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Mi bebé estrella
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Libro electrónico107 páginas1 hora

Mi bebé estrella

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«Lo siento... no hay latido». Cinco palabras que cambiaron la vida de una familia que esperaba con amor la llegada de su hijo Miguel en la recta final de un embarazo feliz. Mi bebé estrella es un canto a la vida, contado a través de los ojos de Luisa, una mamá en duelo a la que la vida le ha arrebatado lo más preciado, su bebé. Este libro proporciona un halo de esperanza, pero también alude al poder transformador del duelo, que llega la mayor parte de las veces cuando uno menos se lo espera, arrasando con todo lo que encuentra a su paso. La autora combina su historia personal con consejos sobre esa maternidad tan peculiar que le ha tocado vivir, y que sin duda ayudarán a otras mamás en la misma situación. Mi bebé estrella habla de superación personal en tiempos de duelo, y pone voz a tantas mamás y familias que viven con la ansiedad y la tristeza de conocer y decir adiós a sus hijos en un mismo suspiro.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 feb 2023
ISBN9788418966231
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    Mi bebé estrella - Luisa López Gutiérrez

    Prólogo

    El mundo cambió

    Mi embarazo feliz

    Parir a oscuras

    El protocolo en la muerte perinatal

    Preparada para dar a luz a mi bebé sin vida

    Adiós bebé

    10 frases que no querría haber escuchado sobre mi duelo

    La habitación del príncipe

    La pareja: mucho más que un equipo

    Todo lo que aprendí de ti

    Lo que le pasó a mi niño en un sobre

    Volver a la vida

    Los hombres de negro

    La nueva vida

    Primerizos

    Papi, ¿me cuentas un cuento?

    Agradecimientos

    PRÓLOGO

    Soy consciente de que el honor de escribir este prólogo se debe principalmente a mi actividad profesional. Sin embargo, tras varios infructuosos intentos de escribir un texto como médico, he terminado por asumir que es una tarea imposible y las siguientes líneas no son más que el punto de vista de un padre que también trabaja como médico de recién nacidos.

    A menudo se dice que la medicina es la más científica de las humanidades y la más humana de las ciencias. Esta frase es interpretada en ocasiones como una advertencia sobre el factor humano que necesariamente está presente en muchas de nuestras decisiones. Sin embargo, yo prefiero verla como una llamada a las virtudes de empatía, comprensión, acompañamiento, respeto… humanidad, en definitiva, que son necesarias en el ejercicio de la medicina. Siendo esto cierto en todos y cada uno de los actos médicos, desde el más simple al más complejo, si tuviese que elegir uno en el que esa humanidad cobra especial importancia, sin duda sería la muerte de un hijo.

    La muerte perinatal engloba el final de la gestación y los primeros días de vida. Por tanto, la atención a este período en el ambiente hospitalario se lleva a cabo por distintos profesionales, entre los que destacan los obstetras, las enfermeras, los pediatras y los especialistas en salud mental. Como neonatólogo, forma parte de mi día a día tratar con la muerte perinatal. En concreto, con esa primera semana de vida, o incluso esos primeros 28 días que incluyen algunas definiciones del período perinatal. Desde mis inicios en la pediatría, hace ya unos 15 años, fui consciente de una de las limitaciones que tenía mi formación académica como médico y que, probablemente, sea extensible a muchos de mis compañeros: los médicos nos formamos para curar, nuestro objetivo principal es la vida, y es solo cuando nos incorporamos a la realidad de la vida profesional cuando empezamos a ser conscientes de que tratar la muerte forma también parte de nuestro trabajo. Durante los años de formación MIR, el contacto con la muerte es constante pero relativo, dado que habitualmente hay compañeros adjuntos, con mayor experiencia y responsabilidad, que adquieren el papel protagonista en la gestión de la información. Probablemente por mi propia culpa, dado que mi formación en el Servicio de Pediatría del CHUAC fue en lo demás excelente, acabé la residencia con unas habilidades adquiridas que, de nuevo, obviaban la realidad que en los años siguientes me encontraría. Muy pronto en mi carrera como médico adjunto, fui consciente de mis carencias en la información médico-paciente y todavía retumban en mi cabeza frases que escuché de boca de algunas madres. Como aquella madre a cuyo bebé se le había diagnosticado un Síndrome de Down quejándose de que nunca nadie le había dado la enhorabuena por tener un hijo. O aquella madre con un gran prematuro haciéndonos ver la incongruencia de referirnos a su hija como el feto tan solo unos días antes de que naciese y empezásemos a llamarla por su nombre de pila. Sin embargo, nada me hizo recapacitar más en mis carencias como pediatra que aquella llamada de mi compañero ginecólogo una madrugada por un mal registro fetal, que terminó con un bebé en la cuna de reanimación en la que todos los intentos por recuperar sus signos vitales resultaron infructuosos. Informé a ese padre en un lugar inadecuado, un pequeño despacho abierto con tan solo una silla. No preparé las palabras que le quería decir, no le ofrecí ni las mínimas condiciones que uno necesita en una situación como esa. Pasados los minutos, rehuí mi obligación de informar a la madre una vez recuperada de la anestesia y dejé esa labor en manos de mi colega obstetra, en teoría más experimentado que yo. Nunca volví a ver a esos padres. Mil y una veces me he echado en cara haber actuado tan mal en ese momento y esta es la primera vez que expreso este sentimiento de una forma tan clara. Siento que nunca podré devolverle a esa familia lo que le quité hace más de diez años, pero me gustaría que supiesen que su hijo, en su corta vida, consiguió enseñarme mucho y que su simple existencia ha ayudado a muchas otras familias. En los siguientes años mi gran empeño fue mejorar la manera en la que afrontaba la información a las familias, en especial en lo relacionado con la muerte. Como médico, uno nunca deja de aprender, pero no temo equivocarme cuando digo que hoy soy mejor médico porque he aprendido a afrontar mejor la

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