UN VUELO MUY LARGO
ESTABA CLARO QUE, a sus 18 años, había llegado a un lugar que el destino le tenía reservado para Ochoa. Aquel 15 de febrero 2004, su apellido comenzó a grabarse al lado de otros nombres de prosapia: De la Garza, Zelada, Camacho, Ormeño, Mollinedo, Chávez, Cortés.
Adolfo Ríos, aún dueño del arco americanista, andaba ya por los 37 años y su retiro estaba cerca, sobre todo por una lesión que lo llevó al quirófano.
Encontrarle relevo al Arquero de Cristo no parecía sencillo y menos porque estaba bien arraigado en el americanismo. Pero el DT Leo Beenhakker ya tenía bien identificado a Ochoa en las fuerzas básicas del América.
Era muy joven, pero si Beenhakker confió en él fue porque además de su habilidad innata para atajar contaba con el respaldo de un gran maestro: Néstor Verderi, guardameta argentino que, en los años 70, ayudó al América a establecer
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