Ala hora de adentrarnos en el mundo de las armas de la nobleza guerrera japonesa -los bushi o samurais-, es importante establecer una serie de clasificaciones diferenciadas, de forma que el estudio resulte más ordenado. La primera sería la división entre armas funcionales y armas de estatus, donde las primeras serían meros objetos para la guerra mientras que las segundas, además de cumplir su función práctica, contarían con un importante peso simbólico y protocolario. En el primer grupo estarían las hachas, cachiporras, guadañas y un sinfín de armas de madera con o sin refuerzos metálicos, tales como bastones de diferentes tamaños. En el segundo bloque, piezas que nos son más familiares cuando pensamos en samuráis, es decir, arcos, lanzas, alabardas y, por supuesto, sables o espadas. Es importante destacar que las armas del primer grupo adquieren su condición de armas cuando han sido concebidas para el combate desde su origen, descartándose así un sinfín de objetos domésticos que con facilidad pueden incluirse en arsenales de campesinos o del imaginario ninja.
Otra forma de clasificarlas sería por su valor económico y artístico; por supuesto, el primero de los grupos serían aquellas armas de escaso valor dentro de la ya mencionada dimensión que definía a algunos cuerpos samuráis del periodo Edo (1603-1868), o el arco y la flecha, símbolo del samurái hasta casi el siglo XV, que rara vez alcanzaban un alto valor económico o artístico, salvo contadas excepciones más protocolarias que funcionales. Por otra parte, sables, puñales, lanzas, alabardas e incluso arcabuces tuvieron por lo general un elevado precio, y en la mayoría de los casos eran realizados por artistas de la forja, la orfebrería, el lacado, la ebanistería… Estamos hablando de piezas cuyo valor superaba un , moneda de oro con la que podía adquirirse la cantidad de arroz necesaria para comer por un año.