Indio Maleta: Dulce María Anchundia
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Encauzado por la escritura de Dulce María Anchundia, el río de personajes que fluye por estas páginas da voz a la lucha de miles de personas que en todo el mundo buscan una oportunidad y deben enfrentarse al estigma del emigrante, al racismo, a la ilegalidad, al ser considerado un ciudadano de segunda y a sentirse fuera del mundo.
Desde su experiencia de emigrada y de abogada versada en temas de inmigración, la autora cuenta las historias de tantos que acuden a ella y a su bufete en busca de ayuda profesional (queriendo regularizar su situación, reunificar a su familia, encontrar un trabajo…), al tiempo que reflexiona sobre las condiciones del inmigrante de origen hispano en nuestro país y, más allá, acerca de la vida y la política en sus países de origen, pero también en la vieja Europa, tan luminosa como cruel, tan moderna como contradictoria.
La voz de Dulce María Anchundia es mordaz y sensible, dura y comprensiva. Sus reflexiones y anécdotas tejen un calidoscopio de historias de superación, de lucha, de gozo, de frustración, con relatos descarnados y tiernos que esbozan un certero mapa de la condición humana que sobrepasa los límites del inmigrante y su vida, y nos pone a todos ante el espejo de nuestras propias miserias y virtudes.
Indio maleta es mucho más que un libro sobre inmigración, pues nos cuenta desde dentro lo que muchos se niegan a ver desde fuera.
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Indio Maleta - Dulce María Anchundia
INDIO MALETA
Dulce María Anchundia
logo_bubblebooksBarcelona 2023
Primera edición: marzo de 2023
© Dulce María Anchundia, 2023
BubbleBooks Editorial
Barcelona (Spain)
www.bubblebooks.es
editorial@bubblebooks.es
Diseño de cubierta e interiores:
Grafime Digital, S. L.
ISBN: 978-84-126091-9-6
Impreso en España - Printed in Spain
De conformidad con lo dispuesto por las leyes vigentes sobre propiedad intelectual,
queda prohibida toda forma de reproducción total o parcial, por cualquier medio
y soporte, la grabación o incorporación de su contenido a cualquier sistema informático,
la distribución, comunicación pública o transformación de esta obra,
(incluyendo la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público),
sin la preceptiva autorización por escrito del titular del copyright.
ÍNDICE
Prólogo
Indio maleta
La nueva inmigración
Lo diferente
La soledad, amiga incuestionable
Libertad
La añoranza
La desesperanza nunca acabó con la esperanza
El indio maleta en España
Los hijos de la América española
Un camino nuevo
El populismo y sus consecuencias
Un punto aparte y sigue la historia
Las noches incendiadas por el púlpito de la palabra
El ocaso sin una nueva alborada
Ecuador y su nueva realidad política
Y se extiende la retórica de los redentores sociales
Un acto de liberación
El pasado en el presente
Any
La nueva tierra
Una nueva historia y una nueva realidad
El amor como luz esperanzadora y reparadora de las circunstancias
Siguen las realidades
La retroalimentación
Nuestras libertades humanas
Buscando un sueño
La República de Bolivia
¿Qué pasó en Bolivia?
Killari
Momentos
Un ángel llamado Félix
Yesenia, un ángel caído
El reencuentro con Juan
El amor entre dos mundos
El reencuentro con Killari
El reencuentro con Celeste
Caminando junto a la inmigración
Wayanaysi
La legalidad y su aparente reencuentro familiar
Los hijos, compañeros de la ausencia y del olvido
Julia Carmita
Dijimos que los amaríamos siempre
El desabrigado tiempo de Julia Carmita
El malherido tiempo
La segregación en ambos mundos
La terminación de la última regularización
El tiempo se va de excursión y el cielo solo se ve de lejos
Los inmigrantes en el tiempo
La crisis europea y española
Así se resquebrajaron los sueños
El retorno voluntario
El retorno, puertas de esperanza
Ariché
Ventanas abiertas a la esperanza
El encuentro de la realidad de Ariché
Los actos dirán la verdad
Cataleya
Las bellas flores del alma
Dora y César Augusto
El duro camino del abandono y las tinieblas en las pupilas de los hombres
Anahí
Con sueños y sin prisa
El pasado en nuestros recuerdos y el presente en una nueva realidad
El reencuentro con el milagro de Sant Adrià de Besós
Cómo la desdicha camina y desafía la esperanza
El proyecto «Una casa un hogar»
Una oración a la esperanza
Minerva
La vuelta a casa
Nuevas realidades
Nuevos flujos migratorios
… Y sigue la historia
Con el tiempo, con la historia, con la América española
Los hijos de la República de Honduras
Aarita
Y sigue la inmigración de la América española
La República de Venezuela
Los nuevos peregrinos de voluntades
Y sigue la dolorosa travesía de los caminantes de esperanza
En la hierba y la lluvia se fortalece la esperanza
El rostro desabrigado del asilado
La música del olvido retumbó en sus sueños
Las dolencias democráticas
Un solo corazón, una sola reivindicación y una sola dignidad humana
Todos retornaban
Días de luz para el diferente
Un resarcimiento a la vida
El desagravio del tiempo
El tiempo en su mismo tiempo
Año 2020, cuando la verdad se ocultó y la crónica de la muerte se escribió con la vida de los inocentes en todo el mundo
Solo fueron milongas
En el silencio de la noche dije tu nombre y el tiempo dio paso
al silencio
A mi querido tío José
La covid-19 más allá de la muerte y sus consecuencias económicas
Los pequeños y grandes saltamontes
Comprendiendo y tratando de entender la historia
Kaoutar
El despertar de los hijos de la anarquía
El misterio de mis recuerdos
La madre Alta Gracia
Carlos Manuel
Mercedes
Mujer, dama y señora
… Sigocon la dominicanidad
Los franciscanos del mundo
La legalidad de Julia Carmita
Un camino malherido
No hay palo que peor pegue que el de tu propia raza
Qué podemos decir de aquellos compañeros del olvido
Cuanto más se trataban los temas, menos entendíamos de desprecios
Otro país arropado por las desgracias
Las cartas de exposiciones de motivos de los asilados nicaragüenses
El populismo inmisericorde
… Sin errar
Niurka y su siguiente realidad
Un hasta siempre, mi querida Julia Carmita
La justicia abre sus manos y amplía derechos a los inmigrantes como un acto esperanzador
Un nuevo camino invisible que aviva la esperanza
Un tomo y punto y aparte
La alícuota invisible de nuestros sueños
A toda mi familia extensa,
la inmigración
Gracias por permitirme ser parte de vuestros momentos.
Gracias por compartir instantes de vuestras maravillosas existencias, por permitirme llegar a vuestras vidas.
Gracias por consentir que coja vuestras manos y, juntos, llenarlas cuando estaban vacías.
Gracias por enseñarme a entender lo que no entendía, aquel silencio quedo, aquellas lágrimas refugio del silencio.
Gracias por enseñarme que el dolor no tiene género, ni raza, ni color.
Gracias por llenar mi vida de pluralidad, de inspiración, de fuerza y coraje para seguir luchando.
Gracias por enseñarme que bregando y restaurando los derechos de otros restauro los míos, y, ante todo, por enseñarme con vuestras cuitas a reconducir mi vida, a volver a mi historia.
Gracias por la emotividad de cada momento, gracias por acompañarme y aceptarme cada día, y hacerme partícipe de vuestras historias, las mismas que son las custodias de nuestros sueños, las hacedoras de nuestros sentimientos, y las que nos socorren en los momentos de nuestras brumas y de expiación.
Gracias por estar ahí, gracias por existir y recordarme quién soy, y por permitirme seguir siendo una parte alícuota invisible de vuestros sueños.
PRÓLOGO
«¿Qué es el indio maleta?», le preguntó su amiga a su hermano del alma. Él le respondió: «El indio maleta es una de las historias más grandes de amor, ya que en ella nos encontramos con el devenir del tiempo, con la justicia y la realidad».
Historias que pasaron sin pena ni gloria y que nos toca ahora revivir en este hermoso calidoscopio que a continuación vamos a narrar, donde el camino más corto es el que no se anda, es lo que se descubrirá con el indio maleta.
PEDRO PABLO MONTSERRAT GARCÍA
INDIO MALETA
Hemos visto a lo largo de este inmenso tiempo como el mundo está hecho para todo tipo de grandezas, pero también para todo tipo de bajezas, y hemos sentido que ese misterio nos abraza, como si fuera una muralla unida a otra muralla, donde todos, de una manera u otra, nos vemos inmersos en esta mezcla de vicisitudes humanas, y no somos conscientes de hasta qué punto asfixiamos la grandeza.
Y ahí, sin orgullo ni esperanza, empiezo el año nuevo, escucho el silbido del viento, ausculto este dolor conmovedor y mudo de ese sentimiento que arrasa mi alma y que lentamente se convierte en una pena lastimera. Siento que su calma no proviene de un mundo mejor, porque sé que viene de aquel tiempo asustado y desafiante de los caminos viejos del mundo, de aquellos pintados con tinta de infortunio que con ímpetu me abrazará y me sumirá en la tristeza profunda.
Todo me parece ligado a los nuevos momentos, pero entiendo que el sol del nuevo día atravesará mis pupilas, las despertará, las llenará de luz, de vida, e iluminará mi rostro; pero sé que todo es transitorio, porque pronto vendrán nuevos soplos parecidos a las raíces constreñidas, que nuevas realidades y ofuscaciones sobresaltarán mi vida, aunque estas muchas veces me hagan perder elocuencia y aquel buen juicio y desempeño necesario en este mundo de hombres.
Sé por experiencia que en esta vida nada es para siempre, aun los placeres nocturnos se difuminan en las acuarelas de la vida, porque el tiempo es incapaz de descifrar la agonía de los hombres, ni tan siquiera de vislumbrar las cualidades admirables de aquel tiempo extraño que pasa por este universo de emociones y pasiones, donde el agradecimiento es una virtud banal, tan dura y rancia muchas veces, como el propio corazón.
Hoy he agudizado mis sentidos, porque la gran tormenta ha comenzado nuevamente, una nueva oleada de inmigración viene hacia esta España, a este antiguo mundo, donde muchos tienen puestas sus esperanzas, y los estruendos se escuchan, las comparsas humanas arriban como una locomotora cargada de desgracia. Todos los desprotegidos son los testigos vivos de que han estado a merced del hambre y de las manipulaciones de las dictaduras de la vida y del desarrollo social y humano. Huyen y lo siguen haciendo por el temor que anida en sus cuerpos y sus almas. Siento que son como aquellos pájaros que aletean por el temor que se enraiza dentro de ellos, porque entiendo que ya no existen buenos amos, ya no existe la sumisión eterna del buen sirviente, solo existe ese grito ahogado y desesperado del desdichado.
En este presente, América acentúa su deforestación humana, hoy quema sus libertades sociales, igual que las hojas del tronco retorcido, caducas y palmeadas de aquel buen arce del pasado, hoy son ellos aquel alimento voraz de las inclemencias del tiempo y la pitanza del fuego. La humedad nublada y fría nos envuelve, el tiempo que se avecina está revuelto, es un tiempo intrincado, lleno de incoherencias, de confusiones. Sé que ya no existen aquellas verdes praderas donde un día los tréboles crecieron llenándolo todo de vida. Hoy solo percibo como la bruma creciente llena de oscuridad y enturbia el entendimiento, solo distingo las piedras en el camino que muchos serán incapaces de esquivar, donde se quedarán aquellas historias que nacen de un corazón doliente, muchas veces maltrecho y desdichado.
Y ahí, grabados en el tiempo, quedarán la luz tenue de la esperanza, los rayos del sol que como ráfagas de luz y sombras atravesarán las hojas, ahí se quedarán aquellos cantos iracundos y apenados; ahí, hilvanadas en el tiempo, quedarán cautivas las ambiciones de los hombres malos, los que los abocaron a vivir un mar de adversidades y los convirtieron, por qué no, en ramas flotantes y perdidas en la inmensidad del tiempo.
Ahí se encontrarán los sueños agarrotados, lejos de las habitas iluminadas por las fantasías de los sueños, ahí se encontrarán con la inclemencia del tiempo, como hojas secas sobre las rocas muertas, ahí, sin darse cuenta, la pilpentú, la mariposa, batirá sus alas, las abrirá y levantará su vuelo hacia un mundo donde la restauración social tenga un lugar, donde la mariposa de vivos colores sea por primera vez reconocida.
En estas nuevas circunstancias comprendí que los tiempos del deambular seguían azotando los dos mundos, los fantasmas que perturbaban nuestras mentes y nuestros momentos habían llegado una vez más, el tiempo de la locura había conseguido abrazar nuevamente la orfandad, la misma que se esparcía virulentamente en la atmósfera. Y comprendí que no eran los instantes de la comprensión propia o ajena, solo era el momento de recordar que todos aquellos populistas que gobernaban muchos países de América Latina volvían nuevamente a abandonar a sus ciudadanos. Estaba convencida de que todos fracasaron ante sus «aparentes ideales» y con su poder mal gestionado volvían a provocar un nuevo desastre, que una vez más se avecinaba en la tierra llamada España. Nuevamente volvía a buscar en esta grotesca realidad aquel justo equilibrio, evitar que los inmigrantes existieran en aquella perversidad de la ilegalidad y seguir luchando por la dignificación humana.
Entendí que el destino reescribía con este nuevo peregrinaje los lamentos del viento, que solo los cobijaba el cielo abierto que abrigaría nuevos desasosiegos.
El sufrimiento volvía a golpear la vida de todos y sabía que la angustia se agudizaría con nuevas vivencias, con nuevas historias desgarradoras, y el desosiego no desaparecería nunca, mis tiempos continuaban y la fe se acrecentaría en la existencia de todos. La cordura y la locura jugarían dantescamente en la vida de los hombres y mujeres de América Latina.
Y sentí que, en esta incredulidad, la luz y las tinieblas bailarían ese tango putrefacto tan conocido, donde el orgullo sería aplastado nuevamente en esta tierra, tal como la definió mi amigo Julio Rubia, «donde cagaban su necedad los prohombres y las promujeres del primer mundo».
Volví a vivir tiempos confusos en aquellos rostros nuevos y viejos a la vez, y pensé en la poesía para expresar mi pensamiento:
La primavera en su equinoccio no sería hermosa,
no habría renacimiento ni renovación,
los sueños igual que hojas abiertas en primavera se cerrarían en aquel invierno desolador,
la orfandad sería el camino de la miseria y el alma resquebrajada y lastimera lloraría,
caminarían en esa derechura efímera de los sentimientos,
y la crueldad abriría sus brazos llena de desidia y desprecio.
Volví a mi realidad y supe —igual que yo todos en algún momento lo hicimos— que ellos, los recién llegados, escudriñarían en aquel entretiempo de la desesperación, esquizofrénicamente, la ilusión, la cordura en sus momentos, la sabiduría en sus locuras, la credulidad entre la incredulidad, en definitiva, todos pedirían la luz como un resquicio ante tanta consternación y abatimiento.
La piel se me erizó, porque entendí que ya no existían caminos viejos, sino caminos transitados por muchos. La España adormilada soterradamente los dejaba entrar, Europa entera repetía la misma historia. Era perverso, la historia se seguía repitiendo y parecía no tener fin.
Entrecerré los ojos, tomé la esperanza por un augurio, y decidí escuchar al viento, la waira, la misma que me anunciaba una nueva avalancha humana, una nueva y vieja inmigración continental. Y pude imaginar cómo la waira acariciaba aquellos rostros llenos de miedo, de desesperanza, aquellos rostros llenos de desamparo y sufrimiento, porque sentí que presagiaba que todo lo que vivirían sería incierto.
Y pude visualizar igual que en el pasado cómo la waira empujaba las nubes quizá blanquecinas, que se rasgaban dando formas abstractas en ambos mundos, un presagio quizá. Atrás habían dejado las ciudades andinas, atrás habían dejado el llanto sofocado o el llanto desgarrador de la orfandad, quizá habían acariciado los rostros de los seres que se quedaron en aquellas ciudades llenas de un aparente bullicio. Creo que la Tiwisay y la Dayuma, emblemas de la lucha por su nacionalidad, escondieron su dolor y dieron paso solo a la waira para que se revolcara en el dolor, en aquella angustia visceral, en esa marcada desesperanza y, por qué no, en aquella incertidumbre que restaba más que sumaba en la vida de todos.
Sé que la waira levantó el polvo de aquella vasija de barro pestilente y la elevó a las alturas como las partículas de un átomo, recorrió sus calles y las llenó de aquel único rumor estridente de los remolinos del tiempo, fue dueño de todo, de las nubes blanquecinas, o quizá grisáceas, de la inmensidad de las montañas de aquella América española, removió sus arroyos, los mezcló con sus ríos y los estimuló a la mar para acabar en aquel océano verde azulado, el Pacífico. La sinfonía del julajula, de la quena y el rondador elevó su melodía una vez más de manera desgarradora, y roció con su música, con su canto, aquellos Andes. Y otra vez más el cóndor desde la montaña elevó su vuelo, se dejó llevar en aquel remolino lleno de comparsas humanas, volando y persiguiendo los sueños de aquellos que iniciaban su camino sin Oriente, sin brújula alguna, y sentí cómo la pilpentú perseguía la raza del indio, del mestizo, buscando y huyendo al mismo tiempo de los sueños invisibles de una raza que se perdía en el infinito de los tiempos.
Así, la alegría iba desapareciendo de aquellos pueblos, y solo iban quedando aquellas familias rotas por la ausencia de los seres que amaban, el sueño de los hijos fisurados por aquellos ogros y fantasmas del desamparo, porque todos sabían que ya nada es ni sería igual para nadie.
Solo sé por experiencia que eran vidas rotas, llenas de sobresaltos y de un llanto desgarrador. Eran momentos difíciles de asimilar para todos aquellos que venían en busca de El Dorado llamado España, la tragedia se había vestido ya muchas veces en ambos mundos, pero nadie quería verla, nadie quería quedarse con el hambre, nadie quería amilanarse ante el populismo devastador de la violencia y la desventura. Éramos conscientes de que el cataclismo social era inevitable, pero, aun en ausencia de lo que se amaba, todos estaban dispuestos a conducir sus vidas, a construir nuevas formas de vivir, a tener y gestar nuevas esperanzas, porque todos los que llegaban sabían que no había retorno, que aunque el nuevo comienzo fuera difícil morirían intentándolo, comprendían que los obstáculos sociales, laborales y culturales serían las barreras que todos debían afrontar, pero también eran conocedores de que otros antes que ellos lo habían superado y se habían abierto camino ante tanto obstáculo, porque así lo rezaba la historia.
Hoy eran los nuevos testigos de que todos seguían luchando, los que habían llegado antes, y hoy ellos, todos seguían intentando restaurar sus vidas, alumbrándolas con los sueños de su corazón. Esa era una realidad, aunque la crudeza de los tiempos no fuera su propio aliado.
Y yo, Tiyantey, sabía que la ilegalidad los cuantificaría, y en esta metamorfosis lentamente se difuminarían sus nombres y su nacionalidad, ya que ella dejaría de ser su referente en este continente blanco donde todos éramos iguales, porque ya no nos diferenciaban. Y así, un día los encontré masificados en esta nueva tierra, aquí me encontré con aquellos descendientes de la raza de los aztecas y los incas, toda esa familia extensa esparcida buscando refugio en esta gran tierra que permitiría que muchas vidas yaciesen en la irregularidad-ilegalidad y que los empujaría a saborear el tango agridulce de la transgresión hasta llegar a la legalidad.
Estaba segura por experiencia de que estas circunstancias los harían llorar muchas veces más de las que quisieran y tropezar con la quimera sin fundamento de su propia idiosincrasia —su «indo sin gracia »—; era indudable que lamerían sus propias heridas como si de bestias salvajes se tratara, pero igual que yo, en algún momento, resurgirían fortalecidos, porque todo lo que no te mata te hace más fuerte.
La historia de la esclavitud volvería al presente, las cadenas físicas del esclavo del pasado estarían de otra manera vigentes en sus vidas; hoy serían esclavos de sus propios sueños y de sus propias necesidades.
Siendo consecuente conmigo misma, comprendí que solo sabía que no sabía nada, que mis ojos no habían visto suficiente sufrimiento, que mis oídos no habían escuchado bastante, que mi corazón todavía no estaba abarrotado; en definitiva, que mis ojos no habían llorado lo suficiente.
Pero sí era consciente de que seguiría escuchando el acrecentamiento del canto de la olla y el barro en todos los acentos, escucharía el canto de la waira dejado en mi vida una vez más, para solo así elevar como hija de los hombres el clamor de los hijos de Adán y Eva al Dios de la Tierra, porque estaba segura de que las creencias religiosas se acrecentarían en este gran Reino de España, donde por su Estado aconfesional la fe y la esperanza iban desapareciendo, porque la época de las creencias se mezclaba con la incredulidad, una heredad que se extendía cobijada por la libertad que muchos confundían con la desvergüenza.
LA NUEVA INMIGRACIÓN
Estas son las circunstancias, las realidades vividas, las que he incorporado a mi ingeniería humana y que muchas, muchísimas veces me hicieron tambalear; porque un día, al igual que ellos, descubrí que el caballo de raza, ese purasangre español imaginario que cuenta la historia y en el que pensé que cabalgaba, no era un caballar, sino un burrito, áspero y grisáceo, un burrito ciego, torpe e infectado por las lesiones dejadas por el racismo y la intolerancia, y supe que todo ello era verdad porque mi burro olía a sudaca, perverso pero cierto.
Todas estas circunstancias me hicieron soñar con un mundo más justo, donde no hubiera barreras y quise divagar, como tantas veces en mi vida, y quise sentir que esta tierra era verdaderamente parte de la nuestra, para así olvidar las realidades oscuras de los desheredados.
Y medité, como siempre lo hacía en circunstancias extremas, volviendo mis ojos a aquella falta de consecución de la tierra gobernada por los populistas, y pensé cómo era posible que aquella América Latina, hoy más que ayer, expulsara a sus hijos, y confirmé que aquella tierra ya nada sabía de dignidad, porque lenta y brutalmente todas aquellas patrias habían restado la decencia dignificante de los derechos humanos y sociales de sus ordenamientos democráticos y vitales; era consciente de que el quebranto radical de las normas sociales y constitucionales de un Estado de derecho democrático era el plato servido para aquella apocalíptica salida de los hombres y mujeres de la tierra latinoamericana.
Confirmé que todas las reglas de supervivencia estaban viciadas por los poderosos del momento, por los que gobernaban, los mismos que violaban las normas que debían regir el mundo. Todo ello llamaba a que algún día los miserables, hoy fruto de la exclusión de los gobernantes, acudiríamos en algún momento a la revolución, iríamos en busca de nuestros derechos y desmantelaríamos esa trama perversa de la política gestada desde la ambición individual y sectorial, articulada solo para detener el desgaste total de nuestros ordenamientos democráticos como patrias libres que éramos. Y lo haríamos en honor a los que se quedaban y merecían que los que podíamos huir y crecer hasta ser grandes en patrias ajenas así lo hiciéramos, aunque eso significara el deambular por esta fértil y al mismo tiempo estéril tierra, la misma que, como en el pasado, nos transportaría a un mundo donde el ascensor social nos permitiría aprender y cambiar de pensamiento, porque el destino de aquella América Latina se encontraba unido hoy más que ayer a la madre de todos, la llamada España.
Y supe que todos nos daríamos cuenta, en algún momento, de que ya no tendríamos nada que reclamar a la historia, ya nada podría separarnos de esta tierra, porque nuestro presente estaba unido irrevocablemente a aquel futuro que hoy más que nunca alcanzo a visualizar.
Atrás, en aquel tiempo hilvanado llamado historia, quedó aquella gesta colonizadora, ya que, en este presente, en esta tierra, por expoliación de los derechos de las personas, gestada en aquella América Latina, se forjaba una nueva raza, la criolla, sin que nadie pudiera evitarlo.
Las barreras del odio lentamente serían difuminadas y mansamente entraríamos en una inspiradora reconciliación donde solo existiría una recíproca benevolencia.
En este hoy, la gloria de la grandeza y la gloria de nuestros ascendientes se perpetúa en esta tierra, a la que le ha costado darnos un momento de reconocimiento, porque su inconducta no le ha permitido recordar el pasado cercano y lejano que un día les tocó vivir, y solo ello los convirtió, según reza la historia, en la tierra de la plata y el oro que muchos, los que hoy estamos aquí, hemos vislumbrado.
LO DIFERENTE
Quiero, en estos grandes impases de la vida, realizar una breve reseña, a manera de recordatorio; quiero que este gran continente europeo recuerde que tiene deudas históricas, incluida más que nadie la madre patria. Quiero que se recuerde que somos el fruto de la gran transformación ocurrida en aquellos tiempos de luchas y conflictos, que somos aquella raza cruzada de la España de nuestros conquistadores, que somos el fruto de aquella monarquía, la más poderosa de su tiempo. Quiero que se sienta y se recuerde que subsistimos y, ante todo, aunque no se quiera reconocer, que la sangre no se diluye, sino que se perpetúa y se multiplica con el mestizaje, y en consecuencia, por todo ello, quedamos entrelazados por siempre.
Quiero que se tenga presente, hoy más que ayer, por esta nueva retroalimentación humana que se está dando y por los hechos que se van desarrollando, que un día no muy lejano todo lo diferente será una vez más parte del entorno humano, igual que lo es la solidez y la tenacidad, igual que la pasión y la devoción, igual que la luz y la oscuridad. Y, ante todo, que se recuerde que el ser distinto y diferente ha llenado el mundo de marcadas diferencias; pero esto no significa ni avala que muchos justifiquen la exclusión de lo diferente, y que se trate de disculpar y razonar la prepotencia, justificando de una manera u otra el visceral fanatismo racial.
Nunca he podido concebir por qué nos cuesta recordar que todos tenemos dignidad, esa dignidad que tantas luchas generó en el pasado y que ha levantado a la humanidad, no solo a un país, sino a la raza humana, porque ella, la dignidad, es de todos y pertenece al género humano por ser esta nuestra condición, o debería ser así. Solo sé que me sigo estremeciendo cuando siento el desprecio social de algunos, cuando siento que se alejan de mí por el color de mi piel o por aquellos rasgos diferentes que me han permitido ser incomparable, y les pregunto nuevamente: ¿no es el silencio mudo? Solo puedo ser reflexiva al expresarles que muchas veces el silencio no tiene ruido, el silencio no tiene notas ni pautas preconcebidas, al silencio solo lo interrumpe el ruido. Con esta refutación quiero dejar claro que así son las razas y los colores del mundo, y quiero que comprendan que por eso, por ser incomparable, no deja de ser hermoso lo diferente, como dijo mi amigo Feliciano: «El negro nunca se despintará y el blanco nunca se pintará». Pero lo que sí es cierto es que, si excluimos el negro, no existirían los colores, ya que todos los demás colores necesitan del excluido —el negro— para ser color.
Esta objeción ha sido siempre una de mis razones para guardar la esperanza, porque quiero pensar que en algún momento de la historia de España lo diferente no tendrá color, quiero guardar la esperanza de que lo diferente será la base de todos los colores. Y esto me aboca a pensar en el amor, en este sentimiento que lentamente algún día todo lo cuantificará, igual que en el pasado, que este sentimiento de vivo afecto tendrá cabida. Por experiencia sé que esta mágica inclinación haría que todo fuera diferente, la misma que lucharía contra la apatía, los sinsabores y contra aquella soterrada expresión y sentimiento hacia lo diferente, la inmigración.
Solo espero que todo tiempo furtivo llegue a su final, que el llanto termine y que el angustioso momento de segregación tenga un acto de reconciliación. Quiero escuchar el canto quedo nacido desde el corazón, para solo así enmudecer aquellos tiempos de sumisión.
Quiero compartir una leyenda urbana que tintinea en mi memoria, aquella contada por una gran mujer, la Mita, cuando dijo que las campanas del tiempo habían entonado una dulce melodía, y esta fue tomada por la waira, que esparció cada tonada y cada vibración, despertando y llenando de sensaciones la mar a través de su oleaje, permitiéndole que cantara a la vida y juntas la elevaran al firmamento, y, una vez convertida en tormenta trajera consigo su sonido y su color. Así, me decía ella, fue esparcida la presencia del colonizador, como la luz nueva que alumbraría para bien o para mal la nueva raza mestiza que se multiplicaría en aquella tierra colonizada.
Y hoy, como si se repitiera la leyenda, quiero que el canto de la waira sea esparcido con intensidad en las tonadas del tiempo, quiero que la lucha de los diferentes se perpetúe en la historia de los pueblos, de cada uno de ellos, más allá de cada historia, más allá de cada vida fisurada y truncada, y que algún día, en aquel tiempo testigo mudo de los desbarates de los hombres, se cuenten sus historias de extraordinaria capacidad de supervivencia, la de cada uno de ellos, igual que aquella tonada y entonación, y que se sienta la incondicionalidad del tiempo donde quedarán los retablos pincelados de los miedos, de los infortunios, del hambre y del desosiego.
Quiero que sepan de sus sueños y secretos, los que nos hablan del despertar desgarrador y multiétnico que se gesta en esta nueva y anciana tierra, donde se gesta aquella supervivencia efímera, donde se esconden las nuevas pasiones y, como me solía decir la Mita, donde coexisten igual que en el pasado las voluntades humanas que permiten que la línea de la vida y la línea del destino forjen una nueva historia de grandeza. Todo ello debe suceder para el resurgimiento de esta raza mestiza doblemente rica y para que esta tenga, dentro del espacio del tiempo, su momento.
Se dice que lo que no se olvida nunca muere, por eso, solo recordando puedo entender que nuestro mestizaje es un ruido en el silencio, el que está va a forjar un nuevo momento histórico, y percibo que sin darnos cuenta estamos reescribiendo una nueva historia de amor y pasión, ya que de una forma u otra somos capaces de revivir un mundo desaparecido y de enardecer con nuestra presencia a un mundo viejo.
Y siendo analítica observo que la insensatez marca un retroceso histórico, el fanatismo y la ignorancia política intentan menoscabar la historia de la que somos parte. Lamento que la cordura y el vasto conocimiento no tengan alcance, se ha falseado y estrangulado la generosidad, y se ha adulterado la grandeza, deshaciendo los designios históricos que nos han unido; la historia gestada en los dos mundos se va diluyendo, la misma que se enfrenta por primera vez a las realidades de su pasado, de toda una vida, más allá de su propia grandeza.
Poco a poco voy entendiendo por qué se nos mira como los diferentes, ahora sé que las frustradas esperanzas de que los ciudadanos conozcan su historia son poco probables, ya que nunca han calculado la trascendencia presente de lo que es su historia, porque muchos solo conocen leyendas tergiversadas donde únicamente se habla de aquellos vilipendios dejados, los mismos que los avergüenzan, y nada se dice de la grandeza del idioma, de la retroalimentación económica, de la cultura fusionada, del amor que se multiplicó para gestar la raza multiplicadora, la paja de páramo de la que siempre hablaba la Mita.
Ella decía que en algún momento en ese tiempo estos nos pertenecerían, y así ha sido: hoy somos conscientes de que los populismos promovidos desde la torpeza y el desconocimiento son las cadenas de quienes los escuchan, muchos hemos comprendido que la inexperiencia aboca a los pueblos a no recordar sus derechos y lo que por ley les pertenece, pero también sabemos —porque lo vivimos— que el vocablo parafraseado aboca a que la fascinación sea vendida y que lo que hoy parece ser verdad mañana sea un error.
Hoy seguimos constatando que este discurso también arrasa en esta tierra vieja llena de historia, y vemos como sus nuevos momentos la esterilizan. Hoy a base de experiencia somos capaces de diferenciarlos, hemos escuchado tanto y hemos vivido sus consecuencias, hemos escuchado sus filosóficas teorías de las nuevas y retrógradas formas de hacer gobierno, de utilizar de forma abismal en la nueva sociedad de tuiteros aquel discurso perverso de que «los ricos pagarán para darles a los pobres» y vemos como también aquí hace mella.
Todo ello nos llena de tristeza, porque hemos huido de aquel discurso perverso que espoleó y sigue espoleando nuestras democracias, que nos llenó de miseria y trajo consigo la delincuencia, las bandas criminales que hoy son dueñas de todo, aun de nuestros sueños. Hoy solo nos queda la tristeza, porque llevábamos muchos años comprendiendo que los ricos nunca pagan y el que siempre termina pagando es el obrero, el trabajador, y que los impuestos siempre repercuten en los más necesitados, los excluidos.
Hoy con toda certeza creo que el pasado debe ser considerado idóneo para enseñarnos el presente, y ante todo espero que este antiguo mundo a partir de sus vivencias restablezca las bases sólidas de su política y de la naturaleza de su propia historia, y que uno de sus fundamentos principales sea el seguir buscando un porvenir más sólido y sostenible para sus ciudadanos, donde la incertidumbre, la ignorancia y el error no tengan un minuto de cabida.
Pero, lamentablemente, todo es un carrusel de sensaciones, el Estado sufre una desmembración con un sistema político muy parecido al de América Latina. He sido testigo mudo de que aquí también se persiguen las ambiciones personales, y aquí nos encontramos, en este batiburrillo de circunstancias. Hemos comprendido que nosotros somos y no somos, y que los vestigios del tiempo no existen; aquí solo somos indios, no somos españoles ni europeos, sino de aquella raza que según la historia se encuentra difuminada en el tiempo, en las circunstancias, y que se extiende por doquier en este presente por muchas razones. Hoy nos distinguen con calificativos que duelen; somos eso: los sudacas o los machupichu como tan mal nos llaman, pero entendemos que nuestra gesta empieza siendo aquel buen sirviente que se narra en la historia, y, como diría la Mita, en algún momento de este tiempo la mariposa batirá sus alas, retroalimentará su nuevo nacimiento y abrirá —como en efecto lo está haciendo— su pensamiento a una nueva oleada de conocimientos.
LA SOLEDAD, AMIGA INCUESTIONABLE
Siempre en soledad pudimos llorar con tranquilidad, porque solo así fuimos conscientes de nuestra propia realidad y de todos aquellos que abrazaban el infortunio. Cada resbalón traía consigo un nuevo dolor y cada vez que se levantaba un caído nos levantábamos juntos con la misma fuerza y malestar; eso provocaba un giro radical en nuestras vidas, ya que nos sumergía de pleno en la familiaridad y, ante todo, en la constitución de una hermosa familia extensa que todos llevaríamos siempre en el recuerdo.
Todos poseíamos una gran capacidad humana, una fuerza descomunal de supervivencia, juntos aprendimos a comprender lo que era ser diferente, a aceptarnos y reivindicar con nuestras pequeñas luchas lo que la Mita un día me dijo: el mestizaje convierte a los seres afortunados en doblemente ricos, ahí radica su fuerza, la que surge desde el corazón, desde la añoranza y, ante todo, desde la esperanza.
Por eso empecé hace muchos años, cuando fui capaz de ver mi rostro diferente, a aceptar que lo diferente me convertía en incomparable, y solo así pude levantarme y continuar mi viaje, como en efecto lo hago; soy consecuente con mis continuas paradas, como diría la Mita, muy parecidas a las rancheras de mi pueblo: ir recogiendo pasajeros, es un continuo goteo. Todas estos galimatías humanos son un continuo descubrimiento siempre en positivo, ya que persistentemente encuentro refugio en mis creencias religiosas, las mismas que me permiten seguir siendo lo que soy, valiente e indomable, cautelosa sí, porque todo me conduce a ello, aunque sé que muchas veces el tiempo no siempre es mi aliado en este nuevo mundo donde los diferentes sobrevivimos.
Todos de una manera u otra escogimos este camino, y hoy muchos somos conscientes de nuestra propia historia migratoria, la hemos escrito con grandeza, la hemos convertido en leyendas migratorias de hombres y mujeres valientes, de luchadores infatigables que venimos en busca de esperanza. Muchas de estas páginas están escritas con lágrimas, son luchas que cobran vida en la historia de nuestro nuevo nacimiento, todavía seguimos teniendo en nuestro tiempo el desgarro asfixiador vivido que nos invita a reflexionar sobre hechos y circunstancias que nos impactaron y abocaron a nuevas formas de convivencia.
En aquella elocuente soledad vivida ha quedado el desconocimiento, el menosprecio de lo que realmente somos, lo que es América Latina, aquella que una vez abrazó a los inmigrantes españoles.
Lentamente los ciudadanos españoles han ido conociendo y comprendiendo que así era de abrupto el mundo, que fuera de sus fronteras los miserables no tenían color, que existían individuos que nacieron para gestar el mal a los hijos de los hombres, que vestían el mundo de miseria, y que estos eran derribados por los populistas de la América Latina, por aquellos oligarcas que degradaban a los dueños de sus patrias de sus libertades humanas, sociales y civiles. Todo ello se construía porque los hombres y mujeres creyeron en las promesas vanas de mejores días, de aquellas supuestas ayudas sociales que sin saberlo compraron sus libertades democráticas, y un día sin darse cuenta los condenaron al exilio.
Muchos ciudadanos españoles entendieron, porque se involucraron, que esta inmigración que luchaba por la legalidad eran personas, seres humanos que sufrían igual que muchos de los suyos en el pasado, que solo perseguían sueños, ante todo, un lugar donde restaurar sus vidas. Comprendieron que debería existir la esperanza para reparar las dolencias humanas. Así lo consideró mi amigo Bernat, quien me supo decir: «Mi abuelo emigró a las Américas, aquí los abuelos saben lo que significan estas historias devastadoras de la inmigración, muchos recuerdan todavía hoy los años negros de esta España». Y continuó: «Cuando los barcos de ayuda con víveres llegaban para ayudar a este país, para saciar nuestra hambre, asimismo se vieron partir aquellos barcos hacinados de hombres, mujeres y niños, que salían hacia la América Latina, todos ellos repletos de seres buscando esperanza».
Y continuó compartiendo conmigo su pensamiento: «Estoy convencido que, por toda nuestra historia, todos los españoles deberíamos recordarlo, porque fue y es parte de nuestra realidad presente». Respiró y prosiguió: «Sabemos lo que significa dejarlo todo, sabemos qué es ir en busca del exilio como forma de sobrevivencia; igual que todos ustedes, las vidas de los nuestros fueron vidas llenas de dramas, solo sé que son historias que van de la mano, historias que seducen por el dolor con que se vivieron y se viven».
Mientras Bernat me narraba esa historia que ya conocía y yo lo escuchaba atentamente, pensé que así como él me describía la crónica que recordaba, yo también podía describir mis historias en este nuevo calidoscopio, para compartir mis momentos junto a la inmigración, ya que, igual que la pilpentú de la Mita, yo también aleteé a su mismo tiempo y a su mismo ritmo para solo así poder comprender en esta transición humana la historia de todos, y en especial comprender mi propia historia de padecimiento. Solo introduciéndome en aquel mundo de sueños, lejano y cercano, fascinante y al mismo tiempo decadente, pude comprender estas vidas rotas, pude visualizar aquel viaje eterno y entender aquellas vidas errantes sin generosidad aparente, donde, con toda seguridad, la testarudez nos empujaría a domar la avaricia, despojándonos del pecado de la venganza. Comprenderíamos que solo queriéndonos, queriendo nuestro pasado, queriendo nuestra historia y nuestras patrias, podríamos guarecernos en la patria donde vivíamos; solo así se podría querer a esta España, como lo hicieron los españoles en el lugar adonde fueron y se arraigaron, para labrar una historia generosa de amor familiar.
Era consciente de que Bernat me abocaba a mi propia reflexión, que debía empezar con mi propia vida, tratando de alejar todos los recuerdos que fisuraran mi entendimiento, aunque mi razón conservara con tesón aquellas imágenes que se repetían de manera dantesca, aquella llegada y los sinsabores de todo lo vivido, aunque hoy con sensatez pienso que quizá el desprecio es lo que logra arraigarse de forma visceral en la vida, pese a que esta muchas veces nos llene de cansino llanto.
Sabía qué era lo que había arrebatado mi sentido y había hecho crujir los cimientos de mi alma, qué los había impulsado, cuáles habían sido los demonios y aquella impotencia asfixiante de escuchar a los que una vez creí que eran parte de los míos. Recordé cómo el delirio había llenado mis momentos y cómo el acalorado pensamiento se había agudizado en mi ser, creyendo que solo me quedaría la venganza, toda ella contenida en aquella desolación, donde mi humanidad no conocería el perdón, y sentí que no habría ni cabría la reconciliación.
Solo con el recuerdo de aquellos sueños que como poemas anhelados venían a mi memoria, que estaban combinados con aquellas flores que el tiempo y el amor habían forjado pese a los desengaños sufridos, yo sabía con certeza que todo ello me condenaba al perdón. Recordé el vientre oscuro y fresco de aquella hermosa vasija de barro, donde muchas veces guarecí mis sueños y vislumbré que yo, Tiyantey, era esa arcilla vaso de barro de mis antepasados, y, en honor a todo ello, solo cabría el perdón, la reconversión en una misericordiosa piedad. Así quería vivir, ansiaba solo vivir en la magia de la pilpentú de la Mita, sin más engaños, únicamente quería vivir en los tiempos de la verdad.
LIBERTAD
Todo lo diferente era difícil de entender para aquellos que nos veían venir, y pensé, que todo ello amilanaba y llenaba de incertidumbre a la España del presente, porque éramos los grandes desconocidos, ya que no se conocían nuestras miserias, ni nuestras problemáticas sociales, políticas, culturales y, ante todo, humanas.
Sé, como siempre por la experiencia, que solo se es capaz de no valorar la democracia, la paz y la libertad cuando desconoces las realidades de otros mundos. Cuando descubres que no funciona el aparato del Estado de tu país, donde la seguridad ciudadana deja de ser un órgano garantista de un Estado democrático de derecho, todo ello te despierta abruptamente a la cruda realidad. Para muchos ciudadanos españoles, esto es inconcebible, ya que están acostumbrados —porque viven dentro de ello— a derechos reconocidos por medio de un ordenamiento jurídico, a retribuciones asequibles gracias a un sistema de protección social que garantiza estos y mucho más derechos. Pero desgraciadamente muchos no saben lo que aquello significa, ya que no lo han vivido, y espero sinceramente que nunca experimenten lo que es existir sin el goce de las libertades humanas.
Los ciudadanos que emigran han vivido un abuso de poder constante, el ser simples espectadores y presenciar cómo se adultera la voz popular emitida en las urnas, cómo se quebranta la democracia y cómo esta es estrangulada. Han visto cómo aquellas filosofías políticas lentamente van sometiendo al pueblo hasta convertir a casi todos en guachimanes o guardianes al servicio de un cholo confundido en el tablero del tiempo y de las circunstancias, una transformación que aflora ante la ausencia de moral y de principios éticos que no deben ni deberían desvanecerse. El tiempo nos curte y nos enseña a ser conscientes de los vicios que genera el autoritarismo, al admitir que se usurpen los derechos de los ciudadanos, que se despoje a los pueblos de los derechos sociales y humanos, y, como solía decir la Mita, permite que los tiranos tengan su gloria y que estos no conozcan sus límites, ya que la arbitrariedad individualista tiene sus formas establecidas y organizadas, entre ellas la organización civil, militar y política, conductas que van privando de derechos a las personas, condenándolas a una degradación permanente.
Hoy, con la madurez de los años, puedo realizar un acto de reflexión profunda en esta nueva tierra de acogida, España, que nos permite vivir en unos espacios de libertad, pero que al mismo tiempo nos instiga a la mansedumbre y la servidumbre, restando desde mi punto de vista los derechos de dignidad.
LA AÑORANZA
Era un día gris, como muchos en mi vida, el cielo estaba cargado de densos nubarrones, se veía venir la lluvia que lentamente abrazaba nuestra ciudad, en esta región hermosa del Vallés Oriental. Me encontraba en aquel bar tan conocido, debajo de aquel toldo verde descolorido por el tiempo y el uso, en aquella mesa cuadrada con dos sillas de un aluminio que ya no sabría definir si era viejo o nuevo; aquí daba rienda suelta a mis pensamientos más íntimos. Tomando aquel café solo sorbo a sorbo dejaba que mis reflexiones adquirieran forma y les permitía ser libres como mi propio espíritu.
Pensé que el amor era la fuerza indescriptible que mueve al mundo, ese sentimiento que arropa a las almas enamoradas, como dijo el poeta, el que inspira a las musas de la literatura y nutre al mundo con sus hermosas historias de pasión. Sí, me encontraba en aquel barcito esquinero que desde hacía muchos años era mi lugar preferido, quizá porque era tan solitario como mi propia alma, quizá porque me dejaba transportarme, retroceder en aquel pasado que llevaba conmigo y que no me permitía enterrar, o quizá porque me permitía soñar despierta y traer del pasado al presente aquellos sueños imposibles e inolvidables que atesoraba mi corazón.
Así era el bar de Manel, «el Baranus». Aquí muchas veces me tomaba aquel cafecito americano que calentaba mis manos en los días de invierno, y mientras lo hacía dejaba libre mis inclinaciones. Seguro que muchos lo han sentido, pero también es cierto que me permitía observar el caminar de la gente, su andar deprisa; me encantaba compararlas, igual que lo hacía la Mita, con aquellas hormiguitas organizadas y muy trabajadoras, que tenían un orden jerárquico: la reina, la líder, y las obreras, y juntas formaban un ejército especializado para labrar así su futuro de subsistencia. Cada día las observaba, contemplaba extasiada cómo se juntaban y desaparecían por aquellos agujeros de la acera hasta llegar a aquel árbol frondoso donde se encontraba su hábitat, su hormiguero; eran tan conocidas para mí, llevaban así desde hacía veintidós años, ahí estaban, siempre igual que yo, pensé sonriendo para mis adentros.
Seguí con mi repaso matutino prestando atención a aquellos hombres y mujeres que circulaban de arriba abajo, de izquierda a derecha, y miré sus rostros que reflejaban sus estados de ánimo, muchos envueltos en un halo de alegría, otros quizá de tristeza o preocupación, pero todos se enfrentaban al desafío y a las consecuencias del día a día. También era cierto que muchos de ellos descubrirían quizá, en ese transcurrir del tiempo lento y rápido a la vez, a su alma gemela, encontrarían ese amor incondicional que nos hace crecer como persona, o quizá la pasión, y hallarían esa conexión íntima, esa atracción inexplicable que yo llamo amor. Sonreí para mí misma, nadie me quitaba ese romanticismo que llevaba a flor de piel, y me dije que cuanto más plácido fuera el amor, mucho mejor, y pensé en mi Romeo, aquel que me trajo a estas hermosas tierras españolas. Tanto lo amé y lo amaba que todavía no alcanzaba a definir cómo eran los hilos del amor, esas emociones tan fuertes que quizá te vuelven torpe, inexplicables en todos los conceptos, y pensé para mis adentros como el amor había endulzado mi corazón, como este sentimiento había tenido la capacidad de desvelar todos mis secretos, de anonadarme ante la adversidad, y, al mismo tiempo, me había enseñado a reconvertir mi historia, mis inclinaciones y la vida misma. Solo esta conexión con el amor de forma inexplicable había curado las heridas sangrantes que una vez fisuraron mi entendimiento y llenaron de locura temporal mi existencia; así pude superar ese camino borrascoso, frío, cruel de la exclusión y junto al amor me enfrenté a la adversidad y seguí viviendo y bailando la danza ancestral de mi raza, y sin saber aún lo sigo viviendo.
El tiempo había pasado, los días y los meses habían configurado un montón de años desde que tomé la decisión de dejarlo todo, desde aquel día hasta el presente mi vida había cambiado no solo físicamente, sino en todos los aspectos: mi cabeza estaba llena de cabellos blancos y en mi rostro ya se perfilaban las arrugas de los años. Sonreí, a esto le llamamos madurez, pensé.
Durante todos estos años había echado de menos la patria donde había nacido, mi bello Ecuador, y todo lo que conllevaba, la nostalgia y la tristeza se reflejaban en mis ojos —así lo decía Dimas—, unos ojos que jamás volvieron a sonreír. Él era consciente de que siempre me embargaba la tristeza, que siempre, aunque fuera un minuto en el día, mi sentimiento regresaba a aquella tierra en la que había nacido y que guardaba los recuerdos más hermosos de mi existencia. Muchas veces sentí la soledad convertida en orfandad, en destierro, en ese exilio voluntario donde convivía la sensación de que había vuelto a nacer siendo grande en la patria donde gestaba mis luchas y mis reivindicaciones.
Añoraba en este nuevo nacimiento aquel mundo que había dejado, porque este nuevo mundo me parecía gris, en él ya no existían aquellas tertulias llenas de alegría, de amor, de risas compartidas con la gente que todavía llevaba en el recuerdo, mis amigas, y en especial Dalita Julieta, sí, aquel ser entrañable que había formado parte de mi vida, juntas habíamos superado momentos difíciles en aquella adolescencia y aparente madurez, ¡cuánto la echaba de menos!
Recuerdo todavía sus manos apretando las mías el día en que mi padre murió, me había ayudado a superar, a entender la pena y el dolor que me embargaban. En su compañía curé mi alma y mi corazón, aquella herida se fue cicatrizando lentamente, y esa amistad se acrisoló en la confianza, en el amor y el respeto. Así es la verdadera amistad, incondicional.
Muchas veces ella me había encontrado en el despacho de mal humor, en medio de carpetas apiladas, casos penales que eran de mi exclusiva responsabilidad, todos ellos representaban vidas humanas y familias. Ella me conocía lo suficiente para saber que peleaba los casos como propios y que todavía, pese a todo, no había aprendido a perderlos como ajenos. Todos o la gran mayoría estaban en la cárcel, en aquellas cárceles llenas de miserias por sus condiciones infrahumanas; ella sabía que no me gustaban y que luchaba por sacarlos de ahí, luchaba contra la injusticia de un sistema decadente y corrupto. Pero así era aquel sistema penitenciario y judicial que llevaba en mi memoria, con excepciones que sabía que existían porque las había visto y palpado; tal vez esas excepciones