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Antología poética
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Libro electrónico272 páginas4 horas

Antología poética

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Goethe desempeña en la literatura alemana el mismo papel que Shakespeare en la inglesa o Cervantes en la española: es un precursor, un centro, y una fuente ininterrumpida de inspiración para las nuevas generaciones. Pero como también sucede con Shakespeare y Cervantes, Goethe es algo más que un escritor para alemanes, la excelencia de su estilo viaja bien al castellano, y sus obras le ofrecen al lector de cualquier país del mundo una indagación original y profunda sobre la naturaleza humana, y su desarrollo vital.

Conocido en España por sus novelas (como el Werther) o sus obras de teatro (como el Fausto), Goethe puso sus mayores esfuerzos y esperanzas como escritor en la poesía, que escribió durante toda su larga vida.

Xandru Fernández nos presenta una panorámica de lo mejor de una trayectoria que abarca décadas: del apasionamiento romántico de sus primeros poemas (sumergidos en ese paisaje alemán que supo ver como nadie), al intento de escribir una poesía “universal” que fusionase Oriente con Occidente; pasando por su periodo italiano, colmado de una sabiduría de sabor clásico: Goethe siempre estaba cambiando, pero en toda su poesía vibra la misma prodigiosa energía que le emparenta con lord Byron.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 feb 2021
ISBN9788490657492
Antología poética
Autor

Johann Wolfgang Goethe

<p>Johann Wolfgang Goethe, hijo de una familia de la alta burguesía, nació en Francfort en 1749, y murió en Weimar en 1832, universalmente reconocido y admirado. Entre una fecha y otra no sólo se extienden dos grandes revoluciones históricas, sino que la Ilustración, a través del <i>Sturm und Drang</i> y del clasicismo, ha dado paso al Romanticismo, que marcará el rumbo del hombre moderno. La vida de Goethe no se limitó a ser un reflejo privilegiado de todas estas conmociones, sino que participó activamente en casi todas ellas. Su novela de juventud <i>Las penas del joven Werther</i> (1774) causó sensación en toda Europa. En 1775 se estableció como consejero del duque Karl August en Weimar, ciudad que ya sólo abandonaría ocasionalmente. Un viaje a Italia (1786-88), durante el cual versificó su <i>Ifigenia en Táuride</i> (1787), y la amistad con Schiller moderaron su ímpetu juvenil, asentando el ideal humanista.</p> <p>Del clasicismo de Weimar que constituye una de las cumbres de la literatura alemana. Pero su curiosidad abarcó también la geología, la biología, la botánica, la anatomía y la mineralogía, como se ve en obras como <i>La metamorfosis de las plantas</i> (1790) o <i>Teoría de los colores</i> (1810). Su obra maestra en dos partes, <i>Fausto</i> (1772-1831), aglutina espléndidamente todas las etapas de su carrera. En <i>Poesía y verdad</i> (1811-1830) dejó testimonio de su juventud. Alba ha publicado también, a modo de crónica de su vejez, <i>El hombre de cincuenta años / Elegía de Marienbad</i> (1807; ALBA CLÁSICA núm. LVI) y la narración bocacciana <i>Conversaciones de emigrados alemanes</i> (1795; ALBA CLÁSICA núm.- LXXXV).</p>

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    Antología poética - Xandru Fernández

    Johann Wolfgang

    Goethe

    Antología poética

    Traducción

    Xandru Fernández

    Introducción

    Hay poetas que disfrutan antologándose a sí mismos, numerando sus obras escogidas, supervisando el legado que dejarán a la posteridad. No todos los poetas son así: de algunos valoramos incluso la dejadez y la displicencia con que tratan su propia obra, y hay otros que, lejos de desdeñar el cuidado obsesivo de su osamenta pública, insisten en pulirla suprimiendo los estadios superados, las fases de su crecimiento como escritores.

    Johann Wolfgang Goethe era de los primeros: mutaba, mudaba de estilo, dejaba atrás al poeta que había sido pero no lo condenaba al olvido, al contrario, pretendía incorporar a todos los Goethes pasados en el Goethe presente y a este, y a todos los que vinieran, en el Goethe final, en la feliz imagen que legaría a la inmortalidad. Consideraba el desarrollo y la maduración de la personalidad poética un caso particular del proceso de desarrollo y maduración de la planta según lo expuso en su Intento de explicar la metamorfosis de las plantas. O quizá proyectaba sobre el mundo natural sus profundas convicciones en torno al desarrollo del talento poético, de la personalidad del poeta. Me inclino por esta segunda posibilidad sin más pruebas que las que aporta la pereza, la mía y la suya.

    No hay apenas arrepentimiento en la poesía completa que Goethe da a la imprenta en 1827, pocos años antes de su muerte. Ahí están casi todos sus poemas, dispuestos como en un desfile de moda, preludios todos ellos de la apoteosis final, del momento en que el poeta-diseñador saldrá a la pasarela y recibirá el aplauso del público, un aplauso póstumo y eterno. Conviene a la idea goetheana del genio esa forma de editar y exhibir una obra copiosa y compleja, pero acaso no sea la manera más idónea de adquirir lectores nuevos, de hecho en esa actitud late el presupuesto de que a Goethe hay que idolatrarlo, venerarlo, amarlo como personaje histórico y solo después, a consecuencia de esa veneración, leerlo. No parece una estrategia del todo marciana en los tiempos de Instagram, pero me inclino a pensar que a Goethe le dará menos réditos que al Rubius o a Kanye West. Descartemos la idea de que a la poesía de Goethe ya se viene rendido de casa y hagamos como si tuviéramos que venderla ante un público hostil, indiferente o, en el mejor de los casos, vagamente interesado por la poesía en general y en abstracto, sin más.

    A ese público hipotético, frío y distante, le ofrecemos una antología, no una obra completa. Una antología, no nos engañemos, no es una muestra representativa de la obra de un autor: la representación es una operación que requiere un cierto sentido de la justicia, y tratándose de justicia poética ¿en qué plataforma podríamos apoyarnos para preferir y seleccionar unos poemas sobre otros? ¿Quién elige qué? Por supuesto que en una antología deben figurar los mejores poemas de un autor, pero ¿qué tipo de discurso es el que legitima ese juicio de favoritismos y primacías y, sobre todo, en qué momento histórico ese juicio podrá considerarse definitivo? El antólogo no puede escurrir el bulto y refugiarse en la objetividad brumosa del Parnaso, confiando en que la popularidad del antologado haga su trabajo y vaya empujando poema a poema hasta que queden recogidos los más célebres, los más idóneos según la noción preconcebida que del poeta antologado tenga un público más o menos informado. No hay un Goethe ideal, igual que no hay un crítico-antólogo ideal (y por las mismas razones).

    Esta antología recoge una posibilidad entre muchas. Hay poemas de Goethe que fueron muy famosos en su época y otros que, sin ser tan populares, eran legibles; en la actualidad muchos de esos poemas son meras antiguallas. ¿Cuántas de esas antiguallas caben en una antología? Las menos posibles, diría yo, pero alguna tendrá que aparecer, aunque solo sea para marcar el contexto en que sus mejores poemas maduran y se distancian de su propia mediocridad. En cualquier caso, la finalidad última de esta antología es ofrecer una imagen de la poesía de Goethe en la que pueda reconocerse al poeta que fue (como individuo de carne y hueso, pero también como celebridad e institución), al poeta que es (como icono de la historia de la literatura alemana y por tanto como hito en el mapa de la cultura alemana contemporánea) y al poeta que puede llegar a ser para un lector ni coetáneo ni erudito.

    Los poemas que se recogen en esta antología vienen agrupados en cinco secciones. Cerremos esta introducción con algunas observaciones preliminares sobre cada una de ellas.

    Baladas, canciones y otros poemas. Se trata, por así decir, de los singles de Goethe: poemas publicados en revistas y álbumes, algunos de ellos concebidos como canciones y muchos, en efecto, musicados con posterioridad. Se encuentran aquí varios de los grandes éxitos de Goethe, baladas como «El rey de Thule», «El dios y la bayadera» o «La novia de Corinto», o poemas tan emblemáticos como «Prometeo» o la «Elegía de Marienbad». En muchos casos, aunque no en todos, he optado por versiones rítmicas que recogieran en la medida de lo posible el elemento cantabile del original alemán.

    Elegías romanas. Escritas entre 1788 y 1790, después del primer viaje de Goethe a Italia, en un principio llevaron por título Erotica Romana; en 1795 fueron publicadas (en Die Horen, la revista de Schiller) como Elegien. En 1806 adquirieron el título con que se las conoce desde entonces. Aunque algunas ediciones incluyen dos elegías más, suprimidas por Goethe de su plan inicial, aquí se incluyen las veinte elegías canónicas tal y como han venido publicándose desde 1795.

    Epigramas venecianos. Publicados en 1790, después del segundo viaje a Italia, rezuman desencanto. La Italia que Goethe encuentra en este viaje es sucia, cara, asfixiante, una trampa para turistas. En ese contexto, Goethe se desdobla: remata las Elegías romanas, dejándolas listas para su publicación, pero al mismo tiempo se embarca en esta serie de poemas breves, que toman como modelo los epigramas de Marcial, en los que desahoga su decepción y da rienda suelta a su sarcasmo anticristiano y al espanto que le producen los recientes acontecimientos en la Francia revolucionaria. Al igual que en el caso de las Elegías, se recogen en esta antología la totalidad de los Epigramas publicados en 1790 (pero no las varias docenas de ellos, bastante menos inspirados, que Goethe dejó fuera del tronco originario).

    Poemas de Diván de Oriente y Occidente. Publicado entre 1819 y 1827, este conjunto de poemas de tema oriental es producto de la fascinación de Goethe por Hafiz de Shiraz, cuya poesía había sido recientemente publicada en alemán por Joseph von Hammer-Purgstall. Muchos de esos poemas formaron parte de un intenso intercambio epistolar entre Goethe y Marianne von Willemer, quien hizo también su aportación al conjunto sin que su nombre constara en el libro una vez fue publicado. Aunque los poemas de Marianne von Willemer figuran entre los más conocidos de Diván (y entre los que Schubert seleccionó para convertirlos en música), no forman parte, como es obvio, de esta selección.

    Canciones de Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister. Son varios poemas incluidos en la que sin duda es la novela más famosa de Goethe. Aunque en la novela se insertan funcionalmente en la trama de la narración, son poemas autónomos e independientes que pueden y deben leerse también por separado y así figuran por regla general en las ediciones de la obra poética de Goethe.

    El texto alemán utilizado como base para esta antología es el fijado por el propio Goethe en su famosa «edición de última mano» (Ausgabe letzter Hand, 1827), incluida en la Berliner Ausgabe. Poetische Werke (Aufbau Verlag, Berlín, 1960).

    Xandru Fernández

    I. BALADAS, CANCIONES Y OTROS POEMAS

    Dedicatoria

    La mañana llegó. Echó a volar

    el plácido sueño que me envolvía

    y al fin despierto, con el alma limpia,

    salí de mi cabaña y subí al monte.

    Más feliz me sentía a cada paso:

    las flores nuevas, de gotas colmadas,

    el joven día elevándose en éxtasis,

    para hacerme vivir todo vivía.

    Y del valle emergía, al ir subiendo,

    en láminas dispuesta una neblina.

    Fluyendo en torno a mí, viró alejándose,

    creció sobre mi cabeza flotando:

    de aquella hermosa vista me privó,

    el paisaje un velo me nubló.

    Rodeado de nubes me encontré

    conmigo mismo aislado en la penumbra.

    De pronto pareció que el sol brillaba,

    se vio su claridad entre la niebla.

    Se hundía por un lado suavemente,

    por el otro pasaba bosque y cumbres.

    Cuánto ansiaba de nuevo saludarle,

    tras tanta oscuridad dos veces bello.

    Mas el aéreo combate proseguía:

    un brillo me envolvió y quedé cegado.

    De nuevo abrir los ojos me hizo, audaz,

    un impulso interior del corazón.

    Tan solo me atreví a mirar muy rápido,

    pues todo alrededor ardía y brillaba.

    Allí frente a mis ojos, entre nubes,

    flotaba una mujer y era divina.

    Imagen más bella no vi en mi vida.

    Me miró y allí continuó flotando.

    «¿No me conoces? –dijo. Era su boca

    amor y lealtad entremezclados–.

    ¿Reconoces en mí a quien ha vertido

    el bálsamo más puro en tus heridas?

    Me conoces de sobra, pues eterno

    es el lazo que me ata a tus afanes.

    ¿O acaso no te vi, cuando eras chico,

    con lágrimas ardientes anhelarme?»

    «¡Sí! –exclamé, feliz de nuevo al suelo

    dejándome caer–. ¡Te reconozco!

    Me diste calma cuando, siendo joven,

    de pasión me sentía desfallecer.

    Con alas celestiales refrescaste

    suave mi frente en días calurosos.

    Los mejores dones me concediste:

    si he sido feliz, solo a ti lo debo.

    Mas tu nombre no sé. He oído a muchos

    nombrarte con frecuencia, y te creen suya.

    Todos sus ojos creen que a ti te miran

    aun cuando tu fulgor los cegaría.

    Fui pródigo en amigos sin saberte

    y ahora que te conozco solo estoy.

    A solas con mi dicha me complazco,

    tu hermosa luz oculto y atesoro.»

    Ella sonrió y me dijo: «¿Ves cómo era

    tan poco revelaros necesario?

    Apenas te has zafado del engaño,

    posees apenas el deseo de un niño,

    y ya te piensas que eres sobrehumano,

    te abstienes de cumplir con tus deberes.

    ¿En qué te diferencias de los otros?

    ¡Conócete a ti mismo, vive en paz!»

    «¡Perdóname! –exclamé–. Ahora lo entiendo.

    Mis ojos no has abierto para nada.

    Siento en mi sangre un más feliz anhelo.

    Conozco bien el valor de tus dones.

    Para otros crece en mí el más noble bien.

    No puedo ni deseo ya

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