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Una Saga en Samarkanda
Una Saga en Samarkanda
Una Saga en Samarkanda
Libro electrónico213 páginas2 horas

Una Saga en Samarkanda

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Información de este libro electrónico

En el año 1240, Sven, un guerrero vikingo, y su novia Chemig llegan a la ciudad de un poderoso jefe tribal mongol. En esa tribu la madre de Chimeg, Suma sacerdotisa del culto llamado Tengrismo Negro, ha desaparecido secuestrada por los seguidores de un caudillo llamado Bataar Khan, que está reunificando a las tribus para conquistar toda la estepa del Asia Central, siguiendo las huellas del Gengis Khan.

Los protagonistas logran liberar a la Suma sacerdotisa, y a través de sus revelaciones, se enteran de las reales intenciones de Bataar Khan, y resuelven viajar hasta Samarkanda para advertir a las autoridades de la poderosa ciudad de esas intenciones y el peligro que representan.

Los nizaríes, sicarios bebedores de hachís que siguen al misterioso Viejo de la Montaña, juegan un papel en esta historia.

thriller histórico, te mantendrá en suspenso hasta el final.

Esta novel fue recientemente publicada como dos títulos separados:

-Un Vikingo en Samarkanda

-Intriga en Samarkanda

IdiomaEspañol
EditorialCedric Daurio
Fecha de lanzamiento12 abr 2023
ISBN9798215770641
Una Saga en Samarkanda
Autor

Cèdric Daurio

Cedric Daurio es el seudónimo adoptado por un novelista argentino para cierto tipo de narrativa, en general thrillers paranormales y cuentos con contenidos esotéricos. El autor ha vivido en Nueva York durante años y ahora reside en Buenos Aires, su ciudad natal. Su estilo es despojado, claro y directo, y no vacila en abordar temas espinosos. Cedric Daurio is the pseudonym adopted by an Argentine novelist for a certain type of narrative, in general paranormal thrillers and stories with esoteric content. The author has lived in New York for years and now resides in Buenos Aires, his hometown. His style is stripped, clear and direct, and does not hesitate to address thorny issues.  

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    Una Saga en Samarkanda - Cèdric Daurio

    Una Saga en Samarkanda

    Cedric Daurio

    Copyright © 2023 por Oscar Rigiroli.

    Todos los derechos reservados. Ni este libro ni ninguna parte del mismo

    pueden ser reproducidos o usados en forma alguna sin el permiso expreso por escrito del editor excepto por el uso de breves citas en una reseña del libro.

    Se trata de una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, lugares, eventos e incidentes son o bien los productos de la imaginación del autor o se utilizan de una manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o eventos reales es pura coincidencia.

    Esta novela fue recientemente publicada en dos títulos separados:

    -Un Vikingo en Samarkanda- El Comienzo

    -Intriga en Samarkanda.

    Índice

    Dramatis Personae

    Episodio 1

    Episodio 2

    Episodio 3

    Episodio 4

    Episodio 5

    Episodio 6

    Episodio 7

    Episodio 8

    Episodio 9

    Episodio 10

    Episodio 11

    Episodio 12

    Episodio 13

    Episodio 14

    Episodio 15

    Episodio 16

    Episodio 17

    Episodio 18

    Episodio 19

    Episodio 20

    Episodio 21

    Episodio 22

    Episodio 23

    Episodio 24

    Episodio 25

    Episodio 26

    Episodio27

    Episodio 28

    Episodio 29

    Episodio 30

    Episodio 31

    Episodio 32

    Episodio 33

    Episodio 34

    Episodio 35

    Episodio 36

    Episodio 37

    Episodio 38

    Episodio 39

    Episodio 40

    Episodio 41

    Episodio 42

    Episodio 43

    Episodio 44

    Episodio 45

    Episodio 46

    Episodio 47

    Episodio 48

    Epílogo

    Del Autor

    Sobre el Autor

    Obras de Cedric Daurio

    Contactar al Autor

    Sobre el Editor

    Dramatis Personae

    Edad Media

    Sven Sigurdsson: Joven aventurero escandinavo.

    Chimeg: Joven mongola, Sacerdotisa del Tengrismo Negro.

    Altan: perro de Chemig

    Morin: Caballo de Chemig

    Bolormaa: madre de Chemig. Suma Sacerdotisa del Tengrismo Negro.

    Enkthuya: Muchacha mongola. Joven jefa de un clan guerrero.

    Bataar Khan: Jefe de los clanes insurrectos

    Ganzorig Khan: Jefe militar del clan de Chemig y amigo de su padre.

    Episodio 1

    Año 1240 AD

    Las ráfagas de viento se tornaban cada vez más fuertes, y los copos de nieve que habían comenzado a caer aproximadamente una hora antes se habían convertido en una manta compacta, de modo que impedían la visual de la planicie que rodeaba al tambaleante viajero, que jadeaba por el esfuerzo de dar un paso tras otro sobre el espeso colchón de nieve sin llevar ni esquíes ni raquetas para caminar en ese medio.

    Los escasos árboles que poblaban esa inmensa porción de la taiga siberiana, se habían convertido por efecto de la caída de nieve en sombras amorfas que el caminante trataba de evitar para evitar tropezar con troncos o raíces invisibles dentro del panorama uniforme y lechoso.

    A pesar de haber nacido en el norte de Escandinavia, en lo que más delante se llamaría Suecia, y de sus escasos veinticinco años, el hombre llamado Sven sentía que las fuerzas lo abandonaban, y que la certidumbre de haber perdido el rumbo mucho antes lo desesperaba, así como la posibilidad de tropezar y caer exhausto, y ser rápidamente tapado por la nieve que caía sin respiro y sucumbir a la hipotermia en poco tiempo, de modo que con suerte su cuerpo congelado sería encontrado en la primavera siguiente al descongelarse el terreno, o bien sería incorporado al permafrost en forma definitiva, es decir pasaría a ser parte integrante de la taiga como una roca o un arroyo congelado.

    Intentó arrastrarse, consciente de que no lograría llegar a ningún sitio, pero que el moverse era lo único que lo alejaba de morir de frío, sus movimientos lentamente se convirtieron en el reptar de una serpiente, cada vez más lentos. El hombre trató de concentrarse en el ulular del viento salvaje para conservar rastros de consciencia, pero lentamente también esta percepción lo abandonó. Dentro de su mente y alma sólo había lugar para la desesperación ante un fin que creía inevitable.

    Luego la nada.

    El tiempo transcurrió insensiblemente mientras un túmulo se formaba cubriendo el bulto del cuerpo y transformándolo en parte del paisaje inerte.

    Lejos, muy lejos, algo resonó en los oídos de Sven hasta  que finalmente también se extinguió en su cerebro. Aunque no podía conciliar pensamientos, Sven creyó que se trataba de ladridos, y que se iban acercando.

    La muchacha se lanzó corriendo detrás de su Altan, tropezando con piedras ocultas por la nieve y llamando a los gritos al noble perro. Supuso que alguna liebre u otro mamífero estaría escondida entre la nieve caída y el animal la habría olido. En realidad le vendría bien incorporar a la dieta de ella y su perro un poco de carne roja, ausente desde hacía varios días en la misma.

    La joven, llamada Chimeg, vio que Altan se detenía delante de un montículo formado en el suelo por la nieve caída; entonces comenzó a cavar con las patas delanteras en forma desesperada.

    La expectativa por encontrar  un suplemento a la dieta se transformó en extrañeza y luego un poco de temor. Cuando llegó agitada hasta el lugar donde se hallaba el perro, Altan se detuvo y la miró a la cara como intentando mostrarle lo que había hallado.

    El corazón de Chimeg se detuvo por un instante al mirar en la dirección indicada por el inteligente perro. Apenas emergiendo de la nieve se veía lo que la joven identificó como parte de la cara de un hombre. Se abalanzó sobre el suelo y se unió a la tarea del perro tratando de dejar al descubierto la boca y la nariz del cuerpo subyacente. Un elemental instinto la impulsaba a tratar de auxiliar a otro ser humano  aunque descartaba que era demasiando tarde para ello. Una idea surgió en su cabeza y regresó a la pequeña cabaña donde vivía, aun a riesgo de perder tiempo que podía ser precioso para la persona que se hallaba enterrada bajo la nieve.  Cuando volvió una vez más junto a su perro Chimeg llevaba una rústica pala en sus manos, una de las pocas herramientas que tenía entre sus posesiones; con ella acometió la tarea de librar al cuerpo de todo lo que  lo cubría, tarea que avanzó entonces mucho más rápido.

    Había dejado de nevar, una luna menguante se había alzado iluminando con su escasa luz el cielo asiático. Chimeg había concluido su labor y el cuerpo yacente ya se hallaba sobre el suelo; la muchacha había llevado la única lámpara que tenía en su casa para iluminar la escena y la aproximó al extraño rostro barbudo. Entonces tomó en sus manos y cuchillo de metal pulido, otro de los escasos enseres que tenía en este mundo. Aproximó la hoja que brillaba frente a la luz de la antorcha a la a boca del desconocido y su corazón brincó entonces dentro de su pecho. A pesar de la poca luz pudo ver que la hoja metálica se empañaba por un débil aliento que emanaba de la boca del hombre.

    Episodio 2

    Sin dudarlo, Chimeg se quitó el grueso abrigo que llevaba puesto, hecho de cuero y lana de oveja, y con el cubrió el cuerpo del hombre; como consecuencia del intenso frío comenzó a tiritar ya que quedó casi desnuda. Moviéndose rápidamente empezó a caminar lo más velozmente posible hacia su cabaña, distante unos doscientos pasos; mientras corría iba elaborando una serie de acciones que iba a llevar a cabo en un orden preestablecido. En primer lugar abrió la puerta de madera, sintiendo de inmediato el calor proveniente de hogar situado en el medio de la choza. Recogió una gruesa piel de oso adulto que había matado el año anterior, y que se hallaba sobre uno de los escasos muebles de la casa; se cubrió con la piel y luego salió del interior caminando hasta la caballeriza donde se hallaba Morin, el corcel siberiano que junto a Chimeg y al perro Altan completaba el elenco de habitantes de la casa. Además de contar con la fidelidad de los dos animales, la mujer tenía una relación especial de tipo sensorial con sus dos compañeros.

    Morin, con su habitual inteligencia, adivinó en la actitud de su dueña una señal de alarma. La mujer colocó en el lomo del corcel una manta y en su cabeza una serie de arreos de cuerdas y cuero; luego tomó una especie de trineo formado por dos tablas de madera, y pasó las cuerdas atándolas a dos ganchos de metal situados en los costados del trineo. Luego tomó a Morin por la brida y lo llevó al exterior de la caballeriza. De ahí en adelante Altan tomó la iniciativa; el intuitivo perro comenzó a galopar en dirección al lugar donde se hallaba el cuerpo yacente en la nieve, seguido de Morin que arrastraba el primitivo trineo, y más atrás por Chimeg que corría lo más rápido que la profundidad de la nieve le permitía.

    Cuando llegó al cuerpo del joven hombre, el perro paró su carrera y Morin hizo lo mismo; desde atrás y sin detenerse Chimeg miró admirada y orgullosa el entendimiento y la sincronización de sus compañeros. Cuando llegó ella también al sitio, comenzó de inmediato a arrastrar al cuerpo hacia el trineo, temiendo que fuera ya demasiado tarde y que el joven hombre hubiese muerto congelado. Una vez colocado en el precario vehículo Chimeg no dudó y acostó su cuerpo desnudo sobre el hombre, cubriendo a ambos con la pesada piel de oso. A continuación, empezó a frotar vigorosamente su cuerpo contra la piel del desvanecido por el un tiempo que le pareció interminable, hasta que comenzó a sentir el agotamiento por la acción ejecutada. La piel muy blanca del hombre comenzó a ponerse rojiza en partes, y Chimeg concluyó con alegría que la sangre del caído había comenzado a circular.

    Descansando de a ratos, la muchacha se aseguró que las funciones vitales del joven se hallaban en funcionamiento, luego, y a pesar del cansancio se puso de pie y se acercó por el costado a Morin y lo miró fijamente a los ojos. El caballo comprendió las instrucciones implícitas y se puso en marcha hacia la cabaña.

    Chimeg había acostado al hombre en su propia cama, la que le resultaba corta ya que el forastero le llevaba una cabeza de altura. Poder colocarlo en el lecho le resultó difícil por el peso del joven, y antes de cargarlo había acercado la cama al hogar de modo que el calor  fuera recibido directamente por el cuerpo gracias a la proximidad. Había sacado el casco metálico provisto con dos cuernos de vaca a sus costados de la cabeza del caído, y luego quitó las ropas empapadas por la nieve que solo conservaban el frío sobre el cuerpo. Se levantó y miró el vigoroso cuerpo en su totalidad, sintiendo admiración por los músculos que denotaban un trabajo intenso; la piel muy blanca del forastero le produjo un repentino deseo y se volvió a sentar al lado del hombre; al constatar que seguía desvanecido comenzó a deslizar sus manos en una forma de tierna caricia, deteniéndose en las numerosas cicatrices que revelaban que el hombre había tenido una vida dura en la taiga siberiana, y quizás heridas de luchas contra enemigos humanos o animales.

    En ese momento el hombre exhaló un suspiro y abrió un par de ojos intensamente azules.

    Episodio 3

    Una Cabaña en la Taiga

    El hombre acostado en la angosta cama tosió e intentó hablar, pero ningún sonido surgió de su boca; tampoco la mujer, parada al costado del lecho pronunció ninguna palabra. Sin embargo, el joven notó claramente que varios pensamientos procedentes de ella llegaban a su mente, aunque no como frases articuladas. Por supuesto, habiendo nacido en una aldea escandinava en la alta Edad Media, Sven jamás había tenido noticia de conceptos como la telepatía u otros contactos extrasensoriales; sin embargo la experiencia de estar recibiendo percepciones de los deseos y las intenciones de la mujer era clara. La muchacha le hacía saber que deseaba acostarse con él en la cama y esperaba su consentimiento; mientras tanto se quitó el tosco vestido de lana y piel, poniendo al descubierto un hermoso cuerpo moreno y con formas muy femeninas, sin duda en un intento primitivo pero muy eficaz para excitar al hombre.

    Sven se corrió a un costado del lecho para dejar lugar a la muchacha, y levantó la piel de oso que lo cubría, percatándose en ese momento que tenía una gran excitación. La mujer sonrió y con movimientos felinos se introdujo en la cama, de modo que la piel de ambos entró de inmediato en contacto. 

    Ambos jóvenes convertidos en amantes quedaron fuertemente abrazados luego de la extenuante experiencia de amor, sin percatarse que afuera de la cabaña se desataba nuevamente una fuerte tormenta de nieve con ráfagas de viento que hacía penetrar airé frío por las innumerables rendijas de la construcción de madera y piedra. Sin embargo, el hogar a leña situado al lado de la cama y el ejercicio sexual mantenían a los dos amantes protegidos del frío. Solamente el oído les traía los sonidos del exterior, incluyendo el silbido del viento y los esporádicos relinchos de Morin y aullidos de Altan.

    En medio del placer físico luego de una larga soledad en esa choza de la taiga, Chimeg apretó el cuerpo del hombre y se rindió finalmente al sueño. Sentía que el azar había llevado la felicidad a su puerta y planeaba conservarla.

    Sven fue despertado por un aroma que la brisa interior de la choza llevaba a su nariz. No había comido nada en los dos días previos, y lo única que la mujer había llevado a sus

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