Hay un desencanto generalizado de Dios. Un hastío que brota en medio de una generación cansada de los paradigmas religiosos y rituales en los que se nos enseñó a buscar lo divino.   
Porque la historia de los cristianismos nos ha heredado estructuras e instituciones impositivas, pesadas, difíciles de sobre llevar. Y nos dijeron que esas reglas eran Jesús, que esos dogmas eran el evangelio, nos dijeron que esas moralidades era "ser santo" y "vivir a Dios".   
Y no lo era, no lo es, y las personas se están dando cuenta que ahí donde nos dijeron que estaba la vida, no hay más que unas tradiciones estancadas, insalubres, estériles.  
Ese desencanto es necesario, el mundo cristiano se lamenta por las estrellas de la música que declaran que ya no creen en Dios. Y la verdad es que el Dios en el que no creen es ese que les vendieron como real, verdadero, vivo. Pero que no es más que la fachada para perpetuar discursos de imposición y marginaciones.   
Está bien que dejemos de creer en el Dios que nos enseñaron. Tal vez ese desencanto nos lleve a buscar el Dios del evangelio. Está bien que sospechemos del Dios de nuestras iglesias, a ver si en algún momento comenzamos a vivir al Dios de Jesús.

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