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Salardie: La Traghoonthydia
Salardie: La Traghoonthydia
Salardie: La Traghoonthydia
Libro electrónico318 páginas4 horas

Salardie: La Traghoonthydia

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Información de este libro electrónico

¡Descubre “Salardie. La traghoonthydia”, el primer libro de una saga apasionante protagonizada por el enigmático Jean Baptiste Salardie! Sumérgete en una novela que desafía los géneros establecidos y te lleva a través de una mezcla cautivadora de historia, aventura, intriga, ciencia ficción, romance, erotismo, misterio y suspense.

Desde sus inicios hace cientos de millones de años hasta el presente, “Salardie” te invita a explorar un mundo fascinante donde el pasado y el presente se entrelazan en una trama épica. Acompaña a Jean Baptiste Salardie mientras desentraña secretos ancestrales y se enfrenta a desafíos que trascienden el tiempo.

Con una narrativa envolvente y giros sorprendentes, “Salardie” te sumerge en una experiencia literaria única. Descubre los rincones oscuros de la mente humana, explora la conexión entre la realidad y la fantasía, y adéntrate en un universo lleno de posibilidades y revelaciones asombrosas.

Esta novela te transportará a través de emociones intensas y te mantendrá intrigado en cada página. Prepárate para explorar los misterios más profundos, desafiar tus expectativas y sumergirte en una aventura que cambiará tu perspectiva sobre la literatura.

“Salardie. La traghoonthydia” es mucho más que una simple novela: es un viaje fascinante que te llevará a lugares que nunca imaginaste. Únete a esta apasionante travesía y descubre un universo lleno de enigmas y sorpresas que te dejarán deseando más.

No te pierdas la oportunidad de adentrarte en “Salardie” y experimentar una historia única que te cautivará desde la primera página hasta la última. ¡Prepárate para un viaje literario que te dejará sin aliento!
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 jul 2023
ISBN9788412752212
Salardie: La Traghoonthydia

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    Salardie - José Fenoll

    Portada Salardie

    © Salardie. La Traghoonthydia

    © José Fenoll. 2023

    © Rebelión Editorial, 2023 

    www.rebelioneditorial.com

    Diseño de cubierta e interior: Rebelión Editorial

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso#so previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (art. 270 y siguientes del Código Penal) Diríjase a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita foto#copiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con Cedro a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    A Gloria Martín-Cobos, Manuela Menéndez, Rosa Mª de los Santos, Alfonso Fenoll, Estela y Rafa Fernández-Gallardo, Santiago Almoguera, Philipp Irling y Concha, Gonzalo Menéndez y María Santiso, Ana Reguero e Ignacio Sáenz, Jorge Repáraz, Ramón Arredondo y Marina, Fernando Barroso, Luis Martínez, Jose Ramón Cabañas, Óscar Conde, Tomás Tabalan, Carlos de Frutos, Pilar Alguacil, Fanny Lillo y Emilio García, por su inestimable apoyo en la realización del presente libro. 

    EXCURSUS (Primera Parte)

    Habrás de ser tu propio bastión, tu propio ejército

    Jean Baptiste Salardie, Duque de Besançon

     Es Carnaval en Cádiz. Cerca de las dos de la madrugada, el bestiario diverso bulle en un denso caldo nocturno. Personas, máquinas, luces, brisa marina y aroma a galán de noche, interpretan una sinfonía ambiental de melodía estridente. Envuelta en este entorno de magia incomprensible, la gente, oculta tras sus disfraces, bebe, ama, sufre, envidia, goza, mientras forma parte de una bacanal que destila más ansia que puro hedonismo.

    La gran Plaza de Mina se encuentra a rebosar, así como sus bares y terrazas. En la calle Zorrilla, adyacente a la misma, la estrecha calzada se ha convertido en una más de las numerosas tabernas y todo el mundo se mueve a un mismo compás de chirigotas y vocerío. En uno de esos bares, un grupo más recatado que el resto de la clientela, se divierte bebiendo y conversando. A pesar de que sus integrantes no son escandalosos ni van disfrazados, se unen al ambiente festivo. La persona más tímida del grupo es una mujer que, complaciente, ríe las bromas de los demás con expresión comedida, mientras saborea una copa de manzanilla. Su belleza es intensa, pero trata de ocultarla tras unas grandes gafas de pasta oscura. Su larga cabellera morena se muestra recogida en un discreto y elegante moño. Luce un jersey de cuello alto color crema tostada y sus sensuales labios, están pintados en un tono rubí que se diría el menos favorecedor de la gama. Comparte la reunión solo por compromiso. Su mirada resulta amable, pero ausente y su pensamiento se encuentra aún en Londres, a pesar de haber regresado de allí hace unos días. Tuvo que salir de Cádiz repentinamente para asistir al entierro de su madre. Nadie del grupo, formado por compañeros de trabajo, sabe el motivo real del improvisado viaje. Sin embargo, viendo su estado de ánimo a la vuelta del mismo, todos tienen claro que no ha resultado una experiencia positiva para su afable y hermética compañera, Magda McKane. Con la intención de animarle, le ofrecen una y otra vez deliciosas tapas y copas de manzanilla. Ella rechaza casi todos los ricos bocados, pero ninguna de las copas de ese vino dorado de Sanlúcar, que su padre le dio a conocer. Los atentos compañeros le piden con cariño que sonría y ella corresponde a sus peticiones de manera forzada y sumisa.

    Súbitamente, aparece por la puerta del bar un hombre alto, de pelo corto y rubio. Ayer era pelirrojo. Va vestido con una chaqueta negra ajustada, de grandes solapas. Luce un llamativo antifaz de color verde brillante con el que disimula una quemadura. No se sabría decir de qué va disfrazado, pero en ningún caso llama la atención, salvo por su corpulencia y el gesto amargo de su boca. Las comisuras de sus labios se curvan hacia abajo casi en ángulo recto. Nadie sabe cómo se llama y casi nadie le conoce, pero su nombre profesional es Basker. Él ha tomado su apodo del nombre Baskerville, aludiendo al relato de Conan Doyle, cuyo protagonista es un perro asesino. Después de hacer una rápida inspección visual, se dirige hacia la tímida muchacha. Lleva un paso lento, pero firme, como si supiera dónde iba a estar ella, incluso antes de entrar en el local. La mujer, sin darle mayor importancia, ve cómo se va acercando hasta situarse justo a su lado.

    El hombre actúa de una manera tan forzada, se sitúa tan pegado a ella, que esta le pregunta si conoce a alguien del grupo, algunos de cuyos miembros comienzan a mirarle de modo severo. Él no contesta, pero Magda, intentando liberar la tensión que ha ido en aumento, le ofrece una copa de manzanilla de su propia mano. Basker, haciendo caso omiso de la invitación, acerca sus labios al oído de la mujer y le susurra: «Hola, Magda, ¿Qué sabes de Salardie?» La expresión de la joven se estremece de pronto. Parece que su rostro se estuviese derritiendo. Intenta dar la apariencia de estar confusa, pero realmente se siente conmocionada.

    —¿De qué me habla? ¿Por qué sabe mi nombre? —pregunta con desprecio, intentando disimular que su vida entera es un secreto. —Sé quién eres, Magda McKane —contesta el enmascarado inmediatamente. Ella observa que sus compañeros permanecen en silencio e intrigados. El bullicio del local no les permite escuchar el diálogo que mantiene con su acosador, y eso la tranquiliza en parte. Un joven del grupo rompe el silencio y le pregunta si el hombre del antifaz le está molestando, pero ella hace un gesto amable para que se mantenga al margen. Intenta transmitir, en todo momento, un falso control de la situación. Basker insiste, susurrando al oído de Magda en tono frío y acosador: «Quiero tu traducción del Manuscrito». Al oír esto, el rictus de Magda se tensa y ahora se muestra amenazante. Mirando con furia contenida a los ojos de Basker, afirma fría y severamente: «No sé quién eres, pero ahora voy a tener que matarte. Estaré a las seis de la madrugada en La Bella Escondida».

    Magda espera que el inquietante personaje se muestre confuso al escuchar el lugar propuesto para su cita. Sin embargo, contesta inmediatamente: «De acuerdo, en la azotea que da al Palillero». Ella queda inquieta por tan rápida y segura respuesta. Gira la cabeza para calmar con un gesto amable a sus amigos, que siguen observando extrañados sin poder escuchar una palabra de su conversación. Al volver la mirada, el hombre ha desaparecido. Magda se siente asustada. Ese sujeto conoce Cádiz inopinadamente mejor que lo haría cualquier supuesto matón recién llegado a la ciudad. La Bella Escondida es una torre urbana del siglo XVIII, llamada así porque no puede ser vista a pie de calle. Tan solo desde algunas pocas atalayas de la ciudad trimilenaria. Por su singularidad, es una joya arquitectónica que emerge desde algunas de las azoteas que dan a la Plaza del Palillero. Magda se encuentra angustiada, pero con un brindis por el carnaval, intenta disimular su gran preocupación.

    Son las tres y veinte de la madrugada. A Magda le ha costado deshacerse cortésmente de sus amigos que, de buena fe, le han estado atosigando con sus preguntas. Pero ella necesitaba ir a casa y prepararse para su encuentro. Mientras abre la puerta de entrada, temerosa de tener un recibimiento inesperado, recuerda que Salardie le ha advertido muchas veces de que algo así iba a ocurrir tarde o temprano. Pero este es, sin duda, el peor de los momentos. Aún no se ha recuperado de la trágica muerte de su madre, causada hace dos semanas por un voraz incendio en su chalet de las afueras de Londres. No pudo reconocer el cadáver, que quedó calcinado. Pero, al menos, asistió al entierro. Magda tuvo que ir sola. Su padre vive, pero la primera y última vez que estuvo con su madre fue la noche en que se conocieron para engendrarla. Luego, nunca más.

    Es cierto que, tanto a su madre como a ella, nunca les ha faltado el dinero, enviado por su padre con frecuencia, siempre dentro de grandes maletas de viaje entregadas por algún mensajero de su confianza. También se ocupó, siendo Magda un bebé, de adquirir la enorme y onerosa villa en la que vivieron juntas hasta que la joven comenzó a viajar por todo el Mundo. Raras veces hablaban entre sí acerca del abandono paterno. Sobre todo, porque Magda, a sus dieciocho años, entabló un vínculo personal con su padre para no perderlo nunca jamás. La relación siempre ha sido un tanto atípica, pero intensa. Desde niña ha tenido muy presente el concepto de predestinación. Es como si sus padres se hubiesen conocido aquella noche del veintidós de noviembre de 1977, solo para concebirla. Esa obsesión por el destino es heredada de su padre, afectado profundamente por el azar durante toda su vida.

    Estos son los pensamientos de Magda mientras camina desnuda por su apartamento. Saborea un trago de su whiskey de malta preferido, Bowmore Cask Strength. Lo prefiere servido en copa Napoleón y, por supuesto, sin hielo. Tanto los Traghs como su padre, le han insistido mil veces en que lleve siempre una pistola consigo. Pero ella nunca les ha hecho caso. Ahora se arrepiente. Recapacita sobre todo aquello mientras está tomando una ducha. La mezcla del vapor y los efluvios etílicos agilizan su mente, llevándola a una cruel deducción. De forma súbita rompe a llorar, y se desvanece bajo el persistente flujo del agua. Acaba de enfrentarse con la idea de que quizás el episodio de esta noche, comenzó en casa de su madre hace dos semanas. Se vacía de llanto, mientras sus manos resbalan sobre la mampara de vidrio. El desconsuelo la abate. Hace solo un instante, Magda estaba desnuda. Ahora, se siente desnuda.

    Una vez que la desesperación se ha convertido en ira, con los ojos aún llorosos, se sienta a fumar un último cigarrillo antes de salir de casa. Lo prende con el gran encendedor de caballero de oro macizo que su padre le regaló hace unos años. Solo ellos dos saben que este lo recibió a su vez, durante un viaje a Francia, de manos del mismísimo Jean Cocteau, en el transcurso de una visita al inquietante pueblo de Rennes-le-Château. Es un obsequio interesante. El único que ha recibido de su padre. Magda reflexiona en el hecho de que no hay que ser desagradecidos, mientras inhala el humo lentamente. Se diría que las bocanadas van incrementando su templanza.

    Su cita le preocupa. Está segura de que el mejor modo de acudir a su compromiso será caminando por encima de las planas azoteas de Cádiz. Conoce bien la ciudad y sabe que de esa manera evitará un posible encuentro con su enemigo al entrar al edificio. Eso daría lugar a una situación embarazosa y de muy mal gusto.

    Se ha vestido con ropa toda de color negro. Un jersey elaborado a base de seda de araña que cuenta con un bolsillo a cada lado, y unos pantalones a juego con refuerzos en codos y rodillas. Va provista de un peculiar calzado de tipo deportivo y a la vez militar, con una suela especial de gran adherencia y refuerzos de kevlar en talones y punteras. Todas las prendas que Magda ha elegido están confeccionadas especialmente para ella, por sus queridos Traghs. En otras circunstancias su atuendo podría llamar la atención, pero es carnaval en Cádiz.

    El conjunto se adapta perfectamente al armonioso cuerpo de Magda. Tanto hombres como mujeres se fijarían antes en el contenido que en el envoltorio. En cuanto a su pelo negro y brillante, lo sigue llevando recogido. Esta vez para sentirse más libre de movimientos. En todo caso, ya no es la muchacha recatada y sumisa que Basker ha conocido en el bar de la calle Zorrilla. Ahora, al salir de su casa por una ventana que da acceso al tejado, no aparenta tener los treinta y ocho años que figuran en su documentación. Resulta ser una mujer más joven, indómita, y sumamente atractiva.

    Avanza saltando de azotea en azotea. Salva cada obstáculo con agilidad, mientras camina hacia su destino de un modo inexorable y reflexivo. Magda asume su cita como si esta fuese una especie de examen. Desde 2004, su annus horribilis, ha vivido en la clandestinidad, pero sin sobresaltos. Ocupada en la investigación y el estudio. No obstante, durante todo este tiempo su padre y los Traghs le han estado entrenando física y mentalmente, en la defensa y el ataque. Ahora tiene miedo. Piensa que lleva demasiado tiempo sin enfrentarse a una misión con fuego real. Lo cierto es que, hasta el momento, no le ha hecho falta. Eso indica que los miembros de Spondylus han sabido mantenerse en el más estricto secreto durante muchos siglos. Pero ahora ella se pregunta qué es lo que ha fallado. Sea quien sea el que ahora la busca, no ha podido llegar a ella a través de su madre. Más bien será al contrario. No les habrá costado mucho averiguar su dirección. Seguro que han preferido tantear primero a la persona más débil. Los ojos de Magda se vuelven a humedecer. Su madre no sabía absolutamente nada de todo esto. Siempre fue celosamente mantenida al margen de cualquier secreto o actividad oculta. Por lo que Magda sabe, ella era para su madre una hija modélica, pero carente de toda habilidad fuera de lo normal. Doctora en Filología, con varias especialidades en la cátedra de Lenguas Antiguas. Responsable en su trabajo y muy viajera. Quizás demasiado para el gusto de una madre soltera que adora a su única hija. Sea como fuere, ella nunca hizo preguntas ni mostró signos de sospechar algo.

    Un cruel sentimiento de culpabilidad inunda la mente de Magda. De nuevo se pregunta atormentada cuál ha podido ser su momento de distracción. Le aterra un posible brote de traición por parte de algún integrante de Spondylus. Pero por encima de todas, hay una cuestión principal y más inquietante: ¿Qué saben sus perseguidores de ella, de su padre, de los Traghs, de la Organización y sus miembros? Por desgracia, justo lo suficiente como para que su madre haya muerto de una manera cruel. Pero justo ahora, Magda debe concentrarse en el presente inmediato. Tiene que asumir que ha llegado el momento de volver a la acción, aunque le resulte odioso. Al fin, tiene que poner en práctica todo lo aprendido durante los últimos años. Aunque le invadan la tristeza y la inseguridad. Además, está esa detestable predisposición suya a sentirse culpable. Ahora se siente responsable de la muerte de su pobre madre.

    Como únicas herramientas contará con su propio cuerpo, la ropa especial que lleva puesta y el mechero de oro que guarda en uno de sus bolsillos junto con un paquete de tabaco. Podría haber cogido de su casa un cuchillo o algo parecido, pero sabe que ese no sería el tipo de arma apropiada para enfrentarse a un profesional como el que la está esperando. No sabe nada sobre él, pero tiene la absoluta certeza de que es, en sentido estricto, un eficiente ejecutor. A Magda le inquieta el hecho de que ahora su propio cerebro está hirviendo de ira y deseo de venganza. Sabe bien que esto jugará en su contra.

    Son las cinco y cuarenta de la madrugada y Cádiz viste una luz especial. El amanecer va a tener que abrirse camino a través de unas nubes bajas, densas y deshilachadas. Las ha ido trayendo el viento durante toda la noche. Se diría que quiere ocultar al Sol con un antifaz en tiempo de carnaval. Además, aún es visible la Luna llena que resplandece, velada pero inmensa. La envuelve un cielo que, poco a poco, se va despidiendo de la noche, conservando aún su impronta oscura. Las luces que engalanan la ciudad en fiestas siguen encendidas y ofrecen un resplandor mágico a estas horas previas al amanecer. Una mezcla singular de destellos y claroscuros va acompañando a Magda en su discreta singladura por la piel de Cádiz. Va dispuesta a forzar un destino cruel para su oponente, que satisfaga su necesidad de venganza. El ruido ensordecedor que había hace ya algunas horas, se ha convertido en un coro de letanías y ecos perdidos. Provienen de quienes aún siguen celebrando el carnaval, resistiéndose a volver a sus vidas cotidianas, a ser ellos mismos de nuevo. Mostrándose ebrios de ansiedad porque todo siga siendo un sueño y ebrios también, en el sentido más literal de la palabra.

    Finalmente, envuelta en luces y gritos lejanos, la bella silueta negra llega puntual a su cita. Justo cuando sus pies tocan el suelo de la azotea, Magda se percata de que el malnacido ya está esperándola. Se encuentra de pie a su derecha, alejado unos metros de ella. Mientras, a su izquierda, muda y prestante, se alza La Bella Escondida, que va a ser la madrina del duelo. Se recorta sobre un cielo que parece de celofán púrpura, ocultando en parte a la omnipresente Luna. Magda alinea sus piernas con la vertical de los hombros mientras flexiona ambas rodillas. Se trata de una postura defensiva, muchas veces ensayada. El asesino se muestra estático y con las manos metidas en los bolsillos de una gran cazadora negra de piel. Su pose es chulesca y desafiante. Ya no luce el antifaz y amenaza a Magda con su mirada incisiva. Ella sabe que va armado.

    Súbitamente, se empieza a escuchar un agudo y molesto zumbido que sube desde la plaza. El ruido es acompañado por un destello de color rojo intenso. Este aparece finalmente tras el peto de la azotea, inundando la escena con un intenso resplandor. Basker ni se inmuta a pesar de que esa inesperada luz ha ido apareciendo por su espalda. No ocurre lo mismo con Magda, que ha movido los brazos para acentuar su posición defensiva. Cuando el intruso por fin se deja ver, resulta ser un pequeño dron de cuatro hélices. El destello rojo es su luz de posición y parece que se trata de un modelo bastante sofisticado. Lentamente, ha quedado suspendido sobre el suelo de la plaza, a la altura de los hombros de Basker. Una vez que se ha detenido en el aire, a su luz roja se suma un nuevo haz. En este caso es horizontal y de un color azul violáceo. Desde la parte delantera del dron alumbra directamente el rostro de Magda, recorriéndolo de arriba abajo. Justo a la altura de su cuello se detiene, e inmediatamente se apaga. Entonces Basker alza su voz: «Acaba de escanear tu bello rostro. Ya perteneces a su memoria. Te seguirá hasta el infierno». Al oír esto, Magda se crispa y reacciona al instante. Cierra los ojos, y lanzando un grito de furia, introduce la mano en su bolsillo derecho, saca el encendedor y lo lanza hacia el dron a gran velocidad. Su técnica, basada en un golpe de muñeca, da resultado. El objeto impacta con violencia contra el frágil dron, derribándolo al instante. Ambos caen al suelo, quedando destrozados sobre el asfalto. El hombre ruge: «¡Maldita Zorra!» Mientras, se asoma a la plaza y comprueba con rabia cómo las ruedas de un coche terminan de pulverizar el aparato. Se vuelve iracundo hacia Magda mientras saca la pistola de su bolsillo y le grita amenazante: «No necesito esa Mierda. Vendrás conmigo y te sacarán la información. Saben cómo hacerlo». Magda replica: «¡Malnacido, sé que estuviste en la casa de mi madre! Ella no sabía nada en absoluto».

    Basker contesta, riéndose de manera vulgar y mirando con fijeza a Magda, que tiene los ojos inyectados en sangre: «En Efecto. Por su forma de gemir te puedo asegurar que no sabía nada». Magda, con una mezcla de indignación y tristeza, grita: «¡La torturaste para nada, chacal de mierda!» Él, se justifica con ironía: «Hice mi trabajo. Le saqué toda la información que pude». Rebosando ira, Magda afirma: «Vas a morir lentamente en un día de carnaval, padeciendo un sufrimiento mayor que el de mi madre. ¡Hijo de puta!». Enseguida, Basker asiente con la cabeza burlonamente y le encañona con su pistola mientras grita en tono imperativo: «Hoy no voy a matarte. Te llevaré ante él y le contarás esas putas chorradas que tanto le interesan». Entonces, ambos se enzarzan en un hosco y acalorado diálogo. Magda, fuera de sí, inquiere con furia.

    —¿Quién te envía?

    —Eso da igual. Vamos, entra al casetón y baja despacio por las escaleras.

    —No esperes que lo haga, mono asqueroso. ¿A dónde pretendes llevarme?

    —Baja de una vez o te bajo a golpes.

    —¿Qué quiere saber tu jefe?

    —Ya te lo he dicho. ¿Quién cojones es Salardie, y dónde está ahora?

    —No sé de qué me hablas. Te has equivocado de persona.

    —¿Dónde tienes tus notas sobre el manuscrito? Sabemos que estuviste catorce meses en New Haven.

    —Las guardaba en casa de mi madre, seguro que ardieron con todo lo demás.

    —¡Mientes! ¡Vendrás conmigo! Agradece que él quiere tu información. Si no, habrías muerto en ese puto bar.

    —¿Quién es él? ¡Mátame ya, cabrón!

    —Sabes que no lo haré. Te quiere viva. Cuanto antes hables, menos sufrirás. Por curiosidad: ¿Qué es un Tragh? En las grabaciones los mencionas.

    —¿Qué grabaciones? No tengo teléfono móvil.

    —Ya lo sabemos. Te grabaron a distancia, mientras usabas un intercomunicador. ¿Por qué no tienes móvil, como todo el mundo?

    —¡Vete a la mierda!

    En ese momento la discusión se detiene. Ella se está preguntando aterrada por qué hay alguien que sabe tanto sobre ella. Una vez más el inquietante temor vuelve a castigar su mente. ¿Hay acaso un traidor en Spondylus? ¿Qué es lo que ella ha hecho para despertar el interés de alguien? Pero, enseguida, Magda se da cuenta de que no es momento para tribulaciones. Se concentra, y su estado mental y físico cambian instantáneamente. Respira hondo agachando la cabeza. Cuando la sube, centra la mirada en el asesino de su madre. Repentinamente, se abalanza sobre él para empujarle al vacío. Al abrazarle, sabe que caerá con él. Pero sabe también que los dos no sufrirán los mismos daños. Ese animal indecente no ha sido entrenado por los Traghs. Una fracción de segundo después, ambos cuerpos impactan con fuerza. Él no ha querido disparar porque la necesita viva, pero ha conseguido apartarse a tiempo. Logra que su embestida no le arroje por encima del peto. Ella, debido a su propia inercia, sobrepasa a Basker, pero consigue asirle de las solapas. Le hace girar sobre sí mismo, desplazándole hasta que la mitad de su cuerpo queda por encima del peto, suspendida en el vacío. Basker se mantiene agarrado con gran dificultad. Agita convulsivamente sus piernas, en un intento baldío de impulsarse hasta el suelo de la azotea. Desesperado, grita: «¡Debería haberte matado por placer, y renunciar a mi dinero!». Magda asiente: «Sin duda, deberías haberlo hecho. ¿Qué saben de Salardie, del Manuscrito, de los Traghs? ¿Quién te envía? ¿Te han mandado a ti solo?» El hombre, destilando odio, contesta: «Si yo muero, mañana vendrá otro. Quizás enviado por otros». La mujer, ardiente de rabia, agarra su cabeza con las dos manos y comienza a hundirle los ojos con sus pulgares. Al mismo tiempo, le pregunta con voz de posesa: «¿Por qué hay gente que sabe cosas sobre mí? ¿Existe algún traidor? ¡Contesta antes de que te reviente los ojos!» Él, al límite del sufrimiento, se deja caer al vacío.

    Enseguida, ella se asoma a la plaza para ver cómo el cuerpo del sicario se destroza contra el pavimento. Pero en vez de eso, observa con horror como Basker va a salir con vida de una forma imprevista. Un gran cartel publicitario del carnaval, que pende de la fachada, está permitiéndole frenar su caída desde cuatro pisos. Una vez en el suelo, a pesar del intenso dolor, consigue ponerse en pie y comienza a caminar tambaleándose. Por la manera de moverse aún conserva sus ojos, pero se resiente del castigo sufrido. No cabe duda de que es un profesional debidamente entrenado. Magda comprende que tiene que salir tras él para matarlo. Pero además de eso, siente la imperiosa necesidad de hacerle sufrir.

    Con una seguridad encomiable, se pone en pie sobre el peto y observa al criminal que ahora se encuentra deambulando errático por la plaza. Basker quiere tomar una decisión, pero el dolor de su cuerpo, y sobre todo de sus ojos, no le permite pensar con claridad. Aunque ha recuperado gran parte de la visión, el sufrimiento es todavía intenso. Súbitamente, en uno de sus patéticos vaivenes, advierte que hay una parada de taxis en la plaza. Solo hay estacionado uno. En su interior, el chofer lee relajado el "Diario de

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