Nantucket,

    atacada y finalmente destruida por un enorme cachalote

    en el océano Pacífico.

    (Por Owen Chace, de Nantucket, primer oficial

    de ese barco. Nueva York, 1821)

    Un marinero se sentó una noche en la jarcia,

    soplaba un viento relativamente fuerte;

    brillante, o bien tenue, la luz de la luna era pálida,

    y el fósforo relumbró en la estela de la ballena,

    cuando esta avanzaba por el mar.

    Elizabeth Oakes Smith

    La cantidad de línea recogida de los diferentes barcos que

    participaron en la captura de esta ballena ascendió en total

    a 10 440 yardas o casi seis millas inglesas… A veces la ballena sacude

    su cola gigantesca en el aire, que, chasqueando como un látigo,

    resuena a una distancia de tres o cuatro millas.

    Scoresby

    Enloquecido por los dolores que sufre en estos ataques renovados,

    el cachalote enfurecido se revuelca una y otra vez; levanta su enorme cabeza, y con sus amplias mandíbulas expandidas golpea todo lo que

    lo rodea; se abalanza sobre los barcos con su cabeza; siendo

    propulsados con enorme rapidez y a veces completamente destruidos.

    Es un asunto muy asombroso que la consideración de los hábitos

    de un animal tan interesante, y, desde el punto de vista comercial,

    tan importante (como el cachalote), haya sido completamente

    descuidada, o haya suscitado tan poca curiosidad entre los numerosos

    observadores, muchos de ellos competentes, que en los últimos

    años han tenido las oportunidades más abundantes y convenientes

    de ser testigo de su comportamiento.

    Historia del cachalote (Thomas Beale, 1839)

    El cachalote (ballena de esperma) no solo está mejor

    dotado que la ballena propiamente dicha (ballena franca o de

    Groenlandia) al poseer un arma formidable en cada extremidad

    de su cuerpo, sino que con mayor frecuencia muestra también

    una disposición a emplear estas armas de manera ofensiva,

    y de un modo tan artero, atrevido y travieso, que hace que

    se le considere la más peligrosa de atacar de todas las

    especies conocidas de la tribu de las ballenas.

    Viaje ballenero alrededor del mundo

    (Frederick Debell Bennett, 1840)

    13 de octubre. Allá sopla, se oyó desde el mastelero.

    —¿A dónde?—exigió el capitán.

    —A tres grados por sotavento, señor.

    —Barra a sotavento. ¡Derecho!

    —Derecho, señor.

    —¡Eh, vigía! ¿Ves esa ballena ahora?

    —¡Ay, ay, señor! ¡Un banco de cachalotes! ¡Allá sopla! ¡Allá salta!

    —¡Canta! ¡Canta siempre!

    —¡Ay, ay, señor! ¡Allí sopla ella! ¡Allá sopla allá sopla ella-a-a-a-a!

    —¿A qué distancia?

    —A dos millas y media.

    —¡Truenos y relámpagos! ¡Tan cerca! ¡Llama a todos!

    Esbozos de un viaje ballenero (J. Ross Browne, 1846)

    El barco ballenero Globe, a bordo del cual ocurrieron los eventos

    terribles que vamos a relatar, pertenecía a la isla de Nantucket.

    Relato del motín de El Globo, por Lay y Hussey, sobrevivientes, 1828,d. C.

    Siendo perseguido una vez por una ballena que había herido,

    contuvo el asalto durante algún tiempo con una lanza; pero

    el furioso monstruo se abalanzó por fin sobre el barco;

    él y sus compañeros salvaron sus vidas saltando al agua cuando

    vieron que el final era inevitable.

    Diario misionero (Tyerman y Bennett)

    La propia Nantucket, dijo el señor Webster,

    es una parte muy llamativa y peculiar del interés nacional.

    Tiene una población de ocho o nueve mil personas,

    que viven aquí en el mar, y que cada año aumenta

    considerablemente la riqueza nacional con la industria

    más audaz y perseverante.

    Informe del discurso de Daniel Webster en el Senado

    de Estados Unidos, sobre la petición para construir un rompeolas

    en Nantucket, 1828

    La ballena cayó directamente sobre él,

    y probablemente lo mató en un instante.

    La ballena y sus captores o Las aventuras del ballenero

    y la biografía de la ballena, reunidos en el viaje de regreso

    del Comodoro Preble, por el reverendo Henry T. Cheever

    Si haces el más mínimo ruido, respondió

    Samuel, te enviaré al infierno.

    Vida de Samuel Comstock (el amotinado),

    por su hermano, William Comstock. Otra versión

    del relato sobre la ballenera El Globo

    Los viajes de los holandeses e ingleses al mar del Norte

    para descubrir, en caso de ser posible, un paso por él

    hacia la India, aunque fracasaron en su objetivo,

    nos descubrieron las guaridas de la ballena.

    Diccionario comercial (McCulloch)

    Estas cosas son recíprocas; la pelota rebota,

    solo para ir de nuevo hacia adelante; por ahora, al abrir las

    guaridas de la ballena, los balleneros parecen haber dado

    indirectamente con nuevos caminos hacia ese

    Paso místico del Noroeste.

    Extracto de «algo» inédito

    Es imposible encontrarse con un barco ballenero

    en el océano sin sorprenderse por su apariencia cercana.

    El barco con velas cortas, con vigías en las cabezas

    de los mástiles, escudriñando ansiosamente la amplia

    extensión a su alrededor, tiene un aire totalmente

    diferente al de los que emprenden un viaje corriente.

    Corrientes y caza de ballenas. Ex. Ex. de Estados Unidos

    Los peatones en los alrededores de Londres

    y en otros lugares pueden recordar haber visto grandes

    huesos curvados colocados en posición vertical en la tierra,

    ya sea para formar arcos sobre las puertas, o entradas

    a las alcobas, y probablemente les dijeran que eran

    costillas de ballena.

    Cuentos de un viajero ballenero al océano Ártico

    Solo hasta que las lanchas volvieron de la persecución

    de estas ballenas, los blancos vieron su barco en posesión

    sangrienta de los salvajes enrolados en la tripulación.

    Informe en un periódico sobre la toma y

    el rescate del barco ballenero Hobomock

    Por lo general, es bien sabido que de las tripulaciones

    de los barcos balleneros (americanos) pocos regresan

    en los barcos a bordo de los cuales partieron.

    Crucero en un barco ballenero

    De repente, una masa descomunal emergió del agua

    y se elevó perpendicularmente en el aire. Era la ballena.

    Miriam Coffin o El pescador de ballenas

    La ballena es arponeada para estar seguros; pero entre ustedes,

    cómo manejarían un poderoso potro intacto, con el mero uso

    de una cuerda atada a la raíz de su cola.

    Capítulo sobre la caza de ballenas en Cuadernas y vertellos

    En una ocasión vi dos de estos monstruos (ballenas)

    probablemente macho y hembra, nadar lentamente,

    uno tras otro, a menos de un tiro de piedra de la orilla

    (Tierra del Fuego), cubierta por las ramas de un hayedo.

    Viaje de un naturalista (Darwin)

    «¡Todos a popa!», exclamó el oficial, pues al girar la cabeza,

    vio las mandíbulas distendidas de un gran cachalote ante la proa

    del barco, amenazándolo con una destrucción instantánea;

    «¡Todos a popa, por sus vidas!».

    Wharton, el matador de ballenas

    Así que permanezcan alegres, muchachos,

    que sus corazones nunca desfallezcan,

    ¡mientras a la ballena el audaz arponero golpes le asesta!

    Canción de Nantucket

    Oh, la rara y vieja ballena, entre tormenta y vendaval

    en su morada del océano será

    un gigante poderoso, donde el poder es la ley,

    y reina del mar sin límites.

    Canción ballenera

    Capítulo i

    Espejismos

    Dime Ismael. Hace algunos años, sin importar cuánto tiempo exactamente, teniendo poco o nada de dinero en mi bolsa, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que podría navegar un poco y ver la parte acuática del mundo. Es una forma que tengo de ahuyentar la melancolía y regular la circulación. Cada vez que siento un mal sabor en la boca, cada vez que un noviembre húmedo y lluvioso arrecia en mi alma, cada vez que me encuentro haciendo una pausa involuntaria ante los depósitos de ataúdes e interrumpo cada funeral con el que tropiezo, y especialmente cada vez que mis hipocondrías me dominan tanto que es necesario un fuerte principio moral para impedir que salga deliberadamente a la calle y les tumbe los sombreros a la gente de manera metódica, entonces considero que es hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sucedáneo de la pistola y la bala. Con una floritura filosófica, Catón se arroja sobre su espada; yo me embarco en silencio. Nada sorprendente en esto. Si ellos lo supieran, casi todos los hombres, independientemente de su condición, en un momento u otro, albergarían los mismos sentimientos hacia el océano que yo.

    Allí está ahora tu ciudad insular de los Manhattoes, rodeada de muelles como islas indias por arrecifes de coral; el comercio la circunda con su oleaje. A diestra y siniestra, las calles te conducen al agua. Su centro extremo es el Battery, donde ese espigón imponente es lavado por las olas y refrescado por las brisas, que unas horas antes eran invisibles desde tierra. Mira allá las multitudes que contemplan el agua.

    Recorre la ciudad en la tarde de un sábado de ensueño. Anda de Corlears Hook a Coenties Slip, y desde allí, por Whitehall, hacia el norte. ¿Qué ves? Apostados como centinelas silenciosos alrededor de la ciudad, miles y miles de hombres mortales están absortos en ensueños oceánicos. Algunos se apoyan en los pilotes, otros se sientan en los promontorios de los muelles, otros contemplan los baluartes de los barcos provenientes de China; otros más están encaramados en la cúspide de las jarcias, como si se esforzaran por tener una mejor vista del mar. Pero todos ellos son hombres de tierra firme que pasan sus días laborales reprimidos entre listones y yeso, atados a los mostradores, clavados a los bancos, remachados a los escritorios. Entonces, ¿cómo es esto? ¿Han desaparecido los campos verdes? ¿Qué hacen ellos aquí?

    ¡Pero, mira! Llegan más multitudes, caminando directamente hacia el agua y aparentemente dispuestas a sumergirse. ¡Extraño! Nada los contentará sino el límite más extremo de la tierra; merodear bajo el sotavento sombreado de aquellos depósitos no será suficiente. No. Deben llegar tan cerca del agua como sea posible sin adentrarse en ella. Y ahí permanecen, confabulados, montones de ellos. Todos son habitantes del interior, llegados de callejuelas y callejones, de calles y avenidas, al norte, este, sur y oeste. Sin embargo, todos se unen aquí. Dime, ¿las virtudes magnéticas de las agujas de las brújulas de todos esos barcos los atraen hacia allá?

    Una vez más. Digamos que estás en algún altiplano lacustre en el campo. Toma casi cualquier camino que te plazca, y diez de uno te llevarán a un valle y te dejarán allí, en medio de un remanso en la corriente. Hay magia en ello. Deja que el más distraído de los hombres se sumerja en sus más profundos ensueños: levanta a ese hombre sobre sus piernas, pon sus pies en marcha, y te conducirá infaliblemente al agua, si es que la hay en toda esa región. Si alguna vez tienes sed en el gran desierto americano, ensaya este experimento, si acaso en tu caravana hubiera un profesor de Metafísica. Sí: como todo el mundo lo sabe, la meditación y el agua están unidas para siempre.

    Pero aquí hay un artista. Desea pintarte el paisaje más ensoñador, sombrío, sereno, encantador y romántico de todo el valle del río Saco. ¿Cuál es el principal elemento que emplea? Allí están sus árboles, cada uno con un tronco hueco, como si albergaran un ermitaño y un crucifijo en su interior; y aquí duerme su pradera, y allí su ganado, y en aquella cabaña se levanta un humo aletargado. En las profundidades de los bosques lejanos, los vientos son laberínticos y llegan a las estribaciones superpuestas de las montañas bañadas por el azul de las colinas. Pero aunque la imagen permanece en trance y este pino adapta sus suspiros como hojas sobre esa cabeza de pastor, todo ha sido en vano sin embargo, a menos que el ojo del pastor reparara en la corriente mágica que tenía frente a él. Visita las praderas en junio y vadea hasta las rodillas por millas y millas entre lirios atigrados. ¿Cuál es el encanto que falta? El agua, ¡no hay ni una gota de agua allí! Si el Niágara fuera una catarata de arena, ¿recorrerías miles de millas para verla? ¿Por qué el pobre poeta de Tennessee, tras recibir inesperadamente dos puñados de plata, se debatió entre comprarse un abrigo, que desgraciadamente necesitaba, o invertir su dinero en un viaje a pie hasta Rockaway Beach? ¿Por qué casi todos los niños robustos y sanos, con un alma igualmente robusta y sana, se obsesionan por ir al mar en algún momento u otro? ¿Por qué en tu primer viaje como pasajero, tú mismo sentiste una vibración tan mística cuando te dijeron por vez primera que tú y tu barco ya eran invisibles desde tierra? ¿Por qué los antiguos persas consideraban sagrado el mar? ¿Por qué los griegos le confirieron una deidad separada, un hermano de Júpiter? Seguramente todo esto no carece de sentido. Y aún más profundo es el sentido de aquella historia de Narciso, que al no poder abrazar la imagen exquisita y atormentadora que veía en la fuente, se sumergió en ella y se ahogó. Sin embargo, esa misma imagen la vemos nosotros mismos en todos los ríos y océanos. Es la imagen del fantasma indescifrable de la vida; la clave de todo.

    Ahora, cuando digo que tengo el hábito de hacerme a la mar cada vez que se me empiezan a nublar los ojos y comienzo a ser demasiado consciente de mis pulmones, no pretendo que se infiera por ello que voy al mar como un simple pasajero. Ya que para ir como pasajero es necesario tener una bolsa, y una bolsa vacía no es más que un harapo, a menos que tenga algo adentro. Además, los pasajeros se marean, se vuelven pendencieros, no duermen por las noches ni se divierten mucho en términos generales; nunca voy como pasajero, y aunque en cierto sentido soy un navegante, no voy al mar como un comodoro, capitán o cocinero. Les dejo la gloria y la distinción de tales oficios a quienes les gustan. Por mi parte, desprecio todo tipo de trabajos, pruebas y tribulaciones honorables y respetables. Es todo lo que puedo hacer para cuidarme a mí mismo sin tener que ocuparme de barcos, barcas, bergantines, goletas y todo lo demás. Y en cuanto a ir como cocinero —aunque confieso que hay una gloria considerable en ello, pues un cocinero es una especie de oficial en el barco—, de alguna manera nunca me gustó asar aves de corral, aunque una vez horneadas, debidamente untadas con mantequilla y rigurosamente salpimentadas, no hay nadie que hable más respetuosamente, por no decir reverencialmente, de un ave asada como lo haría yo. Gracias a las adoraciones idólatras de los antiguos egipcios por los ibis asados e hipopótamos braseados ves las momias de esas criaturas en los asaderos monumentales que eran las pirámides. No, cuando me hago a la mar, voy como un simple marinero, bien plantado frente al mástil o trepado en el palo mayor. Es cierto que prefieren darme órdenes y hacerme saltar de verga en verga, como un grillo en una pradera de mayo. Y al principio, este tipo de cosas son muy desagradables. Te lacera el sentido del honor, particularmente si vienes de una familia antiguamente establecida en tierra, como los Van Rensselaer, los Randolph, o los Hardicanute. Y más que todo, si justo antes de poner tu mano en la olla de alquitrán, la has manipulado como un maestro de escuela rural, haciendo que los niños más altos se atemoricen con su simple presencia. La transición de maestro a marinero es aguda, te lo aseguro, y se requiere una fuerte infusión de Séneca y de los estoicos para que puedas sonreír y soportarla. Pero incluso esto desaparece con el tiempo.

    ¿Y qué si un viejo capitán de barco me ordena agarrar una escoba y barrer las cubiertas? ¿A qué equivale esa indignidad, sopesada, quiero decir, en las balanzas del Nuevo Testamento? ¿Crees que el arcángel Gabriel piensa menos de mí porque obedezco de manera pronta y respetuosa a los ancianos en ese caso en particular? ¿Quién no es un esclavo? Dímelo a mí. Bien, entonces, sin importar cómo me ordenen los viejos capitanes de mar, por mucho que me aporreen y golpeen, tengo la satisfacción de saber que todo está bien; que todos los demás son mandados de una manera u otra del mismo modo, ya sea desde un punto de vista físico o metafísico, es decir, que así va circulando el golpetazo universal, y todas las manos deben frotarse mutuamente los omoplatos y darse por bien servidas.

    Una vez más, siempre me hago a la mar como marinero porque se ocupan de pagarme por mis problemas, mientras que, por lo que he oído decir, a los pasajeros nunca les pagan ni un solo centavo. Por el contrario, ellos mismos deben pagar. Y existe toda la diferencia en el mundo entre pagar y ser pagado. El acto de pagar es quizá la aflicción más incómoda que nos legaron esos dos ladrones del frutal. Pero que te paguen, ¿qué se compara con eso? La actividad urbana por la que un hombre recibe dinero es realmente maravillosa, considerando que creemos de manera tan sincera que el dinero es la raíz de todos los males terrenales, y que de ninguna manera puede un hombre adinerado entrar en el cielo. ¡Ah! ¡Cuán alegremente nos condenamos a la perdición!

    Por último, siempre me hago a la mar como marinero por el ejercicio sano y el aire puro del puente de proa. Porque al igual que en este mundo, los vientos de proa son más frecuentes que los vientos de popa (es decir, si nunca violamos la máxima pitagórica), por lo que en su mayor parte el comodoro en el alcázar recibe su atmósfera de segunda mano de los marineros en el castillo de proa. Cree ser el primero en respirarla, pero no es así. De manera semejante, las comunidades guían a sus líderes en muchas otras cosas, y los líderes escasamente lo sospechan. Pero precisamente por eso, después de haber olido el mar una y otra vez como un marinero mercante, se me metió en la cabeza la idea de emprender un viaje para cazar ballenas; eso puede explicarlo mejor que nadie el invisible agente de policía de los Hados, que me vigila constantemente, me persigue en secreto y ejerce una influencia inexplicable sobre mí. Y, sin duda, mi participación en este viaje ballenero formaba parte del gran programa de la Providencia, establecido desde mucho tiempo atrás. Se manifestó como una suerte de interludio breve y solo entre actuaciones más extensas. Supongo que esta parte del cartel debe haber sido algo así:

    Gran Contienda Electoral Por

    La Presidencia De Estados Unidos

    UN TAL ISMAEL VIAJA A CAZAR BALLENAS

    Batalla Sangrienta En Afganistán

    No puedo decir el motivo exacto por el cual esos directores de escena que son los Hados me asignaron este papel mezquino en un viaje de cacería de ballenas, cuando a otros les dieron papeles magníficos en nobles tragedias, representaciones breves y fáciles en comedias refinadas, y apariciones alegres en farsas, aunque desconozco con exactitud por qué fue exactamente así; sin embargo, ahora que recuerdo todas las circunstancias, creo poder vislumbrar las causas y los motivos que me presentaron astutamente encubiertos, lo cual me llevó a poner en práctica el papel que representé, además de embaucarme con la ilusión de que era una elección derivada de mi libre albedrío y discernimiento.

    El principal de estos motivos era la idea abrumadora de la gran ballena en sí. Un monstruo tan portentoso y misterioso despertó toda mi curiosidad. Estaban, además, los mares salvajes y distantes donde giraba su masa tan grande como una isla, los peligros indescriptibles e innombrables de la ballena; esto, así como todas las maravillas complementarias de mil vistas y sonidos patagónicos, ayudaron a convencerme de mi deseo. Es muy probable que estas cosas no hubieran sido un incentivo para otros hombres, pero a mí me atormenta un deseo inagotable de cosas remotas. Me encanta navegar en mares prohibidos y desembarcar en costas bárbaras. Aunque no ignoro lo bueno, percibo rápidamente el horror, y podría incluso compartirlo si me lo permitieran, ya que es agradable estar en buenos términos con todos los inquilinos del lugar donde uno vive.

    Debido a todas estas cosas, el viaje de caza de ballenas fue bienvenido; las grandes compuertas del mundo de las maravillas se abrieron, y en las vanidades desenfrenadas que me inclinaban hacia mi propósito se incrustaron de dos en dos en lo más profundo de mi alma, procesiones interminables de ballenas y, entre todas ellas, un gran fantasma encapuchado, como una montaña nevada en el aire.

    Capítulo ii

    El talego

    Metí una o dos camisas en mi viejo talego, me lo acomodé bajo el brazo y zarpé hacia el cabo de Hornos y el Pacífico. Salí de la agradable y antigua ciudad de los Manhattos y llegué a New Bedford. Era la noche de un sábado en diciembre. Me decepcionó mucho saber que el pequeño paquebote para Nantucket ya había zarpado, y que sería imposible llegar a ese lugar antes del lunes siguiente.

    Teniendo en cuenta que la mayoría de los jóvenes candidatos a los suplicios y castigos de la caza de ballenas se detienen aquí en New Bed-ford para embarcarse, tal vez sea conveniente decir que yo, por mi parte, no tenía la menor intención de hacerlo. Porque estaba decidido a navegar únicamente en una embarcación de Nantucket, pues todo lo relacionado con esta isla famosa y antigua era muy agradable y animado, lo cual fue de todo mi agrado. Además, aunque New Bedford ha ido monopolizando gradualmente el negocio de la caza de ballenas y la pobre y vieja Nantucket está ahora muy por detrás de ella en este campo, Nantucket fue la gran original —la Tiro de esa Cartago—, el lugar donde murió varada la primera ballena americana. ¿De dónde más, sino de Nantucket, salieron inicialmente esos balleneros aborígenes, los pieles rojas, en canoas para cazar al Leviatán? ¿Y de dónde, sino de Nantucket, salió también ese primer balandro pequeño y aventurero, parcialmente cargado de adoquines importados —según narra la historia— para arrojarles a las ballenas, con el fin de descubrir cuándo estaban suficientemente cerca como para arriesgar un arpón desde el bauprés?

    Ahora, teniendo una noche, un día, y otro más frente a mí en New Bedford antes de poder embarcarme para mi puerto de destino, el sitio donde habría de comer se convirtió en un asunto de preocupación para mí. Era una noche muy incierta; no, muy oscura y deprimente, aterradoramente fría y desoladora. No conocía a nadie en ese lugar. Había hurgado en mi bolsillo con manos ansiosas y solo había sacado unas pocas piezas de plata, así que, dondequiera que vayas, Ismael —me dije a mí mismo—, mientras estaba en medio de una calle inhóspita cargando mi talego y comparando la penumbra hacia el norte con la oscuridad hacia el sur, dondequiera que en tu sabiduría decidas alojarte por esta noche, mi querido Ismael, asegúrate de preguntar por el precio, y no seas demasiado exigente.

    Recorrí las calles con pasos vacilantes y pasé por el letrero de «Los arpones cruzados», pero se veía demasiado costoso y alborotado. Más adelante, desde las ventanas rojas y brillantes del «Posada del pez vela», salían rayos tan fervientes que parecían haber derretido la nieve y el hielo delante de la edificación, pues por todas partes la capa de hielo que cubría el pavimento duro y asfáltico tenía diez pulgadas de grosor —algo más bien fatigoso para mí cuando golpeaba los salientes de piedra con los pies—, pues las suelas de mis botas se encontraban en un estado lamentable después de prestar un servicio duro y despiadado. Demasiado costoso y alborotado, pensé de nuevo, deteniéndome un momento para mirar el amplio resplandor de la calle y escuchar el tintineo de los vasos adentro. Pero sigue, Ismael, dije por fin; ¿no oyes? Aléjate de esa la puerta; tus botas remendadas están interrumpiendo el camino. Y entonces seguí instintivamente por las calles que me llevaban hacia el agua, porque allí, sin duda, estaban las posadas más baratas, si no las más bulliciosas.

    ¡Qué calles tan tétricas! Manzanas de oscuridad sin casas ni a este lado ni al otro, y aquí y allá una vela, como parpadeando en una tumba. A esta hora de la noche del último día de la semana, esa parte de la ciudad estaba prácticamente desierta. Sin embargo, en ese instante llegué a una luz humeante que salía de un edificio bajo y ancho, cuya puerta estaba abierta e irradiaba un aire acogedor. Tenía un aspecto descuidado, como si estuviera destinada para uso público; así que, al entrar, lo primero que hice fue tropezar con un cenicero en el zaguán. ¡Ja!, pensé, mientras las partículas que flotaban en el aire por poco me ahogaban, ¿son estas las cenizas de Gomorra, aquella ciudad destruida? Pero, ¿«Los arpones cruzados» y «El pez espada»? Entonces este debe ser el letrero de «La trampa». Sin embargo, me incorporé y oí una voz fuerte adentro; empujé y abrí una segunda puerta interior.

    Parecía el gran Parlamento Negro reunido en el inframundo. Cien caras negras giraron en sus filas para mirar y, más allá, un ángel negro de la Perdición golpeaba un libro en un púlpito. Era una iglesia de negros, y el texto del predicador hablaba de la negrura de las tinieblas, del llanto, de los lamentos y del rechinar de dientes que había allí. Ja, Ismael, murmuré retrocediendo, ¡Qué diversión tan horrible encontraste en «La trampa!».

    Seguí adelante, llegué por fin a una luz tenue no muy lejos de los muelles, oí un crujido desolado en el aire y, al mirar hacia arriba, vi un letrero que se balanceaba sobre la puerta, con un dibujo blanco que plasmaba débilmente un chorro firme y alto de un rocío neblinoso, y estas palabras debajo: «Posada El chorro de la ballena. Peter Coffin».

    ¿Ataúd? ¿Chorro? Es una situación muy fatídica, pensé. Pero dicen que es un apellido común en Nantucket, y supongo que este Peter de aquí es un emigrante de allá. Como la luz era tan tenue, el lugar se veía suficientemente tranquilo, la destartalada casita de madera parecía sacada de las ruinas de algún barrio incendiado, y como el letrero tembloroso crujía delatando pobreza, pensé que era el lugar ideal para un alojamiento económico y un buen café de arvejas.

    Era un lugar extraño de algún modo, una casa vieja con techo a dos aguas, con uno de sus costados paralítico, por decirlo así, y luctuosamente torcido. Se encontraba en una esquina lúgubre y abrupta, donde el viento tempestuoso del Euroaquilón aullaba con más furia todavía que sobre la zarandeada barca del pobre Pablo. El Euroaquilón, sin embargo, es un céfiro muy agradable para cualquiera que esté en casa, calentándose tranquilamente los pies en la encimera antes de dormir. «A juzgar por ese viento tempestuoso llamado Euroaquilón —dice un antiguo escritor—, de cuyas obras poseo el único ejemplar existente, resulta haber una gran diferencia, ya sea que lo mires desde una ventana de cristal donde toda la escarcha está afuera, o desde esa ventana sin bastidor donde la escarcha está a ambos lados, y de la cual la Muerte inexorable es la única cristalera». Es cierto, pensé, al recordar esto, razonaste bien. Sí, estos ojos son ventanas, y este cuerpo mío es una casa. Lástima que no taparan los resquicios y las grietas, y que no hubieran metido un poco de pelusa aquí y allá. Sin embargo, ya es muy tarde para hacer mejoras. El universo ya está terminado; la cúpula está en su sitio y los escombros fueron sacados hace ya un millón de años. Pobre Lázaro, castañeando los dientes con el borde de la acera por almohada y sacudiendo sus harapos al tiritar; podría taparse ambas orejas con jirones y meterse una mazorca de maíz en la boca y, sin embargo, eso no evitaría el tempestuoso Euroaquilón. ¡Euroaquilón!, dice el viejo Dives, en su túnica de seda roja (después tuvo una más roja). ¡Bah, bah! Qué hermosa noche helada, cómo brilla Orión, ¡qué auroras boreales! Deja que hablen de los climas veraniegos orientales de sus invernaderos; denme el privilegio de hacer mi propio verano con mis propios carbones.

    Pero, ¿qué piensa Lázaro? ¿Puede calentar sus manos azuladas levantándolas hasta la gran aurora boreal? ¿No preferiría Lázaro estar en Sumatra que aquí? ¿No preferiría acostarse a lo largo de la línea ecuatorial?; ah, sí, ¡dioses!, ¿bajar al mismo infierno ardiente para escapar de esta helada?

    Ahora bien, que Lázaro esté acostado frente a la puerta de Dives es más asombroso que si un iceberg estuviera anclado a una de las Molucas. Sin embargo, el propio Dives también vive como un zar en un palacio de hielo, hecho de suspiros congelados, y como presidente de una sociedad de la templanza, bebe apenas las lágrimas tibias de los huérfanos.

    Sin embargo, nos espera la cacería de ballenas, así que dejemos de lloriquear por ahora: ya tendremos tiempo para eso. Raspemos el hielo de nuestros pies helados, y veamos qué clase de lugar puede ser este «chorro de la ballena».

    Capítulo iii

    Posada «El chorro de la ballena»

    Al entrar en esta posada, te encuentras en un vestíbulo ancho, bajo y desordenado, con revestimientos pasados de moda, que recordaba las amuradas de un viejo barco encallado. De un lado colgaba una enorme pintura al óleo, tan ahumada y desfigurada que bajo las luces oblicuas y desiguales con que la mirabas, solo después de un estudio diligente, de una serie de visitas sistemáticas a aquella, y tras una cuidadosa investigación entre los inquilinos, podías llegar a entender su propósito. Las masas de sombras y matices eran tan inexplicables, que al principio casi pensabas que algún artista joven y ambicioso se había esforzado en representar el caos maldito durante la cacería de brujas en Nueva Inglaterra. Pero a fuerza de mucha contemplación sincera, de repetidas cavilaciones, y especialmente al abrir la ventanita hacia la parte posterior de la entrada, llegabas por fin a la conclusión de que una idea así, por muy descabellada que fuera, podría no ser totalmente injustificada.

    Pero lo que más te desconcertaba y confundía era una masa negra, larga, ágil y portentosa de algo suspendido en el centro del cuadro, sobre tres líneas azules, borrosas y perpendiculares, en medio de un fermento sin nombre. Un cuadro pantanoso, empapado y difuso, capaz de sacar de quicio a un hombre nervioso. Sin embargo, tenía una especie de sublimidad indefinida, inimaginable y lograda a medias que por poco te adhería a él, hasta que involuntariamente te jurabas descubrir el significado de ese cuadro maravilloso. De tanto en

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1