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Reflexiones Acerca de la Fe
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Libro electrónico250 páginas3 horas

Reflexiones Acerca de la Fe

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La fe es la certeza de lo que se espera, la conviccion de lo que no se ve. Creencia y esperanza personal en la existencia de un ser superior. Hay miles de dioses, pero, independientemente del dios que tu creas: la fe espiritual que proviene de Dios. Es la seguridad o esperanza de una persona, deidad, doctrina o ensenanza de una religion y como tal se manifiesta por encima de la de poseer evidencias que demuestra la fe. Yo en lo personal, mi fe esta en un Dios todopoderoso, en Cristo Jesus.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 feb 2023
ISBN9781662495427
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    Reflexiones Acerca de la Fe - Ranulfo Sanjuan Reyes

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    Reflexiones Acerca de la Fe

    Ranulfo Sanjuan Reyes

    Derechos de autor © 2022 Ranulfo Sanjuan Reyes

    Todos los derechos reservados

    Primera Edición

    PAGE PUBLISHING

    Conneaut Lake, PA

    Primera publicación original de Page Publishing 2022

    ISBN 978-1-6624-9541-0 (Versión Impresa)

    ISBN 978-1-6624-9542-7 (Versión Electrónica)

    Libro impreso en Los Estados Unidos de América

    Table of Contents

    Agradecimiento

    Prólogo

    Volviendo al Creador por el camino de la fe

    En Dios estamos seguros por su omnipotencia

    El amor de Dios

    La carrera de la vida

    El desierto

    El valor y el miedo

    Las dos personalidades que hay en nosotros

    El poder, la fama y las posesiones

    Cuando Dios parece distante

    El contentamiento en tiempos difíciles

    ¿Qué es el evangelio?

    ¿Qué es un evangelista?

    La autoridad de Jesús

    Extendiendo las manos en oración y sanidad

    Las dos perspectivas: cristiana y mundana

    Dos clases de cristianos

    Una vida con propósito

    Hombres de fe

    La oración de fe nos acerca a Dios

    La oración que acepta Dios

    Creciendo en la fe en Dios

    La bendición de ser cristiano y la desventura de no serlo

    Sobre el Autor

    Agradecimiento

    Agradezco primeramente al Ser por excelencia, a mi Dios, por su misericordia y su gracia que me inspiraron y me dieron fuerza y recursos para producir esta obra. Le doy gracias también por ponerme en diferentes circunstancias y medios que me han capacitado para escribir estas reflexiones, que espero sean de utilidad a otros para que Dios se manifieste en sus vidas.

    Agradezco también a una niña, Alison N. F. Contreras, por su dedicación al ayudarme a ser posible esta escritura. Y agradezco, además, al obispo Héctor Ferrufino por confiar en mi modesto trabajo literario.

    Agradezco también al maestro del Instituto Bíblico del Sur de California, licenciado Jacobo Mendoza Núñez, por dedicar tanto tiempo a hacer la corrección de estilo de esta obra.

    Muchas gracias también al hermano Osvel Reyna, por su gran labor en el formato y diseño del presente libro.

    También agradezco a todos aquellos que de alguna forma me motivaron para seguir adelante con este modesto proyecto literario.

    Que Dios bendiga grandemente a todas las valiosas personas entes antes mencionadas.

    Prólogo

    Es un gran privilegio para mí escribir sobre los temas que se abordan en este libro, acerca de Dios, su creación, su poder y del evangelio de Cristo. Estoy admirado por la bondad de Dios que me salvó y ahora me da la oportunidad de escribir y hablar del poder de nuestro señor Jesucristo. No cabe duda que es un gran privilegio y un honor. Todos los cristianos deberíamos buscar la sabiduría de Dios para dar testimonio de su bondad; no quedarnos solo en el saber del mundo, sino buscar la sabiduría de Dios. Porque el saber del mundo lo adquiere el hombre por medos humanos, pero la sabiduría viene de Dios. Yo sé que esto no es fácil, porque si eso fuera, todo mundo lo haría; pero con el poder de Dios todo es posible, porque no hay cosas imposibles para Dios.

    Todos los cristianos debemos interesarnos por dar a conocer más de Dios y su Palabra. Y para ello, hay que tener un conocimiento amplio de las Sagradas Escrituras. Asimismo, preocuparnos por conocer más de Dios y su voluntad. Buscarle con todo el corazón para no solo conocer de Él, sino tener una experiencia viva y espiritual con Dios, tal como lo hicieron los héroes de la fe y los patriarcas. Como Moisés, cuando se cruzó el mar Rojo; como Josué, cuando conquistó la tierra prometida; como el ejército de Israel, cuando se enfrentó al primer combate contra los amalecitas, que ganó mientras Moisés levantaba sus manos. Las manos de Moisés no estaban ociosas, como la mayoría de las manos de los cristianos de esta generación.

    Recordemos que cuando hay espíritus tibios, la presencia del Espíritu Santo no se manifiesta. Tenemos que recuperar la comunión con Dios que perdieron Adán y Eva en el Edén. Recordemos que antes de la caída Adán y Eva tenían cualidades morales y espirituales especiales que se transformaron en vacíos tremendos después de la caída. En efecto, antes de la caída tenían el sentido de pertenencia a Dios y su prójimo. También podían adorarle y comunicarse libremente con el Creador. Sin embargo, después de la caída comenzaron a luchar con la culpa y con el sentimiento de rechazo. Desde entonces, el pecado los separó de Dios e introdujo una ruptura en las relaciones humanas y de pareja, porque comenzaron a acusarse mutuamente.

    Desde entonces el hombre tiene dificultad para buscar el rostro de Dios. La inocencia que les era natural al principio, fue reemplazada por la culpa y la vergüenza y principió una crisis de identidad y carencia de significado. La pérdida de sus vidas espirituales los dejó débiles e indefensos. Separados de Dios no tenían otra elección, que buscar su identidad en el orden natural de este mundo caído. Aun cuando el plan de Dios para su redención estaba desplegándose desde el mismo momento de la caída, ellos tenían que encontrar su propio camino en la vida sin una relación íntima con Dios. Esta crisis de sentidos de Adán y Eva es la misma crisis de sentido del mundo moderno, porque el pecado original afectó a toda la posteridad de ellos, como dice Génesis 3, 16–19.

    1

    Volviendo al Creador por el camino de la fe

    Comencemos por cimentar nuestra fe en la convicción de que somos criaturas que procedemos de la mano de Dios, como dicen los primeros tres capítulos del libro de Génesis. Estos tres capítulos establecen la base fundamental de la fe de todo cristiano, porque es el nexo que une a las criaturas con su Creador. Lamentablemente, esta es una realidad que está siendo ignorada sistemáticamente por las mismas instituciones que deberían estarla defendiendo. En efecto, cada vez más instituciones de educación teológica están titubeando en la defensa de la doctrina de la creación. No hace mucho leí una encuesta que reveló que, en una de las principales instituciones educativas de los Estados Unidos que se jactaba de tener entre sus afiliados decenas de colegios y universidades cristiana, solo cinco o seis escuelas de nivel superior se mantenían firmes en la defensa de la doctrina de la creación tal como la describe el libro del Génesis. El resto se declaró abierto a una reinterpretación evolucionista de la creación. A lo que se agrega que muchos maestros de Biblia y teología argumentan que un enfoque literal de Génesis es perjudicial para la credibilidad de cristianismo.

    Asimismo, organizaciones como la Sociedad de Investigación de la Creación y el Instituto para la Investigación de la creación, están renunciando a la defensa de la doctrina creacionista. Estas organizaciones y otras, como ellas, involucran científicos para tratar de demostrar que la Biblia y el conocimiento científico son dos fuentes de igual valor que nos ayudan a entender la naturaleza, pero como cristianos sabemos que la Biblia es la verdad revelada por Dios, quien es el verdadero Creador del universo; mientras que la ciencia son hipótesis humanas solamente. Por la que la Biblia es totalmente incomparable con los presupuestos especulativos de los naturalistas. Si el relato bíblico de la creación no fuera fiable, el resto de las Escrituras sería igualmente inseguro. Pero sabemos que la palabra de Dios es infalible.

    Si bien, estoy de acuerdo con los que dicen que es hora de que el pueblo de Dios se acerque con una nueva mirada del relato bíblico de la creación, no estoy de acuerdo con aquellos que piensan que eso deja la puerta abierta para cualquier grado de capitulación a las teorías naturalistas. Lo que en realidad necesita esta generación es una mirada honesta a la Escritura, con sólidos principios de hermenéutica bíblica, para dar lugar a una correcta comprensión del relato de la creación, así como del drama de sus consecuencias para la raza humana. Después de todo, no hay ninguna razón para que una mente inteligente se resista a aceptar como un relato literal el origen bíblico de nuestro universo. Aunque los relatos bíblicos se enfrentan en muchos puntos con hipótesis naturalistas y evolucionistas, esto se debe más a malos entendidos de quienes defiende las posturas contrarias, que a los hechos demostrados científicamente. Un ejemplo de ello son los datos geológicos, astronómicos y científicos modernos que pueden ser fácilmente conciliados con el relato bíblico. El conflicto no está, pues, entre la ciencia y la Escritura, sino entre la fe segura del biblista y el escepticismo obstinado del naturalista.

    Por otro lado, y en lo que concierne a la teoría de la evolución, es evidente que siempre ha estado en conflicto con la Escritura, y seguramente que siempre lo estará. Pero la idea de que el universo ha evolucionado a través de una serie de procesos naturales sigue siendo solamente una hipótesis que no va más allá de ello. No hay prueba alguna de que el universo evolucionó de forma natural. La evolución es una mera teoría cuestionable, que cambia constantemente. En última instancia, la creencia de la evolución necesita de la fe igualmente que la doctrina creacionista, porque se está creyendo algo que no es un hecho comprobado en la realidad. ¡Cuánto mejor es basar nuestra fe en el sólido fundamento de la Palabra de Dios! No hay fundamento del conocimiento igual o superior a la Escritura.

    A diferencia de la teoría científica de la evolución, la palabra de Dios es eternamente inmutable. En la Biblia, a diferencia de las opiniones de los hombres, la verdad es revelada por el mismo Creador. No está, como muchos suponen, en desacuerdo con la verdadera ciencia. La verdadera ciencia siempre ha confirmado la enseñanza de la Escritura. En efecto, la arqueología, por ejemplo, ha demostrado la veracidad del relato bíblico del tiempo una y otra vez (Me refiero al caso del tiempo retenido por Josué e Isaías, Josué 10, 12; 2 Reyes 20, 9). Dondequiera que el registro de la historia de la Escritura sea examinado por evidencia arqueológica o evidencia documental independiente confiable, el registro bíblico siempre ha sido verificado. Consecuentemente, no hay ninguna razón válida para dudar o desconfiar del registro bíblico de la creación; y ciertamente no hay necesidad de ajustar el relato bíblico para tratar de que se ajuste a las últimas tendencias de la teoría evolutiva.

    Una vez más, una comprensión bíblica de la creación y la caída de la humanidad establece las bases necesarias para la cosmovisión cristiana. Si se vacila sobre la verdad de este pasaje, estamos socavando las bases mismas de nuestra fe, porque en ella está contenida no solo la verdad sobre la creación y la caída, sino también la verdad sobre la comprensión de nosotros mismos y de nuestra redención. En efecto, sin una correcta comprensión de nuestro origen, no tenemos manera de entender nada de nuestra existencia espiritual; de esa dimensión espiritual de la vida que nos conecta con Dios a través de la fe. Por eso hay personas que se pasan la vida experimentando todo tipo de placeres, y aún hay cristianos que se la pasan experimentando de iglesia en iglesia, con un tremendo vacío. Esto pasa porque no han aceptado al Dios creador, y al no aceptarlo como creador, pierden también al Dios redentor.

    Ahora bien, ¿cómo podemos estar seguros de la doctrina creacionista de la Biblia? A quienes se hacen esta pregunta de incredulidad, mi respuesta es que es ciertamente superior a la idea irracional de que un universo ordenado e incomprensiblemente complejo surgió por accidente. No es descabellada, pues, la idea que nos ofrece de que todo empezó por la acción creadora de Dios. Ahora bien, por lo que toca a los modos y los tiempos de la obra de Dios, Jesús dijo que no concierne a nosotros saber los tiempos ni las épocas que el Padre ha fijado con su propia autoridad (Hechos 1, 7).

    En este mismo tenor es necesario agregar que, para entender las demás escrituras bíblicas, primeramente, debemos entender desde el primer libro de la Biblia, desde el principio de la creación. El mismo Génesis nos enseña cómo tener fe genuina. El ejemplo es la fe de Abrahán. La mayoría de las personas tienen fe en Dios, pero no todas han logrado tener éxito en su fe, simplemente por no tener esta una base o apoyo sustentable. Cuando la fe está fundamentada en la base sólida de la palabra de Dios, tiene fundamento, y es justamente esa fe la que podemos llamar cualitativa, porque se proyecta en una vida exitosa. La falta de calidad en la fe es precisamente la razón por la que, aun teniendo fe en Dios, muchas personas aun siendo religiosos no obtienen buenos resultados prácticos. La vida depende de la fe, de manera que, si la fe no tiene fundamento bíblico sólido, la vida será también sin fundamento.

    La Biblia nos muestra como ejemplo de fe exitosa la fe de Abraham. Dice en Isaías 51, 2 que debemos seguir el ejemplo de este gran patriarca, lo cual significa que debemos imitarlo en la creencia y en la obediencia. Fue a través de su coraje y audacia que él materializó la fe cuando oyó la voz de Dios por primera vez, pidiéndole que saliera de su tierra idólatra y empezara su peregrinaje a un nuevo destino. En los días de Abraham los hombres de Ur adoraban al dios luna; testigo de esas prácticas está hasta hoy la torre escalonada de Ur que domina las otras ruinas, en cuya terraza superior se encontraba el templo del dios luna. Este edificio, llamado Zigurat, no es otra cosa que una imitación de la inacabada torre de la cercana ciudad de Babel.

    Como se puede advertir, Abraham tenía sus raíces en la religión de Babilonia, donde se adoraba a la luna y las fuerzas cósmicas (Josué 24, 2–14), y de ahí salió por orden del Dios único, y con él nace el monoteísmo. Otra muestra de la fe de Abraham la encontramos en su disposición a sacrificar al hijo de la promesa, Isaac, cuando Dios lo probó al pedirle que lo ofreciera ese sacrificio. Además de tener fe y coraje, a Abraham lo caracterizaba también la paciencia, pues pudo esperar el cumplimiento de las promesas de Dios.

    Abraham nació 400 años después del diluvio y tuvo el privilegio de ser el primero en recibir la promesa de Dios con juramento. A través de él todos los que creemos somos herederos de las promesas hechas a Abraham, pues como dice Pablo: no son hijos de Abraham los que lo son en la carne, sino los que son de la fe de Abraham. De ahí que, no es mediante la ley que los descendientes de Abraham heredarán sus bendiciones, sino mediante la fe en Dios que caracterizó a Abraham. Por la naturaleza de su fe, Abraham se convirtió en amigo de Dios y heredero de todas sus promesas. Dios lo premió con esa distinción a causa de la sinceridad de su corazón y, finalmente, lo premió también al hacer una alianza con él. La pregunta es: ¿Qué fue lo que hizo que Dios lo distinguiera con tantos privilegios? Sin duda fue por su fidelidad, que era una característica indiscutible de su carácter. Fidelidad a Dios, para no caer en la idolatría de los pueblos paganos donde vivía; y fidelidad a su esposa, para no caer en la promiscuidad en que vivía aquella sociedad idólatra; fidelidad que era correspondida por su amada Sara al respetarlo reverentemente llamándolo Señor. ¡Seguramente que Dios vio que, si Abraham podía ser fiel a su mujer, aun siendo ella estéril, también le sería fiel a Él como siervo suyo!

    Hay que distinguir que, en el trato con Dios, antes de que la persona sea elegida, primero debe ser candidata. Elegido es aquel que, habiendo pasado por el proceso de la elección, ha sido aprobado. El señor Jesús mismo dijo que: Muchos son llamados, pero pocos los escogidos, (Mateo 20, 16; 22, 14). Ese fue precisamente el proceso que siguió Abraham: Dios lo llamó y le pidió que saliera de su tierra y de su parentela (Génesis 12, 1). Esta fue la primera prueba de Abraham. Su entrega a Dios significaba la separación de su mundo, el plan divino exigía su salida de aquel mundo idolátrico. El Señor no podía perfeccionarlo de acuerdo con su voluntad, mientras estuviera sujeto a la influencia de aquella sociedad idolátrica. Evidentemente, la obediencia de Abraham tiene mucho mérito, pues salir al desierto hacia una tierra desconocida, sin mapa y sin ruta, era realmente un desafío de fe. Abraham tendría que aprender a depender del pan nuestro de cada día, por el desierto.

    La verdad es que si alguien se dispone a recoger los frutos de la fe de Abraham tiene que pagar un precio nada fácil. Podemos admirar la grandeza de fe y sus resultados en la vida de Abraham durante sus cien años de comunión con Dios, pero no podemos olvidar que su primera actitud en relación con el Señor fue su obediencia incondicional, al dejar su tierra y lanzarse a una aventura de fe. Con eso aprendemos que antes de que Dios nos dé una bendición, estamos obligados a dejar nuestra tierra, que simboliza romper con el pasado pecaminoso; dejar nuestra parentela, que significa nuestras malas amistades, costumbres y tradiciones religiosas. En el tiempo de Abraham, solamente personas fugitivas y extremadamente pobres abandonaban su tierra natal. Él no era ningún fugitivo para abandonar su tierra. ¡No! El hecho de que el nombre de Saraí signifique princesa, y el de Abraham padre exaltado, hace suponer que Abraham pertenecía a una familia importante entre sus contemporáneos.

    A la luz del derecho, dejar la propia patria significa renunciar a la herencia patrimonial de los padres. Ciertamente, Abraham sería el sustituto de su padre en el establecimiento de las generaciones futuras de la simiente escogida por Dios. ¡Y Abraham salió de su tierra, de la casa de su padre con una mujer estéril! Si hubiera permanecido entre sus familiares, podría hasta haber engendrado hijos entre sus parientes, y así conservaría su descendencia, pero abandonar todo en obediencia a la Palabra de alguien aún desconocido, era, humanamente, una locura. ¡Como la fe! La fe es, en efecto, una locura para los que se pierden, como lo dice el apóstol Pablo en 1 Corintios 1, 18.

    Por lo tanto, la obediencia de Abraham hacia Dios no era algo tan simple como a veces nos imaginamos; él dejó su responsabilidad, sus sueños y el fruto de trabajo para dirigirse a una tierra desconocida, por lo menos en el momento de su llamado. Nadie puede pretender ser un instrumento útil en la mano de Dios, sin abandonar el estado en que se encuentra y renunciar a sus planes personales. La persona no puede pretender servir a Dios, y la vez servirse a sí mismo. Si uno quiere servir a Dios, tiene que abandonar la vida de pecado, crucificar sus deseos pecaminosos y codicias personales y echar su futuro en las manos de

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