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El diablo en el agua bendita: o el arte de la calumnia de Luis XIV a Napoleón
El diablo en el agua bendita: o el arte de la calumnia de Luis XIV a Napoleón
El diablo en el agua bendita: o el arte de la calumnia de Luis XIV a Napoleón
Libro electrónico1004 páginas12 horas

El diablo en el agua bendita: o el arte de la calumnia de Luis XIV a Napoleón

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Darnton nos ofrece un excelente estudio sobre el bajo mundo de las publicaciones literarias de la Francia del siglo xviii, mostrando un interesante análisis sobre su utilización para publicar difamaciones y calumnias, además de expresar fuertes críticas respecto a las prácticas cotidianas de las figuras públicas de Francia a finales de la década de 1700. Al desentrañar el arte de la calumnia, el arte del canalla, Darnton nos muestra una pieza clave en el pensamiento y la acción de la Francia que transitó del Antiguo Régimen al Imperio napoleónico.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 nov 2014
ISBN9786071625083
El diablo en el agua bendita: o el arte de la calumnia de Luis XIV a Napoleón

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    El diablo en el agua bendita - Robert Darnton

    político.

    PRIMERA PARTE

    LIBELOS ENTRELAZADOS

    I. EL GACETILLERO ACORAZADO

    AL ENFRENTARSE a la primera de las cuatro ilustraciones presentadas al inicio de este libro, uno podría plantearse una pregunta que pertenece al comienzo de cualquier investigación, según una formulación atribuida a Erving Goffman: ¿qué pasa aquí?

    El frontispicio se publicó al otro lado de la portada de Le Gazetier cuirassé ou anecdotes scandaleuses de la cour de France, uno de los libelos más escandalosos y mejor vendidos del Antiguo Régimen. Muestra la manera en que un libelista elegía representarse a sí mismo: un gacetillero acorazado que dispara cañonazos en todas direcciones, especialmente contra las figuras amenazantes en los cielos. Aunque destaca como una imagen particularmente dramática de un escritor del siglo XVIII, es difícil descifrarla, quizá con toda intención, porque el libro estaba destinado a ser provocador. Utiliza dos estrategias básicas para atrapar y retener la atención de sus lectores: los escandaliza al difamar a los grandes y los entretiene al esconder las calumnias tras alusiones que tienen que descifrarse.

    La primera edición de Le Gazetier cuirassé se publicó en 1771, en el punto más alto de la crisis política más importante del régimen de Luis XV.¹ El canciller René Nicolas de Maupeou reorganizó el sistema judicial a través de un golpe de Estado, lo suficientemente espectacular como para que sus contemporáneos lo llamaran una revolución, que destruyó el poder político de los parlamentos (las altas Cortes, con frecuencia opuestas a las políticas del rey) y eliminó los obstáculos principales para el ejercicio del poder real. Con el apoyo de la amante del rey, Jeanne Bécu, condesa du Barry, Maupeou y sus compañeros ministros, Emmanuel Armand de Vignerot, duque d’Aiguillon, y el abate Joseph Marie Terray, gobernaron Francia con mano de hierro hasta la muerte del rey en 1774. Las protestas se desbordaron, muchas de ellas en forma de libelos; hubo tantos libelos dirigidos en contra de Maupeou que se les conocía colectivamente como Maupeouana. Le Gazetier cuirassé se distinguió como el ejemplo más atrevido y desvergonzado de este tipo de literatura clandestina.

    FIGURA I.1. Le Gazetier cuirassé, portada de la edición de 1771 (copia privada).

    La primera edición era una impresión burda, hecha sobre papel barato sin frontispicio. La portada anunciaba el carácter del libro: agasajaría al lector con anécdotas escandalosas y estallaría contra las figuras más importantes en Francia desde la seguridad de un lugar designado por su dirección: Impreso a cien leguas de la Bastilla, bajo el Signo de la Libertad. Un subtítulo, añadido en la segunda edición, especificaba que las anécdotas relatarían noticias, pero noticias de un tipo muy peculiar: políticas, apócrifas, secretas, extraordinarias, enigmáticas y transparentes, así como también obscenas, pues se incluía bastante material sobre mujeres de escasa virtud. Este tipo de periodismo parece ajustarse al género de la chronique scandaleuse y presumía su carácter sedicioso; y, sin embargo, tenía un tono extrañamente lúdico. ¿A qué se refería el gacetillero con la miscelánea confusa acerca de asuntos muy precisos anunciada en el subtítulo? ¿Estaba jugando con el lector? ¿Y por qué adoptaba ese tono burlón para discutir una crisis política tan seria y urgente como la que recientemente envolvía a Francia? Había algo desconcertante acerca de este libelo.

    Ingresado de contrabando a Francia, reimpreso y pirateado varias veces, Le Gazetier cuirassé tuvo tanto éxito, un succès de scandale, que para 1777 le incorporaron un frontispicio elaborado y algunos materiales complementarios que revelaban el funcionamiento interno de la Bastilla.² Las ediciones posteriores continuaron utilizando la dirección desafiante, que identificaba a Francia con el despotismo simbolizado por la Bastilla, en contraste con Inglaterra, a cien leguas de distancia, donde se imprimía bajo el Signo de la Libertad.

    La portada de la edición de 1777 parece arcaica para el ojo moderno. Está colmada de texto. La tipografía echa mano de por lo menos ocho fuentes distintas, incluidos caracteres en cursivas y redondas, mayúsculas y minúsculas, organizados en combinaciones abigarradas. Los espacios y el uso de interlineados crean patrones complejos, de tal manera que la mirada del lector baila dentro y fuera de los márgenes, y hacia arriba y hacia abajo de la página, en respuesta a la configuración del material impreso. Leer las frases de esta portada es como si se contemplara una fachada rococó en un edificio o una pintura de Boucher. El diseño es al mismo tiempo juguetón y provocativo, como lo es también el frontispicio de la página opuesta (fig. 1). Desafía al lector a que descifre sus detalles y desentrañe su significado general.

    La leyenda en latín en la parte baja del frontispicio es la primera pieza del rompecabezas. Un lector educado habría sido capaz de descifrar lo suficiente como para reconocer que celebraba el poder que tenía el gacetillero de destruir a sus objetivos.

    Etna provee de estas armas volcánicas al hombre imperturbable,

    Etna que derrotará la furia loca de los gigantes.³

    Sin embargo, un epigrama en latín y verso heptámetro parece estar fuera de tono como punto de entrada a una obra de descarada difamación. Parece estar dirigido a un lector lo suficientemente sofisticado como para leer latín y reconocer el mito al que evoca, una historia acerca del titán rebelde Tifón, que intentó atacar el reino de Zeus levantando el monte Etna y lanzándolo a los cielos. Zeus respondió lanzando una serie de rayos que atraparon a Tifón bajo el Etna, donde permanece hasta ahora, escupiendo lava y humo. A pesar de su armadura anacrónica, el gacetillero evidentemente se consideraba a sí mismo un héroe emanado del mismo molde que el de los antiguos. En lugar de identificarse con los dioses, sin embargo, los trataba como sus adversarios, gigantes que lanzaban rayos mientras él asumía la posición de Tifón y respondía con cañonazos volcánicos. Él era el héroe, el hombre imperturbable comandando un ataque en contra de las fuerzas malignas en las alturas.

    Las iniciales en la parte superior del frontispicio muestran quiénes eran los villanos, aunque identificarlos precisa resolver un poco más del acertijo. Si fueron capaces de descifrar la escritura intrincada y relacionarla con los personajes más elevados en Versalles, los lectores del siglo XVIII se habrán dado cuenta de que la DB en la parte superior izquierda corresponde a Du Barry, la SF junto a ella a Saint-Florentin, y la DM del lado derecho a De Maupeou. En 1771, cuando se publicó la primera edición del libro, la condesa Du Barry estaba en el punto más alto de su influencia como amante de Luis XV. Luis Phélypeaux, conde de Saint-Florentin, más tarde duque de La Vrillière, ejercía su autoridad sobre la Bastilla y despachaba lettres de cachet (cartas con órdenes de encarcelamiento o destierro provistas con el sello real) en su papel como ministro a cargo de la Maison du Roi y el Département de Paris. Y el canciller Maupeou había echado a andar la revolución al interior del sistema de poder al destruir la capacidad que tenían los parlamentos para limitar la autoridad del rey rehusándose a registrar los decretos reales.

    FIGURA I.2. Le Gazetier cuirassé, portada de la edición de 1777 (copia privada).

    Las imágenes debajo de las iniciales identifican a los tres principales villanos de manera un poco más explícita. La imagen del barril a la izquierda es un pictograma que denota a la amante del rey. (En el siglo XVIII, como ahora, la letra final en baril no se pronunciaba, lo que daba a los libelistas infinidad de oportunidades para mofarse de du Barry.)⁴ Una típica nouvelle de un párrafo o una anécdota algo noticiosa en el texto sirve para ilustrar estas difamaciones comunes: Una estatua ecuestre de uno de nuestros reyes [es decir, la estatua de Luis XV erigida en 1763 en lo que ahora es la Plaza de la Concordia] fue hallada cubierta de la suciedad de un barril que le fue volteado encima, y ésta la embarra hasta los hombros. Los perpetradores de este hecho eligieron un barril de aquellos usados en las zanjas del drenaje de París.⁵ De la cabeza de Saint-Florentin emergen serpientes como de Medusa que escupen rayos acompañados de lettres de cachet. El cachet o sello se ve claramente en las cartas como una forma oval, junto con la frase et plus bas Phélypeaux (y más abajo Phélypeaux), la fórmula usual en estos documentos, que incluían la firma del rey (con frecuencia realizada por algún secretario) y, al final, la firma del ministro (en este caso Phélypeaux, el nombre de pila del conde de Saint-Florentin) que enviaba la orden de arresto.

    La cabeza del canciller Maupeou también escupe rayos, como para mostrar su intención de obliterar (foudroyer) cualquier oposición a sus despóticas medidas. Como a Madame du Barry, a lo largo del texto también se ridiculiza a Saint-Florentin y Maupeou, junto con el duque d’Aiguillon, el abate Terray y otras figuras clave en el gobierno. Al escribir en el momento más explosivo de la crisis de Maupeou, el libelista pretendía dramatizar la amenaza del despotismo y su propia respuesta ante ella, porque el héroe del libro es él. El frontispicio lo muestra disparando copias del libro como si fueran balas de cañón y metralla dirigidas contra los poderes malévolos de la monarquía.

    Esta dramatización de sí mismo se extiende a lo largo de las primeras páginas del libro, especialmente en su dedicatoria, que parodia el estilo obsequioso de las dedicaciones dirigidas a los patronos.

    Epístola dedicatoria

    a MÍ

    Mi querida Persona,

    ¡Regocíjese en su gloria sin preocuparse por ningún peligro! Estará expuesto a ellos, claro, a causa de todos los enemigos de su patria. Afilará su furia y duplicará su ferocidad. Pero debe saber, mi querida Persona, que al revelar los inicuos misterios perpetrados en los rincones oscuros y secretos de su conciencia, usted está haciendo justicia a los inocentes… Haga temblar a aquellos monstruos crueles cuya existencia es tan odiosa y tan nociva para la humanidad…

    Lo conozco lo suficiente como para temer que se relajen sus principios. Su determinación es garantía de que nunca se desviará de ellos. En este parecer, mi querida Persona, soy,

    Su más humilde y devoto servidor,

    Yo mismo

    El empuje político del libro es inconfundible: su blanco son las principales figuras en el gobierno francés y los actos despóticos que se estima que perpetran. No obstante, la retórica desbordada y autocelebratoria está minada por un tono de bufonería que se acerca al cinismo. A la mitad del texto el autor deja de lado la pose de gacetillero heroico y adopta la del filósofo cínico. Entonces dispensa incontables anécdotas sobre prostitutas y sus clientes aristócratas. Describe estas historias como noticias y las cuenta en párrafos cortos y lapidarios, similares a los flashes informativos del moderno periodismo sensacionalista y los programas de radio. No hay una narrativa que enlace las anécdotas: aparecen en desorden, una tras de otra, sin un tema que las conecte, a no ser por la noción general de podredumbre moral que carcome a las capas más altas de la sociedad. La mayoría, especialmente las de la sección dedicada a las noticias de la Ópera, de las vestales y matronas de París, no tienen repercusión política. Parecen estar ahí sólo para escandalizar, entretener o excitar al lector. Muchas son obviamente ficticias; muchas, pero no todas, ni totalmente: la mezcla de hechos e invenciones les da un sabor peculiar a las noticias que aparecen en los libelos, al contrario de los reportes veraces pero censurados en la Gazette de France oficial. Es menester del lector separar los hechos de los rumores. El autor lo dice con su acostumbrado descaro en un prefacio: Debo advertir al público que algunas de las noticias que presento como verdaderas son, en su mayoría, probables, y que entre ellas hallarán algunas cuya falsedad es obvia. No me he preocupado por separarlas: es menester de la gente de la alta sociedad, quienes saben lo bastante de verdades y mentiras (por su uso frecuente de ambas) para juzgar y elegir.

    Más una incitación que una advertencia, el prefacio alertaba a los lectores acerca de lo que podían esperar del libro, y la manera en la que debían leerlo. También les daba un cierto papel: debían pensarse como sofisticados, gens du monde, capaces de escarbar entre los chismes para hallar las pepitas de verdad. Le Gazetier cuirassé les daba juegos que jugar. Claro, los horrores del gobierno francés provocarían muchos escalofríos, pero el libro también entretendría. Podía ser disfrutado como un acertijo, como uno de los juegos de palabras tan populares en las revistas literarias de la época. En lugar de identificar a sus víctimas abiertamente, el autor anónimo imprimía sólo las primeras letras de sus nombres, seguidas de puntos suspensivos o de sus títulos, siempre en cursivas, y al exhibir su vida privada sólo levantaba una parte del velo. Era el lector quien debía proveer la información faltante, reconocer las claves, descifrar las alusiones y extraer la verdad al interior de cada anécdota.

    Las anécdotas no serían efectivas si fueran producto únicamente de la fantasía; los libelos eran más efectivos cuando trataban con medias verdades. El libelista con frecuencia les recordaba a sus lectores que recurría a un inventario de información sólida y la distorsionaba después, movido por el espíritu de juego. En una nota al pie después de una anécdota sobre una enfermedad venérea que Madame du Barry transmitió al rey, aclara: Esta aventura bien puede no ser totalmente cierta, pero me aseguran que no es completamente falsa.⁷ El libro está compuesto de noticias, pero noticias con un giro favorable a la imagen del autor, y al reconocer que ha decorado la verdad, el libelista en realidad hace que su mensaje sea más insidioso porque reta al lector a jugar un juego que sólo se gana descubriendo las claves que llevan a los datos duros situados al fondo de las historias. ¿De dónde saca sus datos? El gacetillero no revela sus fuentes, pero libelos subsecuentes indican que tenía informantes en Versalles. Se dice que uno era una mujer llamada De Courcelles, que poseía información tan comprometedora que a veces no aceptaba confiarla por correo y se la entregaba a él personalmente en Londres.⁸

    FIGURA I.3. Le Gazetier cuirassé, detalle del frontispicio donde se muestra una carta con el sello real (copia privada).

    Los siguientes ejemplos, todos de una página en la primera sección del libro, titulada Noticias políticas, muestran cómo operaba esta retórica.

    Al primer alguacil del viejo Parlamento le fue ofrecida la posición de primer presidente en el nuevo [es decir, en la Corte subordinada con que Maupeou había sustituido al viejo Parlamento de París]; la rechazó.

    El presbítero… y el duque d’Aiguill… dominan al r… a tal punto que sólo le permiten acostarse con sus amantes, acariciar a sus perros y firmar contratos de matrimonio.

    Las prostitutas de París le han presentado tantas protestas a madame Du Barry en contra del sargento de policía que éste tiene prohibido poner pie en ningún b…

    Las dos primeras anécdotas no debían tomarse literalmente, pero ilustran algunas actitudes difundidas entre el público parisino: desdén por la Corte creada por Maupeou para remplazar al Parlamento de París y desagrado ante la disposición del rey a ser manipulado por sus ministros. La tercera anécdota se basa un poco en hechos: Madame du Barry había sido prostituta.¹⁰ El libro usaba esta información para urdir una historia acerca de su solidaridad con sus antiguas colegas, expresada a través de prohibirle al policía entrar a cualquier burdel. Una nota al pie hace explícito este punto, al señalar que les extendía su gracia a todas las prostitutas que alguna vez le hicieron compañía.

    En el libro abundan las notas al pie. Están relacionadas con las anécdotas, cada una de las cuales ocupa un párrafo separado en el texto; la composición de las páginas, entonces, anima a que el lector mueva los ojos de arriba a abajo, saltando de una frase provocadora a otra. Algunas veces las notas ayudan a que el lector descifre los nombres y comprenda el chiste de las anécdotas, pero la mayoría de las veces añaden fuerza al incluir material más escandaloso, tan ambiguo como las afirmaciones en el texto. Incluso intentan engañar al lector burlándose de sí mismas. Una nota dice: La mitad de este artículo es cierta.¹¹ ¿Qué mitad? Eso le corresponde decidirlo al lector.

    Con frecuencia, en la época de Luis XV los libelos estaban destinados a entretener a sus lectores al tiempo que difamaban a sus víctimas. Leerlos era participar en un juego. Como sucede con las novelas en clave (romans à clef), otro género predilecto, que generalmente eran libelos disfrazados de novelas, el juego consistía en identificar a los personajes cuyos nombres estaban ocultos, comúnmente con puntos suspensivos. En una edición de Le Gazetier cuirassé, las notas aparecen en la parte final del libro con el título Clave para las anécdotas y las noticias, haciendo evidente el género de roman à clef.¹² El atractivo de los libelos para los lectores del siglo XVIII iba más allá del impacto del murmurador; era también un asunto de descifrar enigmas, resolver misterios, decodificar pictogramas, entender chistes y solucionar acertijos.

    Los acertijos presentados anteriormente eran fáciles de resolver. Pero el juego de adivinar se hacía cada vez más difícil a medida que el autor llevaba a sus lectores detrás de los secretos de las escenas, que revelaré al correr el velo.¹³ Por ejemplo: "Se dice sotto voce que la condesa de la Mar…, enfrentada con la imposibilidad de hacerse de príncipe, ha decidido hacerse de un pequeño obispo, y que recibió en esa ocasión la bendición del coadjutor de Reims, quien es el prelado francés más confiable para este tipo de cosas seguido de Monsieur de Montaz… y el príncipe Luis".¹⁴

    Se esperaba que la mayoría de los lectores reconocieran el mensaje anticlerical, que contaba cómo la mujer de un conde lo engañaba con un príncipe de la Iglesia, y muchos habrían podido completar lo que faltaba de los nombres: la condesa de la Marck y el arzobispo de Lyon, de Montazet. Una nota al pie, no obstante, extendía las procacidades sacrílegas aún más: "Los tres prelados referidos aquí son aquellos que están más cercanos al cardenal de Bernis, quien tomó y destiló doce huevos frescos en doce ocasiones distintas en un periodo de tres horas". La referencia a la famosa vida sexual del cardenal Bernis en Roma es inconfundible, pero ¿a qué alude esa docena de huevos? Quizá se refiere al tipo de comportamiento escandaloso que aparece en otro libelo en contra de Maupeou: Oeufs rouges; quizá sugiere que Bernis desfloró a una docena de vírgenes en tres horas, imponiendo con eso un récord en los anales del sexo entre el clero francés, aunque en otra parte del texto aparecía como un homosexual que prefería copular con cardenales.¹⁵ Se decía que Maupeou, en cambio, prefería a los jesuitas, un tema que le daba al libelista ocasión para asociar la sodomía con los rumores de que el gobierno planeaba restituir a la Compañía de Jesús, que había sido disuelta en 1764.¹⁶ Las ambigüedades y las sugerencias volvían más estimulante el texto, pero algunas veces era imposible desentrañarlas, incluso en las notas al pie que acompañan a las anécdotas y que, aparentemente, las explican. Aun así, al ir de las notas al pie al texto, y al relacionar una anécdota con otra, los lectores del siglo XVIII probablemente podían entender la mayoría de los chistes. Aquellos que no se pudieran entender servían como un indicador de misterios más profundos todavía por resolverse. Las dificultades incrementaban el placer del juego; y conforme se iba haciendo más difícil, los lectores tenían la sensación de estar adentrándose cada vez más en los secretos más oscuros del Estado.

    Cuando exhibía los misterios del arte de gobernar en lugar de la vida sexual de los clérigos, el juego se convertía en algo sedicioso, no revolucionario: Le Gazetier cuirassé nunca llamó a derrocar al régimen ni imaginó la posibilidad de un cambio fundamental en el orden político. Como muchos panfletos anteriores a 1789, denunciaba el despotismo ministerial. Mezclados con las bromas y acertijos, presentaba algunos ataques frontales y serios en contra del gobierno de Maupeou; pero este mensaje evidente no debe ser desestimado como simple propaganda, producto de las políticas cortesanas del siglo XVIII.¹⁷ Es innegable que el libelista dirigía la mayor parte de sus calumnias a los ministros en el poder, y mostraba simpatía por sus oponentes, simpatizantes del exiliado duque de Choiseul. Pero de pronto lanzaba un golpe en contra de los choiseulistas,¹⁸ y hacía objeto de todo el escarnio a los grandes: colegas, generales, jueces, cortesanos, clérigos, hombres de mundo e incluso hombres de letras, entre los que estaban Voltaire, d’Alembert y la Académie Française completa. Vistas como un todo, las anécdotas se unen como las piezas de un mosaico, y transmiten la imagen de una sociedad corroída por la incompetencia, la inmoralidad y la impotencia. La inhabilidad de los aristócratas para propagar su linaje era uno de los temas favoritos del libelista, así como las enfermedades venéreas transmitidas de los burdeles a la Corte. Madame du Barry encarnaba esta cadena de transmisión: en tanto que era una arpía plebeya y una vieja prostituta que supuestamente tenía al rey bien apergollado, personificaba las transgresiones de las jerarquías de género y sociales que hacían que Versalles apareciera como la fuente de las ofensas para las sensibilidades del siglo XVIII. El escarnio en contra de la Corte se extendía al rey mismo. Dominado por mujeres depravadas, manipulado por ministros corruptos e incapaz de mantener el estatus de Francia entre las naciones de Europa, Luis XV parecía alguien despreciable, la antítesis de su predecesor, Luis XIV, el Grande. Y su sucesor, el futuro Luis XVI, ni siquiera podía concebir a un heredero.¹⁹

    FIGURA I.4. Le Gazetier cuirassé, la composición de una página típica (copia privada).

    Aunque no expresaba simpatía por la causa republicana, Le Gazetier cuirassé sobajaba los símbolos que habían creado un aura sagrada alrededor de los monarcas franceses: el cetro, el trono, el cuerpo mismo del rey, corrompido por la viruela y drenado de su virilidad.²⁰ En algún punto el gacetillero incluso atacó el fundamento religioso de la monarquía: Los reyes de Francia están obligados a probar su origen divino mostrando el contrato que el Padre Eterno firmó con ellos.²¹ Y las ediciones posteriores incluían un suplemento que exhibía los horrores de la Bastilla —las celdas aisladas, los muros gruesos, el frío que cala, la oscuridad aterrorizadora, las ratas y lagartijas, los olores fétidos, la comida repugnante—, espectáculo que clama por una venganza ante Dios y los hombres.²² Esta protesta se ajustaba a un leitmotiv que recorría toda la literatura de la calumnia: la monarquía francesa había degenerado en despotismo. Apareció en Le Gazetier cuirassé mucho antes de que obras como Mémoires sur la Bastille (1783) de Simon-Nicolas-Henri Linguet hicieran de la Bastilla el mito que encarnaba todo lo que los franceses temían y odiaban sobre su sistema político. Aun así, la retórica radical estaba plagada de agudezas subidas de tono y jocosidades. Para el lector moderno, la mezcla parece incongruente. ¿Cómo reaccionaron a ella los lectores del siglo XVIII?

    No lo sabemos. Como sucede con la mayoría de las obras del siglo XVIII, hay muy poca información sobre la recepción que tuvo Le Gazetier cuirassé entre los lectores comunes. Pero puede apreciarse el impacto del libro a partir de la respuesta de un lector extraordinario: Voltaire. Los libros del mismo Voltaire habían escandalizado al público lector a lo largo de Europa. Éstos circulaban también de manera clandestina y habían sido prohibidos y quemados. Sin embargo, para Voltaire nada tenían en común con Le Gazetier cuirassé, que lo horrorizaba: Una obra satánica acaba de aparecer en la que todos, desde el monarca hasta el último ciudadano, son insultados furiosamente, en la que las calumnias más atroces y absurdas esparcen un veneno terrible sobre todo lo que uno quiere y respeta.²³

    La respuesta de Voltaire, sin embargo, merece un comentario. Al contrario de la mayoría de los demás filósofos, Voltaire apoyaba el trabajo de ministro de Maupeou y secundaba la destrucción de los parlamentos por considerarla una victoria sobre los poderes de la superstición y la intolerancia que habían condenado tanto a sus libros como a víctimas inocentes de la justicia mal aplicada, como Jean Calas. Además, Le Gazetier cuirassé difamaba a Voltaire mismo. El gacetillero lo tachaba de sodomita y luego iba más allá al consignar que Voltaire había acusado a Fréron de ese mismo vicio.²⁴ Con frecuencia Voltaire lanzaba epítetos como sodomita a sus enemigos, quizá incluso a Federico II (una referencia en el Cándido al comandante de los Bulgares es probablemente una alusión a la homosexualidad de Federico). Entonces ¿podemos también considerar a Voltaire un libelista?

    Aunque la pregunta suena injuriosa, no hay manera de negar que Voltaire usaba la calumnia en sus obras polémicas. Durante 1759-1760, cuando a los filósofos los atacaban por todos lados —la Iglesia, el Parlamento de París, el Consejo del Rey e incluso la Comédie Française, por no mencionar a toda una serie de panfletistas deseosos de aprovechar el ánimo represivo en Versalles después del intento de asesinato de Luis XV por parte de Robert François Damiens—, d’Alembert le pidió ayuda a Voltaire. Los filósofos de París tenían la espalda contra la pared, escribió. Voltaire, como su comandante en jefe, debería auxiliarlos con un alud de panfletos que él podría producir desde la seguridad de su retiro cerca de la frontera ginebrina en Ferney. Voltaire accedió y comenzó a reunir sus municiones. Busquen fango sobre los escritores ubicados en el campo enemigo, instruyó a sus agentes en París. ¿No había algo de manipuleo lúbrico y secreto relacionado con la intervención del arzobispo de Lyon en favor de las enfermeras de hospital? ¿Qué jesuita del Collège Louis le Grand era el más conocido por tomarse libertades con los estudiantes? Exhibir a los canallas es buena cosa, escribió Voltaire. Pedía anécdotas, el ingrediente esencial de todos los libelos, desde sus propias Anecdotes sur Fréron hasta best sellers como Anecdotes sur Mme la comtesse du Barry.²⁵ D’Alembert respondió con un relato sobre la manera en que Abraham Chaumeix contrajo una enfermedad venérea en la Opéra comique y cómo el abate Nicolas Trublet seducía a sus fieles desde el confesionario.²⁶ Cuando hubo acumulado suficiente información de este tipo, Voltaire la convirtió en obuses de obras anónimas que disparó desde Ferney. Éstos ayudaron a cambiar la opinión pública en 1760, y siguió disparándoles así a los enemigos de la Ilustración hasta su muerte en 1778.²⁷ De hecho, Voltaire produjo obras difamatorias desde el inicio de su carrera: lo vincularon (erróneamente) con los libelos en contra del regente (en especial el venenoso Philippiques, escrito por François Joseph de La Grange-Chancel), y esto llevó a su primer encarcelamiento en la Bastilla en 1717. No obstante, en las batallas literarias y políticas del siglo XVIII hay difamaciones por doquier, lo mismo que en las mazarinadas del siglo XVII, las Flugschriften de la Reforma, las pasquinadas del Renacimiento y géneros similares que datan de la antigüedad. No es que toda esa literatura pueda interpretarse como difamatoria sino que los libelos expresaban un estilo polémico generalizado. En Ferney Voltaire utilizó las mismas tácticas que el libelista que lo atacó. Detrás de Le Gazetier cuirassé hay una vasta literatura que merece ser rescatada del olvido en que ha caído. Una manera de comenzar es planteando la pregunta: ¿quién era el gacetillero acorazado?

    ¹ Para un panorama experto del reinado completo, véase Michel Antoine, Louis XV, París, 1989. Sobre la crisis de 1770-1774, dos obras del siglo XIX siguen siendo fundamentales: Jules Flammermont, Le Chancelier Maupeou et les parlements, París, 1885, y Marcel Marion, La Bretagne et le duc d’Aiguillon, París, 1898. Las polémicas ideológicas iniciadas por la Revolución de Maupeou se discuten en Durand Echeverria, The Maupeou Revolution: A Study in the History of Libertarianism, France, 1770-1774, Baton Rouge, 1985, pero ese estudio será superado por la obra próxima de Shanti Marie Singham basada en su tesis de doctorado en la Universidad de Princeton, ‘A Conspiracy of Twenty Million Frenchmen’: Public Opinion, Patriotism, and the Assault on Absolutism During the Maupeou Years, 1770-1775, presentada en 1991.

    ² He identificado seis ediciones de Le Gazetier cuirassé, dos de 1771, una de 1772, una de 1777, una de 1785 y una de 1790, pero probablemente hubo varias más, la mayoría piratas. La que estimo es la primera edición, una obra mal impresa en papel barato de 1771, no tiene un frontispicio. Una copia de otra edición de 1771 en la Bibliothèque Nationale de France, Lb38.1270, está impresa con más cuidado e incluye el elaborado grabado del frontispicio que aparece en las ediciones subsecuentes. Las ediciones posteriores incluyen tanto el frontispicio como el nuevo material sobre la Bastilla. Es algo engañoso referirse a las ediciones piratas, ya que la edición original no tenía copyright ni privilegio ni aspiraciones de legalidad. El Ministerio del Exterior francés supo de una edición impresa en Ginebra y exigió a las autoridades ginebrinas que castigaran al impresor. Véase Theodore Besterman, ed., The Complete Works of Voltaire: Correspondence and Related Documents, Banbury, 1975, vol. 38, p. 197.

    ³ Agradezco a Denis Feeney por su ayuda para traducir del latín al inglés.

    ⁴ Véase Baril en Le Grand vocabulaire français, París, 1768, vol. 1, p. 147: "Le l final est muet devant une consonne; mais il se fait sentir devant une voyelle [La l final es muda delante de una consonante; pero se hace perceptible delante de una vocal"]. Véase también André Martinet y Henriette Walter, Dictionnaire de la prononciation française dans son usage réel, París, 1973, p. 129.

    Le Gazetier cuirassé ou anecdotes scandaleuses de la cour de France, 1777, p. 54. Una nota al pie en la misma página hizo más clara la alusión: "Si ce casque royal avait été ombragé de tous les panaches que la comtesse aurait pu y ajouter, le piédestal se serait écroulé à coup sûr [Si a ese casco regio lo hubiera oscurecido la capa de todas las plumas que la condesa hubiera podido agregarle, de seguro el pedestal se habría derrumbado"]. Para más juegos de palabras con baril, véase p. 32. Por razones de conveniencia, las citas están tomadas de la edición de 1777, aunque el estilo de frasear es el mismo que en las ediciones de 1771.

    ⁶ La obra que considero como la segunda edición de 1771 contiene una explication du frontispice en el reverso de la página de la portada: "Un homme armé de toutes pièces et assis tranquillement sous la protection de l’artillerie qui l’environne, dissipe la foudre et brise le [sic] nuages qui sont sur sa tête à coups de canon. Une tête coiffée en méduse, un baril, et une tête à perruque sont les emblèmes parlants des trois puissances qui ont fait tant de belles choses en France. Les feuilles qui voltigent à travers la foudre au-dessus de l’homme armé sont des lettres de cachet dont il est garanti par la seule fumée de son artillerie, qui les empêche d’arriver jusqu’à lui. Les mortiers auxquels il met le feu sont destinés à porter la vérité sur tous les gens vicieux qu’elle écrase, pour en faire des exemples [Provisto de armas de toda especie y sentado apaciblemente bajo el amparo de la artillería a su alrededor, un hombre disipa el rayo y despedaza las nubes que tiene encima a golpes de cañón. Una cabeza cubierta de medusas, un barril y una testa con peluca son los emblemas parlantes de los tres poderes que tantas cosas bellas han hecho por Francia. Las hojas que revolotean alrededor del rayo situado encima del hombre armado son cartas con el sello real; éstas quisieran descender hasta donde se encuentra él, pero basta el humo de su artillería para ponerles un obstáculo. Los morteros que aprovisiona de fuego están destinados a lograr que la verdad se aproxime a todas las personas viciosas y, así, las aplaste, imponiéndoles un castigo ejemplar"]. Esta explicación no está en las ediciones posteriores, probablemente porque los lectores debían descifrarlo por sí solos.

    Le Gazetier cuirassé…, op. cit., p. 44.

    ⁸ Pelleport, Le Diable dans un bénitier, et la métamorphose du Gazetier cuirassé en mouche…, op. cit., París, 1783, pp. 37, 79.

    Le Gazetier cuirassé…, op. cit., p. 31.

    ¹⁰ Véase Erica-Marie Benabou, La Prostitution et la police des moeurs au XVIIIe siècle, París, 1987, pp. 257-259. Esta sólida obra de historia social traspasa las leyendas alrededor de Madame du Barry y las otras mujeres procuradas para Luis XV, varias de ellas prostitutas.

    ¹¹ Le Gazetier cuirassé…, op. cit., p. 34.

    ¹² Ibid., p. 123. Esta copia en la Bibliothèque Nationale de France, Réserve, Lb38.1270, aparentemente proviene de la segunda edición de 1771. El texto de la clave es el mismo que el de las notas al pie en otras ediciones. En esta edición al texto principal le siguen dos secciones separadas, Mélanges confus sur des matières fort claires, par l’auteur du Gazetier cuirassé: Imprimé sous le soleil y Le Philosophe cynique, pour servir de suite aux Anecdotes scandaleuses de la cour de France: Imprimé dans une île qui fait trembler la terre ferme. Aparecen en forma de suplementos con paginación separada y sus propias claves al final. En la que considero que es la primera edición, también publicada en 1771 (la secuencia exacta de las ediciones es difícil de determinar), todo este material está unido en una paginación continua y con notas al pie en lugar de claves. Los títulos humorísticos, las direcciones y diversos modos de partir el texto servían aparentemente para captar la atención del lector y entretenerlo.

    ¹³ Ibid., p. 124.

    ¹⁴ Ibid., p. 49.

    ¹⁵ Ibid., p. 172.

    ¹⁶ Ibid., pp. 41, 176.

    ¹⁷ Véase, por ejemplo, Copie d’une lettre écrite de Paris le 10 juin 1771, ibid., pp. 118-122, y Epître à un ami, ibid., pp. 75-76, en el que el autor anónimo se felicitaba a sí mismo por su heroísmo al oponerse a la tiranía y adoptaba un estilo sentimental que estaba reñido con su disposición a calumniar como un autoproclamado philosophe cynique.

    ¹⁸ Véase, por ejemplo, el ataque al primo distante de Choiseul, el duque de Praslin, que había formado parte de su gobierno como ministro del Exterior y ministro naval. Ibid., p. 27.

    ¹⁹ Ibid., p. 47.

    ²⁰ Para 1771, apuntaba el libelista, el rey ya no podía copular exitosamente a pesar de los trucos que Madame du Barry había aprendido en los burdeles y que empleaba para revivir su extenuada libido. Ibid., pp. 54-55, 57. Como un ejemplo de la denigración de los símbolos de la monarquía, véase p. 171: On a publié un monitoire pour savoir ce qu’étaient devenus le sceptre et la main de justice d’un des plus grands rois de l’Europe. Après des perquisitions très longues, ils se sont trouvés sur la toilette d’une jolie femme appellée comtesse, qui s’en sert pour amuser son chat [Se publicó un monitorio para averiguar qué había sido del cetro y la Mano de Justicia de uno de los más grandes reyes de Europa. Tras el levantamiento de registros muy dilatados, se encontraron sobre el tocador de una linda dama llamada condesa, que se sirve de ellos para entretener a su gato].

    ²¹ Ibid., p. 106.

    ²² Ibid., p. 20 del suplemento al final titulado Remarques historiques et anecdotes sur le château de la Bastille et l’Inquisition de France.

    ²³ Voltaire, Quisquis, en Questions sur l’Encyclopédie par des amateurs, s. l., 1775, vol. 6, p. 278. Una reseña de Le Gazetier cuirassé en el clandestino Mémoires secrets pour servir à l’histoire de la république des lettres en France, Londres, 1771-1789, entrada del 15 de agosto de 1771, se refería al libro como un ataque audaz en contra de los hombres en el poder, incluido el rey, pero señalaba que su tono bromista y sus anécdotas escabrosas lo hacían une rapsodie très informe et fort méchante [una rapsodia muy informe y de muy malas intenciones].

    ²⁴ Le Gazetier cuirassé…, op. cit., p. 174.

    ²⁵ Voltaire a Jean le Rond d’Alembert, 13 de agosto de 1760, The Complete Works of Voltaire…, op. cit., vol. 106, pp. 44-45.

    ²⁶ D’Alembert a Voltaire, 2 de septiembre de 1760, en ibid., vol. 106, p. 88.

    ²⁷ Las polémicas de 1759-1760 marcaron un punto de inflexión crucial en la Ilustración francesa. D’Alembert, escribiendo desde París, reprendía a Voltaire como líder de los philosophes por no entender la gravedad de la amenaza en contra de su causa. Al principio Voltaire vaciló, pero una vez que estuvo convencido de la necesidad de pasar a la ofensiva, produjo una serie de ataques en contra de los anti-philosophes. Véase todas las cartas que intercambiaron en 1760, especialmente d’Alembert a Voltaire, 6 de mayo, ibid., vol. 105, p. 284; d’Alembert a Voltaire, 26 de mayo, ibid., vol. 105, p. 329; Voltaire a d’Alembert, 10 de junio, ibid., vol. 105, p. 361; d’Alembert a Voltaire, 16 de junio de 1760, ibid., vol. 105, p. 375; Voltaire a Nicolas Claude Thiriot, 7 de julio, ibid., vol. 105, p. 443; Voltaire a d’Alembert, 9 de julio, ibid., vol. 105, p. 449, y Voltaire a Thiriot, 9 de septiembre, ibid., vol. 106, p. 108. La mayoría de los ataques fueron dirigidos al enemigo favorito de Voltaire, Élie Catherine Fréron, editor de L’Année littéraire, quien en realidad reaccionó con una gran dignidad y los trató de libelles. Véase Fréron a Chrétien Guillaume Lamoignon de Malesherbes, 20 de agosto de 1760, ibid., vol. 106, p. 67.

    II. EL DIABLO EN EL AGUA BENDITA

    AUNQUE el gacetillero acorazado se escondió tras el velo de anonimato en Le Gazetier cuirassé, fue exhibido —y no sólo exhibido, sino hasta difamado— en una obra subsecuente: Le Diable dans un bénitier, et la métamorphose du Gazetier cuirassé en mouche, ou tentative du sieur Receveur, inspecteur de la police de Paris, chevalier de St. Louis, pour établir à Londres une police à l’instar de celle de Paris (1783), o El diablo en el agua bendita y la metamorfosis del gacetillero acorazado en un espía policial, o el intento del señor Receveur, un inspector de policía, condecorado caballero de San Luis, por establecer una fuerza de policía en Londres moldeada según la de París. El título resume el tema del libro: la transformación del gacetillero acorazado en espía policial (mouche) durante el intento de un inspector de París por establecer una división secreta de la policía parisina en Londres. El intrépido gacetillero había desertado para integrarse a las filas enemigas: ése era el principal escándalo que revelaba el libro, que incluía también un frontispicio que detallaba su trama en imágenes (fig. 2).

    También en este caso la imagen requiere cierto desciframiento de parte del lector. El pie de foto, que contiene los puntos suspensivos usuales después de las primeras iniciales de los nombres, explica que muestra al plenipotenciario francés en Londres (el conde de Moustier) presidiendo una ceremonia en la que Charlot renuncia a su pasado y a cambio recibe la cruz de san Andrés de parte de R…….r (Receveur, el inspector de policía parisino). Charlot es el antihéroe del libro, el supremo difamador del siglo XVIII y el autor de Le Gazetier cuirassé: Charles Théveneau de Morande. La escena corresponde al momento climático de la narración, y éste da más información para descifrar el frontispicio.¹ Morande está hincado a los pies de Receveur, el gran maestro de la cuasi masónica Orden de San Andrés, llamada así por la cruz de San Andrés en forma de X con la que supuestamente la policía torturaba a sus víctimas. (Receveur porta el emblema de la cruz en su chaqueta por encima de las esposas, y los instrumentos de tortura cuelgan de su bolsillo.) Mientras Morande recita un juramento de lealtad como agente secreto de la policía, Receveur lo inicia en la orden al tocarlo con las pinzas de tortura utilizadas para acercar carbón caliente a los pies de los prisioneros de la Bastilla a fin de que revelaran los nombres de sus cómplices. Moustier preside la ceremonia desde una especie de trono y frente a unas cortinas decoradas con fleurs-de-lis borbónicas. Al lado izquierdo, el asistente de Receveur, Pierre Ange Goudar, le entrega a Morande la insignia de la orden: una medalla en forma de la rueda en la que torturaban a los prisioneros. Goudar, un famoso aventurero literario, aparece en el texto como un escritor a destajo vuelto espía al servicio de la policía; se le identifica en la imagen por el título de su obra más conocida, L’Espion chinois, una chronique scandaleuse de seis volúmenes. (Ésta puede verse en un pedazo de papel que sale de su bolsillo, igual que se revela la identidad de Morande con un papel bajo su pie que dice Le Gazetier cuirassé.) Bajo el brazo carga una caja marcada con la etiqueta ampolletas de olvido y pastillas de opio, lo cual sugiere que, ahora que se ha unido a las fuerzas de la ley, el pasado de Morande será borrado.

    La portada refleja esta burla de las autoridades francesas, e, igual que la portada de Le Gazetier cuirassé, consiste en un área saturada de tipografía. La variedad de tipos y la compleja articulación de los espacios sirven para inducir al lector a detenerse en los detalles y disfrutar de los juegos verbales que se acumulan línea a línea. Pero en lugar de presentar abiertamente sus provocadoras observaciones, usa parodias paratextuales para incitar al lector. Se presenta como una obra totalmente legal. Exhibe un privilegio y una prerrogativa falsos, una dirección falsa (la Imprenta Real en París), una dedicatoria falsa (al marqués de Castries, ministro de Marina y uno de los personajes ridiculizados en el texto), un editor falso (el abate Jean Louis Aubert, editor de la ortodoxa Gazette de France y censor de la edición francesa del Courrier de l’Europe, que lo hacían la bête noire de los autores franceses expatriados del Courrier en Londres), y un autor falso (posiblemente Arnold Joseph Leroux, un periodista e impresor clandestino en el principado de Lieja). El diablo que aparece en el título es Receveur, quien llegó a Londres en 1783 en una misión secreta para reprimir libelos y secuestrar libelistas. Las víctimas elegidas se enteraban de sus planes y lo encaminaban a tantas intrigas sin sentido que al final terminó recorriendo Londres frenético como un chivo pero sin alcanzar ningún éxito… o, como dicen los franceses, como un diablo en la pila de bautizo. Para un lector moderno la expresión parece referirse a una fuerza satánica que mina las instituciones sagradas. No obstante, en el habla coloquial del siglo XVIII denotaba una agitación rabiosa pero ineficaz, como lo expresa el verso popular de J.-B.-L. Gresset, Vert-Vert (1734):

    Bien vite il sut jurer et maugréer

    Mieux qu’un vieux diable au fond d’un bénitier.

    [Muy pronto aprendió a maldecir y a resoplar

    Mejor que un viejo diablo al fondo de la pila bautismal.]²

    FIGURA II.1. Le Diable dans un bénitier, portada (copia privada).

    Puede que Receveur haya sido irremediablemente despiadado, pero su condición diabólica era sobre todo cómica, más cercana a la de Le Diable boiteux de Alain-René Lesage que al Satanás de Milton. Juntos, el frontispicio y la portada prometen bastantes revelaciones escandalosas, pero nada que suene a revolución. Por encima de todo ofrecían una lectura muy divertida.

    El texto del libro es tan desordenado y complejo como sus páginas preliminares. También tenía que ser leído como un acertijo, no sólo porque sus personajes están ocultos tras puntos suspensivos sino también porque contenía todo tipo de alusiones, pistas y chistes locales que exigían ser descifrados y que estaban acompañados por numerosos llamados de atención y guiños al lector que parecían querer hacerlo cómplice de la trama. La trama misma tenía algunas de las características de la roman à clef. Uno de los ejemplares que aún existen incluye una clave al final del libro escrita a mano por un lector del siglo XVIII, quien identificó a los personajes de acuerdo con los puntos o los guiones tras las iniciales de sus nombres y anotó las páginas en las que aparecen.

    Al contrario de Le Gazetier cuirassé, Le Diable dans un bénitier sigue una línea narrativa coherente, aunque la historia por momentos se enreda en una cronología confusa. Describe cómo dos villanos, Morande y Receveur, unieron fuerzas en un intento conjunto por terminar con la producción de libelos en Londres. Según cuenta el autor anónimo, sus biografías representaban ambos extremos de Grub Street: Morande, el archilibelista, personificaba al gacetillero, mientras que Receveur, el enemigo supremo de los libelistas, encarnaba el intento policiaco por reprimir a los gacetilleros. Sus vidas se cruzaron en un momento en que Grub Street estaba colmada por el tráfico de ida y vuelta entre policías y panfletistas, pues los libelistas se convertían a menudo en espías al servicio de la policía y los inspectores a veces traficaban con libelos. Estos cambios de lugares y de casacas eran lo que hacía que el relato fuera tan entretenido.

    Morande aparece en el libro por primera vez en un retrato. Los retratos verbales, un género familiar para los lectores franceses desde inicios del siglo XVII, enfatizaban tanto los rasgos morales como los físicos de sus personajes. A menudo se incluían dentro de los libelos, lo cual preocupaba gravemente a las autoridades francesas, encargadas especialmente de la protección de la reputación de las figuras públicas. El narrador de Le Diable dans un bénitier presentaba a Morande directamente a los lectores, y reforzaba el efecto al abandonar la tercera persona, voz prevalente a lo largo del texto: Imaginen, lectores, una cara amplia y plana cuyas facciones están compuestas por una materia grasosa, amoratada y flácida; unos ojos demacrados y de párpados pesados; una nariz chata con fosas amplias y abiertas, que parecen inhalar el más descarado aire de lascivia… una boca de cuyas comisuras escurre un hilillo constante de pus enrojecida, el verdadero emblema del veneno que ella disemina por todos lados.³

    A este retrato, que se asemeja a la imagen de Morande en el frontispicio, le sigue una breve biografía. Gracias a su disposición natural y a su nacimiento en el seno de la familia de un notario corrupto de origen borgoñés, explica, Morande se inició pronto en el mal. Se enlistó en un regimiento de caballería, desertó, fue deslizándose hacia el bajo mundo de las casas de apuestas y los burdeles de París, y pronto se vio encarcelado en Bicêtre, una prisión para criminales de pésima reputación. Para estar a salvo de la policía francesa, al salir se mudó junto a los marginados de Londres. Ahí vivió como proxeneta de homosexuales a quienes después chantajeaba. No obstante, en Francia descubrió mejores posibilidades para la extorsión, gracias a los reportes que sus informantes le daban sobre los comportamientos escandalosos en Versalles. Reunió las anécdotas en Le Gazetier cuirassé, una obra tan difamatoria que el gobierno estaba dispuesto a pagar una fortuna para evitar la publicación de una continuación, Mémoires secrets d’une femme publique, protagonizada por Madame Du Barry. Esta situación llevó a Beaumarchais a una misión secreta para coordinar el pago: 32 000 libras y una anualidad de 4 800 libras. Los dos bribones posteriormente colaboraron como espías vendiendo sus servicios a los postores más altos, fueran franceses, ingleses o estadunidenses, durante la guerra de Independencia. Después, mientras Beaumarchais perseguía otras intrigas, Morande se relacionó con la policía de París desde su escondite en Londres. A cambio de pagos cada vez más altos, los aconsejaba acerca de cómo lidiar con otros expatriados franceses que intentaban seguir su ejemplo y hacerse ricos a fuerza de extorsiones. Apoyada por el marqués de Castries en el Ministerio de Marina y el conde de Vergennes en el Ministerio de Asuntos Exteriores, la policía envió a un agente secreto tras otro para acallar a los libelistas, ya fuera mediante asesinatos, secuestros o sobornos. La misión más importante la dirigió Receveur en 1783: así fue que su carrera se cruzó con la de Morande, y surgió el material principal para Le Diable dans un bénitier.

    FIGURA II.2. Una clave manuscrita en una copia privada de Le Diable dans un bénitier. La columna de la izquierda muestra el número de página en que aparece el personaje. La siguiente columna contiene la versión encubierta del nombre del personaje y la columna derecha enlista las identificaciones que realizó el lector del siglo XVIII (copia privada).

    El libro hacía parecer a Receveur igualmente satánico pero mucho más siniestro, y al realizar el esbozo de su vida daba bastante información acerca del tráfico internacional de libelos. Contaba el libro que Receveur era de orígenes humildes —provenía de las clases trabajadoras de París— y se había elevado a la cumbre de la villanía al llegar a ser el matón principal de la policía en sus intentos por acabar con cualquier remedo de libertad de prensa. Aunque nunca logró dominar ni la lectura ni la escritura, mostró una disposición precoz a la violencia. Cuando todavía era un niño se juntó con espías y acompañaba gustoso a los secuaces de la policía cuando éstos arrastraban a sus víctimas a prisión. Cortejó a la hija de un verdugo con la esperanza de adquirir el oficio de su suegro, pero su propio padre, un honesto fabricante de carruajes con nociones convencionales sobre el honor familiar, impidió la unión. Receveur entonces se enlistó en el ejército. Cuando estaba apostado en el extranjero por primera vez conoció a un expatriado, a quien atrajo con engaños a París, lo culpó de un crimen literario inexistente y lo llevó a morir torturado en la rueda. Esta hazaña fue el inicio de una gloriosa carrera como agente encubierto de la policía: 20 años de espionaje, de crímenes inducidos, lettres de cachet, ahorcamientos y torturas a sus víctimas en Bicêtre y la Bastilla, coronados al final por la Croix de St. Louis como recompensa por sus servicios al rey.

    Después de dominar las artes del despotismo, Receveur —el monstruoso Receveur que aparece en Le Diable dans un bénitier— se embarcó en dos misiones que convergieron en la misión de 1783 en Londres. En 1781 siguió la pista de una gran colección de libelos inéditos —ataques contra la princesa de Guémenée, la duquesa de Bouillon y otros personajes eminentes, acompañados con grabados y chantajes— hasta Ámsterdam. Después de hacer una redada en una imprenta con ayuda de las autoridades holandesas, descubrió información que lo llevaba al origen de los libelos: dos hombres en París que colaboraron desde extremos opuestos de Grub Street, uno desde el lado panfletario y otro desde el lado policiaco. El gacetillero era Louis de Launay, un doctor en bancarrota convertido en periodista que comenzó a escribir libelos después del colapso de la Gazette anglo-américaine que editaba en Maastricht. (Su propietario, Samuel Swinton, también publicaba un periódico similar, el Courrier de l’Europe, que fungía como un centro de actividad para los libelistas en Londres.) El agente de la policía era Jean-Claude Jacquet de la Douay, un inspector a cargo del comercio de libros extranjeros, que había comisionado uno de los libelos para poder organizar su confiscación, y así recibir el dinero de la extorsión y al mismo tiempo impresionar a sus superiores con su determinación para hacer cumplir la ley. Armado con esta información, Receveur se apresuró para regresar a París, arrestó a los dos hombres y probablemente los torturó hasta matarlos en un calabozo. El autor de Le Diable sólo podía especular sobre el destino de ambos: De Launay, creía, había sido estrangulado en la Bastilla; no sabía qué fue de Jacquet, aunque tenía una explicación para el misterio que rodeaba a su desaparición. Un Tercer Hombre, identificado únicamente como el dueño de un alijo de esos mismos libelos en Londres, había colaborado también con Jacquet y había amenazado con que publicaría todo el material si se enteraba de que Jacquet había sufrido algún daño.

    De hecho, desde una dirección que no podía ser rastreada, este ominoso Tercer Hombre (que era sospechosamente parecido al autor anónimo de Le Diable) comenzó a extorsionar y lanzar amenazas de que los publicaría. Estas exigencias fueron transmitidas a las autoridades francesas por un librero expatriado llamado Boissière. Su tienda en la calle St. James vendía todo tipo de literatura francesa, principalmente libelos, y servía como punto de reunión de libelistas. La situación parecía ser lo suficientemente seria para que la policía francesa mudara el teatro principal de sus operaciones, de los Países Bajos a Inglaterra, y enviara a una serie de agentes encubiertos para investigarla. Según se describe en Le Diable, los agentes formaban un grupo variopinto. Ataviados con toda suerte de disfraces improbables y perplejos porque ninguno de ellos podía hablar el idioma, nunca comprendieron las costumbres de los nativos, en especial esas extrañas instituciones como el habeas corpus, los juicios con jurado y la libertad de prensa.

    Primero arribó Louis Valentin de Goesman, conocido adversario de Beaumarchais durante su famoso juicio ante la Corte de Maupeou, que fue sustituida por el Parlamento de París cuando Luis XVI restituyó los antiguos parlamentos en 1774. Goesman se presentó en la librería de Boissière como el barón de Thurne, un noble alsaciano, y participó en una serie de barrocas intrigas que a fin de cuentas desembocaron en la supresión de una de las obras de la colección de Jacquet, Les Amours de Charlot et Toinette (un poema-panfleto acerca de la impotencia de Luis XVI, la libido exaltada de la reina y una supuesta relación entre ella y el conde de Artois, ilustrada ampliamente con grabados obscenos), por 17 400 libras. Con todo, tan pronto como pagó ese libelo, Goesman anunció que otros estaban en prensa. Aseguró que podía destruirlos gracias a las excelentes relaciones que había entablado con Boissière, pero eso costaría mucho más, y el prospecto de una infinidad de libelos y gastos sin fin convenció a las autoridades francesas de la necesidad de un nuevo agente secreto.

    Eligieron a Alexis d’Anouilh, un policía espía que asediaba a la escoria de París, y lo enviaron a investigar a Goesman y a sus libelistas. Después de visitar los antros de apuestas y los burdeles de Londres —al contar sus aventuras, Le Diable dans un bénitier destacaba su afición por un ambiente que también frecuentaba en París—, d’Anouilh hizo contacto con Richard Sheridan, el dramaturgo que se había unido al gobierno como subsecretario de Estado para Asuntos Exteriores y quien esperaba usar su posición para ensanchar su cartera. Al principio parecía que un soborno bien colocado convencería a Sheridan de deportar a un grupo de expatriados franceses acusándolos de difamación. Pero después de investigar más, quedó claro que la ley de libelo británica no se aplicaba para ofensas cometidas en contra de extranjeros. De Anouilh se embarcó entonces en un proyecto más ambicioso: con la ayuda de Sheridan habría de modificar la ley; sólo era necesario movilizar a una mayoría en el Parlamento y ofrecer sobornos a una escala mucho mayor de la que anticipaba. Había gastado ya los 5 000 luises que le otorgó el Ministerio de Marina, que estaba patrocinando su expedición junto con la policía de París. Así que regresó a París con una petición de varios miles de luises más. De Castries, el ministro de Marina, escuchó la historia de De Anouilh y de inmediato lo encerró en la Bastilla, donde Receveur lo torturó hasta que confesó que se había embolsado la mayor parte del dinero.

    ¿A quién mandar después? Receveur era la opción evidente. Es verdad que no sabía una palabra de inglés y apenas podía escribir en francés, pero era alguien en quien se podía confiar. Ya había capturado a docenas de gacetilleros, y podía investigar tanto las tramas de d’Anouilh como las de Goesman, así como a los expatriados que investigaba Goesman. Receveur también viajó como un falso barón, acompañado por una comitiva de asistentes, entre los que iba Ange Goudar, el autor de L’Espion chinois, que hablaba inglés con fluidez y, según la policía, habría de ser un excelente espía. Así fue que Receveur —todo esto según la narrativa picaresca de Le Diable dans un bénitier—, ataviado como le baron de Livermont, estableció su base en Jermyn Street y lanzó una campaña para exterminar a los libelistas en Londres.

    Las maniobras de Receveur, combinadas con las de Morande, servían como el tema principal para Le Diable dans un bénitier. La historia daba tantas vueltas y giros que era difícil de seguir, pero le daba al lector un recuento completo de las tácticas empleadas por la policía secreta. Eran básicamente tres. La primera: force majeure. Receveur llegó armado con todas las herramientas de su oficio: esposas, cadenas e incluso, se decía, un carruaje con un compartimento secreto suficientemente grande para ocultar a una víctima atada. Su equipo de apoyo incluía a un matón llamado Humbert, que podía someter a cualquier autor y amordazarlo para enviarlo hasta la Bastilla, donde la tortura y los interrogatorios descubrirían toda su red de cómplices. Sin embargo, Londres estaba lleno de autores franceses andrajosos. ¿Quién de entre ellos había producido la última ronda de libelos? ¿Quién era el Tercer Hombre a cargo del inventario de manuscritos difamatorios de Jacquet? Cuando Humbert se presentó en la Grobetty Tavern, un famoso abrevadero para los expatriados, éstos huyeron aterrados. Poco tiempo después comenzaron a distribuir un folleto en las calles.

    Lo escribieron en inglés pero, para beneficio del público lector al otro lado del Canal, aparecía en francés en las páginas de Le Diable dans un bénitier.

    UNA CAMPANA DE ALARMA

    contra

    LOS ESPÍAS FRANCESES

    y

    UNA ADVERTENCIA,

    Especialmente para los Extranjeros que no están de acuerdo con

    ser encerrados en la Bastilla.

    El Espíritu libre y valiente de los Britanos se alza contra dos desesperadas Pandillas de Espías Franceses y sus Confederados, algunos alojados en la Ciudad, y otros cerca de St. James, y que están en constante Vigilancia (Día y Noche), equipados con Mordazas, Esposas y Dagas, para confiscar y transportar a París, ya sea vivos o muertos, a los Autores o Editores de los tres Panfletos siguientes:

    Les Passe-temps d’Antoinette, avec figures.

    Les Amours et Avantures du Vizir Vergen***.

    Les Petits-Soupers et les Nuits de l’Hôtel-Bouill**.

    Se reporta que los dos primeros se están imprimiendo en Londres y el último, impreso en Bouillon, está a la Venta en la calle St. James, Haymarket y la calle New-Bond.

    Para ejecutar su diabólico Propósito, dos Carruajes, construidos para sus Planes, están preparados, cerca de la calle Duke, con Cajas dentro para ocultar a dos o tres Hombres: también Caballos frescos en distintas Partes del Camino, y un Paquebote Francés listo para enviarlos a Francia.

    ***El Jefe de los ESPÍAS antes mencionados es el tristemente famoso y despiadado R-CEVEUR (penosamente condecorado con la Cruz de St. Louis), enviado aquí hace diez Años para el mismo Asunto infame, y posteriormente expuesto en los Diarios Públicos; ahora vive cobijado bajo un Título ficticio, a menos de cien Millas de las calles Jermyn y Bury.

    Este golpe de publicidad puso fin al peligro de ser secuestrado o asesinado porque en el Londres de 1783 todavía bullía la hostilidad contra Francia y todavía podía explotar violentamente como lo había hecho durante los disturbios conocidos como los Gordon Riots* de 1780. Como lo decía el folleto, Morande había incitado a un grupo de gente a expulsar a un destacamento de la policía francesa, incluyendo a Receveur, quien había intentado secuestrarlo en 1774.⁴ Los agentes secretos franceses podían ser ejecutados por ser espías antes del 3 de septiembre de

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