Brillante esperanza
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En un futuro lejano, innumerables guerras y catástrofes medioambientales han destruido el mundo. El hambre y las enfermedades han hecho retroceder a los seres humanos a sus instintos primarios. Los pocos supervivientes se martirizan, bien como resignados lobos solitarios a través de los interminables inviernos. O bien vagabundean como figuras sin hogar e intentan agilizar la desaparición de toda forma de vida.
Erid malvive desde hace tres años solo en una cueva. Desde que perdió a su compañera, para él solo cuenta el mero hecho de sobrevivir. Entonces aparece en la lejanía una luz extraña. El mismo día, una loba herida busca en su cueva protección. En Erid retorna la curiosidad.
Sucede algo extraordinario mientras busca el origen de la luz con la loba a través de la nieve y la escarcha; y siempre parece que la loba es más lista que él. Una anciana, que comparte con ellos un trecho del peligroso camino, enseña a Erid una nueva confianza. Y finalmente él se encuentra con Miriam...
La novela de ciencia ficción "Brillante esperanza" está escrita como un calendario de adviento, con fotos y textos para cada día.
Schreibwerk AutorInnengruppe
"Schreibwerk" ist eine internationale AutorInnengruppe im Internet.Neben der Arbeit an ihren eigenen Werken entwickeln und schreiben sie zuweilen gemeinsame Romane.Oder auch Serien.
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Brillante esperanza - Schreibwerk AutorInnengruppe
2/12
¿Se suponía que eso era el sol? ¿Anunciaba el próximo fin del invierno? Erid se olvidó del tobillo doliente y su pecho se ensanchó con el pensamiento de la primavera. Quizá solamente durase un poco de tiempo hasta que el calor se extendiese de nuevo sobre la Tierra por un par de meses.
─¡Sol, te adoro! ─murmuró Erid, se arrodilló y alzó las manos.
¡Qué tontería! Se aupó de nuevo.
─Si alguien me pudiese ver aquí, creería que me falta un tornillo. Arrodillarse en la nieve y adorar al sol. El largo invierno ha congelado mi inteligencia ─¡Primavera! ¡Vaya tontería! Tan solo era principios de diciembre. ¿De dónde iba a llegar la primavera entonces?
Cierto, el mundo esta loco, a eso se había acostumbrado uno. Guerras ─ santos, democráticos y ambiciosos de poder ─ pertenecían al día a día. Millones de personas habían muerto, a esto se unían terremotos, catastróficas inundaciones y plagas. Los medios habían anunciado cada día las cifras de los muertos. ¿Qué nombres estaban detrás de las cifras? ¿Qué tipo de hombres habían sido, qué deseos, esperanzas, miedos habían tenido? Muchos de ellos habían rezado. Ni Allah ni el Dios cristiano habían escuchado sus súplicas. Ahora yacían bajo la tierra y se podrían consolar con que, después de todos los espantos que habían vivido, no tenían que soportar ni estos inviernos interminablemente largos ni la soledad.
Y él la soportaba ya desde hacía años. Tres años de soledad e inviernos que duraban meses. Cuántas veces había perdido la esperanza, cuando llegaba el miedo de que el invierno no acabaría nunca. Cuando los lobos aullaban y sus reservas de comida estaban casi agotadas. Pero luego llegó la primavera otra vez y con ella regresó la esperanza de que en algún lugar tenía que haber alguien que estaba solitario como él y a la búsqueda de un encuentro humano.
Y ahora este rayo de luz en el horizonte, que se volvía cada vez más ancho y más brillante, como si quisiese derretir el hielo y la nieve. ¿Un rayo de esperanza? ¿O estaba de nuevo un trozo de mundo en llamas? Involuntariamente olfateó como si pudiese percibir con su larga nariz un olor a quemado desde tan lejos.
El aire era claro y helado. Su tobillo le dolía.
3/12
Erid terminó su excursión al mundo de los pensamientos, se levantó y deshizo el camino a su cueva cargado con finas ramas.
De repente crujió algo no lejos de él. Rápidamente se agachó detrás de un saliente y dejó las ramas en el suelo sin provocar demasiado ruido. Con miedo se atrevió a lanzar una mirada al bosque de abetos.
Los árboles hacía ya tiempo que no era verdes. Secos, muertos, estaban alineados cerca unos de otros y formaban un contraste siniestro con la nieve. En la lejanía se movía una sombra en el panorama resplandeciente de color rojo.
Entrecerró los ojos para reconocer mejor lo que se movía hacia él. ¡Un lobo! Nervioso se apretó más contra la roca; con suerte el lobo no lo había venteado aún. Se congelaba, intentó frotarse las manos, mover los dedos de los pies. Durante una eternidad se quedó allí acuclillado.
¿Debería atreverse a mirar otra vez? Se inclinó hacia delante. Se asustó y cayó de espaldas en la nieve. El lobo estaba directamente delante de él y lo examinaba de arriba abajo con sus ojos verde amarillentos.
Erid tragó saliva con fuerza; su corazón estaba a mil. Pasaron minutos hasta que se atrevió a incorporarse. El lobo dio un paso atrás y se tumbó en la nieve. A su alrededor se teñía la blanca superficie lentamente de rojo. El lobo estaba herido.
¿Lo había localizado para que lo ayudase? Rebuscó en sus recuerdos: ¿los lobos heridos eran expulsados de la manada? No estaba seguro; hacía mucho tiempo, habían ocurrido muchas barbaries en todos estos años; la soledad le había hecho olvidar.
Se levantó, fue lentamente hacia el lobo y se arrodilló a su lado.
Lo tumbó de lado y resolló con fuerza al hacerlo. En la tripa tenía un herida muy grande.
─Tranquilo, vamos a mi cueva. ¡Levántate! ─. Cuando se levantó él mismo, sintió un dolor sordo en los dedos de los pies y un pinchazo en el tobillo. El lobo se quedó tumbado con los ojos cerrados.
Por eso se inclinó, metió las manos debajo del animal y lo elevó.
─La madera la puedo recoger más tarde ─. Observó al lobo, como si esperase una reacción.
En los últimos metros parecía que el lobo estuviese ganando peso. Haciendo presión en las rodillas, Erid consiguió aún así llevarlo a la cueva y lo tumbó en un sitio cubierto de paja. Rápidamente encendió un fuego con la madera que le quedaba, trajo nieve y la dejó derretirse en una olla. Cuando el agua estuvo lo suficientemente caliente, desgarró una sábana, la sumergió y lavó la herida. El lobo abrió los ojos, gimió, intentó