LA SALA NUMERO SEIS: y Otros Cuentos de Chejov
Por Anton Chejov
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LA SALA NUMERO SEIS - Anton Chejov
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Antón Chéjov
LA SALA NÚMERO SEIS
y OTROS CUENTOS
Primera edición
img1.jpgIsbn: 9786558944126
Prefacio
Estimado lector
Antón Chéjov fue un gran exponente de la literatura rusa y universal, también reconocido como un maestro cuentista de talento inigualable. Chéjov tenía un gusto especial por los cuentos y escribió cientos de ellos en su vida, lo que, en parte, quizás explique la calidad de sus relatos y su enorme éxito como cuentista.
En este ebook conocerás el famoso cuento de Chéjov: La sala número 6
, además de otros cuatros de sus mejores cuentos. Este ebook es un regalo para aquellos apasionados por los cuentos y para aquellos que seguramente lo serán después de leer a Chéjov.
¡Una excelente lectura!
LeBooks Editora
El pensamiento de Antón Chéjov
Cuando tenemos sed, nos parece que podríamos beber todo un océano: es la fe; y cuando bebemos, bebemos un vaso o dos: es la ciencia.
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Sumario
PRESENTACIÓN
Sobre el autor
Sobre la obra
LA SALA NÚMERO SEIS
UN ASESINATO
VECINOS
LA CORISTAS
LA BOTICARIA
PRESENTACIÓN
Sobre el autor
Antón Pávlovich Chéjov Taganrog, — Gobernación de Yekaterinoslav, Imperio ruso; 29 de enero de 1860. — Badenweiler, Baden, Imperio alemán; 15 de julio de 1904 — fue un cuentista, dramaturgo y médico ruso. Encuadrado en las corrientes literarias del realismo y el naturalismo, fue un maestro del relato corto, y es considerado uno de los más importantes autores del género en la historia de la literatura.
img3.png1860 — 1904
Como dramaturgo, Chéjov se encontraba en el naturalismo, aunque contaba con ciertos toques del simbolismo. Sus piezas teatrales más conocidas son: La gaviota (1896), Tío Vania (1897), Las tres hermanas (1901) y El jardín de los cerezos (1904).
En ellas Chéjov ideó una nueva técnica dramática que él llamó de acción indirecta
, fundada en la insistencia en los detalles de caracterización e interacción entre los personajes más que el argumento o la acción directa, de forma que en sus obras muchos acontecimientos dramáticos importantes tienen lugar fuera de la escena y lo que se deja sin decir muchas veces es más importante que lo que los personajes dicen y expresan realmente. La mala acogida que tuvo su obra La gaviota en el año 1896 en el teatro Aleksandrinski de San Petersburgo casi lo desilusionó del teatro, pero esta misma obra obtuvo su reconocimiento dos años después, en 1898, gracias a la interpretación del Teatro del Arte de Moscú, dirigido por el director teatral Konstantín Stanislavski, quien repitió el éxito para el autor con Tío Vania, Las tres hermanas y El jardín de los cerezos.
Al principio, Chéjov escribía simplemente por razones económicas, pero su ambición artística fue creciendo al introducir innovaciones que influyeron poderosamente en la evolución del relato corto. Su originalidad consiste en el uso de la técnica del monólogo — adoptada más tarde por James Joyce y otros escritores del modernismo anglosajón — y por el rechazo de la finalidad moral presente en la estructura de las obras tradicionales. No le preocupaban las dificultades que esto último planteaba al lector, porque consideraba que el papel del artista es realizar preguntas, no responderlas. Chéjov compaginó su carrera literaria con la medicina; en una de sus cartas, escribió al respecto: La medicina es mi esposa legal; la literatura, solo mi amante
.
Según el escritor estadounidense E. L. Doctorow, Chéjov posee la voz más natural de la ficción: Sus cuentos parecen esparcirse sobre la página sin arte, sin ninguna intención estética detrás de ellos. Y así uno ve la vida a través de sus frases
.
Si bien Chéjov ya era reconocido en Rusia antes de su muerte, no se hizo internacionalmente reconocido y aclamado hasta los años posteriores a la Primera
Guerra Mundial, cuando las traducciones de Constance Garnett al inglés ayudaron a popularizar su obra. Las mismas se hicieron tremendamente famosas en Inglaterra en la década de 1920 y se convirtieron en todo un clásico de la escena británica.
Legado
Como dramaturgo sus obras más conocidas son: Las tres hermanas
, Ivanoy
, "El
tío Vania y el cerezo Estas tres piezas formaron el ambiente para la fundación del Teatro de Arte de Moscú, que se creó bajo el signo del
impresionismo".
Como narrador Chéjov se volvió insuperable. Sus cuentos, tanto como sus obras de teatro, son, en general, obras maestras que armonizan a la perfección la forma y la precisión del vocabulario con una fluidez verbal seductora y muy correcta, sin dejar de contener también un denso contenido lírico.
Pesimista melancólico y valorizador de todas las experiencias humanas y sociales, Chéjov sería el creador de una escuela literaria que luego encontraría, incluso en los países occidentales, una enorme repercusión.
En los Estados Unidos, autores como Tennessee Williams, Raymond Carver o Arthur Miller utilizaron técnicas de Chéjov para escribir algunas de sus obras y fueron influidos por él. Para el escritor uruguayo Eduardo Galeano, Chéjov escribió como diciendo nada. Y dijo todo
.
En este ebook, el lector descubre una parte representativa de la vasta obra de Chejov. Son 40 de sus mejores cuentos escritos en diferentes etapas de su vida.
Sobre la obra
La Enfermería Número 6" es un cuento del renombrado autor ruso Antón Chéjov, publicado por primera vez en 1892. La historia tiene lugar en una institución psiquiátrica, la Enfermería Número 6, donde el narrador, el médico Iván Dmítrich Gromov, desarrolla un interés inusual por el paciente Dmitri Gromov, un hombre de aspecto humilde y con un historial de participación en actividades revolucionarias.
A medida que se desarrolla la narrativa, el médico comienza a cuestionar las normas y prácticas del sistema psiquiátrico, acercándose más al paciente. Se da cuenta de la deshumanidad del tratamiento dispensado a los internos, muchos de los cuales son detenidos sin motivo aparente. La línea entre médico y paciente se vuelve borrosa, y Gromov comienza a cuestionar la propia naturaleza de la locura y la cordura.
El cuento se caracteriza por la habilidad de Chéjov para explorar las complejidades de la condición humana y criticar las instituciones sociales de la época. La Enfermería Número 6
aborda cuestiones filosóficas y sociales, ofreciendo una perspicaz visión de la naturaleza de la locura, el poder institucional y la falta de empatía en la sociedad.
LA SALA NÚMERO SEIS
I
En el patio del hospital hay un pequeño pabellón circundado de un auténtico bosque de bardana, ortigas y cáñamo silvestre. Tiene el tejado herrumbroso, la chimenea semiderruida y los peldaños de la escalinata podridos y cubiertos de maleza; en cuanto al revoque, solo queda algún vestigio. La fachada principal da al hospital; la trasera, al campo, del que la separa una valla gris erizada de clavos. Esos clavos, puestos de punta, la valla y el propio pabellón tienen ese aire peculiar de tristeza y maldición que solo se advierte en nuestros edificios sanitarios y penitenciarios.
Si no teme usted picarse con las ortigas, intérnese conmigo en el angosto sendero que conduce al pabellón y veamos lo que sucede en su interior. Una vez abierta la primera puerta, entramos en el zaguán. A lo largo de las paredes y junto a la estufa se acumulan montañas enteras de cachivaches pertenecientes al hospital. Colchones, viejas batas hechas jirones, pantalones, camisas de listas azules, zapatos sin tacones y completamente inservibles; todos esos harapos, amontonados, apelotonados y revueltos, se pudren y despiden un olor sofocante.
En medio de tanto trasto está tumbado, siempre con la pipa entre los dientes, el vigilante Nikita, antiguo soldado retirado con galones descoloridos. Tiene un rostro severo, devastado por el alcohol, con cejas enmarañadas que le dan cierto aire de mastín de las estepas, y la nariz roja; es bajo de estatura, seco y fibroso, pero tiene un porte impresionante y puños vigorosos. Pertenece a esa categoría de hombres sencillos, positivos, concienzudos y limitados que aman el orden por encima de todas las cosas y, en consecuencia, están convencidos de la eficacia de los golpes. Él pega en la cara, en el pecho, en la espalda o donde se tercie, y está persuadido de que sin esa medida no habría ningún orden.
Más adelante entrará usted en una habitación grande y espaciosa que ocupa todo el pabellón, sin contar el zaguán. Allí las paredes están embadurnadas de un azul sucio, con un techo tiznado de hollín, como en una isba sin chimenea; es evidente que en invierno las estufas humean y el aire se llena de olor a carbón. La parte interior de las ventanas está desfigurada por rejas de hierro. El suelo es gris y está cubierto de astillas. Apesta a col agria, a mecha quemada, a chinches y a amoniaco, y ese hedor produce desde el primer momento la impresión de haber entrado en una casa de fieras.
En la habitación hay camas atornilladas al suelo en las que descansan, sentados o tumbados, hombres vestidos con batas azules de hospital y gorros de dormir a la vieja usanza. Son los locos.
En total hay cinco personas. Solo uno es de noble cuna, los demás pertenecen a la burguesía. El más cercano a la puerta, un tipo alto y enjuto con bigote rojizo y brillante y ojos humedecidos por las lágrimas, está sentado con la mano en el mentón y la mirada fija en un punto. La tristeza no lo abandona ni de día ni de noche, sacude la cabeza, suspira y sonríe con amargura; rara vez participa en las conversaciones y no suele responder a las preguntas. Come y bebe como un autómata, cuando le sirven. A juzgar por su tos penosa y extenuante, por su aspecto demacrado y por el rubor de sus mejillas, sufre un principio de tuberculosis.
Le sigue un viejecito pequeño, lleno de vitalidad y muy ágil, con una barbita puntiaguda y cabellos azabachados y rizados como los de un negro. Durante el día se pasea de una ventana a otra o se sienta en la cama, con las piernas cruzadas a la turca, y silba sin parar como un pinzón, canturrea en voz baja o se ríe solo. Su alegría infantil y la viveza de su carácter también se ponen de manifiesto por la noche, cuando se levanta para rezar, es decir, para golpearse el pecho con los puños y arañar las puertas con los dedos. Es el judío Moiseika, un pobre hombre que perdió el juicio hará cosa de veinte años, cuando se incendió su taller de sombrerería.
De todos los internos de la sala número seis es el único que tiene permiso para salir del pabellón e incluso del patio del hospital. Hace años que se beneficia de ese privilegio, probablemente por su condición de viejo paciente y porque solo es un pobre diablo, tranquilo e inofensivo, el tonto del pueblo, al que la