Mogadiscio: Crónica de un embajador europeo en Somalia
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Nicolás Berlanga Martínez
Diplomático europeo desde 2002, ha sido embajador de la Unión Europea en Somalia hasta septiembre 2021, lo fue también con anterioridad en Togo. Trabajó de cooperante con las ONG Acción Contra el Hambre y Médicos sin Fronteras, y como observador de Naciones Unidas. Su carrera profesional comenzó como oficial del ejército de Tierra. En la actualidad está destinado en el departamento África del Servicio exterior europeo y reside en Bruselas. Pertenece a la Fundación Huerta de san Antonio a cargo del centro cultural en la antigua iglesia de San Lorenzo, en Úbeda (Jaén). Tiene seis hijos y dos nietos. Está convencido del destino común que une África y Europa, y de la irrelevancia de las fronteras para separar ciudadanos.
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Mogadiscio - Nicolás Berlanga Martínez
Índice
INTRODUCCIÓN, HAY ALGO QUE DE DEBO EXPLICAR
JUNIO DE 2019, VÉRTIGO
JULIO DE 2019, CONVERSACIÓN EN LA MEZQUITA
AGOSTO DE 2019, FADUMO
SEPTIEMBRE DE 2019, MIEDO
OCTUBRE DE 2019, UN AMOR IMPOSIBLE
NOVIEMBRE DE 2019, MARCE, EL AMIGO
DICIEMBRE DE 2019, OMAR
ENERO DE 2020, MEMORIA
FEBRERO DE 2020, EL VENENO EN LA PLUMA
MARZO DE 2020, LABERITNOS DE LA PRIMAVERA
ABRIL 2020, CUMPLEAÑOS
MAYO DE 2020, DESÁNIMO
JUNIO DE 2020, LA GUARDA DE LA ESPADA
JULIO DE 2020, MANUAL DE INDEPENDECIAS
SEPTIEMBRE DE 2020, RUMOR DE LÍMITES
OCTUBRE DE 2020, EXTRANJEROS, RECÍPROCOS, EXTRAÑOS
NOVIEMBRE DE 2020, EL GYPSY
DICIEMBRE DE 2020, LAS FUERZAS REUNIDAS DE EUROPA
ENERO DE 2021, HERENCIAS IMPOSIBLES
FEBRERO DE 2021, EL ESPESOR DE LAS PALABRAS
MARZO DE 2021, JAIME
ABRIL DE 2021, EL HEROÍSMO DE LA CREACIÓN
MAYO DE 2021, NO LES HUELEN LOS PIES
JUNIO DE 2021, RETIRADA
JULIO DE 2021, CUATRO PUNTO CINCO
AGOSTO DE 2021, Y FADUMO SE DESPIDE DE USTEDES
EPÍLOGO. NADIE ESCRIBE LA VERDAD SOBRE SU VIDA
NOTAS
NICOLÁS BERLANGA MARTÍNEZ (Úbeda, 1961)
Diplomático europeo desde 2002, ha sido embajador de la Unión Europea en Somalia hasta septiembre de 2021; lo fue también con anterioridad en Togo. Trabajó de cooperante con las ONG Acción Contra el Hambre y Médicos sin Fronteras, y como observador de Naciones Unidas. Su carrera profesional comenzó como oficial del Ejército de Tierra. En la actualidad está destinado en el Departamento África del Servicio Exterior europeo y reside en Bruselas. Pertenece a la Fundación Huerta de San Antonio, a cargo del centro cultural en la antigua iglesia de San Lorenzo, en Úbeda (Jaén). Tiene seis hijos y dos nietos. Está convencido del destino común que une África y Europa, y de la irrelevancia de las fronteras para separar ciudadanos.
Nicolás Berlanga Martínez
Mogadiscio
Crónica de un embajador europeo
en Somalia (2019-2021)
Esta edición se ha realizado con el apoyo de Casa África
y la Fundación Huerta de San Antonio.
Primera edición en este formato: MARZO de 2022
© Nicolás Berlanga Martínez, 2022
© De la ilustración de cubierta, Racimos de sueño,
Nujuum, 2022, @nujuumart
© Los libros de la Catarata, 2022
Fuencarral, 70
28004 Madrid
Tel. 91 532 20 77
www.catarata.org
MOGADISCIO.
CRÓNICA de un embajador europeo en Somalia (2019-2021)
isbne: 978-84-1352-474-0
ISBN: 978-84-1352-427-6
DEPÓSITO LEGAL: M-6.868-2022
thema: 1HFGS
impreso por artes gráficas coyve
Queda prohibida toda reproducción total o parcial de esta obra sin la autorización expresa y por escrito del autor.
A mis hijos, sobre todo a ellos.
A los jóvenes somalíes y a todos los que compartieron ese
tiempo conmigo.
Hay que darse al prójimo y entregarse a uno mismo.
Michel de Montaigne, Ensayos (1580)
Para ser poeta de ti / sería innecesario / imitar a los pintores de batallas… / Para ser poeta de ti bastaría / bajar a lo concreto / y observar lo cotidiano…
Salvador Compán, Corazón sin sueño (2020)
KENIA
Juba
YIBUTI
Kismayo
ETIOPÍA
Baidoa
YEMEN
Berbera
Hargeisa
Ogadén
Merca
Shabelle
Beledweyne
Mogadiscio
Shimbiris, 2.460 m
Golfo de Adén
Galcaio
Garowe
Bosaso
Océano Índico
0 100 200 300 400
km
Introducción
Hay algo que debo explicar
Yo no sé hacer nada tan bien como ser amigo.
Michel de Montaigne
Envidié de reojo durante muchos años a mis amigos escritores. Me costó Dios y ayuda aceptar que nunca alcanzaría carismas mejores en la escritura. Me había pasado con otras ambiciones de la vida, o sea, nada que no haya curado el paso del tiempo.
Sin embargo, uno de estos amigos admirados —siempre los amigos— me guio por la senda de estos apuntes y aventó los rescoldos de ambición nunca satisfecha: ya que no podía ser por el camino recto de la ficción, ¿por qué no intentarlo a través de la experiencia?
Acababa de ser nombrado embajador europeo en Somalia. Paseando por las calles empedradas de la zona monumental de Úbeda, mi ciudad natal, posiblemente con nocturnidad, las promesas fluyeron porosas. Aceptar la tarea de observar y relatar sobre mí mismo y mis peripecias no parecía una tarea ingrata, aunque las crónicas esporádicas constituyeran un testimonio tartamudo. Más bien se convertirían en retazos de cartas que suplantasen paseos o en charlas diferidas por la ausencia profesional. Al fin y al cabo, narrar las coyunturas de mi estancia en Mogadiscio con palabras propias y prestadas, deambular por la escritura a partir de asociaciones personales, utilizar los hechos como un mero instrumento para la reflexión y el razonamiento, podía ser también literatura. Escribirlo me ayudaría además a pensar con claridad sobre mi trabajo, a transcribir en papel incertidumbres y temores.
No solo afrontaba un nuevo destino profesional; aceptar el puesto en Somalia también significaba separarme de mis hijos pequeños y no acompañar el embarazo de mi hija mayor. Mi propia experiencia —o ciertas ilusiones caviladas como consuelo— me ha enseñado que existen diversas maneras de ser padre. La mía, sin haberlo buscado, desafía convenciones, combina el compromiso y la dedicación profesional con ausencias que pueden enfriar los ánimos cotidianos. Sin embargo, estoy convencido de que el entusiasmo por lo uno hace la riqueza del viaje, el valor de derribar fronteras entre personas concede valor al ejemplo vital, se convierten en enseñanzas de futuro para tus allegados.
Los ingredientes del nuevo destino se intuían sabrosos y de calidad para cocinarlos al fuego templado de los días: un país que produce escalofríos, no siempre justificados, y un oficio acicalado de curiosidad y de excesiva extravagancia. Todo adobado en el desconocido mundo de la diplomacia europea.
Lo que se inició más como un enredo de intercambios entre amigos por mensajes de teléfono, evolucionó pronto hacia una empresa más seria de ordenador y reescritura. A partir del primer año, cuando ya entreví que este proyecto literario podía sobrevivir, di vida a personajes nada secundarios y cercanos que me rodeaban en Somalia y que deseé se convirtieran en imprescindibles.
Desde el principio, me propuse que el trabajo de la acción exterior de Europa dejara algo de huella en el lector atento. No hay ánimo de propaganda, sino de compartir un trabajo que califico como razonablemente bien hecho. En el mundo contemporáneo de relaciones internacionales habitado por pragmáticos, interesados y nacionalistas que se hacen notar sin complejos, la Unión Europea ocupa —a veces con uñas romas y dientes de leche, pero eso es otro debate— un lugar indispensable: para los grandes desafíos que nos acechan, defiende sin desmayo soluciones que partan del diálogo, la negociación y el acuerdo entre el mayor número de actores, sean estos Estados, organismos internacionales o miembros de la sociedad civil. Es lo que se define como multilateralismo
.
Aparecen como contexto anécdotas y vivencias extraídas de mi deambular en Somalia que resultan parecidas a las que cualquier observador atento podría narrar de sus propias experiencias viajeras. Así es. Los que tenemos el privilegio de conocer otras culturas, al contar historias de esos lugares considerados exóticos
, nos afanamos en traspasar que esos otros
, en realidad, resultan muy parecidos a nosotros.
Inicialmente solo quería trasmitir imágenes o ideas en positivo, ¡ya se encargaban otros de aportar las miserias y los desastres! Sin embargo, la fuerza de los hechos se infiltró entre las rendijas de los días que se sucedían sin demora, en el agujero negro que produjo el virus, o en el cansancio cuando se acercaba el fin de mi estancia. Quede constancia al menos de mi confianza en las nuevas generaciones. Ellas son la verdadera alternativa, una oposición realista a las décadas de intereses individuales dirimidos por la fuerza de las armas.
Finalmente, ¿son estas notas propiamente un diario o una crónica de mi paso por Somalia? Siguiendo lo que leí de Elias Canetti, el Premio Nobel de Literatura de origen sefardí, cosmopolita y políglota, he optado por calificarlos de crónica o apuntes, ya que son espontáneos y contradictorios, contienen ideas que a veces brotan de una tensión insoportable, pero a menudo también de una gran ligereza
. Bien es verdad que con frecuencia estas notas representan charlas conmigo mismo, sin falsedades. Y así podrían traspasar la frontera inexistente de las palabras y adentrarse en el íntimo espacio del diario. En cualquier caso, una representación de la realidad. Aunque sea la mía.
Sabores, al fin y al cabo, favorables para disimular las carencias del escritor. Ya sabemos que la memoria es selectiva y que nos imaginamos siempre en el lado bueno de la historia. O sea, que, al final, estos apuntes se convirtieron simplemente en un escondite. Me temo, sin embargo, que, en estos días donde irse lejos ya no significa alejarse, todo este empeño haya sido en vano. Me conformaría con que, al menos, las lecturas de estos devaneos literarios logren arrancarles de vez en cuando algunas sonrisas, de connivencia o de sorpresa.
¡Que las disfruten!
Junio de 2019
Vértigo
No recuerdo que Somalia tuviera un olor determinado. Rememoras, intuyes, te preguntas. El avión empieza su descenso al aeropuerto de Mogadiscio. Vuelve esa angustia del primer aterrizaje, la tentación de pereza por empezar de nuevo: otro país, otros colegas, otra casa, otros interlocutores. A través de la ventanilla, predominan los colores azul y amarillo, océano y arena.
Aunque he volado desde Bruselas en primera clase, la noche ha sido larga con la interminable parada al amanecer en Yibuti. Entre los viajeros nadie me reconoce todavía, pero de forma instintiva mis gestos y mis actos se articulan a la defensiva, se sospechan sobre el escenario del ensayo general de la representación.
Atrás quedan dos meses de preparativos que se resumen en las tres maletas que reposan en la bodega, congeladas, y lo que viaja conmigo en la cabina, sobre todo papeles y libros. Aunque ocupen menos, sin duda pesan más esos retazos de países, experiencias, reflexiones, motivaciones personales, ambiciones honradas en las que se refleja mi vida como en una tienda de antigüedades. Veremos qué puedo colgar de ello en los muros blancos que me esperan en Somalia. En cualquier caso, parece tarde para tirar tabiques, para pretender soberbias o falsedades. Viviré con lo puesto.
Nada más tomar tierra, todavía rodando el avión por la pista de aterrizaje, la mayor parte de los pasajeros se levantan y preparan sus equipajes de mano. Las azafatas les dejan hacer, resignadas. Es un gaje del destino que yo estuviera aquí hace más de dos décadas como trabajador humanitario y que ahora vayan a recibirme como embajador. Nunca perdí el interés por este pueblo nómada en transición a sedentario. Siempre que pude, defendí que su idiosincrasia y desafíos obligaban a enviar a personas con una experiencia previa; mejor venir ya aprendido. Parece que alguien me escuchó y ahora me devuelve el consejo en forma de puesto de embajador. Representar a la Unión Europea me da ánimos y aumenta las ganas de comenzar. Utilizar esta posición para cambiar unos grados el rumbo del país hacia destinos más estables me ilusiona y toma tierra conmigo.
La calima que entra por la puerta abierta del avión diluye mi inquietud como el aire de un globo pinchado. Es, en estos momentos, cuando la soledad se convierte en compañía. Misteriosa paradoja: los recuerdos confortan y el presente entrega imágenes ya vividas.
Figura 1
Con el presidente Farmajo y el ministro de Asuntos Exteriores
Awad durante la presentación de las cartas credenciales
el 3 de junio de 2019
El retrato entre las banderas corresponde a Aden Adde, primer presidente de Somalia tras la independencia,
que da nombre al aeropuerto de Mogadiscio.
Fuente: Equipo de comunicación de la UE en Somalia.
Credenciales
Abandono la zona protegida alrededor del aeropuerto internacional para visitar al presidente por primera vez. Llueve sin ímpetu y un grupo de niños chapotea en los charcos. Me acuerdo de los amigos que me incitaron a escribir estas líneas. Pienso en mi nueva vida de lluvia en Mogadiscio entrelazada con aquella otra que reposa en la distancia.
La presentación de las cartas credenciales de un nuevo embajador marca con solemnidad un punto de partida, una raya en el calendario: a partir de ese momento no constituyes solo lo que eres sino también lo que representas. La máxima autoridad del país te autoriza formalmente a que realices tu trabajo y a que las instituciones locales te reconozcan como tal.
Durante la ceremonia me alcanzan sentimientos contrapuestos, emociones retenidas. Me sumerjo en cierta introspección para centrar las ideas, las palabras, los gestos… aunque la obligación de apertura que va con el cargo me fuerza a dar una primera impresión de facilidad en el trato. De nuevo lo que eres y lo que representas. Un hilo de impostura atrapa fugaz mi pensamiento, pero lo esquivo con rapidez. La curiosidad por ambas partes allana el ceremonial, pasa fugaz por el lenguaje solemne para entreabrir el diálogo que nos interesa, algunos de los asuntos que reclaman colaboración, ciertas urgencias que cada uno tenemos en la mente, aunque no pasemos más allá de la jamba de la puerta en este primer acercamiento.
Siento alivio y satisfacción al salir del palacio del presidente. Ha primado la cordialidad y he comprobado que podremos charlar sin intermediarios en el futuro. Sonrío al pensar que es un año menor que yo; esto se lo diré al marcharme, podría interpretarse como un gesto de arrogancia si lo hiciera antes. Intento retener los detalles de ropas, objetos, mobiliario que apenas he podido atisbar esta vez. Todo cuenta para desentrañar el interior de las vidas.
En el camino de vuelta distingo un torcido grupo de barracas de fortuna que trepan por la colina junto al control de entrada de la zona internacional. Ensambladas de forma apresurada con chapas metálicas de colores, imagino que acogen insomnios alterados más que plácidos reposos. Tras la euforia del recibimiento oficial, esta imagen a través de la ventanilla del coche blindado me pone de frente a lo importante: las aspiraciones, los pesares y las sonrisas de las personas que sobreviven tras los muros que no veo.
Una habitación en Mogadiscio
Al despertar, la lluvia fina de junio me descubre su presencia con delicadeza sobre los cristales de la ventana y sobre el tejado metálico de la habitación. Es mi primer viernes en Somalia, día de descanso en este país musulmán. Aprovecho para deshacer las tres maletas que me acompañaron en el vuelo. Los trajes, las camisas, las corbatas, los zapatos y, en definitiva, la ropa oficial, significa lo más preciado y lo que cuido con esmero. He podido darme cuenta de que lo otro, la vestimenta informal y propia, o el deambular más desacomplejado que separará el trabajo del ocio, va a ocupar un tiempo reducido durante los próximos meses. No voy a disfrutar de mucha inacción en este puesto. Además, me conozco y mi yo personal se ocultará con facilidad detrás de lo que represento, tras la mirada que me depositarán los otros, incluso mis colegas más cercanos.
El recinto donde vivimos no ofrece muchas posibilidades de aislarse. La mayoría de los lugares lo componen espacios comunes: los despachos, las salas de reunión, el restaurante, el gimnasio, la cafetería… De superficie cuadrada, con dos anillos de seguridad, se acuesta sobre una colina frente a la pista del aeropuerto y la ciudad de Mogadiscio. A sus espaldas, el océano cercano se huele y presiente más que se ve. El desnivel y la altura de planta baja de todas las edificaciones favorecen que desde fuera parezcan mimetizadas con el terreno amarillento y seco. Son estructuras rectangulares distribuidas de manera simétrica, austeras, que ofrecen quietud, que exudan a la vez lo figurativo y lo abstracto como un cuadro de Hopper. Me alegrará observar la evolución de las plantas entre los contenedores. El color verde intenso de los laureles y los geranios muestra la vitalidad del riego frecuente y el calor ambiental. Salvo las palmeras, el resto parecen plantas importadas, como el resto de seres vivos que deambulamos entre ellas.
Lo personal queda limitado a las habitaciones con apenas un salón, un cuarto de baño y un dormitorio, dentro de un contenedor con aspecto de motel de carretera. Los detalles de la decoración se podrían calificar de funcionales en cualquier guía de viajes. Proponen, quizás, los modales que se esperan de los residentes. Ya veré cómo despliego los pequeños objetos personales que viajaron conmigo. Me desagrada la falsedad de las flores de plástico, las papeleras con tapas basculantes o el jabón de manos en recipientes de medio litro. De momento, me he dado cuenta de que si coloco el sofá frente a la puerta de la habitación podré ver romperse los cielos del atardecer. Supongo que, al final del día, me ayudará a ser indulgente y digerir con algo de regocijo el paso del tiempo.
Enredadera
La diplomacia desde siempre ha tenido un componente de conspiración, revestido de ceremonial y protocolo. Las nuevas circunstancias obligan a remangarse, y el fango de tejer complicidades ocupa ahora la mayor parte de nuestro tiempo. Eso sí, a ser posible con corbata y chaqueta.
Esto viene a cuento porque creo tener las virtudes necesarias para ser un buen diplomático moderno: una experiencia forjada a fuerza de los años en destinos y países diversos, las ganas de tender puentes entre las personas, y, claro, el conocimiento del fútbol patrio y otras banalidades de las que siempre se puede echar mano para romper silencios afilados.
Básicamente, en el transcurso de los años, me he convertido en un liante
cualificado.
En definitiva, las condiciones parecen ser las adecuadas para que Somalia resulte una etapa fructífera.
Por cierto, hace unos días murió un reputado poeta somalí. En Twitter escribí aquello tan manido de con una muerte así, se pierde una biblioteca
. La verdad es que esta cultura sigue siendo esencialmente oral, llena de bardos, juglares, aprendices de oradores, narradores aficionados, poetas sin medida, aspirantes a candidatos, glotones de redes sociales… Es decir, liantes.
Me siento como en casa.
Julio de 2019
Conversación en la mezquita
La mayoría de politólogos afirman que Somalia se jodió
a principios de los noventa del siglo pasado. En la historia de este país, que pasó de la euforia de la independencia en los sesenta al batacazo de la Guerra Fría solo unos años después, esta afirmación admite matices. Las fronteras se delimitaron de manera inverosímil por parte de las potencias occidentales a finales del siglo XIX y, ante la perspectiva de liberarse del control colonial, fueron aceptadas entonces a regañadientes. Ya emancipados, la codicia emergente y militarista de ciertas élites locales, teledirigidas desde el exterior, ya fuera por Washington o Moscú, hizo añicos los ideales fundacionales. Y todo ello combinado con el hecho de que la fuerza de la sociedad somalí proviene de una cultura ancestral, con un peso específico dentro del mundo islámico, y traducida a su modo de vida nómada.
La caída del dictador Siad Barre y una hambruna devastadora destruyó las costuras sociales a principios de los años noventa. A partir de ese momento emergieron con fuerza los señores de la guerra y el refugio protector de los clanes. Fue cuando empezó el sufrimiento y el sálvese quien pueda. Los campos de refugiados en los países vecinos de Kenia y Etiopía se poblaron de cientos