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La Roja: Historias de selección
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Libro electrónico282 páginas3 horas

La Roja: Historias de selección

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¿Crees que sabes todo sobre la selección chilena en los mundiales? ¿La roja es tu gran pasión? ¿Quieres conocer las curiosidades de los jugadores de Chile camino a Brasil 2014?
Te presentamos un libro imperdible para todos los fanáticos del fútbol y para aquellos que, rumbo al Mundial, desean conocer más sobre el equipo que hace vibrar a todo un país.
La Roja, historias de la selección recopila anécdotas, biografías, estadísticas y todo lo que debes saber sobre la historia y los jugadores de La Roja. Entretenido, ágil y «directo a la cancha». ¡Para quedar como campeón con tus amigos!
IdiomaEspañol
EditorialRIL editores
Fecha de lanzamiento26 jul 2023
ISBN9789560113764
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    La Roja - Carlos González

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    La Roja: historias de selección

    RIL editores

    bibliodiversidad

    CARLOS GONZÁLEZ

    LUIS NAVARRETE

    BRAIAN QUEZADA

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    La Roja:

    Crónicas de selección

    Primera edición: abril de 2014

    © Carlos González, Luis Navarrete y Braian Quezada, 2014

    Registro de Propiedad Intelectual

    Nº 239.520

    © RIL® editores, 2014

    Los Leones 2258

    cp 7511055 Providencia

    Santiago de Chile

    Tel. Fax. (56-2) 22238100

    ril@rileditores.com • www.rileditores.com

    Composición, diseño de portada e impresión: RIL® editores

    Fotografía de portada: Pedro Rodríguez

    Foto autores: Pablo Maturana

    Ilustraciones: Constanza Gallardo

    Impreso en Chile • Printed in Chile

    ISBN 978-956-01-0082-5

    Derechos reservados.

    Presentación

    La selección de fútbol de Chile podrá no tener títulos oficiales en más de un siglo de existencia, pero no por ello su historia no es apasionante, y es un fenómeno de efervescencia digno de estudio. Muy pocos elementos tienen la suficiente fuerza como para aglutinar a una sociedad tan fragmentada como la chilena. Y uno de estos, es el ver a 11 personas saliendo a una cancha de fútbol vestidos con camiseta roja, short azul y calcetas blancas.

    Este libro consta de tres partes: la primera es una serie de crónicas que engloban todas las participaciones mundialistas de la Selección Nacional. Sin contar la Copa del Mundo de Brasil 2014, Chile ha participado de ocho mundiales de fútbol, y estuvo presente en el primero, fue sede de otro (y salió tercero), y llegó a estar casi medio siglo sin poder ganar un partido. Ha perdido más de lo que ha ganado y le han ocurrido varios chascos, pero en cada una de las citas planetarias que ha jugado consiguió llegar al gol, y jamás ha pasado un bochorno del cual avergonzarse, como sí ha ocurrido en otras competencias.

    La segunda parte contiene historias excepcionales (en el buen y mal sentido de la palabra) de la Roja que no transcurrieron en un Mundial, pero que también merecen su espacio en este libro. Y la parte final, ofrece un anecdotario de aquellos futbolistas que, muy probablemente, representen al país en la Copa del Mundo en Brasil.

    Pero, por sobre todo, la obra que comienza con estas líneas marca el debut en las lides literarias del maestro de las estadísticas deportivas, Luis Navarrete Herrera. Con tres décadas de trayectoria en un oficio tan noble como sigiloso, como es el de proveer datos para que otros se luzcan, ha llegado la oportunidad para devolverle la mano.

    Queremos que este libro se convierta en una base, en una referencia y un punto de partida para nuestras lectoras y lectores. En ningún caso, que se transforme en una supuesta biblia o fuente de verdad absoluta.

    Los autores

    Primera parte

    Crónicas mundialistas

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    Subiabre: potente de pies y manos

    Manden a decir que mañana haré lo posible para que la afición chilena no tenga que esperar mucho rato las buenas noticias que están esperando. Desde luego voy a encargar a mi «tocayito» Saavedra y Ojeda, que son tan buenos conmigo, que me larguen la pelota apenas me vean, aunque sea a treinta metros de la valla contraria, porque no erraré cañonazo.

    (Guillermo Subiabre antes de enfrentar a Francia en el Mundial de 1930)

    Guillermo Subiabre Astorga fue uno de los primeros ídolos en la historia del fútbol chileno. Los mejores años de su carrera deportiva ocurrieron cuando todavía era amateur, pero, cuando nuestro balompié pasó de aficionado a profesional el año 1933, aún era jugador activo. Además, la FIFA lo considera el primer goleador chileno en la historia de los mundiales, aunque este dato, como muchos otros aspectos de su carrera futbolística, nunca podrá ser comprobado fehacientemente.

    Apodado el «Chato» por su baja estatura (medía 1,58 metro) y contextura gruesa (pesaba 65 kilos), Guillermo Subiabre nació en Osorno el 25 de febrero de 1903. Desde el Rangers, club amateur de su ciudad natal, dio el salto a la capital, previo paso por Valparaíso, ciudad donde vistió el uniforme de la Marina y la polera verde de Santiago Wanderers. Después llegaría a Colo Colo, donde en un principio participaría solo como refuerzo en la gira por América y Europa de 1927 (anotó un gol en el triste partido de Valladolid que segó la vida del fundador colocolino, David Arellano), pero terminó quedándose en la tienda alba (y en el corazón de los primeros fanáticos del cuadro «popular» hasta su retiro en 1934. A modo de homenaje, ese mismo año el club le entregaría el pomposo título de «Jugador Honorario Vitalicio».

    En tanto, a nivel de selección fue un indiscutido entre 1926 y 1930, y defendió la camiseta de Chile (que no era roja, sino blanca) en tres competiciones oficiales: el Sudamericano del ‘26, disputado en nuestro país y cuya única sede fue el ya inexistente estadio Campos de Sports de Ñuñoa; el torneo olímpico de Ámsterdam ‘28; y, por último, el primer Mundial de la historia, en Uruguay el año ‘30. En todos estos logró marcar a lo menos un gol.

    Quienes vieron jugar a Subiabre afirman que fue un consumado «cañonero», dueño de una potencia de tiro colosal, y su especialidad eran los goles de volea. Al no haber filmaciones suyas jugando, todo cuanto podemos saber de él lo conocemos a través de notas de prensa y testimonios. Pese a que la tradición oral impide que muchas historias se pierdan, no es menos cierto que altera inexorablemente la fidelidad del relato. Así, en las historias que se cuentan del «Chato» se nota que puede haber mucho de fantástico.

    Por ejemplo, se dice que su enorme potencia para rematar la adquirió desde joven, y de más adulto también, levantándose todos los días a las 6:00 de la mañana para correr y chutear la pelota a pie pelado, primero en los potreros de Osorno y, luego, ya instalado en Santiago, en los de la Quinta Normal. Y que ese sería el secreto de por qué, en un entrenamiento previo al Campeonato Sudamericano del ‘26, le habría dislocado los 10 dedos de las manos al arquero Carlos Hill luego de un misil que le tiró desde 20 metros.

    Quizás el rumor más fantástico acerca del «Chato» sea el que podía condensar tres de sus mejores jugadas en una sola. Ya se ha dicho que el centro forward le pegaba muy fuerte a la pelota, y no le hacía asco a pegarle de primera al esférico. A esto se agrega que podía anotar perfectamente desde la mitad de la cancha (e incluso más atrás), y ya se tiene un componente épico —pero desacertado— para contar la historia de Subiabre a través de diarios y revistas a lo largo de muchos años.

    De otra manera no puede explicarse que en distintas notas periodísticas se fusionen las tres jugadas favoritas del «Chato» para, más encima, decir que sus «superjugadas» le salían en casi todos los partidos y a cada rato. Tal es el caso del hipotético gol que resumiría las mejores características de Subiabre: uno donde su autor le pega a la pelota desde más atrás de la mitad de la cancha, conectando de volea, y luego de girarse tras recibir de espaldas al arco, termina rompiendo la red. Un gol que nunca se sabrá si alguna vez existió en la vida real o no, pero al que las crónicas lo daban casi como pan de cada día.

    Sin embargo, no sería la potencia de sus pies, sino la de sus puños, las que harían de Guillermo Subiabre, si no la figura, al menos el gran personaje que dejó la participación de Chile en el primer Mundial de la historia.

    El «combo» mundialista

    La primera edición de la Copa del Mundo se llevó a cabo el año 1930 en Uruguay. La mayoría de las selecciones europeas se excusaron de viajar a la lejana Sudamérica, por lo que solo 13 equipos estuvieron presentes en el campeonato. De los cuatro grupos en que estaría dividida la fase inicial, apenas uno tendría 4 equipos, y los restantes, 3. Solamente el ganador de cada lote accedería a las semifinales y, naturalmente, a Chile le tocó el grupo «excepcional», junto a México, Francia y una «bestia negra» de siempre, Argentina. Se criticó mucho al delegado chileno, Aquiles Frías (quien años después sería director de la Policía de Investigaciones), por no estar presente en el sorteo para haber impedido esta situación, pero este alegó que desde el Comité Ejecutivo no lo dejaron pasar al salón donde se realizaba la ceremonia, y presentó una queja por la desatención de los organizadores que, obviamente, no prosperó.

    Tradicionalmente se repite que Subiabre convirtió cuatro goles en Uruguay 1930. Por ello, junto con Leonel Sánchez y Marcelo Salas serían los máximos artilleros de Chile en los mundiales. Sin embargo, tal afirmación no tiene sustento estadístico, ni siquiera matemático. Al revisar la prensa de la época —y posterior— encontramos algo que no cuadra. Las dudas surgen en el partido del debut, frente a México (16 de julio de 1930), que se saldó con triunfo por 3-0 para Chile. Existe consenso en que los goles fueron a los 3’, 51’ y 65’, y los documentos oficiales le dan el primero y el tercer gol a Carlos «Zorro» Vidal, y el segundo, al mexicano Manuel Rosas, tras batir con un frentazo a su propio arquero. ¿La fuente principal? Un cable de la agencia United Press, al que se le hicieron innumerables rectificaciones. Incluso se llegó a publicar que el primer gol fue de Subiabre, el segundo de Eberardo Villalobos, y el tercero de Vidal. Recién en 1950 los jugadores comenzarán a llevar número en sus camisetas, por lo que las dudas respecto a este partido se mantendrán para siempre.

    Donde sí no hay dudas es en que el «Chato» anotó en el triunfo 1-0 sobre Francia (19 de julio de 1930), ya que existe una fotografía que lo muestra anticipando de cabeza al arquero francés Alexis Thépot para abrir la cuenta a los 65’. En este partido, además, Chile pasó a la historia de los mundiales por ser la primera selección que se perdió un penal. En el minuto 30, Eberardo Villalobos es derribado dentro del área, y aunque Subiabre estaba designado, sorpresivamente aparece Vidal y lanza él, pero el tiro es contenido por el meta de los galos. No sería la última vez que esto le pasaría a Chile en una Copa del Mundo.

    Con dos partidos ganados, Chile no estaba clasificado a la siguiente fase. Le basta el empate para clasificar por goal average, pero tenían que enfrentarse con un rival por ese entonces invencible: Argentina (22 de julio de 1930). Los trasandinos tenían que quedarse con la victoria casi por inercia, y les bastó un minuto para tener enrielado el triunfo con dos tempraneros goles de Guillermo Stábile (12’ y 13’). Sin embargo, en pleno festejo de uno de estos tantos, el delantero argentino Francisco Varallo quedó al alcance de Guillermo Subiabre, quien no dudó en propinarle una patada de mal perdedor a la altura de la rodilla del trasandino. «Pancho» Varallo, quien falleció en agosto de 2010 a los 100 años de edad, quedó lesionado por el resto del Mundial. Así recordaba a su agresor:

    Ese Subiabre era malo de verdad. Mientras festejaba uno de nuestros goles, vino de atrás y me pego una patada en la rodilla izquierda, de puro caliente nomás. Y me la pegó tan bien que no pude estar en la semifinal, me dolía una barbaridad.

    Varallo no pudo jugar la semifinal contra Estados Unidos por culpa del aleve puntapié de Subiabre. Tampoco debió jugar la final contra Uruguay, pero fue alineado torpemente dentro del once titular, y a los 15 minutos del primer tiempo ya no podía caminar. Como no había cambios, no pudo ser reemplazado.

    Pero volvamos al duelo con Argentina. Chile también descontó con rapidez, con un gol en el minuto 15 de… ¿Subiabre? Nuevamente tenemos dos versiones para una misma jugada: mientras unas le dan el gol al «Chato», quien habría capturado un balón que se le soltó al arquero argentino Ángel Bossio tras un remate de 30 metros de Eberardo Villalobos, otras le dan el tanto a Guillermo Arellano; él habría sido quien probó desde los mismos 30 metros, y sí habría dado con el arco. Otra duda más de las muchas que dejó la participación chilena en el primer Mundial.

    Pero la «obra maestra» de Subiabre todavía estaba por ocurrir. Su víctima sería uno de los jugadores más rudos de su tiempo: el imponente centrohalf argentino Luis Monti. Apodado «Doble Ancho», jugaría las dos primeras finales de la Copa del Mundo —para dos selecciones diferentes—, y pasó por el terrible trance de haber recibido amenazas de muerte en ambas. En Uruguay 30, jugando por Argentina, salvaba el pellejo si perdía, y perdió. Y en Italia 34, jugando por el anfitrión, salvaba el pellejo si ganaba (recordar que mandaba Il Duce Mussolini en esos años), y ganó.

    El caso es que Subiabre, quien jugó de centroforward (o sea, de «9» en la nomenclatura actual), no se sintió lo suficientemente abastecido y se retrasó hasta la mitad de la cancha en busca de balones: el mismo terreno donde Luis Monti imponía su ley. Se cuenta que «Doble Ancho» comenzó a «chuletear» de lo lindo al pequeño jugador chileno, hasta que este último, aburrido de recibir varias de estas «entradas fuertes pero leales», decidió tomarse la justicia por sus manos y, sin dudarlo, le pegó un puñete al grandulón argentino. El «Chato» recuerda así ese momento:

    Salté para parar con el pecho la pelota y el argentino me dio un puntapié que me hizo caer medio muerto. Me levanté del suelo, y con toda la rabia que me producía el dolor del golpe, le fui a decir que no siguiera pegando, y me echó a volar a mi mamá, metiendo hasta mi bandera en la pelea.…Me enceguecí y le tiré el puñete. Vi que se derramaba esa mole y que luego lo paraban y se volvía a caer, como billete viejo.

    El público quedó estupefacto. El David de 1,58 metro de estatura había derribado de un solo golpe a un Goliat de 1,87. Nunca se sabrá en qué minuto exactamente se habría producido la agresión, pero se suele atribuir a algún momento en el último cuarto de hora del primer tiempo. Y acá vuelve a mezclarse fantasía con realidad. El mito sostiene que Monti estuvo desmayado por un lapso de 40 minutos, pero, médicamente, es altamente improbable —por no decir imposible— que un K.O. deje a alguien tendido en el suelo tanto tiempo sin consecuencias fatales.

    Además, se agrega otro elemento: que después del «combo» el partido estuvo detenido por 15 minutos debido a la trifulca que se armó, y que inmediatamente después del reinicio, Monti vuelve a cometer otra falta y nuevamente se arma la gresca. Este segundo intercambio de golpes termina con la intervención de la policía uruguaya para calmar tanto a los jugadores como también al público local, que arrojando piedras trataba de hacer puntería con las cabezas argentinas, e invadía la cancha para ponerse de parte de los chilenos. Y lo más llamativo de todo, el árbitro belga John Langenus (quien pitaría la final de la Copa del Mundo, y pidió un seguro de vida para dirigirla) no expulsó a Subiabre de la cancha pese a sus dos brutales agresiones.

    Finalmente, Argentina ganó 3-1, y eliminó a la Selección chilena del Mundial. A los ya mencionados goles de Stábile se sumó en el segundo tiempo el de Mario Evaristo (51’), y pese a la caída en el duelo decisivo, Chile redondeó su mejor actuación mundialista fuera de casa, con dos triunfos y el quinto lugar en la clasificación general. Uno de los grandes ganadores fue Subiabre, que dejó particularmente impresionados a los uruguayos por haber botado al piso a un adversario que le sacaba casi 30 centímetros de ventaja. Incluso, una marca de cigarrillos de la república oriental habría llegado a colocar una lámina del «Chato» en sus cajetillas, y se diría que en las fuentes de soda de Montevideo se vendía un schop llamado «La piña a Monti»...

    Pero tras el regreso a Chile, según consigna el libro La Roja de todos de Edgardo Marín, el half Casimiro Torres diría que el camarín chileno estaba dividido, que el directivo Carlos Cariola era el que armaba el equipo, y que los jugadores de Colo Colo habían formado una camarilla que hacía y deshacía en el vestuario. La mejor declaración fue la siguiente: «y da pena decirlo, pero el combo de Subiabre fue a la mala». Al poco tiempo, Torres se retractaría de casi todo, pero jamás se desdijo de lo que manifestó sobre la agresión del «Chato» a Luis Monti.

    Aunque el propio «Chato» Subiabre se autodefinía como «carne amarga», y qué mejor prueba de ello que la violencia con que actuó frente a los argentinos, al parecer dicha falla en su carácter solo se manifestaba dentro de la cancha. Hombre autodidacta, nunca vivió completamente del fútbol: primero trabajó como linotipista en una imprenta de Osorno, más tarde se enroló en la Armada (de donde tuvo que ser dado de baja para que pudiera integrarse a la gira colocolina de 1927), y terminó haciendo carrera funcionaria en la Tesorería General de la República, donde jubiló a fines de los años cincuenta.

    Una iniciativa suya permitió la construcción del Mausoleo de Viejos Cracks de Colo Colo: la idea surgió tras el fallecimiento, en mayo de 1957, de Guillermo «Monumento» Saavedra, compañero suyo en Colo Colo y también veterano del Mundial del ‘30. A Saavedra lo sorprendió la muerte

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