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El Caribe cimarrón y los corsarios de Cartagena en la época de la Independencia
El Caribe cimarrón y los corsarios de Cartagena en la época de la Independencia
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Libro electrónico327 páginas4 horas

El Caribe cimarrón y los corsarios de Cartagena en la época de la Independencia

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Tras declarar su independencia absoluta de España en 1811, Cartagena de Indias se convirtió en epicentro de una lucha marítima sin precedentes. Dirigido por una elite revolucionaria radical e innovadora, el nuevo Estado de Cartagena le abrió sus puertas a mercaderes, marineros, revolucionarios y aventureros de Venezuela, las Antillas, Estados Unidos y Europa. Entre los recién llegados se contaban cientos de corsarios de las islas francesas. Casi todos eran marineros negros, antiguos esclavos o descendientes de esclavos ahora contratados como mercenarios marítimos. Herederos de las tradiciones libertarias e irreverentes del Caribe cimarrón, estos lobos de mar ayudaron a construir y defender la soberanía de Cartagena, atacando embarcaciones españolas en las cercanías de Cuba y estableciendo conexiones marítimas con Haití. Basado en fuentes manuscritas e impresas en español, inglés y francés, este libro cuenta la historia de las tripulaciones variopintas de Cartagena, develando así la dimensión marítima y trasatlántica de las luchas por la independencia hispanoamericana.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 feb 2024
ISBN9789587895537
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    El Caribe cimarrón y los corsarios de Cartagena en la época de la Independencia - Edgardo Pérez Moralez

    Edgardo Pérez Morales–El caribe cimarrón y los corsarios de cartagena en la época de la independenciaEl caribe cimarrón y los corsarios de cartagena en la época de la independenciaEl caribe cimarrón y los corsarios de cartagena en la época de la independenciaEl caribe cimarrón y los corsarios de cartagena en la época de la independencia

    Pérez Morales, Edgardo.

    El Caribe cimarrón y los corsarios de Cartagena en la época de la Independencia / Edgardo Pérez Morales. — Barranquilla, Colombia : Editorial Universidad del Norte ; Bogotá, Colombia : Banco de la República, 2023.

    viii, 222 páginas : ilustraciones, mapas ; 24 cm.

    Bicentenario de una nación en el mundo (Banco de la República).

    Incluye referencias bibliográficas (páginas 202-206) e índice.

    ISBN 978-958-789-553-7 (ePub) - ISBN 978-958-789-525-4 (PDF)

    1. Esclavitud — Cartagena (Colombia). 2. Caribe (Región, Colombia). 3. Cartagena (Colombia) — Historia — 1812-1816. 4. Piratas — Historia — Caribe (Mar). I. Tít.

    (986.114 P438) (CO-BrUNB)

    Vigilada Mineducación

    www.uninorte.edu.co

    Km 5, vía a Puerto Colombia, A.A. 1569

    Área metropolitana de Barranquilla (Colombia)

    Banco de la República, Subgerencia Cultural

    www.banrepcultural.org/publicaciones

    Calle 11 nº 4-14

    Bogotá D.C. (Colombia)

    Título original

    NO LIMITS TO THEIR SWAY: CARTAGENA’S PRIVATEERS & THE MASTERLESS CARIBBEAN IN THE AGE OF REVOLUTIONS (ISBN 978-082-652-191-0)

    © 2018, Vanderbilt University Press

    © Universidad del Norte, 2023

    © Banco de la República, 2023

    © Edgardo Pérez Morales, 2023

    Coordinación editorial

    María Margarita Mendoza

    Asistencia editorial

    Fabián Buelvas e Isabella Rendón

    Traducción

    Santiago Restrepo

    Corrección de textos

    Henry Stein

    Diseño editorial

    Álvaro Carrillo Barraza

    Munir Kharfan de los Reyes

    Ilustraciones

    Eric Schewe

    © Reservados todos los derechos. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio reprográfico, fónico o informático, así como su transmisión por cualquier medio mecánico o electrónico, fotocopias, microfilm, offset, mimeográfico u otros sin autorización previa y escrita de los titulares del copyright. La violación de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    Diseño epub:

    Hipertexto – Netizen Digital Solutions

    Contenido

    Personajes de importancia

    Introducción

    1. Esclavitud, vida marítima, libertad

    2. Mensajeros de libertad y desobediencia

    3. El Estado de Cartagena de Indias

    4. La conexión estadounidense

    5. Desapego a la tierra e irreverencia en el mar

    6. Bajo las murallas de La Habana

    7. Haití: La República faro

    8. Horrores de Cartagena

    9. Robo, motín, fuego

    Epílogo

    Notas al pie

    Agradecimientos

    Abreviaturas

    Fuentes primarias

    Índice

    Personajes de importancia

    Juan de Dios Amador: comerciante cartagenero; partidario de la independencia hispanoamericana; defensor del federalismo; miembro del gobierno revolucionario de Cartagena; posteriormente exiliado a Jamaica.

    Louis-Michel Aury: marinero y corsario francés; simpatizante de la Revolución francesa; partidario de la independencia hispanoamericana; comodoro del Estado de Cartagena; capitán de la Belona; luego despreciado por Simón Bolívar.

    Simón Bolívar: patricio caraqueño; partidario de la independencia hispanoamericana; exiliado a Cartagena, Jamaica y Haití; defensor del centralismo; posteriormente líder supremo del ejército libertador de Colombia.

    Manuel Palacio Fajardo: abogado caraqueño; enviado por el gobierno revolucionario de Cartagena a los Estados Unidos con instrucciones para reclutar corsarios.

    Pedro Gual: abogado caraqueño; enviado por el gobierno revolucionario venezolano a los Estados Unidos; reclutó a Louis-Michel Aury a nombre de Cartagena; posteriormente fue miembro del gobierno revolucionario de la Isla de Amelia y secretario de relaciones exteriores de Colombia.

    Ignacio hijo: marinero haitiano, probablemente nacido esclavo en Los Cayos; hombre de color; presenció la Revolución haitiana; tripulante de la Belona; acusado de piratería por las autoridades españolas; sentenciado a trabajos forzados en La Habana.

    Pablo Morillo y Morillo: general español; veterano de las guerras napoleónicas; arquitecto de la destrucción del gobierno revolucionario de Cartagena y de la restauración española en Tierra Firme.

    Alexandre Pétion: presidente de la República de Haití; hombre de color; líder antiesclavista; apoyó a los corsarios y partisanos antiespañoles.

    José Ignacio de Pombo: patricio cartagenero; opositor de la independencia hispanoamericana; tuvo fuertes prejuicios contra los afrodescendientes; cuestionó la idea de mantener la esclavitud en Hispanoamérica.

    Pedro Romero: herrero cartagenero; hombre de color; líder de los artesanos de Cartagena; partidario de la independencia hispanoamericana; miembro del gobierno revolucionario de Cartagena; posteriormente exiliado a Haití.

    José María García de Toledo: patricio cartagenero; opositor de la independencia hispanoamericana; líder de la élite conservadora cartagenera; reacio miembro del gobierno revolucionario de Cartagena; posteriormente ejecutado por las fuerzas de Morillo.

    La Belona: goleta de bandera cartagenera; probablemente construida en Cuba; armada en corso y comandada por Louis-Michel Aury; tripulada, según Ignacio hijo, por toda clase de marineros, como españoles, franceses, ingleses, americanos, y muchos de la colonia del Guarico [Haití], casi todos de color.¹

    Introducción

    El 6 de septiembre de 1808, el marinero Louis-Michel Aury escribió a casa con noticias delicadas. Hacía cinco años había salido de París, orgulloso de ser marinero de la Armada francesa, con destino al Caribe. Ahora, con veinte años de edad, les contaba a sus seres queridos que había pasado a trabajar como corsario. Aunque su decisión no implicaba un cambio inmediato de lealtad (por ahora seguía navegando bajo bandera francesa), trabajar como corsario significaba que también podía aceptar encargos de otros países. Esto lo hacía peligrosamente parecido a un pirata y, por tanto, ponía en duda su honor. Anticipando una reacción negativa a su carta, intentó tranquilizar a sus familiares afirmando que los corsarios del Caribe luchaban de forma leal, tal como los marineros a bordo de los barcos de la Armada francesa. Agregó que su honor y su posición, y por extensión los de su familia, no se verían afectados. A pesar de su insistencia, durante los años siguientes Aury trabajaría como corsario de otras entidades políticas, siempre al vaivén de las fortunas cambiantes de las viejas monarquías y los Estados emergentes de esta época. Su lealtad, como la de cualquier otro corsario o mercenario del mar, sería puesta en duda en más de una ocasión.²

    Seguirle los pasos a Aury es recorrer el mundo de los corsarios durante la Era de las Revoluciones, en el Caribe, el golfo de México y a lo largo de la costa este de Estados Unidos. Su vida y los itinerarios de sus asociados y adversarios, tal como se evidencia en documentos de la época escritos en español, inglés y francés, reflejan el auge y caída de las actividades corsarias revolucionarias, especialmente desde el punto de vista de Cartagena de Indias (en la actual Colombia). Cartagena, un foco de revolución contra España en el norte de Suramérica, propulsó a Aury a la fama, haciendo de él uno de los primeros corsarios que se unieron a la causa de la independencia hispanoamericana. Sin embargo, como veremos, muchos corsarios provenían de contextos muy diferentes al de Aury, y sus motivos para embarcarse eran muy variados.

    La línea que separaba a los corsarios de los piratas era borrosa, a pesar de que Aury hubiera sugerido lo contrario en su carta de 1808. El término corsario designaba una embarcación equipada y operada por individuos privados con autorización pública (en forma de patente de corso) de un monarca o gobierno soberano para atacar y capturar barcos mercantes enemigos en tiempos de guerra. Sin embargo, las víctimas solían acusar a los corsarios de simple piratería, rehusándose a reconocer la legitimidad de las patentes de corso y sembrando dudas sobre la legalidad de sus acciones. Corsario también se refería al capitán o a cualquier miembro de la tripulación de un barco armado en corso. El corsario era en el mar lo que un soldado irregular en tierra firme. Representados con frecuencia como mercenarios marítimos sin lealtad real y con muy poca disciplina, los corsarios desempeñaban papeles importantes durante las guerras pero no tenían el estatus del personal naval regular.³

    A diferencia de los miembros regulares de las armadas francesa, española o británica, los corsarios podían aspirar a una porción del botín después de un ataque exitoso contra un barco mercante. Los corsarios llamaban a este tipo de barcos presas y a sus ganancias botín. Siempre y cuando los barcos capturados fueran considerados buena presa por una corte marítima del país o príncipe que había extendido la patente, estos saqueos podían proporcionar grandes ganancias. Sin embargo, la mayor parte del dinero del botín se dividía entre el gobierno, los armadores (inversionistas) y los oficiales. Dado que las guerras y las actividades corsarias florecieron durante el cambio de siglo XVIII al XIX, el ambicioso Aury debió pensar que había escogido el momento justo para entrar en ese lucrativo negocio. Aspiraba a convertirse en armador de expediciones corsarias. Quería ser rico y ganar reputación como revolucionario republicano. Cuando operó desde la Cartagena revolucionaria, entre 1813 y 1815, estuvo bastante cerca de alcanzar sus metas.⁴ Pero la gloria y la fortuna rara vez sonreían sin reserva en esta era de convulsión política y social.

    Durante la Era de las Revoluciones (aproximadamente de 1776 a 1830), las revoluciones norteamericana, francesa, haitiana e hispanoamericanas, interconectadas entre sí, se extendieron por Europa y las Américas. Desde el comienzo, la vieja tradición de hacer el corso fue una táctica de guerra crucial en estos conflictos, utilizada por entidades políticas a ambos lados del Atlántico. Ya fueran fieles al régimen de los reyes o revolucionarios, europeos, africanos o americanos, muchos individuos optaban por el corso por distintas razones, que iban desde las oportunidades para debilitar a los enemigos hasta las posibilidades de obtener ganancias y gloria. Aury, como muchos otros corsarios que encontraremos en las siguientes páginas, tenía que calibrar sus metas personales y sus convicciones políticas con respecto a la dinámica de los conflictos internacionales.

    Figura 1. Cartagena de Indias y Tierra Firme en las Américas. Por Eric Schewe.

    Las actividades corsarias alcanzaron su apogeo durante las guerras internacionales que se desarrollaron tras la Revolución francesa. En 1793, la Francia revolucionaria le declaró la guerra a Gran Bretaña y a los Países Bajos. Otras naciones se unieron al conflicto, y las batallas pronto se extendieron a las aguas del Caribe, donde las potencias europeas hicieron lo posible por defender sus colonias y atacar las de sus enemigos. Aunque para el verano de 1794 la Armada británica les había causado serias pérdidas a las fuerzas regulares francesas, los franceses seguían luchando mediante la guerra irregular. Desde su isla de Guadalupe enviaban docenas de barcos corsarios a atacar barcos mercantes británicos. En 1796 hicieron lo propio con barcos estadounidenses. Cuando Aury llegó por primera vez a las Antillas francesas en 1803, el corso francés en las aguas del Caribe ya era legendario. Se trataba de un negocio que involucraba a gente de diversas procedencias, verdaderos contingentes variopintos de trabajadores marítimos y aventureros.

    A bordo de los corsarios franceses no solamente navegaban nativos de Francia como Aury, sino también gran cantidad de africanos y afrodescendientes que habitaban el Caribe francés. Cientos de miles de esclavos habían poblado colonias francesas como Saint-Domingue y Guadalupe. Muchos se habían rebelado contra sus amos y contra los colonizadores europeos a partir de 1791. A mediados de 1793 habían conseguido la abolición de la esclavitud, logro que duró por unos años en Guadalupe y para siempre en Saint-Domingue. Las luchas continuaron hasta que, en 1804, Saint-Domingue declaró su independencia de Francia, convirtiéndose en un nuevo país, Haití. Esos eventos, conocidos hoy en día en su conjunto como la Revolución haitiana, estaban ligados con el conflicto en curso entre las potencias europeas. Los liberadores de Haití participaron activamente en el frente marítimo del conflicto. Muchos exesclavos eran marineros experimentados desde antes de la tumultuosa década de 1790 y participaron tanto en la guerra naval regular como en el corso. Algunos llegaron a ser oficiales.

    De este modo, Aury, quien nunca volvería a unirse a la Armada francesa, llegó a trabajar con gente cuyos antecedentes y recorridos eran distintos a los suyos. Muchos esperaban escapar de las duras condiciones de la esclavitud, otros aspiraban a obtener fortuna, poder político o a lograr cambios revolucionarios. Para 1810, Aury había ganado dinero suficiente para comprar su propia embarcación. Viajó a Nueva Orleans, donde planeaba convertirse en inversionista y capitán, armando un barco en corso a nombre de Francia. Tenía la experiencia suficiente como navegante y probablemente sabía cómo reclutar marineros afrocaribeños. Sin embargo, la empresa resultaría llena de dificultades.

    Emprender expediciones corsarias bajo colores franceses desde puertos estadounidenses seguía siendo una operación demasiado compleja para un modesto navegante que trabajaba por su cuenta. Dado que Estados Unidos mantenía una política de neutralidad en los conflictos internacionales, los barcos corsarios en puertos estadounidenses podían ser confiscados. Un agente federal tomó posesión del barco de Aury y de la mayor parte de su dinero. Luego Aury intentó, sin éxito, equipar un barco en Savannah y en Charleston en 1811. Para complicar aún más las cosas, reclutar marineros en los puertos estadounidenses podía generarle problemas al armador no solamente con el gobierno, sino con aquellos que no simpatizaban con la causa francesa. En Savannah, Aury fracasó de nuevo cuando agitadores políticos, disgustados por la presencia de marineros franceses en el puerto, incendiaron ambos barcos. Desilusionado por su destino en Estados Unidos, Aury necesitaba un nuevo teatro de operaciones. Debía encontrar un objetivo distinto a los barcos mercantes británicos y un patrocinador que no fuera el gobierno francés.

    No lejos de Estados Unidos, a un par de semanas al sur por mar, surgiría una oportunidad inesperada para hacer el corso, en las costas y territorios del norte de Suramérica, conocida entonces como Tierra Firme. Tierra Firme, dividida en el virreinato del Nuevo Reino de Granada (que incluía los actuales países de Colombia, Panamá y Ecuador), con capital Santa Fe (la actual Bogotá), y la capitanía general de Venezuela, con Caracas como capital, experimentaba sus propios problemas revolucionarios desde 1809. La invasión de Napoleón Bonaparte a España en 1808 había desatado la confusión. En noviembre de 1811, mientras Aury se defendía de los furiosos agitadores en Savannah, los patricios de la ciudad de Cartagena se defendían de una multitud urbana (en su mayoría compuesta por gente de color) que demandaba cambios políticos radicales. Capital de provincia, segunda ciudad más importante del virreinato y puerto principal de Tierra Firme, Cartagena declaró su independencia de España el 11 de noviembre de 1811.

    * * *

    La Cartagena independiente no duró mucho. Sobrevivió desde 1811 hasta finales de 1815. Sin embargo, la revolución transformó de manera dramática la sociedad cartagenera. A su vez, la Cartagena revolucionaria desempeñó un papel de líder entre las provincias vecinas de Tierra Firme. Varias de esas provincias se unieron a Cartagena en una entidad política federal llamada las Provincias Unidas de la Nueva Granada, que rechazó con éxito la autoridad española entre 1812 y 1815. Cartagena, gracias a sus crecientes conexiones marítimas, a sus líderes antiespañoles cada vez más radicales y a su vibrante dinámica cosmopolita, se convirtió en foco de las primeras luchas por la independencia de Suramérica.¹⁰

    Los historiadores han estudiado la importancia de la Cartagena independiente en la política regional, las tensiones entre la ciudad y el resto de la provincia, la participación en política de los libres de color y la autoafirmación y complejidad política de los liderazgos locales.¹¹ Sin embargo, sigue habiendo una dimensión importante de la Cartagena independiente sobre la que poco sabemos: su transformación en república corsaria, entidad política que recibió a centenares de armadores, oficiales y marineros extranjeros, autorizándolos a atacar barcos españoles a cambio de una porción del botín. Entre 1812 y 1815, marineros extranjeros surcaron el Caribe bajo la bandera del recién formado Estado de Cartagena de Indias.¹² Revolucionarios mexicanos, argentinos y uruguayos seguirían el ejemplo de Cartagena, haciendo del corso una marca característica de otros movimientos de independencia de España.¹³

    La mayoría de los marineros que actuaban como corsarios para Cartagena eran afrodescendientes. Casi todos provenían del recién independizado Haití, pero muchos habían nacido cuando ese país todavía era la colonia francesa de Saint-Domingue. Algunos eran exesclavos, y casi todos eran descendientes de esclavos. En Cartagena, estos marineros trabajaron codo a codo con veteranos de las guerras revolucionarias francesas, con revolucionarios hispanoamericanos, y con otros marineros de puertos atlánticos como Baltimore, Filadelfia, Nueva Orleans, Kingston, Cádiz y Burdeos.¹⁴ Los corsarios cartageneros, comandados por armadores y capitanes principalmente franceses, del Caribe francés o estadounidenses, capturaban y destruían propiedad de comerciantes y vasallos de España, a veces entrando en combate con la armada española.

    Aury se encontraba entre los muchos marineros que participaron en estos eventos. Gracias a su experiencia en el oficio, era un candidato ideal para ejercer como corsario bajo los colores de Cartagena. En la primavera de 1813, Pedro Gual le ofreció patentes de corso del nuevo gobierno cartagenero. Aury aprovechó la oportunidad y, con tripulaciones multinacionales, pronto comenzó a navegar a bordo de navíos corsarios con la bandera de Cartagena, principalmente en la destacada Belona. La Belona y su tripulación llegarían a ser los corsarios más famosos de Cartagena.¹⁵

    La Belona, goleta artillada, bautizada adecuadamente con el nombre de la antigua diosa romana de la guerra, era a la vez un objeto inanimado y una entidad viviente. Su nombre se refiere a los tablones, mástiles y velas que en su conjunto formaban el barco, y al mismo tiempo a la tripulación que lo hacía mover aprovechando el poder del viento mediante lonas y cuerdas. El barco y la tripulación tenían la misma importancia, pues ninguno podía existir sin el otro.¹⁶ Armada por primera vez como goleta corsaria cartagenera en abril de 1814, es posible que la Belona fuera construida en Cuba y que hubiera operado por primera vez en el Caribe francés a finales de 1805.¹⁷ Aury era tanto el capitán del barco como un inversionista en el negocio. La mayoría de sus marineros eran de color y casi todos provenían de Haití.¹⁸ Pero en la goleta también había europeos, cartageneros y hombres de otras naciones.¹⁹

    La Belona fue un ejemplo del mundo atlántico en la Era de las Revoluciones, un lugar de trabajo flotante y un instrumento de guerra de carácter multinacional y multiétnico. Como prueba de ello considérense los itinerarios de la goleta a través del Caribe y las experiencias a bordo del oficial principal y de algunos de los marineros. Hacia 1814, Aury, nacido en París en una familia de clase media alrededor de 1788, ya había visitado gran parte de las Antillas, así como una buena parte del litoral de Estados Unidos y el golfo de México.²⁰ Hilario e Ignacio, dos marineros haitianos que trabajaban en la Belona, hablaban francés y criollo haitiano y sabían algo de español. Ambos habían nacido en lo que entonces era la colonia francesa esclavista de Saint-Domingue, pero en dos momentos diferentes de su historia.

    Ignacio, nacido alrededor de 1768 en Puerto Príncipe, llegó al mundo durante el auge de la esclavitud y el poder francés en la colonia. Según documentos españoles, Ignacio carecía de apellido, pero se refería a sí mismo como "Ignacio fils", que en español equivaldría a Ignacio hijo. La falta de un apellido formal sugiere que Ignacio había sido esclavo. Hilario tenía unos veinte años y había nacido en Los Cayos, al sur de la colonia. Hilario, quien tampoco proporcionaba un apellido, probablemente también había sido esclavo o hijo de esclavos. Había nacido durante la Revolución haitiana (1791-1804).²¹

    Antes de llegar a Cartagena en 1814, Ignacio, que era casado y vivía en Puerto Príncipe cuando no estaba en el mar, siguió una trayectoria de movilidad transimperial que muchos antiguos esclavos de Saint-Domingue experimentaron durante y después de la Revolución haitiana. De Haití (así como de otras islas francesas como Guadalupe y Martinica) salieron miles de antiguos esclavos que se convirtieron en marineros, enlistándose en las filas de las potencias europeas o sus agentes. En Puerto Príncipe, Ignacio abordó primero un barco holandés que lo llevó a Jamaica, donde tomó un barco británico con destino a Cartagena. Sin embargo, no permanecería mucho tiempo en Cartagena, pues partió pronto en la Belona, bajo el mando del capitán Aury.²²

    La Belona también ilustra el éxito de la política corsaria de Cartagena. Después de su primera expedición, regresó a Cartagena en agosto de 1814. Su tripulación informó que habían capturado siete barcos, hundido veintitrés y entrado en combate con dos buques de guerra españoles cerca de La Habana. Incluso si exageraban, la expedición resultó claramente rentable. Entre los barcos hundidos estaba el Cupido, que había zarpado de Jamaica con destino a La Habana con veinte mil pesos de plata pertenecientes al rey de España. Este tesoro debía distribuirse entre los organizadores de la expedición y el Estado de Cartagena. La fortuna de Aury había cambiado. Probablemente a los marineros se les habían pagado sus salarios por adelantado, pero es posible que también hubieran obtenido parte del botín.²³

    * * *

    Junto con Aury, Ignacio y la Belona son personajes recurrentes a lo largo de este libro y nos ayudarán a visualizar mejor la historia. Los capítulos 1 y 2 comienzan en las Antillas, mucho antes de la independencia de Cartagena, y examinan las intrincadas y a veces inesperadas intersecciones entre esclavitud, vida marítima, libertad y revolución, que fueron propias de un Caribe casi ingobernable. La mayoría de los marineros que tripulaban barcos corsarios equipados en la Cartagena revolucionaria estaban arraigados en el Caribe cimarrón; es decir, en ese mundo clandestino de esclavos fugitivos (cimarrones), soldados y marineros desertores, y gente de color, pobre pero libre, que trataban de eludir a amos y oficiales manteniéndose en constante movimiento. Algunos encontraban refugio y una forma de vida como marineros en navíos costeros y veleros, aunque con frecuencia tenían que cambiar de barco para escapar de los castigos físicos.²⁴ A medida que la esclavitud se intensificó y el control estatal se fortaleció durante el siglo XVIII, incluso una vida dura en el mar podía ser vista como una alternativa atractiva a vivir bajo el látigo de los amos o bajo la pluma del burócrata. Al moverse constantemente de un puerto a otro, los marineros podían escapar con mayor facilidad de los jefes abusivos y encontrar nuevos trabajos. A diferencia de los esclavos de las plantaciones, los marineros trabajaban bajo contratos temporales de entre tres y cinco meses.²⁵

    La gente de mar y los trabajadores del litoral mantenían redes de comunicación informales pero muy eficientes que les permitían enterarse de las últimas noticias. Muchos habitantes del Caribe cimarrón eran políglotas, algunos podían leer, y casi todos portaban información durante sus viajes, diseminando noticias sobre asuntos cotidianos o eventos históricos de la Revolución haitiana. Los burócratas y los jefes militares trataban en vano de detener sus conversaciones. La gente que constituía el Caribe cimarrón, especialmente marineros de color y los que tenían posibles vínculos con Haití, era acusada de expandir el espíritu revolucionario y promover la emancipación de los esclavos. Estas acusaciones se convirtieron en un lugar común en toda la región, incluyendo Cartagena.²⁶

    Los capítulos 3 y 4 profundizan en la

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