El cántaro roto/ El terremoto en Chile / La marquesa de O...
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Heinrich von Kleist
German writer, 1777-1811
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El cántaro roto/ El terremoto en Chile / La marquesa de O... - Heinrich von Kleist
Akal / Básica de bolsillo / 130
Clásicos de la literatura alemana
Heinrich von Kleist
El cántaro roto
El terremoto en Chile
La marquesa de O...
Traducción: Emilio J. González García
El mezquino juez Adán recibe en su juzgado un caso singular: averiguar quién ha destrozado un cántaro en el dormitorio de la joven Eva, y el principal sospechoso es su prometido Ruprecht. Sin embargo, el auténtico causante no es otro que el mismo juez Adán, quien se valdrá de las más grotescas argucias para salvaguardar su supuesta inocencia en esta extraordinaria comedia.
Por su parte, El terremoto en Chile narra las desventuras de una pareja de amantes, condenados a muerte por consumar su amor en el jardín de un convento en el que habían internado a la joven para apartarla de su amado.
Por último, el lector encontrará la historia de la marquesa de O…, que ha quedado en estado sin comprender cómo ha podido suceder acontecimiento tan llamativo.
Presentamos así una representativa selección de uno de los autores más relevantes del romanticismo alemán, cuya propia vida contiene las características que habrán de marcar este movimiento en toda Europa –búsqueda incansable de lo sublime, melancolía y sentimientos extremos o final trágico–, apoyadas en una amplísima formación y en un talento extraordinario.
Maqueta de portada
Sergio Ramírez
Diseño de cubierta
RAG
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© Ediciones Akal, S. A., 2006
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.akal.com
ISBN: 978-84-460-5002-5
Introducción
Un simple vistazo rápido al volumen que tiene entre sus manos puede resultar chocante. Efectivamente, no es demasiado habitual incluir en la misma edición textos tan distintos entre sí ya desde su aspecto externo: una obra de teatro, una novela –en el sentido cervantino del término– y un cuento romántico. En esta ocasión hemos preferido la representatividad de las obras a la unidad de género para ofrecer los dos aspectos que mayor fama han otorgado a Kleist: la narrativa y el drama. Una vez adoptada esta decisión, restaba determinar qué trabajos elegir, tarea más sencilla que la anterior dada la gran calidad de la obra del autor, optando al final por un título descatalogado (El cántaro roto se editó por última vez hace más de treinta años) y otros dos cuya traducción data de finales de los años sesenta y que necesitaban una versión más cuidada y exacta.
El cántaro roto comenzó como un juego entre Ludwig Wieland, hijo del poeta, Heinrich Zschokke y el propio Kleist. Basándose en el grabado del que habla en el prólogo, que no es de un autor holandés, sino de Jean-Jacques Leveau sobre una pintura de Debucourt y titulado Le juge, ou la cruche cassée, debían escribir una obra de teatro y el ganador fue, como era de esperar, Kleist. Narra la historia de un juez obligado a juzgarse a sí mismo, como le sucedió al Edipo de Sófocles, aunque en este caso el tema es mucho más ameno. Durante la noche se ha destruido un cántaro en la habitación de la doncella Eva y su madre lleva a juicio a quien cree culpable del destrozo, el prometido de su hija. El problema, sin embargo, no es tanto el cántaro como las consecuencias que puede tener esta visita nocturna en la fama de la muchacha, temor que se ve refrendado por el repudio del que había de ser su esposo. El caso llega al juez Adán, que es el auténtico autor del estrago y del que ha salido muy mal parado, por lo que se ve obligado a tratar por todos los medios a su alcance, legítimos y, sobre todo, ilegítimos, de conseguir que la culpa recaiga en cualquier otro. Para su desgracia ese día recibe la visita de un inspector judicial que le impedirá despachar el caso como le hubiera gustado.
En 1807 Kleist envió a través de Adam Müller una versión de El cántaro roto a Goethe, quien, fascinado por la trama, decidió llevarla a escena ese mismo año en Weimar. Las modificaciones que introdujo Goethe en la pieza, principalmente la división en tres actos de la misma, y el representarla tras una ópera causaron gran disgusto al autor, que incluso comentó que acabaría retando a Goethe a un duelo con pistolas por esta causa, y fueron posiblemente la razón de su falta de éxito inicial. La obra no volvería a representarse hasta después de la muerte de Kleist, que se suicidó en 1811, adquiriendo a partir de 1820 el reconocimiento que tiene hasta nuestros días.
Resulta llamativo que la que es, posiblemente, la comedia más afamada de la literatura alemana apenas sea conocida en nuestro país. En Alemania es lectura obligada ya desde el colegio y en 1937 fue adaptada al cine por Gustav Ucicky y protagonizada por el gran Emil Jannings, el primer ganador del Oscar de Hollywood como mejor actor. Y, sin embargo, rara es la compañía de teatro española que la haya incluido en su repertorio, a pesar de que su contenido siga teniendo un vigor que traspasa la época y la cultura en la que fue escrita y que sí se representa en otros países como Francia o Inglaterra. Tal vez la razón haya que buscarla en la forma. Nos encontramos ante un texto muy complejo de traducir, con numerosos juegos de palabras, modismos mal empleados, niveles de habla distintos y un continuo doble sentido en las frases que puede provocar pesadillas al traductor más avezado. Esperemos que las que nos ha causado a nosotros hayan servido para transmitir la esencia de esta magnífica comedia y para animar a algún grupo teatral a llevarla a escena.
Con La marquesa de O… y El terremoto en Chile cambiamos completamente de registro. Tras aparecer con anterioridad en dos revistas diferentes con las que colaboraba Kleist, se publican en 1810 en las Erzählungen (Narraciones), generando un amplio rechazo no por la capacidad narrativa de su autor sino por lo espinoso de su temática, que lleva incluso a su censura en Viena. La marquesa de O… comienza con una paradoja: una dama viuda de buena fama ha quedado encinta sin su conocimiento y pone un anuncio en un periódico en el que ruega al padre de su futuro vástago que se dé a conocer para concederle su mano. A pesar de que Kleist afirma que se trata de una historia real, motivo por el cual oculta los nombres auténticos de los personajes y de los lugares, está comúnmente aceptado que el origen de esta anécdota le llega a través de los Ensayos de Montaigne, si bien la anécdota original transcurre en las cercanías de Burdeos y la protagonista es una campesina que anuncia el suceso en la iglesia, tras el sermón, para descubrir que el autor es otro labrador que aprovechó un día en el que la víctima había disfrutado de los placeres del vino con excesivo entusiasmo. Los cambios efectuados en la versión de Kleist presentan un conflicto muy distinto y también muy alejado de la chanza primigenia. La acción se sitúa en Italia, durante la Segunda Coalición (1799-1802), mejor conocida por sus lectores contemporáneos, y la protagonista es noble, con lo que su futuro enlace y sus relaciones familiares son mucho más complejas. A pesar de que un lector actual pueda encontrar la temática menos grave de lo que el libro refleja, en su época resultó escandaloso, llegándose a afirmar que ninguna doncella podría leerlo sin sonrojarse, y no hace tanto tiempo, en nuestro propio país, la escena de la reconciliación entre padre e hija fue cercenada y suavizada en la traducción que se ha seguido reeditando hasta la actualidad y que data de la época del franquismo, aunque no sabemos si la censura vino del traductor, la editorial u otros organismos.
En cuanto a El terremoto en Chile, llevaba originariamente el nombre de sus protagonistas como título, Jerónimo y Josefina, cuya relación con el destino es, en definitiva, el auténtico tema del cuento. Dos amantes son condenados a muerte por causa del embarazo de ella. Poco antes del ajusticiamiento se produce el terremoto que libera a Jerónimo de la prisión. El motivo de las catástrofes naturales se había popularizado en la literatura a raíz del terremoto de Lisboa, en 1755, aunque en este caso el desastre no es más que el marco en el que se desatan todo tipo de pasiones, las más sublimes y las más terribles, una historia desoladora de poco más de quince páginas de admirable concentración.
Estas obras son una magnífica muestra de la prosa de Kleist, una prosa compleja y elaborada que pretende otorgar a cada palabra su lugar adecuado dentro del armazón de frases yuxtapuestas que componen cada periodo. Su particular empleo de la puntuación dispone los silencios en lo que parece una trabajada partitura en la que las oraciones semejan instrumentos bien afinados que cobran sentido en su conjunto, formando un todo armónico y melodioso destinado a resaltar, a ennoblecer los sentimientos que describe y que son, en definitiva, la auténtica temática de las obras que les presentamos.
El cántaro roto
Personajes
WALTER, consejero judicial
ADÁN, juez local
LICHT, escribano
SEÑORA MARTHE RULL
EVA, su hija
VEIT TÜMPEL, un campesino
RUPRECHT, su hijo
SEÑORA BRIGITTE
UN SIRVIENTE, UN ALGUACIL, CRIADAS, ETC.
La acción se desarrolla en un pueblo holandés cercano a Utrecht.
Prólogo
La base de esta comedia es, probablemente, un acontecimiento histórico, aunque no he sido capaz de descubrir detalles más precisos. Tomé el motivo de una estampa que vi hace varios años en Suiza. En ella podía distinguirse en primer lugar a un juez sentado en su tribunal con semblante grave; ante él estaba una anciana que sostenía un cántaro roto. Parecía querer demostrar la injusticia que había sufrido su propiedad. El acusado, un joven campesino a quien el juez reprendía como si ya lo hubiera encontrado culpable, se defendía aún, si bien débilmente. Una joven que posiblemente había sido testigo de los hechos (porque quién sabe en qué circunstancias se había cometido el delito) jugueteaba con su delantal en el centro de la escena, entre su madre y su prometido; alguien que hubiera prestado falso testimonio no tendría una apariencia más compungida. Y el escribano del tribunal observaba ahora (quizás poco antes había estado mirando a la joven) al juez con desconfianza desde un lateral, como Creonte hizo con Edipo en circunstancias similares. El original era, si no me equivoco, de un maestro holandés.
Escenario: la sala del tribunal
Escena I
Adán está sentado y se venda una pierna. Entra Licht.
Licht. Eh, ¡qué demonios! Decidme, compañero Adán, ¿qué os ha pasado? ¿Cómo os encontráis?
Adán. Bueno, mirad. Para tropezar sólo es necesario tener pies. En este suelo liso, ¿hay algún tropiezo? Aquí he tropezado; y es que cada uno lleva la molesta piedra contra la que chocar dentro de sí.
Licht. ¡No! ¡Decidme, amigo! ¿La piedra la lleva cada uno…?
Adán. ¡Sí, dentro de sí!
Licht. ¡Diablos!
Adán. ¿En qué pensáis?
Licht. Provenís de un antepasado de relajadas costumbres que tropezó así al principio de todas las cosas y que se hizo famoso por su caída; ¿vos no habéis…?
Adán. Decid.
Licht. ¿También…?
Adán. ¿Si yo…? ¡Creo que…! Aquí me he caído, eso es lo que os digo.
Licht. ¿De manera no metafórica?
Adán. Sí, de manera no metafórica. Pero de muy mala manera.
Licht. ¿Y cuándo aconteció el suceso?
Adán. Ahora, en este