La insobornable soledad del ser: (Antología de cuentos)
Por Frank Padrón
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“En este centenar de páginas se revela una manera tan sencilla y directa de concebir y contar historias desechando artificios elitistas, que resulta refrescante en medio de la ola actual de escritores cada vez más esotéricos y de vocabulario cada vez más rebuscado.” (Yoss).
“(Se trata) de relatar, en principio, experiencias que tienen algo que decirle al sujeto común y a quien, preocupado por el hacerse continuo de las historias de ficción, sabe que muchas de ellas tienen su origen en la propia literatura, en sus mitos seculares, en los grandes libros y en los grandes escritores”. (Alberto Garrandés)
Frank Padrón
Frank Padrón (Pinar del Río, Cuba; 1958). Licenciado en Filología en la Universidad de La Habana especializado en Literatura Cubana, ha realizado postgrados relacionados con la cultura cubana y universal. Crítico de artes, ensayista, narrador, poeta y comunicador audiovisual, ha obtenido números premios (inter)nacionales por su ya vasta obra. Entre sus libros: "Pura semejanza" (poesía, Ed. Loynaz, 2003), "La profesión maldita" (ensayo, Ed. Oriente, 2005), "Los latidos del espejo" (poesía, Ed. UNION, 2008), "Diferente. El cine y la diversidad sexual" (ensayo, Ed Icaic, 2014) y "Ella y yo: Diccionario personal de la trova" (ensayo, Ed. José Martí, 2015).
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La insobornable soledad del ser - Frank Padrón
día:
Son como son
En torno a mi narrativa voy a emplear una paráfrasis martiana: Estos son mis cuentos / son como son / a nadie los pedí prestados.
Comencé relativamente tarde en el género, pues, aunque bien se sabe que nunca es tarde si la dicha es cierta
, no lo es menos que generalmente se trata de un tipo de expresión que tiende a cultivarse desde la primera juventud.
Con una trayectoria reconocida como crítico y ensayista, me lancé a escribir cuentos a mediados de los años 90 del pasado siglo, y al parecer fue ese traumático Período Especial que casi nos hizo colapsar como nación el culpable de todo; por suerte, también trajo una manera muy sana y productiva de exorcizar carencias y falencias: la escritura, que a veces era más bien oral como en algún texto reverencié.
No fue, sin embargo, hasta inicios de la próxima centuria que comencé a publicar mis narraciones, y el primer título resultó una sorpresa tan grata y contundente que ya hubiera sido suficiente para no abandonar jamás el género, tal y como ha ocurrido.
Eros-iones (Ed. Unión, 2001) fue esa piedra inicial que generó un lanzamiento desbordado obligando al público a salir de la mediana sala donde se programara en la sede de la UNEAC. El colega Reynaldo González bromeaba durante los días previos a la presentación: Se trata de una curiosidad nacional
, y fuera cierto o no, el hecho me catapultó hacia una triunfal entrada en un mundo que cuenta en Cuba con excelentes cultores.
Luego la crítica y el público dieron su bendición. No me creía lo que alguna gente me comentaba: en mi centro de trabajo se consiguió un solo ejemplar y nos lo rotamos. Yo tengo el 6 en la cola
, cosas así.
El segundo libro salió cinco años después pero repitió el suceso, al punto de tener que organizar por parte de la editorial (en este caso Extramuros) un nuevo lanzamiento en el centro Dulce M. Loynaz
, elegido para ello.
Los que siguieron, honestamente menos multitudinarios han contado siempre con el respaldo del más heterogéneo público y de los críticos, algunos muy exigentes y respetables. A partir del debut también comencé a ser convocado por antologadores para integrar diversas selecciones narrativas.
Aquí reúno entonces una selección personal de los cuentos que considero mejores en lo producido por mí hasta ahora dentro de un género que llegó para quedarse en mi escritura. Ojalá encuentre semejante beneplácito y aprobación en mis nuevos lectores.
Frank Padrón
Setiembre 2016.
Algunas valoraciones
de la crítica cubana
La satisfacción de leer estos cuentos podría explicarse de varias maneras. En primer lugar Frank Padrón esquiva lo espectacular, huye de esos encuadres-anzuelo que casi cualquier lector mordería fácilmente tratándose, en principio, del erotismo, y luego, concretamente, de situaciones donde la sexualidad reposa en lo que el mismo Padrón llamó una vez
la estética del amante semejante, la irresolución del deseo o su carácter precipitadamente resoluto y en consecuencia, accidentado. (...) Ante las demasías del
plástico" literario, los falsos embrollos de la escritura, ese ir a menos del relato donde hay un dilema con el sexo y el placer y la noción de amor, Eros-iones se constituye en un intento logrado de legitimar la sinceridad. De relatar, en principio, experiencias que tienen algo que decirle al sujeto común y a quien, preocupado por el hacerse continuo de las historias de ficción, sabe que muchas de ellas tienen su origen en la propia literatura, en sus mitos seculares, en los grandes libros y en los grandes escritores".
Alberto Garrandés: La erosión, el desgaste, el erotismo
, en: La Gaceta de Cuba, no 5. Set-oct 2001, p 61.
De nueve cuentos, cuatro buenos y cinco que no desagradan. No está nada mal para un narrador
en sus ratos libres, ¿no? En este centenar de páginas se revela una manera tan sencilla y directa de concebir y contar historias desechando artificios elitistas, que resulta refrescante en medio de la ola actual de escritores cada vez más esotéricos y de vocabulario cada vez más rebuscado
Yoss: Las celadas de Ingres, el violín de Narciso
, en: La Gaceta de Cuba, no5, 2007, pp. 60.
"Luego de Eros-iones, de 2001, esperábamos encontrar un nuevo volumen cargado de erotismo, pero afortunadamente, Frank Padrón nos regala en Las celadas de Narciso un abanico temático mucho más amplio sin que abandone por ello del todo las pinceladas de sexo que coloca como buen pintor, en una y otra narración, con experimentada habilidad (...) El autor retrata diversos conflictos sociales sin que llegue al odiado panfleto, ineficaz como todos sabemos. Frank descorre el velo de oscuras intolerancias de ayer, no del todo superadas hoy, y lo hace con humor e inteligencia".
Laidi Fernández de Juan: Para no caer en las celadas
. En: Juventud Rebelde, 20 de marzo de 2007.
"En su cuarta experiencia como narrador, Frank Padrón alcanza con El secreto demonio de los ángeles un catálogo de sumas en las que aprovecha todo un arsenal de vibrantes situaciones e intenciones, a las que cada lector hallará sin dudas, modos diversos de entendimientos y preferencias, pero lo que sí queda claro es que no dejará indiferente a nadie, porque en definitiva todos queremos saber siempre más sobre sexo".
Lourdes González: Entre la semiótica y la Biblia
. En. Granma, 25 de julio de 2014.
"...En este libro, El secreto demonio... Frank Padrón profundiza en el tema de la identidad sexual sin temor a rozar los límites del didactismo, un roce del que sale airoso precisamente por esa proyección de trascender la mera anécdota ficcional. (...). Mérito agregado de la obra es que, pese a esas peculiaridades que pudieran acercar el texto a lo farragoso, sus páginas transcurren como el mejor fluir del tiempo gratamente empleado. Descorre velos, interesa y hace sonreír, por ser variaciones sobre un viejo tema cuya campana sigue sonando, aunque a veces, no sepamos dónde".
María Elena Llana: Donde quiera se cuecen habas
, en: Juventud Rebelde, 17 de julio de 2014.
Eros-Iones¹
La (primera, la) última palabra...
Los escritores Julio Cortázar y Aldous Huxley, se encontraron en un viejo café de Zúrich; un amigo común los presentó y enseguida compartieron una mesa:
―Pruebe usted nuestro mate, Huxley, usted, que está en contra de viajar demasiado, tomará con él un sorbo fuerte de Argentina...
Así lo hizo el inglés. El primer trago le arrancó una pequeña mueca; el segundo, un comentario:
―Un poco amargo como me habían dicho, pero con algo de misterio y de distancias...
―Aun cuando se esté cerca; además, es como un diálogo con pausas que llenar...
², según definición de un paisano.
Todo parece indicar que Huxley le cogió el gusto, pues apartó su vaso de vino bourbon y cedió al mano a mano
con su colega del otro lado del mundo.
―Maestro, no siempre coincido con vos, pero lo tengo como un escritor de cabecera.
―No por devolverle el cumplido, joven, debo informarle que le conozco un poco: su Rayuela es impresionante, y no menos algunos de sus relatos breves.
―A propósito de ellos, escribo por estos días uno sobre la escritura y el propio cuento. Lo tengo prácticamente terminado, pero no logro dar con la última palabra. Ya sé que en el principio era el verbo... pero también debe serlo en el final, y esto es lo que me tiene parado; he intentado con las letras cabalísticas snaim (equilibrio) y thau (síntesis), mas tampoco me han convencido del todo, ¿por qué no me aconseja algo al respecto?
El autor de Contrapunto sonrió con bondad y respondió sin ambages:
―Finalice con la palabra amor
...
Julio no logró disimular su desconcierto; ¿cómo aquel iconoclasta, aquel deshacedor de entuertos en su idioma (que hasta lograban trascender al nuestro), ese admirable pulverizador de lugares comunes y frases hechas, le proponía la más sobada, la más manida de las palabras para el final de su cuento?
Aldous sonrió de nuevo y agregó, siempre con su acentuado
, pero perfecto español:
―Sé bien lo que piensa, más si reflexiona un poco, me dará la razón: de todas las palabras comunes y frases hechas, gastadas, manchadas, ajadas de nuestro vocabulario, sin duda, amor
es la más mugrienta, maloliente y viscosa. Voceada desde un millón de púlpitos, lascivamente canturreada a través de un millón de altavoces, se ha convertido en un insulto al buen gusto y al sentir decente, una obscenidad que uno vacila en pronunciar, y sin embargo, debe pronunciarse; porque al fin y al cabo amor es la última palabra...
Días después, Cortázar finalizó su cuento con la palabra amor
, lo título La primera palabra
y... extravió el manuscrito. Dudó si rescribirlo de semejante forma o hacerlo en torno a aquel encuentro europeo con el admirado colega que le sugirió el desenlace, el título y le hizo cambiar un tanto el sentido inicial del texto.
Incluso, dudó si tal conversación en el viejo café de Zúrich fue real o imaginada, pero de lo que sí estaba totalmente seguro fue de haberla vivido:
No me acuerdo, cómo podría acordarme de ese diálogo ―reflexionaba―. Pero fue así, lo escribo escuchándolo, o lo invento copiándolo, o lo copio inventándolo. Preguntarse de paso si no será eso la literatura...
De un pájaro las dos alas
Para Erna, La Islámica y Coca.
A la memoria de Manela
Prólogo
El avión procedente de San Juan, Puerto Rico, vía Miami aterrizó de noche en el aeropuerto internacional José Martí
de La Habana, y desde que bajaba por la escalerilla, Cuqui se sintió embargado por una sensación agradable; esa energía positiva que nos envuelve cuando llegamos a buen sitio.
Como quien consulta una agenda, repasó mentalmente las prioridades de aquella, su primera visita a la sonada isla mayor del Caribe, toda una leyenda fuera de sus muros: organizar con su amigo, el escritor Ricardo Bonet, el congreso de religiones afroantillanas que debía celebrarse dentro de unos meses en su país; terminar los preparativos para la ceremonia de hacerse santo con Don Remigio, el famoso babalao de Guanabacoa; visitar Varadero (¿será tan bella como dicen?
) y... no por dejarlo para el final, lo menos importante (sólo lo situaba en ese orden para disfrutarlo más); en última instancia, todo lo anterior eran pretextos de un viaje que, si era sincero consigo mismo, tenía como objetivo principalísimo aquella obsesión suya: acostarse con un negro cubano.
Sus amigos coterráneos le habían dado toda tipo de referencias: son los hombres más fogosos del planeta, su piel es una deliciosa y ambigua mezcla de suavidad y dureza; no hay, por ejemplo, un abdomen masculino más terso, unos muslos y un torso mejor contorneados, y sobre todo, despliegan un ardor y una sensualidad que resume al Caribe con todo su calor y su color.
Lo de la peste era mala fama. Es verdad que cuando sudan su olor es un poco fuerte, le habían dicho sus colegas, pero hay negros bien limpios y aseados, como blancos cochinísimos.
Cuqui anhelaba desde hacía tiempo ser poseído por un ejemplar así, y ciertas historias nada halagüeñas no lo amilanaban. A Servando, por ejemplo, uno le sacó una navaja después del encuentro porque no le pareció suficiente lo que le pagó y quería también el reloj y las gafas. Mientras que con Titi, otro que decía haber sido utilero en las giras nacionales de Maggie Carlés, no esperó demasiado: en pleno malecón le sonó un tremendo piñazo por la frente y echó a correr con la cadena de oro del infeliz que llegó a Puerto Rico todavía amoratado.
Pero Cuqui no cejaba en su empeño. Confiaba en que Oloffi lo protegería de semejantes percances y el que le pondría en su camino sería un negro manso, como también los había, sin duda, porque otros amigos contaban experiencias maravillosas, en las que se llegaba incluso a la amistad después de los asuntos.
En esto pensaba cuando, ya equipaje en mano, tomó un auto que lo llevaría a su hotel, el Havana Guitart. No era un carro del INTUR, porque un hombre bastante joven se le adelantó:
―Oiga, amigo, lo llevo adonde vaya por mucho menos de los que va a cobrarle el turitaxi.
Ajustaron, y Cuqui montó en el Lada muy bien atendido por su chofer y propietario, quien tras las preguntas y presentaciones de rigor, le comentó en una suerte de justificación:
―Imagine, hay que hacer esto para vivir, no es mucho lo que se saca pero es la única entrada en divisa, si no...
―¿Y cómo hace para conseguir la gasolina, si está tan escasa como dicen?
―Siempre se inventa, la resuelvo a cincuenta centavos de dólar con un amigo que trabaja en una gasolinera donde la venden sólo en esa moneda, aunque después no es fácil torear a la policía, que siempre anda detrás de uno, pero figúrese, hay que arriesgarse: tengo dos chamacos que ya están pidiendo, y la única manera de conseguir cualquier cosa es con dólares...
El municipio de Boyeros totalmente apagado lo impresionó negativamente:
―¿Ha habido alguna rotura en la empresa eléctrica?
El taxista clandestino sonrió tristemente:
―La rotura la tiene el país, amigo, que no tiene petróleo ni comida.
La entrada a El Vedado le mejoró el ánimo; aun cuando había algunas cuadras totalmente a oscuras, los principales sitios estaban suficientemente iluminados, y volvió a asistirlo la sensación de bienestar que experimentó al bajar del avión, sobre todo al contemplar un lugar tan hermoso, con una arquitectura viva y moderna.
La primera imagen del hotel (inmenso y lleno de cristales) le resultó grata, a pesar de unos chiquillos que lo interceptaron pidiéndole chicles y monedas; se registró, subió a la habitación (bastante cómoda), tomó una ducha y bajó a El Patio, un espacioso bar donde comió y bebió ligeramente. La cuenta lo anonadó:
―Oiga ―dijo a la joven dependiente―, por estos precios dan en Europa una oferta triplemente mejor.
La muchacha ensayó una sonrisa entre indiferente y cómplice, y Cuqui salió a respirar el aire urbano de su primera noche habanera.
Cazador cazado
Sentados en los alrededores del hotel, jóvenes de ambos sexos muy bien vestidos, conversaban entre sí y observaban cada movimiento de quienes entraban y salían, especialmente los extranjeros.
De unos cuarenta años, Cuqui es bajito y con más de una libra sobrante, aunque no feo: su rostro proyecta cierta claridad y tiene facciones finas, pero sabía bien que si fuera un espanto, su éxito
entre nosotros sería el mismo. Recordó algo que leyó en una revista gay mexicana: las impresiones de un periodista tras su visita a la Isla; decía algo como:
La extendida fauna de luchadores
profesionales que puede mostrar el atlas cubano, no tiene para nada en cuenta otros valores que el bolsillo; da lo mismo un efebo, una adefesio que una momia egipcia; ni el sexo, ni la tendencia sexual, ni la raza, ni la edad, ni el país de procedencia ni mucho menos las ideas importan en absoluto. si pagan ―en efectivo o en especias― obtienen lo que desean en materia carnal, a pesar de que la ya extendida competencia
y la situación del país coadyuvan a que las tarifas
sean más que modestas, incluso pobres. Y eso que la mayor de las Antillas oferta, en ambos sexos, beldades sin rival en toda la América Latina, y posiblemente más allá.
De pronto una sonrisa de cine lo conminó al saludo: su mirada se topó con la de un trigueño alto y bien formado:
―Eh, amigo ―le interpeló el noctámbulo―, ¿no es de aquí, verdad?, pero déjeme adivinar; juraría que es... de Venezuela o de México.
―No está usted muy ducho en fisonomías latinas ―respondió sonriente el abordado―, soy puertorriqueño, de San Juan, me llamo Carlos Toledo pero me dicen Cuqui.
―Oiga, le juro que pensé también en esa posibilidad, pero bueno, encantado, Cuqui, yo soy Heberto aunque me dicen el Keny... ¿Primera vez en Cuba?
―Sí, sí.
―Y qué, ¿cómo se siente?
―Bien, hombre, pero todavía es muy rápido, apenas llego...
―Venga acá, Cuqui ―y al decir esto volvió su tono más íntimo―, ¿no le gustaría una buena compañía femenina para su primera noche?
―No, no, muchas gracias ―le respondió casi en una carcajada el visitante.
―Bueno ―dijo el otro adoptando ahora una pose algo erótica―... ¿y masculina?
No olvidemos lo que deseaba Cuqui en primer término con vehemencia, pero su espectro sexual era muy amplio, y a decir verdad, aquella pieza
no le desagradaba en absoluto:
―Hombre, ahora cambia la cosa, ¿por ejemplo?
―Mire, ¿ve allá al frente, en la esquina de ese cine?, todos los que están sentados en el murito o de pie, conversando, son colegas míos y están a su disposición. Cruce conmigo la calle y elija al que desee, inmediatamente se lo cuadro.
Había en realidad de todo, para todos los gustos: muy jovencitos o con más de veinte años, pelados casi al rape o de cabellos muy largos, sueltos o recogidos en varias formas, rubios y trigueños, negros, mulatos y blancos, lampiños y velludos; en camiseta y short o vestidos más de noche; algunos femeninos, otros de sobrada virilidad, no faltaban los ambiguos, los andróginos y hasta una que otra muchacha, pero todos muy modernos, muy bien parecidos.
Cuqui pasó revista detenidamente. Descartó de inmediato la tinta (así le decían sus amigos de allá a los negros); le resultaban demasiado estilizados y falsos, como si desearan blanquearse
o parecer más finos de lo que en realidad eran, cuando no francamente afectados, feminoides, y ya sabemos qué buscaba él: un producto legítimo
; había gente muy simpática, pero lo cierto es que ninguno le resultó tan atractivo como su espontáneo guía.
―Permíteme una pregunta bastante personal, Keny, en esa oferta... ¿no entras tú?
El interpelado sonrió con cierta malicia y respondió con seguridad:
―Para serte franco, Cuqui, no me dedico exactamente a eso, pero... siempre se hace un esfuerzo. Yo soy intermediario
y opero
por aquí. Tenemos hasta nuestras zonas, ¿sabes?: los hay en el Riviera, en el Nacional, en los hoteles de Playa, en Centro Habana... el Malecón no, va gente de baja catadura, generalmente del interior...
―Mmm, qué interesante.
―Sí, por ejemplo, al visitante le gustan las muchachas ―continuó― tengo mis contactos con varias en 5ta Avenida, y si hay tiempo, manejo teléfonos y casas donde pueden verse. Si son como tú, ya ves, es todavía más fácil, sólo hay que cruzar la calle.
―Es que no sé, Keny, de verdad me has gustado mucho.
―Vale, boricua, vale. Mira, estás de suerte; en el hotel es muy difícil, ni tirándole bien
a los ascensoristas puedes subir, sobre todo con hombres, pero da la casualidad que uno de los que está trabajando en este turno es paisano mío, somos los dos de Sancti Spíritus y creo que podemos resolver; claro, siempre le pasas
algo después.
―Por supuesto, no hay problema en eso.
Así ocurrió; Keny no sólo resultaba bien parecido y agradable, sino que se colaba por el hueco de una aguja... o por el elevador de un gran hotel. Fueron directamente al ascensor donde estaba su amigo; al abrirse la puerta le hizo una seña y entraron los dos sin dificultad, con varios turistas que parecían alemanes e indicaron en un pésimo español su destino: el piso veintidós. Ellos se bajaron en el dieciocho y se dirigieron a la habitación de Cuqui, no sin que antes, al bajar de nuevo, el ascensorista abriera la puerta en el mismo sitio ya sin nadie en el ascensor, y recibiera por manos de su amigo, previa coordinación con el boricua, un billete de cinco dólares.
El banquete
El primer vuelo
cubano de Cuqui fue un éxito: aquel muchacho, que no pasaba de veinticinco años, era una de esa gente preparada para bregar
en la vida, como dicen en Puerto Rico. Lo satisfizo al máximo, se comportó en la intimidad de la manera más abierta y desprejuiciada. Por momentos fue un macho cabrío, otros... no tanto, pero siempre fue complaciente, dulce, como si aquel gordito insignificante fuera la más apetitosa doncella o el más apuesto galán.
Al finalizar, después de apurar el último trago de un excelente whisky que viajaba siempre con el turista, este le extendió tres billetes nuevos de diez dólares. Por mucho que trató de parecer indiferente, Keny no pudo disimular su alegría y asombro. Aun cuando las cosas fueran bien, era siempre menos lo que sacaba a duras penas en todo un mes; dentro de ese negocio
los extranjeros reservaban sus mejores pagas (las cuales, como había escrito aquel articulista mexicano, no eran por lo general nada elevadas) para los objetos directos de su placer, mientras que los contratados
cubanos, que debían entregar a los intermediarios
el diez por