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Muerte de utopía. Historia, antihistoria e insularidad en la novela latinoamericana
Muerte de utopía. Historia, antihistoria e insularidad en la novela latinoamericana
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Libro electrónico394 páginas5 horas

Muerte de utopía. Historia, antihistoria e insularidad en la novela latinoamericana

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La insularidad de lo humano es un imposible desde casi cualquier perspectiva ideológica en el campo de las humanidades. El aislamiento, la transformación en isla, cuando aparece en los campos de la historia y de la representación de la historia -por ejemplo, en la novela- implica consecuencias en el tiempo y el espacio, así como en la forma de ambos. En esta perspectiva, la autora sustenta que la novela histórica latinoamericana de las últimas décadas está definida por su mirada antihistórica de la región. Los autores analizados por Carolyn Wolfenzon (Antonio di Benedetto, Reinaldo Arenas, Carmen Boullosa, Enrique Rosas Paravicino y Abel Posse) se valen del espacio imaginado de la isla, el lugar antihistórico por excelencia, para situar allí sus ficciones. Sin embargo, dan un giro brusco y más que escéptico sobre el otro elemento clave del topos isleño, tanto en la novela moderna como en la premoderna: descreen de la utopía y, con frecuencia, ironizan sobre la idea misma del progreso.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 may 2016
ISBN9789972515682
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    Muerte de utopía. Historia, antihistoria e insularidad en la novela latinoamericana - Carolyn Wolfenzon

    1

    De espaldas a la historia:

    Zama de Antonio di Benedetto

    Dedicada a las «víctimas de la espera», Zama (1956), de Antonio di Benedetto, es la historia de una desesperanza. Don Diego de Zama, su protagonista, es un criollo al servicio de la Corona en un remoto pueblo del virreinato del Río de la Plata. Divida en tres partes tituladas con una referencia cronólogica y temporal porque solo se identifican tres fechas (1790, 1794, 1799), la novela nos cuenta cómo el funcionario colonial fantasea con salir de la reclusión que para él constituye el lugar en el que se halla estacionado. El protagonista intenta liberarse de un exilio y se propone llegar, primero, a España, la metrópoli ideal; luego, a alguna capital administrativa como Chile, donde residen su esposa Marta y sus hijas; y, finalmente, al Perú. Sin embargo, lo único que consigue este agónico anhelo, que alcanza una dimensión delirante, es alejarlo más, hacia la periferia, y llevarlo a morir abandonado en el desierto.

    Zama (1956) es la única novela del escritor mendocino que puede calificarse de histórica, si bien la crítica ha discutido su pertenencia a este género. Mi propuesta consiste en interpretar la novela como una ficción sostenida en dos ejes temporales, lo que la convierte en una obra que profundiza en la noción de experiencia histórica. Así, pues, Zama recrea el Paraguay colonial de fines del siglo XVIII y, a la vez, alude de manera indirecta al periodo peronista que constituye la historia argentina desde 1946 hasta 1955 (época que coincide con la escritura de la novela).[1] El texto se plantea la relación sujeto/polis, para lo cual traza una línea de continuidad entre el pasado colonial paraguayo y el presente de la escritura: la novela reflexiona sobre cómo, en la Colonia, el ser americano estuvo definido por su condición periférica en relación con un centro ausente, constitudo por España. Esta relación problemática entre centro y periferia —reconocible con mayor claridad si se analiza Zama como libro inicial de una trilogía conformada también por El silenciero (1964) y Los suicidas (1969)— se redefine en el presente argentino en torno a un centro omnipresente, dado por la figura autoritaria de Perón, un personaje de poderosa presencia y que, incluso desde el exilio, fue por décadas una figura de peso en la historia política argentina. En cualquiera de estos dos momentos históricos, Di Benedetto parece apuntar a que la condición colonial y la latinoamericana son una y la misma: ocupar la periferia en relación con los grandes centros de poder. El Paraguay colonial, como la Argentina peronista, es un lugar marginal, donde se padece la historia. La metáfora de la isla caracterizó al Paraguay colonial y, en la novela, se convierte en emblema de la condición periférica de América Latina.

    En una extensa entrevista con Günter Lorenz, Di Benedetto explicó de esta manera por qué eligió al Paraguay como escenario de su novela:

    Mi libro que mejor considero, Zama, contiene variadas esencias: el misterio y la aventura, el amor y la continencia, la angustia, la muerte y la espera. Son temas universales. No obstante, para ilustrarlos en una obra ambiciosa como la que me proponía, yo no tenía opción: solo americanos tenían que ser los personajes y el escenario. Y no cualquier punto de América, sino de un sitio de condiciones acentuadamente expresivas y significativas, que resultó ser el Paraguay, país que en el libro no está mencionado ni una sola vez. (Lorenz 1972: 124)

    La condición insular de Paraguay permite definir la cuestión colonial y la agencia del sujeto en la relación con la metrópoli. En este caso, se trata de una relación de distancia geográfica que pasa a significar distanciamiento del orden, el poder y el sentido.

    Julio Cortázar y Jorge Luis Borges, en las cartas que escribieron a Di Benedetto y que antecedieron al texto en la edición española de Caballo en el salitral (1981), consideraron que Zama (1956) era una obra maestra (Benedetto 1981: 9-11). A pesar de ello, la novela no recibió la atención de la crítica hasta que Juan José Saer señaló, en un laudatorio «Prólogo» a El silenciero (1964), que Di Benedetto no solo era una de las figuras literarias más importantes de la literatura argentina sino, también, una de sus voces más originales. Para Saer, «la prosa que los distribuye [a los personajes de Di Benedetto] en la página no tiene ni precursores ni epígonos» (2000: 12).[2]

    Debido a la ubicación de su escenario y la singular relación de los personajes en relación con el tiempo, la polémica central en torno de esta novela ha consistido en dilucidar si se trata o no de una novela histórica. Este debate está alentado precisamente por la extrañeza del ambiente y de la historia descritos que rompen con el molde tradicional del género. Noemí Ulla (1972), Carmen Espejo Cala (1991), Juan José Saer (2004) y Jimena Néspolo (2004), por solo citar algunos ejemplos, sostuvieron que, si bien tomaba elementos del género de la novela histórica, Zama (1956) era una versión peculiar en clave paródica. En particular, Saer sostuvo que la novela era en realidad «la refutación deliberada de ese género», puesto que «[n]o se reconstruye ningún pasado sino simplemente se reconstruye una visión del pasado, cierta imagen o ideal del pasado que es propia del observador y que no corresponde a ningún hecho histórico preciso» (2004: 44), y que posee, en cambio, un sentido de parodia. Espejo Cala afirmó rotundamente que «Zama no es una novela histórica como tampoco es un relato mítico, una reflexión existencial, ni una aventura picaresca. Estos no son más que diversos códigos de referencia que Di Benedetto emplea profunda pero secundariamente para construir un discurso autárquico» (1991: 232). El crítico sostiene, como Saer (2004), que la obra «es una parodia de novela histórica» (Espejo Cala 1991: 236).

    Malva Filer (1982), en uno de los pocos libros que se dedicó íntegramente a esta novela, consideró, por el contrario, que Zama (1956) era una novela histórica porque, si bien no lo menciona explícitamente, reconstruye aspectos del Paraguay colonial como sus calles, su puerto, su gobernación, la relación entre los letrados y el virrey, y la vida de la élite española, a través de un lenguaje dieciochesco y sobre la base de las crónicas coloniales que escribió el español Félix de Azara en 1790, durante su estadía por nueve años en aquella región. La autora encontró una relación entre historia y reconstrucción realista de un momento específico (en este caso, el Paraguay de 1790), aunque subrayó ciertos «anacronismos y descuidos en la escritura» (Filer 1982: 41), y llegó a la conclusión de que Zama era una novela histórica porque el trasfondo —a pesar de cierta inexactitud topográfica—son dichas crónicas.[3] El «diálogo de los textos» al que alude Filer (1982) en el título de su estudio sería esta reescritura encubierta que lleva a cabo Di Benedetto sobre la base de los textos de Azara.

    Sobre la base del estudio de Filer (1982), Jimena Néspolo (2004) llegó a la conclusión de que, si bien es problemático considerar Zama (1956) dentro de la categoría de novela histórica, no cabe duda de que son los dos textos coloniales de Félix de Azara (a los que ella denomina «los pre-textos de Zama») el soporte factual de la novela: Descripción e historia del Paraguay y del río de la Plata (1943 [1847]) y Geografía física y esférica del Paraguay (1804), escritos para el cabildo de la Asunción durante los veinte años en que el cronista vivió allí (1781-1801) con el propósito de construir mapas de la zona e indagar sobre la flora, la fauna y las costumbres del lugar. De acuerdo con el minucioso estudio de Filer (que intenta encontrar pistas y referencias de otros textos de la época allí donde la novela se empecina en omitirlos), Zama es histórica también por una segunda razón: la narración no solo sería una reescritura de las crónicas ya mencionadas, sino de la biografía de Miguel Gregorio de Zamalloa. Efraín Bischoff narró la vida de este personaje en su libro Doctor Miguel Gregorio de Zamalloa, primer rector revolucionario de la Universidad de Córdoba (1952). Miguel Gregorio de Zamalloa nació en Argentina en 1753 y, en efecto, algunos pasajes de su biografía parecen haber inspirado la de Zama; más aún, la época en que vivió es el periodo en el que transcurre la novela.[4]

    Noemí Ulla (1972) sostuvo, por su parte, que Zama (1956) era una novela bastante atípica, porque si bien reconstruye lingüísticamente el español del siglo XVIII con precisión, no ostenta una similar acuciosidad en la reconstrucción histórica del Paraguay colonial. El lenguaje en Zama (1956) es, según Ulla, «un salto en el tiempo, en la búsqueda de un lenguaje perdido, al que debe ajustar una doble simultaneidad» (1972: 251). Ulla llega a afirmar que «Di Benedetto debió internarse en las fuentes y asumir con fidelidad la época virreinal en que se sitúa Zama» (1972: 252).

    Dentro del abordaje problemático y contradictorio que experimentó esta novela, resulta muy llamativa la opinión de un erudito como David Foster (1975), quien sostuvo, en un libro dedicado a la obra de Arlt, Mallea, Sábato y Cortázar, que no valía la pena estudiarla. Afirmó, en esta línea, que este relato carecía de atractivo por ser una especie de réplica de la novela existencialista europea, específicamente una reproducción de El extranjero, de Albert Camus. Consideró, además, que Zama era casi un «libro de texto» sobre la novela existencialista y, por tanto, no merecía mayor atención (1942: 138). La filiación existencialista de Zama (1956) fue observada también por Carmen Espejo Cala (1993), aunque con juicio muy diferente. Ella señaló la pasión de los escritores rioplatenses de la llamada generación de 1955 por el existencialismo francés y reconoció su influencia en el autor argentino. Según explica ella, los narradores de la llamada Generación del 55, a la cual perteneció Di Benedetto (la mayor parte de estos autores nacidos entre 1920 y 1930), se adscribieron a una moral de la acción que implicaba no solo una nueva actitud literaria sino también pública. A través de revistas como Verbum, Centro, Las Ciento y Una, Gaceta Literaria y, especialmente, Contorno, los escritores de la generación de Di Benedetto buscaron modernizar el panorama artístico y político del país, en abierta oposición al autoritarismo peronista.

    En efecto, los escritores de la Generación del 55 reconocieron la influencia del existencialismo ateo francés y de la novela norteamericana de la Generación Perdida en su crítica al sistema represivo peronista; asimismo, rescataron del olvido a escritores como Roberto Arlt. Entre sus miembros más representativos cabe destacar, junto con Di Benedetto, a Rodolfo Walsh, David Viñas y Héctor Álvarez Murena, líderes de la denominada «Generación Parricida», un pequeño grupo que atacó con fuerza a los autores que años atrás habían colaborado con la Revolución peronista.

    Como puede observarse, el estado de la crítica en torno de la novela se muestra confuso y problemático. Prevalece la falta de consenso no solo sobre su sentido y su valor literario, sino también sobre su naturaleza en tanto novela histórica, lo que puede ser explicado por las definiciones conflictivas del género a las que han recurrido los críticos. Este tipo de acercamientos —especialmente los que sostienen Néspolo (2004), Ulla (1972) y Filer (1982)— concibe la novela histórica como un intento fidedigno de reconfiguración del pasado; entiende, por historia, una reconstrucción arqueológica y, por realismo, el realismo decimonónico.

    Tal aproximación soslaya el rasgo distintivo de la novela histórica ya observado por Lúkacs. Zama (1956) puede ser considerada una novela histórica no tanto por la reconstrucción de un ambiente histórico sino por el hecho de que pone en escena la relación del sujeto con el tiempo de la polis en unas ciertas coyunturas sociales reconocibles, aun si el texto no las explicita. El marco de su aventura no es doméstico sino político. En el sentido más cabal y literal de la palabra, la novela discute y representa, mediante una visión delirante antes que realista, una relación problemática entre el funcionario colonial y la metrópoli, entre quien debe hacer cumplir las leyes y el lugar en que estas se originan. Estas normas dominan, a pesar de su distancia, las decisiones personales y privadas que don Diego de Zama ha de tomar, tales como reunirse con su esposa e hijas, mudarse a un lugar menos alejado, esperar un sueldo, comprar una casa e, incluso, volverse adúltero. Todo ello, en realidad, no está en su poder, sino que se decide y se norma desde un lugar que se vuelve cada vez más lejano e inalcanzable. La novela muestra que la condición colonial se define por esa forma de vinculación problemática a un centro distante, cuyas leyes determinan la existencia de los individuos.[5]

    Zama (1956) es histórica aunque no narre acontecimientos históricos conspicuos y no tenga un carácter epopéyico. De hecho, el lector puede tener la sensación de que el protagonista, don Diego de Zama, no hace nada, de que todas las acciones le acaecen y son nimias e insignificantes. La sensación que deja la lectura es la de una eterna y larga espera, en la que el ambiente y el lenguaje lacónico, parco y denso, transmiten una cadencia que parece llevar, en sí misma, la desesperación que el protagonista atraviesa. Precisamente esta característica central de Zama (la ausencia de grandes hechos epopéyicos) es uno de los elementos que marcan el carácter original de la obra. Como sostuvo Mijaíl Bajtin, refiriéndose principalmente a la novela romántica decimonónica, la novela histórica suele estar asociada con grandes hechos políticos, principalmente con la guerra:

    For a long time the central and almost sole theme of purely historical narrative was the theme of the war. This fundamentally historical theme— which has other motifs attached to it, such as conquest, political crimes and the deposing of pretenders, dynastic revolutions, the fall of kingdoms, the founding of new kingdoms and courts, executions and so forth— is interwoven with personal-life narratives of historical figures (with the central motif of love), but the two themes do not fuse. The major task of the modern historical novel has been to overcome this duality: attempts have been made to find an historical aspect of private life, and also to represent history in its «domestic light». (1981: 217)

    ¿Por qué la guerra es el elemento recurrente en casi todas las novelas históricas del XIX (indudablemente, Bajtín [1981] se refiere a novelas como las de Walter Scott, escritas por hombres, y olvida que las mujeres no necesariamente escribieron novelas históricas basadas en episodios bélicos)? Peter Elmore (1997), llevando la pregunta a territorio latinoamericano, sostuvo que la guerra era la manifestación externa de un período de crisis. En América Latina, estas coyunturas están marcadas por puntos muy precisos en la historia: el comienzo de la experiencia colonial en los siglos XV y XVI, y la fundación de Estados autónomos en el siglo XIX, los grandes momentos de fisura que marcan a las sociedades latinoamericanas (hechos violentos que definen encrucijadas para el destino de las naciones). Elmore explicó que la conciencia histórica moderna se rige por estos períodos de crisis y no por los de continuidad, de manera que «si la crisis se convierte en el criterio decisivo para elucidar la Historia, la agonía —en su sentido etimológico de lucha, de conflicto sin cuartel— aparecerá como la expresión más elevada de experiencia social» (1997: 27).

    En Zama (1956), la ausencia de violencia bélica es tan marcada que se convierte en una presencia. En efecto, los finales del siglo XVIII marcaron el comienzo del fin del Imperio español en América, y Diego de Zama se encuentra al margen de este proceso y sueña aún con la pequeña gloria que le puede deparar su papel de funcionario de un imperio que está colapsando. Zama narra entonces una crisis política desde una experiencia privada señalada por la ausencia y la

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