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Richard Burton, cónsul en Guinea española: Una visión europea de África en los albores de la colonización
Richard Burton, cónsul en Guinea española: Una visión europea de África en los albores de la colonización
Richard Burton, cónsul en Guinea española: Una visión europea de África en los albores de la colonización
Libro electrónico291 páginas3 horas

Richard Burton, cónsul en Guinea española: Una visión europea de África en los albores de la colonización

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Información de este libro electrónico

Cuando, en 1861, el explorador británico Richard Burton llegó en calidad de cónsul a Fernando Poo, la diminuta posesión española en el golfo de Guinea era una colonia casi desconocida y sin explotar. Burton escribió sobre la isla española, sobre los pueblos que la habitaban y los que lo hacían en lo que luego sería la parte continental de la misma colonia, por lo que sus impresiones representan un excepcional testimonio de la primera presencia española en áfrica y la zona por la que se extendió en los años sucesivos. Esta obra ofrece por primera vez al lector español un documento clave para conocer la mentalidad, cuya actitud terriblemente racista es a menudo pasada por alto, con la que los europeos abordaron la colonización del continente. Los textos que aquí se recogen ofrecen una visión alejada de la imagen mitificada del explorador intrépido y erudito, al analizar aquellos escritos en los que éste plasmó con extrema crudeza sus arraigadas creencias racistas y su desdén por la vida y el sufrimiento de los africanos, un recorrido que nos adentra en las raíces de las teorías racistas del siglo XX.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 feb 2023
ISBN9788413526393
Richard Burton, cónsul en Guinea española: Una visión europea de África en los albores de la colonización
Autor

Arturo Arnalte

Doctor en Historia Contemporánea, fue redactor en la sección de Internacional de Diario 16 y coordinador de las revistas La Aventura de la Historia y Descubrir el Arte. Publicó Los últimos esclavos de Cuba (2001) y Redada de Violetas. La represión de los homosexuales durante el franquismo (2003)

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    Richard Burton, cónsul en Guinea española - Arturo Arnalte

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    Índice

    PRÓLOGO DE JOSÉ MARÍA RIDAO

    CAPÍTULO I. EL ABOMINABLE ESPÍRITU DE LA DESOLACIÓN

    CAPÍTULO II. LA CASA DE LOS SACRIFICIOS

    CAPÍTULO III. IMPERIALISMO A LA ESPAÑOLA

    CAPÍTULO IV. BLANCA NAVIDAD EN CAMERÚN

    CAPÍTULO V. EL SEÑOR Y LA SEÑORA GORILA

    CAPÍTULO VI. A LA MESA CON LOS CANÍBALES

    CAPÍTULO VII. CORISCO, LA ISLA DEL RELÁMPAGO

    CAPÍTULO VIII. LA FUNESTA MANÍA DE LOS DERECHOS HUMANOS

    CAPÍTULO IX. RADIOGRAFÍA DE LA FRONTERA

    CAPÍTULO X. HECHIZADO POR FERNANDO POO

    CAPÍTULO XI. LA GUERRA HUMANITARIA

    FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

    FOTOS

    ITINERARIOS DE RICHARD BURTON

    NOTAS

    ARTURO ARNALTE

    NACIÓ EN MELIANA, VALENCIA (1955) MADRID (2021) FUE DOCTOR EN HISTORIA COMTEMPORÁNEA,REDACTOR EN LA SECCIÓN DE INTERNACIONAL DE DIARIO 16 Y COORDINADOR DE LAS REVISTAS, LA AVENTURA DE LA HISTORIA Y DESCUBRIR EL ARTE. PUBLICÓ LOS ÍLTIMOS ESCLAVOS DE CUBA (2001) Y REDADA DE VIOLETAS. LA REPRESIÓN DE LOS HOMOSEXUALES DURANTE EL FRANQUISMO (2003).

    Arturo Arnalte

    Richard Burton, cónsul

    en Guinea española

    Una visión europea de África en

    los albores de la colonización

    Revisión de la traducción: Armando Figueroa

    Prólogo de José María Ridao

    © arturo arnalte, 2005

    © Centro cultural español de malabo.

    agencia española de cooperación internacional, 2005

    © centro cultural español de bata.

    agencia española de cooperación internacional, 2005

    © Los libros de la Catarata, 2005

    Fuencarral, 70

    28004 Madrid

    Tel. 91 532 05 04

    Fax 91 532 43 34

    www.catarata.org

    © fotografías: patrimonio nacional, real biblioteca

    de palacio, madrid

    richard burton, Cónsul en Guinea Española.

    Una visión europea de áfrica en los albores

    de la colonización

    isbne: 978-84-1352-636-3

    ISBN: 84-8319-231-4

    DEPÓSITO LEGAL: M34.421-2005

    Este material ha sido editado para ser distribuido. La intención del editor es que sea utilizado lo más ampliamente posible, que sean adquiridos originales para permitir la edición de otros nuevos y que, de reproducir partes, se haga constar el título y la autoría.

    La impresión de este libro se ha realizado sobre papel fabricado con fibra virgen procedente de bosques gestionados de forma responsable y respetuosa con el medio ambiente, según certifica el Forest Stewardship Council (FSC).

    A MARISA ALONSO MATÉ

    prólogo

    Richard Burton destaca entre los grandes viajeros del siglo XIX no sólo por la ingente dimensión de su obra, sino por el destino póstumo que le estuvo reservado. Convertido en figura ejemplar, en mito, la pudibunda selección de sus escritos emprendida por Isabel Arundell, la esposa que le consagró sus mejores años y que le pasó por alto ausencias y correrías, parece haber tenido inesperada continuación entre sus numerosos editores durante más de un siglo. Si en un caso se trataba de expurgar las referencias a las hazañas sexuales del explorador, demasiado explícitas para la Inglaterra victoriana de la época, en otro el propósito habría sido distinto, aunque no menos inspirado por estrictos requerimientos ideológicos.

    Según apunta Arturo Arnalte en uno de los comentarios con los que dirige al lector en esta visita guiada por los principales textos de Burton sobre África, y en concreto sobre los territorios próximos a la Ilha Formosa o Fernando Poo, la actual Bioko, la reputación de observador penetrante y libre de prejuicios quedaría severamente en entredicho de conocerse su adhesión a las teorías racistas que sirvieron de fundamento a la empresa colonial. Esta cautela dirigida a preservar la imagen del escritor más que el auténtico valor de su trabajo, con sus deslumbrantes claros pero también con sus tenebrosas sombras, ha acabado por establecer un corpus canónico de su obra en el que no tienen cabida sus principales textos africanos; precisamente aquéllos que sirven de base a la presente antología.

    En 1861, Burton considera injusta la decisión de enviarlo como cónsul británico a Santa Isabel, una ciudad, o por mejor decir, una arbitraria aglomeración de construcciones de ínfima calidad a medio camino entre la base comercial y la colonia penitenciaria, de apenas un millar de habitantes. Como tantos otros funcionarios consulares y diplomáticos a lo largo de los ciento cincuenta años siguientes, la primera impresión del escritor fue la de que, al descender del barco, asistía en realidad a una suerte de suicidio involuntario e inducido, a un tenebroso e impuesto entierro en vida. El aire denso de la isla, unido a la sobrecogedora perspectiva de la ciudad bajo la mole del pico Basilé, un volcán extinto cuyo cráter se levanta a tres mil metros sobre las aguas mansas del Golfo, debieron de producir en Burton la misma impresión de implacable asedio que experimenta el visitante de hoy. Al tiempo, le resultó difícil escapar a la singular belleza de un paraje en el que alternan, con sólo volver la vista hacia el mar, grandiosas perspectivas trazadas por el capricho de la geografía con la espesura asfixiante de la vegetación. Encarándose hacia el continente desde los acantilados de Santa Isabel, cortados a pico y sobrevolados por gaviotas y aves marinas cuyos graznidos multiplican un eco sin término, la masa del monte Camerún, el volcán gemelo del que da forma a Bioko, parece fruto de un febril desvarío, como si la isla se reflejase sobre el telón de bruma que difumina el perfil de la tierra firme. Dándole la espalda a este espectáculo, lo que se observa, en cambio, es un muro de verdor y roca negra que se pierde tras el inalcanzable anillo de nubes rodeando la cima. Debido a la sombra casi perpetua que proyecta, resulta raro ver el sol desde Santa Isabel, la actual Malabo; pero cuando brilla y enciende los colores violentos de la naturaleza y de los objetos parece que el paisaje hasta entonces sumergido en una húmeda atmósfera gris sale a la superficie, que, en efecto, se abre y se oxigena la sepultura en la que Burton, al igual que tantos otros europeos recién llegados a la isla, creen en un primer momento penetrar.

    El espíritu inquieto del flamante cónsul británico no le permitió, sin embargo, aguardar esos momentos de excepción limitándose a cumplir solamente su tarea administrativa. Unas veces con autorización del Foreign Office, y otras sin ella, aprovechó la privilegiada situación de la colonia española en el centro mismo de la circunferencia que traza el Golfo de Guinea para recorrer y explorar los territorios más o menos aledaños, desde la actual Duala hasta Luanda, la centenaria capital de Angola. De esas travesías y marchas a pie procede el impulso y la materia para redactar algunas de las páginas en las que mejor se percibe la objeción que Arnalte interpone a la obra del viajero: lejos de constituir una indiscutible excepción en la literatura colonial como sostiene su leyenda, Burton fue uno de sus más prolíficos portavoces, al menos en lo tocante a la penetración de los europeos en África. Si esto no se ha reconocido así es porque, por una parte, las razones que le empujaron a abandonar Inglaterra y lanzarse a recorre el mundo gozan de la comprensión y hasta de la simpatía de los lectores. A diferencia de buena parte de sus coetáneos, no fue la fiebre del oro ni la búsqueda de riquezas lo que movió a Burton, sino su incapacidad para adaptarse a las estrechas convenciones victorianas de sus orígenes. Más que a una exclusiva vocación de ex-plorador, sus viajes responden a una desesperada búsqueda de libertad personal; y en la medida en que esta búsqueda ha sido apreciada, resulta hasta cierto punto inevitable que algunos de sus lectores hayan terminado por apreciar también aquella vocación, exculpando como tributo a una época cuanto encuentran en ella de inicuo o de censurable.

    Por otra parte, hombre de ánimo exaltado, Burton traslada sus preferencias más íntimas a la realidad y las vuelca sin reparos sobre la escritura, convirtiendo sus sentimientos de aprecio o de desdén en la medida del valor de cuanto observa. La afinidad con el mundo árabe y musulmán que experimenta ya desde el primer contacto, le lleva a intentar lo que nunca se propuso en África, quizá porque, entre otros motivos, las diferencias físicas con los autóctonos impedían de entrada su inveterado recurso al disfraz: mezclarse con quienes observaba, hacerse pasar por uno de ellos. La mi-rada desde dentro que proporcionó a Burton esta estrategia de aproximación a su objeto de estudio, la implícita conversión del nativo en igual que acarreaba la adopción de su lengua e indumentaria, le permitió explicar comportamientos que de otro serían interpretados como expresiones de barbarie, y así lo hizo buena parte de la literatura de viaje. Pero al igual que sucede en nuestros días, explicar se confundía para muchos con justificar, y de ahí, sin duda, las pasiones encontradas, incluso contradictorias, que suscitó y sigue suscitando su obra. Para los defensores de la empresa colonial, Burton ponía en entredicho la separación radical entre bárbaros y civilizados, lo que, en resumidas cuentas, atentaba contra el fundamento último de la expansión europea en los territorios de ultramar. Para los detractores del dominio, en cambio, ofrecía argumentos útiles para una amplia e indiferenciada diversidad de posiciones, desde el universalismo de raíz ilustrada, que defiende sin excepción la dignidad y la libertad de todos y cada uno de los individuos, hasta el relativismo más elemental, que rechaza la posibilidad de comparar la situación en la que viven los diversos grupos humanos puesto que cada cual lo hace de acuerdo con las pautas y los principios que más le convienen.

    El valor más destacado de la presente antología, el principal acierto de la selección preparada por Arturo Arnalte, radica en que el conjunto logra recordar, con sólo dar la palabra a los textos, que las controversias sobre si Burton explica o justifica los comportamientos que observa se circunscriben a una parte determinada de su obra, la que describe sus viajes por el mundo árabe y musulmán; en la otra, la consagrada a África y los africanos, sencillamente reitera. Los grandes, y execrables, tópicos de la literatura colonial aparecen y reaparecen sin descanso a lo largo de estas páginas, y entre ellos el que se refiere a la razón de ser del libro de aventuras, del relato de viaje: lo mismo en el siglo XIX que en los grandes reportajes de nuestros días, el escritor que refiere sus peripecias en remotos confines lo hace sabiendo que colocar sus opiniones bajo la advocación del testimonio, del hecho de haber estado allí, le concede una superioridad susceptible de pulverizar los argumentos de críticos o contradictores, a los que, llevando la discusión al terreno de la veracidad o no de los hechos, y no al de la validez o invalidez de las hipótesis construidas sobre ellos, priva de cualquier derecho a réplica. Desde esta perspectiva, el poder del género en el que Burton desarrolla su actividad de polígrafo puede alcanzar proporciones desmesuradas, casi monstruosas, suministrando razonamientos y coartadas para proyectos políticos que, como el colonialismo en África, comparten buena parte de sus presupuestos ideológicos con los totalitarismos del siglo XX y son responsables de tragedias de similares dimensiones. Burton, por descontado, no renuncia a ese poder ni lo emplea para defender una causa universal. Ajustándose, por el contrario, a las exigencias del dominio con celo de meritorio o de abanderado, confirma a sus lectores la idea de que existen diferencias insalvables entre los seres humanos, lo que, en el caso de África, exige de los civilizados la noble tarea de identificar, e incluso proteger, el lugar del negro en la Naturaleza.

    Burton toma esa escalofriante expresión del título de la conferencia que James Hunt pronunció durante la inauguración de la Anthropological Society de Londres, una de las principales forjas —de los principales think-tanks, como hoy se diría— para poner a punto los instrumentos ideológicos que prepararon la penetración colonial de los europeos en África. El aprecio del viajero y escritor hacia las opiniones vertidas en aquella ceremonia queda de manifiesto, por una parte, en el hecho de que dedicara a James Hunt su Mission to Gelele, el libro en el que trató de ordenar las reflexiones sugeridas por su experiencia africana hasta el momento. Por otra, Burton se propuso echar también su propio cuarto a espadas acerca de la gradación entre razas, y lo hizo cumpliendo con implacable rigor lo que los científicos y antropólogos de gabinete esperaban de los viajeros destacados sobre el terreno, semejantes a mártires o adelantados de la civilización: corroborando con su testimonio, con su haber estado allí, las doctrinas que circulaban en las publicaciones especializadas de las metrópolis. Como apunta con acierto Arturo Arnalte, Burton describe en Mission to Gelele las relaciones de los africanos con los europeos y con su propio medio, esto es, describe el lugar del negro en la Naturaleza remitiéndose a la incontrovertible autoridad de que llevaba tiempo entre los nativos y de que, por tanto, tenía la prueba.

    Por las páginas de Mission to Gelele van apareciendo entonces, según sucedería con un rítmico goteo del que no cupiera esperar alteración o sobresalto alguno, la procesión de prejuicios, metáforas exculpatorias y simples disparates que ocuparían, durante más de un siglo, el lugar de verdades reveladas por los saberes científicos de una vez y para siempre. En consonancia con la visión antropomórfica del mundo que se generalizó en la época, y de la que Burton no dudó en erigirse como enérgico portavoz, los africanos vivirían como raza en un estadio de infancia permanente y representarían respecto de la humanidad en su conjunto lo que una extremidad en relación con el cuerpo de un individuo singular, importante para realizar las funciones que tiene asignadas aunque en ningún caso imprescindible para el desarrollo mismo de la vida. Puesto que la amputación de un miembro irrecuperable podría contribuir, llegado el caso, a la curación de un cuerpo enfermo, no habría por qué descartar que el exterminio de una raza declarada incompatible con la civilización proporcionase a la humanidad beneficios semejantes. Si la conciencia moral de una mayoría de europeos llegó a consentir cuanto sucedía en África bajo la advocación de principios no más sólidos que las diversas variantes de la metáfora antropomórfica, ello se debió, entre otras razones, a la existencia de una literatura que, como la de Burton, fue desactivando poco a poco las alarmas. El discurso de James Hunt en la ceremonia inaugural de la Anthropological Society de Londres desencadenó airadas reacciones en el auditorio, en particular entre los abolicionistas y los activistas en favor de los derechos del hombre. Burton salió en su defensa calificándolo de precursor y, sobre todo, de valiente.

    La iniciativa de Burton en favor de James Hunt resulta sugerente no tanto porque deje al descubierto el pensamiento que subyace en Mission to Gelele y en otros escritos africanos, sino porque ilustra un hecho de trascendentales consecuencias para la sociedad contemporánea: determinados argumentos se presentan dotados de tal capacidad de metamorfosis que, puestos en circulación, aparecen y reaparecen cada vez que la ocasión lo ha requerido, siempre idénticos y siempre disimulados bajo las galas de la modernidad más radical. ¿Valiente Hunt? ¿Qué clase de valor es ése que se dirige a buscar fundamentos científicos para el expolio y la discriminación, que legitima el sometimiento de continentes enteros en aras de supuestas leyes objetivas que no son, en realidad, más que la sacralización de los intereses, o los desvaríos, de los más poderosos? Predicar el horror frente a una opinión mayoritaria que lo rechaza, como hizo Hunt, no es una tarea de valientes, sino de iluminados, y el hecho de que en última instancia el horror salga triunfante no convierte a Hunt y a los autores como Hunt en sagaces precursores del progreso, sino en cómplices de los crímenes que se cometieron en su nombre.

    Alcanzado este punto, la selección de textos preparada por Arturo Arnalte interpela al lector con inquietudes inmediatas, con inevitables paralelismos a través del tiempo que confieren al volumen un interés superior al de la simple curiosidad por conocer la cara oculta del viajero Richard Burton. Hoy como ayer, se vuelve a elogiar la valentía de quienes critican en aras del realismo, esto es, en aras de supuestas leyes objetivas, la funesta manía de los derechos del hombre. De igual manera, se estima que el procedimiento más seguro para que los reos de determinados delitos cumplan condena es el de trasladarlos fuera del territorio metropolitano, facilitando que se les aplique una legislación especial por parte de un tribunal también de excepción. Los países más poderosos del planeta, los miembros de ese senado del mundo del que hablaba Renan, vuelven a sentir, por su parte, que su política no es una política, sino una misión, y a partir de aquí llegan al mismo convencimiento que el gobernador español de Santa Isabel, para quien, en 1861, el fin de acabar con la esclavitud convertía todos los medios, incluida la guerra, en aceptables. Como escritor avezado en los asuntos del continente, Burton proponía, en cambio, una equilibrada progresión: primero debería intentarse por procedimientos pacíficos, después mediante la educación forzosa de los más jóvenes y, por último, a través de la conquista y la guerra, que al tratarse de África es el medio más humano y seguro, por más que parezca una blasfemia y un sinsentido.

    Como bien sugiere una lectura entre líneas de esta selección de textos preparada por Arturo Arnalte, puede que hoy no fuera preciso hablar siquiera de blasfemias ni de sinsentidos para justificar las guerras emprendidas en nombre del bien. Bastaría, sencillamente, con que en el lugar de la trata negrera se colocase alguna de nuestras mejores causas, de nuestras causas más indiscutibles, para que de inmediato se volviesen a desgranar los mismos argumentos que Burton puso a disposición de la empresa colonial, los mismos que, en efecto, aparecen y reaparecen cada vez que la ocasión lo ha requerido. Aunque eso sí, emprendida esta vía, el precio a pagar tampoco será diferente del que tuvo que afrontar Europa cuando las doctrinas aberrantes que intentó aplicar en África se trasladaron a su suelo y se volvieron contra sus propios habitantes.

    José María Ridao

    Capítulo I

    El abominable espíritu de la desolació

    El 27 de septiembre de 1861, el políglota, polígrafo, polémico y un tanto exhibicionista capitán Richard Burton descendió por la escalerilla del Blackland, que se golpeaba peligrosamente contra el casco del vapor, subió a un bote de remo y, en calidad de cónsul de S. M. la Reina Victoria en la Bahía de

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