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Los vientos del liberalismo en el Caribe: Efectos, transformaciones e intercambios en la transición del siglo XVIII al XIX
Los vientos del liberalismo en el Caribe: Efectos, transformaciones e intercambios en la transición del siglo XVIII al XIX
Los vientos del liberalismo en el Caribe: Efectos, transformaciones e intercambios en la transición del siglo XVIII al XIX
Libro electrónico481 páginas6 horas

Los vientos del liberalismo en el Caribe: Efectos, transformaciones e intercambios en la transición del siglo XVIII al XIX

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Este libro analiza uno de los temas fascinantes de la historiografía de los últimos años, el de la dominación y confrontación imperial en el Caribe. Examina, desde diversas aristas y escenarios territoriales, la incidencia que tuvieron los "vientos del liberalismo", que soplaron desde finales del siglo XVIII y principios del XIX, en los numerosos procesos de transformación económica, social, política y cultural que se experimentaron en diferentes territorios del Caribe. Así mismo, discute los procesos y circunstancias en que estos "vientos" fueron percibidos y adaptados a las realidades específicas de los territorios caribeños. La idea y el esfuerzo que guían muchos de los capítulos en esta publicación es desviar la atención de las interpretaciones que ven en el reformismo institucionalizado el motor principal de las revoluciones y transformaciones americanas y caribeñas. Se trata de colocar la mirada en el entramado de relaciones sociales, económicas y políticas que intensificaron los cambios que se daban en los territorios, por debajo y en paralelo a las luchas imperiales y a sus apuestas para acentuar su control sobre los territorios. En diversas ocasiones estos entramados de relaciones promovieron transformaciones anteriores a las de los imperios, aunque estos, en algunos casos, las instrumentalizaran a partir de sus intereses.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 nov 2022
ISBN9789587465679
Los vientos del liberalismo en el Caribe: Efectos, transformaciones e intercambios en la transición del siglo XVIII al XIX

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    Los vientos del liberalismo en el Caribe - Antonino Vidal Ortega

    VIENTOS DE CAMBIO. COMUNICACIONES IMPERIALES, INDIVIDUACIÓN FEMENINA Y VALORACIONES TERRITORIALES

    Aires de cambio en la circulación de la comunicación postal en Cartagena de Indias en el siglo XVIII

    ROCÍO MORENO CABANILLAS

    La monarquía borbónica subió al trono de España en el siglo XVIII y, con ello, se inició una etapa de pretendidos cambios y transformaciones en las distintas esferas imperiales, conocida como reformismo borbónico. Desde comienzos de siglo se llevaron a cabo proyectos de reorganización en todos los ámbitos del Gobierno. En ellos, el sistema postal ocupaba una posición central, puesto que los borbones pretendían racionalizar los flujos informativos para el desarrollo de oportunidades políticas, sociales, culturales y económicas.

    Estos planes renovadores se intensificaron con la contienda de la Guerra de los Siete Años, cuando la corona tomó conciencia de la importancia estratégica de los dominios ultramarinos, principalmente del Caribe. A partir de entonces, el espacio caribeño se convirtió en eje articulador de las políticas reformistas y, por tanto, en el centro de operaciones del plan de renovación postal hispanoamericano planteado por el Gobierno borbónico en 1764. Desde este punto de vista, Cartagena de Indias se configuró como nodo comunicacional esencial para la monarquía hispánica.

    Cartagena de Indias constituyó un espacio organizado para la circulación de la información desde el siglo XVI. De ahí que con la reforma postal se decidiese implantar una administración de correos en el XVIII, debido a su privilegiada situación en un área de gran intensidad de intercambios postales, lo que reflejó su fuerte potencial comunicativo y el lugar de preferencia que ocupó como centro fundamental en el sistema de comunicaciones imperial.

    La implantación de la administración de correos en Cartagena de Indias produjo una serie de desafíos debido a la concentración de distintos poderes que convergían en el interés de dominar la circulación de la comunicación postal. De manera que el plan de reforma postal establecido en Cartagena de Indias se configuró alrededor de un continuo proceso de negociación y conflicto entre los distintos centros y agentes postales.

    Reformas y proyectos postales en la monarquía borbónica

    La contienda conocida como la Guerra de Sucesión (1701-1713) significó una auténtica competición por la hegemonía europea y por el acceso a los recursos de las colonias españolas en América, algo que se prolongaría a lo largo del siglo XVIII. En esta guerra estaba latente el interés de los borbones, ya reinantes en Francia, por ejercer influencia en España mediante el establecimiento de una de las ramas de su familia en el trono hispánico, situación que la situaría en un privilegiado puesto en el contexto mundial.

    Justamente era esta circunstancia la que más temían los que se oponían al candidato borbón, como Inglaterra y las Provincias Unidas, quienes veían un gran peligro en la unión de Francia y España bajo una misma familia, pues ninguna de estas potencias deseaba la aparición de un gran imperio bajo la Casa Borbón. Por esta razón, en el Tratado de Utrecht, firmado en 1713, que ponía fin a la contienda, se obligó a Felipe de Anjou a renunciar a sus derechos sucesorios en Francia para que pudiera acceder al trono español. En consecuencia, se instauró la dinastía borbónica en España, que confirmó la continuidad de las instituciones españolas establecidas, al tiempo que dejaba una puerta abierta para la reforma (Stein y Stein, 2002, p. 183).

    Desde su llegada al trono, la nueva dinastía puso en marcha un programa de planes y proyectos de reformas estructurales que se inició lentamente (Paquette, 2008; Kuethe y Andrien, 2014; McFarlane, 2014). En este sentido, es importante aclarar que ello no supuso un cambio radical en el Gobierno, pues no pretendían transformar completamente el orden estamental vigente, sino renovarlo para un mejor gobierno y administración de sus dilatados dominios a través de cambios y transformaciones que se fueron implementando de forma paulatina en las distintas esferas del imperio hispánico. Todo ello se llevó a cabo en un contexto de competición de los distintos Estados imperiales, que se vertebraron a partir de un proyecto de reorganización política y económica con resultados que se encontraban entre el logro y la frustración.

    Las Indias y España son dos poderes bajo un mismo amo; pero las Indias son el principal, mientras que España es solo accesoria (Montesquieu, 1906). Estas palabras de Montesquieu ponen de relieve que América jugó un papel clave para los distintos imperios europeos que ambicionaban su control y dominio. En el caso del reformismo borbónico, esto se ilustra a través de las acciones políticas que estaban diseñadas, en gran parte, por y para el espacio americano.

    La política de reformas convirtió los territorios americanos en instrumentos esenciales para sus ambiciones geopolíticas, lo que se tradujo en la aplicación de múltiples iniciativas políticas en diferentes direcciones. En la mayoría de los proyectos subyacía la idea de que las Indias eran un importante mercado con grandes posibilidades y riquezas que era necesario controlar para alcanzar el progreso económico, social y político del imperio hispánico. Por estas razones, las reformas borbónicas procuraron implementar mejoras institucionales, administrativas y fiscales para potenciar sus recursos, como también establecer medidas políticas y sociales para fortalecer su dominio.

    Las aspiraciones de nuevas formas de gobierno basadas en modelos centralizadores, que pretendía implantar la monarquía borbónica tanto en la península como en los territorios ultramarinos, provocaron luchas locales de poder, procesos de negociación y conflicto, y reconfiguración de la estructura imperial, que configuraron diferentes resultados en los distintos espacios del imperio. Las reformas borbónicas comprendieron un largo y complejo proceso sociopolítico, económico y cultural que influyó en las distintas capas de la sociedad y en los diferentes espacios imperiales a través de proyectos, a veces incluso contradictorios, que fueron respondidos en el plano territorial.

    De manera que los planes del reformismo borbónico se basaron en la complejidad y diversidad de ideas en competencia que confrontaron con un heterogéneo elenco de circunstancias y agentes que obligaron a afrontarlos de forma flexible con una variada gama de formas de negociación y conflicto. Dentro de esta visión se tiende a reforzar la teoría de que todo ello condujo a la descomposición del imperio atlántico hispánico a través de la independencia de sus colonias americanas. Esta narrativa relaciona a las reformas borbónicas como uno de los principales desencadenantes de las revueltas y del descontento de los actores locales hispanoamericanos, así como del surgimiento de la conciencia política de las élites criollas gracias a la Ilustración. En este plano, Manuel Lucena Giraldo considera que el asalto a los fundamentos sociopolíticos y culturales de la monarquía policéntrica creó resentimientos y revueltas debido a que las ansias de control y dominio de los borbones rompía el equilibrio que, hasta entonces, se sustentaba en una política basada en el compromiso, la negociación y la mutua concesión entre los distintos grupos de poder que mantenían unos privilegios e inmunidades que los reformadores les querían arrebatar, especialmente a finales del siglo XVIII.

    Al mismo tiempo, el propio Lucena (2009) demuestra cómo los agentes reformistas encabezaron medidas para profundizar, no debilitar, la autonomía local y cómo la monarquía policéntrica continuaba siendo la clave principal para la estabilidad del imperio. No obstante, estudios recientes demuestran la debilidad de estos argumentos y se alejan del concepto positivista que establece la dicotomía reformas-Independencia para situar ambos procesos en un marco más complejo y contradictorio (Chust y Frasquet, 2013).

    En este contexto, un claro exponente de la pretendida política borbónica fue el plan de reforma postal, ya que los borbones tuvieron el afán de convertir al correo en una herramienta clave para administrar su Gobierno y, por ello, se elaboraron una serie de planes y proyectos, tanto en la península como en América, con el objetivo de reforzar el control de la corona sobre la comunicación transatlántica. Desde comienzos del siglo XVIII se elaboraron una serie de propuestas para la mejora de la comunicación postal con la firme intención de que la circulación de la información fuera más regular y fluida entre los distintos centros del imperio hispánico (Moreno, 2019a).

    El afán proyectista, que se extendió durante todo el siglo XVIII, giraba en torno al progreso económico con la mejora del comercio y la navegación, y veía al sistema postal como una vía necesaria para alcanzarlo. Todos estos proyectos compartían la misma preocupación de dar un giro postal ultramarino para hacerlo más regular y eficaz y, para ello, planteaban distintas soluciones que estaban orientadas a remediar los problemas de la materia postal. Dichos proyectos coinciden con la época de las medidas renovadoras de los primeros borbones, que sirvieron para sentar la base de las reformas desplegadas a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, luego de la llegada al trono de Carlos III, cuando se llevó a cabo un programa reformista más ambicioso que se intensificó tras la finalización de la Guerra de los Siete Años.

    La competencia postal de los imperios en el contexto de la Guerra de los Siete Años

    La red postal constituyó un papel central en los proyectos de competencia de los imperios. De ahí que durante los siglos XVII y XVIII los imperios insistiesen en la necesidad de mejorar las comunicaciones como eje central de sus políticas gubernamentales (Le Roux, 2014; Raymond, 2016).

    Las guerras actuales más se emprenden con el poseer el tráfico de las colonias, que por el extender el dominio. Estas palabras de Pedro Rodríguez de Campomanes (1988) reflejan la rivalidad imperial que existió en el siglo XVIII, en el que las distintas potencias europeas pelearon por la supremacía comercial en los distintos focos de sus extensiones imperiales.

    En aquel momento, uno de los conflictos bélicos más destacados fue la Guerra de los Siete Años, considerada una de las primeras guerras globales (Danley y Speelman, 2013). Esta contienda tuvo importantes repercusiones en los imperios europeos. Un momento clave para el imperio hispánico durante el desarrollo de esta contienda fue 1760 y los siguientes años, cuando se vieron implicadas las colonias españolas, principalmente una de las zonas más valiosas para la monarquía hispánica: el Caribe.

    Cabe resaltar el interés que Gran Bretaña siempre había tenido por las posesiones hispanoamericanas, puesto que deseaba tener acceso directo a sus mercados y recursos (Paquette, 2011, p. 150), de ahí que en agosto de 1762 la Armada Británica consiguiese conquistar La Habana (Cienfuegos, 2001). Con este triunfo, el poder naval británico controló la principal salida y entrada del Caribe y, con ello, obstaculizó y bloqueó el paso de los navíos españoles a la América española.

    Lo anterior supuso un varapalo sólido para España, ya que una de sus defensas más fuertes y preciadas había caído en poder del enemigo, ocasionando la pérdida de la supremacía estratégica en el Caribe, que hasta ese momento era casi inexpugnable. La toma de La Habana colapsó los circuitos económicos, políticos y de comunicaciones del imperio. De hecho, constituyó uno de los fracasos militares más importantes del siglo XVIII e, incluso, de toda la época colonial para el imperio hispánico.

    La historiografía ha reforzado la idea de que fue este desastre de La Habana el que motivó el proceso de intensificación y aceleración de las reformas borbónicas que, aunque ya se venían dando desde principios de siglo, a partir de entonces y durante el gobierno de Carlos III se hicieron mucho más acuciantes. La monarquía adquirió conciencia de la importancia estratégica de las colonias americanas, principalmente del Caribe, amenazadas por las potencias extranjeras que las acechaban continuamente y mermaban el intento de control que pretendía la corona sobre ellas, generando peligros a través del contrabando y de los conflictos bélicos. Por lo tanto, debió efectuar un proceso de reajuste de las instituciones hispanoamericanas con el objetivo de que alcanzaran la fuerza y riqueza requerida para reconvertir a la monarquía hispánica en una potencia global que pudiera competir con el imperio británico (Navarro García, 2012, p. 187).

    A partir de entonces, América, especialmente el Caribe, se convirtió en el eje articulador de las políticas reformistas de la monarquía borbónica, y La Habana, en un laboratorio experimental de las mismas. Nodo geoestratégico de los imperios europeos, allí se ejecutaron profundas reformas, sustentadas en un juego de negociaciones entre las élites locales y peninsulares, que tuvieron efectos positivos inmediatos. La idea era que la implementación de medidas socioeconómicas y burocráticas, que habían comenzado en el espacio caribeño, se extendieran después al resto de territorios hispanoamericanos, suponiendo para la corona la obtención de recursos que permitirían sufragar los gastos que exigía el cambio de la situación en América (Parcero Torre, 1998, p. 173).

    La Guerra de los Siete Años evidenció que una comunicación fluida era indispensable en época de confrontación para que el Gobierno estuviera informado de todo lo que ocurría en el escenario bélico, con el fin de emprender la actuación estratégica oportuna. Los militares fueron uno de los agentes activos que propulsaron la necesidad acuciante de disponer de información y, por ello, algunos tomaron la iniciativa de mandar embarcaciones que viajaran desde La Habana hasta Cartagena de Indias para que se nos comunicasen noticias del estado de las cosas, por lo que carecemos aquí de ellas tanto de Europa, como de otras partes de esta América (AGNC, Colonia, Milicias y Marina, T. 81, ff. 70-71). Estas palabras pertenecen a Pedro de Castro Navarro, jefe y comandante de una de las escuadras involucradas en la Guerra de los Siete Años en el espacio americano, quien propuso despachar una embarcación para conducir desde Cartagena de Indias a La Habana, y viceversa, caudales y, sobre todo, noticias.

    Sin embargo, estas situaciones bélicas pusieron sobre el tapete la lentitud e irregularidad de las comunicaciones, lo cual se refleja en el siguiente gráfico que revela la escasez de navíos de aviso y paquebotes que se enviaron desde la península a América durante los años en los que se desarrolló la contienda de la Guerra de los Siete Años (figura 1).

    Figura 1. Navíos de aviso y paquebotes de ida (España-América) del año 1754 al 1763

    Fuente: Elaboración propia a partir de AGI, Casa de la Contratación, 2902 A.

    En este contexto, los Gobiernos europeos tenían un marcado interés por interceptar la comunicación de sus enemigos para averiguar sus tácticas y estrategias en el campo de batalla (Caplan, 2016, p. 29)¹. De ahí que, conscientes de la interceptación de la correspondencia, tomaban medidas como la de las cartas cifradas o la normativa de arrojar la correspondencia al mar al avistar un barco enemigo². Cabe señalar que no se trata de una medida nueva, sino estructural en el sistema de comunicaciones oficiales de la monarquía.

    Un ejemplo de correspondencia capturada durante la Guerra de los Siete Años lo hallamos en The National Archives of the United Kingdom, donde se encuentran cartas interceptadas por el imperio británico a embarcaciones de potencias enemigas, como Francia y España (TNA, High Court of Admiralty, 30/256 y 30/264). Ello prueba la inclinación de los británicos, al igual que sucedía en otros imperios, a hacerse con las comunicaciones de sus enemigos para conseguir datos relevantes de sus maniobras y así poder actuar en consecuencia³. Se trató de una gran ventaja para el imperio británico, ya que, al estar informado metódicamente, se anticipaba a sus enemigos y desplegaba sus habilidades y argucias, lo que fue de gran ayuda para salir victorioso en las batallas del siglo XVIII.

    Cabe mencionar que la acción de capturar cartas de Estados no solo ocurrió en el espacio marítimo, también acontecía por vía terrestre en Europa. Un caso se evidencia en la correspondencia al secretario de Estado de España, Ricardo Wall, en el desarrollo de la Guerra de los Siete Años en territorio europeo, donde expone que esta semana que se esperaban con impaciencia las cartas todas partes, no nos [h]a llegado correo ninguno. Las de Austria, Francia, España y demás partes que vienen por Viena han sido detenidas por los prusianos, que han hecho una nueva invasión en la alta Silesia (AHN, Estado, 4758, expediente 3).

    En líneas generales, el conflicto bélico solía obstruir las redes de comunicaciones interestatales, por lo que los imperios se valieron de numerosas y diversas redes bajo las premisas de un complejo sistema de comunicación para estar informados⁴. Una de las más destacadas fue la de los comerciantes, que ofrecían información puntual de lo que ocurría. Esta actuación es corroborada mediante el estudio del giro postal durante las guerras, que verifica los límites y el dinamismo del mismo. Era en estos tiempos bélicos cuando más se revelaba la falta de correo organizado entre España y América, sobre todo si los conflictos se desencadenaban en el mar, pues aumentaban considerablemente los obstáculos a los que se tenía que enfrentar el sistema postal, como los bloqueos a los distintos puertos españoles o las capturas por los enemigos extranjeros de los barcos con correspondencia (AGI, Correos, 462 B).

    Por tanto, todas estas peripecias ocurrieron en el imperio hispánico que, durante la Guerra de los Siete Años, sufrió la falta de un sistema de información organizado, tan necesario en tiempos bélicos, como manifestó el conde de Campomanes: las guerras debían de servir de estímulo para establecer los correos entre España e Indias […] puesto que de tener las noticias a tiempo dependía la conservación de algunos de aquellos dominios (AGI, Correos, 462 B).

    Por todo ello, se demuestra cómo la reforma del correo no solo estaba determinada por la situación política de la monarquía hispánica, sino también por los acontecimientos geopolíticos globales. En efecto, la necesidad del intercambio de información rápida y eficaz impulsó los planes de mejora del sistema postal transatlántico, cauce de comunicación con los territorios de ultramar.

    El Caribe como centro de operaciones del nuevo sistema de comunicaciones

    El Caribe llegó a ser el centro de las rivalidades políticas, económicas y comunicacionales europeas, y asumió un papel fundamental en las estrategias geopolíticas y comerciales. Se formó como lugar de encuentro de producciones globales y se configuró como un espacio fundamental en la economía-mundo (Vidal Ortega, 2002, p. 20). El Caribe fue una de las puertas hacia el territorio americano y un nodo de comunicación esencial entre distintos agentes y lugares, lo que le proporcionó un papel principal y hegemónico en el complejo espacio de los imperios ultramarinos.

    Desde este punto de vista, Cartagena de Indias era una ciudad crucial para el dominio de la monarquía hispánica en el espacio caribeño, ya que se trataba del principal puerto de conexión trasatlántica que actuaba de bisagra para comunicar el virreinato del Nuevo Reino de Granada con la zona caribeña, con otras regiones del sur de América, con la península y con las potencias ultramarinas asentadas en el Caribe (figura 2).

    Figura 2. Carte Topographique de la Baye, Ville et Faubourg de Cartagene, 1741

    Fuente: Biblioteca Nacional de España, MA0007550.

    A partir de 1764, en la monarquía hispánica comenzó a fraguarse formalmente la instauración de los Correos Marítimos a la América española, que confirmó el rol del océano Atlántico como vehículo unificador y transmisor de información, de cultura y de productos económicos. Desde los primeros meses de 1764 hallamos una intensa y frecuente correspondencia entre el marqués de Grimaldi, secretario de Estado y del Despacho Universal de España, y superintendente General de Correos y Postas de España⁵, y los administradores o directores generales de la renta de correos, que se ubicaban en Madrid: Lázaro Fernández de Angulo y Antonio de la Cuadra, ciudad en la que se advertían las primeras propuestas e instrucciones de esta implantación.

    La necesidad de institucionalizar la circulación de la información hizo que la maquinaria de los correos emprendiera su marcha con la legitimación de los proyectos el 6 de agosto de 1764, cuando Carlos III expidió el Real Decreto del Establecimiento de Correos para las Indias, publicado el día 8 del mismo mes. Allí, el rey expresó las causas y motivaciones que le habían llevado a su publicación y argumentó que la falta de correspondencia regular entre España y sus dominios en las Indias Occidentales había ocasionado numerosos problemas, como el atraso en el cumplimiento de las órdenes y en la ejecución de las mismas, que hacían sus vasallos, que llegan con tal retardación y dificultad que las decisiones más imparciales y prudentes se suelen frustrar por la mudanza de circunstancias (AGI, Estado, 86 A, número 7).

    Los marcos normativos de este proyecto postal se consolidaron con la promulgación de dos regulaciones: por una parte, la real cédula para el establecimiento de un correo marítimo mensual desde el puerto de La Coruña al de San Cristóbal de La Habana, expedida el 26 de agosto de 1764, y que afianzaba su papel preponderante en el tráfico postal, con la correspondencia general de Indias de ida y de regreso con la de aquellos dominios al mismo puerto de La Coruña; y, por otra, el Reglamento Provisional del Correo Marítimo de España a sus Indias Occidentales, publicado el 24 de agosto de 1764, que contenía todas las directrices que tenía que seguir este plan (AGI, Correos, 428 A).

    El Reglamento Provisional, que pretendía hacer público a el pueblo para que entiendan que puedan escribir con facilidad y frecuencia a las Indias y tener sus respuestas (AGI, Correos, 354 A), contenía las disposiciones necesarias para el establecimiento del nuevo sistema postal y detallaba los procedimientos de la organización, gestión y transporte de la correspondencia ultramarina: comprendía el avío y despacho de los paquebotes; las rutas marítimas; las labores fundamentales de los empleados de correos y las tarifas postales. A pesar de que esta ordenanza tenía carácter de provisional, tal y como se exponía en su título, suponía una normativa sólida que impulsaba la creación de esta institución postal ultramarina y, por tanto, su provisionalidad se debía al hecho de continuar incluyendo mejoras a este proyecto hasta la conformación de una ordenanza firme: Su Majestad se reserva con vista de los progresos de este establecimiento darle una ordenanza sólida y entretanto manda se guarde inviolablemente este Reglamento Provisional (AGI, Estado, 86 A, número 8).

    El Reglamento Provisional determinaba la ruta postal marítima que se debía seguir: las embarcaciones que transportaban la correspondencia habrían de partir desde el puerto de La Coruña hacia La Habana el primer día de cada mes (esta ruta se denominaba Carrera de La Habana). Una vez llegadas a La Habana, una embarcación saldría de allí hacia Veracruz para transportar la correspondencia al Virreinato de Nueva España (Carrera de Veracruz) y otra desde el puerto de Trinidad de Cuba hacía Cartagena de Indias (Carrera de Cartagena de Indias), para llevar el correo a los virreinatos del Nuevo Reino de Granada y del Perú (AGNC, Colonia, Correos, Cundinamarca, T. 1, D. 65). La implantación de esta ruta postal obedecía al deseo de expandir el control por parte del Gobierno a áreas prioritarias del imperio, como el Caribe, debido a la urgencia de dominio que había originado la Guerra de los Siete Años.

    A causa de la barrera que entrañaba el paso de los Andes en la época invernal para el buen funcionamiento del correo que iba desde Chile hasta Buenos Aires, en 1767 se decidió otra ruta marítima que debía salir cada dos meses los días 15 para que no coincidiese con la marcha de los paquebotes de La Habana. Partía desde La Coruña hacia Montevideo⁶ y de ahí pasaba en lanchas a Buenos Aires para repartir la correspondencia por el interior del virreinato del Río de La Plata, Chile y Perú⁷. Las líneas de navegación de estas rutas fueron la expresión espacial de una pretendida redefinición de los vínculos entre España y América, con una organización del espacio en función de los nodos comunicacionales y de las unidades administrativas.

    La ordenanza marcaba la línea a seguir de la institución postal y, por tanto, contenía algunos cambios respecto al servicio: la habilitación del puerto de La Coruña como centro principal de salida de la correspondencia, en detrimento de Cádiz; la instauración de administraciones de correos situadas en las principales ciudades hispanoamericanas que debían actuar como instituciones intermediarias entre lo imperial y lo local; y la creación de nuevos cargos en América, como administradores, interventores y oficiales, que se encargaban de coordinar el manejo postal. En consecuencia, el correo se construyó como una institución con una amplia cobertura espacial con el objetivo de convertirse en un agente mediador entre la península y los dominios ultramarinos, y establecer un diálogo más fluido con lo local (Araneda Riquelme, 2020, p. 86).

    La implantación de oficinas postales en urbes estratégicas respondía a la idea de una red descentralizada de estafetas interconectadas por todo el territorio de la monarquía hispánica. Estas providencias pretendían constituir el sistema postal en un aparato tentacular que se extendiera por el territorio hispanoamericano. Por otra parte, la nueva línea de correos marítimos mantenía algunos rasgos del funcionamiento postal anterior, como el uso de rutas marítimas ya consolidadas y puntos de destino de vieja data, como fue el caso del puerto de Cartagena de Indias, que ya había sido considerado en los siglos XVI y XVII un punto de preferencia en las rutas comerciales y postales del imperio hispánico.

    Cartagena de Indias: nodo postal de las Indias

    Cartagena de Indias fue un área de importancia estratégica debido a su privilegiada situación geográfica, tal y como la describieron Jorge Juan y Antonio de Ulloa: Cartagena de Indias está adornada de una bahía de las mejores que se conocen en aquellas costas, y en todas las descubiertas en aquellos parajes (1826, pp. 3-6). Por lo tanto, desde su fundación en el siglo XVI se convirtió en un foco fundamental de las actividades imperiales y en uno de los puertos más importantes en el ámbito global (figura 3).

    La comunicación era un rasgo distintivo e intrínseco de los espacios portuarios, pues estos promovían el contacto entre los dominios de la circulación terrestre y marítima que entretejían los poderes a nivel local y global, y eran transmisores de conocimiento de diferentes partes del mundo. De hecho, en las ciudades portuarias se recopilaba, utilizaba, debatía y redistribuía la información, lo que las convertía en áreas política y socioeconómicamente geoestratégicas, esenciales para el poder imperial.

    Cartagena de Indias constituyó un espacio organizado para la circulación de la información desde el establecimiento de la Carrera de Indias en el siglo XVI, puesto que formaba un punto primordial en su calidad de puerto de escala obligado en el sistema de flotas y galeones. Este sistema se instauró debido a la necesidad de comunicar a la metrópoli con los nuevos territorios americanos y, aunque la ordenanza que fijó la salida periódica de las flotas fue establecida en agosto de 1543, lo hizo de forma sistemática entre los años 1561-1566 (Haring, 1939, pp. 251-254).

    Figura 3. Plano de Cartagena de Indias en Jorge, Juan y Antonio de Ulloa (1748)

    Fuente: Relación histórica del viage a la América Meridional, BNE, GMG/444-GMG/447.

    La decisión de situar a Cartagena de Indias como puerto habilitado en la Carrera de Indias, impulsada por parte de la corona, condicionó su evolución y desarrollo debido al peso de los flujos comerciales, financieros, de transporte y de comunicación que situaban a esta ciudad en el nodo crucial en las rutas de navegación entre Europa y América (Fortea Pérez et al., 2006, pp. 32-33). En efecto, la implantación y organización de la flota de Tierra Firme en el sistema mercantil de la Carrera de Indias convirtió a esta ciudad puerto en una gran colectora del tráfico indiano, en un puesto de llegada y salida de bienes y mercancías de los distintos puntos geográficos de los territorios americanos, y en centro redistribuidor de información, géneros y frutos a los distintos sitios del continente americano, la península y Europa (Vidal Ortega, 2004, p. 131).

    Las primeras administraciones de correos erigidas por el proyecto de reforma postal se situaron en zonas estratégicas para la corona, como los puertos, centro de información y nodos de conexiones multidireccionales. Estas oficinas postales se erigieron como encargadas de la circulación oficial de la correspondencia y constituyeron bisagras entre el Gobierno peninsular y el interior americano, a la vez que pilares esenciales en materia socioeconómica y comunicacional. Debido a su situación estratégica y de nodo comunicacional de gran relevancia, la administración de correos de Cartagena de Indias se posicionó como una de las principales del territorio americano.

    La oficina postal cartagenera comenzó su andadura en febrero de 1765, cuando desembarcaron los dos agentes postales encargados de implantar dicho organismo: Roque de Aguión y Andrade, administrador, y Manuel de Valbuena, oficial mayor interventor (AGI, Correos, 69A). A ellos se les encargó la gestión de la circulación de la correspondencia procedente o destinada a la ciudad de Cartagena de Indias, su provincia y demás sitios del Virreinato del Nuevo Reino de Granada, como su capital, Santafé.

    Tras anclar en el puerto cartagenero y desembarcar de la goleta, los dependientes de la renta de correos, siguiendo las instrucciones prevenidas por el marqués de Grimaldi y los directores de la Renta, se presentaron al gobernador de la ciudad, José Antonio de Sobremonte (el marqués de Sobremonte). Las instancias superiores del organismo postal advirtieron a los empleados de Correos que deberían tener buena armonía tanto con los virreyes como con los gobernadores. Ambas autoridades fueron nombradas como jueces subdelegados de la Renta de Correos. El objetivo era que todos los agentes implicados en el giro de la correspondencia cooperasen en la misma dirección para cumplir con los propósitos del proyecto postal. De ahí que el marqués de Grimaldi escribiera al virrey del Nuevo Reino de Granada, Pedro Messía de la Cerda, para detallarle de forma exhaustiva el establecimiento de los Correos Marítimos⁸. Los empleados de correos de Cartagena comenzaron de esta forma a ejercer sus funciones, poniendo en marcha la nueva administración. Fueron los actores reales que con sus hechos y acciones generaron dinámicas que configuraron las políticas reformistas y conformaron las instituciones.

    Los agentes postales fueron modificándose y aumentando en el seno de la administración de correos de Cartagena de Indias, y para llevar a cabo la implantación de dicha institución se rigieron, en la medida de lo posible, por la normativa expedida por los directores generales de la Renta de Correos de Madrid, que contenía los preceptos básicos para la creación y el manejo de dicha estafeta, así como de las demás promulgadas bajo este nuevo ideario postal.

    Las numerosas disposiciones, contenidas en distintas ordenanzas e instrucciones, nos hacen ver la relevancia que tenía para la corona la buena reglamentación de las funciones de los administradores para que se consumara una mejor organización del giro postal en estos territorios americanos. Adicionalmente, sacaban provecho de ellos a través del cobro de los portes de las cartas, que se debía efectuar de la siguiente manera: el público ejecutaría el pago de las cartas venidas de España en el momento de recogerlas en la oficina de Correos, según el arreglo de la tarifa postal, aunque también podía franquear o certificar los pliegos, previo pago de las tasas.

    Desafíos en la implantación del servicio postal cartagenero

    La instauración de la reforma postal sobre el territorio local hispanoamericano constituyó distintos desafíos, para los cuales se requería la utilización de diversas estrategias en la pretendida consolidación del nuevo modelo postal. El diseño del servicio de correos en América para instituir dispositivos de gobernabilidad de la circulación de la información en los dominios indianos se basó en seguir una estrategia de regulación fundamentada en el conocimiento y evaluación del espacio postal. En consecuencia, durante estos años proliferaron documentos textuales y gráficos con sugerencias para la mejora de los flujos postales, que se convirtieron en auténticos modelos de organización postal.

    El proyecto de reforma hispanoamericana pretendía ejecutarse en un amplio marco de aplicación, en el que no solo se estableciesen los correos marítimos sino también los terrestres, pues la corona tenía las aspiraciones de incorporar la correspondencia del interior americano, que estaba en manos de particulares, para que toda la circulación postal por el territorio quedase bajo su dominio.

    En consecuencia, tras varios litigios con distintos ritmos con los poseedores del sistema postal en América, en 1768 se formalizó la incorporación del correo terrestre a la corona (AGI, Correos, 451 B; y AGNC, Colonia, Correos, Cundinamarca, T. 1, D. 61). A partir de ese momento, la ambición de monopolizar el correo marítimo y terrestre se hizo efectiva en la teoría. Esta integración de ambos sistemas en manos de la monarquía tuvo consecuencias en la reorganización postal, que se focalizó en establecer una forma metódica y activa para las conducciones de la correspondencia.

    Las noticias de esta cesión llegaron a la estafeta de Cartagena de Indias a comienzos de 1769, cuando se iniciaron los preparativos para la incorporación del correo terrestre a dicha oficina. A partir de entonces, en la administración de correos de Cartagena de Indias, como en muchas otras del territorio americano, se manejó tanto la correspondencia de mar como la de tierra, aunque en un contexto colmado de conflictividad y rivalidad por el manejo postal (Moreno Cabanillas, 2019b).

    Una de las principales preocupaciones de la administración borbónica era comprobar la efectividad que había tenido la aplicación de las medidas reformistas sobre el terreno local hispanoamericano (Marchena Fernández, 2005, p. 50). Estas razones indujeron a la composición y formalización de informes y regulaciones para definir el esquema postal hispanoamericano durante las primeras décadas de la reforma postal.

    Dichos documentos constituyen excelentes ejemplos de las estrategias de autocontrol institucional que empleó el Gobierno. En ese contexto sobresalieron figuras como el científico Antonio de Ulloa, quien se dedicó a viajar por distintas partes del globo, fundamentalmente Europa y América, con el fin de recopilar información para elaborar proyectos de reforma (Paredes Salido, 1995; Solano Pérez-Lila, 1999); y los comisionados y visitadores José Antonio Pando, en los virreinatos del Nuevo Reino de Granada y de Perú, y Alonso Carrió de la Vandera, en el virreinato del Río de la Plata, a quienes se les encomendó la confección de detallados informes postales y la elaboración de normativas e instrucciones para la constitución definitiva de los correos en el interior americano.

    Por una parte, José Antonio Pando⁹ fue nombrado en 1764 como comisionado para mejorar el sistema postal de los virreinatos del Nuevo Reino de Granada y del Perú (AGI, Correos, 428 A); por otra, Alonso Carrió de la Vandera fue comisionado para el arreglo de los correos y ajustes de las postas en Montevideo, Buenos Aires y Lima¹⁰. La idea de enviar a los visitadores a inspeccionar todos los aspectos de la administración de correos en América era ejercer un control real sobre los empleados postales para que tomaran medidas pertinentes con el fin de mejorar la circulación de la comunicación postal sobre estos territorios. Se hacía hincapié en la importancia de poseer un buen conocimiento del continente para hacer frente a las dificultades que causaba la dilatada correspondencia, tales como estar al tanto de las crecidas de los ríos, las rutas que se debía atravesar, los vientos y las corrientes o la presencia de los

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