Los Casos de Axel: La Honjō Masamune desaparecida: Los casos de Axel
Por Jerry Bader
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El investigador Axel Webb es contratado por un agente japonés Naichō por recomendación de su amigo yakuza, Hibiki Sato, para encontrar la katana Honjō Masamune que fue vista por última vez en 1945 cuando fue sustraída de una comisaría de Mejiro por un sargento del ejército estadounidense. El nombre del sargento fue registrado por la policía en japonés. Años más tarde, se transcribe de vuelta al inglés. El problema es que no hay constancia de que nadie con ese nombre sirviera en Japón durante la ocupación posterior a la guerra. La catana no es una espada cualquiera; se considera la espada más perfecta jamás fabricada. También es un símbolo del shogunato Tokugawa. El Gobierno japonés no quiere que el tesoro nacional perdido y antiguo símbolo cultural caiga en manos de un partido político neofascista de reciente creación decidido a hacerse con el poder y devolver al país a su política de preguerra.
El nuevo partido político, el Meiyo Aru Dōmei, es una alianza de catorce grupos de extrema derecha, entre los que se encuentran el político Junichi Kato, Líder del Azuna-tō, la Yakuza, Fukashi Nakamura, Kumichō del Meiyo-kai, y Daizō Hokama, Líder de la alianza, Meiyo Aru Dōmei. Hokama quiere utilizar la catana perdida Honjō Masamune como un símbolo de unión que sus seguidores y el público puedan respaldar.
Un podcaster de Toronto se interesa por la espada perdida. Durante su investigación, averigua el nombre correcto del sargento que recogió la espada de la comisaría. Anuncia que revelará el nombre del soldado en su próxima emisión, pero es asesinado antes de tener la oportunidad. Su hija contrata a Axel para que averigüe quién mató a su padre. Axel y uno de los socios más cercanos de Hibiki, un yakuza del tamaño de un sumo conocido como Ōotoko, siguen la pista de la espada hasta un gánster de Buffalo, Jimmy Kowalski. Pero los hombres de Nakamura les roban la espada antes de que Axel y Ōotoko puedan negociar un trato.
Axel y Ōotoko deben negar a los extremistas su símbolo y devolverla al Gobierno, pero los Naichō no son los únicos que quieren la espada. El gángster de Búfalo, Jimmy Kowalski, quiere recuperarla, cueste lo que cueste, y Daizō Hokama hará cualquier cosa, incluido el asesinato, para conservarla.
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Comentarios para Los Casos de Axel
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Este caso es especialmente interesante, por la inmersión que hace en los misterios de las mafias niponas. Es ágil, se lee muy bien, y contiene esclarecedoras notas al pie que explican muchos de los términos que nos son extraños a los lectores en habla hispana. Recomendable.
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Los Casos de Axel - Jerry Bader
Capítulo 1
El botín es para el vencedor
1945, ciudad de Toshima, Tokio
El capitán Terence Willard y el sargento J. C. Eagle ocupan sus asientos en un jeep frente a la comisaría de Mejiro en la ciudad de Toshima, Tokio. Willard es el tipo de hombre tan apreciado por sus superiores como aborrecido por quienes dependen de él. Es el ayudante de campo del general Wilbur Gloucester, encargado de desarmar a la población civil de Japón. Ser ayudante de Gloucester conlleva ventajas, pero también obligaciones que podrían describirse mejor con el ambiguo calificativo de extraoficiales. Una de las tareas de este tipo es rastrear y recopilar el mayor número posible de espadas de la escuela Sōshū de fabricación tradicional y artesanal, propiedad de familias de élite.
La guerra tiene un precio muy alto para los que sobreviven a ella. Como resultado, los supervivientes a menudo se sienten con derecho a llevarse trofeos. Llevarse un recuerdo de un combatiente muerto es habitual en la mayoría de las guerras, sin importar el uniforme con el que se sirva. Ocurre con la pistolas Luger en el entorno europeo y las espadas Shōwatō en el Pacífico. Todos los oficiales del ejército y la marina japoneses estaban obligados a portar una espada. Para satisfacer la demanda: se fabricaron Shōwatōs baratas y en serie. El valor intrínseco de estas espadas es bajo o nulo, más allá de ser un recuerdo. Pero el general Wilbur Gloucester no es el vulgar soldado carroñero con ganas de colgar un trofeo en la pared de su cuchitril para impresionar a sus colegas en una noche de póquer. Gloucester es un coleccionista de espadas antiguas, muy apreciadas y fabricadas a mano según la tradición samurái. Son espadas que pertenecieron a la élite política y militar, personas como el príncipe Tokugawa Iemasa, jefe del clan Tokugawa al final de la Segunda Guerra Mundial.
Para cumplir con la orden de desarme del comandante supremo de las potencias aliadas, el general Douglas MacArthur, y para demostrar su liderazgo en la cooperación con las fuerzas de ocupación, el príncipe recopiló catorce espadas de incalculable valor cultural y espiritual de su familia. Fueron depositadas en la comisaría de Mejiro, donde debían ser confiscadas por un sargento de la Comisión de Liquidación de Extranjeros y entregadas a la armería de Akabane. Miles de espadas fueron recogidas y almacenadas para su destrucción final. Era práctica común que los soldados llegaran a la armería de Akabane, donde se les daba vía libre para elegir un recuerdo que llevarse a casa.
Sería un crimen cultural destruir una obra maestra de setecientos años de antigüedad realizada por el principal maestro forjador de espadas, Gorō Nyūdō Masamune, el hombre que elaboró la legendaria Honjō Masamune, una de las catorce espadas entregadas por Tokugawa, una espada considerada la más fina jamás fabricada.
—Se darán cuenta de que no soy uno del montón —dice el sargento Eagle.
—Tranquilo —dice el capitán Willard—, se la pela quién seas. Además, a ellos, todos los soldados les parecen iguales.
—¿Y si me preguntan el nombre? Si me atrapan, mi cuello acabará en la soga, no el suyo.
—Claro que te preguntarán tu nombre, es el protocolo. Estos tipos son tan minuciosos como los alemanes con los registros, pero lo escribirán fonéticamente en japonés. Nadie podrá volver a convertirlo correctamente al inglés.
—Eso lo dice usted.
—Es una orden directa del general Gloucester, sargento, así que mueve tu culo a la comisaría y consigue las espadas. No dejes que esos idiotas de Akabane destruyan unas piezas de valor incalculable. ¡Venga, ya estás tardando!
Capítulo 2
El arte de comer
En la actualidad
Āto Obu Dainingu, calle Scollard, Toronto
Hacía tiempo que no veía a mi amigo Hibiki Sato. Ni siquiera estoy seguro de que se pueda llamar amigo a un gánster de la Yakuza, pero para mí es lo más parecido. Además de mi compañera, JoJo, y de Marco, su novio y mi investigador jefe, tengo pocos amigos. No es fácil forjar demasiadas relaciones estrechas cuando tu trabajo consiste en husmear en los secretos de los demás.
Mi trabajo consiste en encontrar cosas para la gente: objetos perdidos, robados o apropiados indebidamente por algún medio inconfesable. Es el tipo de trabajo que no hace muy popular a la gente como yo y, sinceramente, así me va bien. Lamento algunas de las oportunidades perdidas que se me han presentado. Las relaciones con la restauradora Katrina Kline, la condesa italiana Charlotte Savola y la académica de arte japonesa Katherine Hendricks; todas descarrilaron cuando se interpuso mi trabajo. Puede que llegue el día en que abandone el juego o encuentre una compañera que tolere mi estilo de vida volátil, pero no me hago ilusiones.
La última vez que vi a Hibiki cenamos en Londres, en el Savoy. Celebrábamos la venta de un manuscrito de cuatrocientos años de antigüedad. Fue un caso rentable para Hibiki y para mí, pero me costó mi relación con Kat Hendricks. La echo de menos, aunque la ruptura fue decisión suya. Al reflexionar, me di cuenta de que nuestra relación y su interés eran de índole comercial: me pagaron por encontrar el manuscrito, y Kat consiguió un contrato de edición para contar la historia. No dejes que nadie te diga que las mujeres son más románticas que los hombres.
No tengo ni idea de por qué está Hibiki en la ciudad, pero habría sido descortés por su parte estar en Toronto y no llamarme. Me pidió que nos viéramos en el Āto Obu Dainingu, un nuevo restaurante japonés de alta gama que atrae a quienes consideran que la comida es un arte. Admitiré que el lugar es extraordinario. Los suelos y paredes de hormigón están llenos de caligrafía kanji e hiragana, así como de imágenes de máscaras Noh y retratos de samuráis históricos y bellas geishas. Las mesas de madera y los taburetes de caja de cuatro lados que hacen las veces de asientos están hechos de lo que parece madera restaurada, lo que da al lugar la sensación de un local de sushi de un callejón de Tokio levemente iluminado. Un vistazo a los precios del menú enmarcado junto a la puerta principal me dice que el interior de estilo grunge refinado le costó una fortuna a sus propietarios.
Me señalan una mesa al fondo del restaurante. Hibiki y otro japonés ya ocupan sus asientos. Veo cómo el guardaespaldas de Hibiki, del tamaño de un sumo, se sienta a duras penas en uno de los bancos de madera de una mesa próxima a la nuestra.
Hibiki y el otro hombre se levantan para saludarme. Hibiki hace dobla la cintura:
—Axel, amigo, me alegro de volver a verte.
Hago una reverencia, como su saludo formal:
—Siempre es un placer, socio.
—Me gustaría presentarte a Haru Hashimoto. Es un agregado cultural de Tokio en la ciudad —Hashimoto hace su reverencia.
—Es un placer conocerle, señor Webb —habla con un inglés perfecto, casi sin acento.
Me inclino como respuesta.
—Encantado de conocerle. Hashimoto-san. Y por favor, llámame Axel. Cualquier amigo de Hibiki es amigo mío.
Hashimoto sonríe.
—Sí, por supuesto, y tú llámame Haru, por favor —Nos sentamos.
—Espero que no te importe: pedí al cocinero que nos preparara tres platos especiales. Como invitado mío, puedes elegir.
—Magnífico —en cualquier caso, no sabría qué pedir. Llega una atractiva camarera japonesa, balanceando tres platos.
Se inclina mientras equilibra con pericia los tres platos. La camarera coloca un plato cada vez en la mesa a medida que lo va describiendo.
—El primero es un filete de Wagyu australiano de 4 onzas asado al