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Memorias, historias y olvidos: Colonialismo, sociedad y política en San Andrés y Providencia
Memorias, historias y olvidos: Colonialismo, sociedad y política en San Andrés y Providencia
Memorias, historias y olvidos: Colonialismo, sociedad y política en San Andrés y Providencia
Libro electrónico382 páginas4 horas

Memorias, historias y olvidos: Colonialismo, sociedad y política en San Andrés y Providencia

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El libro explora el tema de la memoria y las múltiples formas como se elaboran los relatos del pásado en el Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, en él se analizan varias coyunturas históricas de trascendental importancia para el Caribe Colombiano.
 
La primera tiene que ver con la recuperación del territorio por parte de España a finales del siglo XVIII,Y la importancia que se le otorga a las islas y costas adyacentes en este Caribe sur occidental para Los intereses de la corona española y posteriormente, para las fuerzas patrióticas que hacen de este archipiélago un fortín para la lucha por la independencia. La segunda, analiza la creación de la Intendencia NacionaL de San Andrés y Providencia con especial énfasis en la demanda de inconstitucionalidad de la ley por parte de los gobernantes de Cartagena. En esta parte, también se cuestiona la eficacia del modelo de la intendencia y las arbitrariedades que cometieron las autoridades con los pobladores nativos, así como la imposibilidad de lograr una soberanía en este territorio Insular por parte de Colombia. La tercera coyuntura se da en la segunda mitad del sigLo xx, cuando ocurre el incendio del edificio de la Intendencia Nacional y se queman Los documentos oficiaLes, hecho que ocasiona La pérdida de Las escrituras de las propiedades. 
 
Finalmente, más que una coyuntura, se expLoran las versiones de la historia y su incidencia en la cultura política y la identidad de los habitantes de las islas. Todas estas partes conforman un libro interesante que ayuda a entender La sociedad insular y caribeña de Colombia y los procesos centrales de la construcción de su pasado.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 may 2020
ISBN9789587839395
Memorias, historias y olvidos: Colonialismo, sociedad y política en San Andrés y Providencia

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    Memorias, historias y olvidos - Universidad Nacional de Colombia

    Caribe.

    PRIMERA PARTE

    Las islas entre imperios. La formación social del Archipiélago de San Andrés,

    Providencia y Santa Catalina

    Imperialismo y poder a finales del siglo

    XVIII

    . Las disputas en el interior del imperio español por el control de la costa misquita y el archipiélago de San Andrés y Providencia¹

    Raúl Román Romero - Antonino Vidal Ortega

    Introducción

    El presente capítulo analiza el proceso mediante el cual el imperio español intentó tomar el control de las costas centroamericanas e islas adyacentes del archipiélago de San Andrés y Providencia, sometidas estas a la influencia del comercio británico articulado con Jamaica durante todo el siglo

    XVIII

    . Centramos nuestra atención en el conflicto interno del imperio español ocasionado por la disputa entre la Audiencia de Guatemala y el virreinato de la Nueva Granada para controlar esta zona. Este último ente administrativo respaldaría la iniciativa de Tomas O´Neille para ser nombrado gobernador de las islas y de la costa de Mosquitos e incorporar estos territorios al virreinato.

    Desde que inició el siglo

    XVIII

    se dio un reacomodo de poder imperial en el Caribe, que obedeció a la presencia de potencias rivales que disputaron esta región al imperio español, entre ellas Inglaterra, Francia y Holanda. El antecedente inmediato a todo este proceso de reorganización fue el acuerdo de paz de Westfalia de 1648, que ponía fin a la guerra entre España y las Provincias Unidas de los Países Bajos.

    No obstante, la Corona española nunca se resignó a perder su hegemonía en el Caribe, y ello dio lugar a que este se convirtiera en un teatro de operaciones militares, especialmente entre españoles e ingleses. Estos últimos se apoderaron de Jamaica en 1655, isla que acabó siendo el centro de la administración británica en el Caribe y se constituyó en una zona de influencia en las islas occidentales de Caimanes, Roatán, Providencia y San Andrés, al tiempo que desde estas bases incursionaron a la costa de América Central, desde Belice hasta la costa de Mosquitos e incluso el Darién, donde practicaron de forma sistemática la piratería forestal, de maderas preciosas y tintóreas, asociada a la demanda textil europea y al sostenimiento de armadas poderosas (Offen 2000; Cervera 2017).

    La geoestrategia británica en el Caribe occidental le permitió ganar mercados en colonias de débil control hispánico. Durante todo el siglo

    XVIII

    , los británicos confeccionaron circuitos comerciales que operaban desde Jamaica² y que estuvieron conectados con los puertos de las colonias del norte, como Filadelfia, Boston, Baltimore y Charleston, desde donde introducían harina, herramientas, ropa, alcohol y cera, y extraían recursos forestales³. Excluidos del comercio, los españoles replantearon sus políticas y trataron de tener una presencia militar más activa en la zona, lo que conllevó un aumento de las tensiones y los conflictos.

    Las nuevas políticas empezaron por ejercer una mayor vigilancia del espacio marítimo, y de ello derivó en 1717 la creación del virreinato de la Nueva Granada, con sede en Santa Fe de Bogotá, temporalmente suprimido en 1724 e instaurado de manera definitiva en 1739. En virtud de esto, los gobernadores de Panamá, Cartagena y Caracas –anteriores capitanes generales autónomos– pasaron a ser comandantes generales dependientes del virrey en su demarcación, respectivamente.

    Desde este momento se fortaleció la seguridad de los territorios y se realizó una reforma militar que aumentó los pies de fuerza con el engrandecimiento de las milicias, un ambicioso plan de construcción de infraestructuras y acciones para fortalecer el sistema defensivo. Desde el virreinato de Nueva España también se ejecutó una estrategia militar de hostigamientos que puso a los ingleses en aprietos (Reichert 2018). De la misma manera, lanzaron una política de acoso a los aliados británicos; fue esta orientación lo que llevó a un conflicto interminable contra los misquitos y a impulsar un conjunto de estrategias militares para enfrentar la situación.

    En este contexto de confrontación, los espionajes imperiales ocuparon un lugar fundamental: tanto España como Inglaterra estudiaron los modelos y las estrategias de sus rivales, revisaron sus debilidades y fortalezas y se dieron a construir narrativas destinadas a minar la imagen del enemigo que fueron traducidas con posterioridad en leyendas negras (Paquette 2015).

    El resultado de tanta observación fue el despliegue de una confrontación estratégica por el Caribe suroccidental, encaminada a neutralizar la acción del rival. Desde principios del siglo

    XVIII

    , la Corona española emprendió una campaña para dominar a los indios misquitos que conllevó exploraciones detalladas desde lo militar, lo político y lo comercial; en este sentido, envió sucesivas expediciones comandadas por marinos ilustrados a las costas centroamericanas para observar y describir sus condiciones y para que dieran cuenta de las oportunidades para el comercio hispano⁴.

    En el presente capítulo nos centraremos en tres aspectos puntuales del esfuerzo español para lograr un control político y comercial de la parte suroccidental del Caribe, incluyendo las islas y las costas centroamericanas, influidas desde mediados del siglo

    XVII

    por el imperio británico. En primer lugar, analizaremos el papel político militar que ejercieron los misquitos, asociados con los ingleses, al poder español en las costas caribeñas centroamericanas; así mismo las acciones ejecutadas por los españoles para acabar con estos indígenas. En segundo lugar, fijaremos nuestra atención en las confrontaciones entre españoles e ingleses. Y, por último, las tensiones en el interior del sistema colonial español, representadas en la confrontación entre la Audiencia de Guatemala y el virreinato de Santa Fe de Bogotá por ejercer jurisdicción sobre esta área del mar Caribe.

    La guerra y las reacciones militares españolas contra los misquitos

    Apenas iniciado el siglo

    XVIII

    , fray Benito Barred, obispo de Nicaragua, encendió las alertas frente a las acciones recurrentes y destructivas de los indios misquitos y la amenaza que representaban para los dominios de la Corona; en efecto, solicitó directamente al rey que tomara las medidas para acabar con la amenaza. En noviembre de 1711 ofició al monarca para informarle sobre la situación, y de manera detallada dio cuenta de las acciones y los actos de crueldad cometidos; de igual forma, señaló que había organizado una expedición armada para combatirlos.

    Sabiendo señor (aun antes de salir de España) las bárbaras crueldades que los zambos mosquitos ejecutan en estas provincias, llegué a mi iglesia, celoso del servicio de dios nuestro señor y el de V. Mag, puse á esta ciudad de Granada su castigo y conseguí que el día veinte ocho de éste saliese contra los zambos de Puntagorda y primeros pueblos de mosquitos una Galcota con tres piraguas, un cañón ocho pedreros con ciento y veinte y cinco hombres bien armados. (Barred, citado en, De Peralta 1898, 45)

    Para el obispo, los misquitos eran enemigos de la Corona española, por lo tanto, era prioritaria su eliminación, por ello en la misiva le insistía al soberano que enviara armas y refuerzos de Cartagena de Indias y avisara al virrey de Nueva España para que destinase recursos que permitieran apoyar la campaña.

    Fray Benito Barred en su misiva sobre los misquitos se extiende en detalles sobre los ataques sistemáticos de estos, sus tácticas recurrentes de secuestro a mujeres y el asesinato de menores, ya fuera mediante el aborto –si existía embarazo– o por medio de estrangulación. Las mujeres eran sometidas a la esclavitud y al servicio de sus jefes; en el caso de los hombres, eran reducidos a prisión hasta la muerte si eran españoles, o esclavizados si pertenecían a otra etnia indígena.

    En sus narraciones subrayó el auxilio que les brindaban los británicos y las relaciones políticas y comerciales que tejieron con ellos. Sostuvo que esa relación favorecía su belicosidad, sobre todo por la introducción de armas de fuego que les permitían atacar las posesiones del rey y a las tribus vecinas, a cambio suministraban a los ingleses carey e indígenas esclavizados para ser enviados a Jamaica. A propósito de esto, fray Benito Barred escribió:

    En todos sus pueblos viven mezclados algunos ingleses como factores de comercio de los suyos, y en el pueblo principal asiste uno que los gobierna a todos en nombre de la reina Ana, a quien rinden vasallaje. Proveen los ingleses de fusiles, balas y pólvora, cuyo precio reciben en el carey que pescan y en indios que cautivan, despreciándose a los ladinos, y los demás pasan a Jamaica á ser esclavos como los negros. (Ibíd., 58)

    A diferencia del enfrentamiento de los españoles con los misquitos, los ingleses construyeron una relación negociada, nunca intentaron ejercer un dominio de hecho que les causara costo y generara discordias. La ferocidad misquita, sumada al pragmatismo comercial británico, dio como resultado una relación comercial de bajo costo con notables beneficios y sin necesidad de invertir en infraestructuras ni establecer administración (Santana y Sánchez 2007). En este sentido, los intereses misquitos fueron canalizados para defender las utilidades británicas, al tiempo que fueron la garantía para contrarrestar el dominio español (García 1996; Offen 2002).

    La alianza misquito-británica hostigó y desestabilizó los asentamientos españoles y les impidió lograr un ejercicio colonial efectivo sobre la totalidad del territorio centroamericano; en este sentido, el patrón de poblamiento disperso, con grandes extensiones de tierra en los márgenes de la autoridad española, favoreció este esfuerzo misquito-británico. A lo largo del siglo

    XVIII

    , los misquitos continuaron sus acciones y asaltaron las posesiones españolas. En 1702 y 1704 propinaron un feroz ataque a la población de Nueva Segovia y a las aldeas indígenas que la circundaban; en este ataque lograron la captura de varios indígenas para esclavizarlos, también se apropiaron de variados productos agrícolas que intercambiaron por manufacturas europeas.

    En 1705 tomaron la población de Muy Viejo utilizando el patrón de hostigamiento, y tres años después atacaron Granada. Así mismo, irrumpieron tres años seguidos –entre 1708 y 1710– en Chontales, esto lo lograron desde una cabeza de puente constituido en Puntagorda. Los asaltos continuaron en 1711, y por medio de estos afectaron las plantaciones de cacao de Matina, capturaron y esclavizaron a sus pobladores y se llevaron la producción de cacao para después venderla a los ingleses.

    Los reiterados ataques llevaron a que la Corona prestara atención a la solicitud del fray Benito Barred y siguiera las recomendaciones de sus consejeros, y por este motivo expidió una Real Cédula, fechada el 30 de abril de 1714⁵, que ordenaba el exterminio y total desalojo de estos indios del territorio, junto con los ingleses con los que convivían; sin embargo, la tradición guerrera fue considerada en los planes de exterminio, por cuanto se conocía de su destreza para la guerra⁶. Así describían los españoles la capacidad bélica de los misquitos:

    Asentado ya el plantón, y poblaciones, expresaré qué fuerzas, armas y defensa tienen dichos bárbaros, para su resguardo y el rústico modo como se gobiernan, para discurrir sobre qué estambre hemos de tramar la tela del armamento. Son ágiles y expertos dichos zambos, indios, negros, mestizos e ingleses, en el manejo de flechas, lanzas y espingardas. (Peralta De 1898, 80)

    Pese a los esfuerzos españoles por contener a los mosquitos⁷, no lograron someterlos ni tampoco desalojar a los británicos, y mucho menos eliminar su influencia comercial en la zona. Años después, hacia 1749, el rey, frente a los fracasos reiterados, cambió su postura de eliminar y desterrar a estas tribus. La expresión de esa frustración se evidenció cuando por Real Cédula facultó al gobernador de Nicaragua para que adelantara la pacificación de estos con su conversión al cristianismo.

    (…) como su rey y señor natural, he resuelto, conformándome con lo que me habéis que pase P. Juan Solís Miranda, sacerdote, con otros dos de su confianza a tratar su pacificación por los medios suaves de la persuasión y conversión al verdadero conocimiento de la fe católica. (Peralta De 1898, 145)

    A pesar de los esfuerzos de la Corona para controlarlos, los misquitos continuaron con sus asaltos y con la complicidad británica. Entre las justificaciones que esgrimieron las autoridades españolas con jurisdicción en el Caribe suroccidental para no poder reversar la situación se destacan la belicosidad misquita, las condiciones climáticas adversas y la accidentalidad geográfica, pero en especial el desconocimiento del territorio marítimo y de los litorales, a diferencia de los ingleses, que llevaban años navegando la zona (Offen 2007). Frente a estos fracasos reiterados –algunas veces justificados y otras no–, la Corona española inició cambios en el modelo de administración colonial que repercutieron en iniciativas para lograr influencia comercial y una vigilancia más estricta de la zona.

    Vigilancia y confrontación de los españoles con los británicos

    La necesidad de los españoles por mantener el Caribe occidental bajo su dominio obligó a reformular sus estrategias. La principal en la segunda mitad del siglo

    XVIII

    fue lograr un control jurisdiccional más eficaz de los litorales del Caribe continental centroamericano. Para combatir la falta de autoridad existente en la Nueva Granada y la parte sur de Centroamérica, se creó en 1739 el virreinato de la Nueva Granada, con el propósito de tener una presencia más efectiva en las costas continentales. Para ello, la Armada española, durante la segunda mitad del siglo, organizó sucesivas expediciones militares y comerciales con el objetivo de hacer inteligencia y establecer relaciones comerciales con los misquitos; en definitiva, redescubrir estas costas, a sus habitantes y las posibilidades para la agricultura y el comercio, y poder tomar decisiones de una forma más efectiva.

    En 1757, un año después de iniciada la guerra de los Siete Años (1756-1763) entre Inglaterra y Francia, y en la que España fue aliada de Francia, el recién organizado virreinato neogranadino emprendió –de manera paralela a las acciones realizadas por el de Nueva España– sus primeras operaciones para hacer frente a las incursiones inglesas en el Caribe suroccidental (Reichert 2012). Bajo las órdenes de los virreyes José Solís Folch de Cardona (1753-1751), Pedro Messía de la Cerda (1771-1772) y Manuel Guirior (1772-1776) –todos con carrera militar–, se ejecutaron expediciones militares que iniciaron en 1757 con la del capitán Javier De Vargas, encargado de realizar una minuciosa exploración de las costas centroamericanas y lograr un acuerdo de paz y buenas relaciones con el rey de los misquitos (Vargas De 1891).

    Figura 1.1 Carta esférica que comprende una parte de la costa de Yucatán, Mosquitos y Honduras.

    Fuente: Biblioteca Virtual Ministerio de Defensa (España). Archivo General de la Marina Álvaro de Bazán. [MN- 11-A-4, 1801].

    De Vargas, siguiendo órdenes del virrey Solís, partió de Cartagena a bordo de las balandras Pacífica y Pastora con destino a Panamá. En su navegación por Bocas del Toro observó el comercio inglés y que este violaba los intereses y la autoridad de su monarca, por lo que apresó embarcaciones inglesas, deteniendo algunas y perdiendo de vista otras (ibíd., 28).

    Tras navegar varias leguas y avistar algunas poblaciones arribaron a Tipuppi, donde esperaban encontrarse con el nuevo rey misquito, el gobernador y el consejero inglés Colvill. Una vez escuchadas por el rey misquito las solicitudes De Vargas, rechazó todas las pretensiones por cuanto era imposible suspender el comercio con los ingleses, ya que eran súbditos de su majestad británica y estos podían comerciar en cualquier sitio de su reino (ibíd., 43).

    Con esta posición del monarca, los intentos del capitán De Vargas fracasaron. Los misquitos no estaban dispuestos a perder su alianza comercial con los ingleses, y aunque el capitán corroboró la influencia inglesa sobre el rey misquito, también comprobó las discrepancias entre este y su gobernador, quien de manera discreta le indicó su interés en establecer una conversación privada con el gobernador de Panamá para precisar asuntos y acuerdos sin la influencia del rey misquito ni del consejero inglés.

    Durante la travesía comprobó la existencia de planes británicos para sublevar a los misquitos contra las posesiones españolas⁹. El informe del capitán De Vargas dejó claro que el argumento principal para persuadir a los misquitos de atacar las posesiones españolas era convencerlos de que los españoles preparaban un gran ataque para desalojarlos de su territorio y que en ese sentido estaban armando contingentes de hombres para arremeter contras las poblaciones misquitas (Vargas De 1891, 43).

    Con incursiones militares como esta, el Gobierno español conoció la realidad de un litoral costero que había perdido y al mismo tiempo replanteó su visión sobre la importancia del Caribe occidental. La información llevó a la Corona a preparase mejor para enfrentar a los británicos, como en efecto sucedió tras el fracaso de la paz y la explosión de la guerra de los Siete Años (Botella 2010; Paquette 2011). Esta guerra produjo pérdidas considerables para los españoles, entre ellas, la ciudad de La Habana, en junio de 1762, tras la incursión de la escuadra británica comandada por el almirante George Pocock. Posteriormente, se perdió Manila bajo el mando de William Draper. Estas pérdidas llevaron a España a solicitar la paz, que en 1763 se selló con el Tratado de París. En el acuerdo, España cedió distintos territorios al imperio inglés por La Habana y Manila, entre estos, Quebec y los territorios del río Misisipi, y en el Caribe, Dominica, Granada, San Vicente, y Tobago en el Caribe oriental, así como la provincia de Florida.

    El acuerdo de paz no frenó la confrontación y, por el contrario, ocurrieron violaciones frecuentes en toda la geografía caribeña. El saldo de esta guerra dejó a los españoles una fortaleza en Omoa, con la que tácticamente aseguraban el paso hacia Guatemala y Honduras. Con esta posición militar, el imperio español se sintió más seguro para atacar las posesiones inglesas, y en 1779 realizaron una ofensiva contra Belice en la que capturaron a varios ingleses y expulsaron a otros hacia la isla de Roatán. Con esa misma táctica lograron retomar Trujillo y hasta fue destruida la colonia inglesa de Blak River (Sandner 2003, 127).

    La respuesta inglesa desde Jamaica no tardó: ese mismo año se tomaron Omoa, reconquistada por los españoles casi de manera inmediata. Estos años fueron definitivos en la confrontación británico-española por el Caribe occidental. En 1782, los españoles conquistaron las islas hondureñas de la Bahía (Utila, Roatán y Guanaja) y entraron a Fort Dalling, a la costa misquita, y expulsaron a sus habitantes, pero ese mismo año la reacción inglesa les permitió recuperar ese territorio, incluido Blak River (ibíd., 128).

    El resultado final debilitó a la Corona española, aunque ambos imperios enfrentaron la crisis económica como consecuencia de una lucha sin tregua. La guerra de emancipación de las colonias de América del Norte entre 1774 y 1781, que dio lugar a la república de

    EE. UU

    ., llevó a los británicos a buscar la paz en 1783, aunque estos acuerdos, al igual que los anteriores, no pacificaron del todo a la región (Parsons 1985, 44-45).

    El pacto entre ambos imperios condujo a que España recuperara posesiones tanto en Europa como en América, entre ellas, las costas de Honduras, Nicaragua (costa de los misquitos), Campeche y las islas cercanas, que incluyeron a San Andrés, Santa Catalina, Providencia y las islas de Mangle (Corn Island). Aunque los acuerdos se cumplieron, no pudieron darse en su totalidad. En la práctica, los británicos mantuvieron su influjo y en algunos casos controlaron el comercio con los misquitos, como puede verse entre de 1787 y 1789, cuando el virrey de la Nueva Granada, Antonio Caballero y Góngora (1781-1789), exploró estas tierras, desde Bocas del Toro hasta las costas de Misquitos, y encontró un comercio activo e ilegal de los ingleses (García 2002).

    En el informe sobre Bocas del Toro que en 1787 realizó el alférez de Fragata de la Real Armada, Fabián Abances, y la exploración que hizo en 1789 el ingeniero ordinario don Antonio Porta y Costa desde el cabo de Gracias de Dios hasta el de Bluefields (Abances 1891; Vargas De 1891), es evidente que durante ambas travesías marítimas observaron las operaciones comerciales de ingleses en la zona (Abances 1891).

    La expedición realizada por el ingeniero Antonio Porta y Costa se encontró con una fuerte presencia de ingleses que aún mantenían influencia sobre el rey misquito. También pudo evidenciar que no existía prosperidad material, pero resaltó que las tierras tenían potencial para la ganadería y la agricultura. Su llegada a Bluefields lo convenció de que aún este puerto mantenía una relación estrecha con Jamaica, pues encontró que el coronel Hodgson, encargado de los negocios entre Jamaica y la costa de los misquitos (Hodgson [1757] 1822), tenía varias embarcaciones y empleados a su servicio, además, sobrepasaba los cien esclavos a su disposición que se ocupaban de la explotación maderera, del comercio de carey y otros productos naturales (Vargas De 1891).

    Las disputas jurisdiccionales entre españoles

    Con la experiencia acumulada en el fracaso, primero para exterminar y después para cristianizar a los pueblos misquitos, el imperio español, en este nuevo escenario de paz inaugurado en 1783, no escatimó esfuerzos para ganar espacios en la zona. Hizo cambios en las estrategia administrativa y militar, las más importantes fueron la nuevas exploraciones militares y científicas, mostradas anteriormente. También realizó el despliegue sistemático de acciones desde las autoridades jurisdiccionales centroamericanas y los virreinatos de Nueva España y Nueva Granada¹⁰.

    En este sentido, se tomaron disposiciones para lograr el objetivo y se ejecutaron una serie de medidas para expulsar a estos ingleses, acciones que ocasionaron importantes gastos, pero al que mismo tiempo fueron necesarias para formalizar el control de los territorios. Para lograrlo, se crearon plazas militares en puntos estratégicos para salvaguardar la integridad del territorio, también se promovió una migración desde las islas canarias y se aceptó el sometimiento de colonos británicos al rey español, especialmente en la isla de San Andrés y Providencia¹¹.

    Estas medidas para expulsar, de un lado, y permitir, por otro, la permanencia de colonos ingleses, abrió paso a ayudas económicas destinadas desde los virreinatos de Nueva España y Nueva Granada hacia la Capitanía General de Guatemala. El manejo de estos caudales hizo que la región ganara preponderancia para las autoridades que influían en la zona: no solo se trataba de recursos defensivos, sino de tomar el control de un espacio económico. Como sabemos por el trabajo de Bárbara Pothass, Black River, se convirtió en un núcleo de comercio donde convivían la población española, la indígena, la negra libre e ingleses, así como autoridades que participaban en los beneficios (Potthast 1998).

    El intento de control del territorio generó tensiones entre las autoridades de Guatemala y la Nueva Granada, pues ambas pretendían la jurisdicción y, por supuesto, el acceso al circuito comercial prestablecido. Ello explica la intervención del virrey Antonio Caballero y Góngora (1782-1789 y sus sucesores, José Manuel de Espeleta (1789-1797) y Pedro Mendinueta y Muzquiz (1797-1903) en las costas de América central. En este sentido, en 1787 la Corona atendió las solicitudes del virrey de Nueva Granada, Caballero y Góngora, para eliminar los derechos de salida de los frutos del puerto de Matina hacia el de Cartagena, prorrogado por su sucesor; con esta iniciativa buscaban afianzar la vinculación de Tierra Firme al comercio centroamericano y aumentar el comercio de otros productos frente al comercio de metales transcaribeño¹².

    Otra discrepancia que tensó las relaciones fue el control jurisdiccional del territorio. En este contexto, cuando el capitán de navío Juan de Gastelu, comisionado desde Cartagena, dio la noticia del abandono de la isla a los habitantes, estos delegaron como representantes a los hermanos Juan y Tomas Taylor: ambos solicitaron al rey que los dejase en las islas a cambio de someterse al rey, hablar español y profesar la fe católica¹³. Se destaca la petición del nombramiento del gobernador al teniente del fijo de Cartagena Thomas O´Neille, que gozaba de la gracia del virrey, quien haría la solicitud al monarca¹⁴.

    Igualmente se instruyó S.M, de una instancia de D. Juan y D. Tomas Taylor, vecinos de la isla de San Andrés y apoderados de a aquellos habitantes dirigida y apoyada por el virrey de Santa Fé el 19 de diciembre último para que se nombre por su gobernador a D. Tomas O´Neille, teniente del Regimiento de Cartagena de

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