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El señor Matsuda
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El señor Matsuda
Libro electrónico95 páginas1 hora

El señor Matsuda

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Los niños del barrio conjeturan acerca del sr. Matsuda, un japonés que ha llegado a vivir al vecindario e instalado un vivero, prejuiciados por las películas de guerra donde los nipones son siempre los malos. Se da entonces para uno de ellos, el protagonista de este relato, la oportunidad de trabajar con el nuevo vecino, ayudándole durante el verano en el vivero. Así comienza a florecer una amistad entre estas dos personas de diferentes generaciones y nacionalidades, enterándose el pequeño no solo de que su nuevo amigo luchó en la Segunda Guerra Mundial y tuvo la desgracia de ver y vivir en carne propia cuando Estados Unidos lanzó la bomba atómica de Hiroshima, sino además que en un conflicto bélico ser el malo o bueno es algo muy relativo y depende de quién haya ganado la guerra o escrito la historia. Por su parte, el sr. Matsuda aprende del niño que las tradiciones siempre se pueden flexibilizar cuando se trata de tener cerca de la familia.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 may 2018
ISBN9789561811171
El señor Matsuda

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    El señor Matsuda - Felipe Jordán Jiménez

    El señor Matsuda

    © Felipe Jordán Jiménez

    Edición y diseño: Equipo Edebé Chile

    © 2014 by Editorial Don Bosco S. A.

    General Bulnes 35

    Santiago de Chile

    www.edebe.cl

    docentes@edebe.cl

    Registro de Propiedad Intelectual Nº 241.461

    ISBN Edición impreso: 978-956-18-0905-5

    ISBN Edición digital: 978-956-18-1117-1

    Primera edición impresa, junio 2014

    Tercera reimpresión, noviembre 2017

    Primera edición Ebook, abril 2018

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    info@ebookspatagonia.com

    Ninguna parte de este libro, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por procedimientos mecánicos, ópticos, químicos o electrónicos, incluidas las fotocopias, sin permiso escrito del editor.

    Índice

    Nippon

    Samurái

    Kiku

    Yamato

    Nagano

    ¡Banzai!

    Tokkotai

    Hiroshima

    Acerca de un poeta japonés y otras yerbas

    EL SEÑOR MATSUDA

    Felipe Jordán Jiménez

    "La muerte de cualquiera me disminuye,

    porque soy parte de la humanidad…"

    (John Donne).

    A todos…

    (y a mí, por supuesto).

    Bandera de la Marina Imperial Japonesa

    La Segunda Guerra Mundial, ocurrida entre los años 1939 y 1945, efectivamente fue la mayor confrontación bélica de la historia de la humanidad en la que, de una u otra manera, todos los pueblos alrededor de la Tierra se vieron involucrados, directa o indirectamente. La lucha armada se extendió por todo el orbe, especialmente en los mares en los que barcos y submarinos enemigos se atacaban donde fuera que se encontrasen. En seis años de continuos enfrentamientos, países enteros fueron devastados y millones de personas murieron, entre soldados y civiles.

    Aun al concluir, para los sobrevivientes nada volvió a ser lo mismo, especialmente en las naciones derrotadas, cuyos pueblos, en la mayoría de los casos, nunca comprendieron cabalmente las razones de sus dirigentes al lanzarlos hacia la desastrosa aventura de la guerra.

    El Japón fue uno de esos pueblos…

    El acorazado japonés Yamato explota tras ser bombardeado el 17 de abril de 1945.

    La tormenta implacable

    destrozó mi jardín.

    Las flores volaron hacia el mar infinito,

    pero no lloré por eso, sino por mí:

    no pude ir con ellas

    y no fui.

    (Nishida Matsuda)

    Puente de mando de destructor clase Fubuki.

    I

    Nippon

    ¹

    Durante la Segunda Guerra Mundial, la Armada Imperial Japonesa llegó a contar con más de cuatrocientas naves de guerra de gran tonelaje y cerca de trescientos mil efectivos. Al final del conflicto, casi la totalidad de sus barcos habían sido hundidos o inutilizados y menos de un tercio de sus hombres regresaron con vida a Japón.

    Tropas japonesas ocupan Hong Kong en 1941.


    1 Nippon (o Nihon), así le dicen los japoneses a su país.

    En las películas de guerra los japoneses siempre eran los malos y el cine es una verdad que, a los diez años, no se cuestiona. Además, esos hombres pequeños, enfundados en sus grises uniformes, siempre enojados (salvo cuando comían, única escena de todos los filmes que vi en la que se reían, invariablemente con la boca llena de arroz que saltaba hacia la cámara), sin duda despertaban recelo con su mirar oblicuo y esas espadas afiladas como navajas. Había en los japoneses de las películas un sello de maldad irrefutable que se traducía en esa fealdad estética que los caracterizaba, desde el corte de pelo estilo samurái, hasta sus aviones y barcos tan insulsos, toscos y rudimentarios.

    Sin embargo, aun con lo poca cosa que parecían, fueron capaces de darle dura pelea a los héroes incondicionales de Hollywood, hundiendo sus barcos en traicioneros ataques por sorpresa, derribando sus aviones con pertinacia irreverente sobre el Pacífico Sur y, finalmente, lanzándose sobre sus portaaviones en un desesperado picado para morir por el emperador. Así las cosas, fue un alivio que perdieran la guerra, aun cuando tuvieran que rendirse ante el devastador argumento de las dos bombas atómicas que los buenos les dejaron caer sobre sus cabezas, aplastando su malignidad para siempre.

    A mis diez años, las cosas eran blanco o negro, tal como en la televisión, y los buenos eran los buenos y los malos… terminaban muertos. Luego del The End inexorable, costaba volver a la realidad y nunca se hacía del todo. Mis amigos y yo éramos prueba de ello, pues admirábamos a los soldados de su majestad, al séptimo de caballería, a los legionarios franceses, a la Real Fuerza Aérea, a los infantes de marina, etc., y odiábamos a los malos fueran rebeldes, pieles rojas, árabes, alemanes o, por supuesto, japoneses. Aún no sabíamos que el gris también existía y que los buenos no siempre lo eran del todo y los malos, tampoco. Por ello, la aparición inesperada del señor Matsuda nos descolocó tanto.

    Allá por los años setenta, sin duda había muchos extranjeros en Chile, pero muy pocos eran de lugares tan lejanos y extraños como Japón. Debido a

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