Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Dialéctica de la Ilustración
Dialéctica de la Ilustración
Dialéctica de la Ilustración
Libro electrónico437 páginas7 horas

Dialéctica de la Ilustración

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Dialéctica de la Ilustración, escrita en colaboración con Horkheimer es una crítica a la razón instrumental, concepto fundamental de este último autor, o, lo que es lo mismo, una crítica, fundada en una interpretación pesimista de la Ilustración, a la civilización técnica y a la cultura del sistema capitalista (que llama industria cultural), o de la sociedad de mercado, que no persigue otro fin que el progreso técnico. La actual civilización técnica, surgida del espíritu de la Ilustración y de su concepto de razón, no representa más que un dominio racional sobre la naturaleza, que implica paralelamente un dominio (irracional) sobre el hombre; los diversos fenómenos de barbarie moderna (fascismo y nazismo) no serían sino muestras, y la vez las peores manifestaciones, de esta actitud autoritaria de dominio.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 may 2023
ISBN9788446053095
Dialéctica de la Ilustración
Autor

Theodor W. Adorno

Simultaneó los estudios de filosofía, sociología, psicología y teoría de la música con su actividad como crítico musical.Tras doctorarse con una tesis sobre la fenomenología de Husserl, continuó su formación musical con Alban Berg y Arnold Schönberg. Obtuvo la cátedra de Filosofía con un trabajo sobre Kierkegaard dirigido por Paul Tillich. El advenimiento del nacionalsocialismo le forzó a dejar la universidad y Alemania. Enseñó en Oxford hasta 1938, año en el que se trasladó a Estados Unidos. Con su regreso a Alemania en 1949, reemprendió la actividad académica y pasó a dirigir el Instituto de Investigación Social en 1958. Exponente de la Escuela de Fráncfort, su obra, rica y compleja, significa una crítica desde la «vida dañada» de cualquier sistema cerrado de pensamiento. Entre sus libros destacan Minima moralia (1949), Dialéctica negativa (1966) y la póstuma Teoría estética (1970).

Lee más de Theodor W. Adorno

Relacionado con Dialéctica de la Ilustración

Títulos en esta serie (100)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Filosofía para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Dialéctica de la Ilustración

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Dialéctica de la Ilustración - Theodor W. Adorno

    Akal / Clásicos del pensamiento político

    Th. W. ADORNO

    DIALÉCTICA

    DE LA ILUSTRACIÓN

    (Obra completa, 3)

    Traducción de Joaquín Chamorro Mielke

    Edición de Rolf Tiedemann

    con la colaboración de Gretel Adorno, Susan Buck-Morss y Klaus Schultz

    Dialéctica de la Ilustración, escrita en colaboración con Horkheimer es una crítica a la razón instrumental, concepto fundamental de este último autor, o, lo que es lo mismo, una crítica, fundada en una interpretación pesimista de la Ilustración, a la civilización técnica y a la cultura del sistema capitalista (que llama industria cultural), o de la sociedad de mercado, que no persigue otro fin que el progreso técnico. La actual civilización técnica, surgida del espíritu de la Ilustración y de su concepto de razón, no representa más que un dominio racional sobre la naturaleza, que implica paralelamente un dominio (irracional) sobre el hombre; los diversos fenómenos de barbarie moderna (fascismo y nazismo) no serían sino muestras, y la vez las peores manifestaciones, de esta actitud autoritaria de dominio.

    Theodor W. Adorno. Filósofo alemán postmarxista, realizó un prolífico trabajo en los campos de la sociología, crítica literaria, musicología e incluso ejerció como compositor. Uno de los principales representantes, junto con Horkheimer y Marcuse, de la primera generación de la Escuela de Francfort fundamentada esencialmente en la teoría crítica.

    Joaquín Chamorro Mielke (Santa Coloma, La Rioja, 1953) es licenciado en Filosofía por la Universidad de Barcelona, y ha ampliado estudios en la de Múnich. Entre sus traducciones del alemán para Akal se cuentan obras de Theodor W. Adorno, Johann Joachim Winckelmann, Hans Belting, Peter Sloterdijk y Walter Benjamin; de Sigmund Freud ha traducido, para esta misma colección, Tótem y tabú en 2018. También traduce del inglés a utores como Thomas Crow, Jonathan Harris y Hal Foster.

    Maqueta de portada: Sergio Ramírez

    Diseño interior y cubierta: RAG

    Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

    Nota a la edición digital:

    Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

    Título original: Gesammelte Schriften, 3. Dialektik der Aufklärung. Philosophische Fragmente

    © Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main, 1981

    © Ediciones Akal, S. A., 2007

    para lengua española

    Sector Foresta, 1

    28760 Tres Cantos

    Madrid - España

    Tel.: 918 061 996

    Fax: 918 044 028

    www.akal.com

    ISBN: 9788446053095

    Logo_ministerio_con texto_para_digitalizacionLogo_plan_de_recuperacion_para_digitalizacion

    Índice de contenido

    Dialéctica de la Ilustración Fragmentos filosóficos

    Prólogo a la nueva edición alemana

    Prólogo

    Concepto de Ilustración

    Excurso I Odiseo, o mito e Ilustración

    Excurso II Juliette, o Ilustración y moral

    La industria cultural

    Elementos del antisemitismo

    Apuntes y esbozos

    Contra los enterados

    Dos mundos

    Transformación de la idea en dominio

    Una teoría de los espectros

    Quand même

    Psicología animal

    Para Voltaire

    Clasificación

    Alud

    Aislamiento por comunicación

    Crítica de la filosofía de la historia

    Monumentos de humanidad

    De una teoría del delincuente

    Le prix du progrès

    Vano espanto

    Interés por el cuerpo

    Sociedad de masas

    Contradicciones

    Marcados

    Filosofía y división del trabajo

    El pensamiento

    Hombre y animal

    Propaganda

    Sobre la génesis de la estupidez

    Anexo El esquema de la cultura de masas

    Nota del editor alemán

    Dialéctica de la Ilustración

    Fragmentos filosóficos

    Para Friedrich Pollock

    Prólogo a la nueva edición alemana

    La Dialéctica de la Ilustración apareció en 1947 en la editorial Querido de Amsterdam. El libro, que sólo poco a poco se abrió camino, está agotado desde hace tiempo. Si, tras más de veinte años, decidimos volver a publicarlo, lo hacemos movidos no sólo por insistencias reiteradas, sino también por la idea de que no pocos de sus pensamientos siguen aún hoy vigentes y han determinado de manera considerable nuestros posteriores esfuerzos teóricos. Nadie ajeno a ellos podría imaginar fácilmente hasta qué punto nosotros dos somos responsables de cada frase. Secciones enteras las dictamos los dos conjuntamente. La tensión entre ambos temperamentos intelectuales, que se unieron en esta Dialéctica, es el elemento vital de la misma.

    No todo cuanto se dice en el libro seguimos manteniéndolo inalterado. Ello sería incompatible con una teoría que atribuye a la verdad un núcleo temporal, en lugar de oponerla, como algo inmutable, al movimiento de la historia. El libro fue redactado en un momento en que era previsible el fin del terror nacionalsocialista. Pero, en no pocos lugares, la formulación no se ajusta ya a la realidad actual. Sin embargo, ya entonces evaluamos sin excesiva ingenuidad la transición al mundo administrado.

    En el periodo de la división política en grandes bloques que se ven objetivamente impelidos a chocar unos contra otros, el horror ha hallado continuidad. Los conflictos en el Tercer Mundo y el nuevo auge del totalitarismo no son sólo meros incidentes históricos, como tampoco lo fue, según la Dialéctica, el fascismo de aquel momento. Un pensamiento crítico que no se detenga ni ante el progreso exige hoy tomar partido por los residuos de libertad, por las tendencias al humanitarismo real, aunque parezcan impotentes frente a la potente marcha de la historia.

    La evolución hacia la integración total, analizada en el libro, se ha interrumpido, pero no quebrado. Amenaza con cumplirse a través de dictaduras y guerras. El pronóstico de que esa evolución hará que la Ilustración se convierta en positivismo, en el mito de lo que es el caso, y finalmente en la identidad de inteligencia y hostilidad al espiritu, se ha confirmado de modo abrumador. Nuestra concepción de la historia no se cree libre de esa amenaza, pero tampoco va, como el positivismo, a la caza de información. En cuanto crítica de la filosofía, no quiere abandonar la filosofía.

    De América, donde el libro se escribió, volvimos a Alemania con la convicción de poder hacer aquí más, en el plano teórico y en el prác- tico, que en ningún otro lugar. Junto con Friedrich Pollock, a quien hoy dedicamos el libro en su setenta y cinco cumpleaños, igual que lo hicimos en el quincuagésimo, levantamos de nuevo el Instituto de Investigación Social con la idea de seguir desarrollando la concepción formulada en la Dialéctica. En el desarrollo de nuestra teoría, y en las ex- periencias comunes ligadas al mismo, nos prestó una preciosa ayuda Gretel Adorno, como ya lo hiciera en la primera formulación.

    Por lo que a modificaciones se refiere, hemos procedido con más parquedad de lo que suele ser normal en la reedición de libros aparecidos decenios atrás. No quisimos retocar lo que habíamos escrito, ni siquiera los pasajes a todas luces inadecuados; actualizar completamente el texto habría conducido, sin duda, nada menos que a un nuevo libro. En nuestros escritos posteriores hemos expresado la convicción de que lo que hoy importa es preservar la libertad, extenderla y desarrollarla, en lugar de acelerar, no importa por qué medios, la marcha hacia el mundo administrado. Nos hemos limitado fundamentalmente a la corrección de erratas y similares. Gracias a esta moderación, el libro se convierte en documentación. Pero confiamos en que sea a la vez algo más.

    Frankfurt am Main, abril de 1969

    Max Horkheimer

    Theodor W. Adorno

    Prólogo

    Cuando iniciamos el trabajo, cuyas primeras pruebas dedicamos a Friedrich Pollock, teníamos la esperanza de poder terminarlo y presentarlo en su totalidad con ocasión de su quincuagésimo cumpleaños. Pero cuanto más nos adentrábamos en la tarea, más nos percatábamos de la desproporción entre ella y nuestras fuerzas. Lo que nos habíamos propuesto era nada menos que comprender por qué la humanidad, en lugar de alcanzar un estado verdaderamente humano, se hunde en una nueva forma de barbarie. Habíamos subestimado las dificultades de la exposición porque aún teníamos demasiada confianza en la conciencia actual. Aunque desde hacía muchos años veníamos observando que en la actividad científica moderna las grandes invenciones se pagan con una creciente decadencia de la cultura teórica, creíamos poder seguir esa actividad hasta tal punto que nuestra aportación se limitara preferentemente a la crítica o a la continuación de teorías particulares. Ella hubiera debido atenerse, al menos temáticamente, a las disciplinas tradicionales: sociología, psicología y teoría del conocimiento.

    Los fragmentos aquí reunidos muestran, sin embargo, que debimos abandonar aquella confianza. Si el cultivo y el examen atentos de la tradición científica constituyen un momento del conocimiento, especialmente allí donde los depuradores positivistas la relegan al olvido como un lastre inutil, en la quiebra actual de la civilización burguesa se ha vuelto cuestionable no sólo la actividad, sino también el sentido mismo de la ciencia. Lo que los férreos fascistas hipócritamente elogian y los acomodadizos expertos en humanidad ingenuamente practican, la incesante autodestrucción de la Ilustración, obliga al pensamiento a prohibirse la más mínima ingenuidad ante los hábitos y las tendencias del espíritu del tiempo.

    Si la opinión pública ha llegado a una situación en la que el pensamiento se convierte inevitablemente en mercancía y el lenguaje en elogio de la misma, el intento de identificar semejante depravación debe negarse a responder a las exigencias lingüísticas e ideológicas vigentes, antes de que sus consecuencias históricas universales lo hagan completamente imposible.

    Si los obstáculos fueran solamente los que se derivan de la automática instrumentalización de la ciencia, la reflexión sobre las cuestiones sociales podría al menos enlazar con las tendencias en oposición a la ciencia oficial. Pero también éstas han sido afectadas por el proceso global de producción y no han cambiado menos que la ideología a la que se debían. Les sucede lo que siempre le ha sucedido al pensamiento triunfante: cuando abandona voluntariamente su elemento crítico y se convierte en mero instrumento al servicio de lo existente, contribuye sin querer a transformar lo positivo que había abrazado en algo negativo, destructor. La filosofía, que en el siglo XVIII, desafiando la quema de libros y de hombres, había infundido a la infamia un terror mortal, se puso ya bajo Bonaparte de su lado. Finalmente, la escuela apologética de Comte usurpó la herencia de los implacables enciclopedistas y tendió la mano a todo aquello a lo que éstos habían hecho frente. Las metamorfosis de la crítica en afirmación no dejan intacto el contenido teórico: su verdad se volatiliza. Pero, en la actualidad, la historia motorizada se adelanta a estos desarrollos espirituales, y los portavoces oficiales, que tienen otras preocupaciones, liquidan la teoría que los ayudó a conquistar un puesto bajo el Sol aun antes de que ésta tenga tiempo de prostituirse.

    En la reflexión sobre su propia culpa, el pensamiento se ve así privado no sólo del uso afirmativo del lenguaje conceptual científico y cotidiano, sino también del de la oposición. No se encuentra una sola expresión que no tienda a la conformidad con las corrientes de pensamiento dominantes, y lo que el lenguaje desgastado no logra por sí mismo lo compensa puntualmente la maquinaria social. A los censores voluntariamente mantenidos por las firmas cinematográficas con el fin de evitar gastos mayores corresponden instancias análogas en todos los campos. El proceso al que es sometido un texto literario, si no ya en la previsión automática de su autor, sí por parte del equipo de lectores, editores, revisores y ghost writers dentro y fuera de las editoriales, supera en minuciosidad a toda censura. Hacer totalmente superfluas las funciones de ésta parece ser, a pesar de todas las reformas positivas, la ambición del sistema educativo. En su opinión de que, si no se limita estrictamente a la constatación de hechos y al cálculo de probabilidades, el sujeto cognoscente quedaría demasiado expuesto a la charlatanería y a las supersticiones, dicho sistema prepara el árido terreno para que acoja ansioso la charlatanería y las supersticiones. Así como la prohibición siempre ha abierto el camino al producto más tóxico, la censura de la imaginación teórica prepara el terreno a la locura política. Aun en el caso de que no hayan caído todavía en su poder, los hombres son privados por los mecanismos de censura, externos o implantados en ellos mismos, de los medios necesarios para resistir.

    La aporía frente a la que nos encontramos en nuestro trabajo se evidenció así como el primer objeto que debíamos investigar: la autodestrucción de la Ilustración. No albergamos la menor dud -Y ésta es nuestra petitio principiide que la libertad en la sociedad es inseparable del pensamiento ilustrado. Pero creemos haber reconocido con la misma claridad que el concepto de este mismo pensamiento, no menos que las formas históricas concretas, que las instituciones sociales en que se halla inmerso, contiene ya el germen de aquella regresión que hoy acontece por doquier. Si la Ilustración no toma sobre sí la tarea de reflexionar sobre este momento regresivo, firma su propia condena. Al dejar a sus enemigos la reflexión sobre el momento destructivo del progreso, el pensamiento ciegamente pragmatizado pierde su carácter superador, y, por ende, su relación con la verdad. En la enigmática disposición de las masas técnicamente educadas a caer en el hechizo de cualquier despotismo, en su afinidad autodestructora con la paranoia populista; en todo este absurdo incomprendido se manifiesta la debilidad de la comprensión teórica actual.

    Creemos que con estos fragmentos contribuimos a dicha comprensión, en la medida en que mostramos que la causa de la regresión de la Ilustración a la mitología no hay que buscarla tanto en las modernas mitologías nacionalistas, paganas y similares, ideadas a propósito con fines regresivos, cuanto en la Ilustración misma paralizada por el miedo a la verdad. Ambos conceptos han de entenderse aquí no sólo como elementos de la historia de las ideas, sino también como elementos reales. Del mismo modo que la Ilustración expresa el movimiento real de la sociedad burguesa en su totalidad bajo el aspecto de su idea encarnada en personas e instituciones, la verdad no significa sólo la conciencia racional, sino también su configuración en la realidad. El miedo del genuino hijo de la civilización moderna a apartarse de los hechos, que por otra parte están ya en la misma percepción preformados como clichés por los usos dominantes en la ciencia, en los negocios y en la política, es idéntico al miedo a la desviación social. Esos usos definen igualmente el concepto de claridad en el lenguaje y en el pensamiento, concepto al que hoy deben adecuarse el arte, la literatura y la filosofía. En la medida en que dicho concepto tacha al pensamiento que procede negativamente ante los hechos y las formas de pensar dominantes de oscura pedantería o, mejor, de extraño a los usos intelectuales de un país, condena al espíritu a una ceguera cada vez más profunda. Forma parte de esta fatal situación el hecho de que incluso el reformador más sincero, que en un lenguaje desgastado recomienda la innovación, al aceptar el aparato categorial prefabricado y la mala filosofía que se se esconde tras él refuerza el poder de lo existente que pretendía quebrar. La falsa claridad es sólo otra expresión del mito. Éste siempre fue oscuro y evidente a la vez, y siempre se ha distinguido por su familiaridad y por eximirse del trabajo del concepto.

    La recaída del hombre actual en la naturaleza es inseparable del progreso social. El aumento de la productividad económica, que por un lado crea las condiciones para un mundo más justo, procura por otro al aparato técnico y a los grupos sociales que disponen de él una inmensa superioridad sobre el resto de la población. El individuo queda anulado por completo frente a los poderes económicos. Al mismo tiempo, éstos elevan el dominio de la sociedad sobre la naturaleza a una altura nunca antes sospechada. Mientras el individuo desaparece frente al aparato al que sirve, éste le provee mejor que nunca. En una situación injusta, la impotencia y la docilidad de las masas crecen con la cuantía de los bienes que se les dispensa. La elevación, materialmente considerable y socialmente miserable, del nivel de vida de los que están abajo se refleja en la hipócrita difusión del espíritu. Siendo su verdadero interés la negación de la cosificación, el espíritu ha de desvanecerse cuando se consolida como un bien cultural y es distribuido con fines de consumo. La marea de informaciones minuciosas y diversiones domesticadas avispa y entontece a la vez a los hombres.

    No se trata de la cultura como valor, en el sentido de los críticos de la cultura: Huxley, Jaspers, Ortega y Gasset, etc., sino de que la Ilustración reflexione sobre sí misma, si no se quiere que los hombres sean completamente traicionados. No se trata de conservar el pasado, sino de cumplir las esperanzas del pasado. Pero hoy, el pasado se prolonga como destrucción del pasado. Si la cultura respetable fue hasta el siglo XIX un privilegio, pagado con un mayor sufrimiento de los que carecían de ella, en el siglo XX se ha logrado crear la fábrica higiénica mediante la fusión de todo lo cultural en el gigantesco crisol. Lo cual no sería tal vez ni siquiera un precio tan alto como piensan los defensores de la cultura, si no fuera porque la venta total de la cultura contribuye a convertir los logros económicos en lo contrario de ella.

    En las circunstancias actuales, incluso los bienes de fortuna se convierten en elementos de desdicha. Si la masa de ellos actuaba en el periodo anterior, por falta de sujeto social, como en las crisis de la economía interior la denominada sobreproducción, hoy produce, merced a la entronización de grupos de poder en sustitución de aquel sujeto social, la amenaza internacional del fascismo: el progreso se convierte en regresión. El hecho de que la fábrica higiénica y todo lo que ella implica -Volkswagen y palacios deportivosliquiden estúpidamente la metafísica, sería incluso indiferente; pero que esos elementos se conviertan, dentro de la totalidad social, en metafísica, en cortina ideológica detrás de la cual se condensa el infortunio real, no resulta indiferente. Éste es el punto de partida de nuestros fragmentos.

    El primer ensayo, que constituye la base teórica de los siguientes, trata de esclarecer el entrelazamiento de racionalidad y realidad social, así como el entrelazamiento, inseparable del anterior, de naturaleza y dominio de la naturaleza. La crítica que en él se hace a la Ilustración tiene por objeto preparar un concepto positivo de la misma que la libere de su cautiverio en el ciego dominio.

    Hablando en general, la parte crítica del primer ensayo podría reducirse a dos tesis: el mito es ya Ilustración; la Ilustración recae en la mitología. Estas tesis son verificadas en los dos Excursos sobre objetos específicos. El primero busca la dialéctica de mito e Ilustración en la Odisea, uno de los más tempranos documentos representativos de la civilización burguesa occidental. En el centro de esta obra se hallan los conceptos de sacrificio y renuncia, en los cuales se revela tanto la diferencia como la unidad de naturaleza mítica y dominio ilustrado de la naturaleza. El segundo Excurso se ocupa de Kant, Sade y Nietzsche, tenaces ejecutores de la Ilustración, y muestra cómo el sometimiento de todo lo natural al sujeto soberano culmina precisamente en el dominio de lo ciegamente objetivo, de lo natural. Esta tendencia allana todas las contradicciones del pensamiento burgués, sobre todo la que existe entre rigorismo moral y amoralidad absoluta.

    El capítulo dedicado a la «industria cultural» muestra la regresión de la Ilustración a la ideología, que encuentra su expresión normativa en el cine y la radio. Aquí, la Ilustración consiste sobre todo en el cálculo de los efectos y en las técnicas de producción y difusión; considerada en su propio contenido, la ideología se agota en la idolización de lo existente y del poder que controla la técnica. En nuestro tratamiento de esta contradicción, la industria cultural es tomada con más seriedad de lo que ella misma quisiera. Pero dado que su apelación al propio carácter comercial, su adhesión a la verdad suavizada, hace tiempo que se ha convertido en una excusa con la que se sustrae a la responsabilidad por la mentira, nuestro análisis se atiene a la pretensión, objetivamente inherente a los productos, de ser creaciones estéticas, y, por tanto, verdad representada. En la futilidad de esta pretensión, la industria cultural pone en evidencia la anormalidad social. Este capítulo dedicado a la insdustria cultural es aún más fragmentario que los demás.

    El análisis de los «Elementos del antisemitismo» y las tesis que encierra tratan del retorno de la civilización ilustrada a la barbarie en la realidad. La tendencia, no sólo ideal, sino también práctica, a la autodestrucción pertenece desde el principio a la racionalidad, y no sólo a la fase en que aquélla se muestra en toda su desnudez. En este sentido se esboza una prehistoria filosófica del antisemitismo. Su «irracionalismo» es deducido de la esencia de la propia razón dominante y del mundo hecho a su imagen. Los «Elementos» están directamente relacionados con investigaciones empíricas del Instituto de Investigación Social, fundación creada y sostenida por Felix Weil, y sin la cual no sólo nuestros estudios, sino también una buena parte del trabajo teórico proseguido, a pesar de Hitler, por los emigrados alemanes, no habría sido posible. Las tres primeras tesis las escribimos en colaboración con Leo Löwenthal, con quien trabajamos desde los primeros años de Frankfurt en muchos temas científicos.

    En la última parte se publican apuntes y esbozos que en parte pertenecen al círculo de ideas de los ensayos precedentes, sin poder hallar su puesto en él, y en parte esbozan provisionalmente problemas que serán objeto de futuro trabajo. La mayoría de ellos tiene que ver con una antropología dialéctica.

    Los Ángeles, California, mayo de 1944

    El libro no contiene modificaciones esenciales del texto tal como fue redactado durante la guerra. Posteriormente se ha añadido tan sólo la última tesis de los «Elementos del antisemitismo».

    Junio de 1947

    Max Horkheimer

    Theodor W. Adorno

    Concepto de Ilustración

    La Ilustración, en el más amplio sentido de pensamiento progresivo, ha perseguido desde siempre el objetivo de quitar a los hombres el miedo y convertirlos en señores. Pero la Tierra enteramente ilustrada resplandece bajo el signo de una triunfal calamidad. El programa de la Ilustración era el desencantamiento del mundo. Quería disolver los mitos y derrocar la imaginación mediante el saber. Bacon, «el padre de la filosofía experimental»[1], reunió ya los motivos. Despreciaba a los partidarios de la tradición, que «primero creen que otros saben lo que ellos no saben; y despues, que ellos mismos saben lo que no saben. Sin embargo, la credulidad, la aversión a la duda, la irreflexión en las respuestas, la jactancia cultural, el temor a contradecir, el interés personal, la negligencia en las propias investigaciones, el fetichismo verbal, el quedarse en conocimientos parciales: todas estas actitudes y otras semejantes han impedido el feliz matrimonio del entendimiento humano con la naturaleza de las cosas, y en su lugar lo han amancebado con conceptos vanos y experimentos desordenados. Es fácil imaginar los frutos y la descendencia de tan gloriosa relación. La imprenta, una tosca invención; el cañón, una que se veía venir; la brújula, en cierto modo ya conocida antes: ¡qué cambios no han traído estos tres inventos, uno en el dominio de la ciencia, otro en el de la guerra, y el tercero en el de la economía, el comercio y la navegación! Y digo que nos hemos topado y tropezado con ellos sólo de casualidad. La superioridad del hombre reside en el saber: de ello no cabe la menor duda. En él se conservan muchas cosas que los reyes, con todos sus tesoros, no pueden comprar, sobre las cuales no rige su autoridad, de las cuales sus espías y delatores no recaban ninguna noticia y a cuyas tierras de origen sus navegantes y descubridores no pueden arribar. Hoy dominamos la naturaleza en nuestra mera opinión, mientras estamos sometidos a su necesidad; pero si nos dejásemos guiar por ella en la invención, podríamos ser sus amos en la práctica»[2].

    Aunque ajeno a la matemática, Bacon supo captar bien el modo de pensar de la ciencia que vino tras él. El matrimonio feliz entre el entendimiento humano y la naturaleza de las cosas en que él pensaba es patriarcal: el intelecto que vence a la superstición debe mandar sobre la naturaleza desencantada. El saber, que es poder, no conoce límites, ni en la esclavización de las criaturas ni en la condescendencia con los amos del mundo. Del mismo modo que está a la disposición de los objetivos de la economía burguesa en la fábrica y en el campo de batalla, se halla también a la disposición de los emprendedores sin distinción de origen. Los reyes no disponen de la técnica más directamente que los comerciantes: ella es tan democrática como el sistema económico con el que se desarrolla. La técnica es la esencia de tal saber. Éste no aspira a conceptos e imágenes, a la felicidad del conocimiento, sino al método, a la explotación del trabajo de otros, al capital. Las muchas cosas que, según Bacon, todavía reserva son a su vez sólo instrumentos: la radio como imprenta sublimada; el avión de caza como artillería más eficaz; el telemando como la brújula más segura. Lo que los hombres quieren aprender de la naturaleza es la manera de servirse de ella para dominarla por completo; y también a los hombres. Nada más que eso. Sin consideración hacia sí misma, la Ilustración ha consumido hasta el último resto de su propia autoconciencia. Sólo el pensamiento que se hace violencia a sí mismo es lo suficientemente duro para triturar los mitos. Frente al triunfo actual del sentido de los hechos, incluso el credo nominalista de Bacon resultaría sospechoso de ser una metafísica y caería bajo el veredicto de vanidad que él mismo dictó sobre la escolástica. Poder y conocimiento son sinónimos[3]. La estéril felicidad del conocimiento es lasciva para Bacon, tanto como para Lutero. Lo que importa no es aquella satisfacción que los hombres llaman verdad, sino la «operación», el procedimiento eficaz. «El verdadero fin y la verdadera función de la ciencia» residen no «en discursos plausibles, amenos, memorables o llenos de efecto, o en supuestos argumentos evidentes, sino en el actuar y trabajar, y en el descubrimiento de datos antes desconocidos para una mejor provisión y ayuda en la vida»[4]. No debe haber ningún misterio, pero tampoco el deseo de su revelación.

    El desencantamiento del mundo es la erradicación del animismo. Jenófanes ridiculiza la multitud de dioses porque se asemejan a los hombres, sus creadores, con todos sus accidentes y defectos, y la lógica más reciente denuncia las palabras acuñadas del lenguaje como monedas falsas que deberían ser sustituidas por fichas neutrales. El mundo se convierte en caos, y la síntesis en salvación. Ninguna diferencia debe haber entre el animal totémico, los sueños del visionario* y la idea absoluta. En el camino hacia la ciencia moderna, los hombres renuncian al sentido. Sustituyen el concepto por la fórmula, y la causa por la regla y la probabilidad. La causa ha sido el último concepto filosófico con el que se ha medido la crítica científica, en cierto modo porque era la única de las viejas ideas que se le enfrentaba, la secularización más tardía del principio creador. Definir oportunamente sustancia y cualidad, acción y pasión, ser y existencia, ha sido desde Bacon un empeño de la filosofía; pero la ciencia se pasaba ya sin esas categorías. Habían quedado atrás, como idola theatri de la vieja metafísica, y ya en tiempos de ésta eran monumentos de entidades y poderes de la prehistoria, cuya vida y muerte habían sido interpretadas y entrelazadas en los mitos. Las categorías con las que la filosofía occidental definió el orden eterno de la naturaleza marcaban los lugares antes ocupados por Ocno y Perséfone, Ariadna y Nereo. Las cosmologías presocráticas fijan el momento de la transición. Lo húmedo, lo informe, el aire y el fuego, que en ellas figuran como materia prima de la naturaleza, son sedimentos, apenas racionalizados, de la concepción mítica. Del mismo modo que las imágenes de la generación a partir del río y de la tierra, que desde el Nilo llegaron a los griegos, se convirtieron allí en principios hilozoicos, esto es, en elementos, toda la exuberante ambigüedad de los demonios míticos se espiritualizó en la pura forma de las entidades ontológicas. Finalmente, con las Ideas de Platón también los dioses patriarcales del Olimpo fueron absorbidos por el lógos filosófico. Pero la Ilustración reconoció en la herencia platónica y aristotélica de la metafísica a los antiguos poderes, y persiguió como superstición la pretensión de verdad de los universales. En la autoridad de los conceptos universales aún cree ver el miedo a los demonios, con cuyas imágenes los hombres trataban de influir sobre la naturaleza en el ritual mágico. En adelante la materia podrá ser por fin dominada sin la ilusión de fuerzas superiores o inmanentes, de cualidades ocultas. Lo que se resiste al principio del cálculo y la utilidad es sospechoso para la Ilustración. Y cuando ésta puede desarrollarse sin ser estorbada ni coartada por nada externo, no existe ya contención alguna. Sus propias ideas sobre los derechos del hombre corren entonces la misma suerte que los viejos universales. Ante cada resistencia espiritual que encuentra, su fuerza no hace sino aumentar[5]. Lo cual es consecuencia del hecho de que la Ilustración todavía se reconoce a sí misma también en los mitos. Sean cuales sean los mitos que le ofrecen resistencia, por el solo hecho de convertirse en argumentos en tal antagonismo, esos mitos se adhieren al principio de la racionalidad analizadora, que ellos reprochan a la Ilustración. La Ilustración es totalitaria.

    La Ilustración siempre ha considerado que la base del mito es el antropomorfismo, la proyección de lo subjetivo sobre la naturaleza[6]. Lo sobrenatural, los espíritus y los demonios, son reflejo de los hombres que se dejan aterrorizar por la naturaleza. Las diversas figuras míticas pueden reducirse todas, según la Ilustración, al mismo denominador: al sujeto. La respuesta de Edipo al enigma de la Esfinge –«es el hombre»– se repite indiscriminadamente como explicación estereotipada de la Ilustración, tanto si se trata de un fragmento de significado objetivo como de un ordenamiento, del miedo a los poderes malignos o de la esperanza de salvación. La Ilustración sólo está dispuesta a reconocer como ser y acontecer aquello que puede reducirse a la unidad; su ideal es el sistema, del cual pueden derivarse todas y cada una de las cosas. En esto no se distinguen sus versiones racionalista y empirista. Aunque las diferentes escuelas podían interpretar de distintas maneras los axiomas, la estructura de la ciencia unitaria era siempre la misma. El postulado baconiano de Una scientia universalis[7] es, con todo el pluralismo de los campos de investigación, tan hostil a lo que escapa a esa unidad como la mathesis universalis leibniciana al salto. La multiplicidad de formas queda reducida a posición y orden, la historia a hechos, y las cosas a materia. Entre los principios supremos y los enunciados observacionales debe haber también, según Bacon, una clara conexión lógica a través de los diferentes grados de universalidad. De Maistre se burla de él diciendo que conserva «une idole d’échelle»[8]. La lógica formal ha sido la gran escuela de la unificación. Ella ofreció a los ilustrados el esquema de la calculabilidad del mundo. La equiparación mitologizante de las ideas con los números en los últimos escritos de Platón expresa el anhelo de toda desmitologización: el número se convirtió en el canon de la Ilustración. Y las mismas equiparaciones dominan la justicia burguesa y el intercambio de mercancías. «¿No es acaso la regla de que sumando lo impar a lo par se obtiene impar un principio elemental tanto de la justicia como de la matemática? ¿Y no existe una verdadera coincidencia entre justicia conmutativa y justicia distributiva, por una parte, y proporciones geométricas y proporciones aritméticas, por otra?»[9]. La sociedad burguesa se halla dominada por lo equivalente. Ella hace comparable lo heterogéneo reduciéndolo a magnitudes abstractas. Todo lo que no se reduce a números, y últimamente al uno, es para la Ilustración apariencia; el positivismo moderno lo confina en la poesía. La unidad ha sido el lema desde Parménides hasta Russel. La destrucción de dioses y cualidades persiste.

    Pero los mitos que caen víctimas de la Ilustración eran ya producto de ésta. En el cálculo científico del acontecer queda anulada la explicación que el pensamiento había dado de él en los mitos. El mito quería relatar, nombrar y señalar el origen, y, por ende, representar, fijar, explicar. Esta voluntad se vio reforzada con el registro y la recopilación de los mitos. Pronto se convirtieron de relato en doctrina. Todo ritual contiene una representación del acontecer, así como del proceso concreto sobre el que el acto mágico ha de influir. Este elemento teórico del ritual se independizó en las epopeyas más antiguas de los pueblos. Los mitos que encontraron los trágicos se hallaban ya bajo el signo de aquella disciplina y aquel poder que Bacon exalta como meta. El lugar de los espíritus y los demonios locales lo habían ocupado el cielo y su jerarquía, y el de las prácticas conjuradoras del mago y de la tribu, el sacrificio bien escalonado y el trabajo de los hombres no libres bajo las órdenes de otros. Las divinidades olímpicas no son ya directamente idénticas a los elementos: ellas los simbolizan. En Homero, Zeus preside el cielo diurno, Apolo guía el Sol, y Helio y Eos se aproximan ya a lo alegórico. Los dioses se separan de los elementos como esencias suyas. Desde entonces, el ser se divide, por una parte, en el lógos, que con el progreso de la filosofía se reduce a la mónada, al mero punto de referencia, y, por otra, en la masa de todas las cosas y criaturas exteriores. La sola diferencia entre la propia existencia y la realidad absorbe todas las obras. Si se dejan de lado las diferencias, el mundo queda sometido al hombre. En esto concuerdan la historia judía de la Creación y la religión olímpica: «[...] y que ellos dominen los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos y todos los reptiles»[10].

    «Oh, Zeus, padre Zeus, tuyo es el dominio del cielo, y desde lo alto abarcas con tu mirada las acciones de los hombres, las justas como las malvadas, y también la arrogancia de los animales, y aprecias la rectitud»[11]. «Pues las cosas son así: uno expía inmediatamente y otro más tarde; pero incluso si alguien pudiera escapar y no lo alcanzara la amenazadora fatalidad de los dioses, tal fatalidad acaba cumpliéndose con toda seguridad, e inocentes deben expiar la acción, ya sean sus hijos, ya una generación posterior»[12]. Frente a los dioses sólo sigue existiendo quien se somete sin reservas. El despertar del sujeto se paga con el reconocimiento del poder como principio de todas las relaciones. Frente a la unidad de esta razón, la distinción entre Dios y hombre cae en aquella irrelevancia que la razón señaló im- pertérrita ya desde la más antigua crítica de Homero. En cuanto amos de la naturaleza, el Dios creador y el espíritu ordenador se asemejan. La semejanza del hombre con Dios consiste en la soberanía sobre lo existente, en la mirada del patrón, en el mando.

    El mito se cambia en Ilustración, y la naturaleza en mera objetividad. Los hombres pagan el acrecentamiento de su poder con la enajenación de aquello sobre lo cual lo ejercen. La Ilustración se relaciona con las cosas como el dictador con los hombres. Éste los conoce en la medida en que puede manipularlos. El hombre de ciencia conoce las cosas en la medida en que puede hacerlas. De ese modo, el ‘en sí’ de las cosas se convierte en ‘para él’. En la transformación se revela siempre la esencia de las cosas como lo mismo, como sustrato de dominio. Esta identidad constituye la unidad de la naturaleza. Esta unidad se presuponía en el conjuro mágico tan poco como la del sujeto. Los ritos del chamán se dirigían al viento, a la lluvia, a la serpiente en el exterior o al demonio en el enfermo, y no

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1