Las academias de Siam y otros cuentos
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Las academias de Siam y otros cuentos - J. M. Machado de Assis
lector.
MISS DOLLAR
I
Sería conveniente para la novela que el lector permaneciera por mucho tiempo sin saber quién es Miss Dollar. Pero, por otra parte, sin la presentación de Miss Dollar el autor se vería obligado a hacer largas digresiones, que llenarían el papel sin adelantar en la acción. No hay duda posible: voy a presentarles a Miss Dollar.
Si el lector es un joven dado al genio melancólico, se imagina que Miss Dollar es una inglesa pálida y delgada, escasa de carnes y de sangre, abriendo en la flor de la cara dos grandes ojos azules y sacudiéndose al viento unas largas trenzas rubias. La muchacha en cuestión debe ser vaporosa e ideal como una creación de Shakespeare; debe ser el contraste del rostbeef británico, con el que se alimenta la libertad del Reino Unido. Una tal Miss Dollar debió tener el poeta Tennyson en el corazón y leer a Lamartine en el original; si supiera portugués, debería encantarse con la lectura de los sonetos de Camões o los Cantos de Gonçalves Dias. El té y la leche deben ser la alimentación de semejante creatura, agregándole algunos confites y bizcochos, para acudir a las urgencias del estómago. Su habla debe ser un murmullo de arpa eolia; su amor un desmayo, su vida una contemplación, su muerte un suspiro.
La figura es poética, pero no corresponde a la heroína de la novela.
Supongamos que el lector no es dado a estos devaneos y melancolías; en ese caso se imagina una Miss Dollar completamente diferente de la otra. En esta ocasión será una robusta americana, con las mejillas rojas por su sangre, formas redondeadas, ojos vivos y ardientes, mujer hecha, rehecha y perfecta. Amiga de la buena mesa y del buen beber, esta Miss Dollar preferirá una costilla de carnero a una página de Longfellow, cosa naturalísima cuando el estómago lo reclama, y nunca llegará a comprender la poesía de un crepúsculo. Será una buena madre de familia, según la doctrina de algunos padres maestros en civilización, esto es, fecunda e ignorante.
Ya no será del mismo sentimiento el lector que haya pasado de la segunda juventud y que ve venir a una vejez sin recurso. Para ése, la Miss Dollar verdaderamente digna de ser contada en algunas páginas, sería una buena inglesa de cincuenta años, dotada con algo más de mil libras esterlinas, y que llegando al Brasil en busca de un asunto para escribir una novela, realizara una novela verdadera, casándose con el lector aludido. Una Miss Dollar así sería incompleta si no tuviera anteojos verdes y un gran racimo gris en cada lado de la frente. Guantes de encaje blanco y sombrero de lino en forma de calabaza serían el último gusto de este magnífico espécimen ultramarino.
Más vivo que otros, acude un lector afirmando que la heroína de la novela no es ni fue inglesa, sino brasileña por los cuatro costados, y que el nombre de Miss Dollar quiere decir sencillamente que la chica es rica.
El descubrimiento sería excelente si fuera exacto; desgraciadamente ni ésta ni las otras son exactas. La Miss Dollar de la novela no es una niña romántica, ni la mujer robusta, ni la vieja literata ni la brasileña rica. Esta vez falla la proverbial perspicacia de los lectores: Miss Dollar es una perrita galgo. Para algunas personas, la calidad de la heroína les hará perder el interés por la novela. Error manifiesto. Miss Dollar, a pesar de no ser más que una perrita galgo, tuvo el honor de ver su nombre en diarios antes de entrar en este libro. El Jornal do Comercio y el Correio Mercantil publicaron en las columnas de anuncios las siguientes líneas, refulgentes de promesas:
Se perdió una perrita galgo, la noche de ayer, 30. Atiende al nombre de Miss Dollar. Quien la haya encontrado y quiera llevarla a la calle de Matacavallos núm. … recibirá doscientos mil réis de recompensa. Miss Dollar lleva un collar en el cuello cerrado con un candado en el que se leen las siguientes palabras: De tout mon coeur.
Todas las personas que tenían necesidad urgente de doscientos mil réis y tuvieron la suerte de leer aquel anuncio, anduvieron ese día con extremo cuidado por las calles de Río de Janeiro, a ver si localizaban a la fugitiva Miss Dollar. Galgo que aparecía a lo lejos era perseguido con tenacidad hasta que se comprobaba que no era el animal buscado. Pero toda esta cacería de los doscientos mil réis era completamente inútil, visto que el día que apareció el anuncio ya Miss Dollar estaba aposentada en la casa de un individuo que vivía en los Cajueiros y que coleccionaba perros.
II
Cuáles eran las razones que habían llevado al doctor Mendoza a tener una colección de perros es algo que nadie podría decir; unos querían que simplemente fuera una pasión por ese símbolo de la felicidad o del servilismo; otros pensaban antes que, lleno de profunda desilusión ante los seres humanos, Mendoza había encontrado que era buena guerra querer a los perros.
Fueran las que fueran sus razones, lo cierto es que nadie tenía una más bonita y variada colección que él. Los tenía de todas las razas, tamaños y colores. Cuidaba de ellos como si fueran sus hijos; si alguno se le moría se ponía melancólico. Casi se podría decir que en el espíritu de Mendoza el perro pesaba tanto como el amor, según una expresión célebre: quitad del mundo al perro y el mundo será un desierto.
El lector superficial concluye de aquí que nuestro Mendoza era un hombre excéntrico. No lo era. Mendoza era un hombre como los demás; le gustaban los perros como a otros les gustan las flores. Los perros eran sus rosas y sus violetas; los cultivaba con el mismo esmero. Le gustaban las flores también; pero le gustaban donde nacían: cortar un jazmín o cazar un canario le parecía un atentado igual.
El doctor Mendoza era un hombre de unos treinta y cuatro años, bien presentado, de maneras francas y distinguidas. Habíase recibido en medicina y durante algún tiempo había tratado enfermos; la clínica estaba ya asentada cuando sobrevino una epidemia en la capital: el doctor Mendoza inventó un elíxir contra la enfermedad, y fue tan bueno el elíxir que su creador se ganó sus buenos miles de réis. Ahora ejercía la medicina como aficionado. Tenía cuanto necesitaba para sí y su familia. La familia estaba integrada por los animales ya mencionados. En la noche memorable en que se perdió Miss Dollar, Mendoza regresaba a casa cuando tuvo la suerte de encontrarse a la fugitiva en el Rocío. La perrita se acercó a acompañarlo, y él, notando que era un animal sin dueño a la vista, se la llevó consigo a Cajueiros.
Apenas entró en su casa, examinó cuidadosamente a la perrita. Miss Dollar era realmente un encanto; tenía las formas delgadas y graciosas de su hidalga raza; los ojos castaños y aterciopelados parecían expresar la más completa felicidad de este mundo, tan alegres y serenos eran. Mendoza la contempló y la examinó cuidadosamente. Leyó el dístico del candado que cerraba el collar y se convenció finalmente de que la perrita era un animal muy querido por parte de quien fuera su