Madrid 1987
Por David Trueba
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En un caluroso fin de semana de julio de 1987, con la ciudad de Madrid desierta, Miguel, un veterano articulista, temido y respetado, se cita en un café con Ángela, una joven estudiante de primer curso de Periodismo. Obligados a convivir en una jornada muy particular, ambos tratarán de sobrevivir al roce del deseo. Como dos trenes, sus personalidades chocan frontalmente, en la España de 1987, un país que terminaba de cerrar el capítulo negro del franquismo y se instalaba plácidamente en la democracia. Quizá demasiado plácidamente, mientras los valores y las jerarquías tradicionales aún disfrutaban de un poder sólido. Guión de la película.
En un caluroso fin de semana de julio de 1987, con la ciudad de Madrid desierta, Miguel, un veterano articulista, temido y respetado, se cita en un café con Ángela, una joven estudiante de primer curso de Periodismo. Obligados a convivir en una jornada muy particular, ambos tratarán de sobrevivir al roce del deseo. Como dos trenes, sus personalidades chocan frontalmente, en la España de 1987, un país que terminaba de cerrar el capítulo negro del franquismo y se instalaba plácidamente en la democracia. Quizá demasiado plácidamente, mientras los valores y las jerarquías tradicionales aún disfrutaban de un poder sólido. Anagrama presenta el guión de Madrid 1987, la última película del escritor y realizador David Trueba, definida por la crítica norteamericana tras su paso por el festival de cine de Sundance como un cruce entre el cine intimista y la literatura de Philip Roth, otra magnífica obra literaria de Trueba.
David Trueba
David Trueba (Madrid, 1969) estudió Periodismo y colabora en prensa escrita desde hace años; sus artículos se han recogido en varios volúmenes. Ha estado detrás de espacios de televisión muy reconocidos y particulares. Como director de cine su carrera abarca obras como La buena vida, su primera película, de 1996, o Vivir es fácil con los ojos cerrados, que ganó seis premios Goya en 2014, entre otros los de Mejor Película, Mejor Director y Mejor Guión. Sus novelas, publicadas en Anagrama y traducidas a numerosas lenguas, le han hecho ganar la fidelidad de los lectores: Abierto toda la noche (1995), Cuatro amigos (1999), Saber perder (2008, Premio de la Crítica y finalista del Premio Médicis en su edición francesa), Blitz (2015) y Tierra de campos (2017). En Anagrama también ha publicado los breves ensayos La tiranía sin tiranos y Ganarse la vida, así como el guión y el DVD de su película Madrid 1987.
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Madrid 1987 - David Trueba
Índice
Portada
Madrid 1987
Agradecimientos
Créditos
Después de seis años en el gobierno, las patillas de Felipe González comenzaron a blanquear y la pana fue definitivamente arrumbada. Asentado en el poder con la segunda mayoría absoluta, en vista de que el socialismo no le iba a tocar el trigémino a ningún banquero, a ningún obispo, a ningún empresario, salvo al loco carioco de Rumasa, los que habían refugiado el dinero bajo las montañas nevadas de Suiza perdieron el miedo a los rojos, comenzaron a relajarse, regresaron a casa con las sacas y a partir de ese momento comenzó la cultura del pelotazo.
España estaba todavía estremecida por el atentado de ETA en Hipercor, que causó 21 muertos y decenas de heridos, pero en los bailes de verbena y chiringuito sonaba «Los pajaritos» de María Jesús y su acordeón. Entre el desencanto y el pelotazo, España cambió de piel aquel verano de 1987.
«Verano de 1987», artículo de Manuel Vicent,
El País, 14 de agosto de 2011
Una radio lejana repasa las noticias del día.
Corresponden al 18 de julio de 1987. Sábado.
Y seguramente hablan del aún cercano atentado de Hipercor o del caso Irán-Contra.
De Reagan y Margaret Thatcher, de las primeras investigaciones sobre los GAL.
También de la crisis en los países del Este y, como siempre, de la inflación.
Y de Telefónica, aún estatal, con sus cincuenta mil millones de pesetas de beneficio anual.
Un café al mediodía en el centro de la ciudad.
Hay unos enormes ventanales que dan a una calle concurrida.
Hay alguna mesa ocupada, pero no es, ni de lejos, la hora punta.
En una mesa del fondo, aislado de todos y de todo, está MIGUEL.
Tiene sesenta años, melena algo anacrónica y patillas.
Con el cigarrillo en la comisura de la boca.
El pelo mojado hacia atrás, negro, con algunas canas.
Unas gafas cuadradas de pasta negras de alta graduación, que le esconden los ojos.
Pero no restan a la mirada la intensidad de un entomólogo entre el humo de cigarro.
Una mirada irónica, distante, de maldito con sorna.
No es un hombre guapo, pero ser famoso le hace interesante.
Escribe a máquina sobre la mesa del café.
Lo hace con dos dedos pero a enorme velocidad.
Escribe un artículo para el periódico.
De vez en cuando, raramente, relee algo escrito y se separa el cigarrillo de la boca.
Tiene el ABC y El País posados en la mesa al alcance de la mano.
Un camarero aceitoso, sin preguntar, le retira la taza de café ya consumida.
Y le pone otro café idéntico, solo y corto, y un vaso bajo de whisky.
MIGUEL
¿Ya son y media?
Pero no espera respuesta, ha consultado su propio reloj.
Hace calor, ese calor de julio en Madrid, seco como un ladrillazo en la sien.
CAMARERO
A las nueve ya teníamos veinticinco grados. O sea espérese un día de esos en que las papeleras se derriten.
MIGUEL
No digas esas cosas tan poéticas, coño, que me contagias. Y luego me sale un artículo lírico, de domingo. De esos que le sacan la lagrimita a las viudas.
CAMARERO
A mandar don MIGUEL.
MIGUEL
Exacto, diga usted las bobadas de camarero. Y yo diré las bobadas del articulista, como hacemos siempre.
Sin esperar respuesta, ha vuelto a teclear con aire inspirado.
Al terminar una hoja la posa en la mesa y mete otro folio en el rodillo.
Por el ventanal ve llegar a ÁNGELA.
ÁNGELA tiene diecisiete o dieciocho años.
Lleva el pelo recogido en una cola de caballo y tiene gafas finas y ovaladas.
Parece una estudiante universitaria de primer curso y de hecho lo es.
Tiene formas, que esconde bajo una camisa amplia y fresca. Lleva pantalones vaqueros de aquel corte horrible de los ochenta.
Las sandalias recuerdan que ha empezado el verano.
MIGUEL la mira por cada una de las ventanas, según las va atravesando.
Hasta que llega a la puerta giratoria y la empuja y entra en el café.
Él espera que ella lo localice sin hacer ningún gesto.
Como si disfrutara más mirándola sin ser visto.
Ella sonríe al encontrarlo y camina hacia la mesa.
Se ha recolocado el bolso al hombro, en un gesto nervioso. Separa la silla frente a él y se sienta tras ser invitada a hacerlo, tímida e incómoda.
Cuelga el bolso en el respaldo de la silla.
MIGUEL
Has atravesado el café como una gacela. Totalmente fuera de sitio entre toda esta vulgaridad.
ÁNGELA
Así que es verdad que escribe siempre aquí.
MIGUEL
No siempre. Siempre es una palabra peligrosa. ¿No te parece?
ÁNGELA
No sé...
MIGUEL
Las palabras que parece que obligan a algo son siempre mentira. A nadie le obliga una palabra. No te fíes de las palabras. Parecen una cadena, pero se rompen así.
Y MIGUEL hace el gesto de romper con suma facilidad unas esposas invisibles.
ÁNGELA
No me fiaré.
MIGUEL
Pídete algo, ya termino.
MIGUEL vuelve a teclear en la máquina, aislándose de nuevo.
Bebe un trago de café y luego un sorbo de whisky.
Ha encendido otro cigarrillo de su paquete de Ducados.
Cuando el CAMARERO se acerca, ÁNGELA le pide, casi en un susurro:
ÁNGELA
Una Coca-Cola.
ÁNGELA, nerviosa, repara en el folio escrito, sobre la mesa de mármol.
Lo toca levantando la plana llena de letras