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Quiénes serán salvos por la gracia
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Libro electrónico317 páginas5 horas

Quiénes serán salvos por la gracia

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A través de la historia, las personas con intereses espirituales se han preguntado: ¿Quiénes serán salvos por la gracia de Dios?, lo cual ha llevado a una búsqueda profunda con el deseo de responder a dicho interrogante. Pero esto se ha dificultado a raíz de que la Biblia ha pasado por varias interpretac

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento30 ago 2019
ISBN9781640864030
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    Quiénes serán salvos por la gracia - Miguel Hoyos

    DEDICATORIA

    Esta obra escrita está dedicada al único ser que, por amor, fue capaz de llegar hasta el extremo máximo del sacrificio; a nuestro Señor y Salvador Jesucristo; quien siendo Dios, no tuvo esto como algo a que aferrarse, sino que, tomando forma de hombre se hizo siervo y se humilló hasta la muerte en la cruz para redimirnos de nuestros pecados.

    AGRADECIMIENTOS

    …a mi esposa Inez por acompañarme a través de esta defensa de la fe. Al doctor Kittim Silva Bermúdez por dejarse usar por Dios para bendecirme. A los profesores Miriam y Carlos Vélez, del NYACK College and Alliance Theological Seminary, por su inspirador amor a la enseñanza. Y a la autora Damaris Vélez por su revisión y crítica certera del manuscrito de este libro.

    PRÓLOGO

    ¿QUIÉNES SERÁN SALVOS POR LA GRACIA? ¿Qué dicen las Escrituras? es el título de un libro excelente, necesario y de mucha ayuda teológica. Cuando Miguel Hoyos se comunicó conmigo y me lo hizo llegar, con avidez devoré su lectura.

    El autor se ha decidido a escribir sobre esta temática de la gracia que ha separado a calvinistas y arminianos por siglos. Muchas personas no saben en realidad cuales son las diferencias entre estos dos movimientos, limitando el comentario sobre el calvinismo al tema: salvo, siempre salvo y la postura arminiana al tema: salvo por decisión propia; pero las posturas tanto calvinista como arminiana van más lejos de esto.

    La gracia de la salvación, según el calvinismo, es para los predestinados y elegidos; la gracia de la salvación, según el arminianismo, es para todos los que acepten ser elegidos y entonces predestinados; y la salvación, según la Biblia, incluye el ser conocidos, elegidos y predestinados en Cristo Jesús para recibir la gracia salvadora. Por lo tanto, sí somos salvos por gracia, no hay razón para ninguna gloria personal de que nos salvamos por nuestros esfuerzos humanos; aunque, también es cierto que tenemos que responder a esa gracia ofertada.

    Considerando los aspectos antes mencionados, el enfoque que le da el Pastor Miguel Hoyos a la temática de la salvación en este libro es extraordinario. Con la Biblia va analizando cada argumento relacionado con ella, y dentro de su contexto responde certeramente a los temas de la soberanía de Dios, la justicia divina, el libre albedrío, la elección y la predestinación. A la vez, ubica el tema de la gracia donde debe estar, y logra que calvinistas y arminianos se encuentren el uno al otro en el centro mismo de las Santas Escrituras.

    Lo invito entonces a disfrutar de este rico ejercicio apologético donde el autor, con Biblia en mano, esgrime cada uno de sus argumentos y nos invita a hacer teología.

    Dr. Kittim Silva Bermúdez

    Autor y predicador

    INTRODUCCIÓN

    A través de la historia, algunas personas han malinterpretado y entonces mal enseñado algunas porciones de la Santa Biblia, con lo cual han generado confusión y controversia, además de causar que diferentes denominaciones cristianas lleguen hasta el extremo de separarse para seguir en pos de sus propias doctrinas. De igual manera, algunos movimientos religiosos de gran influencia en el mundo han afirmado equivocadamente la existencia de lugares físicos o espirituales; han descrito hechos o sucesos que no constan en la Biblia; han malinterpretado versículos de trascendental importancia para el desarrollo de la fe y la salvación de los creyentes; han dado fechas erróneas en las que, según ellos, sucederían eventos profetizados para ocurrir en los postreros tiempos; han malinterpretado quién es Dios y cuáles son las características que mejor lo identifican; han malinterpretado la forma correcta de oficiar algunas ceremonias de suma importancia para el desarrollo espiritual de la iglesia; además de que no han sabido definir quienes serán salvos por la gracia de Dios .

    Todo esto, aunado al hecho de que hay una gran variedad de denominaciones cristianas, credos religiosos, doctrinas teológicas y diferentes interpretaciones de los Textos Sagrados ha generado los siguientes interrogantes: ¿Cómo saber si se está siguiendo la enseñanza correcta que lleva a la salvación del alma? ¿Cuáles son los límites de la gracia y la misericordia de Dios? ¿Puede acaso el ser humano hacer algo para ser digno de su salvación? ¿Son totalmente corruptas todas las personas en el mundo? ¿Ha sido suficiente el sacrificio del Señor Jesucristo para darle salvación a todo aquel que la busca con fe? ¿Enseña la Biblia que Dios impone su voluntad sobre las personas sin tomar en consideración la intención de sus corazones? ¿Somos todos los seres humanos hijos de Dios, o solo criaturas, o somos ambas cosas? ¿Cuáles son las características de una persona que, según la Biblia, agrada a Dios? ¿Existe un remanente o grupo de personas escogidas por Dios en esta tierra para otorgarles la salvación de sus almas? Y si es así: ¿Quiénes componen ese remanente escogido por gracia? ¿O acaso es cierto que solo algunas personas fueron destinadas por Dios para heredar la vida eterna, mientras que las demás han sido dejadas a la deriva para eterna condenación?

    Considerando que Dios exhorta a trazar bien las Santas Escrituras, a través de este libro analizaremos con detalle los aspectos relacionados con las preguntas antes mencionadas. De igual manera, analizaremos algunos aspectos descriptivos e irrefutables sobre el carácter y la gracia de Dios, para que así, al considerar otros temas paralelos de gran relevancia espiritual, podamos discernir cual sea Su perfecta voluntad.

    Con este material escrito no se pretende promover una enseñanza doctrinal en particular ni criticar a algún movimiento en específico; tampoco se pretende exponer una defensa de la fe igual a la que se ha expuesto por los pasados quinientos años. Sin embargo, debido a la interpretación errónea que se le ha dado a algunas áreas de gran importancia escritural a través de la historia, surgió la necesidad de escribir con profundidad sobre esos temas: "no atendiendo a fábulas judaicas, ni a mandamientos de hombres que se apartan de la verdad" (Tito 1:14); Pues no somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que, con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo (2.º de Corintios 2:17).

    El propósito fundamental de este texto es aportar a la conservación de la sana doctrina, lo cual es necesario para la edificación de todo nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo; y a la vez, ayudar a que el lector comprenda que es lo que hace que una persona sea escogida por Dios para ser salva.

    El autor de esta obra no se declara arminiano por definición, ni tampoco calvinista, por lo cual, lo que aquí plantea lo ha centrado en el estudio serio de las Santas Escrituras, pues ellas son la autoridad final para el establecimiento de todo asunto dogmático y doctrinal. Por lo tanto, se puede dar fe de que este escrito no es algo que fluyó ligeramente de su mente y de su pluma, sino que fue realizado con un buen fundamento bíblico, pedagógico y espiritual.

    CAPÍTULO 1

    s

    LA INFINITA MISERICORDIA DE DIOS

    El ser humano no puede llegar a comprender a totalidad la magnitud de la misericordia divina, pues esta es tan inmensa como la magnitud misma de Dios. Por lo tanto, así aconseja la Escritura: "Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar" (Isaías 55:7).

    La Santa Biblia no se escribió para dejarnos la referencia de un dios injusto y dictador que quiere recriminarle al ser humano lo corrompido que es. Tampoco se escribió para describir a un dios cruel y genocida interesado en castigar eternamente a la frágil humanidad que con profundo amor creó. Por el contrario , las Santas Escrituras nos fueron dadas para que conozcamos sobre el amor, la soberanía, el poder, la justicia, la misericordia y la gracia salvadora de Dios ; atributos que han sido enseñados a través de la historia por medio de los profetas; la obra evangelizadora de los apóstoles, ministros y maestros; el ministerio mesiánico de nuestro Señor Jesucristo; y la acción intercesora del Espíritu Santo.

    La Palabra de Dios se dejó escrita para que conozcamos los relatos históricos que nos muestran a Dios siempre en control de Su creación y actuando a favor de aquellos que con fe le aman y le buscan; de Su remanente escogido; de Sus hijos; de Su Iglesia amada. Ella nos da testimonio de que Dios tiene misericordia de quienes desean conocerlo y restaurar su comunión con Él, por lo cual dice en la primera carta del apóstol Pedro, capítulo 2 que, para los que hemos creído, el Señor Jesucristo es precioso; para aquellos que en otro tiempo no éramos considerados pueblo de Dios, pero que ahora, gracias a la misericordia divina, hemos sido hechos parte de Su pueblo. El apóstol nos dice por medio de esta carta que, aunque el Señor había designado a la nación de Israel para ser la receptora principal de Sus promesas y bendiciones, ahora, por medio de Su gracia le ha permitido el libre acceso a la salvación a todos aquellos que la buscan con fe.

    La Biblia nos enseña que Dios es un Padre amoroso que conoce la frágil condición del ser humano que Él mismo creó haciendo uso de materiales terrenales frágiles y perecederos por lo cual, no mantiene el enojo con ellos para siempre. Por el contrario, cuando los hombres le han fallado, Él, movido a misericordia, ha entendido el origen de su fragilidad los ha perdonado y ha hecho lo necesario para lograr su restauración. Así lo confirma el Salmo 103 donde dice que Dios es clemente, misericordioso y lento para la ira. Que Él no nos ha pagado conforme a nuestras iniquidades o pecados, sino que alejó de nosotros nuestras rebeliones, engrandeciendo sobre nosotros Su misericordia; porque, de la forma como un padre tiene compasión de sus hijos, así mismo se compadece el Señor de quienes le temen.

    Y así como el Señor Jesús no pronunció juicio en contra de quienes lo injuriaban y asesinaban en la cruz del Calvario, más, le pidió al Padre que los perdonara; así mismo, Dios no está interesado en condenarnos. Por el contrario, y tratando de evitar al máximo que esto suceda, siempre ha provisto los medios que faciliten nuestra redención. Y esa es precisamente la razón por la que ofreció a Su Hijo Unigénito en sacrificio por nosotros, para que todo aquel que lo reciba como Sumo Sacerdote Mediador y Cordero Expiatorio pueda obtener la redención de sus pecados, restaurar su comunión con Él, y tener la certeza de vivir la vida eterna; como dijera el apóstol Juan: "... para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna" (Juan 3:16).

    Y es aquí donde vemos como Dios, después de conocer a quienes tienen corazones sinceros que le buscan con fe, le aceptan y hacen lo posible por obedecerle, entonces los escoge y hace parte de lo que llamó Su remanente santo. El apóstol Pablo se refirió a esto en su carta a los Romanos (11:4) donde mencionó al profeta Isaías diciendo: "Pero ¿qué le dice la divina respuesta? Me he reservado siete mil hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal. Así también aún en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia".

    Respecto al remanente escogido, debo clarificar que, cuando la Escritura lo cita se está refiriendo a un grupo de personas elegidas por Dios en un momento específico de nuestra vida en esta tierra, y no a un grupo de individuos elegidos en los lugares celestiales desde antes de la creación del mundo -Más adelante, en este capítulo, consideraremos más a fondo tanto el significado de esta palabra, como a quienes son los que componen dicho remanente.

    Con relación al amor y la paciencia del Señor para con nosotros, el Apóstol Pedro, en su segunda carta, capítulo 3, dice que la paciencia de Dios es para salvación, hablando de la misma paciencia divina que menciona Pablo en su carta a los Romanos, capítulo 9, donde dice que: "Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción…". Repitiendo estos versículos lo que ya se había escrito en el Salmo 103 (17,18) donde dice que: "... la misericordia de Jehová es desde la eternidad y hasta la eternidad sobre los que le temen, y su justicia sobre los hijos de los hijos; Sobre los que guardan su pacto, y los que se acuerdan de sus mandamientos para ponerlos por obra". O sea, que, aunque después del diluvio la humanidad le falló nuevamente a Dios, incumpliendo Su pacto y no siguiendo Sus mandamientos, aun así, Él no la destruyó como lo hizo en los días de Noé; más aún, la soportó con eterna paciencia y misericordia para salvar a quienes, en medio de un mundo corrupto, se acordaban de Él y seguían Sus mandamientos.

    Así que, nuestro Dios tiene la capacidad de perdonar sin tener que someterse a los límites prejuiciosos que las personas conciben. Así se puede apreciar a través de todas las Santas Escrituras donde lo vemos constantemente llamando a los hombres al arrepentimiento y la conversión, para entonces darles el perdón y la salvación de sus almas.

    Aún al pueblo que desde antes conoció (la nación de Israel), Dios le soportó pacientemente sus debilidades y falta de sumisión, no solo durante el largo tiempo que peregrinaron por el desierto, sino también cuando anduvieron por otros lugares de la tierra. El profeta Nehemías se refirió a esto, diciendo: "Mas ellos y nuestros padres fueron soberbios, y endurecieron su cerviz, y no escucharon tus mandamientos. No quisieron oír, ni se acordaron de tus maravillas que habías hecho con ellos; antes endurecieron su cerviz, y en su rebelión pensaron poner caudillo para volverse a su servidumbre. Pero tú eres Dios que perdonas, clemente y piadoso, tardo para la ira, y grande en misericordia, porque no los abandonaste" (Nehemías 9:16,17).

    Y es que, aunque los israelitas le desobedecieron a Dios en muchas ocasiones, aun así sabían que, si se arrepentían, Él les daría Su misericordia infinita, siendo esta la razón por la cual decían: "Si mal viniere sobre nosotros, o espada de castigo, o pestilencia, o hambre, nos presentaremos delante de esta casa, y delante de ti (porque tu nombre está en esta casa), y a causa de nuestras tribulaciones clamaremos a ti, y tú nos oirás y salvarás" (2.º de Crónicas 20:9). Ellos conocían bien la promesa escrita en el libro de Deuteronomio, capítulo 4, que dice, que si buscaban a Dios con toda el alma y el corazón, entonces lo hallarían. Además, vivían convencidos de la intervención misericordiosa de Dios a su favor, debido a que, aun cuando sus padres le habían fallado en diversas ocasiones, Él siempre respondió a sus clamores y los socorrió, llegando incluso a cambiar Su decisión de castigarlos o destruirlos. Así se puede apreciar en el segundo libro de Crónicas, capítulo 12, donde la Escritura dice que Dios vio que Su pueblo se había humillado, por lo cual le dijo al profeta Semaías: Porque se han humillado, en lugar de destruirlos, los salvaré.

    Ahora, me permito hacer un paréntesis aquí para aclarar que, en ningún momento insinúo en este libro que la gracia misericordiosa de Dios nos dé lugar para pecar indiscriminadamente. Por el contrario, mi posición respecto a esto es la misma que asumió el apóstol Pablo, según su carta a los Romanos, capítulo 6, donde dijo que, no por el hecho de no estar bajo la ley, sino bajo la gracia, entonces habríamos de pecar. Por el contrario, la gracia de Dios es tan maravillosamente excelsa, que lo único que genera en nosotros es gratitud por ella, y un deseo de sujetarse a Dios con amor, humildad, y en obediencia.

    En cuanto a la mencionada forma en que Dios acepta a quienes reconocen Su gracia y señorío, hay una historia en el evangelio de Mateo, capítulo 15, en la cual el Señor Jesús le ofrece su misericordia a una mujer descrita como pecadora. Palabra que pongo entre comillas ya que la Biblia dice que era una mujer Cananea, y a quienes eran nacidos en la tierra de Canaán se les ha identificado en las Escrituras como a los hijos de los hombres. En otras palabras, los cananeos eran una de las naciones derivadas de la simiente pecadora de Caín (hijo de Adán y Eva) y también de Cam (hijo de Noé) quienes pecaron en contra de Dios y de sus padres, recibiendo por esto una maldición que pasó a toda su descendencia, generación tras generación.

    Con relación a esta historia, dice la Escritura que, cuando el Señor Jesús fue a la región de Tiro y de Sidón, una mujer cananea le salió al encuentro pidiéndole misericordia pues su hija estaba siendo atormentada por un demonio. La mujer lo reconoció como al Señor y lo llamó Hijo de David. Y aunque ella clamaba por su misericordia, dice la Escritura que él no le respondió. Sus discípulos, entonces, le rogaron que la despidiera, a lo cual, él añadió que no la atendería, pues había sido enviado solamente a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Ella entonces se postró ante él, pidiendo que la socorriera, pero él, una vez más, le dijo que no estaba bien tomar el pan que le corresponde a los hijos para entonces echárselo a los perrillos. A esto, la mujer llamándolo otra vez Señor, respondió que aún los perros comen de las sobras que caen de la mesa donde comen sus amos. El Señor entonces, viendo la magnitud de su fe, le respondió: "Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo cómo quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora" (Mateo 15:28).

    Las ovejas a las que el Señor se refiere en este pasaje son todos aquellos descendientes de Abraham que en ese momento no hacían parte del remanente que Dios conocía y se había reservado para Él. Sin embargo, aunque el Señor Jesús había venido a cumplir la profecía mesiánica ofrecida a la descendencia de Abraham, aún así, movido por su inconmensurable misericordia y por la fe de esta mujer, le extendió su gracia y le concedió lo que ella le pedía. Esa misericordia infinita de Dios es la razón por la que el Señor Jesús dice en el evangelio de Mateo, capítulo 7 que, todo aquel que pida, recibirá; y el que busque, hallará; y al que llame, se le abrirá. Porque, si los seres humanos siendo malos le damos cosas buenas a nuestros hijos, cuánto más Nuestro Padre Celestial le dará buenas cosas a quienes se las pidan?

    Otra historia que se encuentra en el evangelio de Mateo, capítulo 12, y que la gran mayoría de cristianos conocemos, nos habla sobre la misericordia de Dios al enviar al profeta Jonás a llevarle un mensaje de conversión y perdón a los habitantes de la ciudad de Nínive; personas que, a pesar de haberse desviado inicialmente de la voluntad de Dios, escucharon el mensaje del profeta y se arrepintieron, alcanzando así la misericordia divina. Con respecto a ellos, dice la Biblia que se levantarán el día del juicio y condenarán a quienes escuchaban al Señor hablar, pues los ninivitas se arrepintieron a la predicación del profeta, más, ellos no se arrepentían a la predicación del Señor.

    Así que, según la Biblia, el requisito principal que Dios tiene para escuchar y perdonar ya sea a un individuo, un pueblo o a toda una nación, es la fe genuina que lleva al arrepentimiento y la conversión. Así lo afirma el Salmo 51:17 donde dice que: "Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios".

    Por lo tanto, no debemos ponerle límites a lo sublime e infinito de la gracia salvadora del Señor, ya que ella es de tal proporción, que por amor a la humanidad, no escatimó ni siquiera el sacrificar a Su Hijo Unigénito Jesucristo para proveer la oportunidad de redención y salvación a todo aquel que en él crea. Por el contrario, toda persona debe entender que si nuestro Padre Celestial llegó a ofrecer tan preciado sacrificio por amor a nosotros, el afirmar que lo hizo tan solo para un limitado grupo de elegidos, y no para toda la humanidad, va en contra de lo que las Santas Escrituras nos enseñan.

    Además, no debemos olvidar que todos nosotros, por igual, tenemos la capacidad de ser muy bondadosos y amorosos, o muy malos y crueles; que tenemos la habilidad de amar u odiar, de construir o destruir. Todos estamos compuestos de la misma naturaleza humana que, aunque fue creada (espiritualmente) a imagen y semejanza de Dios, es fundamentalmente frágil. Por lo cual, no debemos juzgar ni mucho menos condenar a los demás (hasta el extremo, incluso, de destinarlos a pasar la eternidad en el infierno) por el hecho de haber cometido el mismo tipo de faltas que ya nosotros hemos cometido, o que tenemos la capacidad de cometer.

    Todos nosotros, sin distinción, necesitamos tanto de la misma misericordia y gracia divina, como del mismo amor y perdón celestial; aunque, lastimosamente, muchas personas se olvidan de su frágil condición humana para convertirse en jueces inmisericordes que quieren aplicar por sí mismos la justicia divina (lo cual hacen sin la misericordia, bondad y equidad con la que solo nuestro Padre Celestial lo sabe y puede hacer).

    Para ayudarnos a entender mejor la gracia y la misericordia de Dios, así como sobre quienes son aquellos a quienes Él escoge y guía para darles la salvación, el Señor dejó plasmadas varias enseñanzas en Su Santa Palabra. Por ejemplo, nos dejó la parábola de Las Cien Ovejas contenida en el evangelio de Lucas, capítulo 15, la cual les refirió a los fariseos y escribas de aquel entonces. Según la historia; el Señor les preguntó: ¿Qué hombre de ellos, si tuviera cien ovejas y se le perdiera una, no dejaría a las ovejas restantes para irse a buscar la perdida hasta que la encuentre; y después de encontrarla, la trae de vuelta a su casa, y se goza con sus amigos por haber encontrado a la que se había perdido? Después de lo cual, les dijo que así mismo hay más gozo en el cielo por un pecador arrepentido, que por noventainueve justos que no necesitan arrepentirse.

    El Señor nos enseñó también la parábola del hijo pródigo, la cual nos habla de un joven que después de haberse ido de su casa y haber malgastado en lujos y placeres toda la herencia que le había pedido a su padre (representación de quienes están fuera de la gracia de Dios), retornó arrepentido, pidiéndole perdón y recibiendo la misericordia que él nunca había cesado de ofrecerle. Dejándonos ver en esta historia, y con abundante claridad, que Dios aprecia grandemente la intención de un corazón arrepentido, mientras que, por el contrario, si alguien actúa movido por la soberbia y la arrogancia, el tal no llega a ser apreciado por Él de igual manera.

    Así mismo, el evangelio de Mateo, capítulo 11, cita un caso en el que el Señor Jesús profirió juicio sobre unas ciudades que eligieron rechazar su ministerio redentor. Según dice la Escritura, aunque él había hecho muchos milagros en medio de ellos, aun así, no se arrepintieron, por lo cual, les dijo que sería grande el juicio que tendrían que afrontar porque, si en las ciudades vecinas se hubieran hecho las señales que él hizo entre ellos, sus habitantes sí se hubieran humillado y arrepentido. De igual manera, profirió juicio contra la ciudad de Capernaum, diciendo que, aunque esta ciudad había tenido gran gloria, aun así descendería hasta el mismo infierno y sufriría un castigo intolerable; pues si en la ciudad de Sodoma se hubieran hecho los milagros que se hicieron entre ellos, sus habitantes se hubieran arrepentido, y no hubieran tenido que ser destruidas.

    En este pasaje el Señor nos muestra que los habitantes de aquellas ciudades no se arrepintieron de sus malas obras, a pesar de que vieron los milagros que hizo en medio de ellos; a pesar de que oyeron su predicación; y a pesar de que fueron llamados al arrepentimiento. Mientras que, por el contrario, aunque la gente de otras ciudades no había presenciado sus maravillas, aun así daban frutos más dignos de arrepentimiento que ellos.

    Ahora, quiero hacer notorio que, el Señor no dice en esta Escritura que los habitantes de ciertas ciudades fueron predestinados para oír el mensaje y salvarse, mientras que los habitantes de otras ciudades lo fueron para no oírlo y condenarse. Lo que nos enseña la Escritura es, que las personas a las que la historia se refiere habían usado erróneamente su libre albedrío y se habían ido en pos de su instinto carnal, en lugar de aceptar el mensaje redentor del Señor Jesús; decisión por la cual, entonces, tendrían que enfrentar las derivadas consecuencias.

    Las Escrituras registran también otra historia en el libro de Génesis, capítulo 18, la cual muestra como la dureza del corazón del hombre atrae juicio y destrucción, a la vez que nos enseña sobre la misericordia infinita de Dios. En ella, Abraham le dice al Señor que, siendo Él el Juez Justo que juzga a todas las personas para compensar a cada uno según sean sus obras: ¿Cómo sería posible entonces que destruyera al justo por los pecados del injusto? Esto ocurrió con las ciudades de Sodoma y Gomorra, las cuales se habían contaminado tanto con el pecado, que hicieron necesaria su destrucción. En ella se puede apreciar que aunque Dios no aprobó, más, aborreció la conducta injusta y pecadora de sus habitantes, aún así, le dijo a Abraham que si en ellas hubiera al menos diez personas justas, Él detendría el mal que había pensado hacerles y les daría Su perdón. Y más hermoso aún, le dijo que no solo perdonaría a quienes fueran justos en

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