LA REVOLUCIÓN QUE LO CAMBIÓ TODO
Hemos restringido la movilidad, y el turismo está pagando un altísimo precio. El motivo es que las medidas políticas para prevenir la expansión de la Covid-19 mordieron, durante tres meses, la eficacia de las innovaciones en transporte y comunicaciones de los últimos ciento cincuenta años o, al menos, recortaron su impacto revolucionario. Por si eso fuera poco, también hundieron el presupuesto con el que contaban muchos hogares para financiar sus viajes y estancias fuera de casa. El turismo de un país es directamente proporcional a la calidad y seguridad de sus comunicaciones, a la riqueza de sus viajeros y a la concepción del viaje como una forma de buscar el placer. Por eso, la España del confinamiento, que vamos dejando afortunadamente atrás, tiene cosas en común con la de hace doscientos años. Lo que ocurría entonces es que la movilidad se encontraba limitada por la falta de seguridad en los caminos, por la pésima calidad de las infraestructuras y los medios de transporte y por la miseria de la población. Además, los pocos que podían disfrutar del viaje disimulaban su placer vistiéndolo con los ropajes de la pureza, la disciplina y la salud.
Hacia 1860, Cantabria, Guipúzcoa y, a cierta distancia, Vizcaya eran, como ya hemos dicho en este dossier, los principales focos turísticos, porque contaban con grandes instalaciones de
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