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Vacío perfecto
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Libro electrónico282 páginas5 horas

Vacío perfecto

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Con "Vacío perfecto", Impedimenta emprende la publicación de la «Biblioteca del Siglo XXI», que se irá completando próximamente con "Magnitud imaginaria" y "Golem XIV".
"Vacío perfecto" es un espectacular experimento literario que se ha convertido por méritos propios en un referente mítico entre los lectores de Stanislaw Lem. Heredero de un género que exploraron con singular genio autores como Borges, Swift o Rabelais, se trata de una delirante colección de reseñas de libros inexistentes, que subvierten brillantemente los cánones literarios explorando temas de lo más variopinto, desde la pornografía a la inteligencia artificial, desde el Noveau Roman a las novelas de James Joyce. En palabras de Andrés Ibáñez: «Este exiguo volumen, que se lee en tres tardes, equivale, en información y en tiempo mental, a tres meses de apasionante y dedicada lectura».
IdiomaEspañol
EditorialImpedimenta
Fecha de lanzamiento15 feb 2013
ISBN9788415578383
Vacío perfecto
Autor

Stanisław Lem

Stanisław Lem nació en la ciudad polaca de Lvov en 1921, en el seno de una familia de la clase media acomodada. Aunque nunca fue una persona religiosa, era de ascendencia judía. Aunque nunca fue una persona religiosa, era de ascendencia judía. Siguiendo los pasos de su padre, se matriculó en la Facultad de Medicina de Lvov hasta que, en 1939, los alemanes ocuparon la ciudad. Durante los siguientes cinco años, Lem vivirá con papeles falsos como miembro de la resistencia, trabajando como mecánico y soldador, y saboteando coches alemanes. En 1942 su familia se libró de milagro de las cámaras de gas de Belzec. Al final de la guerra, Lem regresó a la Facultad de Medicina, pero la abandonó al poco tiempo debido a diversas discrepancias ideológicas y a que no quería que lo alistaran como médico militar. En 1946 fue «repatriado» a la fuerza a Cracovia, donde fijaría su residencia. Pronto, Lem comenzó una titubeante carrera literaria. Se considera de modo unánime que su primera novela es El hospital de la transfiguración, escrita en 1948, pero no publicada en Polonia hasta 1955 debido a problemas con la censura comunista. De hecho, esta novela fue considerada «contrarrevolucionaria» por las autoridades polacas, y obligaron a Lem a convertirla en la primera de una trilogía —la «Trilogía del tiempo perdido»—, cuyas otras dos entregas, De entre los muertos y El retorno, fueron repudiadas por Lem, que siempre se negó a que nadie las leyera. No fue hasta 1951, año en que publicó Los astronautas, cuando por fin despegó su carrera literaria. Las novelas que escribió a partir de ese momento, pertenecientes en su mayoría al género de la ciencia-ficción, harían de él un maestro indiscutible de la moderna literatura polaca: La investigación (1959), Edén (1959), Memorias encontradas en una bañera (1961), Solaris (1961), Relatos del piloto Pirx (1968), o Congreso de futurología (1971). Lem fue, asimismo, autor de una variada obra filosófica y metaliteraria. Destaca en este ámbito, aparte de su obra Summa Technologiae (1964), la llamada «Biblioteca del Siglo XXI», conformada por Vacío perfecto (1971), Magnitud imaginaria (1973) y Provocación (1982). Lem fue miembro honorario de la SFWA (Asociación Americana de Escritores de Ciencia-Ficción), de la que sería expulsado en 1976 tras declarar que la ciencia-ficción estadounidense era de baja calidad. Stanislaw Lem falleció el 27 de marzo de 2006 en Cracovia a los 84 años de edad, tras una larga enfermedad coronaria. Impedimenta ha publicado también la novela Golem XIV, de 1981, y la última obra que el autor publicó en vida, un conjunto de relatos titulado Máscara (2003).

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    Vacío perfecto - Stanisław Lem

    Vacío perfecto

    Stanisław Lem

    Traducción de Jadwiga Maurizio

    Introducción de Andrés Ibáñez

    Introducción

    por Andrés Ibáñez

    Nietzsche defendía que Wagner era en realidad un miniaturista, y que sus mejores creaciones duraban menos de un minuto. De manera similar, muchos miniaturistas esconden, en realidad, mentes excepcionalmente megalómanas y amantes de lo sublime. Borges y Lem, que nunca han sido más almas gemelas que en este Vacío perfecto que hoy vuelve a aparecer en español, serían dos ejemplos perfectos de esta segunda posibilidad. ¿Quién, sino un amante de lo inmenso, podría inventar la historia de la gran enciclopedia de Tlön, una obra de miles y miles de páginas que se propone la descripción de un mundo imaginario? ¿Qué loco podría pensar en escribir realmente una novela como Gruppenführer Louis XVI o ensayos tan delirantes y ambiciosos como De Impossibilitate Vitæ o Non serviam? Vacío perfecto, una colección de reseñas de libros imaginarios, es una obra que busca deliberadamente lo sublime, lo gigantesco, lo imposible y que posee el impulso enloquecido y ascendente de las más altas empresas del espíritu.

    Podemos definir la literatura posmoderna como aquella que se centra en el problema de los códigos y su desarticulación. En vez de hablar de la vida, de las personas o de la historia, la literatura posmoderna pretendió (sí, porque es justo que comencemos ya a hablar de esta época de la cultura en pasado) descubrir cuál es el código que construye eso que llamamos vida, persona o historia. Si la realidad, la cultura, la persona y el lenguaje no son más que construcciones, tal y como nos demuestran la lingüística, la semiótica, la antropología o la genética, corresponde a nuestra época (se decían los posmodernos) descubrir el mecanismo de esas construcciones y su razón de ser y también investigar en la posibilidad de ensayar construcciones distintas. Ya que si la realidad es un juego, entonces debe de ser posible cambiar sus reglas.

    A fin de lograr este propósito, la literatura posmoderna emplea (empleaba) una nutrida panoplia de procedimientos, que van desde la parodia o falsificación hasta la idea de autorreflexividad narratológica (obras que hablan de sí mismas, como esta que tenemos entre manos, obras que tratan de otras obras, como esta, obras que tratan de obras que no existen, como esta, obras que fingen desarticular otras obras que describen visiones posibles de la realidad, como esta) y a través de una serie característica de temas, mitos y mitologemas: la Historia (con mayúscula) falsa o alternativa, la realidad como juego, la idea de la mente como mecanismo, la posibilidad de crear personas artificiales (puesto que nosotros también somos artificios), la desaparición, en fin, de la frontera que separa lo natural de lo artificial. Todos estos temas y estos procedimientos son los que Vacío perfecto explora con singular lucidez y atrevimiento. El carácter enciclopédico de esta obra singular, su obsesión por describir universos y mundos completos, su pasión por las interminables enumeraciones y su asombro por lo innumerable y caótico de la realidad, son también plenamente posmodernas.

    Comienza el libro con un trompe l’oeil en el que un prologuista sin nombre, pero que al final se identifica algo equívocamente con Stanisław Lem, comenta la propia obra. Ustedes sin duda ya están cansados de esos juegos de espejos en los que el que habla plantea su propia irrealidad o la nuestra, al estilo de Niebla de Unamuno (uno de los grandes precedentes de la actitud posmoderna) o de tantas ficciones de Borges. Pero el tema es inevitable del mismo modo que en Mozart son inevitables los bajos de Alberti o en la pintura barroca las túnicas llenas de pliegues. Les Robinsonades, de Marcel Coscat, es una versión de la obra de Defoe, una novela bastante absurda e impredecible dado que el náufrago no está realmente solo en la isla y todo lo que sucede en ella es una creación de su imaginación. Pero este es, precisamente, uno de los temas, la creación de mundos imaginarios puesto que el mundo real, el grande, el mundo a secas, es también una creación. Gigamesh de Patrick Hannahan es una obra al estilo Finnegan’s Wake, en la que su autor ha pretendido hablar absolutamente de todo. De todo, hasta de la última especie de insecto y del último dios taoísta. Es un ejemplo de «libromundo», la descripción de una obra que busca representar la totalidad. Casi todos los libros descritos en Vacío perfecto son libromundos: libros que abarcan toda la historia, que ponen en cuestión toda la literatura, que cambian todas las reglas de la historia o de la física, que abarcan a toda la población del planeta. Sexplosión de Simon Merrill describe el efecto apocalíptico de la desaparición del deseo sexual en la humanidad por culpa de una sustancia llamada NOSEX. Gruppenführer Louis XVI de Alfred Zellermann recoge los temas de la sociedad y la historia como construcciones arbitrarias o juegos. Un grupo de nazis escapan a Sudamérica, donde crean una sociedad idéntica a la de la Francia del siglo xvii. Su proyecto es negar sistemáticamente la realidad y sustituirla por otra inventada, tan inventada e imaginaria que todos los que participan en la escrupulosa mascarada pretenden, por ejemplo, hablar francés aunque ninguno de ellos conoce esa lengua y lo que hablan, de hecho, es alemán. Rien de tout, ou la conséquence de Solange Marriot es una parodia de la novela posmoderna en su versión nouveau roman. Puesto que la literatura es ficción y las cosas que se mencionan en una novela no suceden realmente, la autora ha escrito una novela diciendo que nada de lo que hay en la novela existe y que nada de lo que pasa pasa realmente. Comienza con las palabras: «El tren no llegó a la estación…». En Perycalipsis el autor, Joachim Fersengeld, llega a la conclusión de que en el mundo existen demasiadas cosas, y que hay que ponerse a destruir todo lo que se pueda y pagar sumas considerables a las personas que no escriben libros, ni proyectan, ni inventan ni construyen nada. Consúltese el «Poema de la cantidad» de Borges. En Do Yourself a Book, se propone un sistema para que el lector fabrique libros a voluntad a partir de obras ya existentes, con lo cual uno puede hacer que Emma Bovary tenga una aventura lésbica, etc. La inmensa cantidad de cosas y personas que hay en el mundo es el tema también de Odis de Ítaca, de Kuno Mlatje, donde se afirma que hay tanta gente en el mundo que no es posible descubrir a los genios ni lograr que destaquen (un tema clave de nuestra sociedad posmoderna, donde todo el mundo clama por sus quince minutos de fama y donde toda noción de canon, valor discriminante o criterio estético son puestas en entredicho) y también de De Impossibilitate vitæ, de Cezar Kouska, cuyo autor afirma que de acuerdo con la teoría de probabilidades es imposible que suceda ni una sola cosa en el universo (dado de que las alternativas a cualquier acto son infinitas). Non Serviam de Arthur Dobb es un libro dedicado a la «personética», la producción artificial de seres racionales, mientras que Die Kultur als Fehler («La cultura como error») de Wilhelm Klopper critica la cultura por crear una estructura que es puramente mental y carente de realidad tangible (así, por ejemplo, el consuelo que trae la idea de que existe otro mundo es ilusorio, porque no existe otro mundo) y propone el concepto, muy rortyano, de «autocreación». La realidad como juego, en fin, es el tema de Being Inc. de Alistar Waynebright, que trata de una empresa que se dedica a diseñar las vidas de sus clientes hasta sus últimos detalles (hasta que llega un momento, absolutamente maravilloso, en el que no quedan ya en el mundo acontecimientos puros y espontáneos porque los empleados y mecanismos de la empresa han llegado a abarcar toda la realidad; vid. «La lotería en Babilonia» de Borges o la película The Game) y, muy especialmente, de la pieza que cierra la colección, La nueva Cosmogonía de Alfredo Testa, que es el discurso de aceptación de un supuesto premio Nobel de física, donde se desarrolla, con fascinante persuasión, el tema de que las leyes físicas del universo son en realidad parte de un enorme juego cósmico.

    Difícil será, en cualquier libro presente o pasado, encontrar tanto en tan poco espacio. El lector termina con la sensación de que los quince libros que comenta Stanisław Lem no solo existen realmente, sino que él o ella los ha leído atentamente página por página. La lectura de este exiguo volumen, que se lee en tres tardes, equivale, en información y en tiempo mental, a tres meses de apasionante y dedicada lectura.

    No se me ocurre qué más puedo decir para animar al lector que, algo incómodo, de pie en mitad de la librería, sosteniendo entre los pies su maletín o con el paraguas debajo del codo izquierdo, hojea nerviosamente este prólogo sin acabar de decidirse. Es un libro maravilloso, único y subyugante. Cómprelo.

    Andrés Ibáñez

    Vacío perfecto

    Vacío perfecto

    Stanisław Lem

    (Czytelnik, Varsovia)

    La crítica de libros inexistentes no es una invención de Lem. Encontramos intentos parecidos no solo en un escritor contemporáneo como J. L. Borges (por ejemplo, Examen de la obra de Herbert Quain, en el tomo Ficciones), sino en otros mucho más antiguos, y ni siquiera Rabelais fue el primero en poner en práctica esa idea. Sin embargo, Vacío perfecto constituye una especie de curiosum, por cuanto la intención del autor es presentarnos toda una antología de esta clase de críticas. ¿Cuál fue su propósito? ¿El de sistematizar la pedantería o la broma? Sospechamos que en este caso se trata de un subterfugio jocoso, viéndose confirmada esta impresión por la introducción, interminable y muy teórica, donde leemos: «Al escribir una novela se pierde en cierta forma la libertad creativa. (…) La tarea de criticar los libros, es, a su vez, una especie de trabajos forzados, aún más faltos de nobleza. Del autor podemos decir, al menos, que se aliena a sí mismo sometiéndose al tema que ha escogido. El crítico se encuentra en una situación peor: como el presidiario a su carretilla, así está él encadenado a la obra que analiza. El escritor pierde la libertad en su propio libro; el crítico, en el ajeno».

    La exageración de estas simplificaciones es demasiado patente para que la tomemos en serio. En el párrafo siguiente de la introducción (Autozoilo) leemos: «La literatura nos ha hablado hasta ahora de personajes de ficción. Nosotros iremos más lejos: hablaremos de libros de ficción. En ello vemos una posibilidad de recuperar la libertad creativa y un ensamblaje de dos espíritus contradictorios: el del autor y el del crítico».

    El Autozoilo —razona Lem— será una creación libre «al cuadrado», puesto que el crítico del texto, si está integrado en el mismo, tendrá una mayor posibilidad de maniobra de la que tiene el narrador de una literatura más o menos tradicional. Con esto sí podemos estar de acuerdo, ya que la literatura, hoy día pone todo su afán en situarse a la mayor distancia de la obra creada, como el atleta se afana en no perder el aliento hasta el final de la prueba. Lo malo es que la erudita introducción no termina nunca. Lem habla en ella de los aspectos positivos de la nada, de objetos ideales de las matemáticas y de nuevos metaniveles del lenguaje. Todo esto, si es una broma, resulta un tanto cargante. Y, lo que es más, esta introducción sirve a Lem para engañar al lector (y tal vez a sí mismo), ya que Vacío perfecto se compone de unas seudorreseñas que no son, tan solo, un compendio de chistes. Yo las dividiría, en desacuerdo con el autor, en los tres grupos siguientes:

    1) Parodias, «pastiches» y burlas: a este grupo pertenecen Robinsonadas, Nada o la consecuencia (ambos textos satirizan, cada uno a su manera, el «Nouveau Roman»), y, eventualmente, también y Gigamesh. Señalemos que la posición adoptada en es bastante arriesgada, ya que inventar un libro malo para poder destrozarlo en una crítica porque es malo es realmente un recurso fácil. Formalmente, la más original es Nada o la consecuencia, por la sencilla razón de que nadie podría escribir ese libro, de modo que en este caso el subterfugio de una seudorreseña representa una hazaña casi acrobática: se nos ofrece la crítica de una obra que no solo no existe, sino que no puede existir. La que menos me gusta es Gigamesh. Se trata del típico «gato por liebre», y me pregunto si tiene sentido ridiculizar con estos procedimientos una auténtica obra de arte. Tal vez sí, si uno mismo no es capaz de escribirla.

    2) Apuntes en borrador (al fin y al cabo, no son más que unos borradores sui géneris), tales como: Gruppenführer Louis XVI, Idiota, o bien Cuestión del tempo. Cada uno de ellos podría ser, quizás, el embrión de una buena novela. solo que esas novelas primero tendrían que ser escritas. El resumen, crítico o no, no es, en última instancia, sino un aperitivo que nos abre el apetito para una comida que nadie se cuidó de preparar. ¿Por qué nos privan de ella? La crítica a base de insinuaciones no es juego limpio, pero, por una vez, me permitiré el lujo de hacerla. El autor tenía ideas para cuya realización íntegra no estaba capacitado; no sabía escribir novelas, pero le dolía dejar de escribirlas: he aquí la explicación de esta parte de Vacío perfecto. Lem, lo bastante sagaz como para prever una objeción de este tipo, decidió refugiarse tras una introducción. Por eso habla en Autozoilo de la pobreza de la materia prima creativa, de la pesadez artesanal de fabricar frases del tipo «la marquesa salió de casa a las cinco», etc. Pero la buena materia prima no es pobre. Lem tuvo miedo de las dificultades implicadas en cada uno de los tres títulos (citados por mí solo a modo de ejemplo). Prefirió no arriesgarse, nadar y guardar la ropa y salirse por la tangente. Al decir que «cada libro es la tumba de un sinfín de otros, eliminados y desplazados por él», da a entender que la cantidad de sus ideas es mayor que la de su tiempo biológico (Ars longa, vita brevis). Sin embargo, en Vacío perfecto no hay demasiada profusión de ocurrencias relevantes y prometedoras. Lo que en el libro abunda son las exhibiciones de habilidad que he mencionado antes, concretadas en una serie de bromas. Así y todo, sospecho que hay otra cosa, más seria: la nostalgia de algo imposible de realizar.

    Me convence de que no me equivoco el último grupo de obras contenidas en el volumen, al que pertenecen, por ejemplo, De Imposibilitate Vitæ, La Cultura como error y, sobre todo, La Nueva Cosmogonía.

    La Cultura como error contradice por completo las opiniones que Lem había proclamado a menudo, tanto en sus novelas como en sus ensayos. La eclosión de la tecnología, que antes tachara de liquidadora de la cultura, es elevada aquí al rango de libertadora de la humanidad. Lem se manifiesta apóstata por segunda vez en De Imposibilitate Vitæ. No nos dejemos engañar por el divertido absurdo de las largas cadenas causales de la crónica familiar: no se trata de la comicidad anecdótica, sino del ataque al Sancta Sanctorum de Lem, es decir, a la teoría de la probabilidad, el azar, la categoría sobre la cual edificó sus numerosas y vastas concepciones. El ataque tiene lugar en una situación bufonesca, lo que atempera un poco su actitud. ¿Estuvo tal vez concebida, aunque fuera por un momento, como obra no grotesca?

    La Nueva Cosmogonía nos saca de dudas; es una verdadera piéce de resistance del libro, escondida en él como un caballo de Troya. Ni es una broma, ni una reseña de ficción; ¿qué es, pues? Una broma, armada de argumentación científica tan masiva, resultaría plomiza: todos sabemos que Lem se tragó todas las enciclopedias y que basta con sacudirle un poco para que hormigueen por doquier logaritmos y fórmulas. La Nueva Cosmogonía es un discurso imaginario de un premio Nobel, donde se nos propone una imagen revolucionaria del universo. Si no conociese ningún otro libro de Lem, podría suponer que se trata de un chiste para unos treinta iniciados, físicos y relativistas del mundo entero. Sin embargo, esta interpretación no parece verosímil. ¿Qué queda? Vuelvo a sospechar que se trata de un concepto que deslumbró al autor y que le asustó. Naturalmente, nunca lo reconocerá, y ni yo ni nadie podrá demostrar que se tomó en serio la imagen de un Cosmos-Juego. Siempre puede aducir lo humorístico del contexto y el mismo título del libro, Vacío perfecto: se está hablando «de nada»; por otra parte, la licentia poetica es el mejor pretexto.

    No obstante, yo creo que en todos esos textos se oculta la seriedad. ¿El Cosmos entendido como Juego? ¿Una física intencional? Lem, adorador de la ciencia, postrado a los pies de su santa metodología, no podía asumir el papel de su mayor heresiarca y apóstata. Por consiguiente, no pudo introducir semejantes ideas en ninguno de sus ensayos. Tampoco le convenía convertir estos conceptos en el eje de una intriga narrativa, ya que ello equivaldría a escribir un libro más, entre tantos, del género de la ciencia ficción convencional.

    ¿A qué acogerse, pues? Lo más razonable hubiera sido callarse. Por otro lado, los libros que un autor no escribe ni escribiría por nada del mundo, los libros que se pueden atribuir a escritores imaginarios, ¿no se asemejan acaso, por el mero hecho de no existir, a un silencio solemne? ¿Se puede poner una distancia mayor entre uno mismo y los propios pensamientos heterodoxos? Si se habla de esos libros, esas manifestaciones, como de una obra ajena, significa casi que se habla guardando silencio. Especialmente si todo transcurre en una escenificación humorística.

    Una larga y lenta gestación del hambre de un realismo sólido, unos pensamientos demasiado atrevidos (aun confrontados con la propia ideología del autor), para que se los pueda expresar directamente, unos ensueños inalcanzables: he aquí lo que engendró Vacío perfecto. La introducción teórica que pretende justificar este «nuevo género de literatura» es, de hecho, una maniobra para desviar la atención, al igual que el prestidigitador, con un movimiento muy ostensible, desvía nuestra vista de lo que hace en realidad. Lem quiere hacernos creer que asistimos a una exhibición de su habilidad, pero en realidad se trata de algo muy distinto. No es el truco de la «seudocrítica» lo que dio origen a esos escritos, sino que fueron éstos los que, buscando —en vano— la manera de ser expresados, se sirvieron del truco, hallando en él la excusa y el pretexto. En ausencia del truco, todo esto habría quedado en los dominios del silencio, ya que representa una traición a la fantasía en provecho de un realismo bien concreto, una abjuración del empirismo y una herejía contra la ciencia. ¿Creyó Lem que su maquinación pasaría desapercibida? Con lo sencilla que es de descubrir: proferir a gritos, riéndose, lo que no se hubiera atrevido a decir, ni siquiera en voz baja, en serio. A pesar de lo que leemos en la introducción, el crítico no está «encadenado al libro como el condenado a trabajos forzados a su carreta». Su libertad estriba, no en su poder de alabar o denigrar el libro, sino en la posibilidad de observar al autor de la obra criticada como si lo hiciera a través de un microscopio: en este caso, Vacío perfecto es una narración sobre las cosas deseadas, pero imposibles de obtener. Es un libro sobre sueños que jamás se cumplen. Y el único ardid que le queda todavía a Lem sería un contraataque: afirmar que no fui yo, el crítico, sino él mismo, el autor, quien escribió la presente reseña, e incluirla, como un texto más, en Vacío perfecto.

    Les Robinsonades

    Marcel Coscat

    (Czytelnik, Varsovia)

    Después del Robinson de Defoe vino, expurgado para los niños, el Robinson suizo y un sinfín más de versiones infantilizadas sobre la vida humana en soledad. Luego, hace pocos años, la editorial parisina Olympia publicó, adaptándose al espíritu de la época, una Vida sexual de Robinson Crusoe, libro trivial cuyo autor ni siquiera merece ser mencionado, puesto que se ocultó tras uno de esos seudónimos pertenecientes en propiedad al editor que contrata a unos «negros» para fines bien conocidos. En cambio, las Robinsonadas de Marcel Coscat merecen ser leídas. Se trata de una descripción de la vida social de Robinson Crusoe, de su labor en pro de la sociedad, de su existencia ardua, difícil y multitudinaria, un estudio de la sociología de la soledad y de la cultura de masas en una isla deshabitada que al final de la narración está atestada.

    El lector pronto se convence de que Coscat no escribió ni un plagio ni una obra de tipo comercial. No hay en ella la menor búsqueda de lo sensacionalista ni fantasía alguna sobre la pornografía de la vida solitaria, donde el autor canalizara la libido del náufrago hacia las palmeras con sus cocos peludos, peces, cabras, cuchillos, setas y embutidos salvados del naufragio. En este libro, a diferencia del de Olympia, Robinson no es un macho en celo que, como un unicornio fálico, destroza arbustos, sembrados de caña de azúcar y bambú, viola playas, picos montañosos, aguas de la bahía, chillidos de gaviotas, sombras altivas de albatros o tiburones empujados por la tormenta hacia la costa. Quien busque semejantes historias no encontrará en este libro pasto para su excitada imaginación. El Robinson de Coscat es un lógico en estado puro, un extremista de lo convencional, un filósofo que lleva la doctrina a sus últimas consecuencias. El naufragio del barco —Patricia, un velero de tres palos— es para él solo una puerta que se abre, unas ataduras cortadas, la preparación de los aparatos de laboratorio para un experimento, ya que le ofrece la posibilidad de penetrar en su propio ser, no corrompido por la presencia de otros.

    Sergio N., al darse cuenta de su situación, no la acepta pasivamente, sino que decide convertirse en un Robinson de verdad. Como primera medida, adopta ese nombre renunciando al suyo, lo que es un acto razonable, puesto que su vida anterior no le puede proporcionar ya ningún provecho.

    El destino de náufrago, lleno de toda clase de incomodidades vitales, es de por sí demasiado desagradable como para empeorarlo aún con los esfuerzos de la memoria, nostálgica de todo lo perdido, condenados de antemano a resultar vanos y estériles. Hay que acomodar lo mejor posible el mundo en que uno se encuentra. Sergio toma, pues, la decisión de modelar la isla y a sí mismo a partir de cero.

    El nuevo Robinson de Coscat no es un iluso; sabe que el protagonista de Defoe era una ficción y que su modelo real, el marinero Selkirk, hallado por casualidad al cabo de varios años por un bergantín, se encontraba en un estado de animalidad tan extremo que había perdido el habla. El Robinson de Defoe se salvó no gracias

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