Síndrome Adolescente. Un amor invisible
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Pedro Aguirre Tornero nació en Perú en 2004, pero a los dos años emigró a España con su familia. Los números siempre han sido su gran pasión hasta que un día, durante las clases, le pidieron realizar un escrito y comprendió cómo las palabras le permitían expresar sus ideas y sentimientos más profundos. A los dieciocho años, a pesar de estudiar enfermería en la UDL, la lectura y la escritura siguen siendo una parte importante de su vida y con su libro Síndrome Adolescente: Un amor invisible quiere poner al descubierto y compartir todas aquellas emociones que sintió durante su etapa escolar.
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Síndrome Adolescente. Un amor invisible - Pedro Jair Aguirre Tornero
Capítulo Uno
UN NUEVO COMIENZO
Sonó el despertador. 8:30 de la mañana del 21 de enero. Ethan se despertó dando un grito.
Cuando se levantó tuvo la extraña sensación de haber tenido un sueño importante; uno que le había provocado una comezón intolerable en las piernas. Las comprobó para confirmar que nada extraño haya vuelto a ocurrir.
Estas seguían manteniendo las marcas extrañas, en forma de zigzag, que le aparecieron la mañana del 25 de diciembre, después de una noche confusa y dolorosa. Él sabía que, lo que había olvidado aquella mañana, era de vital importancia, pero en aquel momento, por más que intentó recordar, buscar pistas o alguna señal dejada por su yo de aquella noche, no consiguió encontrar nada más que sus piernas cubiertas de una sangre rojiza reseca.
Sin ganas de ir al instituto, se dispuso a preparar su desayuno y el de su hermana pequeña que, como siempre, iba a despertarla porque de lo contrario permanecería abrazada a su koala de peluche hasta la tarde sin comer. – ¡Cloe a desayunar, tienes que levantarte ya! – Gritó Ethan abriendo la puerta del dormitorio.
Ethan encendió la luz.
Después de desayunar, cogió su mochila, ató sus zapatos y se despidió de su querida hermana con una sonrisa y un cálido abrazo.
Hasta el momento todo parecía cuento de una familia feliz, pero, al salir por la puerta de su vivienda, su rostro cambió, tornándose más sombrío, lúgubre, con una mirada melancólica de los tiempos en cuando sus problemas eran fácilmente resueltos por sus padres que, por motivos personales ya no estaban con él. Ligeramente cansado por el incremento de tareas y trabajos impuestos por los profesores antes de la semana de exámenes, caminó tranquilamente hacia el ascensor. El botón, presionado con desgana, para su sorpresa, funcionaba correctamente. Así, llegó al portal de su edificio.
Dirigió su mirada a la mañana sobre su cabeza. Un sol radiante lo cegó temporalmente. Y dijo Sorprendente, un día de sol en enero y encima hace un poco de calor
. Se cubrió los ojos con su brazo y siguió caminando.
Bajo aquella cálida brisa que en momentos esporádicos se escabullía entre sus ropas de una forma juguetona, como si pretendiera animarlo un poco, despojarlo de sus pensamientos divagantes, decidió, al final, quitarse la chaqueta. Una chaqueta regalada por una chica que en aquel momento desconocía y, ahora, después de diez años de aquel predestinado encuentro, solo recordaba sus palabras. Cuídala, es para ti Ethan, la necesitarás
.
Al llegar a un cruce vio al vagabundo durmiendo y tiritando por el ligero frío que aún hacía acto de presencia, como siempre solo, estirado sobre unos cartones en la esquina sin una manta con la que poder cubrirse.
Los padres tapaban los ojos de sus niños mientras pasaban de largo. Y los demás transeúntes, ni lo miraban.
Ethan no era muy diferente de ellos, la gran mayoría de días, incluso semanas atrás, lo ignoraba, como si el pobre no existiera a sus ojos.
La situación cambió cuando vio que aquel hombre desarrapado estuvo a punto de ser atropellado. Desde entonces sentía la necesidad de querer hacer algo para ayudarlo. Ya no podía seguir ignorándolo como si fuera aire. – Extraño ¿verdad?
Sin saber qué lo impulsó, le puso su chaqueta sin que él se diera cuenta. Y después, prosiguió su camino.
*
Aquel vagabundo era Scott Davis. Antaño, era un humilde trabajador de oficina con su propio sueldo y una esposa con la que era feliz, pero… Todo cambió el día que su empresa cayó en bancarrota. Sus jefes no tuvieron más remedio que recortar el personal para salvar los restos que quedaban. Desde entonces, no levantó cabeza. Se volvió adicto al alcohol, a los juegos de apuesta… Su esposa, sin poder aguantar más aquella espiral de vicios, no tuvo más remedio que marcharse. Y así lo hizo la mujer la noche en la que su marido se fue a jugar a las tragaperras. Al volver a casa solo encontró una simple nota Suerte Scott, no me culpes
. La cuál, al leerla, hizo que la furia se apoderase de él. Y tras calmarse volvió a leer el No me culpes
. Era obvio, aún en su estado alcoholizado sabía que su mujer no tuvo la culpa de nada, pero eso no pudo evitar que se preguntara ¿Porque le había abandonado? ¿No se suponía que alguien se casaba para estar siempre juntos, en las buenas y en las malas, en la enfermedad y pobreza? Que sartas de mentiras
– dijo finalmente tras dejar caer unas lágrimas mientras sorbía de su botella de whisky y susurró después El amor, delante de un gran problema se desvanece, todo es mentira
. Un nuevo ataque de ira hizo que lanzara la cámara que tenía en la repisa de detrás y con la que había crecido y tomado las fotos de su luna de miel contra la pared. Después, arrancó nuevamente en llanto, tomó su botella de whisky para dar unos sorbos más y volvió a llorar.
A los pocos días, el banco le quitó la casa sin poder llevarse sus muebles ni electrodomésticos, solo le permitieron llevarse los restos de la cámara hecha añicos que había intentado reconstruir después de calmarse un poco. Sin tener un lugar al que ir, ahora que estaba solo, cogió unos cartones y se asentó en la esquina donde se encontraba su antiguo habitáculo, esperando a la muerte. El día después a Año Nuevo de no ser por un chico cuya cartera se cayó tras abalanzarse contra él para salvarlo hubiera conseguido su tan ansiado deseo. ¿Por qué, me ha salvado?
– fueron sus palabras.
Ahora, medio dormido en el cruce, pues le era imposible dormir por completo con el ruido de los coches y el frío, vio como un chico diferente le puso su chaqueta.
En un primer momento, sintió las ganas de decirle que no la necesitaba, que ya había decidido morirse, pero, por el hambre, no tenía fuerzas para alcanzarlo entre la multitud. Por suerte vio su rostro, apagado, serio, con unos ojos parecidos a los suyos; sin vida. Todo en él denotaba que tenía problemas, pero pese a lucir así, caminaba con seguridad y la mirada al frente. Qué chico tan fuerte
.
Y cuando ya le parecía que nunca lo volvería a encontrar, lo hizo. Y unos días más tarde el cambió llegó. *
Pensativo, con la cabeza mirando sus zapatos con los cordones desatados, siguió caminando sin hacer caso a lo que ocurría a su alrededor.
Sin darse cuenta, llegó a la puerta de su instituto.
Si no fuera por las voces de Allan y Mark que, como siempre, estaban comentando lo que habían hecho el fin de semana, Ethan hubiera continuado su camino.
Al pasar por portería dirigió un saludo cordial a la secretaria, una señora que, pese a su avanzada edad, seguía las tendencias y modas de los jóvenes, desde escuchar las bandas más populares hasta ver películas juveniles.
Subió los escalones, los cuáles, uno tras otro, se hacían cada vez más pesados. No por tener que oír las risas de los demás estudiantes que, pese a quedar dos minutos para iniciar las clases, yacían inmóviles bloqueando el paso a los demás, sino por los casos que se encontraba mientras se dirigía a su clase en la segunda planta.
Sabía que, para los chicos de su edad, era fundamental adaptarse a la atmósfera del colegio y a las comunidades ya creadas. En su mente, se encontraba, para su infortunio, un razonamiento extraído de la propia experiencia. "Nadie quiere cambios. Si alguien destaca mucho lo podrían tachar de engreído o molesto, lo cual les asegura un bullying inmediato." Por esta razón había chicos y chicas que permanecían con un grupo pese a ser ignorados, realizaban críticas, pese a no querer hacerlo, a diferentes personas aprovechando que no estaban o comentaban rumores sin confirmar su veracidad y sin saber de quiénes se hablaba.
Al llegar a su clase; una ligeramente desordenada con pupitres de costado y las filas sin alinear y con diferentes grupos fácilmente distinguibles, al fondo los populares con Allan y Mark como centro, los frikis a un lado hablando de videojuegos y otros temas comunes para ellos. En el otro