Libro de las canciones
Por Heinrich Heine
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Heinrich Heine
Christian Johann Heinrich Heine (1797-1856) war einer der bedeutendsten deutschen Dichter, Schriftsteller und Journalisten des 19. Jahrhunderts. Er gilt als »letzter Dichter der Romantik« und sein vielschichtiges Werk verlieh der deutschen Literatur eine zuvor nicht gekannte Leichtigkeit. 1797 als Harry Heine geboren, wechselte er kurz vor der Annahme seines Doktortitels vom jüdischen Glauben zur evangelischen Kirche und nahm den Namen Christian Johann Heinrich an. Bei allem Erfolg, stießen sein neuer Schreibstil und seine liberale Überzeugung auf auch viel Ablehnung. Diese, und die Tatsache, dass er keine Anstellung fand, ließ ihn 1831 nach Paris umsiedeln, das eine zweite Heimat für ihn wurde. Während in Deutschland Teile seines Werks verboten und zensiert wurden, wurde er in Frankreich geschätzt und hatte Zugang zur künstlerischen Elite. 1856 starb er dort nach mehr als 10 Jahren schwerer Krankheit.
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Libro de las canciones - Heinrich Heine
Akal / Básica de bolsillo / Clásicos de la literatura alemana / 314
Heinrich Heine
Libro de las canciones
Traducción: Sabine Ribka en colaboración con Francisco López Martín
En 1826 Heinrich Heine abandonó su gris existencia como comerciante para comenzar una vida literaria de la mano de su editor, Julius Campe. Ya sus primeros libros alcanzaron un gran éxito, especialmente su poesía, y en concreto El libro de las canciones, que se publicó en 1827, y del que se realizaron trece reediciones en vida del autor. Por la influencia que ejerció más allá del ámbito literario, y por el número de adaptaciones musicales que hicieron de sus poemas casi todos los compositores románticos, desde Schubert hasta Hugo Wolf, ya solo este libro bastaría para otorgar a Heine un lugar en la historia de la música.
Considerado el último poeta del Romanticismo, la obra lírica de Heine conjura el mundo romántico –y todas las figuras e imágenes de su repertorio– para terminar superándolo. Después de escribir dichas canciones y baladas, Heine se convirtió en un maestro de la sátira política y social, un fustigador mordaz e implacable de las lacras de su tiempo.
Sabine Ribka es licenciada en Ciencias Políticas y de la Administración en la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Entre sus trabajos como traductora destaca la antología de la Narrativa de Heine, publicada por ediciones Akal en esta misma colección.
Francisco López Martín es licenciado en Filosofía por la Universitat de València. Es traductor profesional de inglés, francés, italiano y catalán desde el año 2000, con más de sesenta traducciones publicadas en diversas editoriales. Entre sus últimas traducciones para Akal figura Gustav Mahler, el gran estudio sobre el músico austríaco elaborado por Henri-Louis de La Grange.
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RAG
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Título original
Das Buch der Lieder
© Ediciones Akal, S. A., 2015
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.akal.com
ISBN: 978-84-460-4250-1
Nota de los traductores
En la presente traducción del Libro de las canciones nos ha parecido adecuado adaptar los metros y rimas del original a los propios de la tradición poética en lengua española. Así, el lector en español se halla en una posición hasta cierto punto similar a la del alemán, lo que le permite apreciar también la música que irradian los versos de Heine y que, en nuestro sentir, importan tanto como el contenido. A pesar de que hemos tratado el original con la máxima escrupulosidad, no siempre hemos logrado librarnos en la traducción de ciertas tiranteces rítmicas o léxicas, como tampoco hemos conseguido eludir en algunos casos la necesidad de introducir pequeñas –por no decir minúsculas– supresiones y adiciones. Con todo, seguimos creyendo que esta opción ha sido la mejor –si no la única forma– de rendir a esta obra los honores que merece.
Prólogo
No puedo enviar al público allende el Rin esta nueva edición del Libro de las canciones sin acompañarlo con mis saludos cordiales, escritos en la más sincera prosa. No sé qué sentimiento extraño me impide verter en bellas rimas semejantes prólogos, tal como se suele hacer en los poemarios. Desde hace algún tiempo siento cierta aversión a todo discurso versificado y, según he oído, en algunos coetáneos se ha despertado una aversión pareja. Creo que se han vertido demasiadas mentiras en versos hermosos y que la verdad teme aparecer en vestiduras métricas.
Entrego a los lectores esta nueva edición del libro con cierto azoramiento. Hice de tripas corazón y vacilé casi un año entero antes de decidirme a repasarla someramente. Al verla, se despertó todo aquel malestar que, diez años atrás, me había oprimido el pecho con motivo de su primera publicación. Sólo el poeta o el poetastro que ve impresos sus primeros poemas puede comprender esta sensación. ¡Los primeros poemas! Han de escribirse en hojas sencillas y desvaídas; acá y allá debe haber flores marchitas, un rizo rubio o un lazo descolorido y, en alguna parte, la huella visible de una lágrima… Pero los primeros versos estampados, impresos en un negro estridente sobre un papel terriblemente terso, han perdido su dulcísimo encanto virgíneo y producen un tremendo disgusto en el autor.
Sí, han transcurrido diez años desde la primera publicación de estos poemas y, como entonces, los presento en orden cronológico: de nuevo van en cabeza las canciones que compuse en los años mozos, cuando los primeros besos de la musa alemana me enardecieron el alma. ¡Ay! Desde entonces, los besos de la buena muchacha han perdido gran parte de su fervor y lozanía. En una relación de tantos años, ¡por fuerza ha de desvanecerse poco a poco la pasión de la luna de miel! Con todo, a veces la ternura se hacía más cordial, sobre todo en los malos momentos. ¡La musa alemana me brindaba entonces todo su amor y toda su fidelidad! Me consoló en los tormentos patrios, me acompañó al exilio, me regocijó en las malas horas de desaliento. ¡La musa alemana, la buena muchacha…! Nunca me dejó en la estacada y hasta supo ayudarme en los apuros económicos.
Al igual que no he cambiado el orden cronológico, tampoco he modificado los poemas mismos. Sólo de vez en cuando he mejorado algunos versos de la primera parte. Por razones de espacio he suprimido las dedicatorias de la primera edición. Sin embargo, no puedo por menos de mencionar que el Intermezzo lírico forma parte de un libro titulado Tragedias, publicado en 1823 y dedicado a mi tío Salomon Heine. Mediante aquella dedicatoria quise manifestar el gran respeto que guardo a ese hombre magnánimo y mi gratitud por el cariño que a la sazón me profesaba. El regreso, que se publicó por vez primera en los Cuadros de viaje, lo dediqué a Friederike Varnhagen de Else, que en paz descanse. Puedo decir con orgullo que fui el primero en homenajear públicamente a esa gran mujer. August Varnhagen realizó una noble acción cuando no hizo caso de consideraciones mezquinas y publicó aquellas cartas en las que Rahel revelaba toda su personalidad. Aquel libro apareció en el momento idóneo, precisamente cuando mejor pudo obrar, confortar y consolar. Apareció justo en un momento falto de consuelo. Era como si Rahel supiera qué misión póstuma le estaba destinada. Es verdad que ella creía que llegarían tiempos mejores y esperaba, pero cuando la espera se hizo interminable, meneó con impaciencia la cabeza, miró a Varnhagen y murió…, ¡para resucitar con tanta mayor rapidez! Ella me recuerda la leyenda de aquella otra Raquel que se alzó de su tumba y lloró junto al camino cuando sus hijos se dirigieron al cautiverio.
No puedo pensar sin melancolía en la deliciosa amiga que siempre me dedicaba un interés incansable y que, a menudo, temía por mí en la época de mis travesuras juveniles, cuando la llama de la verdad, antes de iluminarme, me enardecía.
¡Aquella época pasó! Ahora me hallo más iluminado que enardecido. Sin embargo, tamaño esclarecimiento siempre llega tarde para los hombres. Ahora veo a la más clara luz las piedras con las que tropecé. ¡Cuán fácil me hubiera sido evitarlas sin apartarme por ello del buen camino! Ahora sé también que en el mundo es posible dedicarse a todo, siempre y cuando nos pongamos los guantes apropiados para ello. Además, sólo debemos hacer lo que está a nuestro alcance y para lo que tengamos la mayor gracia, tanto en la vida como en el arte. ¡Ay! Entre los errores más desafortunados de los hombres figura el pueril menosprecio del valor de los dones que la naturaleza les regala, mientras que cree valiosísimos los bienes más alejados de su alcance. Toma por tesoro la piedra preciosa incrustada en las entrañas de la tierra o la perla oculta en los abismos del mar; si la naturaleza se las pusiera ante los pies, las despreciaría. Nuestros méritos nos son indiferentes; tratamos de engañarnos sobre nuestros defectos hasta acabar por considerarlos méritos. Cuando un día, después de un concierto de Paganini, colmé a este maestro de los más apasionados elogios por su concierto de violín, me interrumpió con las palabras: «Pero, ¿qué le han parecido a usted mis cumplidos y mis reverencias de hoy?».
Entrego al público el Libro de las canciones con modestia y pidiendo benevolencia. Tal vez mis escritos políticos, teológicos y filosóficos recompensen los defectos de estos poemas.
Con todo, he de mencionar que tanto mis poemas como esos escritos han brotado de una única idea, de modo que no se puede condenar uno sin privar a los demás de