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La profecía de las espadas
La profecía de las espadas
La profecía de las espadas
Libro electrónico1321 páginas20 horas

La profecía de las espadas

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Sinopsis
El día en que Aryana y Kei cruzaron sus caminos y espadas por primera vez en Parmor, ninguna de ellas podía si quiera imaginar lo que el destino les tenía deparado.
Una antigua profecía, una guerra que jamás terminó y una historia de amor que florecerá en el campo de batalla. 
«Esta es la historia de las tierras de Efan y Dilfen y de todas sus gentes, muchos la llaman "El Romance del Sol y la Luna". Los bardos y juglares aún la cantan en las largas noches de invierno, sin embargo su nombre real se ha perdido en la memoria del tiempo, quizá en el antiguo reino aún la puedas escuchar bajo el título de La Leyenda de la Espada del Día y la Espada de la Noche. Esta es una historia de honor y valor, de dolor y amor, de sangre y muerte, de promesas y juramentos, de sueños rotos y nuevas esperanzas, de traición y amistad. Una historia de los viejos tiempos».
 
 
Entrevista en Podcast Travesura realizada
 
IdiomaEspañol
EditorialNou Editorial
Fecha de lanzamiento15 jul 2023
ISBN9788417268930
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    Vista previa del libro

    La profecía de las espadas - Helena Ramírez Laosa

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    Libro I

    El día y la noche

    Prólogo.

    Año 1.028 de la III Égida

    La pequeña aguardaba en sus aposentos, tal y como el aya le había dicho que hiciera, había visto llegar al jinete al patio de armas y todavía recordaba el miedo que le había dado al verle todo manchado de sangre. Con voz débil y a punto de desmayarse había pedido hablar con el marqués; entonces el castellano apareció acompañado de otros hombres y entre ellos le ayudaron a entrar en el castillo. Ella intentó seguirlos, porque quería saber, pero el aya se interpuso en su camino y le ordenó esperar en su cuarto. Todavía recordaba la expresión temerosa en los ojos de la mujer.

    La luz del atardecer se colaba por los ventanales del cuarto, esperaba obediente sentada en su cama, cuando su padre vino a hablar con ella. Pese a su corta edad sabía que algo malo había ocurrido. Su padre se arrodilló frente a ella, traía el rostro pálido y los ojos enrojecidos y la niña supo que hasta hacía poco habían estado derramando lágrimas. Sintió que no quería oír lo que él iba a decirle.

    —Ary… —comenzó Daran, señor y marqués de Parmor, un hombre duro y estricto al que ahora la voz le temblaba—, no sé cómo decirte esto… Tu madre y tu hermano han… han muerto. Su comitiva fue atacada por bandidos cuando volvían del Bosque del Hechicero.

    La pequeña no reaccionó, se quedó mirando fijamente a su padre mientras su mente procesaba aquellas palabras; su madre y su hermano muertos… muertos. No podía ser verdad, su padre le estaba gastando una broma, pero cómo podría hacer algo tan cruel. No podía ser verdad.

    —Ary…, Aryana, ¿has entendido lo que te he dicho? —Su padre parecía alarmado ante su falta de reacción y puso una mano sobre su hombro.

    —Sí… Pero no es verdad, me estás mintiendo, mamá y Keror no pueden haber muerto. Prometieron que volverían a jugar conmigo, que iríamos a montar los cuatro a caballo por el prado… No es cierto, ¿verdad, papá? ¿Verdad?

    La voz se le quebró y el llanto llegó por fin al ver cómo su padre negaba con la cabeza y la envolvía en un fuerte abrazo.

    —Lo siento, Ary, lo siento… Debí haber enviado más hombres con ellos, debí haberles acompañado. Lo siento mucho, hija mía.

    Y en aquella tarde de comienzos de verano un padre y su hija de cinco años compartieron la más profunda y dolorosa de las penas.

    ⚔⚔⚔

    Ser uno con las sombras, ser uno con la noche, ser uno con la oscuridad; esos eran los preceptos de la Hermandad que sus miembros mamaban desde la cuna. Luego venían los años de duro entrenamiento, del miedo y el dolor, de los amigos que se perdían y no se volvían a hacer, porque el que hoy te da la mano mañana puede clavarte un puñal. No había más lealtad que al Alto Consejo y sus órdenes eran Ley. No había inocencia en los niños de la Hermandad, pues con cinco años eran apartados de sus familias y llevados a los Abismos, allí donde la noche se demoraba y el sol no era más que el eco de un recuerdo lejano. En aquella dura y terrible tierra eran adiestrados por maestros inmisericordes y solo la fuerza de voluntad y el valor lograban que sobrevivieran un día más a aquel infierno.

    —Llegáis a nosotros siendo niños de tierna mirada. Os marcharéis de aquí como guerreros de ojos de acero. —Era lo primero que el Gran Maestro les decía a los nuevos discípulos cuando, aterrados y temblando, miraban a su alrededor en el frío salón de piedra de la Casa de los Fantasmas.

    Ser uno con las sombras, ser uno con la noche, ser uno con la oscuridad —coreaban entonces los demás maestros e instaban a los pequeños a repetirlo a voz en grito hasta que se quedaban roncos.

    Y luego eran llevados a los barracones donde vivirían durante los siguientes diez años, y la primera noche era la peor de todas; los discípulos mayores asaltaban los cuartos de los novatos de madrugada, les obligaban a salir al exterior desnudos y a sumergirse en las heladas aguas negras del lago sin nombre que coronaba una de las abruptas colinas, mientras los insultaban y zaherían con ramas y látigos. Era una tradición y ningún maestro intervenía. En los Abismos la tradición era importante.

    —No me gusta este sitio. —Lloriqueaba uno de los niños junto a la pequeña de cabello moreno, mientras entraban en las frías aguas tiritando.

    —No llores o será peor —le dijo en un susurro.

    —Quiero volver a casa. —Sin embargo sus sollozos eran cada vez más altos.

    —Cállate o te oirán.

    —¡Ah! ¡Algo me ha tocado el pie! —gritó asustado y sin pensar dio media vuelta e intentó salir del lago.

    —Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —dijo uno de los chicos mayores al tiempo que cogía por el brazo al niño.

    —Una rata cobarde, Kayem. —Rio una de las chicas a su lado. A la luz de las antorchas que rodeaban la orilla parecían el vivo retrato el uno de la otra. La niña morena contuvo el aliento al verlos.

    —¿Sabes qué hacemos con las ratas cobardes aquí, mocoso? —inquirió Kayem al pequeño apretándole con fuerza el brazo—. Díselo, Akare.

    —Se las echamos de comer a los perros.

    Los otros jóvenes rieron sonoramente ante el miedo que demudó el rostro del niño, grandes lagrimones se escurrían por sus mejillas.

    —Entonces, ¿vas a ser una rata cobarde?

    —N… no.

    —Pues vuelve al agua.

    Kayem lanzó sin miramientos al niño, que cayó al agua donde empezó a patalear incapaz de ponerse de pie, tragando agua y tosiendo. La morena le tendió una mano para ayudarle a levantarse, pero recibió un doloroso golpe en ella que le hizo apartarla.

    —Aquí cada uno se ayuda a sí mismo. No hay amigos. No hay familia. No lo olvides, Kei. —Fueron las primeras y unas de las pocas palabras que Kayem, su hermano mayor, le diría en aquel lugar durante sus años de adiestramiento.

    Aquella noche infernal terminó cuando a la alborada les permitieron volver a los barracones, a dormir unas escasas horas antes de que su primer día de entrenamiento comenzase.

    —Ser uno con las sombras, ser uno con la noche, ser uno con la oscuridad —dijo la que sería maestra del grupo de Kei—. Jamás olvidaréis estas palabras. Pero recordad bien las que ahora os diré yo: ser uno con la espada, ser uno con la tierra, ser uno con el aire. Grabadlas en vuestra mente, porque será lo que os enseñe aquí. Bien, repetidlas.

    —¡Ser uno con la espada, ser uno con la tierra, ser uno con el aire! —repitieron a coro los niños.

    —Eso es. Y ahora, ¡corred!

    El grupo echó a correr por la quebrada senda que se internaba en los Abismos, llena de obstáculos que con los años conocerían a la perfección.

    —¿Qué te parece tu bandada, Kailem? —preguntó un hombre maduro de tostada piel curtida y cruzada de cicatrices.

    —Puede que cinco de ellos lo logren, Gran Maestro.

    —¿Está la menor de los Nariem entre esos?

    —¿Favoritismos? —Sonrió la maestra de medio lado.

    —Sabes que no, pero el nombre de su familia resuena en nuestras tierras con fuerza. Y sus hermanos mayores ya prometían desde el primer día.

    —Estará entre los cinco si la amabilidad de sus ojos desaparece algún día.

    Y mientras, ajena a aquellas palabras, Kei corría embutida en su justillo y pantalones de cuero endurecido, los pies desnudos sangrando sobre las piedras del camino. «Ser uno con las sombras, ser uno con la noche, ser uno con la oscuridad. Ser uno con la espada, ser uno con la tierra, ser uno con el aire», se repetía una y otra vez en su mente para olvidar el dolor y el miedo.

    ⚔⚔⚔

    Año 1.038 de la III Égida

    El campamento era un hervidero de actividad, los hombres se preparaban para la batalla; finalmente habían sido llamados para reforzar las defensas de uno de los fuertes fronterizos. Todos estaban tensos, expectantes, querían ganar honor y gloria para el marquesado de Parmor y el condado de Velkan, para su señor que les guiaría en la batalla. Los pendones ondearon, los cuernos llamaron a las armas, era hora de marchar, el sol del amanecer teñía de fuego las puntas de las lanzas. El caballo rampante de plata sobre campo de sable de Parmor se sacudía al viento en las primeras líneas.

    —Es demasiado pronto, padre —dijo un joven caballero junto al marqués, vestía una armadura esmaltada en negro con el caballo blanco pintado en el pecho.

    —¿Cuántas veces lo has repetido ya, Rilen? —contestó Daran.

    —Pero es que solo tiene quince años.

    —Si no recuerdo mal, tu primera batalla fue a los dieciséis. No es mucha diferencia.

    —Ya, pero…

    —Pero ella es una muchacha, ¿eso es lo que estás pensando? Porque déjame decirte que he visto a muchas mujeres manejar la espada mejor que los hombres. En nuestra guardia hay unas cuantas.

    —No me refería a eso, ya lo sé. Quería decir que ella es mi hermana pequeña, me preocupa que le hagan daño. Por los dioses, tú eres su padre, ¿acaso no temes lo mismo que yo?

    —Por supuesto que sí, Aryana es la niña de mis ojos, si algo le pasara… Pero no puedo negarle su sueño; desde que era pequeña siempre le gustó el camino de la espada, eligió seguirlo y yo me ocupé de que los mejores maestros le enseñaran. Está preparada para esto. Algún día los polluelos tenéis que abandonar el nido y echar a volar —sonrió—. Además, Kailem estará a su lado, sé que no dejará que le pase nada a su protegida.

    —Supongo que tienes razón.

    Unas filas más atrás, en la columna de caballería ligera, la joven en torno a la que giraba aquella conversación, de quince años y largos cabellos de diferentes tonos de pelirrojo recogidos en una trenza, cabalgaba deseosa de llegar a su destino; su alazán corcoveaba de tanto en tanto contagiado por la ansiedad de su jinete.

    —Ary, relájate. Una batalla es algo que debes afrontar con tranquilidad y la mente despejada —dijo la mujer de oscuros cabellos que avanzaba a su lado a lomos de un tordo.

    —Lo sé, Kailem, lo intento, pero será mi primera batalla, mi bautismo de fuego —contestó excitada.

    —Será tu bautismo de muerte, si no calmas tus nervios. Temple es lo que todo guerrero debe tener.

    Aryana respiró hondo y trató de serenarse siguiendo las indicaciones de su preceptora; sabía que tenía razón y siempre obedecía sus enseñanzas desde que había sustituido a su último maestro casi cinco años antes.

    —Ser uno con la espada, ser uno con la tierra, ser uno con el aire —repitió en voz queda varias veces. Vio por el rabillo del ojo cómo Kailem sonreía, era su máxima, lo primero que le había enseñado, salmodiar aquellas palabras siempre lograba centrarla y tranquilizarla.

    —Eso está mejor —comentó Kailem al notar como el alazán de su discípula se relajaba.

    Aryana sonrió orgullosa, sentía un agradable cosquilleo en el estómago cada vez que su maestra la felicitaba por sus logros. Kailem era la persona más estricta que había conocido, más incluso que su padre, pero era también la más amable; con los años se había sentido cada vez más unida a ella y había veces en que pensaba en ella como una hermana mayor, otras, las más, sus pensamientos seguían otros derroteros (aunque jamás los admitiría delante de ella). La quería y admiraba profundamente, y aunque sabía que ese día podría llegar, no imaginaba su vida sin Kailem a su lado.

    El fragor de la batalla llegó a sus oídos mucho antes de alcanzar el fuerte que vigilaba los pasos del río Mircan, frontera natural entre el reino de Cavendor y el de Argimor, cuyas tropas se encontraban trabadas en fieros enfrentamientos a todo lo largo de la frontera, allí donde las aguas permitían el cruce de uno a otro territorio.

    Varios jinetes se adelantaron para volver más tarde e informar de la situación en el campo de batalla; los capitanes decidieron una estrategia y dividieron a la tropa en tres columnas, caballería pesada, caballería ligera e infantería. Las unidades a caballo atacarían desde los flancos en una maniobra envolvente, mientras que la infantería lo haría frontalmente. Si todo iba bien, liberarían al fuerte del sitio que sufría.

    La batalla fue breve, el enemigo tomado por sorpresa apenas tuvo tiempo de organizar sus defensas o escapar para pedir refuerzos. Mientras evitaba ser herida, Aryana derramó su primera sangre y segó sus primeras vidas; Kailem a su lado cubría sus espaldas. El combate apenas había durado una hora y en el campo solo quedaban las tropas victoriosas y los enemigos muertos sembrando el suelo; los cuervos graznaban sobre sus cabezas ansiosos por su festín.

    —¿Estás mejor? —le preguntó Kailem a Aryana; se había apartado del resto de camaradas y ahora vomitaba tras un árbol, podía sentir sus mejillas ruborizándose de vergüenza, más aún delante de su maestra.

    —Vas a pensar que soy débil. —Se lamentó jadeante.

    —Más bien que eres humana. No hay nada por lo que avergonzarse. Has luchado con valor, con el tiempo te harás más fuerte y soportarás mejor el arrebatar otras vidas. —Le palmeó la espalda para animarla—. Si ya te encuentras más tranquila, tu padre y tu hermano te esperan en el fuerte.

    —Sí, vamos.

    —Espera, toma, enjuágate antes y bebe un poco de agua.

    —Gracias, Kailem.

    Se reunieron con su padre y su hermano en la torre del homenaje del fuerte, ambos hablaban con el señor del lugar, pero la saludaron al verla llegar. Su padre puso una mano en su hombro, le sonreía orgulloso y aliviado de verla sin la más leve herida. Rilen también parecía aliviado y le sonrió.

    —Lord Ebrian, os presento a mi hija Aryana.

    —Es un honor. —El lord hizo una profunda reverencia ante ella, que Aryana imitó en el acto—. He oído que hoy era vuestra primera batalla, estoy seguro de que vuestra espada se habrá cobrado varias vidas de esos perros de Argimor.

    —Unas cuantas, sí. —Aryana forzó una sonrisa, no quería parecer débil ante los ojos de aquellos hombres.

    —Os envidio, lord Daran, tenéis dos hijos diestros con la espada, ojalá alguno de los míos fuera tan eficiente.

    —Exageráis, mi lord, además, vuestros hijos no tienen nada que envidiar a los míos.

    Ambos hombres rieron sonoramente. Aryana contuvo un suspiro exasperado, no soportaba aquellos intercambios de cordialidades y falsas adulaciones, todo no era más que un juego en el gran juego de la política del reino, necesario, pero inaguantable en su opinión.

    —Padre, lamento interrumpiros, ¿pero me habéis llamado por alguna razón?

    —Oh, es todo un carácter. —Sonrió divertido lord Ebrian.

    —Sí. Disculpadla.

    —No os preocupéis, es la juventud de su sangre.

    —Bien, Aryana, como dentro de unos días será tu cumpleaños y estamos lejos de casa, hemos decidido darte tu regalo hoy, también por haber pasado tu bautismo de fuego.

    La muchacha sonrió, debía haberlo visto venir, su padre era a veces un sentimental y le encantaba hacer ese tipo de gestos, aunque seguro que su madre tendría algo que ver también. Su madre… El término correcto sería madrastra, pero Aryana se negaba a llamarla así, Eliam se había convertido en una segunda madre para ella y era así como quería tratarla.

    —Os dejaré a solas, este es un momento familiar. —Lord Ebrian se disculpó y se fue a reunir con sus capitanes en otro lado de la sala.

    —Ten, Ary. —Rilen le tendió una espada bastarda envainada en cuero labrado con lobos a la carrera—. Esto es de parte de padre y mío.

    Aryana tomó el acero y lo desenvainó con elegancia, la hoja brillaba con destellos blancos y una veta negra corría por el centro del vaceo, las guardas curvas eran negras y la empuñadura estaba forrada en suave cuero negro, remataba el pomo un cristal dorado. La joven quedó maravillada por la sencillez y belleza de la hoja, su perfecto equilibrio y el peso que se acomodaba a su brazo perfectamente.

    —Parece un buen acero —comentó Kailem a su lado.

    —Hecho por el mejor maestro forjador, Erdian de Caven —dijo su padre.

    —¿El que forja las espadas de la Casa Real? —inquirió Aryana con asombro.

    —El mismo —sonrió Daran—. Lo conozco de cuando ambos éramos jóvenes, le pedí esta espada como un pequeño favor. ¿Quieres saber cómo se llama?

    —¿Tiene nombre? ¿Una espada?

    —Claro, todas las hojas de Erdian lo tienen, es una de sus excentricidades. —Rio el marqués.

    —¿Y bien?

    Lágrima del Sol.

    Lágrima del Sol —repitió Aryana con reverencia mientras se llevaba la cruz de la espada al rostro—. Haré honor a tu nombre y el de tu forjador. —Volvió a envainarla y quitándose la otra espada, la colgó de su talabarte¹.

    —Me alegro de que te haya gustado. Ten, esto es de tu madre.

    Cogió una tela negra que desenvolvió para descubrir una capa con los colores de la casa de su padre y unos añadidos, bordadas en hilo de oro brillaban dos estrellas sobre la figura del caballo. En los ojos de Aryana ardieron las lágrimas, pues comprendió perfectamente qué representaban aquellas estrellas.

    —Lo acompañan estas palabras —dijo su padre—. «Para que Salell y Keror brillen siempre en tu camino como las estrellas lo hacen en el cielo».

    Aryana contuvo las lágrimas, había demasiada gente en aquel lugar y no quería que la vieran llorar. Se prometió que cuando regresaran a casa le agradecería a su madre como era debido.

    —Bueno, eso es todo, esta noche celebraremos la victoria, así que también brindaremos en tu honor —le sonrió su padre—. Puedes ir a descansar, te lo has ganado.

    Aryana se despidió de su padre y su hermano y, acompañada de Kailem, salió al exterior del fuerte, la mañana quedaba atrás y el sol comenzaba a caer hacia la tarde. Al patio de armas llegaban en aquel momento los hombres de retaguardia de su padre, aquellos encargados de trasladar el campamento hasta allí, seguramente pronto tendrían las tiendas montadas en el terreno adyacente a la fortaleza.

    La joven sostenía la capa apretada contra su pecho, mientras miraba el ir y venir de los hombres.

    —Deberías aprovechar para cambiarte y darte un baño, la cota debe pesarte ya —comentó Kailem a su lado.

    —Estoy bien, esperaré a que mi tienda esté levantada.

    —Como quieras. Ah, casi se me olvida, yo también tengo algo para ti. —Kailem sonrió de medio lado y le tendió un puñal enfundado en cuero basto.

    Aryana lo cogió, no era nada del otro mundo, pero era un regalo de su maestra y eso hacía que su valor se incrementase mucho para ella. Sacó la hoja de la vaina, era un acero de punta aguda, ideal para escurrirse entre los huecos de las armaduras y los anillos de las cotas de malla, la empuñadura era de hueso pulido.

    —Gracias. —Le sonrió.

    —No es nada, un arma típica de mi tierra. Comparado con Lágrima del Sol no vale nada. —Hizo una mueca divertida.

    —No, está bien, de verdad. Me gusta. Lo llevaré siempre conmigo.

    Kailem le puso una mano en la cabeza y le revolvió los cabellos mientras sonreía a aquellos ojos verde esmeralda de mirada amable.

    ⚔⚔⚔

    —¡Ser uno con las sombras, ser uno con la noche, ser uno con la oscuridad!

    Los ecos de las voces repitiendo con fuerza y devoción aquella máxima reverberaban en las paredes de piedra. Ojos de acero, oscuros y fríos, miraban como un solo hombre al Gran Maestro sobre el estrado, quien les observaba lleno de orgullo. Una nueva generación de Cuervos extendía sus fuertes alas, aunque solo un puñado de ellos haría realmente historia dentro de la Hermandad y aquella noche se decidiría cuál tendría el honor de recibir la Primera Misión, la más importante de todas cuantas podrían realizar. La noche era joven y la Senda Negra los esperaba, sin reglas ni normas, solo la ley del acero y el más fuerte.

    —¡Id ahora a ganar vuestro honor! —les dijo y todos los discípulos abandonaron la sala en un silencio expectante. Los maestros ya los esperaban fuera para acompañarles a su última prueba. Si la superaban, serían considerados adultos y miembros de pleno derecho de la Hermandad y sus años de adiestramiento habrían llegado a su fin.

    Kei caminaba tensando las correas de sus defensas de cuero, ajustando el cinto de la espada a su cintura y destrabándola ligeramente para poder desenvainar con más rapidez. La adrenalina comenzaba a recorrer sus venas, suyo tenía que ser el honor de la Primera Misión. Kayem y Akare lo habían logrado en su momento; ella no podía ser menos. Era la primera de su grupo y muchos maestros la consideraban una de las mejores discípulas de los Abismos, no podía fallar ahora. Llegaron al comienzo de la Senda Negra, dos antorchas señalaban la línea de partida; estiró sus músculos y respiró hondo.

    —Ser uno con la espada, ser uno con la tierra, ser uno con el aire —murmuró para sí; hacía cinco años que ella ya no estaba allí, pero sus palabras seguían siendo su talismán.

    —El primero que vuelva a la Casa de los Fantasmas con la prueba de su valor será el elegido para la Primera Misión. —Les recordó un maestro—. ¡Adelante, corred con la noche!

    Los discípulos se internaron en la oscuridad de aquel camino entre roca y árboles. Todos conocían la senda, llevaban años corriendo por ella, pero aquella noche era distinta, había nuevos obstáculos y todos eran enemigos de todos. Había muchas rutas para avanzar por la Senda Negra y pronto se separaron por diferentes itinerarios; Kei corría veloz y sigilosa como el zorro, sus ojos habituados a la oscuridad veían perfectamente en la noche y sus desarrollados sentidos captaban mucho más de lo que cualquier otra persona podría. Su primer objetivo era la Cueva de los Susurros, allí debía coger una cinta que sería la prueba de su valor, sin embargo, no solo la velocidad y la agilidad eran importantes, pues también debería luchar, incluso matar; aquella noche algunos discípulos no volverían.

    Su primer enfrentamiento fue a mitad de camino, una de las chicas de otro de los grupos se abalanzó sobre ella por uno de sus flancos; los aceros chispearon al encontrarse, repiqueteando el uno contra el otro. La muchacha era rápida, pero Kei lo era más, con habilidad rompió su guardia y la hirió en una pierna. La dejó tirada en el suelo mientras trataba de frenar la hemorragia con las manos. Más combates se sucedieron, algunos rasguños adornaron su piel, pero siguió avanzando, corriendo, saltando, escurriéndose con la agilidad de un gato montés.

    En la Cueva de los Susurros se enfrentó a otro de los muchachos, aquel que había sido maltratado por sus hermanos el primer día en los Abismos. El chico se había convertido en un joven despiadado y brutal. La atacó nada más verla, intercambiaron fuertes golpes, mellando las hojas de sus espadas. Era un rival duro que aprovechaba la superioridad de su fuerza física. Sin embargo, Kei guardaba un pequeño truco, se dejó caer hacia atrás como si hubiera perdido el equilibrio, el chico aulló creyéndose vencedor y condujo la espada hacia su pecho sin mantener la guardia, pero en el último momento la joven se giró hacia un lado al tiempo que sacaba un puñal de empuñadura de hueso y en un rápido movimiento abrió el cuello del muchacho con él, la sangre caliente se derramó por su mano y salpicó su rostro. Se levantó, cogió su cinta y volvió al exterior. Ni siquiera dedicó una mirada al joven que acababa de matar.

    En la carrera de vuelta tuvo dos combates más, pero no le supusieron ningún problema, solucionándolos con rapidez y solvencia. Llegó la primera a la Casa de los Fantasmas y en el rostro del Gran Maestro pudo ver una leve sonrisa, como si ya hubiese supuesto que aquel iba a ser el resultado. Aguardó de pie y en silencio hasta que el resto de discípulos fue regresando, aquel año lo habían logrado más de la mitad. Cuando los maestros confirmaron que ya no llegarían más, el Gran Maestro se dirigió a ellos nuevamente.

    —Vosotros sois los nuevos Cuervos, las nuevas sombras que caminarán por un mundo de luz, no dejéis que su brillo os ciegue. Haced honor a vuestros días pasados aquí y no olvidéis lo que os hemos enseñado: que uno solo depende de uno, que la mano que una vez fue amiga puede tornarse en la que te arrebate la vida. Y aunque os halléis lejos, permaneced fieles a los Preceptos y la Ley de la Hermandad.

    »Y ahora, Kei Nariem, da un paso al frente.

    La joven obedeció y se arrodilló ante el Gran Maestro, que bajó del estrado hasta ella.

    —Tuyo es el honor de la Primera Misión, mañana al alba dejarás los Abismos e irás allí donde el destino te envíe. La Primera Misión es la más importante y la de mayor honor, no es cosa de un día o encargo fácil, será la dedicación de casi una vida. Por eso recíbela con humildad y cúmplela con honor.

    Sin levantar la mirada del suelo, Kei alzó las manos para recibir el rollo lacrado que abriría cuando se encontrase a solas aquella noche, el Gran Maestro lo depositó en sus palmas y puso una dura mano en su cabeza, no era cálida ni amistosa.

    —Ser uno con las sombras, ser uno con la noche, ser uno con la oscuridad —recitó y Kei lo repitió como tantas veces había hecho.

    No se levantó hasta que el Gran Maestro volvió a su estrado y entonces regresó a su lugar junto a los discípulos; algunos la miraban con mal disimulada envidia, otros con admiración. Ella les miraba con ojos de acero.

    ⚔⚔⚔

    Aquí comienza esta historia de las tierras de Efan y Dilfen, muchos la llaman El Romance del Sol y la Luna y los bardos y juglares aún la cantan en las largas noches de invierno. Sin embargo, su nombre real se ha perdido en la memoria del tiempo, quizá en el antiguo reino aún la puedas escuchar bajo el título de La Leyenda de la Espada del Día y la Espada de la Noche. Esta es una historia de honor y valor, de dolor y amor, de sangre y muerte, de promesas y juramentos, de sueños rotos y nuevas esperanzas, de traición y amistad. Una historia de los viejos tiempos.


    1 Cinturón del que cuelga la espada o el sable.

    Capítulo 1º

    El día y la noche se encuentran.

    Año 1.043 de la III Égida

    Al final la lluvia había amainado y hacia la media tarde el cielo se terminó de despejar. Podía ver desde su cama retazos de nubes correr veloces a través de la ventana cerrada; el viento aullaba y sacudía contra los muros las contraventanas de madera abiertas, pero el ruido no le resultaba molesto, de alguna forma le recordaba que estaba viva y despierta. Exhaló un suspiro y observó el puñal de mango de hueso que tenía aferrado en la mano. Aquel día se cumplían dos años de su muerte. Se giró sobre un costado y cerró los ojos un momento recordando su rostro, la sonrisa que le dedicaba cuando hacía algo bien. Dos años desde aquella horrible batalla contra los rebeldes y partisanos de la Costa Gris, cuando la sangre se mezcló con las aguas del mar y ella le dijo adiós a la persona que más había querido. Aún hoy la echaba de menos, aunque el dolor de los recuerdos se volvía más y más tenue con el paso del tiempo; «no hay herida que no cicatrice», recordó las palabras de su padre y era verdad, pero en días como aquel las cicatrices del corazón escocían.

    Unos suaves golpes en la puerta de sus aposentos la devolvieron a la realidad, oyó la hoja abrirse y cerrarse, debía ser Rilen, solo su hermano entraba en su cuarto sin esperar respuesta o permiso de su parte. Rilen se paró en la sala de estar ante la puerta abierta de su dormitorio, puso los brazos en jarras y negó con su morena cabeza, sacudiendo el largo cabello. Aryana no pudo evitar sonreír levemente ante el gesto; no eran hermanos de sangre, pero Rilen siempre había cuidado de ella desde el día en que sus padres se desposaron, por eso no le sorprendía verle allí aquel día.

    —Sabía que estarías ahí tumbada pensando demasiado en cosas del pasado —dijo el joven de veinticinco años, que entró en el dormitorio y se sentó en la cama junto a ella.

    —Deberías dejar de preocuparte tanto por mí, ¿no tienes una esposa y un hijo ya?

    —Lise y Sildem están muy bien, gracias, y también se preocupan por ti. No te hemos visto en todo el día.

    —No tenía ganas de ver a nadie hoy.

    Rilen suspiró y puso una mano en su brazo.

    —Entiendo cómo te sientes…

    —No, no lo entiendes —le interrumpió con suavidad—. Te lo dije hace dos años, el año anterior y te lo vuelvo a decir ahora. No lo entiendes… Otra vez volví a perder a alguien importante sin poder despedirme, sin decirle lo mucho que significaba para mí.

    —Ary…

    —Está bien, Rilen. Sabes que se me acabará pasando y dentro de unos días volveré a ser la de siempre.

    —Espero, porque mañana recibiremos a la familia real aquí.

    —¿Qué? —Se incorporó sorprendida.

    —Jaja, creía que lo sabías ya.

    —Obviamente no.

    —Ya veo.

    —¿Y a qué vienen a Parmor?

    —Espero que en su presencia muestres más respeto, jovencita —bromeó su hermano—. Regresan de una visita oficial al reino de Nortian, nuestro vecino del norte. Hace unos días llegó un mensajero pidiendo la amabilidad del castillo para hospedarlos y que pudieran descansar antes de la última parte de su viaje a Caven.

    —«Pidiendo la amabilidad del castillo», vaya forma de decir que se quedarán queramos o no —bufó Aryana.

    —Bueno, es una gran ocasión para nuestra familia, el rey muestra así la estima que siente por nuestro padre. Debes verlo como un honor, aunque sea una obligación.

    —Sí, sí, ya sé cómo funciona la política. Ahora que lo pienso, ¿cómo se les ha ocurrido cruzar las montañas Blancas en pleno invierno? Los pasos deben estar prácticamente infranqueables a estas alturas de Enen.

    —Padre cree que es porque el rey quiere regresar cuanto antes a Caven. Además, nadie se siente muy cómodo en la corte bárbara del rey Aduak.

    —Querrás decir nadie que sea de ciudad —rio Aryana—. A mí me gustó el castillo de madera de Aduak, resultaba acogedor y la caza es abundante en esos bosques.

    —Que madre no te oiga diciendo eso, lo de los perros en la sala del homenaje fue algo con lo que no pudo.

    —Eran simpáticos.

    —Casi le arrancan la mano a Sir Misell cuando intentó acariciar a uno de ellos. —Recordó Rilen con el rostro pálido.

    —Eso es porque Misell no sabe tratar a los animales.

    —Da igual. —Rilen sacudió la cabeza—. Mañana el rey y su séquito estarán aquí. Y padre quiere pedirle un favor a su majestad.

    —¿Qué? —Aryana frunció el ceño, algo sospechaba.

    —Quiere que nos acepte en la Guardia Real, a los dos.

    —Estás de broma.

    —No. Padre dice que puede ser una gran oportunidad para ambos para ganar honor, nombre y posición dentro de la corte.

    —No sabía que a padre le preocupasen tanto esas cosas.

    —No seas tonta, le preocupa nuestro futuro.

    —Tú tienes un buen futuro, Rilen, eres el capitán de la Guardia del marquesado y el heredero de Parmor. En cuanto a mí, heredaré el condado de Velkan. Hace dos años que abandoné el camino de la espada, dije que no volvería a luchar.

    —Yo voy a ir, Ary, si el rey me acepta me iré a Caven y serviré bajo su estandarte. Es una gran oportunidad, aunque herede Parmor algún día, es algo que no puedo dejar pasar.

    —¿Y tu familia?

    —Vendrán conmigo, por supuesto. Piénsalo, Ary, si te quedas aquí sin volver a tomar las armas, el destino que te espera acabará contigo, nuestros padres elegirán un marido para ti que asegure las posesiones de la familia y las amplíe con nuevas alianzas. ¿Es eso lo que quieres? ¿Casarte con alguien a quien no amas y pasar el resto de tus días lejos del mundo que una vez conociste?

    Aryana miró sus manos, en una de ellas todavía sostenía el puñal que Kailem le regalara cinco años atrás, cuando por primera vez probó el sabor de la batalla; pero tras su muerte había dejado las armas, sentía que no tenía nada por lo que luchar, que ya no había razón para seguir superándose.

    —Ser uno con la espada, ser uno con la tierra, ser uno con el aire —dijo Rilen y aquellas palabras se le clavaron como el puñal que tenía en la mano—. Eso fue lo que ella te enseñó, ¿crees que le gustaría verte así, dejándote ir poco a poco?

    —Basta —musitó.

    —Así solo deshonras su memoria y sus enseñanzas.

    —Basta —repitió.

    —Kailem confiaba en ti, en tu fuerza y tu valor, en que seguirías blandiendo a Lágrima del Sol incluso cuando ella ya no estuviera.

    —¡Basta! —gritó al fin, las lágrimas escurrían por sus mejillas.

    Rilen se levantó y se dispuso a irse.

    —Piénsalo, Ary, es la hora de que te vuelvas a levantar y retomes el camino que una vez elegiste. No dejes escapar esta oportunidad —dijo y finalmente se fue dejándola sumida en el dolor de los recuerdos y la vergüenza.

    Al día siguiente toda la gente del castillo de Parmor recibía con sus mejores galas al séquito real en la sala del homenaje. Aryana estaba de pie tras el asiento elevado de su madre, Rilen ocupaba una posición igual tras el de su padre. Cuando el rey Arbian Cavian entró en la sala, sus padres se levantaron e hicieron una profunda reverencia como el resto de asistentes.

    —Os damos la bienvenida a nuestro humilde hogar, majestad —dijo Daran.

    —Es un placer volver a pisar vuestras tierras, marqués, veo que vuestra familia sigue tan espléndida como siempre —saludó el rey.

    —Vuestras palabras son muy amables, majestad. Podría decir lo mismo de la reina y el príncipe, si se me permite el atrevimiento.

    —Jaja, se os permite, Daran, se os permite. —Rio el rey.

    —Majestad, seguro que vos y los vuestros estáis cansados de tan largo y duro viaje, si me seguís os llevaré a vuestros aposentos donde podréis refrescaros y descansar antes de la cena.

    —Por favor, lady Eliam.

    La madre de Aryana, seguida de un séquito de doncellas y sirvientes, se unió a la comitiva del rey y los condujo al interior del castillo, mientras su padre departía con algunos de sus cortesanos. Aryana y Rilen se ocuparon de tratar con la oficial al mando de la tropa que escoltaba al rey y su familia.

    —Capitana Tansaine Eleren-Cavian —Rilen llamó a la mujer alta y castaña de ojos color gris, vestía una armadura ligera, con más defensas de cuero que de metal, lo cual era lógico si habían venido cruzando las montañas, pensó Aryana. De su cadera colgaba una espada de empuñadura forrada en una desgastada tela oscura y por su espalda asomaba un arco de tejo sin encordar.

    —Lord Parmoren-Velkaren, lady Parmoren —los saludó con respeto.

    —Si nos acompañáis, os mostraremos el lugar donde acomodar a vuestros hombres.

    —Adelante.

    Salieron al patio de armas, allí se reunían unos setenta soldados envueltos en las capas verdes de la Guardia Real, varios sirvientes se movían entre ellos dándoles copas de vino caliente y especiado y tiras de carne seca. Cruzaron el patio y el portalón y se dirigieron a un edificio auxiliar anexo a la muralla del castillo, que normalmente se usaba como almacén, pero aquel año había quedado vacío y el día anterior lo habían acondicionado con jergones de paja, tapando todas las grietas y goteras posibles.

    —No es mucho, pero al menos estarán a cubierto.

    —Es suficiente, comparado con dormir al raso esto les parecerá un paraíso. Gracias. Iré a ocuparme de que se trasladen aquí sin armar mucho alboroto.

    —Bien.

    Volvieron al castillo, ellos también debían prepararse para la cena.

    El banquete había sido animado. Por fortuna aquel año las cosechas y la caza habían sido abundantes, así que la comida no faltó en la mesa del rey ni en la de sus hombres. Terminados los platos, ahora los invitados charlaban en pequeños grupos; la mayoría de cortesanos de Daran presentó sus respetos al rey y su familia. Era el momento de los movimientos políticos que a Aryana tanto le disgustaban. Estaba por disculparse y retirarse con educación cuando algo llamó su atención.

    —Rilen, ¿quién es la mujer que está junto al rey?

    —¿A quién te refieres?

    —A la morena de ropas oscuras; para un banquete entre nobles viste muy sencillo, ¿no te parece?

    —Ah, ella, no lo sé. No había reparado en ella hasta ahora. Lise, tú has estado con ellos acompañando a mi madre, ¿sabes quién es?

    —No, no nos fue presentada, aunque durante el tiempo que estuve con ellos no la vi apartarse ni un momento del lado del rey.

    —Es extraño, si fuese una familiar la habrían presentado. —Meditó Rilen.

    —¿Una guardia personal?

    —Con la capitana de la Guardia Real también presente, no tiene mucho sentido, Ary.

    —¿Entonces?

    Volvió a mirar a la mujer morena. No debía ser mayor que ella, su rostro era serio y carente de expresión, su tez tenía un ligero tono moreno, el oscuro cabello lacio cortado a media melena le acariciaba los hombros. Parecía relajada, pero algo en su postura le dijo a Aryana que estaba alerta, lista para moverse en cualquier momento. La pelirroja se encontró pensando en cuántos cuchillos podría ocultar bajo el sencillo vestido que llevaba puesto. Entonces, como si sintiera su escrutinio, la mujer miró en su dirección, por un instante sus miradas se encontraron y Aryana se quedó prendida en unos ojos azul grisáceos donde ninguna emoción parecía reflejarse: la mirada de acero de un guerrero implacable. Un escalofrío recorrió su espalda y giró la cara; por un momento aquella mirada le había recordado a alguien que ya no estaba con ella.

    —¿Estás bien, Ary? —le preguntó su hermano.

    —¿Eh? Sí. Creo que he tenido bastante ya, si me disculpáis, me retiro.

    Se levantó y echó un breve vistazo a la mujer, pero esta ya no miraba hacia allí, su atención volvía a estar fija en su rey. Se despidió de aquellos con los que se cruzó de camino a una de las puertas que llevaban al exterior y, una vez fuera, dirigió sus pasos hacia la muralla. La noche era fría y la luna llena brillaba en el cielo, inundando la tierra de luz azul plateada. De fondo se oían las voces animadas de los soldados. Subió al adarve y paseó por los muros donde solo un puñado de hombres montaba guardia con rostro resignado por estar perdiéndose la fiesta. Caminar por aquel lugar siempre la relajaba y le hacía sentirse en paz consigo misma.

    Se detuvo en la muralla norte, se apoyó en las frías almenas y dejó que su vista se perdiera en las montañas que podía vislumbrar en lontananza, sombras oscuras a la luz de la luna.

    —Es una vista magnífica.

    Se sobresaltó al oír la voz a su derecha y se giró para encontrarse con una joven de cabello moreno y ojos marrón claro, una risa bailaba en sus labios. Se acercó y se apoyó junto a ella en la piedra. ¿Cómo no la había visto antes?

    —¿Quién sois? —le preguntó.

    —Tadian Eleren-Cavian.

    —Una de las consejeras del rey. —Recordó Aryana—. ¿No sois muy joven para ese cargo? —No podía ser mucho mayor que ella.

    —Muchos lo dicen, sí. Vos sois lady Aryana, ¿verdad? La hija del señor de estas tierras.

    —Aryana está bien, aquí arriba sobran los formalismos —dijo amable.

    —De acuerdo —sonrió Tadian—. ¿Y qué haces en este lugar, tan lejos de la diversión?

    —Lo mismo podría preguntarte. Me cansé de la política y los chismorreos, eso es todo.

    —Ah, como yo, entonces.

    —¿Y como consejera no te interesa enterarte de esos chismorreos y demás? —inquirió divertida.

    —Tengo otras maneras de conocerlos. Al final siempre estoy al tanto de todo. Además, mi hermana está allí ahora mismo, me contará lo que sea más importante.

    —¿Tu hermana?

    —La capitana Tansaine.

    —Ah, no había caído en que erais familia.

    —No nos parecemos mucho, ¿verdad?

    —No.

    Tras unas carcajadas, quedaron en silencio, simplemente contemplando la hermosa noche invernal. Aryana recordó entonces a la mujer morena y algo reticente preguntó por ella a Tadian.

    —Mmm, debe ser Kei —contestó la consejera—. Pocas veces se separa del rey o el príncipe estando fuera de palacio.

    —Entonces, ¿es su guardia personal?

    —Más bien su sombra. —Puntualizó Tadian. Por un momento Aryana pensó que era un comentario jocoso, pero la consejera lo había dicho con total seriedad.

    —¿Su sombra?

    —Sí, es difícil de explicar… Um, ¿has oído hablar de los Cuervos del Este?

    —¿Esa hermandad de leyenda que en vez de recibir encargos acude a aquellos que cree que necesitan de sus servicios? En varias historias sale mencionada, pero no son más que eso, leyendas.

    —No estés tan segura. Al fin y al cabo acabas de ver a uno de ellos.

    —¿Hablas en serio?

    —Por supuesto. Kei llegó al palacio de Caven hará ahora unos cinco años, nadie sabe cómo consiguió llegar hasta el rey burlando a todos sus guardias, no se supo que estaba allí hasta que el propio rey la nombró su guardia personal. Qué hablaron y cómo lo convenció es algo que sigue siendo un misterio.

    —¿Nunca le habéis preguntado?

    —No es una persona fácil de tratar. —Tadian torció el gesto—. No deja que nadie se le acerque demasiado, no confía en nadie, en los años que lleva viviendo en la corte no ha hecho ni un solo amigo.

    —Parece una persona muy fría.

    —Lo es. La única vez que he visto alguna emoción en esos ojos inexpresivos fue cuando el príncipe Édric le regaló Colmillo de la Noche, su espada.

    Una espada con nombre, como la suya, pensó Aryana, probablemente salida de las mismas manos del maestro forjador de Caven.

    —Y si te digo la verdad, me alegra que esté de nuestro lado, he podido verla alguna vez en acción y es… bueno, asombrosa se queda corto.

    —Sin duda, exageras.

    —No lo hago, Tansaine es una de las mejores caballeros del reino y no ha conseguido derrotarla ni una sola vez en los torneos.

    Aryana conocía de sobra la fama de la capitana, todo aquel que había luchado alguna vez bajo el estandarte del reino sabía de la destreza y maestría de la caballero; le costaba creer que no hubiese sido capaz de derrotar a la tal Kei, quizá era cierto y venía de un lugar del que solo hablaban las leyendas.

    —En fin, empiezo a tener las manos y los pies entumecidos, si me disculpas, me retiro ya. Ha sido un placer charlar contigo. —Se despidió Tadian.

    —Igualmente. Que tengas una buena noche.

    —Buenas noches.

    Los pasos de la consejera se perdieron en la oscuridad y Aryana volvió a dejar su mirada perderse más allá del horizonte bañado en plata.

    —Los Cuervos del Este, ¿eh? Me pregunto si de verdad eres tan invencible.

    Una llama olvidada comenzó a arder en su interior, pudo sentir la sangre guerrera palpitar en sus venas, era la llamada de las armas y el orgullo del guerrero.

    A la mañana siguiente, Aryana se vio obligada a acompañar al príncipe en un paseo a caballo por el prado que se extendía junto al castillo y la villa, Rilen también iba con ellos, así como otros miembros del séquito real y un puñado de soldados; sin embargo, la mujer llamada Kei no estaba con ellos. Mientras los reyes departían con sus padres y otros nobles de la zona, el joven príncipe había insistido en recorrer el lugar, pues era la primera vez que lo visitaba. Aryana no tuvo más remedio que aceptar con resignación la petición de su padre de que se hiciera cargo de todo junto a su hermano; era su deber como anfitriones.

    Cabalgaban siguiendo la vera de uno de los arroyos que regaban el prado, la hierba alta y flexible humedecía sus botas y pantalones de montar, hacía frío y todos se arrebujaban en sus capas, el olor a leña quemada inundaba el aire. Aryana y Rilen iban en vanguardia, uno a cada lado del príncipe, que les hacía preguntas sobre cualquier cosa que llamara su atención. Realmente, era Rilen quien contestaba la mayoría de las veces, ya que para Aryana aquello resultaba tedioso, preferiría estar en el palenque ejercitándose con el resto de los soldados; había dejado las batallas, pero seguía entrenándose para no olvidar las enseñanzas que Kailem le había dado. Junto al cuchillo de hueso, sus lecciones era lo único que le quedaba de ella.

    —Vuestra hermana no es muy habladora —comentó el príncipe con una sonrisa amable.

    —Disculpadla, alteza, pero supongo que estas cosas no le gustan mucho —dijo Rilen.

    —No es que no me gusten, es que es aburrido. —Terció la joven.

    —Ary, cuida tus palabras. —La amonestó Rilen en un susurro.

    —Jaja, no os preocupéis, me gusta la gente sincera, en la corte de mi padre no abundan mucho, así que es agradable encontrarse con alguien que dice las cosas como las piensa.

    —Su alteza es muy considerado, sin duda. —Asintió Rilen.

    —No, es la verdad. Y por favor, ¿podríamos dejar las formalidades?, es un hastío tanto «alteza» y buenos modos. ¿No pensáis igual, Aryana? —Los ojos azules del hombre la sonreían, ella le devolvió la sonrisa.

    —No podría estar más de acuerdo, Édric.

    Por unos segundos Rilen la miró sorprendido por su atrevimiento, pero al final sacudió la cabeza y decidió seguir los deseos del príncipe, de todas formas, el resto de personas que los acompañaban no parecían molestos por ello, ni siquiera la consejera Eleren-Cavian, que cabalgaba unos metros más atrás charlando animadamente con uno de los caballeros reales.

    —Así que aburrido, ¿no? —comentó Édric—. ¿Qué os parece si lo hacemos más divertido?

    —¿Qué tenéis en mente? —inquirió Aryana, parecía que la actitud del príncipe había logrado despertar su interés.

    —Bueno, este prado es ideal para hacer correr a los caballos, ¿qué me decís de una carrera? Vuestra yegua parece veloz.

    —¿Estáis seguro? —sonrió Aryana—. Conozco la caballería de mi padre y sé que el animal que os han dejado es uno de los mejores, pero no estáis habituado a montarlo.

    —¿Acaso tenéis miedo?

    —Oh, creo que la habéis fastidiado, mi señor. —Rio Rilen, conocía bien a su hermana y sabía que no dejaría pasar por alto ese comentario

    —¿Miedo? Puede. A que salgáis lastimado —comentó divertida Aryana.

    —No os preocupéis, soy un buen jinete. Entonces, ¿aceptáis? Vos también, Rilen.

    —Lo lamento, mi señor, pero no. Versen es un caballo de batalla, lo suyo es la resistencia, no la velocidad —dijo palmeando el cuello castaño del animal.

    —Decid vuestras reglas y comencemos. —Señaló Aryana frenando su montura, una hermosa yegua castaño oscuro de alta alzada.

    El resto del grupo se detuvo a su altura, algunos los miraban sin entender el porqué de la parada, ya que no habían oído su conversación.

    —¿Qué ocurre? —preguntó Tadian acercándose a ellos.

    —Vamos a hacer una carrera —contestó Édric—. ¿Quieres ser nuestro juez?

    —Oh, está bien, puede ser divertido. ¿Competirás contra el príncipe, Aryana?

    —Sí… —la joven contestó medio ausente, de repente algo en la indumentaria de la consejera había llamado su atención. Se trataba de un colgante de plata con forma de media luna, tenía incrustadas tres diminutas esmeraldas. Había visto aquella joya en otro lugar, en otro tiempo. Quería preguntarle, sin embargo, sentía que no podía hacerlo allí delante de tanta gente. Quizá en otra ocasión.

    —¿Habéis oído, Aryana?

    —¿Eh? —La joven salió de sus pensamientos y miró al príncipe—. Disculpad, ¿decíais?

    —Nuestra meta será aquel árbol solitario que crece allí delante, ¿os parece bien?

    —Está bien, sí. —No era una distancia muy larga, pero pondría a prueba su habilidad como jinetes y la velocidad de sus caballos.

    —Entonces os esperaremos allí —dijo Tadian—. Rilen, ¿querréis dar vos la salida?

    —Claro.

    Mientras los demás iban hacia el punto de llegada, Aryana y Édric se preparaban para la carrera ajustando cinchas y palmeando a sus animales. Aryana sabía que contaba con ventaja, conocía aquel prado como la palma de su mano, recordaba dónde se encontraban los obstáculos que la hierba no dejaba ver, como piedras, estrechas corrientes de agua, agujeros y demás. De repente, varias ideas cruzaron por su mente.

    —¿Querríais hacer una apuesta, Édric? —Vio que su hermano la miraba extrañado; bueno, en parte era culpa suya y de su padre que aquello se le hubiese ocurrido.

    —Mmm, ¿como qué?

    —Veréis, sé que mi padre va a pedir al vuestro que nos acepte a mi hermano y a mí en la Guardia Real, así como también sé que el rey pedirá una demostración de nuestros talentos en el dominio de las armas. Pues bien, esto es lo que os propongo: si gano la carrera, permitidme desafiar a un combate singular a la guardia personal del rey para esa demostración.

    —¿A Kei? ¿Por qué? —Había algo más que curiosidad en el tono de aquella pregunta.

    —He oído que es una guerrera increíble, quiero comprobarlo por mí misma.

    —Hm… —La expresión de Édric se tornó reflexiva, se frotó la perilla trigueña con una de sus manos—. No puedo prometeros nada, ya que en último término será ella la que tenga que aceptar, pero si es lo que queréis, de acuerdo. Contad con ello. Aunque os lo advierto, cualquier cosa que hayáis podido oír se quedará corta frente a la realidad.

    —Ya lo veremos. —Sonrió Aryana de medio lado—. ¿Y si ganáis vos?

    —¿Qué tal el que prometáis compartir un baile conmigo alguna vez?

    —¿Un baile?

    —Eso es.

    Las carcajadas de Rilen resonaron con fuerza.

    —Eso también quisiera verlo yo —dijo el joven caballero—. ¿Cuánto hace que no asistes a un baile, Aryana? ¿Años?

    —No me gustan, eso es todo. Pero está bien, acepto la apuesta. —Le tendió la mano al príncipe, que la estrechó tomando su antebrazo—. Preparaos para morder el polvo.

    —Habrá que verlo.

    El resto del grupo ya se encontraba en la meta, así que ambos jinetes se colocaron un paso por detrás del caballo de Rilen; este alzó el brazo, Aryana podía notar la tensión en los músculos de su yegua, tan solo sus manos sobre las riendas la retenían en aquel momento. Rilen bajó su brazo y los dos salieron al galope; por unos minutos Aryana permitió que Édric llevara la delantera, ahorrando fuerzas para el tramo final que subía unos metros, algo que ella sabía pero que el príncipe desconocía. La pelirroja podía sentir la fuerza de su montura bajo el cuerpo, los poderosos músculos tensarse y destensarse, la respiración fuerte, las crines aleteando contra sus manos. Sintió cómo el terreno comenzaba a ascender, era el momento, sacudió con fuerza las riendas y pegó el cuerpo contra el lomo del animal; el viento helaba su cara. Pasó a Édric varios metros antes de la meta, pudo oír la maldición que el joven dejó escapar y ella se permitió una sonrisa. No había nacido jinete aún que la ganara en velocidad, ni a ella ni a Varsen, su oscura yegua de cinco años.

    Pasó de largo a los que esperaban junto al árbol y tiró de las riendas sofrenando a Varsen, que se levantó sobre sus cuartos traseros arrancando terrones de tierra húmeda.

    —Sooo… Muy bien, pequeña, lo has hecho muy bien —le susurró Aryana mientras palmeaba su cuello y volvía con los demás, que la felicitaron amistosamente. Sintió sus mejillas ruborizarse, no le gustaba ser el centro de atención, pero esta vez se lo había buscado ella sola.

    —Tengo que admitirlo, sois una gran amazona —dijo Édric—. Parece que tendré que cumplir mi palabra.

    —Mmm… ¿Palabra? —inquirió Tadian.

    —Aryana me ha hecho una petición si ganaba esta carrera, quiere desafiar a Kei a un combate singular —explicó el príncipe.

    La consejera la miró con una expresión indescifrable en el fondo de sus ojos claros, pero por alguna razón hizo que Aryana se sintiera inquieta bajo aquel escrutinio.

    —Será interesante —musitó al final la morena.

    En aquel momento, Rilen se reunió con ellos y decidieron seguir con el paseo matutino. Entre risas y chanzas de las que Aryana no participaba mucho, no volvieron al castillo hasta la hora del almuerzo.

    La tarde fue mucho más tranquila para Aryana, la joven había conseguido escaquearse de hacer compañía a las damas del séquito real junto a su madre y Lise mientras bordaban, chismorreaban y cotilleaban sobre todos los rumores que circulaban por la corte. Estaba segura de que de estar allí se habría cortado las venas con las agujas… de haber podido hacer algo como eso, sonrió divertida. Estaba sentada leyendo en la sala que hacía las veces de biblioteca del castillo; a su padre le encantaban los libros y había conseguido reunir una gran colección.

    Ni siquiera la oyó acercarse, no se percató de su presencia hasta que habló con una voz de matices suaves que parecían querer desmentir la frialdad y dureza de aquellos ojos azul grisáceo.

    —¿Por qué me habéis desafiado?

    Aryana se sobresaltó al oírla, pero aún más al notar lo cerca que se encontraba de ella; se levantó y fue a dejar el libro que leía en su lugar, acción que hizo para poder calmarse antes de encarar aquella mirada de piedra.

    —Creo que no hemos sido presentadas antes —dijo volviendo frente a ella—. Mi nombre es…

    —Sé perfectamente quién sois —la interrumpió—. Aryana Parmoren, única hija de sangre del marqués de Parmor, Daran Parmoren, vuestra verdadera madre y hermano mayor murieron hace varios años. Se dice que sois una guerrera hábil, pero hace tiempo que vuestra espada no se ve en la batalla. Vuestra posición natural es en la caballería ligera, pero lucháis también a pie.

    —Veo… veo que estáis bien informada. —Reconoció Aryana sin poder disimular su sorpresa—. Siento no poder decir lo mismo.

    —Que me conozcáis o no carece de importancia, pero si insistís, os diré mi nombre, soy Kei Nariem, mi espada, mi vida y mi muerte están al servicio de la Pri… del rey Arbian Cavian. Y ahora decidme, ¿por qué me habéis desafiado?

    Por unos segundos la morena había vacilado y a Aryana no se le pasó por alto la corrección hecha, sin embargo no insistió, estaba segura de que la otra mujer no diría nada sobre aquello por mucho que le preguntara.

    —La consejera Eleren-Cavian comentó que sois una guerrera excepcional, solo quiero ponerme a prueba con alguien como vos.

    —¿Poneros a prueba? —Kei sonrió de medio lado—. No sé si reconocer vuestro valor o vuestra estupidez.

    —Insultarme no me hará cambiar de opinión.

    —Vaya, tenéis temple. Os diré la verdad, no suelo participar en esas tonterías de combates amistosos que tanto gustan en estas tierras, la espada tiene filo para herir y matar, no para jugar con ellas embotadas, pero si el rey me lo pide no puedo negarme.

    —¿Eso quiere decir que aceptáis el desafío?

    —Lo acepta su majestad, así que sí, es un sí —puntualizó Kei—. Aunque dejadme que os advierta una cosa, embotadas o no, haré que cada golpe que os dé os duela de verdad. —Un brillo acerado apareció en sus ojos. Parecía que no le gustaba que alguien pusiese en duda sus habilidades.

    —Primero tendréis que romper mi guardia. —Aryana no se iba a dejar amedrentar tan fácilmente.

    Durante unos segundos se miraron fijamente, ninguna de las dos dispuesta a ser la primera en apartar la mirada. Aryana vio aparecer una sonrisa completa en los labios de Kei, no era amistosa ni mucho menos.

    —Creo que me divertiré mañana —dijo la morena—. Espero que me duréis más que esos caballeros reales.

    —Podéis apostar que así será.

    —Bien. Os dejo, entonces. Parece que alguien viene a buscaros.

    Aryana la miró extrañada dirigirse a la puerta de la biblioteca, ella no había oído nada, pero justo cuando Kei abandonaba la estancia, Rilen entraba en ella; el joven la saludó con un gesto de la cabeza, pero la mujer no se molestó en devolvérselo.

    —¿Quería algo de aquí? —le preguntó su hermano al llegar a su altura.

    —No, solo saber por qué la he desafiado.

    —Ah. Así que ya estás al tanto, ¿no?

    —Sí, mañana haremos esa pequeña demostración para el rey. Al final supongo que me has acabado convenciendo.

    —¿Tú crees? —Rilen miró la puerta por la que Kei acababa de marcharse.

    —Sí, ¿por qué lo dices?

    —Bueno, pensaba que «algo» había llamado tu atención, pero debo estar equivocado.

    —Sin duda lo estás. Dime, ¿contra quién lucharás tú?

    —Contra lady Tansaine. En nuestro caso será una justa. Espero salir de una pieza, la fama de esa mujer es temible.

    —Lo harás bien, eres un caballero hábil y diestro con la lanza. —Lo animó.

    —En el campo de batalla tal vez, pero en los torneos nunca he conseguido destacar mucho. En fin, trataré de desmontarla antes que ella a mí. Y tú ¿cómo ves tus posibilidades?

    —Mmm, no sabría decirte, es extraño, pero tengo la misma sensación que cuando luchaba en serio contra Kailem, como si un temor desconocido se agitara en mi interior cada vez que enfrento esos ojos inexpresivos.

    —Si es así, deberás tener cuidado mañana. Esa mujer… Todo en ella da la impresión de que esté a punto de saltar sobre tu cuello con un cuchillo en la mano.

    —Me pregunto qué le habrá hecho ser así… —musitó para sí Aryana.

    —¿Decías?

    —Nada. Será mejor que nos vayamos a preparar, dentro de un rato nos espera otra «apasionante» cena real.

    —Paciencia, en unos días todo habrá terminado. —Rilen sonrió.

    —Sí, pero puede que nos encontremos de camino a la corte… No sé si eso será mejor.

    —Jaja, vamos, Ary, sé un poco más optimista.

    —Lo intentaré.

    Juntos abandonaron la biblioteca por cuyas ventanas entraba ya la luz anaranjada del atardecer.

    Las primeras luces del amanecer la encontraron ya despierta en el pequeño mirador de sus aposentos, la vista perdida en las montañas, cuyas cumbres nevadas se teñían de fuego bajo los primeros rayos del sol. Suspiró y su aliento se condensó en el aire frío; dentro de unas horas tendría lugar el combate singular que ella misma había solicitado, se mediría con aquella mujer de mirada de acero. Apretó el puñal de mango de hueso que tenía en su mano.

    —Mírame, Kailem, hoy volveré a luchar, blandiré a Lágrima del Sol como tú querías que siguiera haciendo. Mírame y deséame suerte allá dónde estés, porque siento que ella no es como las demás personas contra las que he cruzado aceros hasta ahora; de alguna forma me recuerda a ti. —Respiró profundamente, cerró los ojos y volvió a abrirlos—. Ser uno con la espada, ser uno con la tierra, ser uno con el aire.

    Era momento de templar los nervios, de enfriar la mente, de buscar esa calma tan necesaria antes de un enfrentamiento; podía recordar las enseñanzas de Kailem como si ella estuviera a su lado susurrándoselas al oído. Y se repitió que no era miedo lo que sentía, sino excitación por la cercanía del combate.

    Con el sol ya en lo alto de un cielo límpido, todos se dirigieron a la zona donde tendrían lugar los dos combates; en el palenque

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