El arzobispo Carranza desde la microhistoria: Una correspondencia inédita entre el rey y su embajador en Roma (1569-1572)
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El arzobispo Carranza desde la microhistoria - Alfredo Alvar Ezquerra
1
Introducción: la justificación de este estudio
Ya llevaban los pedernales soltando sus pérfidas chispas desde hacía tiempo. Los ánimos de unos individuos estaban compungidos, los de otros aterrados y los de los terceros, felices. La envidia, o la malicia, o acaso la implacabilidad, se estaban cebando como el buitre con la carroña. Sin embargo, afortunadamente para el arzobispo de Toledo, la batalla jurídica se había trasladado, con su cuerpo, a Roma. Allí murió Carranza (1503-1576). Hace poco, unos años solo, significativamente, se depositaron sus restos mortales en un lugar preeminente de la catedral de Toledo (1993).
En aquellos días, meses y años del siglo XVI, para que las cosas fueran como quisiera el rey católico, había que escribir porque las instrucciones al embajador y las noticias desde la Ciudad Eterna tenían que transmitirse, que contarse: interesaban sobremanera.
Efectivamente: para que todo funcionara como era bueno al servicio de Dios, el rey disponía de muy leales servidores: en la Corte de Madrid, secretarios de elevadísimas aptitudes, como Jerónimo Zurita, que se encargaba de las cartas al embajador en Roma, y en Roma un embajador de alta alcurnia y de enorme experiencia imperial y vital, don Juan de Zúñiga (me lo imagino pensando que menudo papelón cada vez que recibiera un correo desde Madrid, a ver qué ocurrencia tenía ahora Felipe II y qué quería que hiciera contra Su Santidad).
Había también un Consejo de la Inquisición, y teólogos y otros que atacaban o defendían; que construían o destruían a un hereje…, arzobispo de la Primada. Como le gustaba decir al historiador Tellechea, «todos eran españoles».
Las cartas entre el embajador (al principio «gentilhombre de boca», más tarde «consejero real») y el rey eran prolijas en contenidos. Y fueron abundantes. El historiador, ahora, necesita confesarse ante su lector, pero solo en cuestiones de método. Para escribir lo que viene a continuación, ha manejado cartas y archivos personales, algunos de los cuales son, hasta hoy, desconocidos. Son los siguientes:
1. Cartas de Felipe II a su embajador, en Roma, Juan de Zúñiga. Archivo personal de don Juan. El origen de este trabajo está en haber manejado en Ginebra¹ un legajo (un libro por cuanto está encuadernado) entero de cartas entre Felipe II y su embajador en la Ciudad Eterna, don Juan de Zúñiga, dedicadas todas al «negocio del Arzobispo de Toledo». Son las misivas originales que recibió Zúñiga en Roma, las suyas personales. En su mayor parte van signadas por Jerónimo Zurita, que era secretario real. Tuve grandes dudas de que ese aluvión de cartas no fuera conocido. Ya no las tengo: se trata de un libro desconocido por los especialistas. No lo citan ni Tellechea,² ni Beltrán de Heredia —en sus contenidos tan próximo a lo que ahora escribo—,³ ni Soledad Gómez Navarro,⁴ ni Llamas Martínez —que no se dio cuenta de la «substancia» de lo que manejaba—,⁵ ni Jericó Bermejo⁶ ni otros. En el CODOIN, volumen V, no hay referencias a esta documentación ginebrina aunque las más de cien páginas dedicadas a Carranza son muy útiles e historiográficamente monumentales.⁷
Por ello me he decidido a describirlas y hacerlas públicas.⁸
Estas cartas, como digo, están dentro de la colección Altamira, en el fondo que se custodia en Ginebra. Si no se tiene en cuenta que esa colección se fragmentó y dispersó en el siglo XIX, no se puede entender que haya documentos complementarios por —casi— medio mundo. Pero el hecho de que en Ginebra haya un libro íntegramente dedicado a Carranza, le da más importancia substancialmente al fondo.
Conste que, aunque Tellechea no manejó esta correspondencia que guardaba el embajador en Roma —y que en ocasiones hay misivas sin duplicados ni copias en ningún otro archivo—, no voy a quitarle un ápice de reconocimiento a su obsesivo trabajo por conocer y reivindicar a Carranza y su proceso, o su «negocio» del «Arzobispo».⁹
2. El archivo personal del secretario real que escribía las cartas que se mandaban. El secretario real que escribía las cartas que salían para Roma era el gran historiador Jerónimo Zurita, que llegó a ser cronista real (¡claro!, nadie como los secretarios conocían los documentos de archivo). Él era el que tomaba nota al dictado de las cosas que le decía Felipe II; pasaba esas notas a limpio y le presentaba ese borrador al rey para que introdujera las correcciones que quisiera. Hechas estas, pasaba el borrador a limpio y la carta final y definitiva se duplicaba y un ejemplar lo archivaba él y el otro se le mandaba al embajador.
Muchos de los documentos personales de Zurita están en la Real Academia de la Historia. Así es que opté por comprobar qué guardó el secretario-historiador sobre Carranza entre sus papeles, o qué se conserva de lo que hubiere guardado. La sorpresa o, imagínate lector, la alegría, fue ver que Zurita guardó muchos papeles de los redactados sobre «el negocio» en su secretaría, muchos de ellos revisados y anotados por el propio rey y de su puño y letra, y que muchas de esas misivas aún se conservan, dándose la circunstancia de que, como digo:
•Primero: hay papelotes con anotaciones tomadas al dictado ante el rey para preparar alguna cédula real, o alguna orden para el embajador. Aún hoy se conservan en la Real Academia de la Historia algunos de esos papelotes.
•Segundo: algunos de esos papelotes pasaron a ser borradores y, en última instancia, cartas a limpio y listas, de las cuales un duplicado debía guardarse en la secretaría de Estado-Italia (o sea, en los escritorios de Zurita, y tal vez pasarían al Archivo Real de Simancas) y otro duplicado se tenía que enviar a Roma a Zúñiga. A día de hoy se conservan muchas de esas cartas al embajador firmadas ya por el propio rey.
3. Duplicados y copias epistolares presentadas en el Proceso. Además, como es bien sabido, la Real Academia de la Historia custodia también los 22 volúmenes del proceso contra Carranza. Para los fines de este escueto trabajo, nos interesa en especial el volumen 15, el de las «Cartas», que se recopilaron en 1708.¹⁰ Aquí, de nuevo, hay duplicados e incluso triplicados de las cartas de nuestro interés; también alguna copia. Cotejarlas todas y cada una de ellas sirve para completar lagunas, cerciorarnos de ir por el buen camino, ganar seguridad sobre la riqueza de la serie documental de Ginebra, y de la de Zurita.
4. Misivas, dispersas pero del máximo interés, entre el inquisidor general Gaspar Quiroga y el embajador Zúñiga. Sirven para fortalecer nuestras imágenes del ambiente en la Cortes del rey católico del «negocio».
Todo son piezas de un rompecabezas disperso en varias cajas (o archivos), y recomponerlo es muy complicado porque a veces hay hasta dos o tres originales (duplicados, o triplicados) o una copia, o un fragmento, o nada…, o muchos.
Por razones subjetivas varias (extensión de este texto, tiempos marcados por el Plan Nacional, etcétera) y objetivas (muerte del papa Pío V en 1572 y casualmente, y sobre todo, por la interrupción de las cartas de Ginebra y las recopiladas en el «Proceso»), pongo fin por aquellas fechas a mi trabajo. Mejor dicho: querría haber puesto punto y final con la nonnata sentencia de Pío V a mi trabajo. Pero no pude.
Lo he ordenado cronológicamente, porque creo que es como se puede palpar más el trágico e inquietante ambiente que se vivió alrededor de la espera del pronunciamiento de la sentencia contra Carranza. En este sentido, veo muy cómodo y acertado —aunque en exceso fragmentado o antológico— el trabajo de Llamas Martínez.
En páginas inmediatas describo los contenidos de esta documentación, de estas cartas. Subyace una preocupación superior. Por lo menos desde 1569 en Madrid se sospecha que Pío V va a dar una sentencia absolutoria y Felipe II no quería ni oírlo. Había que paralizarlo como fuera. Eso es sabido: mas lo que hoy traigo a colación es la cotidiana, angustiosa, dramática, tensión con que se vive la situación. La virulencia intelectual de las actuaciones de la Inquisición española apoyadas por el rey. Lo implacable que se muestra Felipe II ante cómo se ha de tratar al arzobispo. Indignaba que no se respetaran en Roma los usos y prácticas del Santo Oficio de España. Se tenía miedo a que el arzobispo, que era luterano a los ojos de sus detractores españoles, consolidara un mundo de herejes en España: herejes, esos que habían convertido la discusión teológica en deserción política y guerra y sangre.
Porque lo que no se ha de perder de vista es que los herejes eran destructores violentos de la paz, el orden y la convivencia. Y si no se entiende, que se lo pregunten a Carlos V.
A esta parte introductoria he de añadir que, en otros de los fondos de la colección Altamira, hay más documentación inédita —o no— sobre la causa de Carranza.
BRITISH LIBRARY (LONDRES)
Así, efectivamente, el trabajo de Llamas Martínez se ha hecho sobre los fondos del British Museum, sin saber que esos documentos formaban parte de una colección documental fraccionada en el siglo XIX. Su trabajo, excelente, adolece de alguna ingenuidad (y las transcripciones